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Introducción La rememoración de la historia personal, que acá se denominará autotexto, está modulada por diversos sesgos, y en cuanto historia, es una narración construida sobre la base última de experiencias individuales, y en cuanto que narración presenta un riesgo evidente: depende de los intereses del que recupera esa memoria, de donde lo ficcional y lo no ficcional se pueden confundir y resultar indistinguibles. Acá se considerará si es posible que el relato de la historia propia pueda mostrar lo real del sujeto, considerando que toda autobiografía tiende a ser ficcional, y además si puede tener alguna relevancia tal relato, si es que todo intento al respecto viene a resultar, en el fondo, banal. El trabajo de Larrosa consiste en una variación sobre el tema desarrollado por Kertèsz, de la experiencia del superviviente que retorna del holocausto, vivencia ésta que según Larrosa, Kertèsz expone de modo, más que objetivo, desapasionado y que nuestro autor interpreta como carente de significado y, en último término, banal, por ciertas razones que presenta a modo de tesis. El
ensayo que sigue se elabora en el marco
que proporcionan esas cuatro tesis presentadas por Larrosa en su
comentario
a Kertèsz; el núcleo de la exposición de
aquél
se encuentra al final de la sección 1 de su trabajo indicado;
debe
advertirse, empero que no queda claro en el texto original si
se
trata de cuatro aseveraciones del propio Larrosa, o bien de tesis
extraídas
por él de su lectura de Kertèsz. 1. La identidad y el autotexto Primero se examinará el asunto de la identidad y lo que acá se denomina autotexto. Definimos el autotexto como la rememoración de la historia personal de un sujeto, que puede o no estar en forma escrita, gráfica, sonora, etc., pero que en todo caso puede ser examinada como un texto; en otras palabras, se trata de todo relato de la experiencia propia. Hasta ahora sólo hemos encontrado otros dos sentidos del término que aquí empleamos, y se trata de sentidos diferentes al que acá se le da; uno es el del texto autorreferencial e intertextual (Rivera 1997), y otro es el de una posibilidad de escritura que presenta el programa informático Microsoft Word. Ninguna de ambas nos concierne, de modo que mantendremos el aparentemente nuevo sentido acá propuesto por nosotros. El autotexto es un relato auto-identitario, con los muchos problemas que ello implica; por ello, cuestión primordial es la de cuáles serían sus condiciones de posibilidad: postularemos tres. Veamos: a) en primer lugar, la coherencia narrativa del relato: la narración debe mantenerse dentro de un margen de estabilidad en su desarrollo, esto es, el examen del relato debe mostrar relación entre los elementos del pasado, presente y futuro del mismo (1); b) asimismo, el relato debería presentar veracidad, cumplir con un valor de verdad entre los varios que existen; c) Finalmente, el relato debería estar siempre estructurado alrededor de un núcleo identitario, esto es, el ser del relato, o sujeto de la experiencia que es narrada (2). Las tesis manejadas por Larrosa afectan directamente a las condiciones acá indicadas para el autotexto, a saber, las condiciones de Veracidad y de Estructuración alrededor de un núcleo; afectan además la propia posibilidad de generación del autotexto en cuanto que texto compuesto por palabras, y finalmente, afectan la relevancia de tal clase de relato. En primer lugar, en cuanto a las condiciones del autotexto, acerca de la condición de veracidad, Larrosa expresa que La experiencia ha sido destruida y se nos da en cambio una experiencia falsa. Acerca de la condición del núcleo del autotexto, Larrosa asevera que No podemos ser alguien (pues) todo lo que somos o podemos ser ha sido fabricado por otros y fuera de nosotros y es tan falso como impuesto (por tanto) no somos nadie, o lo que somos es falso. En segundo término, en relación con la posibilidad de generación del autotexto como relato, Larrosa dice que No hay lenguaje para elaborar la experiencia (puesto que) nos faltan palabras o las que tenemos son tan insignificantes, intercambiables, ajenas y falsas como nuestra experiencia y nuestra vida. Finalmente, en cuanto a la relevancia de este tipo de relato, concluye Larrosa que Hablar de la experiencia, de la formación, de los lenguajes de la experiencia o del relato como lenguaje de la experiencia es hablar de la más pura banalidad (puesto que se trata de algo que es falso, o bien de algo que sólo existe como nostalgia o como deseo, pero en todo caso, como imposibilidad). En lo
que sigue se intentará ver si
es posible considerar las cosas de otro modo, puesto que si se acepta a
pie juntillas lo que dice nuestro autor, no queda más
remedio
que voltear la página y mirar a otro lado. Lo más obvio
que
surge de eso es preguntarse qué sentido tiene el dedicarse a
hablar
de la experiencia si se trata de algo banal, interrogante ésta
no
asomada por nuestro autor; pudiera pensarse incluso que se trata de una
pose de éste, mas el análisis mostrará otra
posibilidad. 2. ¿Puede el autotexto mostrar lo real del sujeto? Esta pregunta concierne a si el autotexto: a) está orientado a mostrar lo real del sujeto y su experiencia de modo explícito, o bien b) si puede extraerse la verdadera imagen del sujeto a partir del autotexto. Se trata de dos cuestiones relacionadas pero bien diferentes: mientras que aquella atañe a si un relato es aproximadamente veraz (con respecto a algún criterio), la segunda tiene que ver con si del relato identitario (veraz o no) se puede extraer una imagen real acerca del sujeto que lo produjo. Mientras que la respuesta a lo primero puede ser o no afirmativa, la respuesta a lo segundo suele serlo… siempre que se cumpla la condición de que el relato es un autorretrato, voluntario o no. Cabe
entonces inquirir: ¿es ficcional
todo autotexto? La pregunta carece de sentido: una
autobiografía
puede ser ficcional en apariencia y sin embargo válida como
fuente
de aproximada de conocimiento histórico acerca de n
elementos,
y otra puede tener pretensiones de cientificidad y por ende de
veracidad
y resultar completamente amañada. Son los casos de los dos
sujetos
considerados acá: Kertèsz y Marco, como se
expondrá
más adelante. Pero antes habrá que considerar el asunto
de
las formas o, mejor, la tesitura, que puede asumir la verdad en el
autotexto. 3. Formas de la verdad en el autotexto La verdad no es única ni tiene una sola textura: esto es cosa sabida en la ciencia y el arte. En vista del relato identitario, o autotexto, vamos a postular que se pueden considerar al menos cuatro formas de la verdad, a saber: 1) Verdad como correspondencia plena (uno-a-uno) del texto con el mundo narrado. Se trata de la "veracidad fáctica". 2) Verdad como vínculo entre el sujeto que narra y su palabra. Se trata de la "autenticidad". 3) Verdad como correspondencia del texto con la estructura del mundo que pretende representar. Se trata de la "similitud con el mundo". 4) Verdad como correspondencia con lo que se espera del narrador. Se trata de la complacencia del escucha o lector, como "ajuste a sus expectativas", o, más exactamente, a su modelo del mundo narrado, y cuando se trata de más de un escucha o lector, del ajuste del autotexto a la representación social del caso. Es
discutible (harto discutible) si se puede
llamar "verdad" a las formas 3 y 4, empero, vamos a dejarlas indicadas
como acercamientos a, o posibilidades de, la verdad, o mejor, como formas
menores de la verdad, reservando el carácter de verdad en
sentido
estricto para la forma 1 (3).
Así, la Verdad con
mayúscula, incluso en sentido científico (y sobre todo en
las ciencias sociales) suele ser un compuesto, un híbrido
de estas cuatro formas. 4. El modelo de Larrosa A continuación se verá cómo las aseveraciones de Larrosa pueden ser estructuradas como un modelo sobre la experiencia, y se examinarán sus consecuencias. Nuestro autor no presenta estas tesis como un entramado bien estructurado, de modo que mal se podría decir que tenga la pretensión de crear un modelo, empero, acá se va a mostrar que realmente se trata de un modelo. Las tesis presentadas por Larrosa son las siguientes: 1ª. La experiencia ha sido destruida y se nos da en cambio una experiencia falsa. 2ª. No hay lenguaje para elaborar la experiencia (puesto que) nos faltan palabras o las que tenemos son tan insignificantes, intercambiables, ajenas y falsas como nuestra experiencia y nuestra vida. 3ª. No podemos ser alguien (pues) todo lo que somos o podemos ser ha sido fabricado por otros y fuera de nosotros y es tan falso como impuesto (por tanto) no somos nadie, o lo que somos es falso. 4ª. (Como corolario de todo lo anterior) Hablar de la experiencia, de la formación, de los lenguajes de la experiencia o del relato como lenguaje de la experiencia es hablar de la más pura banalidad (puesto que se trata de algo que es falso, o bien de algo que sólo existe como nostalgia o como deseo, pero en todo caso, como imposibilidad). Las tesis en cuestión configuran una argumentación que se puede esquematizar considerando tres cuestiones: 1) que se trata de dos líneas de argumentación, 2) presentadas en cuatro niveles de razonamiento, 3) que se manejan tres pares de opuestos. Las líneas de argumentación de Larrosa son L1: la posibilidad de hablar y L2: la posibilidad de ser; los niveles de razonamiento son cuatro. A su vez, los opuestos manejados por Larrosa atañen directamente a la experiencia: 1) valor de verdad: experiencia verdadera versus experiencia falsa, 2) valor de autenticidad: experiencia propia versus experiencia impuesta, y 3) valor de posibilidad: experiencia posible versus experiencia imposible. Consideramos que ambas líneas de argumentación se desarrollan a lo largo de los niveles de razonamiento y concluyen en dos sentencias tajantes, conclusiones éstas que se desprenden del cruce de ambas argumentaciones. Esto se
puede representar gráficamente
del siguiente modo:
Larrosa presenta todo esto en el marco de su lectura de Kertèsz, y lo hace de modo tangencial, como de pasada, empero se trata, a juicio nuestro, del núcleo mismo de su ensayo sobre Kertèsz, e incluso puede pensarse si su análisis de dicho autor no será una excusa para presentar sus cuatro tesis. Por lo demás, lo que queda sin aclarar es, como se dijo atrás, si se trata de un modelo que surge de la lectura de éste, o si se trata de un modelo que ya nuestro autor había elaborado. Parece que la respuesta es la primera, básicamente debido a que la segunda opción convertiría su análisis de Kertèsz en una mera pose y sus aseveraciones en pura pérdida de tiempo. Siendo
ello así, se puede decir que
el modelo de Larrosa no es un modelo analítico (no puede serlo)
sino un modelo descriptivo de alcance muy específico: el
autotexto
de Kertèsz y nada más. Ello le resta poder como modelo
(le
quita generalidad o rango de aplicación), pero le brinda poder
explicativo
(pues se aplicaría solamente a un caso o a casos similares). En
lo que sigue se muestra cómo es posible aplicar el modelo de
Larrosa
a otros ejemplos, y a qué resultados puede conducir ello. 5. Dos tipos opuestos: Imre Kertèsz y Enric Marco Se trata de dos ejemplos de autotextos sobre el holocausto: el del húngaro y el del español. Hasta aquí la similitud, pues resultan ser simétricos pero opuestos. El caso del español es (desde 2004) paradigmático de la falsa experiencia presentada como verdadera, esto es, de la impostura (4), en tanto que el caso del húngaro lo es (desde siempre) de la experiencia verdadera presentada como ficción; por ello es obvia la diferencia de intenciones y de tono, lo cual no se examinará aquí. Ahora bien, de las tres condiciones postuladas atrás para el autotexto, ambos relatos (tomando aquí por razones prácticas, aunque acaso ligeramente, la obra de uno y otro escritor como un todo) cumplen con las tres, aunque de modo bien diferente. Veamos. El autotexto del escritor húngaro presenta coherencia narrativa, veracidad y un núcleo identitario, de modo que se encuentra bien estructurado. Lo mismo se puede decir del autotexto del español: era (hasta el momento de su confesión) aceptablemente coherente, cubría algún valor de verdad y poseía un núcleo identitario bien definido. Entonces ¿dónde está el problema? El problema está en la clase de verdad que se le atribuya al texto: en tanto que el relato de Kertèsz cubre las cuatro clases o variedades de la verdad antes indicadas (veracidad fáctica, autenticidad, similitud con el mundo y complacencia con el escucha), el relato de Marco cumplía solamente con las dos últimas (y muy especialmente con la última): se trataba de un relato "verdadero", mas no del todo. La consideración de cuáles hayan sido las razones para el mantenimiento de la impostura no es pertinente aquí (cfr. entrevista al historiador B. Bermejo en Encuentros digitales, 2005; Bermejo y S. Checa fueron los descubridores "formales" de la mentira creada por Marco) (5). El de Kertèsz es el caso del autotexto que en realidad según el modelo de Larrosa es contentivo de experiencias verdaderas, propias y posibles. Por su parte, el caso de Marco es el del autotexto que se ajusta plenamente al polo opuesto del modelo de Larrosa: está formado por experiencias falsas, impuestas e imposibles (como bien lo han mostrado Bermejo y Checa, 2004). Pero
interpretando en sentido literal las
palabras de Larrosa, E. Marco, a diferencia del húngaro,
sí
se ajusta plenamente al modelo de nuestro autor. Siendo esto
así,
resultará extraño que éste considere la
experiencia
del literato húngaro como paradigma de lo que su modelo
presenta. Conclusión: ¿Es imposible y banal todo autotexto? El autotexto, como relato identitario del sujeto, está sujeto a condiciones de posibilidad, de ellas la más compleja es, a nuestro juicio, la condición de veracidad, puesto que la verdad es un ente complejo y difícil de identificar. Se presta para interpretaciones: buen ejemplo de ello es la historia del caso Marco, como bien la narran Bermejo y Checa. Los casos de los autorrelatos de Kertèsz y Marco sirven como paradigmas o polos opuestos del autotexto, y pueden ser examinados mediante un modelo que ha sido delineado por J. Larrosa y que acá se ha estructurado de modo apenas aproximado: el modelo amerita mejor desarrollo, ciertamente. La banalidad encontrada por Larrosa en el relato de Kertèsz no lo es realmente: la narración de Kertèsz no es para nada banal ni pretende serlo; acá se trata acaso de un error de interpretación de aquél, o de su empeño por mostrar el ajuste del caso que analiza con respecto de un modelo propio (sus cuatro tesis), o bien del modelo que se desprende de su interpretación de Kertèsz: lamentablemente no podemos aseverar cuál de las tres posibilidades es la acertada puesto que el texto de Larrosa no brinda elementos suficientes para decidir al respecto. En todo
caso, por nuestra parte, y hasta da
pena decirlo, no creemos que sea banal ni imposible el autotexto. De
algo
ha servido la impostura de Marco.
1. Ello requiere como condición que elementos de un momento (pasado, presente o futuro) del relato se preserven, similares a sí mismos, en los otros momentos en que es de esperar que se encuentren según el propio relato; esto es, el relato debe ser temporalmente simétrico para cada uno de sus elementos. 2. Cabe indicar, por cierto, que se puede hallar también cierta coherencia, o mejor, una coherencia propia, también en el relato autoidentitario del enajenado mental. 3. La enorme pertinencia de las formas menores de la verdad está en que la vida diaria se desarrolla sobre ellas y gracias a ellas. La veracidad en sentido estricto suele ser poco práctica y peligrosamente cercana a la imposibilidad. 4. Vargas Llosa le da a Marco la bienvenida oficial "a la mentirosa patria de los novelistas" (Vargas Llosa 2005). 5.
"El peligro que entraña
el temor reverencial al testigo, fundado sobre la autoridad que le
otorga
su estatuto de víctima y que puede llevarnos a confundir
autenticidad
y veracidad, a pensar que todo aquello afirmado por un testigo es la
verdad
. Para Imre Kertèsz la acogida positiva de alguien como
Wilkomirski
es una consecuencia de la sublimación de las víctimas.
Creemos
que estos mismos mecanismos han estado presentes en el caso que
aquí
nos ocupa. (…) Incluso cuando el testigo es auténtico, existe el
peligro de la ilusión de inmediatez, de que olvidemos que el
testigo
es una fuente y hasta prescindamos del análisis atento del
propio
testimonio. Nadie escuchó atentamente el discurso de [Marco], ya
que se creyó que se trataba del "ultimo testigo" y esto
parecía
otorgarle una autoridad indiscutible. [Marco] ha ofrecido un discurso
conciliador
(sin odio ni afán de venganza) y políticamente correcto,
adecuado para que algunas instituciones pudieran hacer un
reconocimiento
a las víctimas sin asperezas para nadie. Por otro lado, los
medios
de comunicación se han encontrado con una historia pintoresca,
grandes
dosis de sentimentalismo y un protagonista entrañable; elementos
que no han dudado en explotar" (Bermejo y Checa 2004: 76-77).
Bermejo, Benito (y Sandra
Checa) Larrosa, Jorge Rivera de la Cruz, Marta Vargas Llosa, Mario |
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