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Aquellos
que legitimamos con nuestro pensar
y nuestro oficio el discurso de la ciencia social, sus teorías y
sus métodos, bien conocemos la animada y constreñida
discusión
tejida en torno a sus fundamentos, construcciones, orientaciones e
incluso
la posibilidad de ser de dicha ciencia en el marco de una cultura
occidental
moderna y modernizante. Dicha "cultura occidental" constipada y
delirante
en la plenitud de su expansión, difusión y arraigo al
mismo
tiempo, se ha caracterizado por la dominación y
enseñoramiento
del Hombre sobre la naturaleza, guiado por el desarrollo de las
ciencias
exactas, naturales, duras o como se les quiera llamar.
Estando a la vanguardia del movimiento científico, las ciencias naturales prestaron todo su potencial (epistémico, teórico y metodológico) para la constitución de la ciencia del Hombre: la ciencia social, humana. De allí que los hechos sociales sean tratados como simples datos o, para utilizar la expresión de Durkheim, como cosas divisibles, separables, mecanizables; en fin estudiables. No obstante, si bien es incipiente el debate sobre la objetividad y pertinencia de los métodos empleados hoy día por la vertiente social de la ciencia, toman fuerza los movimientos en pro de una opción verdaderamente más humana que reconozca el pletórico potencial que guarda eso que algunos reconocen vacío, irracional y carente de utilidad científica: las relaciones sociales y el mar de "subjetividad" que les sustenta. Frente a esta opción, y como ya hemos mencionado, se impone la urgencia del dato cuantificable, antes que cualificable, como garantía de validez y objetividad aún en las investigaciones sociales. Pero si bien las mismas tiempo ha que decidieron superar esta peculiar etapa, quedan todavía llagas abiertas y los efectos secundarios de una libertad casi repentina en quienes, terminando con su esclavitud, se encuentran desorientados, sin saber a donde ir y sin tener dónde llegar. Pero la situación no es tan extrema en nuestro caso. Lo que
queremos plantear son dos hechos fundamentales
producto de la ansiedad de algunos investigadores por obtener datos
objetivos construidos a partir de metodologías cualitativas.
El primero de ellos se refiere a la imposibilidad epistémica de
separar lo cuantificable de lo cualificable, ubicándolos como
antagónicos
irreconciliables. Y el segundo consiste en la pretensión,
también
epistémica y antagonista -inconsciente, por supuesto- de otorgar
supremacía a los métodos cualitativos sobre los
cuantitativos
en la ciencia social, desestimando, en muchos casos, los valiosos
aportes
del dato construido de esa manera y asumiendo de esta forma la errada
posición
fisicalista que vio nacer la ciencia social. 1. No son antagónicos irreconciliables; son complementarios inseparables Basta realizar un breve y no muy exhaustivo análisis al lenguaje descriptivo empleado en la metodología cualitativa para darnos cuenta del potencial de esta afirmación. El lenguaje está constituido, según su teoría, por cuatro componentes fundamentales: el componente fónico, el léxico, el morfológico y el sintáctico. Los dos primeros periféricos (sujetos a variaciones) y los dos últimos nucleares (no modificables, o al menos poco variables). Más aún, el componente fónico, léxico y morfológico son aprendidos, mientras que el sintáctico no; es innato. Con esto queremos argumentar el hecho de que el lenguaje (o al menos una parte de él) como herramienta del análisis cualitativo y esencia de la descripción, refleja nuestra estructura mental en lo que tiene de universal o general y, en ese sentido, se hace eco de nuestra forma natural de organizar las ideas e incluso de comprender el mundo que nos rodea. Por otra parte, para Bruyn "hay tres procesos básicos de conocimiento derivados de la experiencia: unidad, separación y continuidad" (Bruyn 1972: 198). Sin embargo, en el intento de alcanzar mayor claridad nos atrevemos a decir que todo lo que conocemos lo conocemos por comparación (cfr. Lévi-Strauss 1964). Vivimos comparando y encontrando diferencias en lo que vemos, oímos, olemos, saboreamos, palpamos; en fin en todo lo que sentimos e, incluso, percibimos. Es el fruto del árbol del bien y del mal, así "vivimos bajo el imperio de lo que se podría llamar un paradigma de disyunción" (Morin 1997). Hasta nuestras producciones materiales están afectadas por ella: la comparación es el principio de operación de los modernos ordenadores digitales. Concretando: en expresiones como "la casa blanca" o "Juan es más alto que Miguel" podemos apreciar que comparación y diferenciación están siempre presentes y que, además, ambas no escapan a la preexistencia de cantidades. El color blanco, bien lo sabemos, implica la combinación de cierta cantidad de colores (7 gamas) y por lo tanto tiene una longitud de onda determinada que lo diferencia del resto del espectro; también, lo blanco, puede ser definido por comparación de entre un cierto número de gradaciones cromáticas. Luego, la casa es blanca porque sencillamente no es negra, ni amarilla, ni roja, en lo cual observamos la actividad comparativa y la consecuente diferencia. Y por la segunda descripción sabemos que Juan es más alto que Miguel, en donde el adjetivo "más" hace referencia, también, a una cantidad. El lenguaje descriptivo está inundado, pues, de números, de cantidades, de frecuencias y, en este sentido, resulta imposible adoptar una postura eminentemente "cualitativa" desentendida de cualquier referente de cantidad. De allí la doble posibilidad que advierte Devereux (1989) de hacer estudios fisicalistas de los organismos vivos o describirlos comportamentalmente, en razón de lo cual podemos asegurar que: siendo ambos factibles, aplicables a un mismo sujeto u objeto de estudio y estando estrechamente relacionados, ambos son complementarios. De aquí parte la elección en ciencias sociales por un movimiento dialéctico, como se le ha denominado, pero que Edgar Morin aquilata a través del término "opción dialógica" la cual contiene un plus cognitivo que nos muestra la verdadera esencia de este tipo de razón: "entiendo por dialéctica no sólo la manera reductriz en la que se comprende corrientemente la dialéctica hegeliana, a saber como una simple superación de las contradicciones por una síntesis, sino como la presencia necesaria y complementaria de procesos o de instancias antagónicas" (Morin 1997). No obstante, como ya hemos destacado, no existen antagónicos cuando nos referimos a cantidad/cualidad, cosa que como veremos a continuación en el planteamiento de Miguel Martínez, ambos son siempre complementarios, a lo cual añadimos inseparables, en tanto forman parte indisoluble de una misma y única cosa. Según Martínez, utilizamos el término "cualitativo" bajo dos acepciones: como cualidad y como calidad, donde esta última "representa la naturaleza y esencia completa, total, de un producto" (Martínez, s/a). Derivada de la expresión latina qualitas, y ésta, a su vez, de qualis (cuál, qué) cuando preguntamos por la naturaleza o esencia de un ser respondemos señalando o describiendo su conjunto de cualidades o la calidad del mismo (ídem). De esta forma, al referirnos a metodología cualitativa no podemos concebirla como: "el estudio de cualidades separadas o separables; se trata del estudio de un todo integrado que forma o constituye una unidad de análisis y que hace que algo sea lo que esY de aquí, que lo cualitativo (que es el todo integrado) no se opone a lo cuantitativo (que es sólo un aspecto) -confusión bastante generalizada-, sino que lo implica e integra" (Martínez, s/a).Así, en tanto que todo integrado, lo cualitativo se forma por lo cuantitativo (las partes) no pudiendo, sin embargo, explicarse el todo por la simple sumatoria de las partes. Entonces, lo total se explica por la relación dialógica de sus partes (y algo más) y las partes se explican desde su relación con el todo (cfr. Lévi-Strauss 1987). Cantidad y cualidad son complementarios inseparables. 2. La pretensión ansiosa desde la oposición antagonista Georges Devereux, haciendo una crítica en su obra De la ansiedad al método en las ciencias del comportamiento, acerca de cómo lo cuantitativo y los métodos empleados por las ciencias naturales producen ansiedad en las ciencias del comportamiento por la creencia mal fundada de que la primera tiene el dato objetivo porque es verificable, nos guía en la comprensión de cómo ahora los enfoques cualitativos en la ciencia social pueden inducirnos la misma ansiedad, sólo que en la dirección contraria, es decir, que el investigador puede caer en el error de pensar que lo social o humano es conocible únicamente por el enfoque cualitativo, arrogándose la superioridad plena de dicho enfoque. Veamos con algunos ejemplos la situación planteada: (todas las cursivas son nuestras): "No se trata tan sólo de adoptar los relatos de vida como una nueva práctica empírica, sino que presupone una redefinición gradual de la aproximación global a la práctica sociológica" (Bertaux en Pujadas 1992:8).Nada pretendemos en contra de los autores citados, pero ¿qué podemos percibir o quizá intuir al leer solamente las expresiones en negritas? Todas ellas nos hacen percibir una cierta pretensión en el ámbito de la ciencia social -aunque tampoco podemos generalizar diciendo que es el sentimiento de todos los investigadores- de haber encontrado 'la forma' verdadera, propia, única e infalible de estudiar los fenómenos humanos; en otras palabras, la pretensión de haber encontrado la verdad por el método. Aclara Devereux que "el estudio científico del hombre ... causa ansiedad y por ende reacciones contratransferenciales ... que se disfrazan de metodología, lo que ocasiona nuevas distorsiones sui generis" (Devereux 1989: 19). Visto así, un enfoque cualitativo a ultranza, en el intento de alejarse de los enfoques empiristas-positivistas, puede llegar a pretender ser más válido y productor de insight que cualquier otro tipo de perspectivas. Los datos de las ciencias del comportamiento, pues, suscitan ansiedades. Es cierto que desde su nacimiento la ciencia social se ha visto doblegada y controlada por el criterio de la opción natural-fisicalista y que, en ese sentido, necesita desplegar y ensayar otras alternativas para la construcción de las teorías sociales, pero lo que queremos advertir es sobre la irreverencia y pretensión de quien, liberándose de sus cadenas, cree encontrar la libertad plena y absoluta. La libertad, creemos, es el imperio de la ley. Igualmente llamativa es la animadversión a la generalización y universalización de fenómenos particulares por principios o teorías del comportamiento: "Según han ido incrementándose los conceptos teóricos en el estudio de la cultura y ha crecido nuestro nivel de generalización y abstracción, nos hemos implicado más y más con porcentajes y estereotipos que con la gente real y su individualidad" (Lewis en Pujadas 1992: 10). Sin dejar de ser cierto lo antes planteado por Lewis, existe la tendencia creciente en la ciencia social a dedicarse al estudio de lo particular evitando la generalidad. El movimiento se dirige a rescatar el silencio de lo que había sido dejado en el olvido, los testimonios de la gente común, las historias no oficiales, y con ello llegamos a la concepción sujeto-céntrica de Goffman que privilegia el sujeto (individualidad o grupo pequeño) sobre la colectividad. Pero es importante que tengamos siempre presente que la generalización no pierde, por ello, valor frente a la focalización, sino que dadas las circunstancias históricas de la ciencia social urge un rescate activo de lo que fue apartado de la consideración científica. Según Martínez: "para llegar a la identificación de una estructura humana (psíquica o social) más o menos generalizable, debemos localizar primero esa estructura en individuos o situaciones particulares mediante el estudio y la captación de lo que es esencial o universal, lo cual es signo de lo necesario" (Martínez, s/a).El objetivo debe ser, entonces, intentar la Verstehen Weberiana, es decir, la comprensión de lo humano. Y entre la generalización/focalización y lo cualitativo/cuantitativo se produce la misma condición epistémica: ambas son complementarias inseparables, puesto que, como nos dice Martínez, lo general sólo se da en lo particular; y agrega que: García Márquez estudia y describe una situación en Cien años de soledad, donde capta lo universal latinoamericano, de igual forma que Piaget, estudiando a fondo varios procesos mentales en sus propias hijas, estructuró leyes de validez universal que han sido consideradas entre los aportes más significativos de la psicología del siglo XX. Ante los hechos: ¿Qué hacer? Sería poco responsable y serio decir que la solución al problema del antagonismo cualitativo/cuantitativo está en la simple aplicación simultánea de ambas estrategias para luego formar una especie de Frankenstein teórico. La interrogante nos aporta y abre al mismo tiempo el locus epistémico, al tiempo que ya existen intentos heurísticos en la actualidad para salvar el obstáculo presentado, como son las conocidas técnicas de triangulación a partir de la cuales podemos encontrar puntos teórico-conceptuales comunes a partir de diferentes puntos de vista sobre el mismo fenómeno. Encontramos, de esta manera, la triangulación de métodos y técnicas, triangulación de datos, triangulación de investigadores, triangulación de teorías y triangulación interdisciplinaria. Esto es, en alguna manera similar, lo que Devereux ha llamado en sus estudios etnopsiquiátricos el empleo de las "variables intermedias" con lo cual "lo comportamental puede distinguirse de lo físico tan sólo por medio de las series de variables intermedias que se encuentran interpuestas entre la causa y el efecto, o entre datos y teoría" (Devereux 1989: 40). Pero lo
que no se puede oficiar es, como dice
Martínez, una triangulación de paradigmas
epistémicos,
como han resuelto algunos a partir de los llamados planteamientos
"pluriparadigmáticos".
Bruyn, Severyn Devereux, Georges Lévi-Strauss, Claude Martínez, Miguel Morin, Edgar Pujadas, Juan |
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