|
|||||
|
|||||
Cada día los medios de comunicación nos ofrecen distintas noticias acerca de la violencia con que son tratadas, en distintos países europeos --el nuestro también-- las personas procedentes del tercer mundo y/o pertenecientes a minorías como gitanos o judíos. Esta nueva situación en la que hemos pasado de país de emigrantes a receptor de aquellos que buscan mejorar sus condiciones de vida o escapan a la persecución de sus gobiernos, nos obliga a la reflexión sobre el concepto de pedagogía intercultural, que está definido por el Consejo de Europa así:
La presencia en nuestras escuelas de alumnos/as procedentes de varios países, pertenecientes a etnias y culturas diferentes representa un grave problema para el que no se han previsto los medios necesarios que capaciten a la comunidad educativa para hacerle frente con garantías de éxito. Después de tanto tiempo de convivencia con la comunidad gitana, todavía se originan problemas de tanta gravedad como los conocidos de Mancha Real y otros. Por eso me parece importante que nos detengamos a reflexionar y analizar conceptos como cultura e identidad, a pesar de las múltiples acepciones de los mismos, para, posteriormente introducirnos en lo que podría servirnos de fundamento para la elaboración de un proyecto curricular de carácter intercultural. Identidad: en antropología se entiende como el conjunto de datos que definen a un individuo de manera que lo singularizan y lo limitan de tal forma que no puede ser confundido con ningún otro. Cultura: elemento diferenciador de los hombres entre sí. Elementos culturales son: - Rasgos
biológicos. - Normas y
pautas de
comportamiento. - Leyes,
hábitos y costumbres. - Creencias.
Conocimientos. Estructura mental
y pensamiento. - Relaciones con
uno
mismo y con los demás.
El grupo. - Relación con el medio; economía y trabajo. Comunicaciones, tiempo y espacio. Son factores culturales: el cambio como dinamizador y modificador de los elementos culturales y la tradición como estabilizador y raíz. La especie humana tiene una irrenunciable vocación de supervivencia y para ello se vale de su capacidad para establecer relaciones con su hábitat que es la tierra toda y por otro lado, de la solidaridad, entendida ésta como la ayuda prestada en beneficio propio. El ser humano no puede sobrevivir solo. La historia y la cultura son posibles porque existen los «otros». Si entendemos por cultura todo lo que el ser humano ha elaborado para poder sobrevivir, perpetuarse y extenderse en la búsqueda de nuevos espacios en los que habitar, comprenderemos que el mismo concepto de cultura lleva aparejado el fenómeno contrario de la aculturación o proceso que tiene lugar cuando entran en contacto dos o más culturas diferentes. El reajuste entre los diferentes elementos culturales origina conflictos y tensiones en el enfrentamiento entre la cultura autóctona y la que viene de fuera. Los cambios sociales, económicos o educativos pueden sumergir a las personas en una situación caótica de anomía que las coloca en un estado de inseguridad y miedo, provocando fenómenos de rechazo hacia otras culturas y reforzando artificialmente la propia cultura y los nacionalismos. Las diferencias, la variedad cultural, son la expresión de la riqueza y extraordinaria capacidad de creación de la especie humana. Sin embargo, es imposible la supervivencia de una cultura que se encierra en sí misma sin asimilar elementos nuevos. Aunque debemos tener en cuenta que las peculiaridades de los diversos pueblos y comunidades humanas constituyen un obstáculo serio para la incorporación a la cultura tecnológica que se impone como respuesta a las actuales necesidades humanas. El cambio cultural se puede producir por difusión cultural, procesos de colonización, corrientes migratorias o la aparición de elementos nuevos de fuerte impacto social. La aculturación se produce por contacto con elementos culturales ajenos en el caso de grupos que se instalan en otro territorio en momentos en que la propia cultura se halla en estado de formación, en situaciones de frontera cuando confluyen en un mismo sitio aluviones de población de distintos orígenes, o en casos de emigración donde no existe la ocupación territorial propiamente dicha, sino la existencia de masas de población con cultura propia, viviendo junto a otra que se asumen como la cultura dominante. Las posibilidades de integración en esta cultura dominante están determinadas, más que por el color de la piel o la pertenencia a un determinado grupo étnico, por la capacidad adquisitiva. Por lo que se puede hablar de cultura de la opulencia y cultura de la pobreza. Nacer o criarse en un suburbio o en una familia acomodada, en una apartada zona rural o una gran urbe, constituyen hoy día indicadores del grupo cultural de pertenencia. Los pueblos occidentales han luchado durante siglos por conseguir unas señas de identidad que les hiciera distinguirse como pertenecientes a una determinada nacionalidad, dando lugar a una ideología, sobre todo en el hombre medio, según la cual hay una determinada forma de comportamiento para cada nacionalidad. Y es tan fuerte esta conciencia colectiva que podría explicar guerras como la de la antigua Yugoslavia, xenofobias y prejuicios raciales como los antisemitas, o éstos más locales, desatados contra gitanos o emigrantes en nuestro país; sin olvidar las persecuciones de brujas y herejes de tiempos pasados. Esa identidad de las nacionalidades europeas se ha ido elaborando sobre todo en función de rasgos y caracteres diferenciadores. Junto a un valor positivo propio se ha opuesto un contravalor del vecino (los «otros»). Categorizar al «otro» como enemigo representa una necesidad de autoconfirmación y seguridad, por la pertenencia a un grupo donde se refuerzan los prejuicios, los estereotipos y la discriminación, propios de personas inseguras, incapaces de conseguir por otros medios una identidad positiva. Es muy común que la pertenencia a un grupo ofrezca al individuo la sensación de ser diferente y superior a los «otros». Esta interpretación del conflicto intergrupal desde el punto de vista psicológico no impide otras interpretaciones, más relacionadas con situaciones de carencias socioeconómicas o culturales. No es una casualidad que las épocas de mayor beligerancia han coincidido con graves conflictos económicos, como está ocurriendo ahora. Lo cierto es que en estos momentos, el miedo y la inseguridad laboral son los desencadenantes de muchos conflictos, pero no hay que olvidar la existencia de prejuicios raciales que curiosamente se proyectan sobre los más desfavorecidos de entre su grupo étnico o cultural y desde luego, minoritario. Es el caso de los emigrantes y los gitanos en España, los negros en Estados Unidos, o musulmanes, servios o croatas, enfrentados en un mismo territorio. El emigrante es por definición un marginado, un discriminado, que representa la más exacta y certera definición del «otro» y ofrece un buen blanco sobre el que proyectar nuestras fobias colectivas y el horror a lo diferente. Más que nunca, ahora nos encontramos en occidente con unas sociedades nada homogéneas. Los movimientos migratorios determinados por la angustiosa situación socioeconómica y política de las poblaciones del tercer mundo, en busca de un supuesto bienestar en el mundo de la opulencia, están provocando un fenómeno de multiculturalismo con los consiguientes conflictos entre los distintos grupos en contacto. El racismo y la xenofobia representan el fantasma que recorre Europa, ofreciendo el repugnante espectáculo ya conocido, de la violencia contra grupos étnicos minoritarios y emigrantes en general. ¿Es el despertar del monstruo fascista aletargado durante los años de desarrollo económico europeo? ¿Estamos asistiendo a un rearme del nacismo, más peligroso, por no valorarlo en su justa medida? La escuela, aunque alejada como siempre de las realidades sociales de su entorno, está siendo, no obstante, escenario de luchas más o menos veladas de este fenómeno interculturalista. Pero no hay que preocuparse, la nueva Reforma Educativa ha previsto esta situación y se adelanta con una propuesta para el adecuado tratamiento de la diversidad, que garantiza la igualdad de oportunidades, sobre todo de los más desfavorecidos. Eso sí, los medios para alcanzar esa utopía están todavía por concretar y mucho me temo que también van a sufrir los efectos de la crisis económica. Necesitamos hacer un análisis serio sobre la necesidad de que la escuela ofrezca una respuesta válida, al reto del multiculturalismo, que, como ya hemos visto, incluye no sólamente a los gitanos, en nuestro país. La escuela, qué duda cabe, es un elemento de socialización de primer orden, pero no olvidemos que nuestras escuelas academicistas están preparadas más bien para la «normalización» dentro de unas líneas trazadas desde lo que se entiende como cultura occidental, que pretende moldear a los individuos de acuerdo con un determinado modelo de sociedad que sirve a los intereses de unos grupos sociales determinados; con unos métodos y contenidos que cierran la puerta a la aparición de originalidades creativas, sean del tipo de nuevos grupos culturales o individuales; en definitiva, de la diversidad. Si la escuela desarrolla una labor de homogeneización, en función de la cultura dominante, dentro de la sociedad en que se desarrolla (pensemos en las distintas subculturas de marginados, jóvenes, mujeres), ¿cómo podemos creer que va a favorecer procesos educativos de carácter multicultural? «El currículum multicultural --en palabras de Gimeno Sacristán-- exige un marco democrático de decisiones sobre los contenidos de la enseñanza en el que los intereses de todos queden representados.» Esto naturalmente exige un cambio de mentalidad en todo el ámbito educativo, que va desde los padres/madres hasta el profesorado, pasando por la definición de una estructura curricular diferente, para conseguir que la escuela se convierta en un espacio generador del diálogo entre grupos sociales y culturales diversos, que favorezca una auténtica igualdad de oportunidades. Pero es preciso hacer un recorrido sobre cuestiones como: - Libros de texto en los que se ignora la existencia de otras culturas que no sean la dominante, donde se realiza una lectura de la historia de los pueblos desde perspectivas discriminatorias para grupos como las mujeres, los gitanos o los trabajadores. - Lenguaje y expresiones de los profesores, actitudes de los mismos frente al fenómeno multicultural. - Estereotipos transmitidos a través de la práctica escolar, como segregación sexista o por nivel de conocimientos a la hora de estructurar el trabajo en las aulas. - El mantenimiento todavía de escuelas para gitanos, con la pretensión de ofrecerles una educación más acorde con sus características culturales y sociológicas, etc. Una posición a favor de la multiculturalidad ha de tener en cuenta que los procesos educativos contienen algo más que unos contenidos meramente cognitivos. Las personas que se educan poseen un bagaje cultural propio del grupo humano al que pertenecen, que contiene valores, actitudes y comportamientos adquiridos en un ambiente exterior a la escuela, que son determinantes para su vida y que hay que tener en cuenta en la elaboración de proyectos curriculares que se pretenden adecuados a la realidad. Eludir un etnocentrismo cultural que engulle y asimila toda manifestación cultural minoritaria exige una propuesta con los siguientes objetivos: - Desarrollo en los individuos de cierta empatía para comprender el fenómeno de la diversidad. - Conocer el origen de los conflictos, así como el carácter positivo de los mismos en el desarrollo de la intercomunicación entre grupos o personas diferentes. - Compromiso con el desarrollo de actitudes solidarias hacia el cumplimiento de los derechos humanos en una sociedad competitiva. - Valoración positiva de los logros de esos grupos distintos. - Interiorizar normas de comportamiento favorables al multiculturalismo. - Reconocimiento de la necesidad social de la interdependencia entre distintos ambientes, economías y culturas. - Adquirir las habilidades prácticas, conocimientos, destrezas y actitudes necesarias para un adecuado desenvolvimiento en sociedades pluralistas. - Desarrollar las capacidades de imaginación, investigación y racionalidad para comportarse responsablemente en el medio cultural, social y ambiental. Pero no olvidemos que el problema tiene unas raíces sociales y económicas englobadas dentro de la problemática Norte-Sur, entre países ricos (Europa en este caso) y países pobres. Hasta ayer mismo, los primeros habían mantenido una relación basada en un colonialismo depredador que ha dado como resultado el empobrecimiento de los segundos. Ahora las relaciones son de rechazo para contener a los antiguos aliados y mantenerlos alejados de unos bienes que se estiman insuficientes o escasos en unas sociedades consumistas e insolidarias, acostumbradas a vivir en la opulencia derrochadora. Marginando a su vez «a las diferentes culturas particulares en cuanto expresión de grupos étnicos, y a las subculturas propias de grupos desgajados de la estructura social (...) El conflicto, expresión manifiesta de esa desigualdad estructural, es mostrado como un conflicto de clases y no como uno derivado de diferencias culturales, religiosas o étnicas» (José M. Apaolaza y J. Cabello 1991). Es, por tanto, un conflicto incluso dentro de una misma cultura, ya que ésta se posee en función de la clase social a la que se pertenece. Y mal se puede abordar el problema de culturas diferentes a la autóctona cuando existe un grave conflicto en su propia estructura interna. Por tanto hay que empezar por analizar los problemas que genera la cultura dominante, empeñada en reproducir situaciones de desigualdad por medio de unos currícula escolares que no consideran la existencia de problemas sociales como la marginación, el racismo, el sexismo, y en general ignora la existencia de una experiencia vital en los grupos en desventaja. Esto provoca una aculturación en aras de la homogeneización, que conlleva el fracaso escolar y el abandono prematuro en amplios sectores de la población escolar marginada: gitanos, inmigrantes, clases desfavorecidas; quienes se ven expulsados de esa cultura dominante que garantiza el disfrute del nivel de progreso científico y tecnológico al que sí tienen acceso quienes están dentro del patrón «normalizado» y que presenta unos rasgos determinados: varón, adulto, blanco, activo, de inteligencia normal, alfabetizado, talla media, peso medio, sedentario, espectador. Se enfatiza lo intelectual en detrimento de la dimensión social, afectiva, estética, motórico-manual o ética de los alumnos/as. Se imponen formas de comportamiento o disciplinas escolares como legítimas, provocando desajustes y conflictos en quienes han sido socializados dentro de esos grupos no «normalizados». Aquí tenemos que reflejar los problemas de adaptación e indisciplina de los niños/as gitanos o pertenecientes a ambientes marginales, que acaban por interiorizar sentimientos de rechazo hacia la escuela y elaborando un autoconcepto negativo que en muchos casos es la antesala de actitudes antisociales, cuando no claramente delictivas. Siguiendo a Gimeno Sacristán, la propuesta curricular de carácter multicultural para una educación democrática y tolerante presenta cuatro puntos fundamentales: - Formación
del profesorado. - Diseño de
los currícula. - Desarrollo de
materiales didácticos
apropiados. - Análisis y revisión críticas de las prácticas vigentes a partir del conocimiento de la realidad. Sociología y educación juntas para favorecer un multiculturalismo enriquecedor. Como posibilidades en este sentido se ofrece la introducción de contenidos específicos sobre países, creencias, sistemas culturales ajenos, o bien una modificación del área de ciencias sociales donde realmente se desarrollen temas sobre la problemática inmediata de la sociedad. Otra posibilidad es la de introducir el pluralismo cultural en todos los componentes del curriculum que lo permitan, partiendo de la propia cultura. No perdamos de vista que el objetivo fundamental es el conocimiento de la propia cultura, así como la capacitación para valorar y respetar otras formas culturales en un ejercicio crítico de enriquecimiento mutuo, que no descarta un cambio en aquellos aspectos culturales que claramente perjudican el desarrollo humano. Esto exige la determinación de un mapa cultural que nos ofrezca una panorámica descriptiva de la cultura a estudiar y sus diferencias respecto a otras, y que contiene nueve grandes núcleos o invariantes, según Lawton: - Estructura
social-sistema social. Define
las relaciones internas como formas de producción
económica
o diversos sistemas de estratificación. - Sistema
económico o la forma de
obtener, intercambiar y distribuir recursos. - Sistema de
comunicación a través
del lenguaje y medios técnicos. - Sistema de
racionalidad científica,
religiosa, poética, etc. - Sistema
tecnológico como forma de
satisfacer necesidades diversas. De alimentación, conocimientos,
vestidos, etc. - Sistema moral,
que
comprende códigos
éticos para el comportamiento. - Sistema de
creencias sobre el mundo, el
hombre, la divinidad, etc. - Sistema
estético, o las necesidades
humanas de expresión y producción de artes diversas. - Sistema de maduración. Todas las sociedades poseen ritos y costumbres en torno a los itinerarios recorridos por cada grupo social en el paso de unos a otros. Un diseño
curricular con estos fundamentos
exige un cambio radical en el sistema escolar, pero inevitablemente ha
de ofrecer contenidos que a los alumnos los va a poner en contacto con
su propio caudal cultural, capacitándolos para ejercer una vida
democrática, tolerante y solidaria.
Apaolaza, José M. (y Joaquina
Cabello) Gimeno Sacristan, J. Molina, Esperanza |
|||||
|