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La ciencia, la técnica y la industria, como floración de la cultura contemporánea, están produciendo tales avances en las denominadas nuevas tecnologías que se habla de una revolución con repercusiones en la evolución sociocultural en todos los ámbitos y a escala mundial. Se trata de una revolución tecnológica, fundamentada en las tecnologías de la información, que está alterando las bases del sistema sociocultural muy rápidamente. Su clave reside en el lenguaje digital y la capacidad de procesarlo. Esta revolución no ha hecho más que empezar, dado que la actual tecnología de computación, basada en los microprocesadores de silicio, será sustituida en un futuro no lejano por la computadora molecular y más tarde por la computadora cuántica, millones de veces más eficiente. La transmisión se hará inalámbrica y dará cauce a billones de bytes por segundo. Ya se está fabricando el superordenador más veloz hasta ahora, capaz de efectuar 30 billones de operaciones por segundo. El sistema informacional no está constituido sólo por lo que ahora llamamos Internet, sino cada vez más por el conjunto de los medios de comunicación y las intranets, o redes internas (de empresas, instituciones, administraciones gubernamentales), los satélites artificiales de comunicaciones y el Sistema de Localización Global (GPS). Está ya a las puertas la integración en el acceso a Internet no sólo del ordenador convencional, sino del televisor digital equipado con descodificador, el teléfono móvil dotado del protocolo WAP y distintos tipos de terminales más simples. Pero es un hecho ya presente que la lógica del nuevo sistema lo empuja a una expansión mundial, a la globalización. Todos se apresuran a afincarse en el ciberespacio: gobiernos, universidades, bancos, comercios de toda laya, agencias, transportes, partidos y sindicatos, las ONG, toda organización sea legal o mafiosa, y hasta todo individuo que se precie pone su página. Los efectos de Internet alcanzan a todos los rincones, por más que las funciones cumplidas no dejen de ser ambivalentes: desencadena un enorme potencial productivo, pero por sí solo no previene la marginación de los «desconectados» ni la miseria de los países o zonas miserables. Su futuro no está escrito, pero ningún futuro podrá sustraérsele: ni el de la economía, ni el de los estados, ni el de la familia, el género o la personalidad. Esto suscita inquietud en no pocos. Temen perder el sentido de la vida, obtenido del marco sociocultural preestablecido y su ectoplasma imaginario. Algunos ven en peligro lo que consideran su «identidad» colectiva, como fuente social de sentido, y reaccionan a la defensiva, haciendo un baluarte de su tradición «étnica», cultural, lingüística, religiosa, o nacional. En casos extremos, la afirmación a ultranza de la identidad particular frente a la universalización inducida por la evolución cultural incurre en modos propios del fanatismo y el fundamentalismo. ¿Cuál
será la suerte
de la diversidad cultural, durante tantos siglos separada
geográfica
o políticamente, ante las condiciones que implanta la trama
unificadora
de los nuevos sistemas de información y comunicación que
se le vienen encima? Internet como metáfora de una nueva civilización En la sociedad red que emerge como fenómeno mundial, la red de redes es Internet, que constituye el medio, la infraestructura imprescindible, y al mismo tiempo la metáfora de los cambios que se producen en la realidad social. Aunque es bien sabido, recordaré que Internet es materialmente una red física de comunicaciones que interconecta miles de nodos, con mayor o menor potencia, integrados por grandes ordenadores capaces de encaminar mensajes entre oficinas, bibliotecas, centros docentes, casas... entre millones y millones de usuarios. Las modalidades de estos trasiegos de información son varias, como por ejemplo la transferencia de archivos (FTP), la tertulia por escrito en los canales IRC, la videoconferencia, el correo electrónico, la mensajería instantánea. No obstante se suele llamar «Internet» casi por antonomasia a la Web. La World Wide Web (WWW), inventada en 1989, consiste en un tejido mundial de páginas digitales, gobernadas por un protocolo que permite localizarlas y establecer infinidad de hiperenlaces entre ellas. El contenido consiste siempre en información, pero ésta puede adoptar la forma de textos, multimedios, programas, contactos interactivos, operaciones comerciales o de otros muchos tipos. Ese ciberespacio de sitios y páginas resulta literalmente inabarcable, tan inabarcable como el mundo empírico, e incluso podrá llegar a serlo aún más, en la medida en que dé cabida a muchos mundos imaginarios. En su inmenso laberinto, uno apenas logra ir sistematizando los datos de sus propios itinerarios, obtenidos mediante búsquedas en el fondo aleatorias e inciertas, y, la mayoría de las veces, más bien como imprevisto resultado de la curiosidad y el azar. Al cabo del tiempo, el investigador va tejiendo su propia red de hilos de Ariadna, anudados de enlace en enlace, que remiten a otros enlaces y a otros; hilos finalmente amarrados a los conceptos principales que cada cual consigna en páginas privadas, archivadas en carpetas del ordenador personal. El manejo de toda clase de información se encuentra cada vez más, casi para todo, al alcance de nuestros dedos: en teclas, pantallas sensibles, ratones y mandos a distancia. Y pronto, a las órdenes de nuestra voz e incluso de nuestra mirada. Refresquemos algunos datos: Internet empezó su expansión masiva en 1994. Entonces contaba con unos 13 millones de usuarios. En este año 2000, son 300 millones los internautas en todo el mundo. Según datos publicados este verano, se estima que en Estados Unidos hay más de 120 millones. En España, se calcula que son cuatro millones. El contenido de la WWW se cifra actualmente en alrededor de 2.000 millones de páginas. Y se alcanzarán los 4.000 millones en la próxima primavera, lo que supone que cada día se agregan siete millones de páginas más.... (Pueden consultarse datos en la página de Cyveillance: www.cyveillance.com.) Tal volumen fácilmente resulta más ruido que información para muchos de los que surcan el ciberespacio, pero cada vez habrá instrumentos más sofisticados para que la red se asemeje a un «cerebro global» y empiece a ser «inteligente», adquiriendo una creciente flexibilidad en función de los intereses del usuario. ¿Que funciones desempeña la red? Si la Ilustración, la Enciclopedia y la ciencia moderna fueron posibles gracias a la invención y difusión de la imprenta, hoy el despliegue de la red mundial está creando las condiciones para una revolución de las ciencias y de la cultura. Internet es la Enciclopedia del siglo XXI y tal vez esté incubando posibilidades de una nueva Ilustración y una nueva sociedad democrática planetaria. En Internet se
codifica, se almacena, se procesa,
se intercambia información. Pero la información
circulante
por las infopistas no tiene que ver sólo con el aspecto
ideológico
de las culturas, sino con todas las dimensiones constitutivas del
sistema
sociocultural y con su articulación interna. Se ha vuelto
inseparable
de los mecanismos de desarrollo tecnológico y económico.
Repercute en el cambio de las relaciones sociopolíticas y del
modo
de vida e interacción entre individuos, grupos y sociedades.
Derriba
las antiguas barreras para el intercambio en los campos de la ciencia,
el arte, la religión, la literatura, la música, la moda,
etc. La red, como un tejido nervioso, atraviesa todo el sistema, tanto
las infraestructuras como las superestructuras; tanto la vida personal
como el orden mundial. Modelo de sociedad y de hombre implícito en la Red Siempre hubo contactos interculturales a lo largo de las épocas. Lo nuevo hoy es que los contactos se han sistematizado, se hacen permanentes y se aceleran hasta posibilitar una interacción instantánea, en tiempo real. Se refuerza un nuevo paradigma, el del pensamiento sistémico. Cambia la misma concepción del poder, entendido ahora como polivalente influencia sobre otros. En la organización social, «la estructura ideal para el ejercicio de esta clase de poder no es la jerarquía, sino la red» (Capra 1996: 32). Los instrumentos intelectuales para el nuevo paradigma proceden de aportaciones como la teoría de los sistemas abiertos de Ludwig von Bertalanffy; el bucle de retroalimentación cibernética de Norbert Wiener, Gregory Bateson y William Ross Ashby; la teoría de la información de Claude Elwood Shannon, Warren Weaver y Léon Brillouin; la teoría de los autómatas autorreproductores de John von Neumann; el principio de «orden a partir del ruido» y el azar organizador de Heinz von Foerster; y las teorías de la autoorganización de Henri Atlan; las «estructuras disipativas» autorreguladas de Ilya Prigogine; las teorías cognitivas de Humberto Maturana; la hipótesis Gaia de James Lovelock; etcétera. El patrón de organización en forma de red se caracteriza ante todo por sus relaciones no lineales: van en todas direcciones. Los bucles retroactivos y recursivos que genera pueden hacer que el sistema se autorregule lejos del equilibrio y que aparezca un orden espontáneo: la autoorganización, la autopoiesis. En nuestra época, ha fraguado una alianza muy estrecha entre cultura, información y tecnología, que se ha convertido en motor de un cambio histórico en todos los niveles. La arquitectura sociocultural mundial se encuentra en trance de construcción. Su inspiración estriba en el modelo de red, o al menos ésta tiende a imponer algunas de sus propiedades. La red alude a una estructura abierta, dinámica, evolutiva, compleja, flexible, fluida, adaptable. Presenta el mejor paradigma de articulación de lo diverso en la unidad. Las culturas en red generan una dinámica de interconexión, complejidad, interretroacción e integración cultural. La lógica de interconexión de todos los sistemas tiene una configuración topológica de red (Castells 1996, 1: 88). La red es el modo de organización menos estructurado, en el que mayor disparidad de componentes pueden guardar una coherencia y funcionar como un todo. Tanto la red como el flujo de datos por ella son sumamente flexibles. Poseen un carácter no jerarquizado ni centralizado: sin mando superior, es policéntrica, una trama de redes; un carácter no planificado: su crecimiento y funcionamiento es autónomo, espontáneo; un carácter no impositivo, sino basado en la interactividad, el intercambio y el diálogo; un carácter no homogéneo sino pluralista en su contenido y su control; un carácter no lineal sino complejo, hipervincular e hipertextual. El modelo de hipertexto (sistema de enlaces múltiples, no lineales e instantáneos) que caracteriza a la red constituye una innovación cualitativa (más allá del relativamente modesto sistema de referencias que incorpora una enciclopedia convencional). El modelo reticular favorece la transformación social conforme a un patrón de organización más democrático. Promueve una sociedad abierta en cada país. Al saltar por encima de los prejuicios «raciales», por encima de los corsés étnicos, por encima de las fronteras geográficas, históricas y nacionales, impulsa la evolución hacia una sociedad mundial abierta. Y no se trata sólo de todas las poblaciones humanas y sus culturas conectadas en red. Se trata también -quizá ante todo- los individuos en red. Pues aquí como en otros asuntos las diferencias verdaderamente concretas y reales son las que se dan entre individuos (síntesis particulares de rasgos heteróclitos, procedentes de todas partes), tanto en el dominio sociocultural como en el plano genético de la especie humana. Las nuevas tecnologías que llegan a las masas tienen como principales destinatarios precisamente a los individuos. Pero la realidad
es
incomparablemente más
compleja. Quedan pendientes difíciles problemas, interrogantes e
incertidumbres, muchos de ellos sin precedentes. Se tendrá que
ajustar
el problema del poder, la intervención de los estados y de los
organismos
internacionales, el peso de las grandes corporaciones transnacionales.
Habrá que redefinir la intimidad y la confidencialidad, y
garantizar
el derecho a ellas en la red mundial. Montajes como el de
«Echelon»,
para el espionaje político e industrial, y el sistema apodado
«Carnivorous»,
diseñado por el FBI para intervenir las comunicaciones por
Internet,
inquietan con razón a los defensores de los derechos civiles.
Deberá
ser resuelto legalmente el grave problema de la vigilancia en el
ciberespacio
y en las telecomunicaciones en general. Presencia de la diversidad cultural en Internet ¿Desaparecerá la diversidad cultural, o más bien dejará de estar acantonada en espacios escasamente permeables y, a través de la red, se volverá omnipresente, accesible a cualquiera desde cualquier parte? No es infrecuente cierto recelo hacia Internet, considerada como instrumento del imperialismo cultural occidental, como medio para la uniformación mental y para la difusión de lo que denominan «pensamiento único». Supondría acaso un peligro de exterminio para las culturas tradicionales, una amenaza de desaparición de la diversidad cultural. Pero el ciberespacio no se asemeja a un continente cuyos confines haya que conquistar. Carece de límites. Se agranda al instalarse uno en él. Y nadie tiene vetada la conexión (si no es el países con gobierno dictatorial). Con independencia de la dificultad para encontrarlas, en Internet todas las informaciones se hallan a la misma distancia, como si el espacio y el tiempo se anularan en la red. Cada página nueva que se incorpora se vuelve sincrónica con los dos millardos que la precedieron. Todas ofrecen, en principio, una accesibilidad inmediata para cualquier internauta. Además, todo el mundo puede ofrecer ahí información, o contacto y relación de tipo personal, comercial, intelectual, cultural. Si nos interrogamos por la presencia de las culturas en Internet, ésta podría constatarse y cuantificarse al menos de dos maneras, aunque sean imprecisas y aunque los datos cambien velozmente. Primero, por el número de internautas de cada país o de cada comunidad cultural. Y segundo, se me ocurre que puede ser un indicador la cantidad de páginas que aluden a conceptos relativos a las diferencias y las identidades culturales, y también el número de páginas que refieren a cada país. En esta ocasión, voy a escoger esta segunda vía, utilizando los servicios de buscadores de tipo universal, que son los que exploran toda la Web, analizando el contenido de todas las páginas e indexando todas las palabras en las principales lenguas. Los tres principales buscadores globales son Alltheweb, Raging (de Altavista) y Google. Por estas fechas, cada uno tiene indexadas cerca de quinientos millones de páginas, y anuncian ya los mil millones. En las búsquedas que he realizado, de hecho los tres arrojan resultados convergentes en la inmensa mayoría de los casos, por lo que las diferencias entre un buscador y otro no me parecen significativas. Así he llevado a cabo una indagación mediante la cual sólo pretendo una aproximación grosso modo, que verifique si las diversas culturas y los distintos países están, o no, y en qué proporción, presentes en Internet. En primer término las búsquedas se han centrado en rastrear el tema de la cultura y la diversidad cultural en Internet. Para ello, he formulado noventa y seis expresiones de búsqueda seleccionadas del vocabulario que suele utilizar la antropología social y cultural, en especial las que denotan dimensiones o caracterizaciones de la diversidad. (Por ejemplo: otras culturas, pueblos indígenas, cultura africana, sociedades tribales, diversidad étnica, conflicto étnico, tercer mundo, folclore, etnicidad, multicultural, etnología, museo de antropología, etc.) La averiguación se ha realizado por partida doble, en inglés y en español, utilizando una opción de los buscadores que permite restringir la busca a páginas escritas en una determinada lengua (a fin de evitar coincidencias formales con palabras de otros idiomas). La suma de los resultados de las páginas en español representan entre un 8 y un 10% respecto al conjunto de las páginas en inglés. Sin embargo, la presencia de la diversidad ofrece un perfil estadístico aproximadamente proporcional entre una lengua y otra. Por otro lado, hay que tener en cuenta que el inglés es, hoy por hoy, el idioma por antonomasia de la red, no sólo por la delantera que llevan los países de habla inglesa, sino porque en todos los demás países se escriben también páginas en inglés, o duplicadas en inglés, para darse a conocer más universalmente. De manera que las búsquedas en esta lengua, sin negar que haya inevitables distorsiones, arrojarán los resultados más representativos. Los resultados de las prospecciones acumulan más de 35 millones de referencias, de las cuales un número indeterminable reincidirá en las mismas páginas. Pues bien, sin
explicitar aquí un examen
comparativo de los resultados reseñados en la TABLA
1 (cosa que dejo para entretenimiento del lector), lo que
sí
cabe resaltar es la evidente presencia de la diversidad cultural en
Internet,
la preocupación por las otras culturas, por lo étnico, lo
tradicional, lo nativo, las minorías raciales y nacionales, el
tercer
mundo, la multiculturalidad, etc. Como breve muestra, entresaco algunas
cifras:
Si nos fijamos en las referencias a los distintos continentes, resulta lo siguiente: África 3.635.260
páginas. Así que efectivamente la diversidad, una enorme diversidad de culturas, están «en línea», en la red, sea por obra propia, por obra del mercado o por obra de antropólogos y de instituciones dedicadas a la docencia, la investigación o la difusión. La segunda tanda de rastreo la he llevado a cabo por países y territorios, ateniéndome en las búsquedas a las mismas restricciones que en la averiguación anterior. Aquí el resultado expresa la cantidad de páginas (en inglés) que hacen referencia a cada país. Luego, tal como se presenta en la TABLA 2, se ha calculado el porcentaje sobre el total de páginas que corresponde a cada país, así como el número de páginas por mil habitantes. Repito que no se trata de un estudio estadístico exacto ni con una ficha técnica impecable, pero no por ello deja de poseer un valor heurístico. En primer lugar, es constatable cómo no hay ni un solo país o territorio que esté ausente. Hasta los más pobres: Burundi tiene referencias en 169.696 páginas; Etiopía, en 325.059; República Democrática del Congo, en 114.061; Somalia, en 210.240. En segundo
lugar, es
destacable cómo
existe una relación directa, muy a grandes trazos, entre la
importancia
económica y política de un país y la cantidad de
páginas
que aluden a él en la red. La clasificación de los
más
presentes es ésta:
Llaman la atención algunos casos en los que la cantidad de referencias en páginas digitales sobrepasa mucho en proporción a la población correspondiente del país. Aunque esta relación entre páginas y población no parece tan linealmente significativa, y será necesario dilucidar en cada caso, puesto que, por ejemplo, carece de sentido que España arroje una relación mayor que Estados Unidos, o que este país tenga la misma que Haití. En ciertos casos sí es fácil descubrir una razón de tipo económico, como en el grupo formado por los llamados «tigres asiáticos», núcleos de desarrollo capitalista, como Nueva Zelanda (con 1.889.920 páginas), Hong Kong (con 1.621.610) y Singapur (con 1.567.706). Algo parecido ocurre con otros territorios caracterizados por ser paraísos turísticos -o fiscales- y que ostentan un número totalmente desproporcionado de alusiones en páginas: Antillas Holandesas (4.914 páginas por mil habitantes), Aruba (2.399 páginas por mil habitantes), Bahamas (1.438 páginas por mil habitantes), Bermuda (2.861 páginas por mil habitantes), Dominica (1.470 páginas por mil habitantes), Islas Marshall (1.897 páginas por mil habitantes), Islas Vírgenes (3.297 páginas por mil habitantes), Liechtenstein (4.946 páginas por mil habitantes), Micronesia (1.492 páginas por mil habitantes), Isla de Palau (5.222 páginas por mil habitantes), Samoa Americana (1.966 páginas por mil habitantes), Seychelles (1.976 páginas por mil habitantes), Tonga (1.983 páginas por mil habitantes). La conclusión
que parece deducirse,
globalmente, es que sí se da alguna clase de correlación
entre el desarrollo de la presencia en Internet y el desarrollo
económico
y social de un país, formándose un bucle de
retroalimentación
positiva entre ambos aspectos. En las coordenadas del recuento
efectuado,
prácticamente no hay ningún país industrializado
que
no sobrepase el millón de páginas con referencias a
él.
Esto vendría a corroborar la teoría transcultural de
Castells,
según la cual el nuevo paradigma tecnológico basado en la
tecnología de la información constituye la clave del modo
de desarrollo, el «capitalismo informacional», que
actualmente
está triunfando y transformando «todo el ámbito de
la conducta social» (Castells 1996, 1: 44), produciendo «el
surgimiento de una nueva estructura social» (pág. 52). Contradicciones y oportunidades de la globalización Resulta innegable a todas luces, y ha quedado señalado en términos cuantitativos de mayor o menor presencia digital, que el triunfo planetario de las redes de riqueza y poder no es igualitario. Hay capas sociales, regiones y países desconectados, infracomunicados, excluidos de los beneficios de ese proceso de globalización. Lo cual lleva a algunos a descalificar frontalmente la globalización, buscando la autoafirmación en una identidad étnica, religiosa o cultural asimismo excluyente. Un planteamiento extremo como éste supone una idea simplista tanto de la globalidad como de la identidad, pues, aunque sus relaciones no dejen de ser conflictivas, nuestro mundo se va a construir inevitablemente en torno a la relación entre ambos polos. Y si no deseamos que la mundialización se opere por vía de homogeneización, sino por la vía multicultural, sería absurdo sustraerse en lugar de participar. Más aún, si en realidad «hemos entrado en un mundo verdaderamente multicultural e interdependiente que sólo puede comprenderse y cambiarse desde una perspectiva plural que articule identidad cultural, interconexión global y política multidimensional» (Castells 1996, 1: 53). No hace ninguna falta mitificar Internet y la globalización, elevándolas al rango de nueva religión cibernética o de «evangelio digital». Hace tan poca falta como sacralizar su denostación con una actitud fundamentalista. No se trata sólo del tópico de que toda innovación técnica resuelve unos problemas a costa de crear otros peores, o que posibilita tanto el uso bueno como el malo. Es ineluctable reconocer el hecho de que la mediación de las nuevas tecnologías y la red mundial se está volviendo cada vez más imprescindible en las relaciones tecnoeconómicas y socioculturales en general. De tal modo que lo global aparece como condición para el desarrollo de lo particular, siendo lo viceversa también verdadero. El futuro no está escrito en ninguna parte. Y dado que es imposible evacuar la ambigüedad y la incertidumbre, la cuestión es prevenir y combatir los riesgos de una globalización discriminatoria, desigual y no democrática, a fin de optimizar las virtualidades constructivas y humanizadoras que entraña. Ante la brecha de opulencia y miseria entre países del Norte y del Sur, nadie sensato duda de la necesidad de compensar las desigualdades provocadas por una globalización desregulada y salvaje. Los estados deben defender, claro está, sus políticas de desarrollo nacional. Pero incluso para esto necesitan inversión externa, cooperación técnica y un intercambio comercial estable: todo eso es participar en la globalización. En palabras sencillas se diría que los males de la globalización sólo puede curarlos una mejor globalización. La sociedad global informacional ofrece la posibilidad y oportunidad de que los pequeños países, pequeñas empresas, pequeñas comunidades humanas y hasta individuos particulares se hagan presentes en la globalidad y puedan beneficiarse del intercambio generalizado. Además, facilita la posibilidad de globalizar y coordinar mundialmente iniciativas dispersas de todo orden: solidarias, ecológicas, políticas, formativas, etc. Como ilustración de lo que digo, hay en Internet, entre otros muchos, un portal que se ofrece a coordinar globalmente las protestas de todos los países, el Instituto para la Comunicación Global (www.igc.org). Está a disposición de los movimientos sociales de todo el mundo que buscan la paz, el antirracismo, el ecologismo, la igualdad de la mujer y la defensa de los derechos humanos. En la actualidad acoge información de cerca de mil organizaciones (Ciberpaís, 10 agosto 2000: 9). En la prensa aparecen informes acerca de casos ejemplares en los que las nuevas tecnologías sirven al desarrollo económico de los más pobres: Muhamad Yusuf, llamado el «banquero de los pobres», expone su experiencia en Bangladesh, en dos mil aldeas pobrísimas. Lleva años desarrollando un programa de microcréditos para pequeños proyectos. Los teléfonos móviles, recargados gracias a la instalación de paneles solares, conectan a los vecinos con el exterior. Están consiguiendo muchos trabajos para la gente pobre, sin intermediarios ni caciques. Y pronto accederán a Internet, utilizando programas informáticos específicos. Su visión no puede ser más optimista: «Yo creo -declara- que la globalización es algo grandioso para la gente pobre, porque, por primera vez, el aislamiento de los menesterosos ha sido borrado, ha desaparecido. Ahora son ciudadanos del mundo y tienen más opciones» (El País Semanal, nº 1.242, 16 de julio 2000: 16). Ha fundado un Centro Internacional para la Eliminación de la Pobreza mediante las Nuevas Tecnologías. Piensa que constituyen una excelente oportunidad para cambiar radicalmente la sociedad mundial, si se trabaja por objetivos sociales. Posiciones parecidas encontramos en personas comprometidas con las luchas populares en otras latitudes. El peruano Juan J. Biondi sostiene que, a pesar de la proyección homogeneizadora que dimana de los centros de poder, la tecnología digital produce fracturas que dejan espacio a la diversidad: «Asistimos a un proceso en el cual la globalización se convierte en alimento de la diversidad. La circulación extensiva de información por todo el mundo es consumida ahora por identidades dispares que incorporan al discurso global su propia disparidad (...) El nuevo estadio de globalización supone una oportunidad extraordinaria» (Biondi 2000: 28). Y es que hoy no sólo se mundializa la ciencia, el mercado, el capital financiero, el «pensamiento único», o la pobreza, también se mundializan instrumentos que liberan al individuo y potencian las demandas sociales de justicia, de paz, de democracia, en un escenario a la vez local y global. En otro registro, no falta quien aprovecha la ocasión para augurar una victoria feminista: La antropóloga norteamericana Helen Fisher (1999) vaticina que la globalización significará una magnífica oportunidad para los talentos naturales de las mujeres, inclinadas a las relaciones personales y comunicativas, cualidades que están cambiando el mundo y tendrán un gran futuro en los servicios de la sociedad informacional. Pero quizá no haya que ser adivino, ya que hoy por hoy el número de internautas femeninas ha superado al de los masculinos en Estados Unidos. (Mientras que en España sólo alcanzan el 33%.) Otro fenómeno muy curioso es que, al conectarse con la red mundial, al dar y recibir información, las gentes de diferentes sociedades y culturas rompen el aislamiento y comienzan a derribar las barreras seculares que se erguían entre ellas. La interconexión pasa por encima no sólo las barreras geográficas, sino de las «raciales» y «étnicas», de las religiosas, de las lingüísticas... Las culturas entrecruzan informaciones cada vez más. Se va disipando el espejismo de los presuntos derechos de las identidades culturales sobre los individuos. Avanza la idea de que son los individuos los únicos que tienen derecho a conformar culturalmente su vida y a ejercer sus libertades políticas como ciudadanos. Conglobadas en el ciberespacio común, sometidas a los mismos protocolos de comunicación y disponibles para el acceso universal, las diferencias culturales modifican -aun cuando se proponen lo contrario- su lugar y su significado interpretado en términos particularistas. Las pretendidas singularidades se ven desnudas de la incomunicabilidad que requerirían. Y por obra y gracia de la interactividad, un nuevo concepto de la cultura como universal se hace patente, rehabilitando una teoría de la cultura verdaderamente antropológica, es decir, transcultural y general. En otras palabras, el modelo humanista empieza a vencer en toda la línea al modelo etnicista en la concepción de la cultura y su diversidad. El mero hecho de conectarse a la red constituye de facto la mejor impugnación de los presupuestos particularistas del etnicismo, que reclaman para la propia identidad el origen privilegiado, la pureza, la autosuficiencia, la propia superioridad y la exclusión del otro. La realidad es que todos los logros culturales son intercomunicables porque pertenecen a la misma humanidad. Si la historia, siempre mitificada, de «lo propio» llevaba a cabo sistemáticamente la maniobra de escamotear el paso por lo ajeno, ahora la simulación de la singularidad cultural se muestra al descubierto. En la ecumene digital, desaparece lo exótico, lo exclusivamente propio, lo heideggerianamente auténtico: Su prístina e intransferible diferencia no tiene más sentido que el posibilitado por la condición humana compartida, es decir, por la universalidad semántica. Tal es lo que en Internet se trasluce y corrobora. Por eso, las nuevas tecnologías de la información propician la derrota histórica y programática de los ideales étnicos de los nacionalismos, por más que aún sigan fascinando a algunos durante mucho tiempo. El modelo teórico identitario, que aspira al cierre cultural, no tiene ya muchas posibilidades, salvo las que le ofrezca el repliegue transitorio sobre las propias ilusiones. Pues toda diferencia cultural está fatalmente destinada no a disolverse, pero sí a integrarse en la corriente general o a corromperse en su narcisista estancamiento. En el plano de las polarizaciones políticas, la crisis de la izquierda teórica, tras abandonar la utopía marxista y extraviarse por los meandros del etnicismo, las identidades culturales y el nacionalismo, que la lleva a veces a desconfiar de Internet y rechazar la globalización, conlleva el riesgo de contribuir de hecho al avance del neoliberalismo y a la derechización mundial (Rorty 1998). Esos presuntos progres, entusiasmados en la apología del folclore bajo el rótulo de la etnicidad, defienden equivocadamente, en nombre de una privativa singularidad y diferencia, lo que sólo debería reivindicarse en nombre de la igualdad, esto es, postulando que todo ser humano, máxime el desposeído, es acreedor del mismo derecho que todos. La mundialización crea nuevos espacios y medios para la denuncia de la injusticia, para la generalización del bienestar social, la democracia y la solidaridad. Sería paradójico que, en aspectos decisivos de la transformación social, nos encontremos con una izquierda reaccionaria y una derecha progresista. La creación de este instrumento para el intercambio cultural entre todas las poblaciones de la Tierra no será la panacea que proclaman los tecnoprofetas optimistas. Puede utilizarse para difundir tanto el conocimiento como los seudosaberes y las mentiras. Puede servir a la causa de la paz, pero también para propagar el odio y el conflicto. Internet es una oportunidad, no la solución. Todo dependerá del giro que entre todos le demos a la sobreabundancia de información y de herramientas para procesarla, de tal modo que contribuya a una comunicación verdaderamente humana en un mundo más humanizado. Basados en que sólo hay 300 millones de internautas en el mundo, frente a una población de 6.000 millones, en que el 20% más pudiente controla el 90% de los accesos a Internet, los agoreros insisten en argumentar que se va a crear una nueva desigualdad entre los humanos, no ya entre los ricos y los pobres, sino entre los desenchufados y los enchufados a la red. Sin embargo, probablemente están mirando las cosas con vista miope. Pues la conexión no ha hecho más que empezar, y el acceso se vuelve cada día más fácil, barato y ubicuo. De antemano, existe la posibilidad de que se agrande el foso, la brecha digital entre agraciados y desgraciados; pero también es posible que se tiendan puentes, se permita y potencie la conexión con el sistema global, a fin de establecer el flujo necesario para una vida humana digna, de modo que cada vez más todas las poblaciones se beneficien de los logros de la especie. El cotizado especialista Nicholas Negroponte, director del Media Laborartory del Instituto de Tecnología de Massachusetts, pronostica que, para el verano de 2001, Internet tendrá 1.000 millones de usuarios, y alojará comercio electrónico por valor de un billón de dólares. Según sus previsiones, «en el plazo de tres años, el mundo en vías de desarrollo representará más del 50% de Internet. Tres años después, el idioma más utilizado en la red será el chino» (Negroponte 2000: 39). Los países más modestos van a competir en el mercado mundial. Y no olvidemos que en este terreno cualquier predicción suele quedar obsoleta en breve plazo. Lo cierto es que la extensión de las nuevas tecnologías parece interesar a todos. Porque con tan grandes desigualdades no es viable un mundo en equilibrio. Recientemente, el denominado Grupo de los Ocho (G-8), formado por los siete países más industrializados y Rusia, ha suscrito en Okinawa la Carta sobre la Sociedad Global de la Información, donde se establecen principios y compromisos para universalizar la revolución digital, compartiendo los avances tecnológicos, a fin de salvar la brecha que separa a los países en vías de desarrollo y a aquellos sumidos en la pobreza. También es verdad que las buenas intenciones sobrepasan a los fondos para formar expertos en las nuevas tecnologías en el Tercer Mundo, donde aún hay 900 millones de analfabetos totales, donde faltan infraestructuras y son precarias la educación y la sanidad. Con todo, las culturas particulares o locales, por su conexión e interactividad con la red, han empezado a hacerse presentes en la globalidad. Más aún, participan en su constitución al integrarse en ella, no sólo por la adopción de la tecnología informacional común, sino por la puesta al alcance mundial de sus propios rasgos e informaciones y por la toma en préstamo de aportaciones de todos los otros. Si en Internet se genera, codifica y comunica información que se expone universalmente, casi la única barrera persistente estriba en la diversidad de códigos lingüísticos. Hay que tener en cuenta, no obstante, que el código lingüístico ya no es el unificante de la cultura. En realidad, la cultura siempre ha saltado por encima de él. Y hoy se salva más fácilmente la barrera, tanto por el aprendizaje multilingüe como en virtud de la traducción simultánea. La barrera lingüística se ha superado en parte, hasta ahora, haciendo del inglés la lengua común. Otra solución a más largo plazo sería aprendiendo las tres o cuatro lenguas más importantes (inglés, chino, español, ruso, árabe). Pero, antes de que estas dos salidas se generalicen, las barreras entre las lenguas desaparecerán mediante aplicaciones de traducción automatizada, o bien el desarrollo de una lingua franca electrónica (como el Universal Network Language), cuyos trabajos se hallan muy avanzados (cfr. Ciberpaís, 20 julio 2000: 7). Éste último es un sistema universal de lenguaje en red, que entenderán los ordenadores, con programas de conversión y edición, que pronto va a permitir la comunicación directa entre individuos que estén utilizando idiomas distintos. En consecuencia,
a
pesar de los pros y los
contras, y sea cual sea el curso futuro de Internet, hay una cosa cuya
demostración ya no admite réplica, y es que la diversidad
cultural ha dejado, o dejará, de ser patrimonio identitario de
etnias
particulares, para mostrarse como parte del patrimonio cultural de la
especie
humana; aunque aún se demore mucho tiempo la extinción
por
propio desengaño de los mitos tribales y las utopías
reaccionarias
del etnicismo y el nacionalismo, que menguan la conciencia de los
hombres,
y los ciegan para verse ante todo como humanos en su pluralidad. La
diversidad
cultural irá integrándose y adoptará la forma de
cultura
pluralista. Ésta no sólo pone en comunicación las
diferencias, y las tolera y reconoce, sino que las hace convivir, las
articula
a la vez que refuerza la estructura común que en el fondo ampara
su derecho a la existencia. Esta evolución en ciernes sin duda
tardará
en ser asimilada, pero sólo en la medida en que seamos capaces
de
caminar hacia ella habrá una nueva sociedad abierta planetaria:
de individuos para quienes nada humano será ajeno. Fuera de esta
vía no renacerá nuestra sensibilidad ante el sufrimiento
ajeno, primera condición para regenerar el necesario
universalismo
moral, abandonado por tantos diferencialistas y posmodernos, o
empantanado
en elucubraciones abstractas y sin fundamento. Nueva concepción de la cultura como noosfera terrestre La era de la información trae consigo la unificación del espacio cultural y civilizatorio. Resulta de un cambio en el «paradigma tecnológico» (cfr. Castells 1996, 1: 87), que moldea el proceso de reestructuración económica y organizativa, desplegando un nuevo modo de desarrollo. Éste está transformando todo el sistema social y el modo de vida, los modelos de identidad y la comunicación simbólica. Indudablemente afecta también al paradigma del pensamiento, al menos planteando la exigencia de su reforma, dado que, en el incierto juego del caos y el orden emergente, casi nada se deduce deterministamente. Así replantea también la concepción teórica de la cultura. La cultura es información, claro está, pero no sólo información. Es conocimiento práctico y teórico, pero ni siquiera solo conocimiento. Es la vida humana socializada y creadora de las condiciones que posibilitan la existencia social, el desarrollo de las capacidades individuales, a la vez que la bioevolución de la especie. Es decir, el concepto de cultura implica tanto la realidad estructurada del ser social como el patrón de organización, o red de información inherente y decisiva para su existencia. La cultura es información y acontecimiento: sistema complejo que articula las relaciones de una población o sociedad humana, primero, con las condiciones del ecosistema físico, natural, y rural-urbano; segundo, las relaciones internas a la población y las exteriores con otras sociedades; y tercero, las relaciones con los códigos y mensajes plasmados en palabras, ideas y valores, imágenes, sonidos y creaciones simbólicas de todo tipo, referidas tanto al mundo empírico como a lo imaginario. El entorno práctico impone condiciones para la adaptación, a veces muy estrictas, pero, en la medida en que es la tecnología la que desarrolla los modos de adaptación, tales condiciones impuestas se relativizan. Desde el alba del género humano, las técnicas y toda clase de rasgos culturales han circulado, pese a los obstáculos y barreras, entre todas las poblaciones de la especie. La difusión mediante contactos cara a cara y mediante una variada panoplia de codificaciones, soportes y traslaciones nunca cesó, por más que su ritmo fuera intermitente, lento, frenado hasta rozar la incomunicación del ensimismamiento durante dilatados períodos de tiempo. Desde el inicio de los tiempos modernos, todos los aislamientos se han roto y la diáspora de los tiempos históricos tiende a sincronizarse. El hombre descubre su unidad al mismo tiempo que descubre su abigarrada diversidad. Es emblemático el vaivén entre Ilustración y Romanticismo, al resaltar respectivamente la identidad humana racional de todo ser humano, o bien la identidad más cercana de la propia tradición particular. Ambas poseen una parte de verdad y deberían complementarse. Pero todavía somos víctimas de dos deformaciones contrapuestas: Por un lado, el pensamiento instrumental y abstracto que desemboca en la tecnociencia burocratizada, que no respeta la complejidad de lo real. Por otro lado, el pensamiento replegado sobre la parcela concreta de la etnia o la nación, que despieza la unidad del hombre y de la Tierra. La evolución de la diversidad cultural en el seno de la sociedad global de la información nos da nuevos apoyos para explicar y comprender las diferencias en el marco de una teoría antropológica de la cultura nuevamente nomotética. Como ya he sugerido, se ha puesto de manifiesto lo que antes permanecía latente (aunque desvelado por algunas teorías): que las propiedades de las partes, o sea, de las culturas particulares, no son propiedades explicables como intrínsecamente suyas, sino que sólo pueden entenderse en el contexto del conjunto más amplio y englobante de la cultura, al que pertenecen. La diversidad cultural, que irreductiblemente existe y existirá, se explicará mejor no como multiplicidad de culturas cerradas cada una sobre su estructura singular (enfoque idiográfico), sino como rasgos y estructuras integrantes de la cultura humana. Las nuevas tecnologías sitúan a la especie entera en un mismo contexto, en el que la integración de la diversidad cultural redundará en un enriquecimiento mutuo. Ante la panorámica del mundo que hoy afrontamos, los logros culturales que no sean comunicables universalmente, en el sentido de una codificación y difusión dispuesta para todos, corren el riesgo de quedar arrinconados en el olvido, como una anomalía de la que ni siquiera se tendrá noticia. Por el contrario, por el simple hecho de ponerse a disposición universal, el rasgo particular manifiesta la índole genérica, es decir, humana universal, que antes estaba velada para la mirada del particularismo. En el fondo, la explicación radica en que todas las culturas por igual remiten últimamente al mismo genoma humano, están codificadas por un mismo tipo de cerebro, el humano, y responden a condiciones ecosistémicas propias de este planeta. Para este cerebro, capaz de descodificarlas, todas las culturas son potencialmente suyas. Más aún, todas son desarrollos contingentes de la cultura en cuanto universal antropológico, a lo largo del tiempo. La evolución cultural produce novedades estructurales cuya posibilidad de difusión es teóricamente indiscutible, y cuya tendencia a generalizarse a toda la humanidad es un hecho frecuente. Lo mismo que hay una sola teoría marco de la evolución biológica, deberá avanzarse en una teoría marco de la evolución cultural, que dé cuenta a la vez de las semejanzas y las diferencias socioculturales, que oriente el análisis global y que articule la multidimensionalidad del fenómeno humano: la especie, la sociedad, el individuo, la humanidad. Es previsible que esa teoría aporte una modesta pero valiosa contribución al lento proceso de reconciliación de la humanidad consigo misma, por encima de los fosos subculturales (poblacionales, lingüísticos, religiosos, ideológicos, económicos). Urge no desaprovechar las oportunidades de progreso hacia una nueva síntesis civilizatoria. Ante nuestros
ojos y
alterando para siempre
nuestro modo de vida y nuestra identidad, se instaura un nuevo modo de
desarrollo: la sociedad global informacional. Su clave de bóveda
es ese sistema digital de millones de redes, palpable
materialización
de la noosfera terrestre, que está tejiéndose a ritmo
acelerado
sobre todo el planeta, acumulando y gestionando la información,
la ciencia y al cultura de todas las poblaciones de la humanidad. Cada
día más se pondrá ubicuamente a disposición
de cada comunidad y cada individuo. Su incoercible potencial
está
ahí y crece sin cesar. La incógnita es si los humanos,
cuyas
conocidas propensiones canallescas encuentran también nuevas
armas,
acertaremos a utilizar las nuevas virtualidades sabiamente. Biondi Shaw, Juan J. Capra, Fritjof Castells, Manuel Cebrián, Juan Luis Fisher, Helen Negroponte, Nicholas Rorty, Richard ANEXOS
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