Pedro Roel
Mendizábal:
"De Folklore a
culturas
híbridas: rescatando raíces, redefiniendo fronteras entre
nos/otros", en Carlos Iván Degregori (ed.), No hay país
más diverso. Compendio de antropología peruana.
Lima, Red para
el Desarrollo
de las Ciencias Sociales, 2000.
Por: Juan
Javier Rivera
Andía
Este trabajo de Pedro Roel
Mendizábal, de quien se conocen pocas publicaciones aun, intenta
hacer un balance de los estudios de folclore realizados en el Perú
a partir de los autores que han tratado el tema, de los discursos
populares
que se han referido a él, y de las políticas estatales que
se han diseñado al respecto. Como es sabido, los estudios del folclore
están ligados a "la búsqueda de un pasado glorioso", impulsada
por un cierto nacionalismo y llevada a cabo por el indigenismo. Esta
búsqueda
definió un "otro" que era distinto y que formaba parte de la misma
sociedad del observador. El primer ámbito de expresión de
tal afán parece encontrarse en el arte: por un lado, la plástica
(donde sobresale José Sabogal); y por otro, la música académica
(representada por compositores como Leandro Alviña, Daniel Alomía
Robles y organizaciones como el Centro Cuzco de Arte Nativo) y las
primeras
recopilaciones de música popular (como lo hacen los hermanos
D'Harcourt).
Sin embargo, el indigenismo clásico surge, alrededor de 1920, con
el ensayo (y allí encontramos a Julio C. Tello, Castro Pozo y Uriel
García). Esta nueva tendencia parece introducir, según Roel,
una ruptura:
"los casos mencionados de
la recopilación en la música y en narrativa no pertenecen
propiamente al movimiento indigenista; al contrario, la estética
y el discurso del indigenismo de los años 20 desplazaron a la
descripción
y recopilación, y la labor pionera no tuvo continuadores inmediatos"
(p. 76).
En la década de 1930,
comienza la recopilación sistemática de los estudios de folclore
y aparece la primera exposición de los principios y métodos
del folclore como ciencia (Julio Delgado, 1931). En la década de
1940, en provincias como Cuzco, Puno, Lima, Huánuco, Ayacucho y
Junín aparecen las primeras publicaciones periódicas que
recopilan las prácticas de las poblaciones rurales: "Waman Puma"
(1941-1944), la "Revista del Instituto Americano de Arte" (1942), "El
Ayllu"
(1945 y 1948), "Folklore, revista de cultura tradicional" (1942) y la
"Revista
del Museo Nacional" (1949).
Para los autores que participan
en estas publicaciones -usualmente "intelectuales de clase media
provinciana"-, el folclore es "la muestra aun vigente de un período
anterior
de la cultura", es una recolección de "supervivencias… de raíz
prehispánica" (p. 78-79). El motivo de estas recopilaciones es
preservar
esas supervivencias "como expresión de una identidad 'auténtica'"
(p. 78). Según Roel, "lo que se está reivindicando es una
identidad provinciana, llámese serrana o andina" (p. 78). El año
1945, con el nombramiento de Luis E. Valcárcel como ministro, marca
un hito: se produce la "Concreción del discurso indigenista en una
política cultural del Estado orientada a promover una cultura que
se desea nacional... [una] identidad nacional sobre base provinciana"
(p.
79). En este discurso identitario, lo criollo y lo costeño serían
aun secundarios.
En este contexto, el folclore,
o una parte de el, conformará dará a luz a la antropología
andina, se convertirá en etnografía descriptiva (las obras
de Efraín Morote, José María Arguedas, Josafat Roel,
Lira, Merino, Villarreal, y Mendizábal Losack dan cuenta de ello).
Surge la preocupación por las "características esenciales"
y generales de un "conjunto cultural" al que se comienza a llamar
"andino".
La búsqueda de constantes religiosas, de patrones y esquemas básicos,
y la delimitación de áreas culturales estarían ilustradas
por publicaciones peruanas y latinoamericanas como "Tradición" (1950),
"Folklore Americano" (1953) y "Archivos Peruanos de Folklore" (1955).
Con
la antropología académica, los estudios de folclore ganan
densidad, pero pierden terreno frente a otros intereses. En cierto
modo,
los nuevos investigadores dejan la cultura de lado y se interesan más
por las estructuras agrarias.
La disminución del
interés por el folclore hacia 1970, se puede explicar por la aparición
de nuevas corrientes como el funcionalismo y el marxismo. Por ejemplo,
en la obra de un autor tan conocido en esta época como Rodrigo Montoya,
los "rituales como el pago de los wamanis, fiestas del agua y fiestas
patronales
son mecanismos de una ideología comunal que encubre las relaciones
desiguales" (p. 90). Al mismo tiempo, el folclore es adoptado por los
medios
oficiales y gubernamentales. En este ambiente de intereses
contradictorios
(como la "cultura tradicional" y las reivindicaciones de clase), los
estudios
de folclore "sobreviven" de tres maneras. La primera son los "Congresos
Bienales de Folklore" (iniciados en 1972), en los que los
investigadores,
sobre todo de provincias, producen "monografías
recopilatorio-descriptivas,
desgraciadamente sin demasiada relación con el resto de producción
académica de esos años" (p. 91). El segundo refugio de los
estudios de folclore es, según Roel, los estudios de "mentalidades
andinas", entre los que incluyen obras tan heterogéneas como las
de Tom Zuidema, Juan Ossio, John Earls, Alejandro Ortiz Rescaniere,
Isbell,
Bolton, Urton y Randall. Desde el punto de vista de Roel, "En muchos de
estos estudios, en que se juntan la etnohistoria y la etnografía,
la cultura andina aparece como un gran esquema ordenador del cosmos y
del
mundo social, que dota de sentido a todos los actos y hechos de la vida
cotidiana" (p. 91). La última guarida del folclore se encontraría
en los estudios de "religiosidad andina" del Instituto de Pastoral
Andina,
la revista Allpanchis (CBC), la obra de Henrique Urbano y
Manuel
Marzal, donde se buscan puntos de contacto de la antigua "religiosidad
prehispánica" con el catolicismo, la Biblioteca de Tradición
Oral Andina (donde se producen los trabajos de Gow, Condori, Valderrama
y Escalante), y el Archivo de Música Tradicional Andina (hoy el
Centro de Etnomusicología Andina de la Pontificia Universidad Católica
del Perú).
Un giro importante se produce
cuando se comienza a estudiar el mundo de los inmigrantes campesinos de
la ciudad. Prestar atención a la población urbana de inmigrantes
significó, para Roel: "la introducción definitiva de la categoría
'modernidad' en un objeto de estudio decididamente tomado como
'tradicional'
[y]... cuestionar la imagen 'esencialista' de lo andino" (p. 93). Se
incluyen
también las categorías de "mercado" y de "poder" en el estudio
de las expresiones populares. Se intentará estudiar la recreación
de estéticas y de "las identidades en que aquellas se sostienen,
en un marco 'moderno'" (p. 95). Los estudios sobre la "cumbia andina"
(la
música "chicha" o "tropical-andina") son un ejemplo de este paso
de lo folclórico a lo popular, a una música "autoral, masiva
y ampliamente difundida".
Los estudios de las fiestas
muestran ahora sus diversos "referentes culturales" y la "adaptación
o variación cultural". Roel pone como ejemplo de ello un breve trabajo
del editor del libro, Carlos Iván Degregori (1982), sobre una fiesta
popular en una comunidad campesina. Surgen entonces, la polémica
sobre la "autenticidad" o "degeneración" de las expresiones culturales
populares orientadas al mercado. Tal polémica parece provenir del
enfrentamiento de dos perspectivas: una donde "el hecho folclórico
como "expresión" de una realidad vivida o de una mentalidad antes
que como un recurso o vehículo" (p. 98); y otra, nueva, donde la
tradición, que ha dejado de ser sólo rural y andina, es ahora
"más dinámica y adaptable" (p. 98). Roel nos recuerda que
Jurgen Golte ha acusado a la primera perspectiva de exotizar la
miseria,
y que Debora Poole ha proclamado que "el ritual, considerado la
expresión
más paradigmática de la cultura andina, ha sido sometido
a un conjunto de cambios operados por las redes del marcado y la
masificación"
(p. 99), y criticado a quienes buscan "modelos ideales en los otros
para
proyectar en ellos sus propias esperanzas (en la persistencia de un
mundo
idealmente opuesto al propio)" (p. 99).
La década de los noventa
es para Roel una etapa feliz, en la que se pasa "del esencialismo a lo
esencial", por medio del énfasis en las relaciones de poder y en
la formación de identidades, de la producción de "etnografías
bastante completas" (p. 101), y del paso de lo estático a lo dinámico:
ahora "[los ritos] no solamente hablan de la sociedad y de la vida de
quienes
las practican, sino que las crean al ser realizadas... el objeto de
estudio
existe en permanente construcción" (p. 102). Ahora, pues, el rito
es reducido a lo que Roy Rappaport llama su sentido autorreferencial: a
"acciones sociales, cuyas características formales tienen sentido
como parte de un discurso sobre una realidad particular... vehículos
de interacción social y simbólica" (p. 101).
En suma, Roel nos recuerda
que el folclore en el Perú ha sido considerado tanto una característica
distintiva de determinados pueblos como algo propio del observador.
Esta
ambivalencia explicaría las tendencias contradictorias del rescate
y de la recreación, que han teñido a menudo las políticas
estatales. Frente a esta situación, la globalización ha vuelto
ambiguas y frágiles las fronteras entre el observador y los otros
que estudia, ha vuelto obsoletas las nociones de "modernidad" y
"tradición",
y ha diluido las diferencias entre "los agentes sociales que
representan
esos paradigmas" (p. 107).
El artículo de
Roel,
aunque tiene una bibliografía desordenada e incompleta (pues no
se encuentran en ella muchos de los textos citados) y muestra algunos
errores
pequeños pero sorprendentes (uno de ellos es que, contrariamente
a lo que imagina, ningún trabajo de Ulpiano Quispe sobre la herranza
sigue las ideas analíticas de Tom Zuidema; otro es que José
María Arguedas nunca habla de la presencia andina en las ciudades
como de una "reconquista" (p. 88)), nos brinda un panorama que se ha
intentado
esbozar pocas veces. Sin embargo, creemos que el artículo adolece
de una cierta complacencia con las posturas más recientes sobre
el tema. Valdría la pena evitar el abuso de la noción de
"identidad" o tomarla como si bastara para explicar todas las
tendencias
del folclore; y preguntarse por la influencia real de la construcción
de lo andino propia de los intelectuales de provincias. Finalmente, nos
parece superficial la vinculación señalada por Roel entre
los estudios de folclore y lo que él llama los "estudios de
mentalidades"
(término, por lo demás, discutible). Nos parece que, en cuestiones
relativas al método de aproximación y a la naturaleza del
objeto de estudio, estos autores se diferencian mucho de los
folcloristas
anteriores. Por lo demás están ausentes autores tan importantes
como Verónica Cereceda, Thérèse Bouysse-Cassagne,
Olivia Harris, Tristan Platt, Antoinette Molinie-Fioravanti, Ana de la
Torre o Manuel Gutiérrez Estévez.
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