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Introducción:
El
suicidio en el tiempo
El suicidio (1) es una acción humana destinada a la clausura voluntaria del tiempo individual. Pero además, el acto del suicidio se inscribe en el tiempo social y es por lo tanto un acto comunicativo. Por ello, para intentar comprender su mensaje, puede ser útil observar el suicidio bajo el prisma de sus dimensiones temporales. Es lo que vamos a hacer en este artículo. Algunos ejemplos literarios, etnográficos e históricos, seleccionados al azar, servirán como ilustración inicial de la relación entre el tiempo y el suicidio. A ésta introducción seguirán dos apartados. En el primero analizaremos los ritmos temporales cosmo-biológicos en relación al suicidio y en el segundo los ritmos temporales político-sociales. Finalizaremos con unas conclusiones donde situamos el fenómeno del suicidio en relación a la percepción social del tiempo, haciendo hincapié en la noción de cambio social com experiencia básica del paso del tiempo. Empezaremos los ejemplos con la relación entre el suicidio y el tiempo de vida, que la literatura ha explorado intensamente (Álvarez 1976; Garavente 1994). Algunos de los casos más conocidos serán: Las desventuras del joven Werther de Goethe, que analiza el suicidio durante la juventud; Anna Karenina de Tolstoi que trata el suicidio durante la madurez; o Narayama de Fukazawa que aborda el suicidio en la vejez. No es necesario reportar aquí tantas otras obras poéticas que han hecho apología del suicidio (Gallego 2005). El caso del Werther es muy notable porqué el suicidio de ficción dio lugar, tras la publicación del libro de Goethe en 1774, a una oleada de suicidios reales de hombres jóvenes en Alemania, Inglaterra, Francia, Holanda y Escandinavia (Jobes y Cimbolic 1990) y todavía hoy se conoce como "efecto Werther" el suicidio por imitación. Pero en cada uno de estos tres casos, el suicidio responde a un momento preciso del tiempo de vida, juventud, madurez y vejez, que la muerte fija en el tiempo. Cada uno de los tres ejemplos literarios anteriores -Wherter, Karenina y Narayama- expresan una orientación temporal particular frente al suicidio. Respectivamente, una orientación hacia el pasado (memoria del infortunio o el recuerdo obsesivo de algo percibido como una injusticia); una orientación hacia el presente (inmovilidad, repetición y fracaso, soledad); y una orientación hacia el futuro (liberación personal o, más exactamente, algo sentido como liberar a los demás de la carga de uno mismo). Por otro lado, podemos encontrar en cuentos populares y novelas abundantes ejemplos donde el desacuerdo entre la voluntad del grupo familiar y el deseo personal, durante los ritos de paso de las distintas etapas de la vida, como el matrimonio, terminan dramáticamente con el suicidio del protagonista (2). Otro elemento a tomar en cuenta como ejemplo de la relación entre el tiempo y el suicidio son los ritmos biológicos, cosmológicos y sociales. La influencia del los ritmos biológicos (ritmos circadianos) y cosmológicos (ritmos estacionales o circaanuales) sobre el suicidio ha sido, desde Morselli (1881), un sujeto examinado detenidamente. La variación circadiana y estacional del suicidio ha sido estudiada desde un punto de vista psiquiátrico (Preti 2000), psicológico (Petriou 2002), estadístico (Hakko 2000) y sociológico (Gabennesch 1998). Incluso Durkheim (1982) se dio cuenta de que los suicidios alcanzaban su punto álgido los lunes, para ir descendiendo el resto de la semana; mientras que Mauss (1979) establecía un ritmo opuesto entre el campo y la ciudad, siendo en el campo el suicidio un fenómeno de invierno y el homicidio de verano, mientras que en la ciudad pasaría a la inversa. Por otro lado, existe un tipo de suicidio colectivo relacionado con una visión milenarista o apocalíptica del tiempo: el suicidio como anticipación del fin de la historia -la imagen del fin de siècle remite al final de un período histórico (3)- a que se refieren los martirios colectivos acordados por sectas religiosas o el fenómeno más nuevo de los suicidio pactados por Internet. El historiador Yosef bar Mattiyalm, más conocido como Flavio Josefo, en su libro La guerra de los judíos describe el suicidio en Massada de un millar de judíos en el año 73, que prefirieron ese fin antes de entregarse a los invasores Romanos (Minois 1995). Otro ejemplo geográficamente más próximo es el de Astapa, en la actual Estepa (Sevilla). Allí tuvo lugar, según cuenta Tito Livio en Las décadas, un "brutal y cruel" (4) suicidio colectivo en la plaza del mercado en el año 206 AC. Los habitantes de Astapa, fieles a Cartago, rodeados por los legionarios romanos y dando la batalla por perdida, antes de entregar la ciudad se dieron muerte unos a otros. Estos suicidio colectivos nos hablan del fin de la historia, del autogenocidio de un pueblo que optó por poner punto final a su historia para evitar ser aniquilados por otro pueblo. Las insurrecciones populares, que pretenden variar el curso de la historia, también han sido frecuentemente interpretadas como una especie de suicidio colectivo, debido a la desproporción de medios entre las fuerzas del pueblo y las fuerzas del Estado, así como por la desesperación y la poca previsión o cálculo insuficiente que anima los actos heroicos. Este fue el caso, por ejemplo, de la revuelta húngara de 1956, donde en poco menos de una semana murieron entre 25.000 y 50.000 húngaros a manos de las tropas soviéticas y las fuerzas de seguridad del Estado prosoviético. El suicidio ha sido también una respuesta política frente a los regímenes tiránicos, como en esclavismo en norte América, o los regímenes etnocidas en el sur. También en España se han vivido situaciones semejantes en la historia reciente, como durante la resistencia de Alicante ante los franquistas y la toma de la ciudad hacia el final de la guerra civil. Los buques extranjeros que habían acudido a evacuar a los refugiados no pudieron acercarse al puerto por la amenaza de la artillería y un número desconocido de republicanos se lanzaron al mar y murieron ahogados, para evitar ser apresados por las tropas de Franco (5). Finalmente, los ciclos económicos, con sus crisis, como por ejemplo la quiebra bursátil de 1929, tienen una clara relación con el suicidio. Durante la revolución industrial en Inglaterra podemos encontrar muchos ejemplos de como la acumulación temporal de la miseria y el endeudamiento llevó a numerosos trabajadores y trabajadoras al suicidio (Terradas 1992). El suicidio se puede relacionar con una orientación temporal particular derivada de la economía política: el fenómeno de brevedad o perspectiva reducida de tiempo futuro característica de la pobreza extrema (Lewis 1965; Jahoda 1987; Lazarsfeld 1996). Por otro lado, organizaciones internacionales, como ACNUR, denuncian hoy en día la alta tasa de suicidio entre los jóvenes en los pueblos indígenas actuales en lugares como Colombia (los Chogorodó), Brasil (los Kayowás) o Canadá (los Inuit). Esto está relacionado con la escasez económica y medioambiental, pero también con el nuevo ciclo político de retroceso en materia de derechos humanos de los pueblos indígenas puesta en marcha con el pretexto de la llamada "guerra al terrorismo" (6). Todos
estos ejemplos nos dan una pequeña
muestra de la importancia de la dimensión temporal, tanto a
nivel
individual como social, en el que se inscribe el acto del suicidio. En
las páginas siguientes vamos a profundizar en las dimensiones
temporales
del suicidio, haciendo uso de una aproximación multidisciplinar.
Debemos advertir de todos modos que nuestra perspectiva es
esencialmente
antropológica y trata de situar el suicidio en relación a
los ritmos gracias a los cuales percibimos socialmente el tiempo, a la
vez que construimos socialmente el tiempo. Ahondaremos en ello al final
del artículo. Para una mayor precisión añadiremos
que usamos la noción de tiempo de acuerdo con lo que
Hervé
Barreau (1996) denomina "el tiempo de la vida cotidiana": un tiempo
subjetivo,
vivido y finito, para distinguirlo del tiempo objetivo, físico e
infinito. El tiempo del que hablaremos aquí es el primero, el
tiempo
subjetivo, vivido y finito, que es, todavía siguiendo a Barreau,
el tiempo de la acción, la comunicación y la
representación
del mundo. Vamos a centrarnos en los ritmos temporales
-ecológicos
y sociales- a través de los cuales es percibido el tiempo. Los ritmos temporales cosmo-biológicos Se han publicado incontables estudios sobre la relación de la ocurrencia de suicidios y los ritmos cosmo-biológicos. La suicidología (7) -en su empeño por anticipar cuando alguien va a quitarse la vida con el fin de impedirlo- ha inundado sus plataformas de difusión, tales como las revistas Crisis, Suicide and Life-Threatening Behavior o Archives of Suicide Research, con numerosos artículos que tratan de demostrar la correlación entre las variaciones estadísticas del suicidio y diversos factores ambientales que caracterizan los ritmos cosmológicos y biológicos. Con ello se pretende, como decíamos, prever las fechas y condiciones en que va a aumentar el riesgo de suicidio. Se trata, por un lado, de estudiar la variación estacional en la tasa de suicidio para encontrar un patrón circaanual, cosa que fue ya detectada por Durkheim, y por otro lado, estudiar las condiciones ambientales, como la temperatura, humedad, dirección del viento, posición del sol, etc., en una cantidad determinada de suicidios para intentar hallar un patrón atmosférico, cosa que fue explorada ya por Morselli. Ocupémonos primeramente de la variación estacional. Hay un acuerdo bastante general -aunque algunos estudios, los menos, matizan o incluso desmienten tal afirmación- en señalar una ritmicidad estacional en la distribución de las muertes por suicidio a lo largo del ciclo anual. El número de suicidios aumenta hacia el final de la primavera y principio del verano, descendiendo después, con un segundo pico, inferior al anterior, en otoño, para descender notablemente en invierno. Esta oscilación ha sido señalada tanto en el hemisferio norte como en el hemisferio sur, siguiendo un patrón inverso. Por ejemplo, en Inglaterra, Barer (1994), observan que el número más alto de muertes por suicidio tiene lugar en mayo y junio, mientras que el punto más bajo llega en diciembre y enero. En cambio en Chile, Retamal y Humphreys (1998) indican que la tasa más alta de suicidio se produce en diciembre, mientras que la más baja tiene lugar en junio. Para tratar de explicar este patrón circaanual se han formulado hipótesis de diversa índole que pueden agruparse en función de la metodología empleada para verificarlas. Los estudios epidemiológicos y psiquiátricos se basan en análisis estadísticos. Estos estudios tienen la limitación de, salvo excepciones, tomar poco en cuenta la complejidad histórica y social. Después hay el grupo de trabajos elaborados desde la psicología, que navega entre la metodología cuantitativa y cualitativa, tendiendo mayormente a lo primero y en general a un cierto simplismo sociológico. Finalmente, utilizando una metodología científica, la biología se ha ocupado también de estudiar el patrón circaanual del suicidio. La biología aporta sus propias explicaciones -en fisiología y en genética- para dar cuenta de la regularidad estacional del suicidio. Los estudios médicos relacionan frecuentemente suicidio con la depresión (8) y a su vez, la biología relaciona la depresión con un componente neurohormonal, la melatonina, que tiene un papel relevante en la fisiología circadiana (Reppert 1988; Kettl 1997; Li 2006). La escasez de luz en los países boreales podría entonces relacionarse con las altas tasas de suicidio en países como Finlandia, Dinamarca o Canadá (Petridou 2001). De todos modos, la ritmicidad estacional del suicidio pone en duda esta posibilidad, puesto que el suicidio aumenta en primavera cuando los días se hacen más largos, disminuyendo en invierno conforme se acorta el día. Además, en una misma región como Quebec, las tasas de mortalidad por suicidio varían enormemente entre latitudes no muy distantes, alcanzando el 26,4 (tasas siempre por 100.000 habitantes) en Abitibi (9) -región rural, latitud 48º N- frente al 14,2 en Laval -región urbana, latitud 45,5º N-; para no hablar de las diferencias entre regiones de latitud cercana dentro de un mismo país como el Canadá: según cifras de 2003 de moralidad por suicidio (10), la diferencia va del 16,8 de Quebec (11) al 8,5 del vecino Ontario, o del 9,3 de Newfoundland al 106,4 de Nunavut, donde a pesar de ser ambos territorios boreales, la altísima tasa de muertes por suicidio en Nunavut se explica por una cadena de razones al final de la cual encontraríamos las relaciones asimétricas derivadas de una historia de dominación colonial. Maurice Halbwachs, en su libro sobre Las causas del suicidio, relacionaba el interés creciente por estudiar el fenómeno del suicidio a finales del siglo XIX con el desarrollo del método estadístico. En efecto, este método ha sido aplicado intensivamente a lo largo del siglo por la epidemiología psiquiátrica y, en el caso que nos ocupa -la relación del tiempo con el suicidio-, ha dado lugar a lo que se conoce como la crono-epidemiología (12). Tales estudios permiten comprobar la distribución circanual del suicidio introduciendo algunos matices. Por ejemplo, un estudio realizado en Montreal con 115 franco-canadienses fallecidos por suicidio a los que previamente se les había diagnosticado un trastorno mental, muestra que la variación estacional del suicidio se manifiesta de manera diferente dependiendo de la psicopatología que sufrían los individuos fallecidos, siendo ciertas psicopatologías (según la clasificación del DSM-IV) más acordes al patrón estacional general que otras (véase Kim 2004). En una tesis doctoral dedicada a la variación estacional del suicidio y el homicidio en Finlandia (Hakko 2000), encontramos que después de analizar todos los suicidios acontecidos entre 1980 y 1995 en aquél país, se concluye que existe claramente un aumento de suicidios en primavera, aunque los gráficos son más acentuados en los suicidios cometidos por métodos violentos que por métodos no violentos (13), tendiendo los últimos a distribuirse de modo más homogéneo a lo largo del año (véase también Preti y Miotto 1998b). Lo mismo ha sido observado en estudios realizados con el total de suicidios acontecidos en un largo lapso de tiempo Suiza (Ajdacic-Gross 2003) y Bélgica (Linkowski 1992). Las hipótesis que se apuntan para explicar tal hecho especulan que los suicidios cometidos por métodos violentos son más impulsivos que los cometidos por métodos no violentos, los cuales precisan de una mayor planificación y por tanto un aplazamiento. Pero además del método, la variación estacional varía en función del sexo y la edad, siendo más marcada en los hombres que en las mujeres y en la gente mayor que en los jóvenes (Preti 2000). En definitiva, un amplio estudio estadístico realizado en toda Europa por el "WHO/EURO Multicentre Study on Parasuicide" (Jessen 1999) muestra que los intentos de suicidio en Europa siguen una pauta que sitúa como fecha más delicada un domingo de mayo entre la 20 y 24 horas, siendo en el sur de Europa un poco más avanzada la noche, cosa que los autores se explican por el hecho que en los países mediterráneos de Europa la interacción social más intensa (discusiones familiares, interacción entre amigos, entre amantes, etc.) se produce más tarde. De este modo los estudios epidemiológicos acaban por confirmar la teoría sociológica que Durkheim formuló hace más de un siglo, y que interpretaba la regularidad rítmica de la fecha de los suicidios en función de los ritmos en la intensidad de la vida social. Una última reflexión que podemos hacer es si la estacionalidad del suicidio es algo que pertenece más a las sociedades rurales del pasado reciente que a las sociedades industriales y posindustriales. Los estudios no son en este punto concluyentes. Un trabajo realizado recientemente en Suiza (Ajdacic-Gross 2005) muestra como a lo largo del pasado siglo la estacionalidad del suicidio manifiesta notables diferencias respecto al método utilizado -más marcado en los métodos violentos- y respecto a las regiones -más marcado en las regiones rurales católicas-, pero además este trabajo añade un dato a tener en cuenta, que la estacionalidad del suicidio ha ido declinando conforme el trabajo agrícola iba siendo menos importante. En definitiva, los autores consideran que la disminución de la ritmicidad estacional del suicido puede relacionarse con la paulatina desaparición de la sociedad tradicional. Pero en cambio, dos trabajos distintos realizados en países de Europa del Este, Rumania (Voracek 2002b) y Hungría (Zonda 2005), muestran que la estacionalidad del suicidio se mantiene alta en las últimas décadas, a pesar de las fuertes transformaciones políticas, económicas y sociales que han vivido ambos países. Volveremos más adelante sobre la cuestión del cambio social y el suicidio. Pero probablemente sea prematuro establecer una relación causal entre medio rural o agrícola y estacionalidad del suicidio, y nos inclinamos por considerar que las causas de la estacionalidad del suicidio sean más bien de tipo multifactorial. Es decir, aceptando en términos generales la teoría de Durkheim sobre los ritmos de intensidad y distensión de la vida social ligados a la variación en la ocurrencia de suicidios, pero añadiendo otros ciclos temporales de más larga duración que el ciclo semanal, mensual, estacional y anual. Como ejemplo de ello servirá reportar un trabajo realizado en Japón donde se estudiaba la estacionalidad del suicidio en cuatro períodos de tiempo (1950-55; 1955-67; 1967-74 y 1974-82), relacionando estos cuatro períodos con los ciclos de crisis y prosperidad económica del país (Araki y Murata 1987). Aquí se pone de manifiesto que hay una relación directa entre la tasa de suicidio y las condiciones socioeconómicas. Durante los períodos de crisis económica las tasas de suicidio se disparan, afectando principalmente a los hombres de edad madura, mientras que en los períodos de mayor estabilidad, el suicidio atañe de un modo más regular tanto a hombres como mujeres, jóvenes como adultos. El mismo estudio muestra que las variaciones estacionales del suicidio se ven también afectadas por los cambios en las condiciones socioeconómicas en Japón entre 1950 y 1982, siendo más marcada en los períodos de crisis. Tomando en cuenta que diversos estudios han señalado que el suicidio de los hombres adultos sigue más marcadamente el patrón estacional (Frank y Lester 1988; Preti 2000; Pompili 2004;) puede inferirse que, al afectar la crisis económica en Japón principalmente sobre la tasa de suicidio de los hombres adultos, estos hacen aparecer más claramente la distribución circaanual del suicidio en relación a los ciclos económicos. Una vez expuesto el factor estacional del suicidio, para acabar este apartado nos ocuparemos de los demás factores ambientales que se relacionan al suicidio. En el mundo clásico ya existía la creencia popular en el hecho de que ciertas condiciones atmosféricas podían conducir al suicidio (14). Esta creencia está siendo transformada en ciencia a través de numerosos trabajos en el terreno de la biometeorología y disciplinas afines (15). Vamos a ocuparnos brevemente de ellas agrupándolas en dos apartados, las condiciones lumínicas y las condiciones climáticas. Ya vimos anteriormente que los biólogos hablan de una hormona responsable de la regulación de los ritmos circadianos, la melatonina, que se segrega cuando no llegan estímulos luminosos al cerebro y a la que responsabilizan de la tristeza invernal. Incluso algunos trabajos afirman que haber nacido en los tres primeros meses del año predispone a sufrir de esquizofrenia y otros desórdenes psiquiátricos (ver un sumario en Kettl 1997). En éste mismo trabajo se afirma lo siguiente: "La exposición a una gran cantidad de luz solar en el nacimiento puede aumentar el riesgo de suicidio decenios más tarde en la vida. Por el contrario, la exposición a muy pequeña cantidad de luz solar al nacer puede ser protectora contra una muerte por suicidio. Esto sugiere que la exposición a la luz en el entorno del nacimiento, o en el entorno prenatal, puede desempeñar un papel en la conducta posterior, que lleve al suicidio" (Kettl 1997: 8). He aquí un ejemplo de como creencias populares y ciencia a veces comparten sorprendentemente sus discursos. Podemos encontrar otros ejemplos de conexión entre creencias populares y ciencia -aunque sea para desmentir tales creencias-, a propósito de las condiciones atmosféricas y el riesgo de suicidio. Voracek (2002a) estudiaron el efecto sobre la tasa de suicidio del eclipse solar total que aconteció en Australia el 11 de agosto de 1999, para concluir que no tuvo ningún impacto. Maldonado y Kraus (1991) se fijaron en las fases de la luna y llegaron a la conclusión de que "en contra de la creencia popular, la incidencia del suicidio no varía según la fase lunar" (Maldonado y Kraus 1991: 174). Al fin y al cabo, una investigación se caracteriza por sus preguntas. En cuanto a la hora del día y el día de la semana, a pesar de los intentos de relacionar la ocurrencia del suicidio con los mecanismos que involucran la melatonina, los estudios no hacen más que corroborar lo que Durkheim ya advirtió. Los suicidio tienen lugar principalmente los lunes (Maldonado y Krauss 1991; Stuart 1996) y respecto a la hora, predominantemente antes de medianoche (Jessen 1999; Blenkiron 2003). Durante el resto de la jornada, Preti y Miotto (2001) analizaron las estadísticas del suicidio en Italia durante las horas diurnas y mostraron como varía según la edad. Quitando las horas nocturnas, los mayores de 45 años se suicidan más en las horas matinales, los adultos entre 25 y 44 años lo hacen entre media mañana y primera hora de la tarde, mientras que los más jóvenes de 25 entre media tarde y el anochecer. Esto tiene probablemente que ver con la necesidad de encontrar el momento de privacidad necesaria para pasar al acto, ya que el suicidio es casi siempre un acto solitario. En
cuanto a las condiciones climáticas
también existen bastantes datos que permiten relacionar ciertas
condiciones climáticas con el aumento del número de
suicidios.
En Montreal, por ejemplo, Ouimet y Blais (2002) no encontraron
condiciones
climáticas que pudiera ser asociadas al número diario de
suicidios y homicidios de un modo suficientemente relevante. En cambio,
en Barcelona, Bulbena (2004) encontraron que los episodios de
pánico
atendidos en el servicio de urgencias del Hospital del Mar se
triplicaban
cuando soplaba viento de poniente, cálido y seco, en la ciudad.
He aquí una explicación psicosomática al
refrán
catalán De ponent, ni vent ni gent. El mismo estudio
señalaba
que con lluvias los episodios de pánico se reducían a la
mitad. También en Australia, Nicholls (2005) encontró, a
través de un estudio longitudinal, una clara relación
entre
el índice anual de precipitaciones y la tasa de suicidio,
estableciendo
que la sequía aumenta la posibilidad de suicidio. Sequía
y suicidio han sido relacionadas también en Italia por Preti
(1998a)
sobretodo en la población mayor de 65 años, y en el
Tirol,
en Austria, donde Deisenhammer (2003) encontraron que el riesgo de
cometer
suicidio aumentaba significativamente con altas temperaturas, baja
humedad
relativa y tormenta eléctrica o los días siguientes a
ella.
Finalmente, en Bélgica, Linkowski (1992) encontraron que las
altas
temperaturas podían asociarse con la probabilidad de muerte por
suicidio violento, pero en cambio no encontraron ninguna
relación
entre temperatura y suicidio por medios no violentos. Los mismos
resultados
obtuvieron en Italia Preti y Miotto (1998b). Los ritmos temporales político-económicos El paso de las estaciones y los cambios producidos en el ambiente debidos a las variaciones climáticas son claros indicadores mediante los que se percibe el paso del tiempo y frente a los cuales, la decisión de morir, queda enmarcada como acontecimiento en el tiempo. Pero existen otros indicadores temporales externos a la naturaleza, como los que hemos agrupado aquí bajo el epígrafe de ritmos temporales político-económicos. Por supuesto con ello no agotamos todas las posibilidades. Por ejemplo, en la sociedad posindustrial, el ocio ha introducido gran cantidad de elementos que pautan y dan ritmo la vida social y que en algún extremo pautan también la muerte voluntaria. Como ilustración servirá el ejemplo del deporte como espectáculo. Mourir pour les Canadiens de Montreal es el título de un artículo donde se reporta un aumento de la tasa de suicidios en Quebec cuando el equipo predilecto de jockey, los Canadiens, es eliminado prematuramente de la copa Stanley y, al contrario, se comprueba un descenso de la tasa de suicidio cuando los Canadiens se mantienen en buenas posiciones dentro de la competición. Esto estaría relacionado con el hecho de que los contactos informales entre los individuos disminuyen cuando el equipo de jockey se retira prematuramente de la copa, perdiéndose interés por el espectáculo deportivo y dejando más solos ante su abismo a los individuos en situación de crisis (Trovato 1998; Dupon 1999). En las siguientes líneas vamos a tratar de los ciclos económicos y políticos que pautan la historia y el sentir compartido del paso del tiempo, épocas, períodos, regímenes, sistemas, etc. La muerte por suicidio llega en muchas ocasiones después de valorar que no merece la pena seguir viviendo "este tiempo" caracterizado por condiciones políticas y económicas insoportables. Tales condiciones tienen también sus ciclos y ritmos, y ellos encuentran también un claro reflejo en la variabilidad en las tasas de suicidio. Algunos estudios longitudinales han permitido comprobar que la existencia de una relación directa entre el suicidio y los ciclos políticos. Un estudio realizado en Nueva Gales del Sur (Australia) con datos provenientes del índice de muertes por suicidio de 1901 a 1998, permite observar claramente que cuando el gobierno federal de Australia y el gobierno del Estado de Nueva Gales del Sur fueron ambos del partido conservador la tasa de suicidio era más alta que cuando uno de los dos gobiernos era del partido conservador y el otro del partido liberal, y era más baja cuando los dos gobiernos estaban en manos de los liberales (Page 2005). Este trabajo permite a sus autores asociar significativamente el riesgo de suicidio con las políticas que ponen en marcha los gobiernos conservadores. Por otro lado, los autores consideran que, si como Durkheim afirmaba, la principal causa del suicidio es la falta de integración social, se puede deducir que la política conservadora está más asociada a la desintegración social y a la anomía, que se desprende de la "retórica del individualismo" acentuada por los conservadores en Australia sobretodo después de la Segunda Guerra Mundial (Page 2005: 771). Por el contrario, los gobiernos liberales en Australia han sido más proclives a poner en marcha políticas que promueven el empleo, la salud y la educación, es decir, los elementos básicos para asegurar el bienestar social. Otros autores han llegado a conclusiones similares en otros países. Por ejemplo, Masterton y Platt (1989) observaron que en Escocia (Reino Unido) se producía un incremento de la incidencia del suicidio en los períodos posteriores a las victorias electorales de los conservadores, pero no cuando la victoria recaía en los laboristas. En cambio, en los Estados Unidos, Lester (1990) no apreció ninguna diferencia en función del partido que ganaba las elecciones presidenciales. Pero Zimmerman (1995) señalaba que el gasto público en bienestar social es la única variable que podía explicar la amplia diferencia existente entre las tasas de suicidio de los diferentes estados que componen Estados Unidos, a menor gasto público se corresponde una mayor tasa de suicidio. Por su parte, Preti y Miotto (1999) sin entrar en especificar el color del partido en el gobierno italiano, establecían que el nivel de inversión económica en política social y estado del bienestar era un factor que permitía explicar muy bien la distribución del suicidio en Italia. Un caso particular es el que ofrece la evolución política de la antigua Unión Soviética y en general de los países de la Europa del Este en relación a la evolución política y la tasa de suicidio. En la antigua URSS, los cambios políticos introducidos durante el periodo de la perestroika en la década de los ochenta, produjeron un inmediato descenso de la tasa de suicidio, 32% en los hombres y 18% en las mujeres (Wasserman 1998). Pero cuando en los años noventa las poblaciones de la antigua Unión Soviética empezaron a percatarse de las consecuencias de la integración en la economía capitalista, la "magia del mercado" desapareció y las tasas de suicidio volvieron a aumentar hasta situarse, hoy en día, entre las más altas del mundo. Los cambios políticos y sociales han sido a menudo relacionados con un aumento en la tasa de suicidio. Como señaló Anthony Giddens (1965), en el siglo XIX el suicidio fue uno de los problemas sociales más discutidos, estableciéndose un gran número de correlaciones. Una de ellas, probablemente la que obtuvo más adhesión según Giddens, fue el enunciado de que el suicidio tiende a aumentar durante los períodos de cambio social rápido. Ello fue enunciado ya en De l'hypochondrie et du suicide por J. P. Falret en una fecha tan temprana como 1822 y posteriormente confirmado por muchos otros autores, Durkheim entre ellos, que se refirió al cambio social como causante de la anomía. Se cree que los cambios rápidos, sociales, políticos y económicos, provocarían desestabilización y desorganización social. Para Durkheim, el aumento del suicidio estaría en parte relacionado con esta desorganización social responsable de la anomía. Frente al cambio social, Chandler y Lalonde (1998) han hablado de la continuidad cultural como un barrera contra el suicidio para los pueblo aborígenes del Canadá. Cuando se habla del suicidio entre las llamadas "primeras naciones" del Canadá, es bastante común atribuir el suicidio a la desorganización social fruto del cambio social rápido que han vivido estos pueblos en los últimos decenios (Tester y McNicoll 2004: 2.629). Se habla de ellas como de sociedades cuyas estructuras tradicionales han sido dislocadas como resultado de una presión externa. Pero este mismo retrato se ha aplicado también a las sociedades tradicionales en Europa. Como expone Grandazzi (2002) en un artículo sobre el suicidio en la región francesa de Sud-Manche, la gente originaria de la región se explica la alta tasa de suicidio por los cambios rápidos no digeridos en el mundo rural, llegados del exterior. Como vemos, por tanto, la idea de que los cambios socio-culturales rápidos provocan una desorganización social responsable de un debilitamiento de la identidad y la anomía, forma parte del discurso científico desde, al menos, 1822, pero también en las maneras de pensar populares. Hablaremos ahora de las crisis económicas y el suicidio. En la introducción nos hemos referido a las crisis económicas con sus ciclos y su relación con el suicidio. Esta claro que ciertas economías políticas provocan la muerte de un gran número de personas a causa del hambre, las enfermedades y los riesgos laborales. Pero también provocan el suicidio o quizás deberíamos calificarlo de homicidio inducido. Algunas organizaciones humanitarias, como Christian Aid, responsabilizan directamente del suicidio de miles de campesinos en países como la India, Ghana o Jamaica, a las políticas de endeudamiento promovidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial con el apoyo de los gobiernos locales. Según Christian Aid, solamente en el estado indio de Andhra Pradesh entre 1999 y 2004 se suicidaron 4.000 campesinos como consecuencia de las políticas de privatización y endeudamiento (16). Ignasi Terradas (1992) analizó el suicidio de una joven obrera de dieciocho años en Inglaterra en 1844, Eliza Kendall, acto que el autor interpreta como un gesto radical de desacato a una economía política que menosprecia la vida humana. A nivel macrosocial, Jean Caron (2002) ha puesto también de relieve la relación entre la oscilación de la tasa de suicidio en la región quebequesa del Abitibi, con la oscilación del precio del oro y la madera en Wall Street, materiales sobre los que se basa la economía de la región y cuyos precios están fuera de su control. Caron relaciona la oscilación de la tasa de suicidio no tanto con la oscilación de precios en el mercado de Wall Street, sino más bien con los ciclos de esperanza y desesperanza en la región del Abitibi derivada de tales oscilaciones de los precios. Albert Pierce (1971) estudió los ciclos económicos y las tasas de suicidio en Estados Unidos entre 1919 y 1940 y establecía que el aumento del número de suicidio estaba relacionado no tan directamente con los períodos de economía decreciente o creciente, la subida o bajada de los precios, el aumento o descenso de la tasa de paro, sino más bien con el clima general de incertidumbre económica que se produce cuando hay grandes fluctuaciones en el mercado. Según el autor, esto vendría a apoyar la tesis de Durkheim cuando relacionaba suicidio con anomía, puesto que la fluctuación rápida o cambio rápido del mercado, independientemente de la dirección en que éste cambio se produzca, suele reflejar una falta de definición, crisis o anomía en la vida social de las sociedades de mercado. Por su parte, Hamermesh y Soss (1974) relacionaron la economía en Estados Unidos entre 1947 y 1967 con el índice de suicidios en aquél país. La disminución de la actividad económica que siguió al fin de la Segunda Guerra Mundial, tuvo como consecuencia un aumento proporcional en el número de suicidios, que afectó sobretodo a la gente mayor y a los más pobres, que son las personas más sensibles a las crisis económicas. También en un estudio realizado en España y Francia sobre la relación entre la actividad económica y el índice de suicidio en los años ochenta, llegaba a la conclusión de que las personas con menores recursos aparecían como las más afectadas cuando se producía un aumento en la tasa de muertes por suicidio (Lostao 2006). Peter Sainsbury (1971), en su estudio del suicidio en Londres, realizaba un análisis comparativo de la composición social de los distintos distritos de la ciudad en relación con la tasa del suicidio. La distribución del suicidio en Londres, afirmaba Sainsbury, no tiene una traducción directa tanto en términos de distritos más pobres o más ricos, sino en términos de movilidad. Los distritos donde hay menos arraigo de la gente, menos relación entre los vecinos, es decir, los distritos con mayor movilidad, como Hampstead o St. Pancras, son los distritos con las tasas más altas de suicidio, independientemente del nivel económico de sus habitantes. Mayor movilidad implica también mayor aislamiento social. Y el aislamiento, la soledad, es, según el autor, una potente causa de suicidio. En cambio, la relación entre pobreza y suicidio es menos directa. Más bien sería, según Sainsbury, la "pobreza inesperada" la que causaría más muertes por suicidio: la pérdida inesperada de empleo, el fracaso en los negocios, la pobreza en la vejez, etc. Es decir, la relación entre pobreza y suicidio se establece en el marco de una anomalía en el decurso atendido de los acontecimientos económicos. Algunos autores (Preti y Mioto 1999; Hamermesh y Soss 1974; Araki 1987) consideran que la tasa de suicidios aumenta cuando aumenta la tasa de desempleo. En Italia, Preti y Mioto afirman que los parados tienen una tasa de suicidio que dobla a la de las personas con empleo. Pero el vínculo entre paro y suicidio es argumentalmente tan defendible como el que puede existir entre trabajo y suicidio. Hasta hace unos años, el suicidio en el lugar de trabajo parecía algo exclusivo del medio agrícola, donde lugar de vida y lugar de trabajo eran indistintos. Desjous (2005) opina que a partir de 1995 el número de suicidios en el lugar de trabajo ha ido aumentando y calcula que los últimos años en Francia se producen entre 300 y 400 suicidios anuales en el lugar de trabajo, a pesar de que este sea un fenómeno altamente silenciado tanto por las autoridades sanitarias como por las misma empresas y empleados. En un
encomiable artículo, Christopher
Dejours (2005) analiza el caso del suicidio, frente a su lugar de
trabajo,
de una mujer que ocupaba un alto cargo directivo en una
compañía
multinacional de tecnología punta. A través de este
estudio
de caso, el autor muestra como las nuevas formas de trabajo de las
grandes
compañías imponen una sociabilidad ficticia que el autor
denomina "convivencia estratégica". Bajo esta forma de
convivencia,
los empleados se ven forzados a actuar como si las relaciones laborales
fueran más allá del trabajo y penetraran en el dominio de
la privacidad. La empresa exige e intenta emular el rol de la familia,
el compromiso y la entrega de todas las energías a la empresa,
como
en la sociedad tradicional se reclamaba el compromiso, entrega y
abnegación
del individuo para con el grupo familiar. Cuanto más elevado es
el cargo que se ostenta en la empresa, más alta es la
identificación
exigida. Paradójicamente, el resultado de tal forma de
convivencia
impuesta sobre los empleados es un tipo de relación opuesta a
los
que ficticiamente anuncia tal convivencia, unas formas de
relación
basadas en la insolidaridad, la servidumbre y la soledad, que son
condiciones
que pueden llevar suicidio. Por lo tanto, más allá del
ciclo
de trabajo/paro, el suicidio queda inscrito en el contexto mismo de las
nuevas relaciones laborales. Conclusión: Cambio social, suicidio y la percepción del tiempo En las páginas precedentes hemos analizado el fenómeno del suicidio bajo el prisma de los indicadores que permiten la percepción social del tiempo. Cuando hablamos de la percepción social del tiempo hacemos referencia a cómo se construye colectivamente la experiencia temporal y cómo ésta afecta a la vez a los individuos y a la configuración de su identidad social. Se trata de una orientación que ha ido tomando forma en los últimos años en los estudios sobre antropología del tiempo (ver, por ejemplo: Gell 1992; Terradas, 1997; Orlove 2002; Carbonell 2004a; James y Mill 2005). Existe una doble dirección, un camino de ida y vuelta entre la sociedad y el tiempo. El tiempo, como decía Merleau-Ponty en su Fenomenología de la percepción, es una percepción que surge de nuestra relación con el mundo, es decir, el tiempo es "algo" creado por nosotros. Esta fue la posición que mantuvieron hace un siglo autores como Marcel Mauss y Émile Durkheim (17). Pero debemos admitir también que nuestra relación con el mundo esté influida por algo anterior a nosotros a lo que llamamos tiempo. Esto implica una reconsideración de lo que los fundadores de la antropología y la sociología, como Mauss y Durkheim, escribieron sobre el tiempo. Durkheim, en El suicidio, reconoció que existe una variación rítmica en el porcentaje de suicidios dentro del calendario, incrementándose las tasas de suicidio de enero a junio y declinando después hasta diciembre, así como dentro de la semana. Pero rechazó que hubiera ninguna relación, efecto o influencia entre los ritmos temporales de la naturaleza y el suicidio, mostrando así una oposición rotunda ante los argumentos anteriores de Morselli que había basado su teoría sobre el suicidio en relación a los factores climáticos dentro del ciclo estacional. Al contrario, Durkheim mantenía que tales variaciones se debían única y exclusivamente a las ritmicidades temporales que surgen de las interacciones sociales: intensidad y distensión de la actividad social dentro de los ciclos temporales. Pero como hemos visto, los estudios más recientes en epidemiología, psiquiatría y biología, confirman la existencia de correlaciones entre los ritmos temporales de la naturaleza y el suicidio. Como indica Gabennesch (1998), parece como si Durkheim se hubiera sentido contrariado por el hecho de descubrir unas regularidades estadísticas circaanuales sobre el suicidio y, para no dañar su teoría sociológica, dejara sin desarrollar su intuición inicial sobre la relación entre la temporalidad y el suicidio. Pero las dimensiones temporales del suicidio no se limitan a ciertas correlaciones, más o menos demostrables, entre las variaciones estadísticas en las tasas de suicidio y los ciclos naturales. El análisis de las dimensiones temporales del suicidio debe tomar en cuenta los otros ritmos temporales a los que aludía Durkheim, los ritmos temporales derivados de la interacción social: la política, la economía, las relaciones inter-personales. Para intentar explicar las ritmicidades temporales del suicidio nos parece necesario el uso de una aproximación multifactorial al fenómeno, admitiendo la influencia del tiempo de la naturaleza sobre el tiempo que surge de la interacción social y viceversa (18). Cuando hablamos pues de percepción social del tiempo en relación con el suicidio, nos situamos por tanto en un marco en el que el tiempo es humana y socialmente construido pero, a la vez, en que el tiempo de la naturaleza afecta a la configuración de las relaciones sociales y así como a la misma percepción del tiempo. Hemos intentado situar el suicidio en relación a la multiplicidad de ritmos temporales, cosmo-biológicos y político-económicos, mediante los cuales se percibe humanamente el tiempo. Todo ello finalmente confluye en la noción de cambio o mutación. Los cambios que vivimos en aquello que nos rodea, ya sea el paso de las estaciones como las crisis económicas, nos hacen percibir el paso del tiempo. El cambio es pues una noción básica del tiempo que abraza todas sus múltiples dimensiones. No es entonces casual que la sociología del suicidio haya puesto el acento en el cambio como explicación de las causas del suicidio. Giddens, como vimos, destacó la importancia que se dio en la sociología francesa del siglo XIX a la correlación entre suicidio y cambio social. Esto todavía sigue siendo tema de debate científico actualmente. Un ejemplo de ello lo encontramos en el caso del Quebec, donde los sociólogos que estudian el suicidio coinciden de forma casi unánime en señalar a los cambios sociales producidos en los últimos decenios como responsables de la imparable curva ascendente en la tasa de suicidios experimentada en Quebec desde los años 1960 (Gratton 1996; Clain 2001; Caron 2002; Dagenais 2002; Bouffard y Rousseau 2005). Como indica O'Neil (1986), si aceptamos que los cambios sociales son determinantes en la explicación de las causas del suicidio, deberíamos concluir que la mejor manera de evitar el suicidio y asegurar el bienestar social sería preservar la sociedad de los grandes cambios. Esta es sin duda una visión conservadora de la sociedad. O'Neil propone, al contrario, buscar las causas del malestar social que llevan al suicidio no tanto en el cambio per se como en las estructuras políticas y económicas que constriñen a los individuos y a las comunidades en sus intentos de construir un entorno social gratificante y con sentido. En otras palabras: "el cambio debería considerarse más como una solución que como una causa de situaciones de la vida estresantes y la morbilidad y mortalidad que se les asocia" (O'Neil 1986: 250). Esto podría interpretarse en el sentido de lo que Gabennesch (1998) denomina "efecto de promesa rota" (broken-promise effect), es decir, dentro de los ciclos temporales, el incumplimiento de las expectativas se convierte en un factor que precipita el suicidio. Ello explicaría, según Gabennesch, porqué el riesgo suicidio aumenta en primavera: la llegada de la primavera abre una expectativa universal de mejora. También explicaría porqué aumenta el número de suicidios al inicio de los ciclos temporales: el día de año nuevo, el inicio de la semana o las semanas que siguen al cumpleaños. Pasando del plano individual al colectivo, el broken-promise effect permite, en lugar de situar la causa del suicidio en los cambios sociales, situarlo en el fracaso relativo de esos cambios, el incumplimiento de las expectativas que aquellos cambios abrieron en su momento. Tales planteamientos estaban ya presentes, en cierto modo, en la teoría de Durkheim sobre el suicidio. Recordemos los cuatro tipos puros de suicidio establecidos por Durkheim: el suicidio egoísta, altruista, fatalista y anómico. Si los dos primeros estaban basados en la insuficiente o excesiva integración de los grupos sociales, los dos segundos estaban basados en la insatisfacción de las expectativas de los individuos: el suicidio fatalista es el resultado de la imposibilidad de satisfacer las propias expectativas, mientras que el suicidio anómico se debe a la falta de límites a las propias expectativas. Pero también se podrían aplicar estos dos modelos a los grupos sociales. Gabennesch
afirma que el bienestar personal
subjetivo depende directamente de otras variables subjetivas, tales
como
las expectativas, los deseos, las aspiraciones y las esperanzas: "El
punto
crítico es que un humor disfórico es el resultado de la
discrepancia
negativa entre lo que uno siente y lo que uno espera sentir" (1998:
138).
Tal vez podríamos trasladarlo también a nivel social, en
cómo la sociedad esperaba sentirse con las expectativas que
aquellos
cambios sociales abrieron en su momento -como sucedió en Quebec
en los años sesenta con la Revolución Tranquila- y
cómo
se sintió luego, qué camino tomó finalmente el
curso
de los acontecimientos. Como hemos visto más arriba, ello ha
sido
confirmado para el caso del suicidio en los países de la antigua
Unión Soviética. Pero esto sería tema para otro
artículo.
1. Este artículo ha sido realizado en el marco de una estancia posdoctoral en el "Centre de recherche et d'intervention sur le suicide et l'euthanasie" (CRISE), financiada por "Institut des neurosciences, de la santé mentale et des toxicomanies. Instituts de recherche en santé du Canada" (IRSC) y por "Fonds de recherche en santé du Québec" (FRSQ). Agradezco al Dr. Jean Caron las discusiones mantenidas sobre este asunto. 2. He analizado anteriormente un caso de suicidio relacionado con un fracaso de matrimonio cosuetudinario por fuga en una narración de Josep Pla sobre un pueblo de pescadores en la costa catalana en Carbonell (2006: 97-99). 3. Sobre las metáforas del fin de siècle en relación a la antropología del tiempo, véase Terradas (1997). 4. "Facinus in se ac suos foedum et ferum consciscunt" (Livio 28.22.5). 5. Ver los
testimonios recogidos
por la Asociación para la recuperación de la memoria
histórica,
como el siguiente testimonio relatado por un superviviente: "El Puerto
de Alicante se convirtió en la puerta de salida a una muerte
segura
para miles de personas. Allí se vivieron situaciones de gran
tensión
y también de discriminación. La gente se jugaba todo en
esos
momentos. A la espera de aquellos barcos muchos no pudieron soportarlo
y saltaron al mar o se suicidaron allí mismo". 6. Sobre esta
cuestión
ver los informes en los anuarios de la fundación Iwgia: 7. La suicidiología es una disciplina surgida a finales de los años cincuenta en Estados Unidos, de la mano del psicólogo Edwing Shneidman, el cual se basa en el principio de que todo suicidio se debe a un dolor psicológico o "psychace". En último término, la suicidología tiene por objeto la prevención del suicidio, controlando la población y medicalizando la angústia al margen de las causas que la provocan. El concepto de prevención se confunde entonces con el de control y represión. Ver Shneiman 1996 y 2004. Para una crítica radical de la suicidiología, véase Szasz (1999). 8. Los estudios médicos reportados por Kettl (1997) opinan que entre un 44% y un 64% de los suicidas sufrían depresión. 9. Cifras extraídas de Saint-Laurent y Bouchard (2004). 10. Cifras
extraídas
de: Statistics Canada: 11. Estas cifras no incluyen a los territorios boreales de Nunavik, aunque pertenecen administrativamente al Quebec. 12. "La crono-epidemiología es el estudio de la distribución de acontecimientos relativos a la salud según el tiempo. Teniendo en cuenta los intervalos de tiempo, éstos muestran patrones cíclicos e incluyen ritmos circadianos, semanales, estacionales y circaanuales" (Preti 2002). Véase también Halberg (1969). 13. Por métodos violentos de cometer suicidio se entiende: ahorcarse, ahogarse, dispararse un tiro, cortarse las venas o saltar de un precipicio; mientras que por no violentos se entiende el envenenamiento con medicamentos, gas y otras sustancias. 14. Plutarco, Moralia, 249B. Véase Daube (1972: 418). 15. Un sumario de la relación entre el suicidio y las condiciones atmosféricas puede encontrarse en Pokorny (1963). Para una revisión más reciente de los artículos publicados en revistas científicas sobre la asociación entre condiciones meteorológicas y conducta suicida, ver Deisenhammer (2003). 16. Véase
"Britain
blamed for India suicides", noticia aparecida en BBC NEWS
2005/05/16: 17. He desarrollado esta cuestión en Carbonell (2004a). 18. Véase
particularmente
Terradas (1997) y Barreau (2000).
Ajdacic-Gross, V. (y otros) Álvarez, A. Araki, S. (y K. Murata) Baker, A. (y otros) Barreau, H. Blenkiron, P. Bouffard, S. (y J. Rousseau) Bulbena, A. (y otros) Carbonell, E. Caron, J. Chandler, M. (y C. Lalonde) Clain, O. Dagenais, D. Daube, D. Deisenhammer, E. Deisenhammer, E. (y otros) Dejours, C. Driscoll, D. (y D. Stillman) Dupon, L. Durkheim, Émile Frank, M. (y D. Lester) Gabennesch, H. Gallego, J. L. (ed.) Garavente, R. Gell, A. Giddens, A. (ed.) Grandazzi, G. Gratton, F. Hakko, H. Hakko, H. (y otros) Halberg, F. Halbwachs, M. Hamermesh, S. (y N. Soss) Houwelingen, C. (y D. Beersma) Jahoda, M. James, W. (y D. Mills) Jessen, G. (y otros) Jobes, D. (y P. Cimbolic) Kettl, P. (y otros) Kim, C. D. (y otros) Lazarsfeld, P. F. (y otros) Lester, D. Lewis, O. Li, D. (y otros) Linkowski, P. (F. Martin y V. De
Maertelaer) Lostao, L. (y otros) Maldonado, G. (y J. Kraus) Masterton, G. (y S. Platt) Mauss, Marcel Minois, G. Morselli, E. Nicholls, N. (C. Butler e I.
Hanigan) O'Neil, J. Orlove, B. (ed.) Oumiet, M. (y E. Blais) Page, A. (y otros) Petridou, E. (y otros) Pierce, A. Pokorny, A. (y otros) Pompili, M. (y otros) Preti, A. Preti, A. (y otros) Preti, A. (y P. Miotto) Reppert, S. M. (y otros) Retamal, P. (y D. Humphreys) Rocchi, M. (P. Miotto y A.
Preti) Sainsbury, P. Saint-Laurent, D. (y C. Bouchard) Shneidman, E. Shunichi, A. (y K. Murata) Stuart, R. E. Suicide... Szasz, T. Terradas, I. Tester, J. (y P. McNicoll) Trovato, F. Voracek, M. (y M. Fisher) Voracek, M. (M. Fisher y G.
Sonneck) Voracek, M. (y otros) Wang, H. (y otros) Wasserman, D. (y otros) Zimmerman, S. Zonda, T. (K. Bozsonyi y
E.Veres) |
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