Recensión
01
Pierre
Bourdieu:
Razones prácticas. Sobre la teoría
de la acción.
Barcelona, Anagrama, 1997 (traducción
de Thomas Kauf).
Por Carmen Rodríguez
Guzmán
Razones prácticas son siete
conferencias pronunciadas por Bourdieu en varias instituciones
prestigiosas
del mundo desarrollado. Una intención atraviesa toda la obra: poner
de manifiesto el procedimiento y las herramientas conceptuales
necesarias
para entender el complejo universo de lo social. Objetivo ambicioso que
no tarda en llevar a cuestiones reales.
Desde el comienzo, en el «Prefacio»
y en la primera de las conferencias que aparecen, «Espacio social
y espacio simbólico», Bourdieu deja claro que para él
«lo real es relacional». Que es un ejercicio vano y erróneo
la descontextualización de cualquier descripción y análisis
que se haga de un grupo, porque éste actúa en un momento
y espacio social determinado que condiciona el campo de lo posible. Y
que,
por otra parte, lo relacional nos conduce a la «distinción»,
a la diferencia. Los rasgos distintivos sólo existen cuando se ponen
en relación con otras propiedades. En los conceptos de espacio social
y habitus toma cuerpo su filosofía de la ciencia «relacional
y disposicional».
Haciendo gala de un espíritu un tanto
provocador, afirma que las clases sociales no existen. Lo que existe es
un espacio social de diferencias, en el que las clases sociales existen
no como algo dado sino como algo en permanente construcción. En
este sentido, apuesta por el estudio de los mecanismos que se encargan
de la reproducción del espacio social y del espacio simbólico,
en detrimento de la obcecación por presionar a la realidad con un
modelo teórico preconcebido.
Hablando de mecanismos de reproducción
social, Bourdieu, a través del análisis de la institución
escolar, en «El nuevo capital», ejemplifica como se lleva a
cabo la reproducción de la estructura de la distribución
del capital cultural, uno de los dos principios de diferenciación,
junto con el capital económico, de las sociedades avanzadas. La
escuela selecciona y separa a los poseedores del capital cultural
heredado
de los que carecen de él, produciendo así una nobleza escolar
hereditaria legitimada por el título escolar. Pero no se debe caer
en el recurso fácil del conspiracionismo, es decir, creer que la
resultante es fruto de un plan perfectamente orquestado, ya que los
agentes
reproducen, la mayoría de las veces, el orden sin saberlo, ni quererlo.
El culto a la escuela como instrumento
de
perpetuación de la desigualdad social supone un obstáculo
para el rendimiento técnico del sistema. Prueba de ello es el desprecio
a la formación profesional y el apoyo a la enseñanza privada.
Una de las intenciones más evidentes
que se propone Bourdieu con sus propuestas conceptuales (conocidas ya
por
otras obras suyas) es «resolver» algunas cuestiones que la
teoría marxista no culminó con éxito. Sin duda, el
tema de las clases sociales es el meollo de la cuestión. En el anexo
«Espacio social y campo del poder», Bourdieu sostiene que Marx
dio soluciones teóricas a un problema práctico: «la
necesidad, para cualquier acción política, de reivindicar
la capacidad, real o supuesta, en cualquier caso creíble, de expresar
los intereses de grupo; de manifestar --es una de las funciones
principales
de las manifestaciones-- la existencia de ese grupo y la fuerza social
actual o potencial que son capaces de aportar quienes lo expresan y,
por
eso mismo, lo constituyen como grupo» (página 48).
Con la noción de espacio social
soluciona
el problema de la existencia o no de las clases sociales, porque no
niega
lo esencial: la diferenciación social generadora de antagonismos
individuales y colectivos.
En su intento de desmontar el entramado
de
supuestos sobre los que se levanta la sociología actual, Bourdieu
pone el dedo en la llaga con la pregunta, que da título a uno de
los mejores capítulos de este libro, «¿Es posible un
acto desinteresado?». Para exponer sus tesis sobre la noción
de interés, sustituye a ésta por otros conceptos como illusio
(el hecho de tomarse el juego en el que uno está metido en serio)
o libido. El mundo social mediante la socialización transforma la
libido biológica, la pulsión indiferenciada, en libido social,
intereses específicos. Éstos son intereses socialmente constituidos,
varían en función de las cosas que se consideran importantes
o carentes de todo interés en cada espacio social.
Al pensar la acción social, dos
hipótesis
marcan la reflexión sociológica: los agentes se mueven por
razones conscientes, para conseguir unos fines con el menor coste
posible;
y, los motivos se reducen a lo económico, al beneficio material.
De lo que se trata es de buscar la complejidad que dé cuenta de
cómo se produce cualquier acción social. Por lo tanto, hay
que entender que entre los agentes y el mundo social hay corrientes
subterráneas,
infraconscientes, que las tesis implícitas en las acciones de las
personas forman parte de lo no reconocido. Las ciencias humanas han de
desconfiar de modelos que expliquen las acciones del mismo modo que la
teoría de los juegos, ya que muy pocos comportamientos se rigen
por intenciones estratégicas.
El hecho de reducir a lo material los
motivos
subyacentes a toda acción, es lo que ha hecho el economicismo
tradicional,
pensando erróneamente que las leyes de funcionamiento de uno de
los campos sociales (el económico) valen para todos los campos.
Las sociedades son capaces de producir unos habitus
predispuestos
al desinterés y unos universos en los que el desinterés es
recompensado. La función de la ideología es plantear como
universal, como desinteresado, lo que en realidad es un interés
particular.
Conocedor de la importancia de lo
inconsciente
en el mundo social, Bourdieu, en «Espíritus de Estado. Génesis
y estructura del campo burocrático», analiza la capacidad
del Estado para imponernos desde la escuela las categorías de
pensamiento.
Si el Estado puede ejercer el monopolio del empleo legítimo de la
violencia física y simbólica es porque llega a los cerebros
de todos a través de estructuras mentales, de percepción,
de pensamiento. Se hace necesario repensar las categorías con las
que pensamos el Estado, sin embargo esta aspiración debe hacerse
extensiva a todo el universo social. El autor nos muestra como el
Estado
es el resultado del proceso de concentración de los diferentes tipos
de capital (de fuerza física, económico, cultural, informacional
y simbólico), dando como resultado un capital específico
que permite ejercer un poder sobre los demás tipos de capital. Mientras
el Estado pueda producir e incorporar estructuras cognitivas que sean
acordes
con las estructuras objetivas, no tendrá necesidad de poner en marcha
los mecanismos de violencia física.
El manejo adecuado de ciertas reglas, no
siempre
explícitas y el cumplimiento de unas determinadas formas son unas
de las máximas para adquirir soltura en la adquisición y
manejo del capital simbólico. Bourdieu se propone extraer los
principios
generales de «La economía de los bienes simbólicos»,
título de su sexta conferencia, mediante el estudio de los presupuestos
que conforman la práctica de los regalos. Este tipo de intercambios
contienen dobles verdades que en ningún caso deben hacerse explícitas.
Jamás un regalo debe parecer la devolución de uno anterior,
además de hacer caso omiso del precio que tuviera. El compromiso
tácito que sobre estas reglas se establece es demostrar que se está
dispuesto a cumplirlas.
Un correcto seguimiento de estos
acuerdos
sociales en relaciones que impliquen posiciones de dominación y
sumisión, puede transfigurarlas en relaciones afectivas que en ciertas
ocasiones se presentan más efectivas.
Pensar a los que piensan el mundo,
reflexionar
sobre lo que producen son temas recurrentes en la trayectoria de
Bourdieu,
en el libro les consagra la tercera conferencia, «Para una ciencia
de las obras», y sus dos anexos, «la ilusión biográfica»
y «la doble ruptura». En este último se pone de manifiesto
que la sociología de la ciencia debe poner de relieve la dimensión
social de las estrategias científicas y la lógica agonística
del funcionamiento del campo científico (como todos los demás,
aunque cada uno tenga sus propias leyes de funcionamiento).
El autor se empeña en recordar que
las condiciones económicas y sociales en las que viven los creadores
afecta a su pensamiento, es decir, que existe «El punto de vista
escolástico». Que utilizar conceptos con pretensiones de validez
universal, es caer en el anacronismo y en el etnocentrismo de clase, es
obviar que la capacidad de sentir, de tener curiosidad e interés
por algo está mediatizada por las «condiciones históricas
y sociales de posibilidad», que solemos confundir lo universal con
lo particular. La mayor parte de las obras que consideramos universales
(derecho, ciencia, arte, religión,...) nada tienen de ello. Bourdieu
se decanta: «La única salida a la alternativa del populismo
o del conservadurismo, dos formas de esencialismo que tienden a
consagrar
el statu quo, consiste en trabajar para universalizar las
condiciones
de acceso a lo universal» (página 216).
Razones prácticas. Sobre la teoría
de la acción es una obra cargada de sugerentes reflexiones.
A través de una prosa llena de matices, para dar cuenta del complejo
entramado de lo social, Bourdieu nos muestra las posibilidades que
ofrece
el acercamiento sociológico que él propone. A lo largo del
libro aparece la intención de superar, de resolver, quizás,
de ajustar cuentas con la teoría marxista. Sin embargo, esto conlleva
el riesgo de realizar un eclecticismo teórico imposible, que
paradójicamente
iría contra su apuesta por el uso riguroso de los conceptos.
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Recensión
02
Francisco
Vázquez García y Andrés Moreno Mengíbar:
Sexo y razón. Una genealogía
de la moral sexual en España (siglos XVI-XX).
Madrid, Akal, 1997.
Por José Luis Moreno
Pestaña
La desconsideración de la identidad
histórica de la sexualidad acarrea cuatro presupuestos profundamente
anclados entre los implícitos de nuestro tiempo: la sobrevaloración
de la influencia de lo sexual sobre nuestra identidad, la idea de que
esa
esencia constituye un rector oscuro de nuestras más variadas esferas
de la personalidad, la creencia de que ese fondo puede ser aprehendido
por un pertinaz discurso científico que --cuarto presupuesto-- nos
proporcionaría las claves para diferenciar la sexualidad normal
de la patológica.
Para sacarnos del sueño dogmático
de la razón sexológica han escrito Andrés Moreno y
Francisco Vázquez este libro kantiano. Desvelando el normativismo
que segregan tales marcas en nuestro inconsciente, persiguen un claro
interés
práctico, como corresponde a un libro inspirado por esa ilustración
muy corregida (pero ilustración al fin y al cabo) que nace de la
apuesta foucaultiana: evitar la colonización del cuerpo por un discurso
que excluye otras formas de identidad personal, amparado en la supuesta
dignidad inmaculada que adquiere la modulación científica
de la ideología. Lo hacen sin realizar proclamas radicales (de eso
ya hay mucho en la tradición abierta por el autor de La voluntad
de saber), sino entrando en faena: analizando el peculiar modo en
que
la visión sexualizante de la individualidad se incardina en la historia
de nuestro país. A historiadores corresponderá debatir su
trabajo. Al que escribe intentar dar cuenta resumidamente de un texto
inmenso
y complejo, de trabajosa pero estimulante lectura para todos aquéllos
que quieran interrogarse cobre los signos de violencia que llevan
incrustadas
las categorías de uso cotidiano en las ciencias humanas y, lo más
arriesgado, en los aspectos que consideramos más privativos de nuestra
experiencia personal.
El libro se abre con una introducción
metodológica donde, lejos de aislar la herencia foucaultiana de
otros tipos de interrogaciones, se busca una complementariedad que
evite
las aburridas banderías sectarias con que las capillas combaten
para evadir las interrogaciones fundamentales. En esa introducción
no todo es satisfactorio: no se entiende cuál puede ser la aportación
de Bataille a un proyecto historizador de la sexualidad, convence poco
la caracterización del freudomarxismo. En ello subsisten algunos
discutibles «tics» de la ortodoxia foucaultiana. Pero lo más
interesante de un método no es su enunciación sino su capacidad
para alumbrar el objeto que a sí mismo se propone como propio.
El primer territorio en que se adentra
el
trabajo es el de la sexualidad infantil. Para ello, los autores
realizan
un amplio y profundo recorrido por las diversas pragmáticas de la
confesión hasta el advenimiento de la hegemonía de la hexagouresis.
La matriz pragmática de ésta permanecerá en la empresa
filosófica de la modernidad. Sus rasgos relevantes: fijación
de la interrogación, no en la acción concreta, sino en el
ladino movimiento de la interioridad subjetiva; dependencia perenne de
un director espiritual; renuncia, en fin, a sí mismo en favor de
una inacabable purificación completa del confesado. Las formas de
lo impensado inaccesible, dónde se incrustará el dominio
del tutor de la interrogación, podrán llamarse deseo o voluntad,
pero siempre configurando un común acto de habla: las mismas posiciones
de privilegio del interpretante, idéntico sometimiento inacabable
del interpretado, similar estructura inerradicablemente esquiva del
objeto
de conocimiento, equivalente promesa de una liberación absoluta
cuya tardanza es directamente proporcional al grado de atormentamiento
en la interrogación del liberable sobre su recóndito y oscurecido
ser. Tal espacio epistemológico va a disparar ante la masturbación
y la polución involuntaria todos los sensores epistémicos.
Los dispositivos de biopolítica transformarán el campo que
acentuó la Contrarreforma conservando su estructura: ya no espera
el averno al pajillero, ahora es la excepcionalidad del desviado, la
improductividad
del ciudadano que no concursa a la construcción de un cuerpo social
sano y productivamente disponible. La lucha contra la molicie se
convierte
en espacio de cruce de unas técnicas de organización del
cuerpo individual y de vigorización del cuerpo colectivo, de una
burguesía que se exaspera por darse una autoimagen alternativa a
la dignidad de la sangre aristocrática y a la degradación
del proletariado incipiente y harapiento. Para perfilar en España
ese proceso poco sirven las particiones topológicas entre derecha
e izquierda: desde la Institución Libre de Enseñanza hasta
las élites del turnismo, la regeneración social aparece bajo
los siniestros significantes de un robustecimiento biológico
terapeutocráticamente
conducido. La educación sexual es a los ojos de Moreno y Vázquez
otra cosa que la pelea de la ciencia contra las tinieblas religiosas:
es
un dispositivo de regulación eugenésico de la población
en el que organicismo y psicoanálisis se sucederán sin variación
estructural. Bajo estos presupuestos los autores desarrollan una
hipótesis
cuyo riesgo no debería pasar desapercibido: el franquismo sólo
rompe aparencialmente con los mecanismos eugénicos desarrollados
durante finales del siglo XIX, primer tercio (República incluida)
del XX. En nuestro tiempo esta batalla con la manuela como pretexto
cambia
formas sin dejar de totalizar al individuo y de reducir su identidad a
una subjetividad sexuada: ahora el autoerotismo será exaltado como
vía hacia ese orgasmo perfecto en cuyo seno una sociedad de anoréxicas
y cachas, conducida por sexólogos y «psicólogos positivos»,
ansía caer a mayor gloria de la paz social y, cómo no, de
los mecanismos capitalistas de combate de la sobreproducción.
El segundo capítulo se dedica al
monstruo
indefinido. Antes del siglo XVII, la posibilidad del hermafrodita era
admitida
hasta que un discurso médico lo radica como síntoma de la
detención del desarrollo. Las instituciones del ejército
y el matrimonio exigirán que ese proceso de identificación
del individuo en un sólo sexo se extienda al conjunto social,
incentivada
a final de siglo por la teoría de la defensa social de la que la
indefinición sexual comenzará a adquirir ese aura aterradora
de la que aún hoy no se ha liberado. Un proceso continuo de
subjetivación
y auratización que localizará la ambigüedad sexual en
la historia subjetiva y, unirá su desarreglo pasional a una secreta
recriminación moral delimitada por las instituciones familiares.
El pederasta y el morfológicamente degenerado fundirán sus
dos siluetas en el imaginario colectivo. En España, esa condensación
de la figura del monstruo tardará un tiempo. El tiempo que tardan
la exportación de la escuelas lombrosianas o degeneracionistas que
establecerán al degenerado en el árbol del desarrollo evolutivo.
Si bien el psicoanálisis permite la desestigmatización del
placer perverso, lo hace según los autores a costa de una
psiquiatrización
global de todos los individuos, que estarían dotados de la misma
problemática ontogenética. El funcionalismo autoprobatorio
que despide este argumento ni mucho menos resulta convincente. El
franquismo
recuperará un organicismo que el conocimiento de la barbarie nazi
desterrará absolutamente... hasta que una incipiente sociobiología
lo recupere en la era del imperio neoliberal, donde el mal se convierte
en escándalo y en excepción desviada.
El siguiente capítulo está dedicado
a la prostitución. En él, el lector no encontrará
aportaciones sustanciales a los dos volúmenes que los autores
publicaron
en la universidad de Sevilla (Poder y prostitución en Sevilla,
I: 1995, II: 1996). El paso de la mancebía a la casa de tolerancia
es descrito de forma ágil hasta el triunfo, durante el franquismo,
de la alianza erradicadora de la prostitución que encabalga en un
discurso eugénico a feministas y fascistas, a jesuitas y
regeneracionistas.
Frente a ellos, los autores reclaman una nueva política
neorreglamentista
de la que en otras ocasiones les he oído desconfiar. Cuestión
sobre la que sería de interés pedirles un posicionamiento
pausado para el que están dotados como pocos.
El último capítulo es, sin duda,
magnífica culminación de este libro brillante. Dedicado a
analizar cómo se construye una historia del género a partir
de la diferenciación biológica, expone con una meticulosidad,
merecidamente enrrabietada, el proceso de una invisible derrota
política:
la de las mujeres por parte de un discurso jurídico, literario y
--cómo no-- científico. Recortadas desde la baja edad media
sus capacidades legales, desexualizada por el amor platónico,
minorizada
por la medicina como varón subdesarrollado, la madre será
consagrada a la reproducción de la especie. Los modelos negativos
se suceden en este encierro: primero, la honrada se recortará desde
la prostituta; después, la centrada se individualizará por
referencia a la ninfómana y la histérica. Sobre esta última
la evaluación del psicoanálisis es de un loable esprit
de finesse. Desprendida la histeria del útero (a la que
etimológica
y discursivamente estuvo largo tiempo ligada) y localizada como
enfermedad
mental no dejará de aludir al fondo inevitable de la mujer, ente
sexualmente saturado con menor potencial de desviación instintiva
hacia actividades superiores. La lógica de clase capturará
este discurso en una práctica de diferenciación simbólica
con el que la mujer burguesa será disciplinada para la procreación
en una malthusiana lucha de clases contra el multiplicado proletariado.
A su vez el camino hacia la patologización de los intentos de la
mujer por el acceso al nivel simbólico está servido: una
vergonzosa taxonomía de la que aún se nutre hoy el imaginario
colectivo se moldea como instrumento de despolitización del conflicto
de género. La construcción de la buena madre atizada desde
el siglo XVIII hasta hoy, con participación del progresismo eugénico
(personajes como Marañón reciben un retrato poco halagüeño
en este capítulo), ha sido vencida trabajosamente por las luchas
de las mujeres. Victoria que el neoconservadurismo destructor del Welfare
y rehabilitador de las solidaridades tradicionales (es decir, acuñadas
por la doble opresión de clase y género), puede volver efímera.
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Recensión
03
Joan Prat:
El estigma del extraño. Un ensayo
antropológico sobre sectas religiosas.
Barcelona, Ariel, 1997.
Por José Luis Solana
Ruiz
Si convenimos en que lo que caracteriza
al
avance del conocimiento no es la redundancia en lo ya sabido --y, en
absoluto,
desde luego, la contribución al mantenimiento de cómodas
falacias--, sino la instauración de perspectivas desde donde se
iluminen nuevas dimensiones de la realidad, enriqueciendo, así,
nuestra comprensión de ella, entonces nos hallamos ante uno de esos
libros, por desgracia no siempre abundantes, que contribuyen al avance
de nuestros conocimientos y, en concreto, por lo que concierne al tema
específico del que se ocupa, a la mejora de nuestro saber sobre
el fenómeno de las sectas.
La obra se divide en siete capítulos.
En el primero, «La imagen social de las sectas: un retrato robot»,
se dibuja la imagen social mayoritaria, claramente desfavorable y
conformada
a base de estereotipos negativos, existente sobre las sectas. Según
esta imagen, el proceso de entrada en una secta es resultado de un
lavado
de cerebro y de engaños; el futuro sectario es concebido como víctima;
quienes ingresan en una secta son personas frustradas, marginales,
idealistas,
inadaptados sociales; en la secta, las personas son sometidas a un
programa
intensivo de desprogramación de su antigua personalidad y de su
capacidad crítica, para reprogramarles una personalidad dependiente,
se les obliga a romper sus lazos sociales y se les encapsula
progresivamente
en el grupo sectario; por lo que al funcionamiento interno de las
sectas
se refiere, éstas serían organizaciones totalitarias, rígidamente
estratificadas, autoritariamente gobernadas por líderes psíquicamente
enfermos, con afán de poder, líderes que viven en la opulencia
mientras exigen a sus adeptos la renuncia a los bienes materiales. Una
vez expuesta esta imagen social de las sectas, el autor formula quince
lúcidos y provocativos interrogantes en los cuales compara situaciones
muy similares existentes tanto en las sectas como en las instituciones
religiosas mayoritarias socialmente legitimadas, mostrando la
contradicción
existente al darle trato dispar a situaciones muy similares. Estos
interrogantes
(y posteriormente el análisis histórico del surgimiento del
cristianismo) muestran que no hay diferencia de esencia entre una secta
y una religión mayoritaria. La diferencia radica en el distinto
grado de legitimidad o ilegitimidad del que gozan.
En el capítulo segundo, «Ortodoxia
y herejía: las minorías religiosas en la historia»,
Prat muestra cómo algunas religiones actualmente mayoritarias fueron
en el pasado consideradas como sectas heréticas y cómo su
imagen fue tergiversada por las religiones, en aquellos momentos
mayoritarias,
a las que venían a hacer competencia. Muestra cómo la relación
entre herejías y ortodoxia es cambiante, de modo que lo que en un
momento dado era herejía puede, con el tiempo, pasar a ser ortodoxia
y viceversa. Trae a colación el conflicto entre paganos y cristianos
para recordarnos que el cristianismo fue considerado por el judaísmo
como una herejía y como religo illicita durante el período
romano. Con el edicto de Constantino se produjo la institucionalización
del cristianismo y su paso de secta a religión mayoritaria social
y políticamente legitimada. Quienes habían sido considerados
como secta, pasaron a convertirse en ortodoxia, a tachar de herejía
las opiniones discrepantes y a enfrentarse a ellas. Prat se ocupa de
las
herejías cristianas. Igualmente, estudia el catarismo, así
como las relaciones entre sectas fundamentalistas y católicos en
los Estados Unidos, durante los siglos XVIII-XIX (mormones, cuáqueros,
etc.). Todo el capítulo tiene como eje la tesis de que «la
misma controversia y hostilidad que hoy caracteriza la emergencia de
las
llamadas sectas en el pasado acompañó a la aparición
de algunas de las grandes confesiones norteamericanas». La imagen
social negativa de las sectas, con independencia de la verdad de
algunas
de las acusaciones que sobre ellas se vierten, sólo se comprende
en función del conflicto de intereses que se genera, por dominar
determinados ámbitos sociales, entre las instituciones religiosas
mayoritarias y las sectas minoritarias. Esta tesis será retomada
y desarrollada en el tercer capítulo («La lucha por la legitimidad
religiosa: intereses, conflictos y protagonistas»), donde se ocupa
de la definición de secta, de los tipos de sectas, de los rasgos
caracterizadores de una secta y de las constantes en virtud de las
cuales
se estigmatizan las sectas.
Además, en este tercer capítulo,
el autor analiza el discurso contra las sectas esgrimido por los
familiares
de los sectarios, las organizaciones anti-sectas, las iglesias, el
Estado
y los apóstatas, así como los intereses respectivos que cada
uno de estos grupos tienen para lanzar sus arengas. Se ocupa del
surgimiento
y propósitos de las asociaciones antisectas, del personaje del
desprogramador,
de la técnica de la «desprogramación» y de la
medicalización del proceso de adscripción a una secta en
tanto que modelo presupuesto por los defensores de la desprogramación.
Según la concepción tópica, antes de su entrada en
la secta se da por sentado que la persona es «normal» (racional,
autónoma, crítica, equilibrada) y cuando entra a formar parte
de la secta se convierte en «patológica» (fanático,
acrítico, manipulado). Con lucidez, Prat muestra cómo este
modelo, además de ser falso, es también interesado, pues
conviene a los padres, a los desprogramadores y a los antiguos
sectarios.
En el capítulo cuarto («El trabajo
de campo en sectas religiosas»), a partir de varias monografías
sobre distintos grupos sectarios y de su experiencia de campo, Prat
aborda
los aspectos relacionados con el trabajo de campo con grupos sectarios.
Nos habla del desajuste existente entre la imagen negativa hegemónica
sobre las sectas y lo que él iba descubriendo en su trabajo de campo
sobre los sectarios al tratar con ellos. Los sectarios no eran
individuos
deprimidos, no eran zombis sometidos a un lavado de cerebro, no habían
sido coaccionados ni engañados para unirse a la secta. Este desajuste
le llevó al intento de descubrir y manifestar la complejidad de
un mundo --el de las sectas-- que suele ser presentado de forma
simplista,
estereotipada y sesgada. Se ocupa de la observación participante
como estrategia de investigación, de los problemas y las peculiaridades
que plantea su utilización en el estudio de las sectas. Valora las
distintas estrategias de observación participante, sus pros y contras,
los problemas éticos y metodológicos que plantean. Posteriormente,
y como finalización del capítulo, comenta brevemente algunas
de las técnicas de investigación utilizadas con mayor frecuencia
en el estudio de los grupos sectarios.
En el capítulo quinto, titulado «Los
procesos de conversión», tras ocuparse de la definición
de conversión y de los tipos o patrones de conversión distinguidos
en la literatura especializada, presenta una panorámica sobre la
literatura teórica especializada, revisando los dos grandes paradigmas
tradicionalmente manejados para explicar las sectas: la teoría del
lavado de cerebro y las teorías causales que apelan a motivos sociales,
psicológicos y culturales para explicar cómo y por qué
determinados individuos deciden convertirse en miembros de una secta.
Nos
informa sobre el surgimiento de las teorías sobre el lavado de cerebro;
resume los elementos que, según distintos autores, integran un lavado
de cerebro; y muestra la aplicación indiscriminada, grosera y
sistemática
que, desde mediados de los años 70, se ha hecho de las tesis del brain
washing al mundo de las sectas. Tras su crítica al modelo del
lavado de cerebro, se ocupa de los modelos causales explicativos de la
conversión a sectas religiosas, para finalizar refiriéndose
a los intentos de armonizar los modelos centrados en la organización
y los centrados en los individuos conversos.
En «Siguiendo los pasos de los Hare
Krisna» (capítulo sexto), a través de un estudio etnográfico
sobre los Hare Krisna se ilustran las teorías causales sobre la
conversión. Si, como hemos visto, el capítulo anterior presentaba
una panorámica teórica sobre el fenómeno de la conversión,
este se centra en la exposición del material etnográfico
recogido y, más en concreto, en la exposición de ocho historias
de vida de varios devotos de Hare Krisna. Tras presentar por separado
los
relatos biográficos de cada uno de los ocho informantes, el autor
entresaca, mediante el análisis de los datos obtenidos, el «tipo
ideal» de la conversión a Hare Krisna, así como las
distintas etapas y fases a través de las cuales acontece este proceso
de conversión. Prat pone de manifiesto como, contrariamente a lo
propugnado por el modelo del lavado de cerebro, el sectario se
interroga
continuamente, compara su presente con su pasado, su vida dentro de la
secta con lo que era o puede ser su vida fuera de ella, es consciente
de
las múltiples dificultades que el cumplimiento de las normas de
la secta le plantean y de lo arduo de cumplirlas.
El capítulo séptimo, y último,
«Iniciación, liminaridad y experiencia religiosa», tiene
dos objetivos esenciales. En primer lugar, Prat intenta situar el
proceso
de iniciación sectaria en el contexto más general de las
iniciaciones, tal como se desarrollan en las sociedades
industrializadas.
A diferencia de éstas, la iniciación sectaria no está
prevista ni legitimada socialmente, lo que conduce a su rechazo y lo
explica.
En segundo lugar, intenta enfocar la condición liminar y marginal
que supone el estigma del sectario desde los planteamientos de Victor
Turner
y mediante la aplicación de conceptos como los de marginación,
rechazo social, estigma, liminaridad y communitas.
Realiza
un repaso de cómo se han entendido los relatos de conversión
en la literatura especializada. Por una parte, los relatos de
conversión
se han considerado como construcciones ideológicas, como relatos
no reales u objetivos, sino construidos ideológicamente en función
de determinadas pautas paradigmáticas establecidas por la secta
a la que se pertenece y consideradas como apropiadas por ésta; serían
reinterpretaciones retrospectivas de lo que ocurrió, modificadas
en función de los intereses presentes. Por otra parte, los relatos
de conversión se han interpretado como relatos iniciáticos,
como productos simbólicos similares a los mitos de una cultura.
A raíz de esto, Prat estudia los rituales de iniciación,
se ocupa de los estudios antropológicos sobre los rituales de
iniciación
y muestra los grandes ejes que estructuran todo proceso iniciático,
tanto las iniciaciones desarrolladas en las sociedades tribales como
las
que ocurren en nuestras sociedades. Posteriormente, compara la
experiencia
religiosa sectaria con la experiencia iniciática y liminar, mostrando
sus similitudes estructurales. Siguiendo la distinción de Turner
entre estructura y communitas, muestra cómo los sujetos
liminares
suelen vivir en una solidaridad comunal, manteniendo relaciones
igualitarias
y de compañerismo. Con otros autores, Prat defiende que la iniciación
en un grupo sectario es estructuralmente similar a las iniciaciones en
el servicio militar o en la vida monástica. Lo que ocurre es que,
como ya hemos apuntado, mientras en estos dos últimos casos la
iniciación
está reconocida y controlada por la sociedad mayoritaria, la iniciación
sectaria sólo lo está por la secta, no es reconocida por
la sociedad hegemónica quien la estigmatiza.
Como reconoce el autor, el hecho de que
el
libro haya sido concebido y trabajado en Norteamérica introduce
en él «un sesgo estadounidense exagerado» que se nota,
sobre todo, en la bibliografía y en los ejemplos utilizados. No
obstante esta limitación --por otro lado más que lógica--,
nos hallamos ante un libro bien hecho, capaz de instaurar un punto de
vista
sobre las sectas distinto al de los tópicos redundantes y al de
la espectacularización mediática al uso. Quienes --como el
que escribe-- siempre hayan desconfiado (y, no sin razones, seguirán
desconfiando) de las sectas, pero se nieguen por principio --como quien
escribe se niega-- a toda simplificación «sectaria»,
tienen en esta obra, de prosa clara y precisa, una lectura necesaria
que
les aportará un conocimiento más complejo y menos simplificador
sobre el fenómeno de las sectas.
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Recensión
04
Joan
Prat:
El estigma del extraño. Un ensayo
antropológico sobre sectas religiosas.
Barcelona, Ariel, 1997.
Por Rafael Briones
Gómez
Hay libros que se esperan como a las
nuevas
criaturas, porque se han deseado, se ha seguido el proceso de su
gestación
y se sabe de ellos de antemano; con una cierta impaciencia se desea
tener
delante esa síntesis necesaria y madura sobre un tema frecuentemente
tratado a la ligera, panfletariamente o con posturas ideológicas
partidistas. Esto es lo primero que quiero reseñar en este libro
con el que he disfrutado y he organizado ideas al leerlo. Desde hace
años
Joan Prat ha coordinado una investigación colectiva muy seria sobre
un problema que se había tratado hasta ahora desde la perspectiva
de los grupos hegemónicos y de poder --tanto en el ámbito
religioso como civil-- y desde unas claves de análisis utilizadas
como estigmas para marginar, descalificar, satanizar y neutralizar a
ciertos
grupos minoritarios. Los libros del periodista Pepe Rodríguez, ricos
en información sobre las sectas, están planteados en esta
clave de grupos «destructivos» de la personalidad. Igualmente
el libro de Pilar Salarullana ha sido también un punto de referencia
para informarse en este terreno. Estaba ya haciendo falta en lengua
castellana
un estudio diferente sobre este hecho social, con pretensiones de
objetividad
y sin militantismo. Desde la aproximación antropológica y
tras varios años de investigación personal y en grupo se
nos ofrece una obra de riqueza etnográfica, teórica y metodológica
para todos los que estamos interesados en estudiar este tema o en
comprenderlo
y vivir con él.
Entre los valores del libro habría
que resaltar en primer lugar la bibliografía utilizada. Sin duda
es la más completa que conozco sobre el tema. Esto supone una magnífica
aportación a todos los que estamos en el estudio de este tema. Es
de sobra conocida la capacidad, esfuerzo y pericia del autor para estas
recopilaciones bibliográficas. Ya en el año 1977 publicó
en la revista Ethnica (nº 13) una magnífica «Aproximación
a la bibliografía antropológica sobre España»,
que ha sido punto de referencia en la disciplina en España. Es de
alabar también la manera de utilizar dicha bibliografía.
No sólo se citan las diferentes obras a lo largo del texto, remitiendo
a la lista bibliográfica del anexo, sino que se introducen los
contenidos
y aportaciones de los autores en el momento oportuno cuando se está
intentando clarificar alguna problemática. Como debe ser, Prat ha
leído a sus autores y sus magníficas síntesis nos
benefician y acercan al lector a muchos autores que o no se conocían
o no se ha tenido tiempo de leer. Nos damos cuenta que el autor los ha
leído pacientemente y los ha asimilado, sintetizado y anotado. Es
llamativo, no obstante, el predominio casi exclusivo de autores
norteamericanos.
¿Es que en otros países no se ha estudiado tanto el fenómeno?
Podría ser. No obstante echo de menos entre la casi inexistente
bibliografía francesa, autores como, por citar algunos, Françoise
Champion y Danièle Hervieu-Léger, que desde hace una decena
de años están investigando estos fenómenos y publicando,
con aportaciones complementarias a la literatura inglesa, que sería
interesante incorporar a la obra (cito dos de las publicaciones que han
coordinado: De l'émotion en religion. Renouveaux et traditions.
París, Le Centurion, 1990. Sortée des religions, retour
de religieux. Lille, L'Astragale, 1992). También en Italia
autores como Introvigne podrían haber sido trabajados, incorporados
y discutidos.
Quiero resaltar también positivamente
la riqueza de materiales etnográficos que incorpora la obra y desde
los que se intenta teorizar. Prat no se ha puesto a escribir el libro
tras
una ligera y rápida toma de contacto con el fenómeno de las
sectas religiosas. Han sido varios los años de contacto intenso
directa y personalmente sobre todo con tres sectas de matiz diverso y
complementario:
gnosis (de orientación filosófico-humanista), Hare Krisna
(de tradición oriental) y los Testigos de Jehová (de origen
cristiano). Se nos da en el libro, de manera minuciosa, estos contactos
con la realidad estudiada. Además, de modo indirecto, Prat ha dispuesto
en los últimos años de un material etnográfico que
le ha ido llegando y que le ha ido planteando problemas teóricos
a través de alumnos, que han ido haciendo investigaciones parciales
que han terminado en pequeñas etnografías sobre muy variados
grupos y, sobre todo, de algunos que han hecho sus tesis, dirigidas por
Prat, sobre algunos de estos grupos (Testigos y Hare Krisna). Estos le
han ido hablando a lo largo de la elaboración de la tesis de sus
experiencias de observación participante y, además, le han
permitido que tenga acceso y utilice estos materiales. De ambos
materiales
etnográficos ajenos utilizados el autor da minuciosa y detallada
cuenta en su libro. También en este apartado habría que puntualizar
que esta riqueza etnográfica, si la consideramos más ampliamente,
la vemos limitada a algunas sectas. En algún momento he echado de
menos referencias etnográficas a otros tipos de sectas, sobre todo
aquellas que la opinión pública más ha señalado
como «destructivas», por haber ocasionado escándalos
que se han aireado. Se podría decir que todo no se puede tratar,
que es una opción metodológica. Y justo aquí está
la crítica: si desde el principio del libro se presenta la imagen
social o retrato robot de las sectas en su percepción social (muy
buen capítulo) y si se quiere desmontar esa imagen habría
que haberlo hecho utilizando y analizando también materiales de
estos grupos considerados más como destructivos. También
aquí yo vería una laguna del libro.
Me resulta especialmente rico también
el capítulo IV, sobre el trabajo de campo en sectas religiosas.
Se hace un recorrido por diferentes autores, más sociólogos
y menos antropólogos, que se han acercado a estudiar a colectivos
religiosos minoritarios. También aquí el autor demuestra
rigor y trabajo serio. En su estancia en Berkeley, en la Graduate
Theological
Union Library, según él «la biblioteca más completa
sobre religiones que uno pueda imaginar», tuvo acceso a muchas
monografías
sobre el tema y trabajó sobre una muestra de 21 monografías,
analizando la metodología empleada en ellas para abordar las sectas
como objeto de estudio. Se detiene en presentar la manera como han ido
realizando en cada caso la observación participante y otras técnicas
de recogida de materiales, sobre todo la entrevista. Resulta muy
ilustrativo
para los que no tienen posibilidad material ni tiempo de manejar toda
esta
literatura las reseñas y síntesis tan cuidadas que tenemos
en el libro. La otra fuente para hablar de la metodología del trabajo
de campo la encuentra Prat en su propia experiencia de investigador y
de
director de investigadores. Cuando presenta otras metodologías las
va cotejando con la experiencia propia. Por eso transmite en todo
momento
la sensación de que el autor sabe de lo que habla por propia
experiencia
y no repite lo que otros dicen que hay que hacer en las estrategias y
relaciones
que implica el trabajo de campo. Valoro en el libro la sinceridad del
autor
para no ocultar los momentos de perplejidad y las contradicciones y
fragilidades
de la investigación antropológica. Hablar con toda modestia
de una tarea que se ha experimentado lleva a que el autor haga
afirmaciones
muy personales y equilibradas que impactan a los que estamos en
situación
parecida. Personalmente tengo que confesar mi coincidencia con Prat en
bastantes temas metodológicos, concretamente en la manera de entender
la importancia de la actitud empática, la tensión que hay
que mantener entre estar dentro de los sujetos-objeto de estudio
(«participando»)
y fuera («observando»).
Los restantes capítulos del libro son
aportaciones teóricas, sacadas de la vasta literatura manejada por
el autor y referidas constantemente a los materiales etnográficos.
Estas aportaciones se estructuran en torno a tres capítulos
complementarios.
En el capítulo segundo, se hace un recorrido histórico por
las minorías religiosas desde el punto de vista complementario de
la ortodoxia y herejía, centrándose en las herejías
cristianas medievales y en las generadas tras la reforma protestante,
sobre
todo en Norteamérica. A través de este capítulo se
pone de manifiesto la dinámica de las imágenes lanzadas recíprocamente,
de la visceralidad en los enfrentamientos y de la controversia social y
del conflicto de intereses que las genera y explota. El repaso de estos
datos históricos es ilustrativo para entender la realidad actual
del problema.
Otro elemento de comprensión del
fenómeno
nos lo da el capítulo III, al aportar los datos de los movimientos
antisectas, protagonizados por familias, iglesias hegemónicas y
Estado. A través de estos conflictos se plantea- y se relativiza
el tema de la legitimidad, que se resuelve a veces desde las
situaciones
de poder, haciendo coincidir a veces la verdad con la legitimación
que concede el poder y decretando condenas por no estar reconocido por
este mismo poder.
El capítulo de los procesos de
conversión
es sumamente rico en aportaciones teóricas, presentando diferentes
modelos que algunos sociólogos han elaborado para comprender sus
objetos de estudio. Tan rico que yo diría que son demasiados modelos,
hasta el punto que se hace un poco indigesto tanto autor
norteamericano.
También aquí, Prat aporta elementos teóricos para
matizar y sacar a los estudios sobre sectas de los estereotipos
simplificadores
del «lavado de cerebro».
El último capítulo sobre iniciación
y liminaridad me resulta muy sugerente. Se trata de incorporar estas
categorías
de análisis a los procesos de entrada en las sectas. También
aquí el autor recoge clara y sintéticamente las aportaciones
de Victor Turner sobre liminaridad, inspiradas en los ritos de paso de
van Gennep. Esta teoría, junto con los conceptos de instituciones
totales y voraces, desarrolladas respectivamente por Goffman y Coser, y
bien presentadas por el autor, son, a mi entender, también buenas
herramientas para desmontar y comprender los entresijos sociales y
culturales
de las sectas. Quizá este capítulo no está bien situado
al final. Yo lo pondría más en conexión con el capítulo
V, en que también se habla de conversión. Y es que los diferentes
capítulos, en mi opinión, no están del todo bien articulados.
Yo recomendaría al autor que en una próxima edición
--que estoy seguro será necesaria-- pensara en una mejor
sistematización
de lo etnográfico con lo metodológico y lo teórico.
Lo veo demasiado revuelto.
Y para terminar quisiera decir que, al
final
del libro falta para mi gusto una síntesis-conclusión, que
respondiera a la pregunta ¿y tú qué piensas? El autor
tiene elementos para hacerla. Quizá bastaría con glosar el
título acertado del libro y que me parece la gran aportación
para una consideración no estereotipada de las sectas: que lo extraño,
minoritario, novedoso puede ser respuesta parcial a búsquedas o
necesidades individuales, sociales o culturales y que los poderes
sociales
hegemónicos lo viven como amenaza o atentando y lo estigmatizan,
descalificándolo o presentándolo como destructivo o peligroso.
Porque estos grupos religiosos, en su organización y funcionamiento
interno y externo no difieren demasiado de otros grupos que están
incorporados y por tanto legitimados por la sociedad hegemónica.
Aquí estaría su diferencia.
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Recensión
05
José
Antonio González Alcantud y Salvador Rodríguez Becerra (coord.):
Creer y curar. La medicina popular.
Granada, Diputación Provincial, 1996.
Por Rafael Briones
Gómez
El presente libro recoge las actas de
las
ponencias que se presentaron en un coloquio internacional, que, bajo el
mismo título, convocaron para febrero de 1994 el Centro de
Investigaciones
Etnológicas Ángel Ganivet, de Granada, y la Fundación
Machado, de Sevilla. La idea surgió a partir del grupo de investigación
de la Universidad de Granada Laboratorio de Antropología Cultural,
que desde hacía varios años venía trabajando sobre
cultura popular en Andalucía y que, tras haber tratado el tema de
la religión y la fiesta, como tema unido a los mismos, había
iniciado una serie de trabajos de campo sobre el tema del curanderismo.
Se disponía ya de bastantes materiales que se habían empezado
a analizar teóricamente y se deseaba confrontarlos con algunos expertos
españoles y extranjeros que, con dedicación y autoridad,
venían trabajando sobre antropología de la salud-enfermedad.
Por eso se ofreció a estas instituciones el proyecto que fue avalado
y llevado adelante. El coloquio resultó de gran utilidad y ofreció
la posibilidad de conectar nuestro grupo de investigación con estos
investigadores. Las colaboraciones se han seguido posteriormente.
Es de lamentar el retraso en la
publicación
ya que estamos ante una obra sobre esta temática innovadora en la
antropología española. Se han hecho estudios sueltos pero
no tan completos y sistemáticos. A partir de ahora pienso que será
un libro de obligada consulta.
Como puede verse se trata de una serie
de
artículos tanto etnográficos como teóricos. Se presentan
datos de diferentes áreas culturales (españoles y extranjeros),
con un predominio claro de Granada, y además se intentan distintas
aproximaciones teóricas y metodológicas al fenómeno
de la medicina popular. Están presentes los puntos de vista de
etnofarmacólogos,
psicoanalistas, etnopsicólogos, folcloristas, antropólogos
sociales, historiadores medievalistas y modernos, sacerdotes y médicos.
Entre las temáticas tocadas sobresale
el curanderismo, que estaba en el origen del proyecto, en su
confrontación
con la medicina científica. Se habla del curanderismo en Alicante,
en Italia, en Marruecos, en Francia; se presenta a los usuarios de
curanderos
en el área hospitalaria norte de Granada, se pone en conexión
la enfermedad con la brujería en la zona extremeña, en un
pueblo de Málaga (Cartaojal) se presenta un estudio de caso de ir
al médico o a la curandera y, por último, desde el material
etnográfico de Granada se presenta una tipología de curanderos
desde el punto de vista de su formación (cómo se convierte
uno en curandero legítimo y auténtico).
Además de estas colaboraciones, más
en la órbita de lo descriptivo-etnográfico, otros artículos
ofrecen claves de interpretación y mejor comprensión de las
terapias populares, contrapuestas, alternativas o complementarias de
las
que ofrece la biomedicina. Una serie de artículos están en
la órbita de la psiquiatría, psicología y psicoanálisis.
Se analiza cómo la psiquiatría tradicional marroquí
conecta con los saberes populares, se presenta como importante la
relación
y la transferencia del enfermo con los diferentes agentes de salud
(curandero
o médico). Varios artículos presentan la comparación
entre sistemas variados médicos (medicinas tradicionales y medicina
oficial biomédica). Esta comparación es sumamente ilustrativa.
Otros artículos sitúan la enfermedad frente al universo de
lo religioso-mágico al que se acude con intención y estrategias
terapéuticas (enfermedades humanas con tratamiento divino, curación
hagiográfica, las sanaciones entre los pentecostales de Guatemala,
demonios y exorcismos, depresión y religión). Hay que reseñar
el interesante artículo sobre la evaluación desde la farmacología
de extractos de plantas utilizadas en medicina tradicional en Francia.
Resaltaría, además, tres artículos más teóricos
y generales que presentan las teorías étnicas y etnológicas
implícitas en las terapias populares, una tipología de articulación
entre la biomedicina y la medicina popular y el proceso de
sacralización
de la práctica médica contemporánea.
Variedad de aportaciones. Omito en esta
reseña
los nombres de los autores aunque de casi todos ellos habría que
decir que son autoridades en su materia o están trabajando con rigor
científico. El fallo de este tipo de obra es la falta de síntesis.
Hay peligro de perderse. No se tiene la oportunidad de confrontar
algunas
perspectivas que pueden parecer contradictorias. En el coloquio sí
que se realizó este trabajo. Desgraciadamente el libro no lo recoge.
Hubiera sido interesante el haber pensado en ello. Algunos artículos
sí que dan elementos para la elaboración de una síntesis.
A ello está invitado el lector. La edición ha sido bien cuidada
y conseguida.
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Recensión
06
Enrique
Luque Baena:
Antropología política. Ensayos
críticos.
Barcelona, Ariel, 1996.
Por Rafael Briones
Gómez
En este libro se recogen varios
artículos
del autor, algunos publicados en diferentes medios editoriales, otros
inéditos.
Desde 1984, se empieza el autor a ocupar de publicar sus resultados de
investigación. En este año aparece ya, en la Revista Española
de Investigaciones Sociológicas, un primer artículo de
gran valor teórico «Sobre antropología política».
Dentro del marco de la antropología social y en el campo español,
la antropología política es una disciplina reciente y poco
desarrollada.
Enrique Luque Baena, tras la publicación
de su monografía sobre Güéjar Sierra y de su magnífico
libro teórico sobre el conocimiento antropológico, se ha
venido preocupando del fenómeno político de las sociedades
complejas, superando así el tratamiento que los antropólogos
empezaron haciendo sobre lo político en las sociedades preindustriales.
Desde su experiencia etnográfica que
reflejan algunos de los ensayos, aprovechando también materiales
empíricos recogidos por otros, con un conocimiento teórico
de otros autores --para lo cual el autor demuestra una vez más su
habilidad sintética y crítica-- y con el atrevimiento de
proponer también hipótesis personales se han construido estos
ensayos. En ellos se plantean temas pertinentes y polémicos en relación
a lo político: el Estado y la comunidad rural, el poder y los factores
que lo vertebran (lenguaje, liderazgo, dramaturgia), la igualdad, el
caciquismo
y la amistad o enemistad, así como el estudio de las organizaciones
como instrumentos y vehículos de poder en las sociedades
contemporáneas.
Hay que agradecer este libro, que no es
un
manual de clase, sistemáticamente construido, pero que plantea un
conjunto de temas que son categorías operativas a la hora de comprender
y gestionar lo político en nuestras sociedades. A pesar de ser
artículos
variados el libro no se hace tedioso ni repetitivo. Se complementan
bien
los diferentes trabajos. Tras su lectura, con toda seguridad el lector
podrá comprender mejor la realidad. |
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