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Normalmente
la investigación antropológica está referida a la
relación de
pertenencia a una localidad, a un territorio, a un país; aparece
como una relación pasiva, donde las fuerzas
simbólico-reales
comprendieran las fuerzas residuales de la subjetividad social.
El nativismo, o nacionalismo a ultranza sería una de las explicaciones que traducirían el sentido de la metáfora del arraigo como único principio de lo étnico-cultural, siendo así el movimiento y el posible intercambio un proceso contaminante y enajenante, es decir, un fenómeno incómodo para explicar. La difusión cultural, en este caso, aparecería como un gigante superficial, quizá falso, que se impone a la observación, al mismo tiempo que se acepta como casi una frivolidad de la historicidad. Tal normalidad del enfoque tradicional descriptivo-antropológico permanece sin terminar, haciendo además el papel de un simple indicador de la acción social, sin observar el trasfondo cultural. Dejemos de lado el problema de la "contracultura" pero no del todo, que ya está teorizado por la sociología, y cuyo concepto utiliza ésta para explicar la cultura social de grupos minoritarios, que se convierten en contestatarios del orden cultural establecido. Así como también la problemática de la "nación cultura" o étnica de la tradición alemana para indicar la etnicidad de la nación con estado. Nos abocamos más al estudio de los guetos y/o amplios grupos étnicos en las ciudades: las llamadas "sociedades malditas", las cuales perviven en las márgenes de la sociedad nacional, así como las nacionalidades que teorizó la II Internacional Socialista a principios del siglo XX, es decir, las naciones sin estado, que sólo expresan "cultura" (caso ilustrativo, el de la España actual con sus múltiples "países" o "naciones-cultura". ¿Cómo explicar el sentido de la acción social, que se juega decisivamente en coyunturas de choques de sentidos y estas coyunturas se tornan tan permanentes que se elevan a estados de sociedad con su propia estructura o sincronía? Hay sentidos que se desencadenan a partir de conflictos sociales de grupos, estratos, clases, países. Pero hay sentidos que se generan, ya no en el preconsciente, sino en el inconsciente, aflorando en la consciencia más tarde, convirtiéndose en problemática social si amerita el conflicto. Tal conflicto desencadenado en el inconsciente puede ser idiosincrásico o puede ser étnico. ¿Qué hacen cuando comienzan a tambalearse las tradiciones? Pierden su sensibilidad; o la canalizan en forma de fervor religioso; o adoptan una creencia importada; o se ensimisman preocupadamente; o se aferran incluso más intensamente a la tradiciones tambaleantes; o intentan reconvertir aquellas tradiciones en formas más afectivas" (Geertz 1990: 19). Este estudio, consiste en acometer este tipo de conflicto, el cual etnográficamente se pudo registrar como un "quiebre" de actores portadores de una cultura que se encuentra en interacción con otra, amplificándose etnopsiquiátricamente como una "angustia" de las relaciones sociales y de los contenidos culturales. Tal como nos lo reseña León y Rebeca Grinberg: "la migración, justamente, no es una experiencia traumática aislada, que se manifiesta en el momento de la partida-separación del lugar de origen, o en el de llegada al sitio nuevo…Incluye por el contrario, una constelación de factores determinantes de ansiedad y de pena" (Grinberg 1996: 25). Se
obtuvo epistémicamente como motivo
instrumental el concepto de "angustia social", mientras que como motivo
operativo el de "quiebre cultural"; estando en presencia de un grupo
social,
que debido a su proceso de inmigración, se halla ante una
acción
de quiebre cultural que tiene como resultado un sentimiento de dolor o
angustia. El fenómeno de la "sociedad angustiada" no presupone
un
rechazo de la realidad, como el mesianismo, posesión o la
utopía
programada (Laplantine 1977), sino la dificultad del desplazamiento
social,
y en consecuencia, una reclusión de la realidad, o un modo de
refugiarse
en su cultura, como resistencia cultural (Devereux 1975), en vista de
la
dificultad del intercambio o riesgo de pérdidas sustanciales de
su cultura en el tráfico de rasgos o contenidos culturales con
la
cultura a cuya sociedad inmigra. Compulsión y cultura Para organizar nuestro argumento sobre el conocimiento en las relaciones de psique y cultura con respecto a nuestra proposición paradigmática "la sociedad angustiada" exponemos a continuación el conjunto axiomático del que partimos; iremos de manera desglosada tocando cada uno de los puntos teniendo de fondo el contenido conceptual fundamental: el de la "sociedad angustiada". Entendemos por psique el universo de energías libidinales que se proyectan en las compulsiones de un individuo mediante deseos y sentimientos con el objeto de relacionarse y presentar la realidad. Es posible acceder al estudio de la psique a través de múltiples formas, es decir, bajo disciplinas diversas como son la psicología, la sociología, la antropología y hasta la filosofía. Aunque la psicología es la disciplina que diseña con propiedad la psique como su objeto de estudio; las otras disciplinas, a su modo, también obtienen de su utilización cognoscitiva una ampliación de sus propios objetos de estudio, sobre todo cuando se toma el estudio del sujeto y sus realidades interiores (Warren 2002). Así pues, como la psique es la columna vertebral de la psicología y el átomo o molécula lo es para la química, para la antropología lo es la cultura; siendo esta un proceso de significados de un acto de comunicación, objetivos y subjetivos entre los procesos mentales que crean los significados. En otras palabras la cultura es la red de sentidos con que le damos significado a los fenómenos de la vida cotidiana, es decir, un entramado de significados vividos y actuados dentro de una comunidad determinada; de esta manera, "son los actores culturales los que asumen la producción de los significados como propio. Mediante la ejecución de recursos y técnicas productivas, aquellas ideas, diseños y proyectos adquieren una realidad que refleja pero especificando o significando estilos de pensar, moldes de hacer" (Hurtado 2003: 116). Tomamos el concepto de cultura como el etnos que en este caso es el principio fundativo de lo cultural, como "un aparato con energía propia que origina procesos de trabajo según diferentes formas de producción, cuyos resultados son productos de significaciones sobre el mundo, que se pueden observar en el presente y en el pasado mediante señales, síntomas, hitos referenciales, obras significantes, estilos de sentido. Es un aparato que se instala en el proceso de socialización secundaria mediante el mecanismo de enseñanza/aprendizaje" (Hurtado 2003: 110). Ahora bien, podríamos tomar psique y cultura como conceptualizaciones homólogas ya que "la unidad psíquica del hombre…posibilita la proyección de los datos psíquicos de los materiales culturales" (Hurtado 1998: 92), es decir, con A (psique) podemos mostrar a B (cultura) y viceversa. Las compulsiones no tienen otra vía de realidad sino a través de la expresión en las instituciones culturales; y las significaciones colectivas siempre remiten a los deseos y sentimientos que se originan en el interior de los individuos. La psique encuentra en la cultura el vehículo por medio del cual expresará las realidades pulsionales del individuo, y por analogía del colectivo. De ahí su simbiosis parcial y la posibilidad de observar la realidad cultural desde una psicodinámica acorde con el fenómeno cultural a estudiar; dicha posibilidad es el concepto de inconsciente, es decir, "tanto que las fantasías como los ítems culturales son producto del espíritu humano, y, por tanto, en última instancia, del inconsciente" (Devereux 1975: 77). Esta
fecundación se obtiene mediante
la metodología de la complementariedad de las ciencias, ya que a
un hecho específico podemos llegar de múltiples formas o
maneras, es decir, "si un fenómeno admite una
explicación,
admitirá también cierto número de otras
explicaciones,
todas tan capaces como la primera de elucidar la naturaleza del
fenómeno
en cuestión" (Devereux 1972: 11). Todo contacto entre culturas produce un choque cultural Podemos calificar un choque cultural como una incomodidad social en la que un individuo o un colectivo se afectan de forma física y psíquica cuando el contenido cultural se encuentra en conexiones inapropiadas o diferentes en un territorio dado y donde el qué hacer, cuándo y cómo hacer es diferente. La categoría del "choque cultural" puede tomarse de una manera simple, como si no existiese un problema o cambio, ya que se siente no como una amenaza externa sino como una manera de cultivo interior donde se vanagloria el sitio de llegada. Seguidamente el individuo hace conscientes las dificultades a las que debe enfrentarse cuando comienza una etapa de relaciones interpersonales y se hace visible la deficiencia o lo erróneo que resultan sus códigos culturales en ese nuevo ambiente, "el conflicto es inevitable: las actitudes y los deseos del sujeto tropiezan con la realidad del mundo; la forma de comportamiento no es apta para afrontar la nueva situación" (Correll Werner 1976: 28). Comienza a retraerse interiormente para proteger su identidad cultural, comienza a sentir "miedo a la pérdida de estructuras establecidas y la pérdida de la acomodación a pautas prescritas en el ámbito social" generándole esto "graves sentimientos de inseguridad, incrementa el sentimiento de vivencia de soledad y, fundamentalmente, debilitan el sentimiento de pertenencia a un grupo social establecido" (Grinberg 1996: 66). Es en este momento cuando el individuo comienza a formar esa especie de relación edípica entre la madre consentidora (su propia cultural), la cual lo ayuda a satisfacer sus necesidades sociales básicas, y en contrapartida, el padre represor (la cultura que lo recibe) que no lo deja llegar a un final feliz en la vida cotidiana. Al igual que un niño comienza a sentir la falta de la madre, enfocando al padre represivo (cultura que lo recibe) como causante de sus desdichas y fracasos; aparece la ausencia de la madre (destete) y le es necesario recrear el seno nutridor con otros iconos o vínculos, es decir, aislándose y comunicándose estrictamente con individuos portadores de sus mismos contenidos culturales. En
síntesis, la llegada de un grupo
inmigrante a un país donde los ítems culturales son
opuestos
produce inevitablemente un choque cultural producto de este mismo
contacto,
definiéndose choque cultural como la pérdida de
señales
familiares y sociales, comunicaciones interpersonales y podría
decirse
también una crisis de identidad, yendo desde pequeños
desordenes
emocionales y padecimientos psicosomáticos relacionados con el
estrés,
hasta una aguda psicosis o la mayoría de las veces, por los
mecanismos
de defensa, una neurosis que a futuro puede desarrollarse en
desórdenes
psicológicos. Todo choque cultural contiene resistencias El individuo al hacer conscientes las dificultades derivadas estas de la desarticulación de sus códigos culturales en el país de acogida, comienza de una manera inconsciente a buscar formas de defensa o resistencia para combatir ese armatoste cultural que para ellos se presenta como amenazante. Siendo "desde tal perspectiva cualquier cambio, sean cuales fueran las ventajas o desventajas que puedan resultar del mismo…como un cambio negativo" (Devereux 1972: 206). Se avecina entonces ese miedo a la pérdida de contenidos, a la "aculturación" derivante del contacto prolongado con lo amenazador o ajeno, mostrándose así tres tipos de aculturación de los cuales, uno es en que se enmarca nuestro estudio. 1. Aislamiento defensivo: Es el mecanismo mediante el cual se evita todo contacto físico y cultural de una manera parcial o total y el cual se divide en dos: A- La supresión del contacto social donde el intercambio puede llegar a ser económico o de otra índole pero no así social y cultural y B- La supresión de los ítems culturales en la cual no sólo se bloquea el intercambio de contenidos culturales o sociales sino también los de tipo económico. 2. La adopción de nuevos medios: En este los contenidos culturales se adoptan para llegar a través de ellos a fines propios, es decir, se adoptan pero sus fines últimos se rechazan, acogen el sistema ajeno para luego ser usado en contra de quienes lo tomaron (ejemplo las religiones sincréticas: santería, espiritismo, etc.). 3. La aculturación negativa disociativa: En este mecanismo los grupos crean nuevos ítems culturales que son o idénticos a los del grupo contrario o absolutamente distintos, así de esta manera afirman más sus códigos culturales a través de la diferenciación exagerada o la caricaturesca igualdad de los grupos para mostrar sutilmente sus diferenciación (Devereux 1972). Desde esta perspectiva el grupo familiar inmigrante sirio busca la diferenciación exagerada entre los dos grupos, el propio y el nativo "como la creación por el grupo A de ítems culturales nuevos ... que deliberadamente se convierten en -o son lo inverso de- técnicas de vida del grupo B, del cual el grupo A quiere precisamente disociarse" (Devereux 1972: 225). El grupo inmigrante sirio usa como mecanismo de resistencia la "negación" que "implica la creación de costumbres opuestas a las practicadas por los vecinos" (Devereux 1972: 230). Entiéndase que cualquier mecanismo de defensa, sea la "aculturación disociativa", la "negativa" o cualquier otro tipo de resistencia busca como último fin preservar o blindar la identidad o cultura del grupo. Así pues, la etapa decisiva para la superación de esa especie de complejo de Edipo, pero en este caso lo tomaríamos como una especie maniaca de complejo de Electra donde la identificación es con la madre protectora, es decir, la propia cultura, arraigándose tenazmente a ella. Entra en un conflicto entre lo bueno y lo malo, como el niño que hace solo dos diferenciaciones: "el amor que conlleva el deseo de infinitud, que la persona esté siempre allí, cerca, viva" (Risquez 1978: 49) en este caso la madre protectora (su cultura); "o la falta de amor, que se siente como odio y que implica el deseo de muerte" (Risquez 1978: 49) la falta o ausencia de la madre (la ineficacia de sus códigos culturales y la presencia de códigos culturales ajenos). Al final el individuo trata de hacer las paces, por así decir, con la cultura que lo acoge a través del aprendizaje o la identificación. El inmigrante así como el niño trata de identificarse con su padre (cultura de acogida) con las esperanzas de que la ausencia de la madre (su propia cultura) no sea tan dura. Esta identificación con la cultura de acogida es hecha de una manera neurótica quizá, trastocando sus propios códigos culturales para adaptarlos a esa cultura, llevándolos a la deculturación (Laplantine 1977), construyendo identidades "a partir de mitos arrancados de sus textura semántica y que funcionan en vacío dentro de la más soberbia anacronicidad" (Laplantine 1977: 64, 65). En suma, el grupo inmigrante al producirse el "quiebre" de sus códigos culturales tiende a buscar mecanismos defensivos de una u otra índole para contrarrestar la problemática, esto lo hace a través de la resistencia, una resistencia que procura hacer hincapié en lo "distinto" de los dos grupos para que exista una diferenciación clara entre ambos o bien busca puntos de encuentro entre ambas culturas para que se observe así cuán distintas son, este mecanismo es a lo sumo disociativo en todos los sentidos, siendo negativo y productor de angustias. Por eso
el choque cultural podría mejor
formularse como "quiebre cultural". El sentido de "quiebre" implica
caída
(down), depresión, hundimiento, hasta casi ruptura o
rompimiento.
Frente a este fenómeno es que ocurre la resistencia como recurso
para mantenerse en la existencia vital y cultural. El grupo social inmigrante sufre mayor preocupación cultural El término "preocupación" es el que expresa sociológicamente lo que decimos psicológicamente como "compulsión", que en nuestro caso se trata de una compulsión de angustia. El cruce de lo psíquico y lo cultural en el caso depresivo produce un fenómeno que al tematizarlo nos conduce a un verdadero drama etnopsiquiátrico en el inmigrante. Así pues, la lógica nos lleva a pensar que el grupo que viaja a un país desconocido, quizá conocido solo por referencias, es el que sufre el mayor choque de contenidos culturales, debido a que no se encuentra en su propio entorno (útero materno). Todo para sus sentidos es alienante, amenazador, falto de sentido. Para el grupo inmigrante es un trauma, podríamos decir, de nacimiento, pues en ese desprendimiento de un mundo divino todo se tenía a mano, donde las necesidades no existían. Al salir de su propia cultura como vientre maternal, ocurren los golpes o choques con la realidad que representa la cultura ajena en un país extraño. Es
pues, para el inmigrante un parto, una
expulsión a un mundo donde tiene que por si mismo luchar,
encarar
problemas, aprender en resumidas cuentas nuevos códigos
culturales.
Ya no existe ese cordón umbilical que lo nutría
diariamente
(su país y cultura de origen) queda solo ese lazo entre el
niño
(inmigrante) y la madre (su país de origen), un lazo que el
siente
que al transcurrir los días va alejándose,
diluyéndose,
no siendo tan fuerte, por la sencilla razón de que estos
valores,
esos códigos no son eficientes en ese nuevo entorno, y tiene una
visión de que es un mundo perdido. La sociedad angustiada Entendemos angustia como una emoción que emerge como un reactivo ante la combinación de problemas, incertidumbres y falta de control de una situación incierta. La angustia siempre se presenta por problemas externos al individuo los cuales desconoce en su esencia más básica por pertenecer al "qué será"; por lo tanto, se tiene angustia cuando no se sabe a qué se teme (Warren 2002). La angustia tiene varias facetas por así decir, la neurótica o la histérica por ejemplo, angustias que podrían hacer metamorfosis y entrar ya en el terreno de la ansiedad, siendo una actitud emotiva relacionada al futuro y a la mezcla de miedo y esperanza (Warren 2002). La "sociedad angustiada" pues, tiene una mezcla casi invisible de angustia y ansiedad, que en ciertos sentidos se diferencian por pertenecer una a lo externo y la otra a lo interno, la primera a lo tangible y palpable que el inmigrante ve como abrumador y amenazante, y la segunda a los efectos que acarrea lo externo. La construcción de la "sociedad angustiada" contiene a la angustia como metáfora psíquica para calificar un fenómeno como el de la sociedad que no tiene nada que ver ontológicamente con la personalidad angustiada, pero que podemos pensarla, sin embargo, como si fuera una personalidad y sus emociones. Así desde la más tierna infancia, a los individuos se les inculcan tipos de comportamientos, creencias y un sin fin de interpretaciones y sentimientos, produciéndose la "estructura básica de la personalidad" (Hurtado 1998) lo cual ayuda a las colectividades en hechos y situaciones del día a día. Como la psicología estudia e interpreta psicodinamias personales o individuales, la antropología proyecta su estudio a psicodinamias colectivas o de grupos, pudiéndose decir que "esta personalidad básica es el modo psíquico de producción de la cultura -y que- la estructura de esta personalidad es la gramática psicogenerativa de la cultura" (Gruson 2005), siendo esta primera socialización (la infancia) la base de las maneras de pensar e interpretar, y de dar significación al mundo circundante, problemas y angustias, es decir, la sociedad viene siendo un artefacto construido a través de la lucha de los grupos para imponer proyectos sociales y la cultura el diseño del ethos o estilo particular de los significados de un colectivo social en torno al mundo que los rodea, lo que se supone como instrumento para hacer sociedad (Hurtado 1998). Se creía que la personalidad era típica de un tipo de sociedad o cultura y que esta hacía que se diferenciara de las demás, si esto se piensa así, entonces estas "personalidades típicas" coincidirían con la personalidad básica o modal. Teniendo que ver la personalidad básica con la instalación del aparato psíquico o genético a partir de las pautas de crianza, así como la personalidad modal que se refiere a una concentración de los indicadores del carácter social (Devereux 1975). De esta manera, la cultura y la personalidad son meramente formas distintas de ver la realidad. A nivel analítico, se puede ver la cultura en un lado y a la personalidad en otro, por el contrario, comprensivamente o hermenéuticamente vemos individuos y colectivos que piensan, sienten y actúan (estructura básica de la personalidad) en expresión o cruce bajo valores y costumbres existentes en una sociedad dada (cultura). "Se trata de captar, desde la etnología, la dimensión psicodinámica de la cultura, considerada no en el sentido de la anormalidad (psicopatología), sino de la normalidad de la cultura misma, y superar con ello la antinomia de cultura e individuo" (Hurtado 1998: 87). El uso del símil o metáfora de la personalidad nos permite ver y explicar el conflicto de actores portadores de una cultura que se ve compelida a manejarse con los ítems de otra cultura, y observarlo como si fuera una dinámica psíquica. El proceso de choque cultural en los individuos que suelen ser inmigrantes, trae consecuencias psicoafectivas por ser problemas de relaciones culturales. Por lo tanto, si lo decimos con expresiones psicológicas, el objetivo o resultado auténtico es aludir e identificar problemas culturales. La situación social, así como el mundo de las significaciones que es la cultura, conforman un universo objetivo donde el actor inmigrante extrae y elabora sus ilusiones, sus fantasmas y sus sueños; y en ello crea mecanismos de sobrerresistencia o compensación para mantenerse con vida. Por lo tanto, la cultura, eso que nos da significación a nuestras realidades también es germen para la aparición de angustias en los individuos o colectivos, es decir, ella nos enferma y al mismo tiempo nos cura; la cultura angustia al grupo inmigrante al hacerles ver la "diferencia" existente entre ellos y los "otros"; son a la vez "sistemas de defensa erigidos contra la angustia y la tensión que inevitablemente surgen en toda sociedad entre los sexos, los grupos de edad y las clases sociales" (Laplantine 1979: 60), pero también entre el inmigrante y el nativo. El inmigrante al estar expuesto a esa continua angustia procura buscar mecanismos que alivien esa pulsión, mecanismos que terminan en lo que Laplantine llama "deculturación", esforzándose "bien o mal por vincular su comportamiento recientemente adquirido a una matriz tradicional de su cultura de origen, lo cual genera conductas carentes de sentido…o bien, comprendiendo que la nueva cultura con la cual entran en contacto propone a sus miembros conductas diferentes de las que habitualmente utilizan…entonces las mimetizan, las caricaturizan y hasta invierten sus propias defensas étnicas, creyendo estar así mejor armados para enfrentar nuevos traumatismos" (Laplantine 1979: 63-64). En tal sentido, el inmigrante aparece como, dijéramos, un "títere psico-social" debido a la angustia social al tratar de interpretar la realidad propia desde la reinterpretación, es decir, deja su esencia cultural "pura" o "natural" adaptándola a las perspectivas de la cultura que los acoge para así cubrir sus necesidades psico-sociales primarias, es "un proceso en virtud del cual, como dice Devereux, los materiales culturales son despojados de su contenido cultural" (Laplantine 1979: 80). De modo que el inmigrante busca la manera de negar neuróticamente todo contacto o relación con la cultura de acogida y mantener íntegros sus sistemas socioculturales de una manera distinta a lo "natural", siendo "después de todo, un orden posible, la expresión de una lógica del inconsciente que busca negar toda relación funcional con los sistemas de valor de la cultura, con el fin de impedir cualquier relación con terceros y preservar de este modo un equilibrio patológico cuyo corolario es una reorganización desdiferenciada y empobrecida del comportamiento" (Laplantine 1979: 82). La cultura pone en movimiento un mecanismo donde las pulsiones angustiantes reconvierten la realidad en irrealidad, "erigen sistemas de defensa aparentemente perfectos por medio de los cuales los conflictos entre los grupos sociales, las tensiones y los enfrentamientos inevitables son definitivamente negados o reacusados" (Laplantine 1979: 83). La angustia se origina y aún se acrecienta en una sociedad cuando el grupo se encuentra con que: 1. Los mecanismos de defensa son extremadamente duros o fuertes al ser activados. Y 2. Cuando los mecanismos de defensa hacen que el individuo se ensimisme o retrotraiga para evitar la gran dificultad que supone enfrentar la realidad alternativa. De ahí que los individuos sirio-musulmanes al estar expuestos a un quiebre de sus contenidos culturales reaccionen con resistencias que acarrean consigo una "deculturación", siendo estas "discontinuidades culturales, estas desorientaciones sociales, estas rupturas entre ambientes distintos y estos choques entre temporalidades antagónicas los que actúan como un stress -y en nuestro caso como angustia- de una violencia inaudita que precipitan a poblaciones enteras a la enfermedad mental" (Laplantine 1979: 109). Los inmigrantes pueden caer en la enfermedad mental cuando son obligados por los mecanismos defensivos que erigieron "a no existir, por así decirlo, sino en consumo con su sociedad a no evolucionar sino en estrecha simbiosis con ella" (Laplantine 1979: 106) convirtiéndose en un neurótico, en un ser por repetición enfermiza, o como nos lo diría Laplantine "en nuestro lenguaje contemporáneo... un histérico" (Laplantine 1979: 106). En
definitiva el inmigrante al accionar los
mecanismos psíquicos "normales" de adaptación a ciertas
dificultades,
y observar que éstas no dan respuestas satisfactorias para
superarlas
comienza a utilizar los mecanismos psíquicos "anormales"
(neurosis)
para así resguardar su ego (yo) de la angustia de las
circunstancias
conflictivas.
Atantawi, Alí Cabaleiro, Manuel Correll, Werner Devereux, George Geertz, Clifford Grinberg, León y Rebeca Gruson, Alberto Hurtado, Samuel Laplantine, François Lewis, Bernard Pitt-Rivers, Julian Pellegrino, Adela Risquez, Fernando Sandoval, Eduardo Sixirei, Carlos Todd, Emmanuel |
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