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Introducción
Cuando hace unos meses surgió, en Madrid, el asunto del velo de Fátima, el revuelo que se organizó me pareció desproporcionado y sin sentido, pero luego otros hechos y declaraciones se sucedieron -polémica en torno al multiculturalismo, manifestaciones contra la presencia de inmigrantes en Valencia, etc.- y sobre las cuales creo que es conveniente reflexionar y ver que es lo que subyace en el interior. Mucho me temo que todo este debate en torno al multiculturalismo esté sirviendo de cauce para la expresión camuflada de posiciones xenófobas que están mostrando lo que, a mi entender, es una preocupante y creciente falta de tolerancia hacía patrones culturales distintos a los nuestros. Otros países europeos pasaron por la experiencia que ahora vivimos en España, y deberían servirnos como referencia para hacer frente a los ajustes que conlleva la convivencia con personas provenientes de distintos horizontes. Lo primero que habría que decir es que no deberíamos ver este fenómeno solo como un problema, sino también, como una suerte. Hemos pasado en pocos años de ser un país de emigración a ser un país de inmigración. Lo que antes sucedía a los españoles, es decir, tener que buscar el sustento fuera, ahora les sucede a otros. Bien es cierto que el poder emigrar también es una suerte, porque significa que otro país posibilita que se obtenga en él lo que no se pudo encontrar en el propio. Con esto no planteo una visión idílica del hecho migratorio que es, lo sé por experiencia propia, un fenómeno complejo, simplemente digo que se produce porque hay intereses comunes. En general la aproximación al hecho migratorio desde la cultura de acogida, se ha abordado desde dos ópticas: el deseo de asimilar y el de integrar. La asimilación pretende que el inmigrante se diluya en el magma de la mayoría, que al ser no solo "mayoría numérica", sino también "mayoría cualitativa" -en el sentido de que la cultura española forma parte de la cultura occidental, hegemónica- tendría como resultado que la cultura de acogida no sufriría ninguna modificación. ¿Por qué no se quiere que la sociedad de acogida adquiera ninguna aportación de los que llegan? La respuesta por parte de los asimiladores es que la contaminación con la cultura intrusa se considera perjudicial para los autóctonos. Esto se hace claramente ostensible cuando el intruso es el "moro". Sí se trata de sudamericanos o eslavos, por ejemplo, es más llevadero. ¿Por qué? Porque sus valores, tradiciones y costumbres, aún siendo diferentes de los nuestros, no se perciben de forma tan amenazadora como la de los magrebíes. Quizás a este particular rechazo al inmigrante marroquí hayan contribuido los acontecimientos del 11-S, presentados como un choque de civilizaciones: occidental y cristiana contra oriental y musulmana. Aunque yo creo que tiene sus peculiares y muy profundas raíces españolas basadas en prejuicios y fantasmas ancestrales. El debate promovido por Mikel Azurmendi sobre el multiculturalismo quiere recubrirse de un cierto tinte científico: "Se ha demostrado que las sociedades multiculturales no han funcionado", y pone de ejemplo la convivencia de musulmanes, cristianos y judíos en la España medieval. Una cultura debe ser la dominante y las demás deben subsumirse en ella, viene a decir. El peligro de este planteamiento simplista es que se funda en algo ficticio, porque nadie aquí pretende imponer un sistema donde varias comunidades vivan unas de espalda a las otras. ¿Por qué no compara nuestra situación con otras más próximas y reales? Por ejemplo con la propia experiencia migratoria española por el mundo: creamos un fuerte tejido asociativo con centros culturales, partidos políticos, revistas, periódicos, iglesias, escuelas, etc, que influyeron, no solo hacía España, sino también hacía el país de acogida, sin que esto supusiera amenaza alguna para esos países. Lo mismo se puede decir de otras importantes migraciones, como por ejemplo, las de italianos, judíos y asiáticos en EEUU. También ellos desarrollaron círculos muy estrechos y no por ello se desvertebró la sociedad americana. Para no ser sospechosos de posiciones racistas algunos asimilacionistas se han escudado en valores neutros como el laicismo o el feminismo: "El velo es un símbolo religioso que atenta contra la laicidad de la escuela y contra la dignidad de la mujer". Y esto se dice en un país que tiene un gran número de escuelas religiosas, la mayoría de ellas con ayudas públicas. ¿Acaso en estas escuelas, o en la universidad, se prohíbe a una monja el llevar la toca? En muchos hospitales públicos y privados hay crucifijos en las habitaciones lo que contrasta con el laicismo del Estado. Está claro que en la cultura y religión musulmana el hombre es quien juega el rol principal y la mujer el secundario. Sin embargo, lo mismo ocurre en nuestra cultura y en la religión cristiana. Es verdad que nuestras leyes democráticas han ido legislando a favor de la igualdad de género, pero no seamos fariseos, porque no creo que estemos en condiciones de dar lecciones a nadie sobre respeto a los derechos de la mujer. Las crónicas diarias de agresiones y maltratos a la mujer están ahí. Muchos
españoles
están sorprendidos ante esta inmigración
´inesperada´.
Y esta sorpresa se traduce en perplejidad y en interrogantes:
¿Esto
qué significa? ¿Hasta donde puede llegar?
¿Qué
consecuencias tendrá para las formas de vida colectivas? Etc.
Esto
es lo que se recoge en los medios de comunicación y del eco de
la
calle. Sorprende realmente esta sorpresa de muchos ciudadanos. Parece
como
si este fenómeno fuera totalmente novedoso para nosotros, pero
no
lo es. Gran parte de la población española ha conocido la
emigración:
la interna o la externa, o ambas. Claro que los contextos eran
distintos,
pero sobre todo que no es lo mismo estar en un lado de la barrera que
en
el otro. Creo, no obstante, que hay los suficientes elementos de
similitud
entre ambas experiencias como para que puedan servirnos de ayuda. Me
propongo en este trabajo repasar esta cercana experiencia desde sus
parámetros culturales, teniendo siempre como telón de
fondo el escenario actual. Ayer. Historia. Emigrar nos viene de lejos Antes de realizar una aproximación a la experiencia migratoria de los españoles en Europa, cabría decir que éste no es el único ejemplo de convivencia con gentes de otras culturas. La historia de España es la historia de la confluencia de pueblos de diferentes horizontes y contiene páginas enteras sobre conflictos, acuerdos y desavenencias entre grupos de distintos orígenes, distintas religiones y distintas lenguas. Podemos decir que el español de hoy es el producto de muchas mezclas. Nicolás Sánchez-Albornoz refleja así la génesis migratoria de España: "España, encrucijada de pueblos. De las capas profundas de su suelo, los arqueólogos han extraído la memoria de oleadas sucesivas que, desde el magdaliense a los iberos, pasando por argáricos o celtas, vinieron a poblar su tierra. Griegos, púnicos y romanos acudieron luego y, tras ellos, visigodos, judíos y bereberes, según atestiguan esta vez los testimonios escritos. Más nombres quedan adrede en el tintero para abreviar la lista. Unos pueblos se establecieron y diluyeron entre los naturales, como ocurrió con los suevos; otros sólo estuvieron de paso, como hicieron los vándalos. La España receptáculo de pueblos también se volcó a menudo hacía afuera. De aquí arrancaron en la prehistoria los portadores del vaso campaniforme para propagar sus técnicas y sangres por todo Occidente. Las primeras migraciones, en una dirección u otra, cuentan, pues, con un largo historial en la Península" (Sánchez-Albornoz 1995: 13).También tenemos una experiencia especial de convivencia con otros pueblos. La conquista y colonización de América provocó un choque brutal al reunir bruscamente a humanidades hasta entonces separadas. Este choque entre dos culturas y la toma de conciencia sobre la diversidad cultural provocó un reflexión en algunos intelectuales de la época, debido al contexto en el que se desarrolla la conquista, pues no se trata de unas islas pobladas por gente primitiva, sino de un continente, en donde existen culturas o civilizaciones como la azteca o la inca, altamente desarrolladas política, jerárquica, económica y religiosamente. Como consecuencia de aquella conquista, se desarrolla posteriormente un proceso de contacto intercultural, donde conviven el deseo de someter al otro, las resistencias a la aculturación y el mestizaje como colofón final. Serge Gruzinski analiza con lucidez este proceso: "Las relaciones entre vencedores y vencidos también adoptaron la forma de mestizajes que enturbiaron los límites que las nuevas autoridades trataban de mantener entre las dos poblaciones. Desde el principio, el mestizaje biológico, es decir, la mezcla de los cuerpos -a menudo completado con el mestizaje de las prácticas y de las creencias-, introdujo un nuevo elemento perturbador. (...) Violaciones, concubinatos y muy pocos matrimonios engendraron una población de un nuevo tipo y de estatuto impreciso -los mestizos- de los que no se sabía si integrarlos en el universo español o en las comunidades indígenas. En principio, estos entreverados no tenían lugar en una sociedad jurídicamente dividida en una "república de los indios" y una "república de los españoles". A fortiori, si se trataba de mulatos nacidos de negras y de españoles, o de negros y de indias" (Gruzinski 1999: 78-79).Después del proceso de Colonización habría que esperar tres siglos más para que España conociera otro desplazamiento masivo de personas. Me refiero al gran flujo migratorio con destino fundamentalmente a América entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX. Sánchez-Albornoz dice que más de 3 millones y medio de personas atravesaron el Atlántico y tuvieron que adaptarse a las nuevas condiciones de vida, adquirir nuevas costumbres, y al mismo tiempo crear mecanismos para preservar su identidad. Este desplazamiento masivo tuvo efectos negativos, demográficos sobre todo, pero dado que el emigrante no rompió totalmente sus vínculos con la tierra de origen, ésta también se benefició material y culturalmente: "El indiano dejó, en fin, un importante legado cultural. El capítulo de Morales Saro lo muestra fundando en Asturias escuelas y patronatos, financiando obras públicas e introduciendo los estilos arquitectónicos en boga en América. Bajo esta luz y aunque no quepa generalizar, el indiano aparece como un agente de la modernización. El retorno del pródigo indiano rompe hábitos, desarticula las estructuras sociales locales, contribuye a elevar el nivel y secularización de la educación" (Sánchez-Albornoz 1995: 29).
En Europa, al finalizar la Segunda Guerra Mundial vino la reconstrucción y como consecuencia un crecimiento industrial y económico sin precedentes. Alemania, Francia, Holanda, Suiza, Bélgica y Suecia, entre otros, van a requerir ingentes cantidades de mano de obra. Al mismo tiempo, en España, el desequilibrio interno del desarrollo industrial entre las diferentes regiones, y también el secular retraso de España en relación a Europa hizo que se pusiera en marcha un importantísimo flujo migratorio en una doble dirección Por un lado, el desplazamiento de personas provenientes de las zonas más atrasadas de España hacía los grandes núcleos urbanos y regiones más desarrolladas. En un movimiento, esquemáticamente, de Sur a Norte, y durante los años 50 y 60, varios millones de personas del campo andaluz, extremeño y manchego van a nutrir de mano de obra las fábricas y tajos de Madrid, del País Vasco y de Cataluña. Casi simultáneamente, entre los años 55 y 70 el flujo migratorio se dirige, también, hacía los países más desarrollados de Europa (y hacía otros continentes). La mayoría de estos emigrantes serán la mano de obra, junto a italianos, turcos, yugoslavos, griegos, portugueses, etc., de las industrias de los países más desarrollados, y también del emergente sector servicios. Este vaciado de gente joven por parte de grandes áreas de la geografía española produjo, sin duda, efectos negativos en las regiones de origen. Despoblación y complejo de inferioridad es lo más comúnmente reflejado por los especialistas. Javier Marcos Arévalo de la Universidad de Extremadura, nos dice: "Los años del desarrollismo son dramáticos para Extremadura. Medio millón de extremeños, la "tercera provincia", se ven obligados a emigrar dentro y fuera del solar hispano. En la actualidad alrededor de un millón se encuentran en la diáspora" (Marcos Arévalo 1998: 4) Pero sin duda también para las regiones 'exportadoras de mano de obra' esto supuso ventajas incuestionables, como el alivio del paro, y sobre todo la llegada del dinero ahorrado por los emigrantes, que fue una inyección económica importante. Aún ahora, pasadas varias décadas, los lazos que mantienen los emigrantes con sus poblaciones de origen, a través de vacaciones, viajes, viviendas secundarias, compra de terrenos, etc., son un elemento dinamizador de las economías locales. Pero, ¿cómo se produjo ese contacto entre personas provenientes de zonas menos desarrolladas y de distinta cultura, lengua, etc.?, ¿cómo fueron recibidos en las zonas de acogida?, ¿qué modificaciones se han producido, en los hábitos y costumbres de aquellos, no tan antiguos emigrantes? Sería interesante hacer un pequeño esfuerzo de recuperación de la memoria, pues todos de cerca o de lejos hemos conocido este doble fenómeno migratorio del que estoy hablando. Este esfuerzo puede resultarnos útil por cuanto esta emigración, de una dimensión extraordinaria, que supuso la convivencia de millones de españoles fuera de sus regiones de origen y a lo largo de varias generaciones, puede aportar mucha luz sobre algunos de los temores que hoy atenazan a los españoles en relación a la inmigración actual. ¿Son temores infundados o reales? ¿Se trata de prejuicios? Creo que podría ser útil para entender esa 'inmigración inesperada', de la que nos habla Antonio Izquierdo. ¿Es realmente tan inesperada? Si por inesperada se entiende la rapidez con la cual se produjo, tengo que decir que nuestra emigración también tuvo ese carácter 'inesperado'. Aún reconociendo que las experiencias son distintas, épocas, países, culturas, etc., hay algunos elementos que son esencialmente iguales: los países receptores tienen déficit de mano de obra; los países emisores son pobres o con dificultades económicas, estructurales y/o coyunturales; hay una demanda de mano de obra por parte sectores económicos de los países receptores y un efecto llamada por parte de los inmigrantes establecidos hacía su entorno en el país emisor. Las causas de las migraciones y los problemas y beneficios económicos y sociales asociados a estos procesos, han sido ampliamente estudiadas por instituciones y por reconocidos expertos, tanto a nivel nacional, como internacional, por lo que el objeto de mi trabajo se centrará, en un terreno menos abordado, como es el de la relación intercultural. Me interesa poner de relieve los contactos de la vida cotidiana, entre las personas y los grupos, de distintos horizontes que por diferentes razones confluyen en un determinado lugar y momento y tienen que convivir, y a veces que luchar por un espacio. En la literatura sobre la materia -inmigración y cultura- entre los conceptos más frecuentemente utilizados aparecen los siguientes: aculturación y mestizaje; rechazo hacía la cultura de acogida; identidad y etnicidad; asociacionismo. Estos diferentes conceptos están estrechamente interrelacionados y voy a servirme de ellos para exponer, desde mi perspectiva y desde mi experiencia personal, algunos flash, que reflejen aquella experiencia en el marco de los mencionados conceptos. En relación al fenómeno de aculturación o mestizaje que se produce en los inmigrantes al contacto con la cultura de acogida, podemos decir que el primero es consecuencia de la voluntad por parte del ´anfitrión´ de asimilar al ´huésped´ recién llegado. Este deseo asimilador se funda en la imagen desvalorizada de los que llegan y también en el temor a que los recién llegados puedan alterar los patrones de vida de la sociedad de acogida. El segundo es la consecuencia de la voluntad de integrar, es decir, considerar al recién llegado como alguien que tiene algo que aportar, que no viene desnudo. Es evidente que la emigración española, tanto interna como externa, ha vivido bajo estas dos grandes tendencias por parte de quienes les recibieron. Se han descrito situaciones en diferentes contextos en los que los hijos de inmigrantes se desvinculan de la cultura de sus padres como si en su afán de querer ser como los demás les estorbara toda referencia a sus orígenes, e incluso en muchos casos son los propios emigrantes los que facilitan ese despegue de la tierra de origen. Dice Marcos Arévalo: "En nuestros pueblos suelen llamar a los paisanos emigrantes en Cataluña y el País Vasco, Jordis e Iñakis, no sólo aludiendo al lugar geográfico de la emigración, sino también insinuando sutilmente el rápido proceso de asimilación de que, en determinados casos, han sido objeto. Aunque en absoluto de forma general, es relativamente frecuente que los emigrantes extremeños bauticen a sus hijos con los patronímicos referidos. Cuando regresan por vacaciones al lugar de procedencia, con cierta ironía, los que residen en la población durante todo el año suelen etiquetarlos, por su procedencia y por sus formas «aculturadas» de comportarse y de hablar, de «polacos», «finolis» y con otra variedad de epítetos" (Marcos Arévalo 1998: 10). Muchos españoles en Suiza a sus hijos le hablaban en francés, con la sana intención de que no fueran considerados como ´extranjeros´. Pero el resultado era que más que igualarse a los autóctonos lo que ocurría es que perdían una posibilidad, a través del aprendizaje del español, de enriquecimiento cultural, que a su vez sí que era un elemento de promoción y de reconocimiento. El inmigrante es a primera vista un extraño, una persona que tiene hábitos y comportamientos distintos. Esto es fácil de entender, tratándose de personas de diferentes culturas, pero se distorsiona al magnificarlo. Con frecuencia los hábitos y costumbres de los inmigrantes se abordan desde tópicos y estereotipos que simplemente esconden prejuicios basados en la ignorancia de quienes tienen miedo a vivir en la diferencia. Pero efectivamente hay hábitos y costumbres que pueden resultar no solo extraños, sino chocantes, y hasta inaceptables desde la óptica de la sociedad de acogida. Coincido con Miguel Pajares en el sentido de que estos últimos son excepcionales, mientras que en general, los hábitos y costumbres suelen ser compatibles, y por tanto tolerables por los autóctonos: "En contra de lo que a veces se piensa, lo cierto es que la mayor parte de esas particularidades culturales no producen ningún tipo de colisión con el sistema de derechos de nuestra sociedad (la receptora de la inmigración), ni con nuestras pautas culturales mayoritarias" (Miguel Pajares 1999: 29)De mi larga estancia en Suiza son muchos los ejemplos que podría exponer de los contrastes culturales en las formas de vida entre ibéricos y helvéticos, y de los tópicos y prejuicios a los que antes hacía referencia, y muchos de ellos se parecen como gotas de agua a los que ahora se emplean por nosotros hacía nuestros 'huéspedes'. Los españoles son ruidosos, no respetan el descanso de los demás. Esta era una acusación frecuente. En esto realmente tenían algo de razón. Muy a menudo la policía llamaba al orden a los incivilizados que ponían la música a altas horas noche. Claro que para los suizos altas hora de la noche eran ¡las once! Son poco higiénicos. Un funcionario al preguntarle si estaba en orden el formulario que yo le había entregado exclamó: "¡Parfait, no tiene manchas de tortilla ni de chorizo!". Günter Wallraff, un periodista alemán que se disfrazó, durante un largo periodo, de inmigrante turco, pudo constatar los prejuicios racistas de buena parte de la sociedad alemana. Su reportaje Tête de Turc (Ganz unten en original alemán), fue en 1986 un autentico best- seller. En uno de los numerosos casos muestra un cartel de la Casa de la Juventud de Lünen donde se dan normas de conducta para los inmigrantes: "conviene hablar alemán cuando se está en presencia de alemanes, o al menos cuando se habla de alemanes; es costumbre en Alemania no mostrarse en público durante dos días cuando se ha comido ajo..." (Wallraff 1986: 110). Más allá de los hechos anecdóticos, creo que la imagen que tenían los suizos de los españoles era más ajustada a la realidad que la que hoy se tiene aquí de los inmigrantes, y esto por la simple razón de que si algo diferencia fundamentalmente aquella migración de esta, es el aspecto cuantitativo. Los porcentajes de población extranjera en Suiza eran muy superiores a los de aquí. Esto hacía mucho más familiar al inmigrante, al que todo el mundo tenía cerca, como compañero de trabajo o como vecino, a veces como amigo. A pesar de las diferencias culturales se producía contacto y por tanto también mezcla. En definitiva creo que los hábitos y costumbres de los españoles en Suiza, así como los de otras nacionalidades, no constituyeron un choque cultural fuerte. Sin embargo también, en determinadas circunstancias se agitó el espantajo, tan utilizado aquí, de la hipotética invasión extranjera, exacerbándose las diferencias con los extranjeros. Eran momentos de crisis económica, donde en realidad lo que se quería era que la factura la pagaran los inmigrantes: Les suisses d´abord, era el equivalente a nuestro los españoles primero. En Suiza hubo grandes movilizaciones de carácter xenófobo, en los años sesenta y primeros setenta para reducir la presencia extranjera. Algunos grupos xenófobos enarbolando la bandera de la identidad promovieron campañas para prevenir sobre los riesgos de desvertebración del país como consecuencia de la presencia masiva de personas procedentes de otras culturas. Una vez tomadas algunas medidas restrictivas cara a la inmigración -contención del número de nuevos inmigrantes, limitaciones al reagrupamiento familiar, etc.,- las aguas volvieron a su cauce, y siguió habiendo un número importante de inmigrantes, mucho mayor del que actualmente tenemos en España. Sí tuvieran base los peligros enunciados por los partidarios de la expulsión de los inmigrantes, hoy con varias décadas de reculo deberíamos ver esa desvertebración anunciada. Sin embargo no es así. Cualquiera sabe que Suiza sigue teniendo esa imagen tradicional de tarjeta postal, cualquiera que lo visite seguirá viendo un país limpio y ordenado, rico y próspero, con un paisaje urbano que ha cambiado poco a través de los años. Una película suiza de los años ochenta , le faisseur de suisses, algo así como 'el fabricante de suizos', realizaba una parodia en torno a las personas que querían adquirir la nacionalidad suiza y el procedimiento que se les seguía para verificar si efectivamente reunían las condiciones necesarias para su conversión en suizos, si estaban suficientemente impregnados de las esencias helvéticas, o si por el contrario estaban guiados solo por intereses personales. El instructor del expediente de nacionalización, que era el protagonista de la película, tenía que verificar el modus vivendi de los solicitantes, y contrastarlo con las opiniones de terceras personas, suizas, por ejemplo vecinos o jefes y patrones. Los solicitantes trataban de ocultar sus raíces y costumbres y mostrar solo aquellas más en consonancia con la idiosincrasia helvética y como eso era harto difícil se daban situaciones graciosas, como la del yugoslavo que obligó a su mujer a que preparara una fondue de queso el día de la entrevista con el instructor, y claro, como no tenía hábito le salió fatal. Un italiano trataba de ocultar con su cuerpo una foto que se le había olvidado en la pared, en la que se le veía en los llamados "trenes rojos" que fletaba el Partido Comunista italiano para ir a votar a Italia. Una testigo quería hacerle saber al instructor que su vecina no tenía ninguna condición para ser suiza, porque era muy diferente de ellos y ponía como ejemplo las bolsas de la basura que se colocaban en la acera: "Ve, le decía, todas son de color negro, bueno pues ella la tiene que poner de color marrón; nunca será como nosotros". Al final todos pasan la prueba y se congratulan de su nueva nacionalidad. Con humor lo que trata de poner en evidencia la película es que las diferencias cuando se lleva un cierto tiempo de convivencia son relativas y es mucho más lo que une que lo que separa. Permanecen unos trazos identitarios, limitados por la distancia, pero sobre todo lo que prevalece es la cotidianidad que está marcada por factores comunes a todos los miembros de la comunidad. Estos factores comunes son en realidad el sustento que cohesiona a una sociedad. En ocasiones el
hecho
asociativo de los inmigrantes es visto con bastante desconfianza por
los
autóctonos. Se suele identificar como un deseo de mantenerse al
margen.
Para mi trabajo de fin de carrera en Antropología Social y
Cultural
realicé un estudio denominado: Estudio Socioestructural del
Centro
Cultural Extremeño Carolina Coronado de Parla-Madrid. De este
trabajo,
como de mis conocimientos del movimiento asociativo de inmigrantes en
Suiza
al cual pertenecí, puedo extraer algunas consideraciones sobre
el
carácter del asociacionismo de los inmigrantes. La necesidad de
ayudarse,
protegerse y mantener la cultura de origen hace que los inmigrantes
tiendan
a agruparse en todo tipo de asociaciones, centros culturales,
deportivos
etc. Algunos de estos centros y asociaciones han llegado a ser
importantes
centros de influencia cultural, social y política. El movimiento
asociativo
de emigrantes españoles volcado, tanto en los años
sesenta
y setenta en actividades reivindicativas de carácter
político
y social, ha evolucionado en las últimas décadas
hacía:
1.En el plano organizativo: una mayor coordinación y
agrupación de las distintas asociaciones en federaciones
regionales y nacionales (ejemplo: Federación de Asociaciones de
Emigrantes Españoles en Suiza, o Federación de Casas
Regionales Extremeñas en Madrid). 2. En
el plano funcional: nuevas necesidades, como aspectos relacionados con
la
identidad cultural, con la segunda generación emigrante, con la
educación,
con el retorno, etc. En una entrevista realizada en el marco del
estudio
citado, mi informante me aclaraba que una vez pasados los momentos en
que
el inmigrante precisa de lo más elemental, periodo más
reivindicativo,
las asociaciones suelen volcarse sobre los aspectos culturales,
afín
de preservar la identidad, que significa el puente con la tierra de
origen,
pero que quizás, en una etapa de mayor integración en la
sociedad
de acogida, lo que se busque en el fondo, sea huir de la soledad de la
moderna
vida urbana. En las asociaciones se tejen unos lazos que van más
allá
de lo que son las actividades propias del Centro o asociación,
hay
un interés por encontrarse con gente, porque es de tu tierra, o
por
lo que sea (de hecho en el Centro extremeño del que hablo me
comentan
que en sus actividades participan gentes que son de otros
países).
Mi informante decía textualmente en la entrevista: "Sí
hay
interés (por el Centro), porque la gente se encuentra muy sola
en
casa, no se relaciona con los vecinos, que suben y bajan las escaleras
y
apenas se conocen y entonces la gente necesita eso, un lugar de
encuentro". A modo de reflexión final En el apartado anterior he tratado de evidenciar como algunos de los rasgos culturales de nuestra no muy lejana emigración a Europa se asemejan bastante a los de la inmigración actual. Me ha parecido oportuno hacer este ejercicio de recuperación memorística, pues detecto una preocupante amnesia colectiva en relación a nuestro pasado migratorio. Que las nuevas generaciones lo desconozcan, es ciertamente preocupante, y lo podemos achacar al sistema educativo y a los medios de comunicación que no abundan lo suficiente, pero es difícil de entender que suceda lo mismo entre los adultos, entre quienes vivieron la emigración, directa o indirectamente. Creo que en este caso es aún más preocupante, porque se trata de un olvido consciente. Se quiere olvidar que fuimos pobres. No soy el único que detecta esta pérdida de memoria. Antonio Izquierdo lo refleja así: La memoria, en estos tiempos, es más flaca que la carne, y ya es decir, pero es un hecho. Los europeos con solera no parecen recordar que cerca de 60 millones emigraron a otros continentes entre 1815 y 1915 (otros cálculos arrojan un volumen también considerable, 40 millones entre 1850 y 1950) con destino a ultramar: USA, Canadá, Argentina, Brasil y Australia. Este dato contrasta con los nueve millones de extranjeros oriundos de terceros países que residen en la CEE a principios de 1991. Los mismos centro-europeos vagamente reparan en las constantes llamadas que, entre 1950 y 1970, hicieron a la población extranjera (incluyendo a los europeos del Sur que hoy estamos en el "club de los doce") para que acudieran a ayudar en la reconstrucción de las bases de la economía después de la batalla (Izquierdo 1996: 263). Vemos por esta cita, que esta amnesia no es una afección neurológica típicamente española, asociada al síndrome del nuevo rico, sino que se localiza, también, en zonas con más rancia tradición burguesa. Junto al deseo de olvidar está el interés de no querer reconocer. Así, según recogen diferentes encuestas, aunque se reconozca su necesidad (de los inmigrantes), no se quiere manifestar agradecimiento. En este sentido cito de nuevo a Antonio Izquierdo: "Los europeos de hoy, ciertamente, admiten en las encuestas que aquellos inmigrantes eran necesarios, aunque en no pocos casos fueran solo 'invitados', y también hay acuerdo en que han rendido un servicio. Más dudoso les resulta que les deban algo por ello. Según parece, todos hemos prosperado y nadie está en deuda. No es cierto, según los informes de los expertos y los estudios sociológicos más rigurosos. Estas investigaciones indican que aquellos inmigrantes (europeos o no) y, lo que es aún más significativo, también sus hijos, siguen estando socialmente peor situados que los autóctonos, es decir, que los anfitriones...Sin embargo, nuestra reflexión se dirige hacía los que está llegando. A estos inmigrantes, la opinión pública no les mira con buenos ojos ni les reconoce su aportación y tampoco les quiere como invitado" (Izquierdo1996: 263).Esta cicatería en relación a la contribución de los inmigrantes, no tiene en cuenta que si bien es cierto que existían intereses mutuos y que todos salieron beneficiados de la experiencia, no contempla, sin embargo, el enorme esfuerzo del hecho migratorio, el dolor del desarraigo, la separación de los seres queridos, la incorporación a duras condiciones de trabajo en los sectores menos deseados y en las categorías salariales más bajas. No tiene en cuenta que para conseguir ahorrar y enviar algunas divisas al país de origen el inmigrante tuvo que sacárselo de su pellejo, viviendo en barracones, pluriempleándose, en fin, privándose de lo más elemental. La vida de la mayoría de los inmigrantes consistió, en los primeros años, en poco más que trabajar y ahorrar, pensando en el anhelado retorno que para muchos nunca llegó. Estas palabras ponen de relieve las semejanzas entre el pasado y el presente en relación al reconocimiento de la contribución de los inmigrantes, pero por si no fuera suficiente, ahí están las declaraciones de distintas personalidades que reflejan este sentir etnocentrista. Por ejemplo las del anciano líder de ERC, Heribert Barrera que en un polémico libro hace referencia a la inmigración interior de origen esencialmente andaluz valorando que "los inmigrantes de entonces vinieron porque en su casa se ganaban mal la vida. Aquí vivieron un poco mejor, se les pagó y no creo que les debamos nada ni que ellos nos tengan que agradecer nada. Creo que el país perdió". Creo que ante el fenómeno de la inmigración y los problemas derivados de la diversidad cultural hay que apostar decididamente por la integración; es decir entender que el que viene no puede despojarse del traje de su cultura y adoptar el traje de la cultura de acogida. La integración supone contaminación, mezcla, y eso implica renunciar a los prejuicios etnocentristas del 'nosotros los superiores' y 'vosotros los inferiores'. El tiempo hace que de dos culturas que se juntan y saben convivir florezca otra distinta, pero más rica. El sociólogo Alain Touraine, analizaba el debate producido en Francia hace unos años sobre el velo o chador, y decía que todos los estudios realizados sobre los hijos de inmigrantes árabes mostraban que éstos no se diferenciaban significativamente de los jóvenes franceses en sus hábitos y costumbres: música, viajes, proyectos de futuro, etc. eran similares. Hablan entre ellos sobre todo en francés. Claro que algo de su cultura permanece e incluso ha impregnado a los autóctonos: por ejemplo, la música y la gastronomía árabe son familiares para los franceses. El fútbol galo puede ilustrar bien lo que significa integración: sí los argelinos en Francia se han aficionado al fútbol, los franceses asumen que su ídolo es un tal Zidane. Estas cosas ocurren en un país con un componente de inmigración musulmana muy superior al nuestro. Entonces, ¿donde está el problema? Muchos sectores
de
la
economía española requieren de mano de obra que solo
puede
ser satisfecha con la aportación de trabajadores extranjeros.
Por
lo tanto, hagamos un esfuerzo para dar la mejor acogida a estas
personas,
huyendo de tópicos y prejuicios infundados. Esto es lo que puede
hacer
de esta experiencia algo positivo para todos. No deberíamos
olvidar,
que hace poco fuimos los moros y los negros de Europa.
En todo
caso yo no lo olvido, y es por lo que desde mi condición de ex
emigrante
reclamo mayor comprensión y tolerancia hacía los
hábitos
y costumbres de quienes, al igual que nos ocurrió a nosotros,
tienen
que salir de su país para ganarse la vida.
Gruzinski, S. Günter, W. Izquierdo, A. Marcos, J. Pajares, M. Sánchez-Albornoz, N. Bibliografía complementaria Aguirre Beltrán, G. Checa, F. (y E. Soriano) Lacomba, J. López, B. Martínez, U. Steinauer, J. |
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