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Introducción
La actividad cinegética actual pasa por ser uno de los campos con menor producción investigadora en la antropología cultural española. A pesar de su relevancia, interés y atractivo, pocos son los trabajos estrictamente antropológicos que la abordan de una forma rigurosa (1). No ocurre lo mismo en otras disciplinas sociales que han abordado el tema desde distintas perspectivas, aún sin ser líneas de investigación mayoritarias, que presentan para los trabajos estrictamente etnográficos una información y unas guías de interpretación tan útiles como necesarias. La interdisciplinariedad es en este sentido fundamental, no sólo en lo que se refiere a estudios históricos, geográficos, sociológicos o jurídicos, por mencionar algunas ramas de conocimiento, sino también a partir de trabajos procedentes de las ciencias naturales, que imbrican el hecho social en el marco físico y biológico, y que proporciona la posibilidad de una visión compleja del fenómeno. Desde un punto de vista etnográfico, la caza tiene toda una serie de alicientes, además de la relevancia social y económica de la actividad, que la hacen susceptible de estudios en profundidad desde la antropología. Pero no es sólo el conocimiento de la actividad en sí, de su historia, de su evolución y de su situación actual, también su estudio permite la reflexión y la construcción teórica. Entre otras podrían mencionarse el hecho de la consideración del "espacio natural" como "espacio socialmente construido", y relacionar este tradicional análisis con el hecho de la globalidad medioambiental. La alteración humana del territorio y el cambio de actividad en el medio rural, la determinación ambiental de la conducta humana partiendo de la relación con una determinación social, la mercantilización y domesticación del "espacio natural", la búsqueda de la "autenticidad", de la experiencia "auténtica", el cambio de escenario de la "ciudad" al "campo", siendo la primera la que influye sobre la segunda, la ostentosidad y representatividad social, etc. son algunos de los temas de más amplio calado que se pueden estudiar a través del vuelo de las perdices, la "ladra" del corzo o la imagen "huidiza" del jabalí. Pero además del formalismo teórico hay que tener presente el hecho de que la caza tiene para muchos cazadores un alto grado de sentimiento, de emoción y de valoración vital, esa llamada que les lleva a buscar el campo, el monte, la naturaleza, en el sentido amplio del término, como parte fundamental de su existencia (2). El texto pretende realizar una primera aproximación teórica, centrándose en preguntas elementales como son: ¿qué es la caza y qué significa ser cazador? Para ello se han utilizado los datos obtenidos durante el trabajo de campo realizado en distintas zonas del país y entre distintos grupos de cazadores, así como fuentes escritas de diverso tipo (3). No se entra en el calificativo "deportivo" que en muchas ocasiones se asocia a la caza actual. El análisis de esta cuestión supondría exceder la extensión del artículo, únicamente señalar que la calificación de la caza como deportiva o no, no es una cuestión menor sino que entra de lleno en la consideración misma de la actividad. En este sentido es conveniente señalar que se opta por considerar la caza como actividad cinegética y no como actividad deportiva, sin entrar, en este artículo, en el estudio pormenorizado de estas acepciones. El
análisis de cualquier aspecto relacionado
con la actividad cinegética tiene que partir del hecho de
qué
se considera caza, y para ello, en este caso, se ha intentado conjugar
los discursos creados entre el propio colectivo de cazadores con la
interpretación
exterior del investigador. Este análisis forma parte de un
proceso
de estudio abierto, es decir, es una parada, una puesta en orden de
ideas
dentro del trabajo de campo, y como tal hay que leerlo y entenderlo, es
decir, una primera aproximación que expone una serie de
reflexiones,
en proceso de elaboración y reelaboración. Una no definición a partir de la reflexión Definir qué es la caza y, a su vez, qué significa ser cazador es un objetivo tan amplio como escurridizo. No existe una respuesta inequívoca a la cuestión, o al menos esto es lo que se pretende defender a continuación, ni siquiera consensuada entre los propios cazadores, aunque, por otro lado, éstos sí establecen una serie de nexos comunes que sirven de base. Además de la consideración de afición, hobby, diversión, deporte, a la que, en un primer momento, se podría hacer referencia, la caza presenta una complejidad mayor. Se podría considerar la concepción polisémica del término "caza", que va más allá en su significado que el definido por la Real Academia de la Lengua: buscar o seguir a las aves, fieras y otras muchas clases de animales para cobrarlos o matarlos. Esta definición se acerca a diversas opiniones existentes entre los propios cazadores y es un primer momento de categorización grupal. La caza no es únicamente el acto en sí, ni siquiera la actividad global en sí, sino que se añade la socialización, categorización y simbolización que se realiza entre los cazadores. Para entender el problema habría que dividir la caza en tres momentos generales, que servirían, entendidos como conjunto, para determinar, en cierta forma, lo que podría conceptualizarse como caza. Estos momentos son la creación de la caza, la recreación de la caza y, finalmente, la representación de la caza. Creación se referiría al acto en sí. La recreación se contextualizaría dentro de la interacción social entre el grupo de cazadores, entendida como diálogo y comunicación, ligada invariablemente con el acto de creación y punto de partida de categorizaciones colectivas. La representación supone el último peldaño, dependiente de los dos anteriores, en el que se interioriza los conocimientos, actitudes, opiniones, impresiones, a nivel individual y en comparación con otros, construyendo teóricamente y simbolizando, formándose una noción y atribuyendo unos valores a la acción realizada, para de esta forma, en el proceso comunicativo, hacerlos presentes. No sería un punto final, al contrario, supondría un bucle retroactivo que volvería al acto de creación y que lo modelaría dependiendo, en este caso, del contexto espacio-temporal. Una de las opiniones más extendidas, que entraría dentro del estadio de creación, es la afirmación: cazar es buscar la caza. Ortega Gasset recogía esta afirmación, más que como elaboración propia como espejo de un sentimiento general (4). En este sentido, una de las opiniones más al uso entre los cazadores coincide con la que expresaba uno de los cazadores cuando afirmaba que "soy de los que consideran que cazar es buscar la caza. Es decir, yo cuando salgo al monte cazo aunque no cobre o vea nada. Otra cosa es abatir piezas". El hecho de "matar" pasa a un plano secundario, es el fin último pero no se convierte en la actividad principal. Sería absurdo negar que la mayoría de cazadores busquen este fin, que es, por otro lado, el que mayor satisfacción les proporciona al completar el ciclo iniciado. Muchos entienden, como Ortega, que el cazador mata por haber cazado. La búsqueda de la caza, la sensación de buscar la caza, es característica no ya de la modalidad practicada, en la que se requieren distintas técnicas específicas. Se podría entender, reduciendo la cuestión, que al salto, a mano o en rececho, se busca más la pieza que de otra forma, pero lo que es determinante es la actitud, la percepción que se tiene del medio natural y su integración en el mismo. Un ejemplo puede aclarar esta idea. El cazador en una montería ocupa un puesto, esperando la llegada del animal que está siendo ahuyentado por los perros. Se podría entender que no está buscando la pieza, está esperando la pieza. La estrategia es el silencio, la paciencia, tiene los sentidos alerta, atento a cualquier sonido, a cualquier movimiento; intenta fundirse con el entorno para pasar desapercibido no esperando que llegue el animal sino atento a su llegada, es decir, buscando su presencia. A pesar de no estar caminando, el cazador no es pasivo, no es un mero espectador, sus movimientos están calculados, su mirada otea la zona de disparo, atento al viento, al ladrido de los perros, al "romper el monte". En definitiva, el cazador, hablando de forma genérica, intenta integrarse como un elemento más, adaptándose a la modalidad practicada. Las siguientes palabras definen esta forma de entender la actividad cinegética: "Pero si de verdad quieres integrarte en esa Naturaleza, formar de verdad parte de ella, entrar en su juego, ser un engranaje más en su funcionamiento, su quieres ser un protagonista de ella y no un mero espectador, la única manera de conseguirlo es cazando. Jadeando al apretar el paso tras el bando de perdices, con un ojo avizorando el campo y con el otro leyendo los mensajes que en su idioma corporal te va mandando tu perro; o aferrando la culata del rifle con los músculos en tensión y los sentidos alerta, sobresaltado por el ruido de un hayuco o una bellota que cae sobre la hojarasca mientras un sabueso late lúgubre en lo más hondo de la espesura; o en multitud más de situaciones que cualquier forero te podrá contar, pues son vivencias personales y únicas. Hasta cuando tiras de navaja y te llenas las manos de sangre para eviscerar y desollar una res, si se da el caso. Entonces vuelves al origen de la especie y eres un poco Cromagnon, un poco águila, un poco lince, un poco lobo" (F005-2005) (5).La caza se convierte, para algunos, en uno de los hechos fundamentales de su vida, definiendo su propia personalidad: "Un cazador es cazador desde que se levanta hasta que se vuelve a levantar" (F015-2005). En este caso, se exacerba la condición de cazador sirviendo además de categorización entre los distintos tipos de cazadores, como se verá más adelante. En un aspecto emotivo, ciertos cazadores llegan con la caza a una especie de catarsis en la que el ser humano vuelve a reencontrarse con su esencia, con un "instinto atávico por capturar animales" (F020-2005). La caza se convierte en una actividad permanente, más allá de la temporada en sí, trabajando en ella, preocupada por ella, pensando y reflexionando sobre ella. Las palabras de un cazador sobre los distintos momentos que se podrían considerar como caza, sirven como descripción de esa postura que defiende que la caza no es algo puntual, sino que es parte de la vida de sus actores: "La caza es una disciplina que engloba muchas actuaciones:Se entiende, en este caso, la continuidad que supone el hecho de ser cazador, pero no hay que olvidar que esta postura no es universal, existe otra actitud que entiende la caza como algo puntual y concreto, recreativo, sin más implicaciones personales. En el discurso emic aparecen dos formas diferenciadas de entenderla, creándose una primera división en el grupo. La división entre los verdaderos cazadores y a los que consideran como intrusos. Esto lleva asociado una percepción y una actuación diferenciada en el caso de las especies cinegéticas, ya sean de caza menor o de caza mayor. La dialéctica se establece entre la construcción teórica, elaborada desde diversos sectores, con la realidad cinegética, a nivel humano y natural. Los conceptos teóricos se enfrentan en la realidad, en la acción, con la mercantilización cinegética del medio ambiente. La denominada caza natural, caza salvaje, caza autóctona, ha sufrido un retroceso drástico y en algunas zonas, con mucha tradición cinegética, una desaparición total. Para salvar esta eventualidad, y para rentabilizar el producto ofertado, se ha optado, en el caso de la caza menor, por poner un ejemplo, mediante una gestión a medio y largo plazo, por la repoblación cinegética, o, en otros casos, por la creación de cotos intensivos, basados en la suelta puntual de especies. Si relacionamos la suelta de perdices, por ejemplo, con los aspectos teóricos tratados, la acción afecta proporcionalmente a la construcción que sobre la caza se realiza por parte de muchos cazadores. Partiendo de la premisa que la caza es buscar la caza, aceptar que en una naturaleza desnuda, estéril de fauna cinegética, que únicamente se repuebla en días concretos, previamente negociados y abonados, para el disfrute de un grupo determinado, conlleva un cambio en la acción de cazar. El caso de las sueltas de perdiz, por ejemplo, se basa en un número determinado de piezas que solicita el cazador, a un precio estipulado, que se dejan en el campo a primeras horas de la mañana y a las que posteriormente se persiguen para cobrarlas. Los discursos emic distinguen la caza natural, salvaje, como la más apreciada, la más costosa, satisfactoria y auténtica, de este otro tipo de caza a la que califican como de bote o de lata, con perdices de plástico. En el lenguaje, la autenticidad se opone a la artificialidad, lo natural a lo de lata, lo salvaje a lo controlado, y a su vez, el participar de uno u otro tipo de caza, supone un elemento distintivo e identitario dentro del grupo. Los datos recogidos muestran la opinión de los cazadores sobre esta caza, considerándola distinta, menos atractiva, en algunos casos como "no caza", pero reconociendo que es una solución a los terrenos yermos de animales, a las necesidades personales de ciertos cazadores. Más allá de que la opinión sea comprensiva o crítica, en el aspecto teórico esta caza está en un plano de consideración diferente o, más bien, indiferente a esa otra concepción integradora de naturaleza y cazador. La creación de la caza, la acción en sí, sirve para realizar una primera categorización de la imagen del cazador. Las preguntas ¿qué caza?, ¿dónde caza? y ¿cómo caza? sirven como elementos primeros de análisis. A éstos hay que añadirle la construcción que el cazador individual realiza de su acción, así como la que sobre él hace el resto de compañeros. Es en el proceso de interacción social, en el período de recreación y representación, en el que se construyen estas categorizaciones. El cazador, en la mayoría de las modalidades, trabaja en solitario, la mayoría de las veces, a lo sumo acompañado por el perro, y él mismo es testigo y juez de sus acciones. El trabajo de campo proporciona la posibilidad de participar de la soledad del cazador y de conocer y estudiar sus actitudes. Esto proporciona la posibilidad de discernir y comparar entre lo hecho y lo dicho, constatando que, en ocasiones, hay una divergencia entre ambos. Posteriormente, la información que llega al grupo está tamizada por los cazadores, que ocultan acciones que saben podrían alterar la concepción que sobre su forma de cazar puedan tener los demás. Por ejemplo, pocos van a decir que han disparado a una perdiz a peón, que se han movido en coche por el acotado buscando los animales, que han esperado apostados en un lugar ventajoso mientras el resto de compañeros batía el terreno, que ha disparado sin ver la pieza o en dirección al perro que se le fue largo. De esta forma alterarían las normas tácitas de las buenas prácticas. Aparece una sanción social a las prácticas cinegéticas con un carácter difuso, en el sentido de expresiones espontáneas de aprobación o reprobación, pero a su vez con un carácter organizado, si se entienden como atentadoras contra unos conceptos tradicionales o contra una legalidad vigente. Estas sanciones, siguiendo a Radcliffe-Brown, tendrían para el individuo la función de integrar sus acciones dentro de la comunidad, evitando la desaprobación y el castigo, y, a su vez, le serviría al mismo como normativización de sus acciones individuales dentro de su contexto, estableciendo una conciencia, en sentido lato, como el reflejo en el individuo de las sanciones de la comunidad (Radcliffe-Brown 1986: 233-234). En el caso que nos ocupa, se podría objetar que si bien existe una sanción organizada, con un carácter reprobatorio (sanciones negativas), encarnada en la legalidad aplicable, junto con una idea general, interiorizada por los cazadores, sobre las buenas y malas prácticas cinegéticas, que recorrería de forma transversal pero no determinante su labor, aparece un elemento contextual que varía la percepción de la práctica y de la sanción en virtud del espacio y tiempo en el que se produce. Esta variante conlleva que según el grupo y la relación que se establece en su seno, junto a una idea generalista, basado en una teorización colectiva sobre la caza y en la normativa aplicable, aparezcan unas peculiaridades locales en las que se matizan el concepto general, que determinarán la relación que se establece en su seno, produciendo disfunciones en el mismo, que saldrán a relucir en la acción y en la creación de discursos. La hipótesis planteada defiende que la acción viene determinada por dos elementos: el concepto y el contexto. Por poner un ejemplo, éste último permite que las prácticas reprobadas y, por tanto, sancionadas el día anterior en un lugar distinto por el mismo cazador, al día siguiente sea él mismo el hacedor, adecuándose a un contexto determinado y a una peculiaridad colectiva. En este caso, siguiendo a Berger y Luckmann, se construye la realidad, la vivida momentos antes, la "organizada alrededor del 'aquí' de mi cuerpo y el 'ahora' de mi presente" (Berger y Luckmann 2003: 37). Lo que horas antes era impensable es horas después la práctica a seguir. Hay que tener en cuenta que el "aquí y ahora" no es sólo el momento sino también las experiencias interiorizadas y la comunicación e interacción con el grupo, modeladas en función del contexto. Entonces, ¿podría decirse que es el grupo el que se convierte en factor detonante de la acción de sus miembros?, o, ¿son las normas establecidas en ese grupo las que determinan la acción de sus miembros? Algo de las dos respuestas servirían para interpretar la variación en las acciones antes descritas y, sobre todo, situar la particularidad del contexto. No obstante, junto a la definitiva influencia del grupo, no hay que olvidar las variables personales que cada cazador presenta, que modela la percepción que sobre la caza posee, variando en la medida en que lo realicen las circunstancias, pero manteniendo un elemento primario de partida. La socialización humana es la base no sólo del comportamiento sino de su sentido como ser social y, en consecuencia, como ser humano. El proceso de internalización de normas y valores básicos, en el sentido lato del término, la aprehensión del complejo social y, podríamos decir también, cultural, es lo que vamos a considerar, siguiendo a Berger y Luckmann, como socialización. La socialización primaria correspondería a la primera por la que pasa el individuo, en la niñez, y por la que se convierte en miembro de la sociedad. La socialización secundaria escualquier proceso posterior que induce al individuo ya socializado a nuevos sectores del mundo objetivo de su sociedad (Berger y Luckmann 2003: 164). Partiendo de una de las variables que determinan el concepto de caza, habría que tener en cuenta, para su interpretación, estas socializaciones. En principio, el cazador, en un momento y en una circunstancia determinada, entraría dentro de un proceso de socialización secundaria, en el que se internalizaría unsubmundo determinado, con un conocimiento especializado, que, no obstante, se matiza tanto a nivel individual como social en las bases de su socialización primaria. Por decirlo de forma llana, estaríamos en el estadio hacedor, es decir, "el cazador se hace". La adquisición de un determinado rol, la integración en un determinado grupo, con una trayectoria de vida diferente según cada caso, parte de un momento posterior a la socialización primaria. Empíricamente, según los datos manejados, los cazadores marcan el momento en el que empezaron a cazar y el por qué: afición que les trasmitió algún familiar, no necesariamente su padre, interés que despertó en él un amigo, interés que nació interiormente, o, incluso, necesidad para comer, entre otras. Los discursos muestran algo que aparece en un momento, más o menos temprano, y que permanece, o varía, a lo largo de los años. A esta internalización se une otra, que defiende: "yo soy cazador desde que nací", "tengo 29 años y soy cazador 30 años", "tiene 79 años y lleva ochenta cazando". Estaríamos, nuevamente de forma coloquial, en el "cazador nace". Hay, al menos, tres aspectos interesantes a tener en cuenta en esta afirmación. La predisposición genética, ese cazador que nace, lo que justifica, en estos discursos, es el atavismo de la condición humana de cazador. No ya la socialización secundaria, ni siquiera la primaria, tendrían efectos sobre el individuo, porque se está percibiendo algo más allá, en este caso la socialización, sacaría a la luz el instinto cazador de todo ser humano. No es un discurso cultural, al contrario, es una afirmación natural, una evidencia irrevocable para esta concepción, que implica que sea el macho el portador de ese gen, al igual que la hembra lo tiene con la maternidad, y que sea explicativo, de esa forma, no ya sólo la mínima presencia de la mujer en la caza, sino, incluso, el rechazo que hacia ella se produce. En estos discursos, el elemento natural reduce al cultural a un segundo plano, es una de las formas de justificar la expresión "el cazador nace". La explicación giraría entorno al planteamiento etológico de Konrad Lorenz en el sentido que las conductas de las especies animales son innatas y que van desarrollándose a lo largo de la existencia de los individuos. Si el cazador nace, el que "no se hace" es porque no activa el resorte genético, la socialización primaria es el momento fundamental del proceso. La socialización secundaria pierde, de esta forma, la primigenia, la autenticidad, el atavismo, la pureza, y modifica ese gen en función del contexto. Lo que se está realizando, más allá de la emotividad que algunas de estas palabras conllevan, es un principio de categorización y clasificación del grupo, en la medida que el cazador que desde niño, casi desde bebé, ha vivido la caza, tiene un sentimiento más fuerte hacia ella. Pero, ¿por qué este constante intento de categorización? Hay detrás de ella una reacción frente al cambio, frente a temas como la mercantilización de la caza, la artificialidad de la misma, su conversión en una rica fuente de ingresos, en un escaparate de status social y de intrusos cazadores, que no proceden de la socialización sino que la buscan por unos intereses determinados y, normalmente, aquellos que defienden el carácter atávico de la caza son los más combativos y críticos ante lo que ellos consideran una no-caza y unos no-cazadores. En este punto hay que reflexionar sobre un tema importante, casi fundamental en todo estudio antropológico. A partir de la información extraída de un grupo determinado, en un contexto determinado, o incluso en la comparación entre distintos ambientes, la generalización de resultados no es más que una trampa metodológica que puede acarrear la invalidez de los mismos. Es decir, a lo largo del trabajo de campo se ha pulsado la opinión de grupos de cazadores preocupados por esto, por el grupo de cazadores, por el concepto de caza, por la imagen que desprenden al exterior, y otros que no, que sencillamente practican un deporte, según ellos, de fin de semana, o que consideran que no hay tantas diferencias entre cazadores y que en el campo caben todos, o que no se han parado nunca a pensar qué es la caza y por qué cazan, es decir, la heterogeneidad es tan grande, las personas tan dispares, que llegar a un denominador común es difícil. Lo que se intenta, por tanto, mediante comparaciones, es plantear un marco teórico explicativo o estructural de los temas que aparecen en las palabras de los cazadores. Pero, nuevamente, cabría preguntarse, ¿aparecen o los hacemos aparecer? En este caso concreto, según el contexto, estos temas aparecen y en otros los hacemos aparecer. Aparecen en la reflexión, en aquellos que realizan esta reflexión, y se hacen aparecer en la reflexión, es decir, en las conversaciones con los cazadores. En el cazadero se caza en base a la reflexión realizada, pero la reflexión es un estadio posterior, interiorizado en la acción. En relación a la socialización hay que hablar de la transmisión familiar de la caza. En la mayoría de los casos documentados hay un referente familiar que sirvió de introito para el aprendiz. Pocos son los casos en los que la afición nazca de por sí, o a una edad tardía, en la mayoría de los estudiados, la edad es temprana y el referente, un familiar: "Yo por mi padre, porque de chiquillos los fines de semana mi hermano y yo nos pegábamos; que el fin de semana pasado te fuiste tú, que éste me toca a mí. (…)En la última cita aparece el concepto de herencia. El saber, la transmisión de saber, que implica el hecho del sapiens sapiens, es la base fundamental de la mente humana. La transmisión no implica sólo una habilidad técnica, conlleva unas formas de actuar en relación con esa técnica, una educación, que se interioriza y que se modifica según las actitudes personales y ambientales. La transmisión implica cultura. La interiorización de conocimiento supone una sedimentación, intersubjetiva o social, cuando se objetivan las experiencias compartidas, y así existe la posibilidad de la transmisión de una generación a otra y de una colectividad a otra (Berger y Luckmann 2003: 89). En este caso, partiendo de esta base, sería la transmisión de un individuo a otro. No sería una comunicación exclusivamente lingüística sino que la experiencia directa, el acto, supondría el hecho fundamental. El cazador, ese que acompaña a otro cazador en sus primeras experiencias, no aprende únicamente mediante la palabra, sino que, básicamente, y teniendo en cuenta el silencio característico del momento de la caza, aprende de la acción, del lenguaje no verbal y del contexto medioambiental. Hay un proceso, más o menos amplio, hasta el momento en el que se enfrenta en solitario a la acción, donde pondrá en práctica el conocimiento adquirido y su propia actitud personal. Posteriormente, en la re-creación, en la reflexión, será cuando el lenguaje verbal se convierta en medio de expresión de la experiencia colectiva, aprendiendo de ella y matizando el proceso de acción. Es el varón, en la mayoría de las ocasiones, el receptor del conocimiento cinegético. La caza se convierte en una actividad masculina, más que por el hecho en sí por la transmisión que de ella se hace. A la figura del hombre se le atribuyen toda una serie de atributos definitorios basados en lo que podríamos denominar como una masculinidad heterosexual. Los hombres son los encargados de realizar los actos "breves, peligrosos y espectaculares" (Bourdieu 2000: 55), mientras que a la mujer se la considera menos capacitada para la realización de los mismos. La masculinidad, no obstante, como demuestran numerosos estudios etnográficos, no puede considerarse como una definición cerrada y universal, sino que aparece una variabilidad conceptual tanto intracultural como intercultural. Uno de los aspectos señalados es la duda que acecha a la masculinidad. Mientras que la feminidad pocas veces se pone en cuestión, la masculinidad siempre está en entredicho, lo que provoca que muchos ritos documentados etnográficamente se basen en el hecho de demostrar al exterior el componente masculino de quienes lo realizan. Los cazadores se mueven en un ambiente de virilidad exacerbada, que se hace presente en sus actividades y en sus comentarios. La virilidad es contextual y en el cazadero nadie pone en duda la misma: ¿quién va a pensar que aquel que se introduce en ese ambiente no es un "hombre de verdad"? El cazador está asociado además a un elemento que lo caracteriza: la violencia. La presencia de armas supone una delimitación y un marcaje de la actividad. Independientemente de la concepción que se realice, lo que parece incuestionable es que la muerte, más tarde o más temprano, hace acto de presencia. No es una muerte doméstica, es una muerte salvaje, no es una muerte aséptica, limpia, al contrario, en ella la sangre está presente y el carácter depredador humano vuelve a aparecer. La caza y la guerra son asimiladas al varón, debido, en principio, a la exigencia física que ambas actividades conllevan. Sería ingenuo pensar que el hecho físico continúe siendo determinante, aunque en muchos de los discursos esta opinión siga estando presente. El ejercicio físico no llega a ser tan significativo como para que la mujer no pueda practicar las modalidades de caza. Hay que atender, por tanto, a otro tipo de explicaciones. La caza tiene un espacio distinto al cotidiano. Los elementos diarios quedan en un segundo plano, cuando no desaparecen. La pareja de uno de los informantes, consciente de este hecho, opinaba así del espacio y de lo que considera como "mundo de la caza": "Yo pienso, por ejemplo, que es un deporte un poco machista, pero también así se separan un poco de la mujer, son hombres solos, con las groserías que dicen los hombres, hablan de lo que les gusta a los hombres, de las mujeres y todas esas cosas, yo creo que por eso es más machista, por eso, es su mundo, es el mundo de ellos y por eso están un rato, están hasta mediodía o están hasta la noche, y se olvidan, se olvidan de las mujeres y se olvidan de todo" (013-2005).El espacio cinegético, en este nivel, supone la realidad en la que la masculinidad se hace presente, casi inaccesible y en la que, al contrario de lo que pudiera parecer, no hay un rechazo a la introducción de la mujer sino que existe un recelo por parte de la misma, debido a las características mencionadas. Considerando el término lugar como aquel donde se realizan las prácticas socioespaciales, o siguiendo a Marc Augé, como algo que alberga identidades, expresa relaciones y trasmite historia (Augé 2004: 131), el espacio cinegético analizado habría que considerarlo como aquel en el que las relaciones masculinas y su expresividad están permanentemente presentes, codificados en el lenguaje, así como en los actos y símbolos. La fuerza física, la violencia, la muerte violenta, la sangre, son construcciones culturales asimiladas al varón, desde un prisma contextual. La mujer también participa, y ha participado, de estos elementos; cabe el ejemplo de los animales de corral, a los que la mujer ha alimentado, ha matado, usando para ello la fuerza física, la violencia o la utilización de elementos que podrían ser considerados como armas. La sangre está presente en estos actos, incluso, en muchos casos, son las mujeres de los cazadores las que avían las piezas de caza. Por lo tanto, no es el acto en sí, es la construcción que de él se realiza la que lleva a apartar a la mujer de los aspectos socializadores de la caza. Hay que tener presente, por otra parte, el prestigio asociado a las prácticas cinegéticas, dependiendo de su ubicación cultural. Los grandes guerreros y grandes cazadores han tenido en muchas culturas un status social destacado, por encima no ya de las mujeres sino también de los propios hombres. En el caso occidental, y en la práctica actual, puede quedar un lejano eco de esto; es decir, la caza como actividad de prestigio social destinada al hombre. En determinadas modalidades de caza, y en determinados contextos, la caza no es más que un vehículo de comunicación de relaciones de poder, social, político y económico, donde participan tanto varones como mujeres, comprendiendo la predominancia de los primeros en relación con todo lo dicho anteriormente y por la estratificación sexual del trabajo y del poder en las sociedades occidentales. Partiendo de todas estas consideraciones se puede vislumbrar, de forma provisional, alguna de las razones por las que la mujer no se socializa desde niña en la actividad cinegética. Al igual que los varones acompañan a sus padres o familiares desde temprana edad, a las niñas no se les presenta esa idea. El niño, como varón, está preparado para la rudeza, mientras que la niña, toda sensibilidad y dulzura, debe dedicarse a otros menesteres. Este discurso, que podría considerarse como superado, sigue presente dentro de nuestra sociedad, envuelto de una u otra forma, y no sólo en actividades consideradas como "machistas", sino en muchos otros aspectos de la cotidianidad. La transmisión familiar se hace por vía masculina. A la mujer no se le socializa en este ambiente al no considerar éste como su lugar. Por parte del grupo no hay un rechazo a la presencia femenina, pero no se considera que ésta pueda integrarse completamente dentro de la caza, y los casos que se dan son considerados más como una excepción que como una norma. La división sexual del trabajo se convierte en una división sexual del "ocio", si se entiende la caza de esta forma. Se reproduce un "orden de las cosas", que ha marcado y marca la estructuración social de los sexos. Hay una categorización de lo "natural", de lo "normal", con unos roles asignados a cada sexo. El sexo biológico sirve de base para la adscripción de un sexo social, que influirá en la asociación a un género determinado: masculino o femenino. La socialización se realizará a partir de este hecho, la educación, el aprendizaje, comenzará a partir de aquí. La transmisión familiar y la socialización del varón como cazador influyen en la posterior construcción que sobre la caza se realizará. La experiencia cinegética y la edad son otros de los elementos que modelan ese concepto. Según muchos de los cazadores consultados, no se tiene la misma actitud de joven que con una edad más avanzada. El afán de "matar" cuanto más edad se va relajando, hasta considerar la caza como una forma de disfrutar de la naturaleza, más allá del número de piezas conseguidas, anteponiendo otras acciones como el trabajo de los perros o la belleza de los lances. En ese sentido, la experiencia, los años de cazador, también modelan lo permitido y lo no permitido, las acciones respetuosas y las que hay que evitar. Este discurso no siempre tiene una correspondencia en la acción, y el carácter del cazador aparece en ese momento independientemente de la edad. No obstante, como variable a la hora de analizar la imagen del cazador y su concepto de caza, hay que atender a ella. Para algunos, la formación y el nivel cultural es un elemento a tener en cuenta. Sobre esto hay opiniones diversas, desde los que defienden que el "campo" es el que forja al cazador, hasta los que piensan que a esto hay que unirle una formación exterior a él. Se entabla en este caso una dialéctica entre el saber popular y el saber científico-técnico. El primero procede de la experiencia, de las jornadas en el campo, de lo trasmitido por las generaciones pasadas; el segundo procede de la universidad y del estudio, del laboratorio, del gabinete. Se representa una disfunción que va más allá de lo propiamente cinegético, con un calado más amplio entre un saber tecnificado y un saber popular. El segundo, con la transformación del medio rural, va desapareciendo y para muchos supone la pérdida no sólo de una identidad sino también de una riqueza intelectual fundamental. La caza, entendida como una actividad auténtica,pierde con la tecnificación del conocimiento su vertiente más pura. Hay cazadores que conocen los estudios técnicos, incluso hay técnicos que son eminentes cazadores, y técnicos que no quieren saber de estos estudios porque consideran que es el campo el único maestro. Otros cazadores, por su parte no consideran estos estudios por no decirles nada que la experiencia no les haya dicho. Otro de los aspectos que aparecen en los discursos como variable a la hora de interpretar la actitud de los cazadores es su procedencia, dependiendo de si es rural o urbana, e incluso, de su procedencia geográfica. Al cazador urbano, aquel que no ha tenido contacto con el campo, se le presuponen una actitud diferente con relación a la caza. En ese concepto de caza natural, de caza auténtica, se le considera menos apto por no conocer los terrenos, por no saber de los acordes vitales de la naturaleza, por venir de un ambiente dominado por el hormigón y el asfalto. Los cazadores procedentes de la urbe, por el contrario, no opinan de tal forma, sino que consideran que es independiente el hecho de vivir fuera del mundo rural, y que su conocimiento de la naturaleza se basa en su experiencia cinegética y en su conciencia medioambiental, más incluso que la que tiene los habitantes rurales. Por otra parte, muchos de los cazadores de cierta edad proceden del ámbito rural, aunque vivan desde hace años en la ciudad, lo que provoca que esta consideración no la tengan en cuenta y la vean como una forma de categorización errónea. Existe en uno de los casos estudiados una categorización que se basa en el hecho geográfico, y en los estereotipos que se construyen alrededor del mismo. Castilla-La Mancha es una de las zonas más apreciada en materia cinegética. De las comunidades limítrofes, numerosos cazadores se desplazan durante la temporada a los cotos existentes allí. El desarrollo de las rentas cinegéticas, la gestión comercial de la caza, ha provocado que en unas décadas las tierras manchegas hayan superado una fase de bonanza libre para los cazadores y se hayan convertido en un lugar donde se pagan importantes sumas de dinero a cambio de poder cazar. Un ejemplo de esta desconfianza geográfica es la que se produce entre cazadores levantinos y manchegos. Los primeros consideran abusivos, en muchos casos, la relación cantidad-precio de los cotos manchegos. Hay una especie de mito cinegético que el cazador mediterráneo busca, huyendo de la escasez de sus tierras. El estereotipo que se utiliza es el del aldeano, el del pueblerino, que tras su aparente ignorancia engaña a los forasteros: "los manchegos quieren la caza y el dinero", es uno de los dichos típicos y repetidos entre muchos cazadores: "Los manchegos se han espabilado mucho. El manchego era más noble, era más… cuidaba más el coto, y de unos años aquí el manchego se ha espabilado, saben que les dan mucho dinero, dicen: dinero por aquí y caza por aquí, todo para dentro. Ahora se queda el dinero, ¿por qué?, porque lo pagamos nosotros, los valencianos, los de aquí de Alicante, los madrileños, que también bajan a La Mancha. ¿Qué pasa? Antes no les dejaban un duro, ahora sí, ahora les damos el dinero, la caza y todo" (013-2005).Por otro lado, los receptores consideran que la mala fama viene por parte de los denominados "valencianos", que con un afán propio de la ciudad arrasan en todos los cotos a los que van: "los valencianos son malísimos cazando, se comen hasta las matas, los valencianos… Salen al campo y le tiran a las avefrías, a los pájaros y a todo… salen de allí de la ciudad y salen deseosos y eso es lo mismo que cuando sale el perro que ha estado por aquí y no ha salido nada, y cuando sale el perro a cazar y corre en un minuto más que en todo el año, pues lo mismo les pasa a estos. Yo los tengo en esa línea porque sale un perro a cazar y cuando ya lleva un rato cazando, lleva una hora cazando, ya va apaciguado, ya lo llevas junto, y cuando vienen los valencianos, claro que normalmente la gente que caza aquí en Castilla-La Mancha vienen y son los valencianos, normalmente salen todos valencianos, no es que vienen de otros sitios, y se dice valencianos por eso, porque son ellos los que suben. Si fueran de otro sitio... Nosotros lo que conocemos es más que nada toda la parte de Levante" (011-2005).Los estereotipos que se utilizan por una y otra parte sirven como patrón clasificatorio de la convivencia entre las dos procedencias, tanto la urbana y rural, como la inter-regional. La simplificación que supone la creación de estereotipos hace que el modelo explicativo del mismo sea únicamente aproximativo, pero ¿influyen estos en la acción? Hasta cierto punto, por lo documentado en el trabajo de campo, podría influir de cierta forma, aunque parece ser más una idea preconcebida que un determinante para la actuación. Habría que considerar el contexto, más que el estereotipo, como factor influyente. Quedaría incompleto el intentar dilucidar qué es lo que se entiende por caza a partir de los discursos recogidos durante el trabajo de campo, sin relacionarlo con la idea de cazador que se construye entre los propios actores. Una definición reduccionista sería la de considerar como cazador a aquel que realiza la acción de cazar. Parece una evidencia que el que caza es cazador, y que el cazador, caza; pero si se considera el hecho de que no todo el que caza es considerado cazador y que el cazador no tiene porqué cazar, la premisa inicial se complica. A lo largo del texto se ha hecho referencia a la denominada por algunos como "caza artificial", simbolizada, para el caso de la caza menor, en la suelta de perdices de granja. Este tipo de caza quedaría liberada de su esencia, al no ser ese ideal de búsqueda de caza, como decía Ortega, convirtiéndose en una especie de simulacro de la caza auténtica. La práctica de este tipo conllevaría una consideración menor de aquellos que la ejercitan. Hay una división que conlleva numerosas y variadas opiniones, sobre a quién se considera cazador y a quién no. La distinción entre "verdadero cazador" y aquel que no lo es, es un tema clásico dentro de la venatoria y sobre ello existen reflexiones, como la que ofrece Larra en el s. XIX: "Se entiende que estas circunstancias sólo corresponden al verdadero cazador, al cazador de batida; de ninguna manera al cazador de Madrid, que equipado de los pies a la cabeza de instrumentos de caza, seguido de dos podencos y dos galgos, sale al amanecer del domingo por la puerta de Atocha, con su hermosa escopeta debajo del brazo y su gorra de visera reluciente, asusta a los gorriones de la pradera del Canal y se vuelve molido y sudado al anochecer, después de haber tenido que comprar algún conejo y una caña de alondras…" (Larra: 413).Por el contrario, al cazador lo califica el literato como infatigable, con una afición a la caza que es como el amor, que donde está ha de dominar, resumiendo, el cazador es todo caza. En la actualidad, pasado más de un siglo, sigue siendo este discurso una de las bases fundamentales sobre la que se cimienta la categorización entre los cazadores. Uno de los calificativos clásicos utilizados es el de escopetero y cazador. El primero es aquel que su afán consiste en matar el mayor número de piezas posibles, de cualquier forma y manera, aunque para ello tenga que recurrir a prácticas no demasiado éticas o abiertamente sancionadas dentro del grupo. Supone un descalificativo para aquel que lo recibe ya que le resta credibilidad y status. Junto a este término, aparecen otros como el de "valenciano", mencionado anteriormente, o el de "furtivo". El estereotipo geográfico del primero ya se ha comentado. La segunda acepción no se refiere a la condición ilegal, sino como adjetivo calificativo que se realiza a un cazador que se considera que, dentro de la legalidad, no cumple con las normas de respeto que impone la naturaleza. El "escopetero", el "furtivo", el "matador", el "intruso", se caracterizarían por un afán desmedido de matar piezas, por no conocer el medio natural ni saber de las especies cinegéticas, por no cumplir los códigos tácitos asumidos por el grupo de cazadores, por no distinguir el tipo de caza en la que participan- da igual la caza salvaje o artificial-, por cazar con un objetivo distinto al de la práctica cinegética, teniendo múltiples connotaciones este hecho, en definitiva, por no participar de ese constructo ideológico que categoriza a la caza como una actividad de reminiscencias atávicas donde el hombre vuelve a formar parte prístina de la naturaleza. Las distintas consideraciones sobre los tipos de cazadores se realizan dentro del grupo. Es en su seno donde se construyen las clasificaciones y los atributos que a cada uno se les asigna. Hacia el exterior, la imagen es homogénea, asimilando tanto la caza como los cazadores dentro de un mismo significado monolítico. No hay una distinción entre tipo de caza, todos los cazadores aparecen clasificados en un mismo bloque, donde predominan los aspectos negativos, que son los más difundidos dentro de la opinión pública. La imagen estereotipada del cazar se basa en la violencia inútil, en la muerte de animales y en las prácticas furtivas e ilegales, con el uso de trampas, cebos y venenos, así como la captura y muerte de especies protegidas. Estas noticias saltan periódicamente a los medios de comunicación, provocando una reacción anti-caza entre muchos sectores y una indignación entre otros tantos cazadores por el hecho de ser considerados a todos por igual. Los "secretos" de la caza, los "secretos" que maneja el grupo, según cada uno y cada zona, incluyen prácticas que provocan el escándalo cuando salen a la luz. Para el control de alimañas se utilizan en muchas ocasiones métodos sin autorización legal, que pueden llegar a provocar daños a especies protegidas. La justificación de éstos se basa en el daño que ciertas especies producen a la caza. Algunos cazadores consideran que al ser ellos los que protegen y cuidan la caza, están autorizados para el control de aquello que puede dañarla, independientemente de que los medios que se utilicen sea legales o no. Es el hecho de la propiedad, de la domesticación de la naturaleza, la que sirve como motor ideológico para realizar estas acciones. Existen determinados colectivos de cazadores, concienciados que la caza se enmarca dentro de las pautas del desarrollo sostenible y también que hay que revalorizar la figura del cazador como medio de defensa y promoción de su actividad. La problemática deriva de la enorme heterogeneidad existente y los encontrados intereses que aparecen. Se piensa, desde algunos sectores, que es normal, dicho vulgarmente, la mala prensa que tienen los cazadores, y que de alguna forma lo tienen bien merecido por su actitud y por su desunión. Una acción conjunta, basada en la concienciación de una práctica cinegética respetuosa con el medio, y una campaña hacia el exterior de esta imagen, sería una forma, según algunos, de iniciar ese lavado de imagen que consideran tan necesario (6). La unión del colectivo de cazadores es una de las taras que desde los grupos más comprometidos se echa en falta. No hay una fuerza común con la que hacer frente a las medidas legales en materia cinegética y que son consideradas como un agravio contra esta práctica. Las instituciones y organismos cinegéticos no son, para la mayoría, los foros desde los que se defiende y promociona la caza, sino lugares donde los significados económicos y sociales priman. El millón de licencias de caza del que aproximadamente se habla a nivel nacional, no tiene una representación en consonancia. Son muchos cazadores los que se quejan de este hecho, de la desunión entre los mismos, de la intolerancia, de las diferencias regionales, de la desvirtuación que la caza ha sufrido en los últimos años, de los intereses económicos que la rodean, de la emulación social que en determinadas ocasiones representa, lo que provoca una disgregación de objetivos y de intereses. Cabe preguntarse a qué se debe este hecho. Para ello hay que volver sobre el concepto mismo que rodea a la caza. La idea del hombre solitario, acompañado a lo sumo por su perro, rastreando el monte en busca de esas señales que visualicen lo invisible, que le hagan presente la imagen fugaz del animal, es una de las bases sobre las que se entiende la actividad cinegética. Hay un alto grado de individualismo, incluso en aquellas modalidades en las que el trabajo en equipo es el que determina los resultados. El asociacionismo se produce a nivel de cotos de caza determinados, aquellos en los que existe la figura del socio anual y de la cuadrilla. En otros cotos no existe el socio como tal, la cuadrilla no se forma allí sino que accede, cuando lo hace, para practicar una actividad puntual. Esta actividad individual implica unos intereses propios, que no siempre tienen porque coincidir con los del compañero. Partiendo de este concepto, la unión encuentra una traba de base que es la considerada por algunos la esencia misma de la caza, la búsqueda de la caza del hombre integrado como individuo en la naturaleza. A esto hay que unir, como ya se ha dicho, los numerosos intereses que llevan a practicar la actividad y que, en muchas ocasiones, no quieren ni consideran necesario una asociación de amplio calado. ¿Se podría considerar que existe una identidad cazadora independientemente de la heterogeneidad del grupo? Esta identidad se basaría en la existencia de unos códigos comunes, de un lenguaje compartido, de una simbología, que definen unas características básicas. El hecho de la denominación implica una clasificación, que cuando se asume por el individuo y el grupo implica un hecho identitario. Sí que hay una conciencia de cazador, de ser cazador, y de cazadores, de ser cazadores, y por tanto, de no ser cazador, de no ser cazadores, catalogando así no sólo a los que no practican la caza sino, y esto es lo más relevante, a los que la practican. Son las normas de pertenencia, la diferencia entre el nosotros-ellos, las que sirven para esta distinción. Existe un proceso individual en el que se interioriza una serie de elementos que estarán proporcionalmente relacionados con la identidad colectiva con la que se relaciona. La identidad grupal es elemento de cohesión de la individualidad y sirve para transmitir una serie de valores expresados en la socialización y visible en la interacción social. El individuo en comunidad siente unas características comunes con sus iguales, participa de una serie de normas que sirven para activar una acción con esos otros no pertenecientes al grupo. En todo caso, la identidad es una construcción social variable en la medida que lo es el contexto en el que se mueve; entenderla como un bloque monolítico supondría alejar el estudio de la misma de la realidad en la que se inserta, provocando una falacia en el análisis del proceso. El proceso de cambio debe estar por tanto presente, y en el caso que nos ocupa, atender a éste para distinguir el hecho de los distintos discursos que sobre la imagen del cazador aparecen. Por lo visto y oído durante el trabajo de campo, uno de los elementos fundamentales sobre los que se basa la construcción identitaria del cazador es el hecho de la autenticidad. En un momento donde la tecnología afecta a todos los campos de la vida, donde las comunicaciones dominan cualquier actividad, donde la llamada globalización unifica, de una forma u otra, las formas de vida de todo el planeta, la vuelta a los orígenes es uno de las banderas que construyen el armazón teórico del concepto de caza y de cazador. La caza relacionada con el espíritu atávico del hombre, con unas normas en las que él lucha contra los elementos naturales con su arma más preciada, la razón, sigue siendo la base del discurso. Para ser considerado como cazador, la actitud en el campo y fuera de él es fundamental. El cazador debe ser respetuoso con el medio, porque de él extrae la materia prima que busca; el cazador busca la caza, y no cualquiera, la caza natural, la caza salvaje, la que proporciona el campo; el cazador debe conocer los terrenos y sus características, la naturaleza, para adentrarse en sus ritmos y mimetizarse en ella, como depredador, con la idea de cazar únicamente lo que se va a comer; el cazador, aparte de su individualidad, está inmerso en un trabajo colectivo, y por tanto debe ser consciente de esto, no sólo en el mismo cazadero sino fuera de él; esta actividad colectiva significa una interacción que debe ser fluida y que debe integrar al grupo para una acción común; el cazador recuerda constantemente otros tiempos cinegéticos más favorables, donde la naturaleza se mostraba en su plenitud y donde abundaban los animales, donde las leyes no llegaban y sí lo hacía la ética del hombre, que sabía qué cazar en cada momento y guardar la caza para no acabar con una fuente de subsistencia. En definitiva, se fabrica un discurso justificativo de qué es ser cazador basado en dos grandes apartados: actitud de cazador, respeto al medio ambiente, a las normas y al colectivo; y caza natural, huyendo de la caza artificial y de las granjas cinegéticas. Esta construcción ideal se ve matizada en la práctica por la influencia del entorno, natural y social, que lleva a la adecuación de la acción con referencia al discurso. A pesar de defender a ultranza la caza natural, que no es ni más ni menos que una construcción cultural como ya se ha dicho, en algunos casos se participan en tiradas o sueltas. A pesar de la defensa de la actitud responsable en el medio, muchas actuaciones rozan la catalogación de furtivismo aunque dentro del grupo no sean consideradas como tal. Aún con la consideración del trabajo colectivo, en ocasiones, dependiendo del contexto, las actuaciones realizadas no redundan en el grupo, más bien al contrario. Por un lado está el discurso formal, como decía uno de los informantes, una cosa es lo que dicen y otra es lo que te vas a encontrar, la acción. Pero, ¿qué determina esta acción? La respuesta lleva a la tesis mencionada: el contexto. La individualidad de cada cazador queda sumida en la actitud del grupo, en él puede ser acorde o divergente, es decir, la actuación real, no aquella que se dice hacer sino la que se hace, puede suponer que se adapte al concepto que se tiene sobre la caza o no. En esta situación hay dos reacciones, o la de mantener el concepto originario, aunque esto suponga una merma en la cantidad de la acción, o adecuarse a la dinámica colectiva. En el segundo caso, no supondría una alteración de la idea original, no afectaría este hecho sino que podría considerarse como una aceptación coyuntural, es decir, iría en paralelo la acción y la representación, encontrándose en un punto que sería el de la vuelta al lugar donde el concepto original se hace presente. Esta reflexión surge de lo documentado, en el sentido en el que se puede variar en cuestión de horas lo que se considera como la verdadera caza, con un trabajo en común, un reparto de piezas visible, sin ocultación, una cordialidad en el grupo, un buscar la caza, a otra actitud en la que domina una adecuación de formas a lo que hace el grupo mayoritario, participando por tanto de estas, aunque para ello la actitud a tomar sea distinta a la que se considera como correcta. Las razones de esto son varias, dependiendo, en este caso, de la individualidad del cazador, pero teniendo presente un hecho fundamental en la actividad cinegética actual: su mercantilización. La caza supone una inversión de dinero elevada por parte de los cazadores, fundamentalmente las cuotas de los cotos de caza, a las que se añaden los desplazamientos, las armas, la munición, la ropa, la manutención, los perros, etc. El hecho monetario, el haber pagado un precio por unos servicios, implica que, si bien pueden entrar en conflicto con ese concepto aludido, sirva de aliciente para continuar con la actividad. Para finalizar cabría preguntarse: ¿hay una verdadera conciencia colectiva de los cazadores? Dependiendo del grupo, la activación de esa identidad se desarrolla en mayor o menor medida. El sentirse cazador es algo común. Todos son cazadores y todos participan de las premisas básicas. Dentro de estos hay grupos que lo consideran como una actividad de ocio, de diversión dominical, por la que pagan una cantidad determinada de dinero que le da derecho a unos servicios. Su reflexión cinegética queda ahí. Otros se inmiscuyen más en la gestión de cotos pero no dan un salto más allá, es decir, no entran dentro de movimientos de regeneración o cambio, sino que trabajan para seguir practicando su afición. Por el contrario, hay otros grupos, en los que influyen otras variables, que no sólo cazan sino que reflexionan y actúan, y no sólo en materia de gestión, en mejorar la imagen de la venatoria a la sociedad. En estos casos hay un lamento no ya por la heterogeneidad de los cazadores sino por los distintos intereses que le mueven y la falta de cohesión que hay entre los mismos. A estos tres grandes grupos habría que añadirles características propias, aquellos que son cazadores eventuales, los que buscan un beneficio o un prestigio por distintas razones, el negocio que supone la gestión cinegética, los miembros de las federaciones y de diversos organismos, etc. La maraña identitaria se complica, la autenticidad, que se ha tomado como premisa básica, llega a diluirse en la acción y en la categorización de cada grupo. Aún así se está hablando de un mismo colectivo, con una identidad comunitaria que se abre en abanico y que significa que hablar deidentidad es hablar de complejidad y de una base nosotros-ellos que puede servir de unión, a partir de ahí los distintos grados de entender esa identidad, en este caso entre los cazadores, complejiza el asunto y requiere de un examen detallado y centrado en grupos concretos que abarque el espectro heterogéneo de la caza. Después
de exponer varios aspectos
que podrían ayudar a comprender qué es la caza y
quiénes
son los cazadores, siguiendo nuevamente a Ortega, la caza no se puede
definir
por sus finalidades transitivas (utilidad o deporte), o por su
técnica,
sino que estamos ante un proceso sociocultural mucho más
complejo,
donde múltiples variables influyen y que, actualmente, son
espejo
de una complejidad que se hace visible en la documentación de la
densidad de la misma. La caza es más que una actividad
predatoria,
no obstante se basa en esta premisa, la captura y/o muerte para un
determinado
fin. Pero su significado traspasa con mucho este hecho, que llega a ser
accesorio, se carga de significado y sirve como elemento comunicativo.
Por tanto, sus significados son mucho más amplios y complejos de
lo que podría parecer en un primer momento. 1. Entre estos trabajos, para el caso español, hay que señalar los realizados por Celeste Jiménez de Madariaga y Joseba Zulaika. De Jiménez de Madariaga destacan los artículos Monterías. Aproximación antropológica a la práctica de la Caza Mayor (1999), Aprovechamiento y gestión de recursos cinegéticos y Ritos y símbolos en torno a la caza (en prensa). De Joseba Zulaika hay que señalar el libro Caza, símbolo y eros (1992). 2. "Los bosques nos hicieron humanos, las ciudades civilizados y hay gentes que estamos en medio, humanos pero aún por civilizar, negándonos a entrar en la amnesia de la urbe pero olvidada ya la sabiduría de la tierra, a medio camino de ningún sitio. Quién ha visto cómo caza el gavilán a un palmo de los ojos no entiende el sucedáneo virtual, confortable, televisivo en el que no hay frío, ni lluvia, ni muerte irrepetible, ni misterio. Quién no ha sentido la arrogancia del jabalí defendiendo su vida a dos metros, avisando que sus armas también son milenarias se conforma con la asepsia de la imagen con voz en off entre dos cortes de anuncios. Pero no nosotros, cazadores de vida, bichos medio de campo medio de ciudad, alimañas en uno y otro mundo. Solo a quién siente el campo como hogar, quién sueña siempre con volver, le angustia de verdad perderlo. Los visitantes, admiradores de paisajes, turistas de la naturaleza, coleccionistas de postales, buscadores de decorados verdes, entomólogos de nombres y parques buscan en el campo vivir el documental, el bucolismo, el relax. Para el cazador el campo es duro, incómodo y difícil -por eso es hermoso pero es su casa y la ciudad un lugar de visita en el que se vive mientras tanto" Ramón J. Soria Breña, en "Días de llovizna", Revista Trofeo, 2005. 3. El trabajo de campo intensivo se ha realizado en la provincia de Albacete, y los datos etnográficos recogidos han sido la base principal del trabajo de investigación del Diploma de Estudios Avanzados presentados en la Universidad de Murcia en 2005. Además se han ampliados las experiencias etnográficas a distintas zonas como Murcia, Burgos, Huesca, Madrid y Cáceres. Este artículo maneja ejemplos recogido de estas experiencias, por lo que aparezca una relación estrecha con la caza menor, debido a que ha sido sobre este tipo de caza sobre la que más intensamente se ha trabajado. 4. Mas arriba indiqué que es el deporte el esfuerzo realizado por complacencia en él mismo y no en el resultado transitivo que ese esfuerzo rinda. De aquí que al hacerse deportiva una actividad, sea la que fuere, queda invertida la jerarquía de sus términos. En la caza utilitaria constituye la verdadera finalidad del cazador, lo que busca y estima: la muerte del animal. Todo lo demás que hace antes es puro medio para lograr ese fin, que es su formal propósito. Pero en la caza deportiva este orden de medio-fin se vuelca del revés. Al deportista no le interesa la muerte de la pieza, no es eso lo que se propone. Lo que le interesa es todo lo que antes ha tenido que hacer para lograrla; esto es, cazar. Con lo cual se convierte en efectiva finalidad lo que antes era sólo medio. La muerte es esencial porque sin ella no hay auténtica cacería; la occisión del bicho es el término natural de ésta y su finalidad: la de la caza en su mismidad, no la del cazador. Este la procura porque es el signo que da realidad a todo proceso venatorio, nada más. En suma, que no se caza para matar, sino, al revés, se mata para haber cazado. Si al deportista le regalan la muerte del animal, renuncia a ella. Lo que busca es ganársela, vencer con su propio esfuerzo y destreza al bruto arisco, con todos los aditamentos que esto lleva a la zaga: la inmersión en la campiña, la salubridad del ejercicio, la distracción de los trabajos, etc. (Ortega Gasset 1960: 77). 5. Las llamadas después de las citas textuales corresponden a dos fuentes: el modelo (012-2005) se refiere a entrevistas en profundidad realizadas directamente, cara a cara; el modelo (F005-2005) corresponde a un foro que aparece en portal de Internet http://www.club-caza.com. En él existen distintas secciones especializadas donde cazadores e interesados vierten sus ideas, dudas e inquietudes sobre distintos aspectos cinegéticos. En este caso concreto se abrió un espacio de debate relacionado con el concepto de caza en febrero de 2005, recibiendo el mismo 41 respuestas al mensaje original, introducido por el autor del estudio presentado. Por lo tanto, es una forma de recogida de información selectiva, que se podría equiparar a una pregunta en un contexto de entrevista, pero en un espacio virtual como es la red. 6. Las
opiniones sobre
esta "mala prensa" de la actividad venatoria en la sociedad se debe a
diversos
motivos, según cada cazador o colectivo de cazadores. Una de las
opiniones es la que muestra el polifacético sociólogo y
cazador
Patxi Andión:
Andión, Patxi Augé, Marc Berger, Peter (y Thomas
Luckmann) Bernardiina, Sergio Dalla Bourdieu, Pierre Fabiani, Jean-Louis Goffman, Erving, Jiménez de Madariaga,
Celeste Larra, Mariano José de Morin, Edgar Ortega Gasset, José Radcliffe-Brown, A.R. Zulaika, Joseba |
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