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La idea de este artículo surgió tras la reflexión a la que me obligó el artículo de Sherry Ortner «Theory in anthropology since the sixties» (1984). La afirmación más llamativa decía que «los teóricos de la práctica, por el contrario, se basan en un grupo de escritores que interpretan el corpus marxista de tal forma que es compatible con el punto de vista de Weber» (1984: 147). No cabe duda de que ésta es una extraña aseveración. ¿Cómo se puede compatibilizar el esquema materialista-marxiano con el idealismo weberiano? Me pregunté sobre la legitimidad de aquella sentencia de Ortner. Quizás la oposición dicotómica de Marx y Weber estaba anclada en anquilosados esquemas académicos, o quizás, había una mala interpretación de los escritos de ambos autores. La posibilidad de adentrarme en estos problemas me atrajo, y decidí comenzar por un acercamiento a los autores que en el artículo se señalaban como los más relevantes del «nuevo enfoque práctico» (1). Pero toda producción intelectual nace dentro de unas circunstancias concretas, y las referencias a otros acontecimientos son casi inevitables. Así este artículo comienza con una breve introducción sobre la influencia del pensamiento posmodernista en la toma de conciencia de la teoría social. Tras este enmarque intento analizar los trabajos de los principales artífices teóricos de este enfoque: Anthony Giddens, Pierre Bourdieu y Marshall Sahlins. Este «nuevo enfoque» se define como un modelo preocupado por la relación entre alguna entidad global y abstracta que podríamos denominar «sistema» --por llamarlo de alguna manera--, y la acción humana (2). A modo de resumen, y para hacer frente a algún caso de cansancio por parte de un posible lector, paso a exponer las líneas teóricas de los autores que comentaré después en mayor profundidad. 1. La «teoría de la estructuración» de Giddens introduce la idea de análisis procesual de las estructuras. De acuerdo con su teoría, las estructuras no existen en un determinado momento del tiempo o del espacio, sino que son conformadas por una red de acciones interdependientes en proceso continuo. Su «dualidad de la estructura» es uno de los rasgos principales de su enfoque teórico. Aunque personalmente critique algunas consideraciones sobre la intencionalidad y la cognoscibilidad de sus actores sociales, estoy de acuerdo en los dos niveles de consciencia que él señala. 2. Por su parte, Pierre Bourdieu introduce el concepto de «habitus». Éste sería un conjunto de comportamientos que son usados por una comunidad para reproducir esa entidad abstracta conocida como el sistema. Estos comportamientos sufren un proceso de normalización tal que, al caer en una rutina diaria, terminan por institucionalizarse. Mi principal crítica es la escasa cognoscibilidad que Bourdieu otorga al actor social, y que su modelo no explica la producción de acciones basadas en el interés personal. 3. Marshall Sahlins presenta lo que él denomina «la estructura de la coyuntura». Éste sería un modelo para analizar la relación entre la práctica y el sistema. Su esquema encaja perfectamente en situaciones de asentamientos coloniales o de penetración extranjera, pero no clarifica cómo el cambio cultural tiene lugar en ausencia de factores externos de tal magnitud: conquista, colonización... Su análisis tiende más a enfatizar la reproducción del sistema que la producción del mismo. Para este autor la transformación es una reproducción frustrada. Por suerte, el
artículo no tiene conclusiones.
Al final, y como excusa para la exposición de los puntos de
vista
de los tres autores, sólo pretendo hacer reflexionar sobre la
situación
actual de la antropología, incluso, y por qué no, con
cierta
ironía.
Un poco de posmodernismo Los problemas relacionados con la praxis y el cambio han afectado a la teoría antropológica y a los estudios etnográficos desde comienzo de la década de los ochenta. Uno de los primeros giros produjo un acercamiento entre la historia y la socioantropología, así como también entre otras disciplinas de las ciencias sociales. Este énfasis en la multidisciplinariedad ha obligado a cuestionarse las monolíticas teorías de los sesenta. De aquí que haya surgido la necesidad de una relectura de las «grandes teorías clásicas» de Marx, Weber y Durkheim (Giddens 1971). Los nuevos problemas relacionados con los cambios sociopolíticos se han convertido en el eje central de muchos estudios socioantropológicos. Los años ochenta han presenciado también un incremento en el interés sobre los modelos que tratan con un progresivo autoconcienciamiento del rol del antropólogo en su sociedad (3). «El debate contemporáneo --escriben Marcus y Fischer-- se centra en cómo debe ser representado un emergente mundo posmoderno como objeto para el pensamiento social en las manifestaciones de sus variadas disciplinas» (1986: VII). Durante la pasada década el término «posmoderno» fue usado en muy diferentes contextos y maneras. Podría ser descrito como otro «post» que, como muchos otros, expresa una autoconciencia de los rápidos cambios en la cultura y la sociedad. La etiqueta implica la existencia de una conciencia de la crisis que recorre todas las disciplinas de las ciencias humanas. La constelación filosófica modernista y posmodernista ha estado conectada con la constelación de teorías sociales modernistas y posmodernistas. ¿Cómo podemos entender la aplicación de esto a la socioantropología? Una de las características principales de la cultura occidental es la búsqueda de la racionalidad a través de la objetividad (4). El «proyecto de la Ilustración», preconizado por Habermas, con la nostalgia por la unidad y la totalidad es la etiqueta identificativa del racionalismo occidental. Y es precisamente este proyecto, siguiendo las tendencias posmodernistas, el que ha de ser vencido y deconstruido, dejando a un lado la tiranía de la verdad universal y del pensamiento representacional. El «principio de legitimidad», en términos de narrativa, es el punto central de la crítica de Jean François Lyotard (5). La modernidad siguiendo a este autor, está caracterizada por el «conocimiento narrativo», esto es, la legitimidad de los «grandes sistemas» de explicación en el conocimiento científico. Estos «grandes sistemas», que Lyotard denomina «metanarrativas», se legitiman a sí mismos haciendo llamadas a la Razón y a la Libertad, o a la Emancipación de la Humanidad. Por lo tanto, posmodernismo significaría la ruptura y la destrucción de esas «metanarrativas». Con el posmodernismo la incredulidad hacia las «grandes y cerradas explicaciones» nace de nuevo. Lyotard se hace eco de Nietzsche como un modelo para su ataque frontal al pensamiento occidental, a la vez que con algunos temas claves de la filosofía de la ciencia posmoderna --particularmente el anarquismo epistemológico de Feyerabend-- para caracterizar el conocimiento posmoderno. Para su versión del caótico sistema de Nietzsche, Lyotard, al contrario que sus contemporáneos franceses, se basa en Wittgenstein --en vez de Heidegger--. En este sentido Anthony Giddens escribe: «el significado de los escritos de Wittgenstein para la teoría social consiste en la asociación del lenguaje con prácticas sociales concretas (...) la constitución del lenguaje como significativo es inseparable de la constitución de formas de vida social como prácticas continuas» (1979: 4) (6). El tratamiento de la lingüística como juegos del lenguaje en la filosofía de Wittgenstein le permite a Lyotard volver al tema de la «pragmática del lenguaje». Al contrario de la pragmática universal de filósofos como Jürgen Habermas, éste propone una experimentación e innovación constantes. Estos continuos cambios hacia ninguna parte no están basados en la universalidad de la razón, sino en el carácter local y coyuntural de todo discurso o argumentación. Así define Baynes (y otros): «sus formas intelectuales no son el metadiscurso unificador y fundamentador ni la gran metanarrativa, sino una multiplicidad de pequeñas narrativas y metaargumentos locales» (1987: 70). En este contexto de recuperación de la filosofía de Nietzsche, y de sus implicaciones en la teoría social contemporánea, se encuentra la figura de Michael Foucault. Para este autor, el fin último de la «genealogía» --disciplina sucesora de la filosofía-- es construir una «historia de la objetificación de las objetividades», esto es, un análisis histórico de las ideas por las que nos hemos constituido nosotros mismos como los sujetos y objetos del conocimiento. Este análisis nos conduciría a la desmitificación de las formas en que la cultura es susceptible de ser manipulada por procesos económicos y políticos. En otras palabras, el análisis revelaría las ideologías escondidas que controlan y constituyen las acciones de los sujetos. Por lo tanto, esta desmitificación tiene un propósito de cambio; no es un fin en si misma. La soterrada alusión al problema del poder y su legitimidad está implícita en la preocupación por los procesos económicos y políticos. El análisis de Foucault está hecho con referencias a las relaciones de poder históricamente variables. Como nosotros nos gobernamos a nosotros mismos y a otros mediante la producción de la verdad, se deduce que el poder genera y edifica su propia verdad buscando autolegitimación. Esta «metanarrativa» --que se autolegitima-- es un suceso histórico construido con un propósito muy definido y concreto, y dentro de una dimensión espacio-temporal determinada. Los reiterados intentos de derrocar al modernismo, han levantado muchas y diferentes cuestiones dentro la antropología. Uno de los enfoques más comunes busca la solución en una teoría de la práctica. Existen algunos rasgos muy interesantes e importantes que pueden haber influido en este interés por la «práctica». En el terreno puramente epistemológico ha influido por un lado el énfasis de Lyotard en la legitimidad del conocimiento, junto con el interés de Foucault en la ideología y en su poder de constreñimiento sobre los actores, así como de una fuerte influencia del estructuralismo. Por otro lado, autores tales como J. Fabian (1983) o Edward Said (1979) han examinado los trabajos socioantropológicos por su adscripción al concepto de diferencia: La idea de «el otro» y el poder de la diferencia, y la manera en que éstas se estructuran y reflejan en la teoría social. En el giro interpretativo de los escritos etnográficos, el etnógrafo no puede considerarse como u observador pasivo de los sucesos. El investigador social juega un doble papel, es sujeto tanto como objeto, observador tanto como actor. La preocupación por el agente y la estructura está estrechamente relacionada con la recuperación del importante mensaje de E. P. Thompson (1963), y de sus estudios sobre el rol del individuo en la producción de su mundo social dentro de un esquema diacrónico. Las diferentes tendencias existentes dentro de la escuela de la economía política también han tratado el tema. «Donde la literatura del modo-de-producción prestaba escasa atención a la actividad de los sujetos humanos, dicha actividad se encuentra ahora en el centro de los análisis. Donde la literatura del modo-de-producción era demasiado abstracta, los nuevos trabajos se centran en grupos concretos --incluyendo actores individuales--. Donde la teoría de la dependencia tenía poco que decir sobre situaciones locales, muchos estudiosos comienzan y terminan ahora en lo local» (Roseberry 1988: 171). Todas estas
conceptualizaciones reaccionan
contra el estructuralismo o contra cualquier teoría
sistémica
y su escaso interés en el sujeto. Estas nuevas formas han
traído
a los círculos socioantropológicos conceptos tales como
práctica,
praxis, acción, interacción, actividad, experiencia, o
como
actor, agente, individuo y sujeto.
Y por fin la práctica... Todas estas tendencias han influido en lo que Sherry Ortner llama el «nuevo enfoque práctico» y su principal preocupación por la relación entre agente y estructura, como las formas nacientes de una teoría de la práctica. Esta nueva orientación «intenta buscar la explicación de la(s) relación(es) que se obtiene(n) entre la acción humana, por un lado, y alguna entidad global que podemos llamar «el sistema», por el otro. Las preguntas preocupadas con estas relaciones pueden ir en cualquier dirección --el impacto del sistema en la práctica, y el impacto de la práctica en el sistema» o en su interrelación (Ortner 1984: 148)--. Por lo tanto es necesario una teoría de la acción humana (sujeto); una interpretación de las condiciones y consecuencias de la acción. Dicho de otra forma, la aprehensión de la relación contingente mediante la que «el proceso histórico se desdobla en un movimiento recíproco y continuo entre la práctica de la estructura y la estructura de la práctica» (Sahlins 1981: 72). Incluso aunque existe cierta similitud entre los practicantes de este «nuevo enfoque», hay también grandes divergencias entre ellos. Entre estos se encuentran los ya mencionados: Giddens, Sahlins y Bourdieu. Aunque todos están especialmente preocupados por los problemas de agente y estructura, observo que hay algunas variaciones en cuanto al énfasis puesto en los conceptos fundamentales. El principal interés de Anthony Giddens radica en el estudio y análisis de las posibilidades de la teoría social. Al igual que otros autores, Giddens también se refiere a la situación actual de la teoría social como «el Babel teórico», proponiendo la necesidad de una reconstrucción sistemática (1979: 240). Esta reconstrucción pasa por un análisis o una relectura de los autores clásicos de la teoría social. Ya desde su primer libro comparando Marx, Weber y Durkheim, el autor plantea la problemática relación entre el agente y la estructura. Desarrolla la noción de estructura como un proceso, y la presenta como oposición al estatismo de teorías tales como el estructuralismo o funcionalismo. Bajo la influencia de Weber, Giddens introduce la idea de las acciones orientadas por los valores en sus análisis procesuales de las estructuras. La relación dialéctica entre los agentes modificando la estructura, y la estructura constriñendo y capacitando las acciones individuales, es denominada con el descriptivo y dinámico nombre de «teoría de la estructuración» (7). La noción de estructura es un poco más compleja y está relacionada con su interés por los procesos. Las estructuras no existen en ningún punto concreto del tiempo o del espacio, las estructuras son simplemente una red de acciones interdependientes en proceso. La «teoría de la estructuración» rechaza la dicotomía diacronía versus sincronía. Esto queda explicado por la característica interna de la estructura: su dualidad. Por dualidad de la estructura Giddens entiende «que las propiedades estructurales de los sistemas sociales son tanto el medio como el resultado de las prácticas que constituyen dichos sistemas (...) De acuerdo con esta concepción, el sujeto (actor) y el objeto (sociedad) participan de las mismas características estructurales» (1979: 69-70). ¿Cómo se lleva a cabo dicha interconexión? Desde su posición eminentemente weberiana, la acción es intencionada y dirigida hacia un fin. El actor, según la concepción de la teoría de la práctica de Giddens, es totalmente consciente: «cada actor social sabe mucho sobre las condiciones de reproducción de la sociedad de la cual él o ella es miembro» (cursivas en el original, 1979: 85). Este «teorema» está basado sobre la conclusión de algunos estudios, tal como el de P. Willis (1977), que señala que «todos los actores sociales, no importa cuán bajo, tienen algún grado de penetración de las formas sociales que los oprimen» (cursivas en el original, Giddens 1979: 72). El tema clave en el que Giddens, Bourdieu y Sahlins se diferencian más es en el cómo el sistema es producido y reproducido. Si la práctica modela el sistema --como afirman estos autores--, las acciones influyen la estructura bien para reproducir los mecanismos, o para producir otros nuevos a través de conflictos estructurados. Es decir, el sistema puede ser modificado (producido) o simplemente perpetuado (reproducido) gracias a las acciones de los individuos orientados por sus valores. Para explicar cómo los miembros de la sociedad producen sus estructuras, Giddens analiza el poder de la ideología, la conciencia, y de su relación con las acciones. Primero, «la acción --apunta Giddens-- conlleva intervención en los hechos del mundo, produciendo así resultados determinados, con acciones intencionadas que son una categoría del hacer del agente o de su no hacer. El poder como capacidad transformativa puede ser tomado entonces para referirse a la capacidad de los agentes para alcanzar tales resultados» (cursivas en el original, 1979: 88). En este último punto encuentro algunas contradicciones. Giddens no explica por qué el poder está libre de valores si las acciones solo pueden ser intencionadas. Si el poder es «capacidad transformativa», sólamente puede existir cuando la acción es ejecutada; por lo tanto, si toda acción está orientada por los valores, ¿cómo puede Giddens explicar que «la noción de poder no tiene conexión con la intención o el deseo, como la tiene en Weber» (Giddens 1979: 92)? El poder, según su concepto, sólamente puede entenderse en el contexto de la dualidad de la estructura y relacionado con esta estructura en términos de «reglas» y «recursos». Las relaciones de poder son producidas y reproducidas continuamente dentro del contexto social, encauzadas por reglas y ejecutadas a través de los recursos. En esta línea, la ideología está considerada como un tipo de recurso de dominación. Como es de suponer, esta noción de ideología debe mucho a Marx. Segundo, y relacionado con lo anterior, la ideología implica dos niveles de consciencia: discursiva y práctica. Esta división, que está basada en la diferencia entre «lengua» y «habla» de Saussure, hace referencia a oscuras propiedades estructuradas del inconsciente, que condicionan la interacción social cotidiana entre los actores. La consciencia discursiva hace referencia a la capacidad de la gente para hablar sobre su conducta; mientras que la práctica es el conocimiento contenido en lo que los actores «saben cómo hacer», es decir, las «reservas de conocimiento no articulado» que la gente utiliza implícitamente para orientarse en ciertas situaciones y para interpretar las acciones de otros (Giddens 1979). El enfoque de este sociólogo puede tener muchos errores; pero sin embargo, muestra un camino no sólo para vencer las clásicas distinciones dicotómicas, sino también para un progresivo acercamiento a los estudios interdisciplinarios. La versión de la teoría de la práctica de Pierre Bourdieu puede parecer muy similar a los trabajos de Giddens. Ambos autores examinan críticamente las nociones objetivas y estructurales de Parsons, y su énfasis en la reproducción sistémica más que en el poder transformador de las estructuras. La relación dialéctica entre agente y estructura queda expresada por Bourdieu al escribir que las estructuras «son el producto de las prácticas históricas y son constantemente reproducidas y transformadas por las prácticas históricas, cuyo principio de producción es el producto de las estructuras que consecuentemente tiende [dicho principio de producción] a reproducir» (1977: 83). Las similitudes entre esta afirmación y la «teoría de la estructuración» de Giddens son harto evidentes. Ambos introducen la idea de recurrencia en la vida social, así como la noción de tiempo. Aun así, hay pequeñas variaciones en el nivel de conocimiento que le otorgan a los actores. Al contrario que Giddens, Bourdieu dota a sus actores de poco conocimiento. Introduce la idea de «habitus». Dado que este «habitus» parece ser un conjunto de comportamientos compartidos por una comunidad, y que es usado por ésta para producir y reproducir el sistema, este concepto, tal como yo lo entiendo, sería la substancia base de la que está hecha la estructura o el sistema. Este patrón tan sumamente modelado (patterned) y rutinario se materializa en las actividades cotidianas. Por ello, acción diaria conduciría a una reproducción intrasistémica más que a una transformación. Si los nuevos estudios prácticos dedican una mayor atención y énfasis en las prácticas de la vida cotidiana, y estas pequeñas rutinas que las gentes realizan en el escenario donde el tiempo transcurre más lento, entonces, cómo se puede percibir la producción/transformación en un estudio de campo. El interés de Bourdieu en estos pequeños actos y hábitos explica por qué él adopta una posición en la que sus actores están «relativamente desmotivados» en sus acciones. La importancia de la noción de estrategia es que, a través de ella y del tiempo, los actores son capaces de conseguir sus fines en condiciones de desigualdad de poder. Las relaciones entre estrategia, poder político y cambio son fáciles de establecer. Por lo tanto, y como Ortner afirma, «las formas de práctica más importantes son aquellas con implicaciones políticas intencionadas o no intencionadas» (1984: 149). Con esta idea en mente, Bourdieu nos proporciona un esquema analítico que nos permite a los socioantropólogos describir las complejas relaciones entre las estrategias de los agentes, las formas simbólicas utilizadas en sus acciones y la distribución del poder en la sociedad. Pero lo que él no puede explicar --tras introducir la idea de estrategia y combinarla con las acciones no intencionadas-- es cómo tratar el problema del conocimiento de los agentes en la producción de acciones sociales. Este es el verdadero problema de la acción: cómo los intereses se transforman en práctica, y cómo ésta moldea la estructura. El más «norteamericano», y no sólo por su pasaporte, es Marshall Sahlins. Su concepto de práctica, aunque muy similar, difiere en algunos puntos básicos de los autores «europeos» (8). Aunque cada versión del «nuevo enfoque práctico» de las discutidas hasta ahora coincide más o menos en lo que un sistema o una estructura puede ser, existen grandes diferencias en el punto central del problema: la explicación de la relación entre la acción humana y el «sistema/estructura». Para mostrar la interdependencia de la acción y la estructura --entender cómo la práctica configura y modela al sistema, y cómo el sistema da forma a la práctica--, «debemos tomar las relaciones espacio-temporales inherentes a la constitución de toda interacción social» (cursivas en el original, Giddens 1979: 3). La aprehensión de esta variable, con la que todos parecen estar preocupados, no resuelve el problema de la clarificación de la relación. Por el contrario se convierte, tal como yo lo entiendo, en algo más complejo: ¿Reproduce la práctica el sistema, o simplemente produce algo nuevo? Como escribe Ortner a este respecto, «está muy claro que, al centrarse sobre la reproducción, se tiende a generar un cuadro muy diferente al de aquél que se centra en el cambio?» (1984: 154). Estas dos formulaciones están basadas en dos modelos muy diferentes de cambio sistémico. El de Sahlins, basado en la idea de que los cambios se producen cuando las estrategias tradicionales (con sus tradicionales patrones de relaciones) se tambalean, porque no pueden responder a nuevos fenómenos; y el clásico modelo marxista de las asimetrías de las relaciones sociopolíticas. Al igual que la «teoría de la estructuración» o el «habitus», Marshall Sahlins pretende resolver las distinciones entre sincronía y diacronía a través de la «estructura de la coyuntura». Si uno compara críticamente las definiciones de Giddens o Bourdieu con la de Sahlins, parece que hay algunos rasgos tales como la relación dialéctica y la acción intencional que se repiten en las tres (9). A pesar de estas preocupaciones comunes, Sahlins hace el intento de conferir al sistema una capacidad inherente de perpetuarse, aunque reconoce que es la acción humana la que hace al sistema. Su frase, «el cambio cultural inducido externamente pero orquestado por los indígenas [indigenously] ha funcionado durante milenios» (1985: VIII), no obliga ciertamente a pensar en algún tipo de «equilibrio sistémico» funcionalista. De aquí se deduce que la tendencia natural de los sistemas es la reproducción de los sistemas que no es sino la reproducción de las relaciones existentes. Esta es la principal diferencia entre el dúo Giddens-Bourdieu y Sahlins. Para éste último el cambio es un cambio de significado de las relaciones existentes (10). Estas relaciones se manifiestan en categorías culturales y se transmiten a través del tiempo. «La historia --escribe Sahlins-- está ordenada culturalmente, de forma diferente en diferentes sociedades, siguiendo un significativo esquema de cosas. Lo contrario también es cierto: los esquemas culturales están históricamente ordenados, dado que en mayor o menor grado el significado se revalúa cuando son puestos en práctica» (1985: VII). Su noción de «significados recibidos» es la columna vertebral del sistema; y se perpetuará a través del tiempo, al menos que algunas fuerzas externas provoquen un cambio en el mismo. Como demuestra en Historical metaphors (1981), el cambio se produce cuando las soluciones tradicionales, enmarcadas dentro de un sistema específico de relaciones, se aplican a fenómenos nuevos --normalmente venidos del exterior-- y fallan. La preferencia de Sahlins está claramente inclinada hacia los problemas de lógicas culturales que cambian por causa de una confrontación cultural. Por lo tanto, sólamente un reto del «exterior» puede conducir a un cambio. En sus trabajos, Sahlins maneja la información dentro de contextos principalmente colonialistas tales como Hawaii, Fiji o Nueva Zelanda. Al tratar con este problema, pienso que tiene éxito, aunque nunca explica ni la estabilidad como proceso en el tiempo, ni los problemas de la acción humana cuando no hay penetración extranjera. Abro un paréntesis. Tan mínimas diferencias entre estos autores me hacen recordar una antigua historia que, como la mayoría de estos casos, no se sabe si es historia o fábula. Dicen que dos antropólogos se encontraban «haciendo antropología» en el Caribe. Uno de ellos comentó que la ratio de divorcios de la zona era moderada. El otro, como era de esperar, anunció que el número de divorcios era muy alto. Las organismos que habían subvencionado la investigación estaban desconcertados hasta que una persona --la tradición no especifica si era antropólogo-- solucionó el problema al señalar que uno era americano, nacido y criado en los Estados Unidos, mientras que el otro era un europeo holandés con un bagaje calvinista. Lo cierro. Pero volviendo al tema de la penetración extranjera de Sahlins, y en honor a la verdad, cabría preguntarse hasta qué punto podemos encontrar actualmente una cultura/sociedad ajena a la influencia exterior. No hace falta recordar el enorme caudal cultural que conlleva el proceso turístico, puesto que ello me llevaría a plantear el quisquilloso tema del antropólogo como turista o del «antropólogo en su choza de barro» de Barley. El proceso de
uniformización cultural
que engendra en sí misma la sociedad occidental, volando sobre
las ruinas
históricas de las sociedades no occidentales, y a pesar de
la
búsqueda de identidades locales, regionales o nacionales, o
precisamente
por ello, no hace sino cerrar el círculo de este artículo
volviendo a «un poco de posmodernismo». En definitiva, esto
no es sino el superlativo de paradoja orteguiano: «Cada
nuevo
principio uniforme fertiliza(ba) la diversificación».
1. Traducción de «new practice approach». 2. Esta definición de «sistema» será la utilizada a lo largo de las siguientes páginas. En ningún momento se entenderá como tal una estructura con una lógica interna (estructuralismo), o un conjunto funcionalmente armónico y estático. 3. Si bien Nash and Wintrob ya se plantearon, en 1971, el problema de un creciente interés por la antropología de la etnografía. 4. La búsqueda de una racionalidad y una objetividad está presente en todos los intentos del conocimiento científico occidental. Huelga mencionar los ataques contra los escritos etnográficos occidentales por Edward Said, en su obra Orientalism (1979). Este autor centra sus argumentos en el neocolonialismo que hay a la hora de representar sujetos y culturas no occidentales; puede extenderse también para criticar el colonialismo de los esquemas mentales, y la consiguiente dominación en los esquemas teóricos de interpretación. 5. Entiendo que el término «narrativa» puede aplicarse, al menos en las ciencias sociales, como un sinónimo de sistema de pensamiento, paradigma, tendencia, escuela... Si se acepta esta sinonimia, la metáfora se adecua perfectamente a la «crisis de representación» tratada por Marcus y Fischer (1986). 6. Giddens se refiere al Wittgenstein de la última etapa, rechazando por tanto la originaria idea de este filósofo que establecía que «la sociedad es como una lengua». 7. Define el autor la estructuración como las «condiciones que gobiernan la continuidad o la transformación de las estructuras, y por lo tanto la reproducción de los sistemas» (1979: 66). 8. «Marshall Sahlins -escribe Karp- parece presentar el correctivo a Bourdieu (...) El agente tiene más conocimiento en el esquema de Sahlins que en el de Bourdieu, y la acción se entiende como el producto de la aplicación de aspectos de la cultura que pueden diferir de una formación a otra, o a través del tiempo dentro de una misma formación» (1986: 133). 9. Sahlins define la «estructura de la coyuntura» como «la realización práctica de las categorías culturales dentro de un contexto histórico concreto, como se expresan en la acción interesada de los actores históricos, incluyendo la microsociología de su interacción» (1985: XIV). 10. Deducción
lógica
a partir de sus trabajos sobre el «cargo» (Cargo cults).
Baynes, K. (J. Bohman y T.
McCarthy)
(coord.) Bourdieu, P. Fabian, J. Giddens, A. Karp, I. Marcus, G. (y M. Fischer) Nash, D. (y R. Wintrob) Ortner, S. Roseberry, W. Sahlins, M. Said, E. W. Thompson, E. P. Willis, P. |
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