Recensión
01
Julien
Ries (coord.):
Tratado de antropología de lo sagrado.
Vol. 1: Los orígenes del homo
religiosus.
Vol. 2: El hombre indoeuropeo y lo sagrado.
Vol. 3: Las civilizaciones del mediterráneo
y lo sagrado.
Madrid, Trotta, 1995.
Por Rafael Briones
Gómez
El Tratado de la antropología de
lo sagrado se presenta en tres volúmenes, dirigidos y coordinados
por Julien Ries, profesor de historia de las religiones en la
Universidad
de Louvain-la-Neuve y ha sido realizado con la colaboración de cerca
de cincuenta especialistas de diversas disciplinas en la ciencia de las
religiones. La originalidad y la aportación de esta magna obra al
estudio del fenómeno religioso es evidente. Se trata de una exposición
sistemática y exhaustiva del fenómeno religioso desde la
perspectiva de la fenomenología y de la antropología. El
objeto de estudio es el homo religiosus como sujeto de la
experiencia
de lo “sagrado”, que se toma como categoría central de la obra y
que es concebido como un modo específico de existencia. Lo sagrado
se da dentro y fuera de las grandes religiones y ha configurado a su
alrededor,
a lo largo de la historia, un universo simbólico de ritos y mitos
que son objeto de análisis en el tratado. Se procura
eludir el etnocentrismo propio de las antropologías teológicas
de las distintas religiones para dar una perspectiva universal y
comparada
del fenómeno religioso a lo largo del tiempo y del espacio. Partiendo
de la diversidad de formas de experiencia religiosa y de las
manifestaciones
de lo sagrado, se intenta profundizar en las convergencias y
semejanzas.
En esta tarea metodológica global del tratado intervienen la historia
de las religiones, la historia general, la historia de las culturas, la
prehistoria y la paleoantropología, la etnología, la lingüística
y la sociología.
El Tratado parte e intenta hacer avanzar
la
linea metodológica de M. Eliade, en el sentido de que las culturas
tienen un origen religioso que marca incluso a las culturas
secularizadas.
La Historia y la Ciencia de las Religiones , según este autor y
según esta obra, tienen la misión de estudiar al hombre en
su totalidad. Es esta, pues, una interesante aportación
antropológica
a un estudio actual de fenómeno religioso. En toda cultura existe
un capital simbólico de funciones relacionales y comunitarias en
torno a lo sagrado. El desarrollo histórico de las culturas estaría,
pues, ligado a la actividad del homo simbolicus y religiosus. De esta
manera,
lo sagrado, la cultura y el humanismo están íntimamente ligados.
Por otra parte, el encuentro de las culturas constituye uno de los
rasgos
dominantes de nuestra época.
Los tres tomos que hasta ahora se han
traducido
por la editorial Trotta hacen un análisis de lo sagrado en las grandes
religiones de las civilizaciones que desde hace más de cinco milenios
han conocido la escritura y han fijado sus creencias y sus experiencias
religiosas en piedra, arcilla, papiro, madera o pergamino. El volumen I
presenta una serie de trabajos sobre el homo religiosus en
que
se tratan los límites de la experiencia religiosa, su dimensión
símbólica y estética y las implicaciones culturales
de lo religioso. Se estudia también el origen de lo religioso de
la mano de la paleoantropología, así como el tema de
la muerte en su relación universal con lo sagrado. Se completa este
primer volumen con un estudio del homo religiosus de las
culturas
negras del Africa central. El volumen II está íntegramente
dedicado al estudio de la experiencia de lo sagrado en el mundo
indoeuropeo.
Investigadores eminentes retoman los estudios de Max Müller, James
Frazer y, sobre todo, Georges Dumézil. Así, se estudia lo
sagrado en la India, el Irán antiguo y el mundo celta, germánico,
escandinavo y báltico. Por último, el volumen III aborda
el estudio de lo sagrado en el área mediterránea, que en
el primer milenio a.C. se convirtió en el eje del mundo antiguo:
cretenses, egipcios, fenicios, cartagineses y etruscos constituyen el
patrimonio
que Grecia y Roma recogieron y llevaron a su máxima realización.
Estos son los tres tomos
traducidos.
La obra original tiene siete volúmenes. El volumen IV estudia las
religiones asiáticas, australianas y amerindias. El volumen V está
dedicado a las tres religiones monoteístas: judaísmo,
cristianismo
e islam. El volumen VI estudia la historia religiosa de la humanidad
desde
la perspectiva de las crisis, las rupturas y los cambios. Finalmente,
el
volumen VII incluirá índices, documentos iconográficos
y otras informaciones para la utilización del tratado.
Estamos, pues, ante una obra muy
bien
pensada, de gran utilidad para los estudiosos del fenómeno religioso
y humano desde una perspectiva global y universal. Los tres tomos
actuales
quedarían cortos si no se completaran con el resto de volúmenes
que permitirían una visión comparativa más completa
de la experiencia de lo sagrado por parte de los humanos y el análisis
de la variedad y el cambio en lo religioso, tema de gran interés
para la antropología actual. Esperamos que la obra se lleve a cabo
y que la editorial Trotta nos complete esta magnífica herramienta
de trabajo para los antropólogos y estudiosos de lo religioso y
lo humano.
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Recensión
02
Ubaldo Martínez
Veiga:
Pobreza, segregación y exclusión
espacial. La vivienda de los inmigrantes extranjeros en España.
Barcelona, Icaria, 1999.
Por José Luis Solana
Ruiz
Muchos han sido los análisis que, sobre
todo a través de los medios de comunicación de masas, han
intentado explicar lo acontecido hace unos meses en la localidad
almeriense
de El Ejido. Y no pocos (me ahorro nombres) han sido más confundentes
que elucidadores. Quienes deseen comprender algo de lo ocurrido tienen
en este libro un buen recurso para ello. Y no porque la intención
de la obra sea la de explicar los execrables sucesos (de hecho se
publicó
antes de que estos estallasen), sino porque estudia con enjundia y
perspicacia
una de las cuestiones sin cuyo análisis y comprensión el
conflicto es ininteligible: la vivienda de los inmigrantes extranjeros
en España.
La investigación ha sido realizada
en torno a cuatro objetos de estudio donde la situación habitacional
de los inmigrantes presentaba interés: Torre Pacheco en el Campo
de Cartagena, el Poniente almeriense, Madrid, Barcelona y el Parque
Ansaldo
en el área metropolitana de Alicante. Es un estudio de carácter
antropológico que, como tal, está basado en la observación
directa y prolongada de las condiciones de vida de los inmigrantes, así
como en el diálogo y la interacción con ellos (el autor critica
los estudios sobre la inmigración en España que, aunque tengan
calidad, se recluyen no obstante en una orientación estadística
basada en censos y encuestas).
Debido a que las condiciones de la
vivienda
de los inmigrantes y de las poblaciones pobres en general, como los
procesos
que las causan, se parecen bastante en diversas partes del mundo, el
autor
compara fenómenos habitacionales que acontecen en países
distintos y geográficamente alejados (el Campo de Cartagena, Los
Ángeles, Calcuta o Lima, por ejemplo).
Tras definir qué entiende por vivienda
y clarificar el problema que abordará a lo largo de su libro, describe
las características más generales de la vivienda del inmigrante.
En el caso de España, las viviendas de los inmigrantes están
ubicadas o bien cerca de los campos, en el caso de las ciudades o
pueblos
con un componente agrícola significativo; o bien en el centro de
la ciudad, como ocurre en Barcelona y Madrid. Dentro de las ciudades,
las
viviendas de los inmigrantes se encuentran situadas en las áreas
de transición (como Lavapies en Madrid o el Raval en Barcelona),
que son zonas a la espera de ser remodeladas, con viviendas
deterioradas,
con una gran carencia de servicios. En las zonas más rurales se
alquilan a los inmigrantes naves, cuadras o cortijos en mal estado.
Para Ubaldo Martínez los procesos de
adquisición de vivienda por parte de los inmigrantes extracomunitarios
en España no pueden dilucidarse a partir de la idea de filtrado.
Esta idea implica que el abaratamiento de las viviendas antiguas y su
consiguiente
alquiler por poblaciones con menos recursos económicos es resultado
de los mecanismos de mercado y de sus capacidades redistributivas.
Pero,
como muy bien muestra Ubaldo Martínez, no es esto lo que ocurre
en los casos que nos ocupan. Lo que realmente sucede en ellos es que la
discriminación en el mercado de la vivienda, a la que se ven sometidos
los inmigrantes, impide precisamente que actúen los mecanismos de
mercado. Viviendas que, si interviniesen los principios del mercado,
serían
inalquilables (por irremodelables) o alquilables a bajo precio para los
nativos, son, debido a los procesos de discriminación en el mercado
de la vivienda, alquilables a los inmigrantes a precios bastante más
altos.
Las miserables condiciones de la
vivienda
de los inmigrantes están, sin duda, relacionadas con la pobreza
de estos, con su escasez de recursos. Pero además de la pobreza,
también influye, y de modo significativo, la discriminación
que padecen en el mercado de la vivienda.
Ubaldo Martínez analiza cómo
se relacionan las distintas dimensiones de la exclusión con la
segregación
espacial de la vivienda de los inmigrantes y las características
y constantes fundamentales en las condiciones de vivienda de los
inmigrantes:
el hacinamiento, el ocultamiento y la invisibilidad, la segregación
espacial, unas condiciones de habitabilidad miserables y el pago por la
vivienda de un precio más alto que el que se podría cobrar
a un nativo.
Propietarios e inquilinos tienen
intereses
contrapuestos y estrategias confrontadas con respecto a cómo tasar
el precio de la vivienda, si de modo global o individual. La estrategia
del propietario consiste en: gastar lo menos posible en la conservación
y el mantenimiento de la vivienda, fomentar el hacinamiento y alquilar
en función de un precio per cápita. Por su parte, la estrategia
de los inmigrantes tiene como clave la consecución de un precio
unitario o global en el alquiler de la vivienda. Los propietarios
suelen
obtener un pago individual que, a través de la permisión
del hacinamiento, les permite cobrar más (es más fácil
cobrar 12.000 pesetas a cada uno de los 10 inquilinos que pueden llegar
a hacinarse en un apartamento dilapidado, que exigir 120.000 pesetas
por
esa vivienda). Por su parte, los inquilinos exigen continuamente un
precio
unitario. Según Ubaldo Martínez, la disputa por un precio
individualizado o global de la vivienda alquilada posiblemente
constituya
la confrontación más importante librada entre los inmigrantes
y los propietarios; disputa que, como ya señaló Marx, puede
considerarse como un auténtico fenómeno de lucha de clases.
Apunta con perspicacia como el régimen
de arrendamiento (precio individual o unitario) tiene repercusiones
sobre
el modo de vida doméstica que desarrollan los inmigrantes. El precio
individual se haya correlacionado con situaciones domésticas más
atomizadas, en las que se comparten menos los recursos y las tareas
domésticas.
En cambio, cuando el precio es unitario es frecuente que se compartan
más
los recursos económicos y las tareas domésticas, creándose
lazos y estrategias de cooperación y ayuda mutua.
En su estudio del Campo de Cartagena,
señala
los cinco tipos de viviendas más frecuentes y otros sistemas menos
importantes que también aparecen. En los casos descritos se percibe
claramente la segregación espacial de las viviendas de los inmigrantes;
su aislamiento, separación y ocultamiento.
En su análisis de las viviendas de
los inmigrantes en la provincia de Almería distingue entre las ubicadas
dentro de las localidades y las que están fuera. En Roquetas de
Mar muchos inmigrantes viven dentro del pueblo. A este respecto,
establece
una distinción entre: zonas o casas de transición, zonas
de nueva construcción y otras zonas (alquileres durante el invierno
en la zona de la playa y chabolas «remodeladas»).
Los procesos que acontecen en las zonas
de
transición podrían interpretarse como un fenómeno
de «filtrado hacia abajo» (transferencia de las viviendas viejas
u obsoletas desde los grupos con mayor poder adquisitivo a los que
tienen
menos). Pero Ubaldo Martínez muestra como la aplicación de
la teoría del filtrado a este caso de Roquetas de Mar resulta, si
bien posible, no obstante «superficial», pues no se tiene en
cuenta el relevante fenómeno de obtención de elevadas rentas
derivadas del hacinamiento.
El hacinamiento es, en realidad, una
estrategia
de los propietarios, a través de la cual: 1) aumentan el precio
del alquiler: la mayoría de las veces la vivienda no se les alquila
a los inmigrantes por un precio global, sino que el cobro del alquiler
se lleva a cabo per capita (en Roquetas, el precio por inmigrante
oscila
entre seis y ocho mil pesetas), lo que favorece el hacinamiento. La
perspectiva
de que se hacinen muchas personas en la casa permite a los propietarios
cobrar alquileres altos. Y 2) pueden desalojar con facilidad, arguyendo
condiciones de vida antihigiénicas, a los inquilinos.
Hay grados de hacinamiento; en Roquetas,
las
viviendas ocupadas por inmigrantes procedentes del norte de África
presentan un menor grado que las ocupadas por inmigrantes del África
subsahariana. Ubaldo Martínez insinúa que este mayor grado
de hacinamiento que presentan los inmigrantes procedentes del África
subsahariana podría deberse a una mayor discriminación con
respecto a ellos, así como a determinados factores culturales. No
obstante, avisa sobre los peligros que entrañan las explicaciones
culturalistas de los fenómenos de hacinamiento, en virtud de las
cuales éste sería algo buscado, promovido o favorecido por
los valores culturales de los grupos en cuestión.
Este hacinamiento derivado de la
discriminación
contribuye a mantener algunos de los prejuicios existentes sobre los
inmigrantes
magrebíes. Así, primero, se alquilan viviendas viejas, sin
renovar ni arreglar, pues esto genera altas plusvalías. Estas viviendas
son difíciles de limpiar (máxime en situaciones de aglomeración;
situaciones que, como hemos visto, promueven los propietarios con el
fin
de elevar la plusvalía) y, por sus carencias, dificultan el aseo
personal. Y luego, se culpabiliza a los inmigrantes de ser sucios.
Con respecto a la vivienda fuera del
pueblo,
discierne cuatro tipos: cortijos alquilados a los inmigrantes que
trabajan
en los invernaderos; cortijos cedidos a los trabajadores inmigrantes;
naves
donde se almacenan herramientas y productos (fertilizantes, herbicidas,
etc.) y en las que viven también inmigrantes; y naves remodeladas
para vivienda. Según Ubaldo Martínez, en estas naves se ha
dado un proceso de gentrification. Pero, en mi opinión ?y como el
autor reconoce en alguna ocasión, como en la pág. 78?, esta
calificación constituye una «exageración». Además,
es también el mismo Ubaldo Martínez quien reconoce que el
proceso de gentrification «es bastante confuso» y que «no
es fácil dar una definición clara» de él (pág.
82).
Desvela cómo la supuesta gratuidad
de los cortijos por los que no se cobra alquiler es falsa. En primer
lugar,
porque, aunque no se cobre directamente un alquiler, en muchos casos a
los inmigrantes que viven «gratis» en ellos se les realiza
un descuento en el sueldo (por ejemplo, a diez inmigrantes que vivían
en tres habitaciones se les descontaba conjuntamente unas 90.000
pesetas
al mes). En segundo lugar, los inmigrantes que habitan estos cortijos
realizan
de modo gratuito determinadas tareas para el patrono, como el cuidado
de
los invernaderos. Además, mientras que los cortijos por los que
sí se paga alquiler han sido remodelados, dotándolos de algún
tipo de cocina y aseo, los cortijos cedidos «gratuitamente»
no se han remodelado ni adaptado, soliendo carecer de cocina y cuarto
de
baño.
Junto al mayor hacinamiento existente en
los
cortijos con respecto a las casas del pueblo, los inmigrantes de los
cortijos
padecen también un mayor aislamiento. Para Ubaldo Martínez,
esta situación de aislamiento constituye un fenómeno típico
de apartheid y creación de «microguetos», de segregación.
Y he aquí que llegamos a El Ejido,
donde el autor comprueba la existencia y el funcionamiento de todos los
procesos anteriormente referidos, señalando que se ha producido
una situación de segregación espacial que se parece «bastante
a la que se daba hasta hace poco en Sudáfrica con los famosos
bantustane.»
(pág. 92). Situación de segregación que «no
es fruto de un proceso de tipo estructural, inconsciente para los
actores
sociales, sino que se trata de un fenómeno perfectamente consciente
y que es producido por unos agentes determinados.» (pág. 92).
Son distintos agentes locales claramente identificables (asociaciones
ciudadanas,
asociaciones de agricultores, poderes públicos) los que han excluido
y excluyen a los inmigrantes de la vivienda en el pueblo (aduciendo que
causan problemas y que conviene que vivan cerca de los invernaderos),
creando
«un auténtico apartheid» (pág. 94).
Dejando atrás a El Ejido, no podemos
olvidar, por otra parte, que existen procesos de cambio o movilidad de
los inmigrantes con respecto a los lugares donde viven. Debemos, por
esto,
dinamizar el fenómeno que nos ocupa, estudiarlo en relación
a los procesos de cambio, evolución y movilidad, para evitar incurrir
en una visión excesivamente estática. Es lo que hace Ubaldo
Martínez en el cuarto capítulo de la obra, donde, además,
estudia la vivienda de los inmigrantes en las ciudades y la vivienda de
las inmigrantes empleadas de hogar.
El alquiler de las viviendas a los
inmigrantes
dentro de la zona de transición de las grandes ciudades obedece
a lo que Marx designó en El Capital como renta absoluta. En estas
zonas tanto los inmigrantes como los propietarios se encuentran
encerrados
en un submercado de la vivienda. Los inmigrantes se hallan confinados
en
él, porque no les alquilan viviendas en otras zonas. Los propietarios,
porque no quieren constituir un submercado de la vivienda diferente,
pues
lo que desean es obtener una ganancia con los mínimos gastos.
A partir de la evolución residencial
de los inmigrantes en las ciudades latinoamericanas, John Turner
distinguió,
a finales de la década de 1960, tres estadios en la ubicación
y situación habitacional de estos inmigrantes. Según Ubaldo
Martínez, la teoría de Turner resulta aplicable a la situación
habitacional en Madrid a finales de los años cincuenta y setenta,
donde zonas periféricas como Orcasitas y el Pozo del Tío
Raimundo serían un ejemplo de transformación de chabolas
en casas más sólidas. No obstante, pone de manifiesto las
deficiencias e inexactitudes que los planteamientos de Turner
presentan.
Por lo que a la vivienda de las
empleadas
del hogar se refiere, corrobora como la permanencia de las inmigrantes
en el mismo domicilio donde trabajan favorece que terminen trabajando
más
horas de las que les correspondería. Además, muestra cómo,
ante el hecho de la cohabitación con su empleada, los patronos subrayan
la distinción de distintas formas. Así, con frecuencia la
trabajadora inmigrante no puede servirse de los mismos útiles que
los patronos de la casa. Si no tiene un aseo independiente, se le
obliga
a fregar los baños siempre que los utiliza, aunque estén
limpios o se hayan fregado recientemente. En algunos casos es tratada
como
si no existiese, como si fuese invisible.
Las trabajadoras inmigrantes en el
servicio
doméstico preferirían vivir fuera de la casa donde laboran,
entre otras razones porque cobrarían más y currarían
menos horas. Lo que ocurre es que, en los primeros momentos del proceso
migratorio, el sistema de trabajo doméstico interno es más
seguro y estable. a la par que permite ahorrar en vivienda. Pero las
mujeres
inmigrantes intentan pasar del trabajo interno al externo. Tránsito
que suele tener, como fase intermedia, el alquiler de una vivienda o de
una habitación compartido con otras trabajadoras.
El último caso que estudia (al que
dedica el capítulo quinto) es, como señalamos al comienzo,
el Parque Ansaldo en la provincia de Alicante.
Tras describir los procesos de
constitución
y evolución de éste, muestra como lo ocurrido en el Parque
no puede explicarse a partir del concepto de tipping point (punto de
abandono
o punto crítico). Este concepto fue propuesto durante los años
1950 y 1960 por algunos urbanistas norteamericanos (como Morton
Grodzins,
Martin Meyerson y Edward Banfield) para explicar los procesos de
transición
racial (abandono de los barrios por los blancos y asentamiento de
negros)
que acontecían en algunos barrios urbanos.
En el Parque Ansaldo se han ido
produciendo
procesos de sucesión o substitución étnica, a los
que se les puede aplicar los estadios propuestos por Burgess
(«invasión»
de un grupo en el territorio ocupado por otro; reacción de resistencia
por parte del grupo originariamente establecido; «avalancha»
de miembros del nuevo grupo y abandono rápido por parte de los antiguos
residentes). Sin embargo, por debajo de la sucesión étnica
existen relaciones de explotación entre los diversos grupos (payos,
gitanos, marroquíes) derivadas de la especulación mercantil
con el control de acceso a viviendas que no les pertenecen. De este
modo:
«Los ocupantes del parque no son sólo víctimas del
capitalismo sino agentes activos en el proceso de mercantilización»
(pág. 150) «El capitalismo hace de todos, incluso de los más
pobres, unos especuladores con su vivienda» (pág. 146). Y
es, precisamente, esta especulación con la vivienda lo que explica
la sucesión étnica en el Parque Ansaldo.
El Parque Ansaldo es un barrio separado,
segregado
o aislado ?tanto espacial como socialmente?, degradado y
«problemático».
Por todo esto, se trata de un barrio estigmatizado; estigmatización
que se transfiere a las personas que viven en él, a las cuales se
las discrimina socialmente por el mero hecho de vivir en el Parque.
Según Ubaldo Martínez, se trata
de un caso típico de lo que algunos economistas (como E. Phelps
y K. Arrow) han denominado «discriminación estadística».
Ante la necesidad y la dificultad de evaluar las aptitudes para el
trabajo,
los empleadores no evalúan las capacidades y la productividad de
un posible trabajador mediante un análisis directo de las mismas
(lo que, como hemos indicado, es dificultoso), sino atendiendo a algún
elemento visible (como la raza, la etnicidad o el lugar de residencia)
que se toma como señal de esas capacidades.
Los empleadores, que pueden no
manifestar
abiertas actitudes racistas o de rechazo hacia determinados grupos
(gitanos,
marroquíes, etc.), no obstante toman esos elementos como una señal
o un signo de defectos que descalifican al posible trabajador,
discriminándolo
de manera que sólo tendrá acceso a los trabajos más
desagradables e inestables. Además, la discriminación estadística
padecida por los gitanos y magrebíes del Parque Ansaldo les dificulta
trabajar en los pueblos limítrofes, como San Juan, y les obliga
a buscar trabajo en sitios alejados (las empleadas domésticas
marroquíes
trabajan en Alicante y hay gitanos que desarrollan su venta ambulante
en
Albacete, Castellón o Ciudad Real). La discriminación estadística
en función del lugar donde se vive, al obligar a los posibles
trabajadores
a buscar empleo en lugares donde no se sepa dónde residen, rompe
la red de relaciones con el mercado de trabajo local o impide su
constitución,
reforzando el aislamiento físico y social. Finalmente, en los procesos
de discriminación estadística en función del lugar
donde se vive, el hecho de residir en éste genera una descualificación
laboral en sus habitantes.
La constitución de guetos es una de
las cuestiones conllevadas por la problemática de la segregación
espacial de la población inmigrante. Para Ubaldo Martínez,
la caracterización que Wacquant ofrece del gueto es útil
en conjunto, pero presenta algunos elementos discutibles. Según
las teorías de William Julius Wilson, la concentración de
la pobreza, el aislamiento social y la inadecuación espacial en
los empleos son los tres elementos fundamentales que explican la
situación
y los problemas de los guetos de las ciudades norteamericanas durante
las
últimas décadas del siglo XX. Ubaldo Martínez analiza
hasta qué punto los planteamientos de Wilson son aplicables al Parque
Ansaldo. Rechaza la idea de Wilson de que las personas que viven en
estos
barrios tengan una especie de patología cultural de desapego al
trabajo. Para Ubaldo Martínez, la falta de apego al trabajo es «la
única manera de mantener la salud mental» en condiciones laborales
de trabajo degradado, irregular, casual e impredecible; de manera
absurda
y criticable, Wilson «patologiza» esta reacción y considera
normales estas condiciones laborales.
El aislamiento espacial, social y
político-administrativo
del barrio no lo aísla o sitúa al margen de «los elementos
básicos que constituyen el capitalismo», sino todo lo contrario:
es precisamente «la penetración del capitalismo» lo
que ha producido los fenómenos de aislamiento del barrio. Concluye
señalando como no hay multiculturalismo en el Parque Ansaldo, ni
en el sentido prescriptivo de una diversidad cultural integrada, ni
como
coexistencia de hecho de grupos culturales o étnicos diferentes.
Una vez más, Ubaldo Martínez
nos lega una magnífica investigación, en la que, conjuntando
de manera magistral una rica descripción concreta de los fenómenos
estudiados con una amplia perspectiva comparativa y un feraz marco
teórico,
conjuga lo mejor del método antropológico. Una investigación
en la que uno de sus muchos aciertos, en esta época de posmodernos
olvidos, es sin duda el de describir, analizar y explicar las
condiciones
de vivienda de los inmigrantes en relación a «ese fenómeno,
elusivo pero central, que se llama capitalismo» (pág. 88).
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Recensión
03
Rafael Briones Gómez:
Prieguenses y nazarenos. Ritual e identidad
social y cultural.
Priego (Córdoba), Ayuntamiento de
Priego de Córdoba / Ministerio de Educación y Cultura / CajaSur,
1999.
Por Pedro Gómez García
Este libro es resultado de una amplia
investigación
sobre la Semana Santa, una de las fiestas más señaladas del
año religioso católico en España, llevada a cabo hace
ya años, en un pueblo importante de la provincia de Córdoba:
Priego. Para el autor constituyó el objeto de su tesis doctoral,
presentada en la Universidad de la Sorbona, en París. Inédita
durante demasiado tiempo, recibió recientemente el primer premio
«Marqués de Lozoya» a la investigación cultural,
otorgado por el Ministerio de Educación en 1996. Por fortuna, esta
circunstancia ha hecho posible su publicación.
La obra consta de tres partes, que se
proponen
respectivamente una reconstrucción del ritual, una aproximación
sociológica y una aproximación antropológica (y omite
una cuarta, la aproximación teológica, que estaba incluida
en la tesis original).
La parte primera, presenta y
reconstruye
el ritual de la Semana Santa de Priego, describiendo minuciosamente lo
que denomina morfología y sintaxis del ritual. La «morfología»
alude a aquellos componentes que adquieren una relevancia significativa
como factores constitutivos del proceso ceremonial. Tales son: Las
personas
diversas que intervienen, de dentro y de fuera, los actores y los
espectadores.
Los objetos utilizados como signos: imágenes, túnicas y capiruchos
de penitentes, cruces de guía, ciriales, estandartes, banderas y
pendones, varas de mando, campanas, incensarios y navetas, atributos de
la Pasión, tambores y trompetas. Las comidas especiales que son
preceptivas en la ocasión, como el hornazo. La configuración
ritual del espacio, con sus puntos estratégicos y privilegiados,
y del tiempo, que deviene extraordinario, sagrado, fundante y
reactualizador
de la tradición. Asimismo, el papel que en el rito cumple a la palabra
pronunciada, la del pregonero, la del teatro catequético, la de
la predicación litúrgica, la del cuchicheo, los gritos y
aclamaciones populares. Y finalmente el cuerpo y sus gestos expresivos.
En cuanto a la «sintaxis», se analiza el ritual como un conjunto
dotado de coherencia en su estructuración interna y significación
cultural y religiosa. Distintas actividades de culto se articulan
mediante
una misma lógica global. La procesión aparece como categoría
que conforma la unidad ritual fundamental, como representación de
un drama en el que participan tanto los que están dentro como los
que se sitúan fuera. En ella, según todos los testimonios,
la subida al Calvario alcanza el clímax simbólico y la máxima
intensidad emocional: salida, paso ligero, bendición, saetas y encierro
de la imagen en su iglesia. Se explora también la repercusión,
irradiación o presencia de la Semana Santa en la vida religiosa
y cotidiana del pueblo a lo largo del año. La descripción
analítica nos muestra el rito como un cierto lenguaje, estructurado
y estructurante, en el que se traduce el sentido que la realidad social
e individual da a su existencia histórica. De tal modo que, como
dice el autor, «sirve de vehículo de significados diferentes
y cumple funciones sociales determinadas». Puesto que sus dimensiones
son múltiples, son menester varios enfoques o lecturas, que nos
vayan desvelando lo que allí se comunica.
La segunda parte adopta una óptica
sociológica, rastreando las relaciones sociales implícitas
en la Semana Santa prieguense: básicamente, lo que atañe
a la pertenencia al grupo y la lucha por el poder social. Toda la
organización ritual funciona como instancia de integración
y de identificación social. Es percibida como algo necesario para
el grupo, como fiesta de todos, como una plataforma por la que se
accede
a una ubicación social en el pueblo: para los emigrantes que, así,
mantienen su vinculación, para los jóvenes que aspiran a
ser reconocidos adultos; se hace referencia a ella en otros momentos de
transición ritualizados: primera comunión, matrimonio y entierro;
se inculca a los niños, que juegan imitando las procesiones de los
mayores. Como grupos específicos organizadores están las
cofradías, que evolucionan a medida que se transforma la estructura
social local. Los forasteros y la mujer encuentran igualmente su manera
de integración. Aparte de este vínculo de pertenencia, en
torno al proceso simbólico de la Semana Santa están en juego
relaciones de fuerza y de poder. El ritual conlleva una problemática
política. Es objeto de rivalidades entre los grupos. Canaliza y
enmascara las luchas por el poder social. El autor analiza los hechos
para
refrendar la hipótesis de la correspondencia entre el cambio en
el plano social y en el religioso-simbólico, cambio operado desde
el decenio de los 50 al de los 70, con las transformaciones
organizativas
y la formación de nuevas cofradías. Quedan al descubierto
los mecanismos políticos de la Semana Santa: El clero posee en
exclusiva
el ritual de los oficios litúrgicos y pretende el monopolio de la
ortodoxia religiosa, aunque le resulta inevitable negociar con los
fieles,
en particular con los organizados en cofradías, y con las autoridades
civiles. Se dan conflictos y han de hacerse concesiones mutuas. Lo
mismo
ocurre en las relaciones entre las cofradías, sobre todo entre
«nazarenos»
y «columnarios». Se diferencian y se adaptan al nuevo contexto
democrático, compiten entre sí, buscan alianzas con el pueblo,
se aúnan en la afirmación de la comunidad prieguense.
La parte tercera ahonda en una
consideración
antropológica cultural, centrada en el simbolismo desplegado por
la Semana Santa, en el análisis de la experiencia simbólica
y sus mecanismos. El sujeto de tal experiencia lo constituye el
individuo,
o bien la colectividad, que se encuentra paradigmáticamente en una
situación de amenaza y necesidad. El individuo acude a Jesús
cuando está en apuros, en dificultades o falta, en caso de accidente
o de muerte cercana. Siempre se cree posible el milagro. Las
situaciones
colectivas típicas son los casos de catástrofe, el
miedo a la desintegración del grupo y a la violencia. El correlato
del sujeto es el objeto de la experiencia simbólica, que no es otro
que la imagen y el ritual, que sirven de pantalla que permite al sujeto
reflejar lo que lleva dentro de sí. Ese objeto, la imagen de Jesús
Nazareno y el transcurso procesional, exhibe signos de miseria,
violencia
y muerte, se dramatiza la irrupción del desorden que luego se
reestructura
en un orden nuevo. Por eso, se exhiben a la vez signos de grandeza, paz
y vida. Es la fiesta mayor, que lleva al paroxismo emocional, a la
experiencia
de comunión de todos en el mismo símbolo y la pacificación
íntima, socialmente compartida. Así, «individuos y
grupos se ven renovados en su existencia». Detrás de esta
experiencia, en la relación sujeto-objeto, operan unos mecanismos
simbólicos: mecanismo de proyección, de identificación,
de sustitución, de polivalencia, de intercambio. ¿Hasta qué
punto la lógica de lo simbólico (atada a la emoción
y la tradición, a lo irracional) entra en colisión con la
lógica racional, basada en el principio de no contradicción?
Sin duda cabe mayor elaboración teórica de la relación
compleja entre el pensamiento mítico-simbólico y el pensamiento
empírico-racional, pero la obra reseñada deja diáfanamente
claro el hecho de que el dispositivo simbólico posee una eficacia
sociocultural y psicosocial incuestionable (por mucho que pueda y deba
serlo su sesgo particular).
El libro termina con varios apéndices
documentales sobre la historia de las cofradías y otros textos
relativos
a las procesiones.
La lectura de esta obra puede llegar a
ser
apasionante para los interesados en conocer, de cerca y de primera
mano,
todos los entresijos de un fenómeno tan extendido por Andalucía,
para cuya comprensión se nos ofrecen además unas claves excelentes.
Pocos han sido capaces, como Rafael Briones, de conjugar en sí mismo
la habilidad de adentrarse experiencialmente en la fiesta ritual y, al
mismo tiempo, tomar distancia crítica y analítica con respecto
a ella, complementando magistralmente la observación participante
con la mirada distante, ambas imprescindibles en el oficio de
antropólogo.
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Recensión
04
C. A. Castillo Mendoza
(coord.):
Economía, organización y
trabajo. Un enfoque sociológico.
Madrid, Pirámide, 1999. 253 páginas.
Por Carmen Rodríguez
Guzmán
Los autores que, sabiamente coordinados
por
Carlos Alberto Castillo, estudian diferentes aspectos sobre las
relaciones
sociales que establecen los seres humanos para desarrollar su actividad
económica. Los temas abordados se ubican en la historicidad específica
del paso del capitalismo organizado basado en el modelo de regulación
keynesiana a un capitalismo desorganizado que hunde sus raíces en
el modelo neoclásico.
Armando Fernández Steinko acomete la
inexcusable labor de reflexionar acerca de las relaciones entre la
teoría
económica y la sociología marcadas por cien años
de indeseable desencuentro. Para el autor, tanto la teoría social
como la económica deben solventar dos cuestiones fundamentales:
la articulación de lo micro y lo macro, y la vinculación
entre "lo social" y "lo económico". Sin embargo, a finales del siglo
XIX la economía empieza a olvidar lo social y la sociología
comienza a especializarse en los procesos microsociales.
El triunfo del paradigma
neoclásico-marginalista
en
la economía supone la desaparición de los contenidos sociales
presentes en la economía clásica, lo que exige la liquidación
de la teoría clásica del valor-trabajo y su sustitución
por la teoría subjetiva del valor. Por su parte, la sociología,
en su búsqueda de un espacio genuino, degenera en una especialización
extrema conseguida a base de vaciar lo social de sus contenidos
históricos
y macrosociales. A través de la reducción del todo social
a la acción de unos individuos estrechamente concebidos se aspira
a acceder al todo, con lo cual el individualismo metodológico pretende
abarcar mucho más de lo que realmente se abarca.
La crisis de 1929 quebró las
identificaciones
que se habían ido gestando entre lo racional, lo individual y lo
económico; y lo irracional, lo social y lo extraeconómico.
La sociología tuvo que volver a estudiar el todo social y la economía
detenerse en los asuntos macroeconómicos. Paradójicamente,
el consenso posterior a la Segunda Guerra Mundial provocó, de nuevo,
la separación entre las disciplinas: la sociología se replegó
hacia lo microsociológico, dejando lo económico como territorio
exclusivo de los economistas. Steinko advierte de que, en la
actualidad,
siguen abiertos los marcos teóricos de interpretación de
la relación entre sujeto y sociedad, que deben hacerse desde el
acercamiento real entre economía y sociología.
En Industria, empresa, organización
y trabajo, Carlos Castillo reflexiona sobre el objeto de
conocimiento
de la sociología industrial. Comienza con un análisis pormenorizado
de las denominaciones y los significados atribuidos a disciplinas muy
relacionadas
(e incluso de difícil diferenciación). Señala la carencia
de acuerdos que delimiten el objeto central de la sociología
industrial,
una disciplina conformada con elementos integrados (relativamente) de
otras
disciplinas, como la economía política, la psicología,
el derecho, la historia o la antropología, que deben ser objeto
de reflexión epistemológica por parte de la sociología.
Castillo apuesta por el rescate de la herencia crítica de la economía
política, asumiendo, de este modo, la naturaleza conflictiva de
las relaciones sociales.
La propuesta del autor comienza por la
delimitación
del objeto específico de conocimiento dentro del sistema de relaciones
sociales de producción, compuestas por: relaciones salariales, de
mercados, económico-internacionales y político-económicas.
Concretamente, son las relaciones salariales las que específicamente
atañen a la sociología industrial, a saber: las relaciones
de movilización, las relaciones organizacionales y las relaciones
industriales que vinculan a los sujetos en la consecución del objetivo
social estratégico, la producción y reproducción del
plusvalor. De forma que nos situamos en el problema clave: la
transformación
de fuerza de trabajo en trabajo productivo a través de maneras
distintas
de control sobre la fuerza de trabajo, de relaciones de
dominación.
Eduardo Ibarra se concentra en los
saberes
sobre la organización. Recorre las etapas a través de
las cuales se ha ido desarrollando la teoría de la organización
al calor de la expansión de las necesidades del mundo socioeconómico
de la empresa, dejando claro que la Teoría Organizacional no es
homogénea debido a la complejidad de su objeto de conocimiento.
Esta diversidad se evidencia en la multitud de perspectivas desde las
que
se está abordando la cuestión. Una de las temáticas
más importantes son las relaciones entre organización y contexto,
en las que podemos encontrar: los análisis de los costes de transacción
- a la luz de los cuales puede explicarse el desarrollo de la
burocratización
de las grandes corporaciones-, las relaciones entre medio ambiente y
organización
de la llamada ecología organizacional, el nuevo institucionalismo
que enfatiza los factores político-culturales o el análisis
interorganizacional que desarrolla el concepto de red para dar cuenta
de
las organizaciones en ambientes altamente competitivos.
Los estudios abordados desde la cultura
organizacionalotorgan
una importante labor a la responsabilidad comunitaria que fomenta
valores
colectivos productores de lealtad y compromiso. Dentro de esta
corriente
se encuentra la literatura de la eficiencia. Otras posiciones acometen
las complejas relaciones entre organización y sociedad, distanciándose
del paradigma parsoniano, con objeto de investigar el papel de la
acción
social, la diversidad y la fragmentación. Desde las teorías
del proceso laboral se destaca el carácter esencialmente político
de las organizaciones que, legitimadas por un discurso eficiencialista,
ocultan las reglas de cálculo y operación del ejercicio del
poder. Lo que Ibarra llama "el efecto Foucault" representa una
interesante
línea teórica que aporta la consideración de las organizaciones
como espacios de gobierno, en los que confluyen saberes y prácticas
que ordenan y diferencian a sujetos y poblaciones.
El siguiente capítulo referido al análisis
del conflicto laboral, lo aborda Graciela Disthurbide, para la cual
las relaciones industriales concebidas como un sistema armónico
han sido una de las teorizaciones más influyentes acerca de las
relaciones de trabajo y el conflicto laboral. La institucionalización
del conflicto industrial gracias a la canalización sindical de la
acción colectiva, la empresa como agente principal en el desarrollo
del equilibrio del sistema (donde el conflicto es visto como un error
colectivo)
o la psicologización del conflicto industrial (que deja de lado
cuestiones tan fundamentales como la propiedad y el control de los
medios
de producción, o las posiciones estructurales de los actores en
las relaciones de producción), constituyen algunos de los principales
desarrollos de esta decisiva corriente en la que lo político y lo
laboral se presentan como ámbitos separados.
Disthurbide pone el énfasis teórico
en la cuestión del control en las relaciones laborales. La variable
clave del análisis deben ser las relaciones de trabajo en la empresa
donde se sitúan las bases materiales del conflicto en el proceso
de trabajo. Sin perder de vista la transformación del trabajo en
trabajo efectivo, tanto en la esfera de la circulación como en la
esfera de la producción. Es en esta última donde se dan las
relaciones de subordinación contradictorias y conflictivas del trabajo
en el capital. En el mismo espacio de los centros productivos se
intercalan
los distintos niveles de conflicto (político, institucional y laboral).
Sin embargo, los comportamientos por parte de los sujetos colectivos
implicados
no son, ni mucho menos, homogéneos. La empresa es cooperación
y conflicto.
La cuestión de los profesionales,
tratada por Lucila Finkel, es un tema clásico en la sociología
del trabajo. Durkheim los señaló como un poderoso instrumento
de cohesión social en la sociedad industrial, sin obviar sus elementos
conflictivos. El abordaje crítico de las profesiones se centra en
el tema del poder: cómo se controla y se regula el acceso y la práctica
de un profesional. Los profesionales teorizados como clase o grupo
social
arrancan desde "los trabajadores de cuello blanco"de Wright Mills y de
teóricos como los Ehrenreich, Parkin o Gouldner. Todos ellos insisten
en la importancia del conocimiento organizado como variable
vertebradora
de la sociedad capitalista. Un esfuerzo de contextualización histórica
de los grupos profesionales debe tener presente el importante papel del
Estado en la configuración de estos grupos. En el mundo anglosajón
la búsqueda del poder y del reconocimiento se hace a través
del mercado. En Europa, en cambio, el Estado tiene un papel central en
ese proceso.
Las teorías del declive de los
profesionales
sostienen que los grupos profesionales están perdiendo su poder.
Concretamente, la teoría de la desprofesionalización habla
de la pérdida del monopolio y la autonomía sobre el propio
trabajo, debido a la mayor importancia de los clientes y al papel de
las
tecnologías. Desde la teoría de la proletarización
se hace hincapié en el proceso de degradación general del
trabajo. Finkel apuesta por el estudio de las profesiones desde una
teoría
genérica del trabajo, ya que la profesión es una ocupación
y no una clase social.
El capítulo Modelo socioeconómico
y organización de las relaciones laborales gira en torno a la
contraposición del modelo neoclásico y el modelo keynesiano.
En él, Andrés Bilbao analiza los factores que hacen posible
la aplicación de cada modelo, su argumentación teórica
y las consecuencias sociales que conllevan. El punto de partida del
análisis
neoclásico es la lógica del mercado. La intervención
-o lo que es lo mismo- la injerencia en sus mecanismos de
autorregulación,
se presenta como la causa de la crisis. Sin embargo, para el modelo
keynesiano
la crisis tiene su origen en la lógica del mercado y sólo
mediante la intervención se consigue estabilidad. Para el modelo
neoclásico, la estabilidad de los precios está primero y
después el empleo. Para Keynes, el empleo es la condición
para el crecimiento económico. Los neoliberales toman como base
el modelo antropológico del individuo egoísta calculador;
por su parte, Keynes demuestra como el empresario, al exclusivamente su
propio beneficio termina siendo económicamente autodestructivo.
El proceso del crecimiento económico tiene su origen en la inversión
que implicaría un aumento de la producción, según
el modelo neoclásico. Keynes critica esta perspectiva a través
del concepto de "propensión marginal a consumir": conforme crecen
los niveles de renta disminuye la propensión marginal al consumo,
por lo que hay que desplazar a la demanda las condiciones del
crecimiento.
Tomando el pleno empleo como punto de partida, demuestra cómo éste
es una condición central para la obtención de rentabilidad
del capital. Otra condición necesaria es que este crecimiento, basado
en el aumento del salario real, no tenga efectos inflacionarios. La
distinción
entre salario real y salario nominal posibilitaba la moderación
de los salarios, gracias al desarrollo y la extensión de los servicios
públicos. Todo este sistema se vendría abajo si los gastos
del Estado exceden a los ingresos.
A principios del los setenta el
taylorismo,
que hasta ese momento había posibilitado el aumento de la productividad
y de la eficacia en el trabajo, comenzaba a mostrar sus limitaciones,
principalmente
para adaptarse a una demanda cada vez más proteica y segmentada.
La creciente globalización de la economía ha puesto en entredicho
las competencias de las economías nacionales, el descenso del sector
industrial y el aumento de un sector de servicios diverso, y los
cambios
hacia una mayor segmentación en la estructuras de los mercados
laborales
han conducido a la crisis del sistema keynesiano y la transición
hacia otro modelo económico.
La subida de los salarios había
provocado
una espiral inflacionaria, a ello se le unía la subida de los precios
del petróleo, que iba a incidir negativamente en los sectores
energéticamente
más dependientes; la liberalización creciente del mercado
mundial; la competencia procedente de países con bajos costes laborales
y nulo Estado Asistencial presionaba a la baja las condiciones de
trabajo
en los países desarrollados donde aumentó el desempleo y
la economía sumergida. El paro se convierte en algo estructural
y la respuesta es la precarización, en el sentido de varios
trabajadores
ocupando un mismo puesto de trabajo. Esta mano de obra precarizada aúna
dos ventajas: al carecer de poder de negociación no genera inflación;
y al salir de las listas de desempleados, los gastos de protección
se reducen. De esta manera, la ortodoxia económica neoliberal demuestra
cómo dando las mayores facilidades al empresario, generador de riqueza
por antonomasia, se consigue un supuesto pleno empleo con el que no se
han creado los puestos de trabajo previstos, sino que ha llevado a un
aumento
de la desregulación y a la aparición de normas precarias
que han permitido la rotación de los trabajadores.
El hacer frente, por parte de la empresa
a
un entorno cada vez más inestable genera demandas continuas de
flexibilidad;
demandas que una producción enteramente taylorista no puede satisfacer,
por lo que las nuevas formas de organización interna de la producción
van encaminadas a generar consenso. Los conflictos no se van a
presentar
entre plantilla y empresa, sino entre plantillas, donde sólo existen
individuos racionales sin vinculación colectiva alguna.
Economía, organización y
trabajo supone un renovado abordaje de cuestiones centrales para la
sociología. Invita a una interdisciplinariedad real y seria, y deja
en el lugar que le corresponde (fuera) a los debates estériles con
intereses ideológicos muy definidos, que han marcado buena parte
de las polémicas sociológicas.
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Recensión
05
Javier Hernández
Ramírez:
El cerro del Águila e Hytasa: Culturas
del trabajo, sociabilidad e imágenes de identificación.
Sevilla, Diputación Provincial, 1999.
Por Carmen Rodríguez
Guzmán
Nos encontramos ante un estudio de caso
sobre
la imbricaciones entre el proceso de industrialización y el proceso
de urbanización en Andalucía. El Cerro del Águila,
ubicado en la periferia, de lo que hasta ese momento era la ciudad de
Sevilla,
nace en 1922 con una población procedente, en su mayor parte, de
los flujos migratorios llegados desde el campo. La creación de Hytasa
en las lindes del barrio supondrá una profunda transformación.
El Cerro del Águila se origina
con el proceso de expansión urbanística de Sevilla en el
primer cuarto del siglo XX, cuando la escasa oferta residencial y los
bajos
salarios de los obreros hacían imposible el acceso a una vivienda
digna. La situación, por tanto, era de hacinamiento en las zonas
populares, agravada por las continuas remesas de emigrantes rurales.
Muchos
de ellos, sin otra opción donde instalarse que las chabolas construidas
en el extrarradio. En este momento también se lleva a cabo la
construcción
de las nuevas zonas residenciales burguesas, a raíz de la exposición
iberoamericana de Sevilla.
Sólo el acicate del beneficio fácil
mueve a la iniciativa privada para el acondicionamiento y la posterior
venta de solares recalificados. Pero la adquisición de una parcela
tampoco estaba asegurada para estos trabajadores de salarios tan bajos,
precarios y con un alto índice de paro. De modo que el acceso a
la vivienda volvió a ser, generalmente, a través del alquiler
del espacio de una habitación y el realquiler. Los primeros vecinos
del Cerro, con categoría de "jornaleros" en su mayoría,
fueron los que a través de trabajos colectivos mejoraron el
acondicionamiento
general (alcantarillado, alumbrado).
La empresa textil Hytasa se constituye
como
sociedad en 1937, al calor de la iniciativa franquista y de su política
autárquica. Los beneficios estaban asegurados en un época
de gran escasez de algodón, con el monopolio sobre la materia prima
que le había sido otorgado por el Estado, y las ventajas fiscales
y crediticias concedidas.
La decisión de ubicar esta fábrica
textil junto al Cerro del Águila tenía dos ventajas
claras: gran cantidad de mano de obra disponible, descualificada y
escasamente
retribuida y el aislamiento geográfico del barrio. Sin embargo,
Hytasa transformó el papel del Cerro en el contexto de la
ciudad, ahora era un barrio obrero especializado en la actividad
textil.
Las formas de asentamiento de los
vecinos
del Cerro marcaron las pautas de sociabilidad en los primeros
tiempos
del barrio. Éstas se basaban en los lazos familiares de ayuda, en
un primer momento, para establecerse y después formar núcleos
familiares independientes.
El trabajo en Hytasa era monótono,
repetitivo y rutinario para los trabajadores descualificados -que eran
mayoría-. El proceso productivo hacía un uso intensivo del
trabajo y, sin embargo, esto no se traducía en un aumento de costes
salariales debido a prácticas como: contratación de jóvenes,
ascensos y atribución de más funciones sin aumento de sueldo
o la contratación temporal. Las malas condiciones de trabajo hacían
que el ir y venir de trabajadores no cesara.
Las ganancias de un trabajo precario e
inestable
eran insuficientes para garantizar el mantenimiento familiar, así
que para suplir las carencias se debían realizar horas extras, trabajar
en festivos, pluriemplearse, aportar dinero los otros miembros de la
familia,
incluso recoger frutos del campo.
En el interior de la fábrica regía
un sistema disciplinario de tipo represivo, paternalista y arbitrario,
de esa forma se aseguraba la consecución del plusvalor y el
sometimiento
de los trabajadores a los fines de la fábrica. La dominación
trascendía los límites de la factoría gracias a obras
de caridad, otorgadas de modo graciable, que perseguían un doble
objetivo: mantener la paz social y hacer de Hytasa un actor decisivo en
espacios extra-fabriles.
Con los cambios urbanísticos entre
los años cincuenta y setenta, el Cerro dejó de
estar aislado del resto de la ciudad. La urbanización había
ido transformando el barrio a través de un doble proceso: expulsando
a los sectores más precarizados, parte de los cuales emigraron a
Cataluña y Europa occidental, y acogiendo la llegada de nuevos vecinos.
Las condiciones de trabajo empeoraron
para
aprendices, peones y ayudantes, y se incorporaron las mujeres al
proceso
productivo para la realización de tareas "adaptadas a las cualidades
femeninas de paciencia y atención". Aunque, obviamente, el verdadero
motivo fue su menor coste laboral que, en algunos casos, sustituyó
al trabajo masculino. La resistencia de los trabajadores al trabajo
monótono
y alienante se llevaba a cabo de forma individual a través del
absentismo
y/o el sabotaje en la producción. Hasta 1976 todas las huelgas habían
sido atajadas contundentemente por la dirección (despidos de líderes,
sustitución de trabajadores por máquinas). De modo que hasta
la legalización de los sindicatos no cristalizó el movimiento
sindical.
A finales de los cincuenta el modelo
autárquico
se resentía de sus propias limitaciones, a saber: la escasa renovación
tecnológica -debido al bajo coste de la mano de obra-, la reducida
productividad y el incremento de los costes de producción. Con el
comienzo de la etapa desarrollista Hytasa tuvo que hacer frente a las
consecuencias
del inicio de la liberalización económica, la desaparición
de su monopolio sobre el algodón y la necesidad de incrementar su
productividad invirtiendo en tecnología e introduciendo cambios
en la organización del proceso productivo para alcanzar una mayor
racionalización, lo que significaba una plantilla más estable
y cualificada. La implantación de un sistema más riguroso
de primas supuso la intensificación del trabajo para los obreros
con sueldos más bajos, y además éstos debían
manejar hasta el triple de máquinas más que antes, sin que
supusiera una reducción del número de tareas. La disciplina
se fue dirigiendo por caminos más científicos y suavizando
la gran arbitrariedad de otras épocas.
A medida que la fuerza de trabajo fue
contratada
de forma más estable los agentes caritativos y sus acciones perdieron
importancia. En el barrio serán las peñas las que tomen un
papel destacado como espacio -exclusivamente masculino- de sociabilidad
y ayuda mutua.
En un momento de gran conflictividad
social,
como fue mediados de los setenta, los movimientos vecinal y sindical
confluyeron
en sus acciones reivindicativas. La mayor de ellas, la huelga de 1976
atajada
con gran dureza, supuso una muestra de solidaridad y lucha en el
barrio.
En el contexto de la crisis de finales
de
los setenta, Hytasa presenta pérdidas al término de los ejercicios
anuales, a pesar de los cambios realizados en la estructura productiva
para intentar solucionar sus problemas de rigidez, de competencia y de
productividad. La empresa pasa a ser estatal y a reducir su actividad,
prácticamente, sólo a labores de desmantelamiento. En 1990
Hytasa es reprivatizada con nulo éxito (sospechas de corrupción
por medio), tanto que la Administración autonómica, esta
vez, debe volver a hacerse cargo. En 1995 la empresa entra en quiebra
técnica
y se acuerda que sean los trabajadores los que la gestionen en una
Sociedad
Anónima Laboral bajo la tutela de la Junta de Andalucía.
Actualmente, el barrio ya no depende
para
su supervivencia de los salarios de los trabajadores de Hytasa. Sin
embargo,
ahora que la importancia económica es mucho menor, la fábrica
se erige como un importante referente simbólico para los vecinos
del barrio. En la última etapa de Hytasa la venta de terrenos por
parte de la empresa fue el detonante revitalizador del movimiento
vecinal,
asociativo y sindical, finalmente se consiguió un área deportiva
para el barrio. El resto de la superficie fue destinada a la
construcción
de nuevas viviendas y la instalación de un centro comercial.
El caso de Hytasa y el Cerro
del
Águila es ilustrativo del vínculo existente entre formas
de trabajo y los modos de valorización del capital, desde el período
autárquico pasando por el proceso de liberalización económica
capitalista -con la instauración plena del capitalismo- hasta las
últimas épocas, en que la presión de la competencia
internacional, la inestabilidad de los mercados y el ineludible proceso
de cambio tecnológico dejaron obsoleta la estructura productiva
de Hytasa -a pesar de los cambios-.
La historia de Hytasa puede ser
entendida
como un desarrollo específico de lo que Gaudemar ha teorizado como
el paso de la "fábrica-ciudad" a la "fábrica-máquina",
atendiendo al desarrollo de las formas de control sobre la fuerza de
trabajo,
los principios legitimadores de la disciplina y las conflictivas
relaciones
jerárquicas que emanaban del proceso de transformación de
la fuerza de trabajo en trabajo productivo generador de plusvalor.
El autor confiere a la "identidad étnica
andaluza" una importancia explicativa que a lo largo de la lectura no
queda
justificada. Según él, este concepto es fundamental para
comprender las percepciones y comportamientos de los actores del Cerro
en cuyos discursos encontramos la oposición entre Andalucía
y Cataluña (Andalucía la mayor productora de un algodón
que se envía a las factorías catalanas) y "el no reconocimiento
de la inferioridad", signo definitorio de la identidad étnica andaluza
según Isidoro Moreno. Curiosamente, este mismo discurso fue esgrimido
por los sectores más reaccionarios en el momento de la crisis final
de la empresa, al imputar a Cataluña los males, presentes en ese
momento, de Hytasa.
La cuestión de la desigualdad
territorial
y los conflictos de clase quedan supeditados y deformados por el mito
de
la identidad étnica, que no ayuda a comprender las causas de los
problemas, y que en su afán "explicativo" recurre a los estereotipos
más chovinistas y autocomplacientes. En palabras de Pedro Gómez
"a diferencia del concepto clase social, que postula fundamentos
económicos
y políticos, el de etnia se refugia en la conciencia de autoadscripción
o heteroadscripción, que no raramente puede ser desmentida como
falsa conciencia, con sólo desvelar las realidades socioculturales
que hay debajo" (en "Las ilusiones de la «identidad». La etnia
como seudoconcepto", Gazeta de Antropología, nº 14,
1998).
El término de la lectura de este
interesante
caso suscita una pregunta: ¿cuáles son las conexiones en
los discursos de los vecinos del Cerro entre la experiencia
dentro
del proceso productivo, la configuración de la cultura de trabajo
y la identidad étnica andaluza?
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Recensión 06
María
Casado (coord.):
Bioética,
derecho y sociedad.
Madrid,
Trotta, 1998 (287 págs.).
Por Isabel
Balza. Universidad
de Jaén
El título
de la obra que ahora presentamos
pone ya sobre la pista de la intención que la guía, a saber:
constituir un material útil para la discusión necesaria sobre
las repercusiones que el creciente desarrollo de las nuevas tecnologías
en el ámbito de lo Biológico tienen –o pueden llegar a tener–
en la vida cotidiana de los individuos. Así, la imbricación
entre la ética y el derecho se presentan como marcos teóricos
adecuados para pensar el modo en que el debate social puede plantearse;
o mejor: es desde la conjunción del discurso ético y del
jurídico desde el que la posible amenaza o beneficio de lo tecnológico
puede argumentarse. Pues el juicio sobre la bondad o maldad de su
utilidad
se remite en todo caso al respeto de ciertos valores plasmados en los
derechos
humanos. La justificación de lo anterior, así como los diversos
problemas que de su articulación positiva se desprenden es el hilo
que recorre los diversos textos que conforman la obra. Veamos pues qué
sugerencias encontramos.
Los diez
artículos están agrupados
en tres apartados. En el primero –“el marco de referencia”–, se abordan
cuestiones relativas a la fundamentación y justificación
teórica de las razones que obligan a que sea desde la Ética
y el Derecho desde donde podamos enfrentarnos a pensar los problemas
que
surgen con la Biotecnología. «Ética para la Bioética»,
del profesor Ramón Valls, quiere recordar «que la Filosofía
vinculó desde sus orígenes la Ética a la discusión
política y al Derecho». Partiendo de la distinción
hegeliana entre moralidad –ámbito subjetivo– y eticidad –ámbito
objetivo–, enmarca el profesor Valls los distintos tipos del deber:
ético,
jurídico y moral. Olvidar entonces que la reflexión filosófica
sobre las costumbres conlleva también una reflexión sobre
las leyes que nacen a partir de ellas conduce a reducir el discurso
ético
a un discurso moral. Insistir en ello es necesario para no vaciar el
discurso
ético, y para establecer los límites en los que debe moverse;
a saber: una reflexión sobre qué tipos de deber pueden fundamentarse
para las acciones; nunca establecer cuál es el deber concreto que
impera. Cualquier intento de pensar uno de los modos en que la acción
humana se despliega, cualquier reflexión filosófica en su
aspecto práctico, cualquier ética, en fin, necesita estar
vinculada entonces al análisis que desde el discurso político
y jurídico es llevado a cabo.
En el
segundo artículo que conforma
el volumen, «Bioética y valores constitucionales», Francesca
Puigpelat Martí argumenta la necesidad de los mecanismos formales
–los del derecho– para resguardar los valores que con el uso de los
avances
tecnológicos pueden estar amenazados. Entre estos, la Constitución
aparece como instrumento excelente, en tanto que es entendida como
norma
jurídica matriz de toda otra norma, tanto en su aspecto formal como
material. Norma primera que protege los valores y derechos básicos,
siguiendo el sentido que en 1789 adquiere el término. Tras un repaso
de las distintas disposiciones constitucionales que en el caso español
afectan a las cuestiones bioéticas, se trata de articular el modo
en que pueden resolverse los conflictos que surgen entre distintos
principios.
Dado que las distintas disposiciones de la Constitución del 1978
que atañen a lo bioético presentan el carácter de
principios –aquí se sigue la distinción de Dworkin entre
principios y normas–, lo que la autora defiende es el examen de cada
caso
para la resolución de los enfrentamientos entre principios. Ni su
jerarquización, ni el establecimiento de un principio rector parecen
vías adecuadas a Puigpelat Martí. Así, cuando los
cuatro principios básicos de la Bioética que la concepción
principialista ha establecido (autonomía, no maleficiencia,
beneficiencia
y justicia) entren en pugna, habrá que observar sus circunstancias
para poder otorgar peso a uno de ellos. No obstante, la autora añade
que ante el carácter intuitivo de este procedimiento resta seguir
el modelo de la argumentación jurídica propuesto por el profesor
Atienza. Así, se trataría de construir una serie de reglas
argumentativas elaboradas a partir de la solución de los casos
problemáticos.
Estas reglas servirían de guía racional aportando decidibilidad
ante los dilemas éticos y jurídicos. Sin olvidar que no puede
agotarse la lista de casos posibles, ya que las circunstancias siempre
pueden sorprender con nuevos casos difíciles.
La
coordinadora del volumen, María
Casado, expone en su «Nuevo derecho para la nueva Genética»
la necesidad de la vinculación entre el Derecho y la reflexión
éticas. Reconociendo en su carácter coactivo la funcionalidad
del ordenamiento jurídico, reivindica, no obstante, un debate ético
para las cuestiones relativas al avance de lo tecnológico. Dentro
del pluralismo moral de las sociedades actuales, los derechos humanos
se
presentan como mínimo ético irrenunciable, así como
base jurídica de las sociedades. De este modo, determinados resultados
de la investigación en materia genética en ocasiones vulneran
–o pueden llegar a ello– los principios defendidos en los derechos
fundamentales.
He ahí su riesgo: riesgo hasta no hace poco sólo representado
en lo imaginario, pero que ahora amenaza con convertirse en real.
Consecuencias
no deseadas mas previsibles, como la discriminación que puede generar
la posibilidad de una política eugenésica, factible gracias
a la terapia germinal (como pudimos ver en Gattaca); o el mayor y casi
absoluto control estatal, con la vulneración del derecho a la
intimidad,
entre otros, que permitiría la huella génica. Tecnología
del cuerpo foucaultiana, pues, llevada a sus extremos. Abogando por la
responsabilidad
que en materia de investigación deben asumir los científicos,
la autora encuentra que las normas deontológicas –con su estatuto
intermedio entre las éticas y jurídicas– son un modo de control
social, en el que el compromiso ético está presente, más
allá del sólo carácter coercitivo que de lo jurídico
se desprende. Otra herramienta útil se perfila el reciente “Convenio
para la protección de los derechos humanos y la dignidad del ser
humano con respecto a las aplicaciones de la Biología y la Biomedicina”
de 1997; pero sólo, pensamos, en la medida en que más allá
del debate que pueda suscitar, no quede en instrumento decorativo que
simplemente
acalle las conciencias.
Precisamente,
esto es lo que encuentra Ascensión
Cabrera Infante al examinar las «Funciones y limitaciones de las
Comisiones Nacionales de Bioética», cuarto de los textos que
cierra este primer apartado del volumen. Examinando las funciones
asignadas
a dichos Comités, es la protección de los intereses de la
bioindustria y de los poderes económicos implicados en ella lo que
se perfila como real función práctica de los mismos. Al estar
constituidos con limitaciones jurídicas, en tanto que carecen de
fuerza vinculante sus decisiones, la función social que desempeñan
es la de normalizar las nuevas prácticas y usos que las biotecnologías
desarrollan y permiten. De ahí su eficacia para la autora: la de
apaciguar la posible alarma social que pueda generarse. Una vez más,
lo que la autora pone de manifiesto es la utilización de discursos
o significantes que poseen un barniz de legitimación, como es el
‘ético’, por parte del poder político y económico.
Tras este
marco general de la cuestión,
en el segundo apartado se analizan “Tres problemas sanitarios”.
Mirentxu
Corcoy Bidasolo recuerda en «Libertad de terapia versus consentimiento»
que el concepto de salud no puede ser ya pensado como un estricto
bienestar
físico, sino que la salud incluye el bienestar psíquico.
Rompiendo la dicotomía entre el alma y el cuerpo, dicotomía
que ha presidido y preside buena parte de la práctica médica,
nos encontramos con un sujeto que debe decidir sobre lo que considera
su
bienestar, pues ya el médico-especialista no es depositario del
saber sobre el bien de los otros. Cada cual es responsable del bien que
busque. Consecuencia de ello es el límite que la libertad de terapia
médica encuentra, pues ésta se convierte ahora más
bien en un derecho del paciente a elegir su cura. Con lo cual, el
derecho
a estar informado es desarrollo de la autonomía subjetiva: principio
pivote que soporta la inversión de la supremacía del valor
de la vida frente al de dignidad. La autora defiende y sustenta su
análisis
en esta perspectiva, pues, como muy bien señala, el derecho a la
vida no debe ser confundido con un deber a la vida.
El segundo
conflicto entre derechos enfrentados
que se analiza es el que provoca «La objeción de conciencia
del personal sanitario». Aquí, Guillermo Escobar Roca plantea
la cuestión limitando el derecho a oponerse al cumplimiento de un
deber jurídico con la protección de los derechos que puedan
verse neutralizados por aquel. En todo caso, la falta de una regulación
de la objeción para los supuestos más habituales (práctica
del aborto, esterilización de deficientes y los relacionados con
la reproducción asistida) provoca situaciones en las que los derechos
de los pacientes se ven seriamente afectados. La sugerencia final que
plantea
el autor nos parece muy conveniente: la obligación de la Administración
de contar con una plantilla de médicos no-objetores. Pues tanto
el personal sanitario como los pacientes deben ver respetados sus
derechos:
en un caso, el derecho a oponerse a ciertas prácticas contrarias
a la propia conciencia; en el otro, derecho al cumplimiento de lo que
la
ley dispone. Y en este conflicto entre derechos no debe
responsabilizarse
de modo prioritario a los individuos. Por ello, el que la
Administración
asuma la responsabilidad que el ejercicio de la práctica profesional
de algunos de sus trabajadores conlleve –su objeción– es fundamental.
Los pacientes no tienen por qué sufrir las consecuencias del ejercicio
del derecho de los otros.
En «El
secreto médico»,
Ramón Canals Miret y Lydia Buisán Espeleta insisten de nuevo
en un concepto de autonomía subjetiva que contradice ciertas prácticas
de la profesión. Fundamentalmente, lo que plantean es que la intimidad,
derecho protegido por la Constitución, y casi sistemáticamente
ignorado en los medios sanitarios, posee un carácter subjetivo.
Es decir, que en el ámbito de la intimidad de un sujeto entrará
todo aquello que aquel considere como parte integrante de su
privacidad.
Los límites de esta son, como en todo conflicto, las situaciones
en las que el respeto de esta intimidad afecta a derechos de terceros,
como la preservación de la salud colectiva. Lo difícil es
establecer estos límites en ciertos casos, aquellos en los que el
revelar la enfermedad del paciente tiene como consecuencia un perjuicio
evidente para éste (paciente con VIH positivo), pero de preservar
su derecho a la intimidad se desprende un daño aún mayor
para otros (dado, por ejemplo, su conducta de riesgo). Aquí lo que
se propone, dentro de una posición consecuencialista, es que habrá
que valorar qué derechos se ponen en juego en caso de conflicto,
y decidir atendiendo al respeto de los valores que se alcen como más
preciados. Eso sí, debiendo asumir el médico su responsabilidad
ética, descartando por tanto los autores la conveniencia de
judicializar
la relación.
El tercer
y último apartado dedicado
a examinar “Tres problemas metasanitarios” comienza con el artículo
de Víctor Méndez Baiges «Reducir el daño o combatir
el mal». Se nos propone aquí pensar el llamado problema de
las drogas en tanto que puede servir de ejemplo ilustrativo que ayude a
reflexionar acerca de otras cuestiones objeto de la Bioética. Así,
el autor desgrana las razones morales o económicas –frente a las
médicas o sanitarias– que subyacen históricamente a la regulación
estatal de los psicoactivos. Expone asimismo los argumentos defendidos
tanto por los partidarios de la prohibición como por los de su
legalización.
Y frente a este debate de las drogas, el autor propone una alternativa
al dilema que tal polémica plantea: el paternalismo jurídico.
Por lo tanto, se trataría de admitir que el uso de las drogas es
un caso de tutela estatal de la salud e integridad física. Con ello,
se admitiría la pluralidad de los productos psicoactivos, así
como de los sujetos concernidos. En definitiva, se postula que evitar
los
daños máximos es compatible con la salvaguarda de la autonomía
individual, al no ser el objetivo propuesto el de conseguir una
sociedad
libre de males. En este sentido, se recuerda la política de reducción
de daños de índole sanitaria –no policial– seguida por Holanda
en los años 80. Lo que el problema de las drogas enseña a
la hora de pensar otras cuestiones relativas a la Bioética es que,
frente a una actuación internacional plagada de soluciones
universalmente
válidas, la pluralidad de políticas locales permite obtener
resultados concretos y eficaces.
En el
segundo artículo de este bloque,
Jorge Riechmann analiza «La experimentación con animales».
Recordando que aunque los animales no sean ni puedan ser agentes
morales,
no por ello es necesario reducirlos a objetos sin significación
moral, Riechmann propone un «criterio material de justicia basado
en las capacidades sensoriales, emocionales e intelectuales de los
individuos
animales». Tras eliminar por innecesarios los experimentos con animales
realizados en el ámbito de la industria militar, cosmética
o alimentaria, el autor examina los problemas éticos que plantean
los llevados a cabo con fines biomédicos. Insistiendo en que el
principio básico es el de considerar a los animales fines en sí
mismos, y no meros instrumentos, Riechmann concluye abogando por la
elaboración
de una política racional que permita sólo los experimentos
rigurosamente imprescindibles; la creación de un registro central
de todos los experimentos realizados con animales, así como la
experimentación
alternativa. Estas medidas propiciarían la transparencia y
participación
de los intereses afectados en la experimentación. Para el autor
se trata, en definitiva, de adoptar con los animales el lugar del
hermano
mayor frente a los menores, y no, como ocurre todavía, la del
propietario
ante sus objetos. Esta es la opción moralmente justificable.
Graciela
Sarrible cierra el volumen con «Ética
y población: las políticas demográficas». Insistiendo
en que se deben pensar no sólo los derechos individuales, sino también
los colectivos, la autora repasa las distintas Conferencias Mundiales
de
Población, así como los documentos y resoluciones del Consejo
de Europa en materia demográfica. En su recorrido, concluye que
los derechos llamados demográficos, los que atañen a las
políticas migratorias, cuestiones medioambientales, los procesos
de envejecimiento de la población, o las cuestiones relativas a
las políticas de natalidad, siguen sin estar definidos de un modo
claro. Ello se muestra necesario para evitar situaciones de vulneración
de los derechos de los individuos que conforman la sociedad. |
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