|
|||||
|
|||||
Introducción
Berger y Luckmann defienden la tesis "que la realidad se construye socialmente y que la sociología del conocimiento debe analizar los procesos por los cuales esto se produce" (Berger y Luckmann 2003: 11). Señalan que: "para nuestro propósito, bastará con definir la "realidad" como una cualidad propia de los fenómenos que reconocemos como independientes de nuestra propia volición (no podemos "hacerlos desaparecer") y definir el "conocimiento" como la certidumbre de que los fenómenos son reales y de que poseen características específicas" (Berger y Luckmann 2003: 11). El objeto de estudio antropológico es también algo construido, que se activa dependiendo del contexto que genera la sociedad que lo estudia, de las modas académicas y de la propia formación de los investigadores. No es algo independiente de esa construcción ideológica de la realidad, que de una forma u otra es la que vivimos y sentimos, sino que se integra dentro de sus reglas. La fiesta, y las celebraciones enmarcadas dentro de expresiones religiosas, es un momento característico de nuestra cultura y, por tanto, sigue siendo un objeto de estudio candente, a pesar de vivir en una sociedad secularizada y en un momento en que las líneas de investigación se encaminan por otros derroteros. En este sentido, la importancia de la relación que se establece entre la sociedad y la fiesta actualmente es señalada por Antonio Ariño: "Cuando decimos que es un multimedia, que es envolvente y englobante, nos referimos precisamente al hecho de que todo un repertorio de actividades cotidianas cobran ahora, al ensartarse en este campo de la fiesta, una significación extraordinaria que las hace capaces de expresar una dimensión última y trascendente de la realidad social, que puede sintetizarse mediante la expresión "producción de la experiencia de comunidad". En las "sociedades" multiculturales, terciarias, del capitalismo avanzado, globalizadas, las condiciones y consecuencias de esa producción de comunidad han cambiado, pero no han desaparecido. El estudio de la fiesta (y del ritual) sigue siendo necesario para entenderlas" (Ariño 2000).A estas alturas de los estudios antropológicos en España puede parecer algo obsoleto volver a analizar aspectos relacionados con temas festivos y en concreto con la semana santa. El contexto social actual, así como el propio desarrollo de la disciplina, influye en los trabajos, creando modas temáticas, que analizadas con el paso del tiempo pueden darnos pistas de cómo eran y qué intereses existían en un momento determinado dentro de nuestra sociedad. También hay que tener en cuenta en este sentido la propia formación inicial de los estudiantes y doctorandos de antropología. Puede ser que no sea este el momento de las fiestas, ahora son otros los temas sobre los que dirigen mayoritariamente la mirada los antropólogos/as. Pero a pesar de todo, es un momento significativo dentro de nuestra sociedad y, por lo tanto, su actualidad como objeto de análisis sigue viva. Tal vez, la cuestión sea qué es lo que se estudia, sobre qué se dirige la mirada, para evitar redundar en planteamientos ya superados, buscando la originalidad que invite a nuevos caminos de reflexión. El artículo parte de un planteamiento menos ambicioso, debido al propio carácter del estudio, interpretar los elementos, significados y su construcción, que aparecen en la fundación de una cofradía de semana santa en la ciudad de Elche (Alicante) en los años cincuenta del pasado siglo. La fiesta es un momento donde los distintos significantes y significados culturales interactúan, definiendo al grupo social que la protagoniza. A través de ella se expresan sentimientos individuales y colectivos. La fiesta y la religión en nuestra tradición cultural, como señala Rodríguez Becerra, son difícilmente separables. La semana santa es, si cabe, dentro de nuestra tradición católica, uno de los momentos más significativos donde se conjugan los actos festivos y las creencias religiosas. Como señala Rafael Briones, ésta es, como expresión cultural, un hecho pluridimensional y complejo. La polisemia pasional se basa en elementos históricos, religiosos, cristianos, teatrales, lúdicos, mágicos, estéticos, emocionales, creativos, etc. Desde una perspectiva sociocultural habría que considerar a la semana santa como un "acto total", donde se reproduce la sociedad a partir de unos patrones preestablecidos, donde el elemento identitario que representa cada cofradía y sus miembros reinventa la estructura social donde surge. Durkheim señalaba que la religión es una metáfora de la sociedad: "la religión es una realidad eminentemente social. Las representaciones religiosas son representaciones colectivas que expresan realidades colectivas; los ritos son maneras de obrar que nacen solamente en el seno de grupos reunidos, y que están destinados a suscitar, mantener o renovar ciertos estados mentales de esos grupos" (Durkheim 2003: 38).El estudio de la fiesta como relación entre texto, pretexto religioso y manifestación social, en toda su magnitud, ha sido la forma clásica utilizada desde la antropología para acercarse a su compresión. El carácter mismo de la etnografía, como acercamiento holístico a la comprensión de la realidad cultural, o de la construcción cultural de la realidad, implica que el estudio de un hecho concreto, en el caso del artículo la creación de una cofradía de semana santa, no se delimite a un campo específico sino que entre dentro de todo el complejo interpretativo de los aspectos sociales. En el ritual el tiempo adquiere una importancia vital, un tiempo que no es el cotidiano, el diario, sino que es un tiempo sagrado, un tiempo fuera del tiempo, y ocupa un espacio sacralizado. Dentro de este tiempo ritual es donde se enmarca la creación de la cofradía estudiada, es decir, no sólo en la manifestación estética en sí, sino también en los actos que la rodean, independientemente del calendario en el que se produzca. El ritual tiene una vertiente de reestructuración social y de socialización, como la expresión de pertenencia a un grupo, integración social, lucha por el poder social, prestigio social y político, entre otros. La semana santa pone en juego un complejo sistema de significados, cuyo sentido se escapa muchas veces a los espectadores y actores, o mejor sería decir, que cada uno de ellos analiza desde su propia perspectiva, y que la convierten en una expresión total de la sociedad que la celebra. El ritual ha sido motivo de estudio y reflexión clásico dentro de la antropología. Turner define el ritual como conducta formal y prescrita, relacionada con la creencia en seres o fuerzas místicas. Junto a posturas que se ciñen al aspecto religioso, tienen cabida otras concepciones en las que se relaciona esta conducta prescrita al estudio de ritos seculares. Las interpretaciones actuales sobre el tema conjugan las posturas clásicas con el sentido de comunicación simbólica que implica el ritual. Una definición actual de ritual es la que proporciona Claude Rivière y que conjuga lo sagrado con lo profano, según esto, el ritual sería: "un conjunto de actos repetitivos y codificados, frecuentemente solemnes, de orden verbal, gestual o postural con fuerte carga simbólica, fundados en la creencia en la fuerza actuante de seres o de potencias sagradas, con las cuales el ser humano trata de comunicar, con el propósito de obtener un efecto determinado. Por extensión designa toda conducta estereotipada, repetitiva y compulsiva (ritos de sumisión en el animal, de sumisión, de demarcación de un territorio). Comporta secuencias de acción, de juegos de roles, de formas de comunicación, de medios reales y simbólicos ordenados a valores decisivos que la comunidad pretende traducir mediante comportamientos adecuados."Dentro del proceso comunicativo que implica el rito, sea sagrado o secular, aparecen dos elementos claves: la comunicación (con el mundo sobrenatural, con el entorno social y cultural, etc.) y la influencia sobre el devenir de los acontecimientos que persigue el ritual. Los actores que participan dentro de este estado ritual, y también los espectadores, son conocedores de toda una serie de códigos comunicativos, no sólo verbales, que varían no obstante según la posición que ocupan dentro y fuera del ritual. La representación a la que se asiste está cargada de una significación simbólica, que no es aleatoria ni inocente, sino que conlleva en ella misma toda una intención y eficacia. Antonio Ariño diferencia los distintos tipos de eficacia simbólica del ritual en dos apartados: el ritual como experiencia in situ y la proyección posritual. Entre ambos se establecería una dialéctica, una comunicación en la que la alteración sobre alguno de los elementos de cada apartado influiría necesariamente sobre el otro. El caso planteado se centra en la creación de una hermandad de semana santa en España a principios de los años cincuenta. Partiendo de la naturaleza compleja de la fiesta, los significados del rito y su vinculación con la misma, se pretende interpretar las razones que llevaron a la creación de una cofradía en un contexto histórico tan determinado y las significaciones que se documentan en ella. Este análisis habría que vincularlo dentro del proceso ritual, porque se desarrolla en él, y es en su interior donde cobra sentido y relevancia. La sociedad del momento se recrea ideológicamente a partir del ejemplo, al menos en lo referido a los estereotipos políticos, con la creación de una organización estamental, jerarquizada en sus normas y organización, al menos formalmente y simbólicamente. En lo referente a la forma, a la hora de la redacción del artículo se ha preferido la de no mencionar el nombre de la cofradía estudiada por no interesar tanto el hecho nominal sino el ejemplo que representa. El problema es que, en ciertos momentos, es imprescindible referirse a su denominación porque no se entendería de otra forma el proceso de cambio de nombre. El anonimato o no de lo estudiado, en este caso, plantea un problema ético a la hora de la redacción. Lo vivido es patrimonio de los que lo viven, y nosotros, observadores, nos introducimos sin tener en cuenta, en muchas ocasiones, los sentimientos encontrados que puedan producir nuestras palabras. El análisis que se expone en el artículo pretende mostrar un caso determinado sin más intención que la de tomar su ejemplo como objeto de estudio y reflexión. El
artículo forma parte de una investigación
más amplia que estudia la trayectoria de esta cofradía.
El
trabajo pormenoriza los hechos acaecidos en sus cincuenta años
de
vida, contextualizándolos dentro del período
histórico,
social y cultural en el que se desarrolló y en el que
actualmente
vive. Se pretende, a partir de un ejemplo concreto, acercarse a la
interpretación
de un hecho más amplio. Hay que tener en cuenta que la semana
santa
en Elche ha sido una "celebración menor", en el sentido que no
existía
un arraigo popular como el de muchas poblaciones andaluzas o las de
pueblos
y ciudades de la vecina región de Murcia. Fue a partir de la
década
de los ochenta, cuando la ciudad pasó de los aproximadamente
73.000
habitantes de 1960, a unos 165.000 habitantes en 1980, debido al empuje
de la industria del calzado y la fuerte inmigración, cuando las
celebraciones adquieren una dimensión desconocida hasta esos
momentos.
Las fiestas reflejan todo el complejo sociocultural, económico y
político donde se radican, y los cambios producidos a nivel
global
en la semana santa ilicitana son proporcionales a las transformaciones
que vivió la ciudad. Este hecho hay que tenerlo en cuenta a la
hora
de analizar la fundación de la cofradía que nos ocupa,
porque
cuando nace el contexto era diferente y las construcciones
ideológicas
realizadas a la hora de su creación no parece que tuvieran
cabida
décadas más tarde. Metodología En lo que se refiere al aspecto metodológico, junto a entrevistas en profundidad hechas a los cofrades más veteranos de la hermandad, ha sido básico el análisis documental del archivo de la cofradía, que guarda una exhaustiva crónica escrita por el fundador entre 1952 y 1958, documento esencial para conocer que ocurrió durante los primeros años. El vaciado de los periódicos de la época, consultados en la Biblioteca Municipal de Elche, ha ayudado a reconstruir su evolución, con sus itinerarios, actos y reseñas de sus procesiones, y también constatar a nivel global los cambios en las celebraciones de la ciudad desde los años cincuenta. Dentro
del trabajo de campo ha sido muy importante
la reconstrucción de los primeros momentos ya que permiten
comprender
fenómenos que de otra forma aparecerían aislados. Los
elementos
observados en la actualidad -creación de identidades, grupos de
poder, prestigio, aspectos simbólicos, entre otros- son
entendidos
en el presente desde el conocimiento del pasado. Es el pasado, a
través
de los documentos, lo que hace inteligible el presente, pero
también
es éste el que permite comprender cómo fueron aquellos
años. Contexto histórico A principios de los años cincuenta, España intentaba sobreponerse a las precarias condiciones económicas que la política autárquica y el aislacionismo franquista habían provocado. El racionamiento de determinados bienes de consumo, que duró hasta 1952, y la proliferación del mercado negro y el fenómeno del "estraperlo", junto con el intervencionismo estatal en cuestiones de precios, hizo de la pobreza y de las desigualdades sociales en el país un hecho cotidiano. La apertura política del régimen, con los acuerdos militares y económicos con Estados Unidos en 1953, y la entrada en la ONU como miembro de pleno derecho en 1955, aprovechando la coyuntura proporcionada por la Guerra Fría, hizo que poco a poco España fuera alcanzando niveles económicos relativamente mayores, pero ocultando detrás graves problemas estructurales que pervivirán hasta años después de caído el régimen. Por lo que respecta a la vida en la provincia de Alicante, siguiendo a Francisco Moreno Sáez, se puede señalar que la población compartía con el resto del país la dureza de aquellos años. El control político y moral se extendía a todas las capas sociales. La propaganda institucional dictada desde el púlpito, la escuela y los medios de comunicación, tenía una labor "reeducadora" en una zona que durante la Guerra Civil había permanecido fiel al ordenamiento constitucional republicano. El Ejército, la Iglesia y la Falange eran los ejes vertebradores del régimen. La iglesia jugó un papel fundamental, tanto en la escuela como en su deseo de "recristianizar" a la sociedad, utilizando para ello misiones por los pueblos de España, enseñando el catecismo, construyendo iglesias o enfervorizando esa religiosidad externa tan presente en las fiestas populares. En la
mayoría de ocasiones, la expresión
popular en la fiesta, cargada de diversas significaciones, las tamizaba
la iglesia, modelándola e imponiendo normas a cumplir en aras de
un mayor respeto y dignidad cristiana, cosa que no siempre
ocurría.
La creación de una cofradía en este contexto, y es
más,
con un sentido penitencial y austero, lejos de esas manifestaciones de
jolgorio que condenaba la oficialidad eclesiástica, no
podía
ser más que aplaudida entre los responsables del momento y loada
en los medios de comunicación. Es cierto, no obstante, que hasta
su consolidación no todos los sectores vieron con buenos ojos
una
nueva hermandad que relacionaban con fiesta y laxo espíritu
cristiano.
La participación de jóvenes alumnos junto al maestro que
los guiaba, el aderezo del Frente de Juventudes, de las autoridades
civiles,
militares y eclesiásticas, que en las primeras procesiones los
acompañaban,
hizo de la cofradía un modelo a imitar. Las connotaciones
políticas
que desde su inicio adquirió la hermandad, con la
vinculación
monárquica a través de la agrupación con
"cofradías
reales" y el posterior nombramiento de don Juan de Borbón como
hermano
mayor, no contradecía completamente las ideas del momento sino
que
entroncaban con la vertiente monárquica expresada en un
principio
por el régimen. Las connotaciones políticas no parece que
fueran subversivas, a tenor de las entrevistas realizadas con cofrades
fundadores, sino que estaban en connivencia con las oficiales, a cuyos
movimientos pertenecían parte de los miembros de la hermandad,
habría
que atender más a elementos de prestigio social por parte del
fundador,
como el de entroncar con una supuesta vertiente nobiliario mediante los
títulos otorgados a través de las hermandades con otras
cofradías.
Parece que el intento era el de obtener un reconocimiento
simbólico
más que el de convertirse en un grupo de presión contra
la
legalidad del momento. El nacimiento de una cofradía de semana santa en los años 1950 En 1952, el fundador de la hermandad, farmacéutico y profesor, se propuso crear una cofradía penitencial apoyándose en el colectivo de estudiantes al que estaba ligado profesionalmente. La organización de cofradías de semana santa por los gremios locales fue habitual durante el siglo XIX y principios del XX. Los carniceros, panaderos, hortelanos, costeaban sus propias imágenes que sacaban en procesión por la ciudad (Castaño García 1984: 64-65). La nueva hermandad recogió esta tradición y se articuló alrededor de un núcleo estudiantil. Durante el franquismo, la idea corporativista del régimen respaldaba la organización de cofradías gremiales, y en el caso de las surgidas en el seno de colegios se fomentaba la verticalidad, elemento ideológico de los planteamientos autoritarios franquistas. Los intentos de creación de hermandades gremiales, cerradas y verticales, no tuvieron demasiado éxito y a la postre, como en el caso analizado, las cofradías se abren al resto de colectivos, aunque queda la llama inicial que sirve en algunos casos como seña de identidad. Hay que destacar el poder de convocatoria del fundador para mover a un grupo tan heterogéneo y complejo como es el estudiantil. En los testimonios recogidos de los primeros cofrades no hay ninguna palabra que no sea de respeto y admiración hacia su figura. Para los cofrades más allegados era más que el profesor de matemáticas o el presidente de la cofradía, era un referente, un amigo, con su carácter y sus "cosas personales", como recuerdan, dentro y fuera de la cofradía. El respeto hacia su figura fue el que propició, entre otras cosas, que los jóvenes alumnos, con una media de edad en los primeros desfiles que oscilaba entre los 13 y 16 años, siguieran al profesor y que, posteriormente, a la muerte de éste, muchos continuaran vinculados a la cofradía (1). Los primeros meses de 1952 se fragua el nacimiento de la hermandad. De junio y septiembre de este año se conservan sendas cartas, la primera enviada al escultor García Talens encargándole la imagen de un Cristo Crucificado, y la segunda la petición hecha al Jefe del Estado para que aceptara el cargo de Hermano Mayor (2). Este último documento es interesante tanto por el significado político que tiene como por la semblanza que realiza sobre quiénes son y cómo va a ser la nueva cofradía: "Un nutrido grupo de estudiantes de esta localidad, reunidos para constituir una cofradía penitencial que llevara a cabo sus desfiles durante la semana santa".La petición fue denegada en los siguientes términos: "lamentando mucho no poder aceptar dicho nombramiento con el fin de no prodigar la aceptación al innumerable número de cofradías que a él se dirigen con idéntica petición" (3).A través de la correspondencia conservada y de la crónica de 1953 (4), podemos seguir detalladamente todos los pormenores que rodean la confección de la escultura: forma, dimensiones, coste, traslado, etc. (5). La elaboración de la talla duró poco menos de un año. El encargo fue hecho el 3 de julio de 1952 y la imagen llegó a la ciudad el 27 de marzo de 1953. La correspondencia entre las partes gira principalmente entorno al tema económico, aunque también hay una interesante reflexión artística. La talla debía representar a Jesús en el momento de la agonía. El fundador pensaba que los pies debían ir clavados por separado y así se lo hizo saber al escultor. El escultor, por su parte, opinaba que con un solo clavo para los dos pies la composición resultaría más emotiva y dinámica; finalmente, se impuso la opinión de éste. La figura tiene una carga emotiva considerable, el momento captado se presta a ello, la cara al cielo de Jesús en los últimos momentos de su vida es el resumen iconográfico de lo que el fundador quería plasmar en el desfile, un sentimiento profundo, casi trágico, de la vivencia de la semana santa. La
imagen llegó a la ciudad ilicitana
el viernes 27 de marzo de 1953. La expectación por ver al Cristo
era enorme entre los cofrades y el propio fundador: El domingo 29 de marzo, a las once de la mañana, la imagen fue bendecida bajo la advocación del Cristo de la Penitencia. Faltaban tres días para el miércoles santo, fecha fijada para la procesión, y todavía no estaba claro si el desfile iba a ser posible, la tardanza en la finalización de la imagen impidió que el traslado pudiera planearse con más tiempo. La cofradía carecía de trono y para salvar esta eventualidad hubo de recurrirse al trono del Cristo de la Misericordia. La improvisación provocó que la organización de este año fuera la gran ausente, tal y como reconoce el fundador: "El conflicto que se nos presentaba era que no había flores para adornar el paso, ni velas para alumbrar, ni hábitos ni organización, y menos mal que la iluminación del paso la pude resolver con los cirios de la procesión del silencio" (7).La procesión comenzó a las diez y media de la noche. El desfile se organizó de la siguiente forma: encabezando la procesión una centuria del Frente de Juventudes, a continuación la cruz llevada por un cofrade, después las filas de penitentes, el Cristo y la presidencia. Esta estructura permanecerá igual en los siguientes años, enriquecida con nuevos símbolos y atributos. La falta de número provocó que el Cristo fuera sacado en andas únicamente por quince costaleros, de los cuales sólo seis eran cofrades y nueve eran albañiles que en ese momento estaban trabajando en la casa del fundador y que fueron contratados a razón de veinte pesetas cada uno. Mediada la procesión los nueve albañiles fueron reemplazados por cofrades siendo este hecho para el fundador el más importante del desfile: "Lo más digno de destacar fue que la salida sirvió para que paso a paso se dieran cuenta los estudiantes que allí estaba su Cristo y que ellos tenían el deber de ir junto a él, y así resultó que los nueve hombres contratados para llevar el trono sólo sirvieron para llevarlo en un trayecto muy breve pues luego los estudiantes fueron turnándose y llevándolo ellos" (8).
El mismo año del primer desfile, 1953, la recién creada cofradía cambiará de nombre. En el artículo 1º de los estatutos de 1956 se dice que: "La advocación de esta cofradía es de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y es una continuidad de la que fundada en esta ciudad allá por el siglo XVI vino a desaparecer a mediados del pasado siglo" (9).La primera referencia que existe sobre la Sangre de Cristo en la historiografía local es la que recoge Cristóbal Sanz. El cronista cita que la hermandad fue fundada en 1581 por miembros de la nobleza local con un objetivo básicamente asistencial. La hermandad se reunía cada Viernes Santo y organizaba una procesión donde salían penitentes y varios pasos representando momentos de la Pasión de Cristo. Su sede era la Capilla del Hospital de Caridad de la Villa, situado al lado de la ermita de San Sebastián. Durante los siglos XVII y XVIII la cofradía continuó organizando la procesión del Viernes Santo y englobó dentro de ella a las asociaciones gremiales participantes en las procesiones de la ciudad. En el siglo XIX la estructura de la semana santa en Elche cambia, aparecen nuevas cofradías representando a los distintos gremios, aumentan los días de desfile y las nuevas agrupaciones crean sus propias imágenes y pasos (CASTAÑO GARCÍA 1990: 6-7). Es en este momento cuando desaparece la Cofradía de la Sangre. Posiblemente, la pérdida del carácter organizativo de la hermandad y la decadencia del estamento nobiliario local como consecuencia del incipiente auge de la burguesía, provocaron la desaparición de la misma. Pero entonces, ¿por qué denominar a la nueva cofradía como Cofradía de la Sangre y ponerla en relación con la extinta hermandad? La reconstrucción de los acontecimientos del mes de septiembre de 1953 puede aclarar la situación (10). El archivero de la Basílica de Santa María estaba investigando la obra del escultor Nicolás de Bussi. Sus pesquisas le pusieron en contacto con el cronista de la Archicofradía de la Preciosísima Sangre de Murcia debido a que la imagen titular de esta hermandad, el Cristo de la Sangre, también era obra de Nicolás de Bussi. El investigador ilicitano informó al cronista de la formación de una nueva cofradía en la ciudad ilicitana y del carácter penitencial de la misma. Éste vio la posibilidad de crear en Elche una hermandad de la Sangre aprovechando la tradición que, según sus datos, esta cofradía tuvo en la ciudad. Sin demasiada dilación informó al presidente de su intención: "me lleva a rogar a usted que funde en esta urbe de historia y actualidad, la cofradía madre de todas las cofradías de Semana Santa. Suplico a usted que su fundación sea la Real, Muy Ilustre y Venerable Cofradía de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo".Junto a esta petición se incluía una pequeña referencia de las cofradías de la Sangre donde explicaba el día originario del desfile, su carácter real, el emblema utilizado, los atributos, etc. La asociación entre ambas hermandades suponía para Elche disfrutar de las mismas indulgencias y prerrogativas espirituales de las que ya gozaba la cofradía murciana, además se prometía una reliquia, un trozo de Lignum Crucis. El 18 de septiembre de 1953 se aceptó la propuesta murciana matizándola únicamente en que se mantuviese el nombre inicial de la hermandad, los Estudiantes, y el del Cristo, por lo demás aceptaba todas las demás sugerencias: el título de Real y Muy Ilustre y el emblema de las cinco llagas de Cristo. El 25 de septiembre la asociación entró en vigor. El 14 de octubre el fundador recibió el nombramiento de Archicofrade de Honor de la Sangre de Murcia. El 29 de octubre llegó a la ciudad, con fecha de 29 de septiembre, la carta de agrupación por la que la cofradía ilicitana pasaba a llamarse Real, Muy Ilustre y Venerable Cofradía de los Estudiantes de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo de la Penitencia. Después de relatar los pormenores de la asociación entre Murcia y Elche hay que reflexionar sobre la relación existente entre la primitiva cofradía de la Sangre y la creada en los años cincuenta. Se puede inferir que la nueva cofradía es una creación autónoma, que en un momento determinado se asocia con otra hermandad de la que toma el nombre y parte de los atributos. No hay relación entre las dos hermandades de la Sangre ilicitana, al menos desde un prisma organizativo, personal o social. La Sangre de 1953 no está formada por la nobleza local, prácticamente inexistente por otro lado, sino por un grupo mucho más prosaico y heterogéneo como son los estudiantes. La nueva agrupación no articula ni organiza la procesión de Viernes Santo, sólo se limita a un traslado penitencial en la noche del Miércoles Santo. Tampoco encontramos una figura que constituya una línea de parentesco o continuidad con los integrantes de la antigua hermandad. Finalmente, hay que señalar que el primer desfile no se realizó bajo la nominación de la Sangre. A raíz de la agregación con Murcia, se hermanaron con otras cofradías que también pertenecían al grupo nominal de Real, Muy Ilustre y Venerable. Varias fueron las agrupaciones realizadas, la más temprana fue la asociación con la Archicofradía de la Sangre de Murcia. Se realizó a finales de 1953 y sirvió de puente para nuevas agrupaciones con otras cofradías reales y de la Sangre. La segunda hermandad, la más extensa en el tiempo, es la realizada con la Real, Pontificia, Muy Noble, Ilustre y Venerable Cofradía Militar de Nuestra Señora de la Soledad y Santo Sepulcro de la ciudad de Huercal-Overa (Almería). En 1958 se creó en Murcia una nueva cofradía, integrada por estudiantes, bajo el nombre de Real Cofradía del Cristo de la Salud. La nueva cofradía se hermanó, desfilando una representación de estos el Sábado de Pasión, día de traslado de El Cristo de la Salud por las calles de Murcia. La nueva cofradía consiguió que don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, aceptara el nombramiento de cofrade de honor, lo que supuso, por hermanamiento, el mismo privilegio para la cofradía ilicitana (11). Parece, por los datos manejados, que el nexo de unión entre la primitiva cofradía de la sangre existente en Elche hasta el s. XIX y la nueva hermandad creada en 1952, es difuso y lo que se hace es retomar esta tradición partiendo de las sugerencias que llegaban desde la cofradía de la sangre de Murcia. A pesar de esto, los miembros de la hermandad mantienen su relación simbólica con la cofradía de la sangre, utilizándola como seña de identidad frente a las restantes cofradías ilicitanas y otorgándose el título de ser la más antigua de Elche. La creación de identidad viene aquí de un antecedente casi mítico, que no es impedimento de nada sino fuerza motriz para mantener las formas y filosofía con las que nació la hermandad. En este análisis se produce la dialéctica entre el discurso emic, defendido por los miembros de la hermandad, y el análisis etic, que fundamenta el hecho de ser una creación autónoma independiente de la tradición histórica con la que se quiere emparentar. Si atendemos al enfoque emic, en elsentido de la perspectiva del actor-informante, la tradición con la primitiva cofradía de la sangre no es por hechos documentales concretos sino por una tradición establecida en los primeros años. Desde el enfoque del observador, el análisis de los datos disponibles muestra que no hay una relación en el discurso histórico defendido por la hermandad.Pero, ¿es esto tan importante? ¿Dónde radica realmente el interés de esta cuestión? De una forma u otra, con vinculación o no, lo cierto es que la seña de identidad y los aspectos simbólicos, se construyen alrededor de este hecho y es lo que prima a la hora de la definición de los miembros del grupo, tanto de su hermandad como de su posición en ella. Lo más importante sería la contextualización de cuándo nace esta vinculación y por qué, preguntarse si en otro momento la activación hubiera sido la misma y bajo las mismas premisas, es decir, atender a la dialéctica producida entre el momento histórico y las actuaciones sociales, los discursos que se crean y la interiorización de los mismos, y como actualmente ha cambiado esta concepción entre los cofrades, que en muchos casos, no conoce siquiera el nombre de la hermandad ni sus orígenes. En
aquellos momentos, el entroncar con la
nobleza suponía una nota de prestigio, lo mismo que entroncar
con
un título de Real tenía también sus
connotaciones
conflictivas que no se han mencionado. La contextualización es
fundamental
para entender el proceso de nacimiento de la hermandad, al igual que lo
es para entender su devenir. Notas para una conclusión El fundador de la hermandad se convirtió hasta su muerte en su organizador y mecenas. Su figura no se redujo únicamente al trabajo en su cofradía, sino que participó activamente dentro de la organización de la semana santa ilicitana. En 1957 se creó la Junta de Hermandades de Elche con el propósito de organizar los actos de semana santa. Fue propuesto como presidente, cargo al que renunció por motivos personales y aceptó el puesto de Tesorero (12). Su prestigio dentro de las cofradías de la ciudad era alto y el desfile que organizaba era considerado como uno de los más importantes del momento. La hermandad, que había nacido como una modesta cofradía penitencial había alcanzado un lugar en el espectro local gracias a la labor de su presidente. La vinculación con la Sangre había sido el paso decisivo para articular todo un lenguaje simbólico que distinguiera a los Estudiantes del resto de hermandades. Las asociaciones con las cofradías de Murcia y Huércal-Overa, la revestía de boato y privilegios. La puesta en escena era solemne, lo que suponía una excepción en los desfiles de la época. Más allá de los sentimientos católicos tanto de los cofrades como del propio fundador, lo que encontramos es todo un juego simbólico destinado a la consecución de un lugar dentro del contexto local del momento. La fiesta y su organización se convierten en un vehículo ideal para adquirir nuevas parcelas de prestigio social y de poder. Como apunta Briones Gómez, la semana santa es un hecho pluridimensional, donde uno de sus aspectos es "lo social-comunal", donde se dan cita todas las categorías de individuos y grupos, cada uno con sus intereses y anhelos. Dentro del ritual, el poder y el prestigio están presentes, hay un status que cada hermandad defiende y que intenta aumentar año tras año, partiendo este interés desde la elite y transmitida, e incluso impuesta, a los cofrades. De esta forma, por un lado se da una consolidación de la identidad grupal y por otro los representantes de las cofradías ganan en prestigio social y en poder dentro de su propia organización como en los órganos rectores de la semana santa. El fundador, en su vertiente laboral, tenía una destacada posición al ser por un lado dueño de una de las farmacias de la ciudad y por otro ser profesor del colegio unificado. Su peso en la estructura política de la época se hizo patente en la influencia que tuvo sobre ciertas decisiones del cabildo municipal en torno a la semana santa. El prestigio que suponía la organización de los actos, y el empeño que puso en ello para superarse y conseguir, en sus propias palabras, la mejor procesión de las que salían en Elche, tenía su recompensa por el reconocimiento que se granjeaba por este hecho. No parece que hubieran unos motivos económicos en esta actitud, era él el que corría con todos los gastos con una aportación mínima por parte de los cofrades. Este reconocimiento socioeconómico aparecerá años más tarde en Elche, ligado al crecimiento de la industria del calzado, donde la posición social y la emulación monetaria sea lo corriente, no sólo entre los organizadores de las distintas cofradías sino también entre los propios cofrades, que llegarán a pagar sumas desorbitadas por figurar en la nómina de tal o cual cofradía. El prestigio que buscaba el fundador se relacionaba más bien con un deseo de reconocimiento nobiliario por parte de otras cofradías de abolengo. Dentro del discurso construido a partir de considerarse como la refinación y continuación de la Cofradía de la Sangre existente en Elche hasta el siglo XIX, compuesta por el estamento nobiliario de la ciudad, una forma de mantener el status de esta tradición fue la de obtener títulos honoríficos. Entre los títulos obtenidos hay que destacar el de Mayordomo de Honor de la Archicofradía de la Sangre de Murcia, en 1953, y el de Mayordomo de la Cofradía Pontificia y Militar de Huércal-Overa y Caballero del Capítulo de la Guardia de Honor del Santo Sepulcro del Redentor, con documento fechado el 8 de abril de 1955. Estos títulos personales, a los que hay que añadir el de Infanzón de Illescas, le permitían vestir con unos atributos distintos a los que llevaban el resto de cofrades, concretamente con el hábito y birrete que le permitía su condición de Caballero del Santo Sepulcro. Tanto las agregaciones como los títulos personales pueden leerse por un lado como una forma de engrandecimiento colectivo, a la que enaltecía en tradición y en las prerrogativas espirituales que tuvieran aquellas con las que se hermanaban y como una forma de reconocimiento personal para el que los ostentaba. En origen, como ya se ha dicho, la intención de la cofradía era de carácter gremial, y así se mantuvo, al menos en los primeros años, a pesar de las distintas agrupaciones y hermandades realizadas. Isidoro Moreno señala para el caso andaluz, que las hermandades gremiales decayeron en el paso del XVIII al XIX, con la caída del Antiguo Régimen, a la vez que lo hicieron los mismos gremios. No todas las hermandades gremiales desaparecieron. No obstante, algunas fueron reconstruidas posteriormente por grupos que no tenían una vinculación real con la cofradía extinta pero que consideraban como una continuación de las antiguas por regirse por las mismas reglas o sacar a la calle las mismas imágenes. La cofradía analizada, con las particularidades que se han comentado, hace lo propio con su hermandad. Como se ha señalado, no existe una continuidad en los aspectos formales o de composición social, ni siquiera en la imagen, que es de nueva creación, pero se defiende la continuidad con la primitiva Cofradía de la Sangre, que integraban los nobles de la ciudad. Este entronque muestra el deseo de legitimación dentro del espectro de las hermandades de su tiempo, aunque sea a través de una construcción que se puede rastrear a través de la documentación y que tiene un claro punto de partida. A través de algo más de cincuenta años de vida se ha mantenido oficialmente el discurso legitimador de ser la cofradía más antigua de la ciudad. Una de las señas de identidad más evidente dentro de los discursos de sus miembros es la antigüedad. Y es que se quiera o no, la historia tiene prestigio, y eso se ha podido palpar a la hora de realizar el trabajo de campo. La realidad existe pero su existencia es construida socialmente. Lo mismo ocurre con la historia, se construye, y no es nada nuevo esto, mediante su análisis se hace hincapié en unos u otros aspectos, en unas u otras interpretaciones, al igual que ocurre con la antropología, construimos a través de datos. Lo que parece cierto es que la relación con la extinta cofradía nobiliaria ilicitana dota de prestigio a la nueva hermandad y sobre todo a sus miembros gestores. Esta situación fue más evidente en los primeros años de vida porque fueron estos los de mayor apogeo y reconocimiento popular; en la actualidad, la hermandad pasa por ser una de las más pequeñas y desconocidas de la ciudad. La figura de su fundador sirvió de mucho para este reconocimiento primero. Las procesiones de la cofradía se convirtieron en estos años en el reflejo no sólo de la realidad política imperante, con la comunión, todavía existente en elritual pasional, de iglesia, ejercito, policía y poder civil, es decir, los elementos coercitivos por antonomasia de cualquier tipo de estado, sino también de su personalidad, con una concepción de seriedad que imprimía a sus alumnos, tanto por el hecho mismo religioso como, tal vez, por todos los significados de autoridad, con la vinculación nobiliaria que le suponía a su cofradía. El ritual, en su concepto polisémico, añade aquí las ecuaciones personales de aquellos que lo realizan y de aquel que lo organiza, y en este caso para entender las formas particulares de una manifestación concreta, que se inserta, no hay que olvidar, dentro de un contexto general que tiene sus propias reglas y normas establecidas, hay que tener en cuenta los condicionantes y los intereses que provocaron, en este caso, la creación de una cofradía. El
ritual de la semana santa, como señala
Rafael Briones, se puede considerar como capital simbólico, por
lo que la rentabilidad de éste redunda en elementos de prestigio
para aquellos que representan de alguna forma estas manifestaciones.
Junto
a esto habría que tener en cuenta el entender los rituales
festivos
dentro del proceso de creación de identidades. El auge de la
semana
santa en muchos lugares de España, y sobre todo en
Andalucía,
Murcia y sur de la Comunidad Valenciana, refleja una "activación
de diversos nosotros colectivos" (Isidoro Moreno 1999). La
participación
en las procesiones reafirma la identidad individual y grupal,
independientemente
del componente ideológico o político, por lo que no es de
extrañar que ateos confesos magullen sus hombros por el peso de
un Cristo o una Virgen, o que miembros de la extrema izquierda desfilen
en boatos con legionarios y sotanas incluidas. Tendríamos dos
concepciones
que se interrelacionan y cuyos significados se entrecruzan, por un lado
la búsqueda de la rentabilidad del ritual y por otro el
carácter
identitario que se expresa tanto entre los miembros de la
cofradía
como entre el resto de la comunidad. Hay una imbricación entre
ambas
concepciones porque el prestigio llega no sólo a aquellos que
detentan
el poder sino también a los que participan desde escalones
más
modestos. La búsqueda de referentes históricos, con una
construcción
justificativa del pasado para adecuarla a las necesidades del presente,
el entronque con una tradición nobiliaria y el simbolismo que
apareja
este hecho, se puede poner en relación con la
comunicación
que se establece entre las aspiraciones del fundador de la hermandad y
el discurso que llega al resto de los cofrades, que de una forma u otra
influye en la construcción de las señas de identidad de
la
organización. El paso del tiempo muestra como las actuaciones de
estos primeros años han supuesto que premisas como considerarse
la cofradía más antigua de la ciudad siga presente entre
los cofrades y, sobre todo, entre los que mantienen la estructura
organizativa
de la hermandad.
1. Las
abreviaturas utilizadas
corresponden a: - "Don Vicente era profesor de matemáticas, de física y química. Era un erudito en la materia y en muchas más cosas, tenía su carácter como todos lo tenemos, y sus cosas personales, pero era un gran profesor y conciliaba la anuencia de los alumnos con él, que además de tratar de química o de física pues hablábamos de muchas cosas" (Entrevista 3. 12/09/2002).2. A. C. E. Correspondencia García Talens. 5 de julio 1952. A. C. E. Correspondencia Francisco Franco. 30 de septiembre 1952. 3. A. C. E. Correspondencia Francisco Franco. 11 de diciembre 1952. 4. La crónica escrita por el fundador de la Cofradía es un documento privilegiado a la hora de realizar el trabajo. Con un estilo claro y literariamente correcto, el fundador hace referencia a todos los avatares de estos años, pormenorizando de tal forma que es una fuente etnográfica de primer orden. No sólo se limita a contar lo sucedido sino que aporta fotografías y recortes de periódico. Los escritos conservados comienzan en 1952 y terminan en 1958. 5. A. C. E. Las distintas cartas conservadas datan de 1952 y 1953. Concretamente son seis documentos fechados en: 5 julio 1952, 19 julio 1952, 18 octubre 1952, 22 enero 1953, 27 enero 1953, 16 febrero 1953. 9. A. C. E. Reglamento 1956: 1. 10. A. C. E. Crónica 1953. pp. 6-8. Correspondencia Murcia. Se conservan cinco cartas fechadas en: 14 septiembre 1953, 1 octubre 1953, dos cartas sin fechar de 1954, 26 mayo 1955. 11. B. M. E. diario La Verdad, 2 de febrero 1958. 12. Sobre la creación de la Junta Mayor de Cofradías en Elche se trascribe la parte de la crónica que la menciona: "El siguiente día fui llamado a la alcaldía para una reunión para la Semana Santa y en dicha reunión se formó definitivamente la Junta de Hermandades en la que a propuesta de Campello (..) (de la Verónica) y Ricardo Parreño (del Santo Sepulcro) se me ofreció el cargo de Presidente, cargo que tras agradecer la atención que se me tenía y el honor que para mí sería el cargo, me vi forzado a rechazar por considerar que un presidente de la Junta de Hermandades no podía estar ausente de esta el Viernes Santo como yo me veía por razón de mis viajes a Huércal-Overa. A mi vez propuse como presidente a Ricardo Parreño y finalmente el alcalde D. José Ferrández Cruz formó la siguiente Junta: Ariño, Antonio Berger, Peter (y Thomas Luckmann) Briones Gómez, Rafael Castaño i García, Joan Delgado, Manuel Durkheim, Émile Ibarra, Pedro Moreno Navarro, Isidoro Rodríguez Becerra, Salvador Sanz, Cristóbal |
|||||
|