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"Las
ciudades son un conjunto de muchas cosas:
memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como
explican
todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques
no lo son solo de mercancías, son también trueques de
palabras,
de deseos, de recuerdos" (Calvino 1972: 15).
La génesis de la ciudad se desarrolla en el contexto de un proceso poiético, atravesando un laberinto entre imaginación, sensación y conocimiento. Hablar de la imagen poética de la ciudad sería hablar del ser propio de la ciudad, partiendo de la variabilidad en las percepciones del ciudadano (que es, a mi entender lo que Gastón Bachelard llamaba transubjetividad de la imagen): "Solo la fenomenología -es decir la consideración del surgir de la imagen en una conciencia individual- puede ayudarnos a restituir la subjetividad de las imágenes y a medir la amplitud, la fuerza, el sentido de la transubjetividad de la imagen. La imagen poética es esencialmente variable. No es, como el concepto constitutiva" (Bachelard 1988: 10). El lugar está definido por Aristóteles como "la primera envolvente inmóvil, abrigando cuerpos que pueden desplazarse y emplazarse en él" (Aristóteles, citado por Muntañola 2000: 12). Podemos decir entonces que el lugar es el contenedor del hombre y su historia, distinto aunque no obstante en resonancia con su contenido. La ciudad como lugar que "agrupa y exterioriza la forma con que agrupa al hombre" (Muntañola Thornberg 2000: 12), permite al individuo recorrer su historia y a la vez permite a la historia situar al individuo. La ciudad se establece como vehículo entre la historia y el sujeto, el material base sobre el que el individuo se expresa, "el medio expresivo, el sueño construido o constructible" (Muntañola Thornberg 2000: 19). El individuo se reconoce íntimamente con el lugar a través de su historia, cuando esta razón se rompe, el ciudadano se encuentra desorientado y "el lugar se vuelve insignificante, difuso, confuso, y en el límite, se confunde con la muerte, la cual no atiende a razones" (Muntañola 2000: 17). La Fenomenología de la Percepción de Maurice Merleau-Ponty, propone al individuo como cuerpo sujeto, como mediador activo entre el sí mismo y el mundo. El cuerpo es, un modo de acceder al mundo y a la vez un modo de surgimiento del mundo: "Desde el momento en que mi ser está abierto al mundo, polarizado hacia él, y las cosas no son en sí, sino realidades para mí, la percepción externa no será otra cosa que el momento en que esa realidad se abre a la mirada de mi subjetividad encarnada y orientada hacia el mundo" (Merleau-Ponty 1969: 275-276). El ciudadano como centro de nuestra investigación es el vehículo que proporciona la misma percepción; percepción que estaría en relación con el conocimiento y la sensibilidad, y que se elevaría como experiencia originaria de la ciudad. De esta manera, la percepción radicaría en el reconocimiento, más allá del medio actual, de un mundo de cosas visibles para cada uno de nosotros bajo una pluralidad de aspectos. La ciudad percibida se hallaría entramada en nuestra historia personal, pues sería la ciudad tal como nosotros la vemos, un momento de nuestra historia individual. Por lo que, la ciudad no sería una realidad en sí, sino para nosotros, teniendo en cuenta que "la cosa no puede ser jamás separada de aquel que la percibe, no puede ser jamás efectivamente en sí, porque sus articulaciones son las mismas que las de nuestra existencia y se pone al principio de una mirada o al término de una explosión sensorial que la inviste de humanidad" (Merleau-Ponty 1969:.370). Esto según Merleau-Ponty sería únicamente posible partiendo de un sujeto comprometido y no de una conciencia de testigo. La ciudad, como objeto de nuestra percepción, posee una naturaleza ambigua, participando de la ambigüedad de la misma existencia humana en cuya historia está inserta. De esta manera, la realidad sería la base o la matriz generadora de todas las poéticas de la ciudad, estableciendo una unión certera entre arte y conocimiento. El ciudadano partiendo de su subjetiva sensibilidad actuaría como catalizador de los procesos de creación y re-creación de la ciudad, puesto que como hemos dicho anteriormente la percepción activa consistiría en el reconocimiento de la realidad visible para cada uno de nosotros. Como consecuencia, se generaría una poiética (1) que no se reduciría a la mera producción de un entorno-receptáculo de los intereses del ciudadano, sino que se trataría del aprendizaje de una actitud "artístico-creativa" que conduciría a una re-interpretación de la ciudad ya existente, para volver a descubrirla y re-construirla. En definitiva, podemos hablar de una percepción significante, como experiencia originaria de la ciudad, donde se hace necesaria la presencia de tres elementos: 1º. La realidad construida: Una realidad que no es en sí, sino que depende del sujeto que la percibe, pues forma parte de su historia y actúa como lugar que envuelve y agrupa al hombre, desde donde el ciudadano pone en funcionamiento un proceso sensitivo. 2º. La sensibilidad: Actúan como vehículos y puentes entre la realidad exterior y la realidad interior del ciudadano. Es la base para el conocimiento y la creación de una ontología de la ciudad. 3º. El conocimiento: el ciudadano a través de un proceso cognitivo, recoge la información necesaria aportada pos sus sentidos para elaborar imágenes, mapas mentales de la ciudad, una poética personal y subjetiva de la ciudad. En este punto el ciudadano revierte el proceso de aprehensión para traducirlo en construcción, que a través de procesos artístico-creativos plasmará de nuevo en la realidad construida. Al percibir el sujeto la ciudad como un conjunto de estructuras significativas, la percepción se convierte en una auténtica comunicación entre habitante y ciudad. Como resultado de esta consideración aportamos dos figuras simbólicas que aparecen como actitudes del individuo-habitante de la ciudad, como alentador de rastreos, y cazador de trazas de invisibilidad que afloran a la superficie a través de mecanismos mentales que intentaremos descubrir. Podríamos decir que la percepción significante y la construcción "mental" de la ciudad sigue las pautas de un proceso simbólico-semiótico, con la participación activa del ciudadano a través de su transmutación en dos estados diferentes o figuras simbólicas: 1º. Ciudadano-lector
de la ciudad. Primer estado: Ciudadano-lector El ciudadano puede encontrar a la ciudad como encuentra a una persona. La ciudad tiene una fuerza poética, una capacidad para personificar ese encuentro, en la profundidad de sus lugares, que son los lugares del hombre, construidos por el hombre, donde se aglutinan sus historias, quedando incrustadas entre rincones y paredes. "En cada instante hay más de lo que la vista puede ver, más de lo que el oído puede oír, un escenario o un panorama que aguarda ser explorado" ( Lynch 1974: 9); el ciudadano, como un lector, va leyendo en su itinerario cotidiano la escritura de la ciudad, "ve lo que está escrito" (Belpoti 1997: p.40); pero ver, significa percibir las diferencias y discontinuidades del espacio; ver significa distinguir lo visible y lo invisible en lo que le rodea. Su paseo trasciende los modos de lo anecdótico, para convertirse en el método, metáfora de la forma misma de la experiencia de lo real. "El paseo establece unos modos específicos de relación entre el recuerdo, la atención y la imaginación. El paseante busca el encuentro con un presente que le ofrezca su rostro, es un cazador de rostros, como de otros tantos mundos posibles, como de otras tantas posibilidades del mundo" (Morey 1999: 95,101). El que ha aprendido a leer, pasa de la imágenes de los elementos construidos y trazados en la ciudad, a las imágenes en su imaginación misma; entonces "el mundo se le manifiesta como experiencia espacial, codificada mediante las formas, el color, el valor, la dimensión, la dirección, la textura, la posición, que constituyen los subsistemas del conjunto espacio" (Belpoti 1997: 43). El lector de la ciudad, configura un lenguaje personal para descifrar lo que encuentra. A pesar de la hegemonía de la visión y la retina en la percepción de la ciudad, cada experiencia significativa es multisensorial. "Cualidades como la materia, el espacio y la escala se miden por medio del ojo, el oído, la nariz, la piel, la lengua, el esqueleto y los músculos. Normalmente no nos damos cuenta de que un elemento inconsciente del tacto está irremediablemente reflejado en la visión; cuando miramos el ojo toca, e incluso antes de mirar un objeto ya lo hemos tocado" (Pallasmaa 2001: 34). Los sonidos, los olores, los sabores, los cambios de temperatura... sirven para registrar el mundo. Los olores nos hablan del lugar donde nos encontramos -el olor de una panadería cercana, o de los excrementos en los callejones...-; los sonidos nos dictan el tamaño de un espacio (la distancia que hay entre tú y el emisor) -los ladridos lejanos de un perro, la propia voz en los interiores, el ruido de los pasos sobre diferentes pavimentos...-; el tacto de las cosas te habla del material y del ambiente -la temperatura de un vidrio, la rugosidad de una pared de piedra...-, el sol en la cara, la humedad al respirar... todos los sentidos se concatenan y relacionan, traspasando nuestros esquemas mentales y ofreciendo nuevas experiencias, haciendo que nuestra vivencia de la ciudad sea exclusiva e individual, pues "la percepción del mundo es la única maravilla distinta para cada uno de nosotros, y aquella de la que seguramente somos menos conscientes" (Zarraluki 2000: 143). En
1890, Bernand Berenson sugirió que
cuando se experimenta una obra artística, imaginamos un
encuentro
físico a través de sensaciones ideadas a las que
llamó valores táctiles; la ciudad evocaría
en el
ciudadano
esas sensaciones ideadas, haciendo que su experiencia urbana, del mundo
y de él mismo, sea más intensa. La percepción
genuina
de la ciudad sería una percepción artística de la
ciudad, y dependería de la visión periférica
anticipada
y transformadora de las imágenes en un compromiso corporal y
espacial
que impulsaría a la participación. Segundo estado: Ciudadano-escritor La ciudad no es capturada solamente por los sentidos, sino que se interioriza e identifica con nuestro propio cuerpo y con nuestra experiencia existencial. El habitante interioriza sus percepciones revirtiendo el proceso y proyectando sus imágenes mentales sobre la ciudad, identificándola con su propio cuerpo e identidad existencial. El ciudadano revierte el proceso y proyecta sus imágenes mentales sobre la ciudad, realizando por tanto un acto creativo, "pues es en el trabajo creativo, donde el artista participa directamente con su experiencia existencial y corporal antes que con un planteamiento exterior lógico" (Pallasmaa 2001: 37). La ciudad se va trazando, escribiendo, siguiendo la historia y las historias de sus habitantes, materializando las imágenes de su imaginación: personas, cosas, paisajes, situaciones... registrándolas entre sus elementos, espacios y lugares, para después evocarlas con una simple mirada del habitante. El ciudadano-artista interioriza las percepciones-sensaciones del entorno, relacionándolas a los lugares, y estableciendo conexiones entre el medio físico y sus sentimientos y recuerdos; le da significado a esos lugares, a los rincones de la ciudad, al mundo; les da nombre (2). En su memoria realiza una especie de registro acumulando datos y ordenándolos en el mapa conceptual que realiza de la ciudad. La ciudad se convierte pues, en un fondo que actúa como soporte de las actividades y percepciones urbanas, manteniéndose como el arte, suspendido entre la certeza y la incertidumbre, la fe y la duda. La ciudad absorbe la memoria de estas historias y las hace suyas, fabrica su propia memoria, de la que el ciudadano es partícipe y va revelando cada día siguiendo sus propias huellas, redescubriendo sus propios recuerdos, y añadiendo otros nuevos. Pero el ciudadano, "está siempre a la caza de algo escondido o solo potencial e hipotético, y sigue sus trazas que afloran a la superficie" (Calvino 1989, citado por Calvo Montoro 1998: 92). Entre las infinitas formas de la ciudad, busca la que tiene un significado particular para él; a diferencia del ciudadano-lector, ahora el habitante realiza una búsqueda consciente de respuestas. En este sentido la ciudad invisible que rastrea es más real de lo que parece, pues aunque parezca que estas ciudades invisibles "son obra de la mente o del azar, ni la una ni el otro bastan para mantener en pie sus muros" (Calvino 1972: 58). Es entonces cuando nos damos cuenta que su materialización coincide con la respuesta a una pregunta nuestra. Se produce pues, una común unión entre el hombre y la ciudad. El habitante encuentra el lazo umbilical que le conecta a la ciudad, el hilo que enlaza los elementos secretos de su ciudad, la norma interna, el discurso que la dirige; descubriendo el acertijo de su ciudad, que escondía un deseo o un temor: la verdadera ciudad. "Cada hombre, cada individuo ha podido vivir su propia historia en el corazón de la ciudad. A lo largo de sus itinerarios, de sus paseos..." (Augé 1998: 240). Pero el
ciudadano siempre estuvo escribiendo
la ciudad, es más, permanece escribiendo la ciudad
constantemente;
y cuando toma plena conciencia de su ciudadanía, la
invisibilidad
de la ciudad se le revela.
1. Según Etienne Soriau, "la poiética tiene como objeto todo lo que ha intervenido en una obra para darle existencia (Diccionario Akal de Estética. Madrid, Akal, 1998: 894). Para Paul Valery, inventor de la palabra poética en 1937 (cfr. Introducción a la poética. París, 1938), "la poiética es Todo lo que se reduce a la creación de obras cuyo lenguaje es a la vez sustancia y medio". 2. Platón llegó
a decir que para conocer bastaba nombrar, pues el nombre era el ser de
las cosas. En este mismo sentido lo dice I. Calvino en Las ciudades
invisibles cuando se refería al atlas del Emperador: "El
atlas
tiene una virtud: revela la forma de las ciudades que todavía no
poseen forma ni nombre" (p.147). Es decir, al darle nombre a la ciudad,
la está definiendo; es un acto de creación de la ciudad.
Se podría decir que se trata de un proceso creativo y de
algún
modo artístico si se hace con conciencia desde el territorio del
arte.
Augé, Marc Bachelard, Gastón Belpoti, Marco Calvino, Ítalo Calvo Montoro, María Josefa Lynch, Kevin Merleau-Ponty, Maurice Morey, Miguel Muntañola Thornberg, Josep Pallasmaa, Juhani Zarraluki, Pedro |
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