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Introducción. Necesidad de entender los elementos arquitectónicos heredados como un paisaje territorial cultural El sincretismo generado por las tres principales culturas mediterráneas (católica, musulmana y judía), y las antiguas formas de vivir y trabajar, ha propiciado la construcción en estas comarcas de un variado patrimonio arquitectónico, que ha quedado reflejado tanto en los paisajes urbanos como en los agrarios. Dicho legado, es un elemento esencial en la definición de la identidad de este territorio. Es decir, estos elementos, estas "piedras", poseen una memoria, un valor simbólico, son representativos de una historia y una cultura propia, conformando lugares con identidad, lo que les otorga un gran valor, en el actual contexto globalizador que hace proliferar los "no lugares" (Lois y Capellá 2002: 14), los "lugares sin identidad" (Ortega 1998: 40); por lo que requieren de una preservación y revalorización, ante el riesgo que poseen de destrucción y desaparición. Por otra parte, tanto en este territorio como en otros, se hace necesario trascender de la noción de objeto patrimonial (palacio, iglesia, fortaleza,...) para entenderlo de una forma holística; tanto cuantitativamente, ampliando su concepción, y por tanto, su protección, a sistemas construidos, a paisajes culturales; como cualitativamente, entendiéndolo como expresión tangible e intangible de los pueblos, como el "esqueleto cultural del territorio" (Troitiño 1998: 98). "Para conservar una ciudad no basta salvar sus monumentos y palacios más hermosos, aislándolos y generando en su entorno un ambiente completamente nuevo; es obligado salvar también el ambiente antiguo, con el que se identifican profundamente" (Innaurato 1988: 19). El patrimonio de este territorio es tan variado que presenta numerosos sistemas construidos y paisajes culturales dignos de conservación por sus valores, no solo históricos y artísticos, sino también etnográficos y ambientales. Asimismo, se hace necesario incluir en la noción de patrimonio la dimensión popular, con sus variados componentes y funcionalidades, desde el etnológico-antropológico, artesanal, y por supuesto, las viviendas tradicionales; tan diferentes de unos lugares a otros, incluso dentro de territorios como el presente. Las instituciones suelen olvidar este tipo de arquitectura popular. "Suele pasar desapercibida otro tipo de herencia arquitectónica, otro valor del patrimonio cultural: la arquitectura popular tradicional. No por más sencilla o menos espectacular, la construcción popular resulta menos atractiva" (Martínez y Sánchez 1999: 9). Estas construcciones, realizadas por los pobladores del lugar, presentan soluciones arquitectónicas propias, unos materiales de construcción próximos y procedentes del medio natural, y unos usos tradicionales, que les otorgan un valor y una belleza singular; son "el fiel reflejo de los sentimientos, necesidades, costumbres de un pueblo, de su forma de vivir, de la aceptación sin reservas de las condiciones que impone el medio, de su credo religioso, de su potencial cultural, sistemas de producción" (Collado et al. 1998: 9). A continuación se describirán las mas representativas de este territorio. Y por último, también es obligado tener en cuenta que para que se valore el legado arquitectónico de un territorio, una premisa necesaria es que todos sus pobladores estén concienciados sobre su riqueza y singularidad histórica, cultural y etnográfica. "La posibilidad de que un "territorio" pueda ser reconocido como un espacio "cultural", es decir, con valores relevantes desde el punto de vista histórico y social como ejemplo de construcción singularizada del territorio, y por tanto, pueda ser integrado por la sociedad, como patrimonio cultural, no depende sólo de su valor intrínseco, ni de su reconocimiento objetivo experto, sino de su aceptación social" (Ortega 1998: 41). El patrimonio histórico tiene que funcionar como "un espejo en el que la población se contempla para reconocerse, donde busca la explicación del territorio en el que está enraizada y en el que se sucedieron los pueblos que la precedieron. Un espejo que la población ofrece a sus huéspedes para hacerse entender, el respeto de su identidad" (Castellano et al. 1999: 32). Por tanto, el paisaje cultural, conformado por todos estos elementos del patrimonio, tanto culto como popular, etnográficos y tradicionales, no puede ser destruido sin más; son numerosas las motivaciones que inducen a mantenerlo: históricas, geográficas, culturales, éticas, científicas, sociales, pedagógicas... Condicionantes naturales y antrópicos impuestos al paisaje arquitectónico Ambas comarcas, localizadas en los altiplanos nororientales granadinos, forman parte del sureste de la Península Ibérica, y participan de un cruce de caminos, al integrarse dentro de "la gran ruta longitudinal que atraviesa de Este a Oeste las Cordilleras Béticas y a favor de la cual se ponen en contacto el Levante español y el estrecho de Gibraltar" como de "la principal vía transversal de la Alta Andalucía, la que mediante el valle del río Guadiana Menor enlaza Despeñaperros y la Meseta castellana con Almería y el Mediterráneo meridional" (Bosque y Ferrer 1999: 173-174), lo que ha favorecido el asentamiento humano desde tiempos inmemoriales. Por su parte, el medio natural, ha condicionado el hábitat, los materiales y las tipologías constructivas. Así, la inclusión de una parte del territorio en la orla septentrional de Sierra Nevada y la Sierra de Baza, ha propiciado en la construcción de cubiertas y tapiales el empleo de rocas tales como filitas y pizarras. También, tanto el terreno, como las condiciones climáticas adversas, han contribuido a que aparezca un tipo de hábitat totalmente integrado en el medio natural, el troglodita, el cual, emplea las arcillas y conglomerados fácilmente excavables situadas en las ramblas y malas tierras, como material de construcción; en estos habitáculos se padecen en menor medida los rigores extremos del clima, tanto el frío invernal como el calor estival, manteniendo una temperatura constante durante todo el año de 19ºC aproximadamente. Este rigor climático, sobretodo el extremado frío invernal, explica además la ausencia del elemento patio en la vivienda de origen morisco de la comarca, perdiendo toda su funcionalidad (1). Asimismo, la marcada irregularidad impuesta por el clima a la red hidrográfica, sólo amortiguada por el deshielo primaveral, junto con una desarrollada cultura del agua propia de la civilización musulmana, ha contribuido a configurar un paisaje etnográfico de gran valor, constituido por molinos harineros, albercas, aljibes, o acequias, entre otros elementos. Y por otra parte, la existencia de castaños, pinos, encinas, álamos, boj, retamas, espartizales, ..., han constituido la materia prima para la construcción de carpinterías, artesonados, forjados, vigas, y otros elementos de la arquitectura local. Y por último, el predominio tradicional de la economía agraria, ha propiciado la proliferación de una serie de construcciones, tanto viviendas (cortijos, cuevas, ...), como otros elementos constructivos ligados a la producción (acequias, cuadras, eras, palomares), que han propiciado la generación de una serie de valiosas construcciones etnográficas y culturales, y que a causa de los problemas económicos (excesiva dependencia de un sector agrario de escaso rendimiento) y demográficos (sangría poblacional en décadas anteriores y acusado envejecimiento de la población) que padece el territorio, se encuentran en peligro de desaparición.
La vivienda troglodita Si hay un elemento singular e identitario de ambas comarcas, Guadix y Baza, es el hábitat troglodita, el cual, presenta una elevada densidad y ejemplaridad como tipología de vivienda que se mantiene actualmente habitada, en contraposición a otras partes de nuestro país o región (2). De hecho, los viajeros ingleses románticos decimonónicos así lo percibían en sus relatos, cuando la señalaban como un elemento pintoresco, "chocante", singular y definidor de esta tierra (López-Burgos 2000). Este hábitat, propio de una sociedad muy arraigada a la tierra, fruto de la mezcla de varias culturas y períodos históricos, presenta una notable riqueza plástica en sus formas, aprovechando y adaptándose a un medio físico peculiar, por lo que merece ser entendido como paisaje cultural a preservar. Por tanto, el vivir en una cueva, tanto actualmente como en otros tiempos, no es sinónimo de pobreza ni de chabolismo. Así lo reconoce la profesora M. Urdiales (1987: 166) la cual le asigna características propias, como su arraigo y continuidad histórica, impropia de las chabolas; y su preferente localización en el mundo rural, al menos en este territorio, al contrario de las anteriores, ubicadas en las ciudades, en el cinturón urbano, y con un origen capitalista, donde se asientan clases miserables y explotadas. Totalmente integrado en el medio natural, emplea las arcillas, margas, yesos y conglomerados fácilmente excavables. Su trama urbana se adapta a la topografía abarrancada de las laderas, utilizando las ramblas como vías de acceso, y excavando la cueva en las paredes del barranco. En la rambla confluyen un conjunto interrelacionado de placetas de cuevas donde se desarrolla la vida del barrio. El hábitat troglodita se puede localizar en todo el núcleo urbano (3) o en su periferia (4). En estos habitáculos se padecen en menor medida los rigores extremos del clima, tanto el frío invernal como el calor estival, manteniendo una temperatura constante durante todo el año de 19ºC aproximadamente. Históricamente hablando, ya en época medieval existían asentamientos trogloditas, tanto en la Hoya de Guadix, como en la de Baza (5), ubicados en laderas abruptas, poseyendo también funciones defensivas y de refugio. Se corresponden con las cuevas, abandonadas actualmente, que los lugareños denominan "covarrones de moros". Para M. Bertrand (1990: 51), "la brusca aparición y la complejidad de este tipo de hábitat, sin antecedentes en la región, el pequeño número de los ejemplares y los paralelos actualmente conocidos hacen pensar que se puede tratar de transferencias de modelos elaborados en el sur del Magreb". Pero la aparición de las cuevas, tal y como las conocemos, no se producirá hasta el siglo XVI. Según C. Asenjo (1983), tras la conquista castellana, la aparición de una clase marginal musulmana, será el factor determinante del origen de las cuevas del periodo moderno. Hubo cierta connivencia entre la autoridad local y los moriscos para eludir su expulsión o para retornar, entre otros motivos, por la laboriosidad de tales gentes y por el quebranto que suponía para la agricultura su exilio (Barrios 1989: 226). Estos barrios trogloditas se situaron al margen de la ciudad católica contrarreformista, de las parroquias y conventos barrocos, y de las reglas urbanísticas imperantes. Ahora bien, no es hasta el siglo XIX y primera mitad del XX cuando se produce el desarrollo del hábitat cuevero. Las sucesivas desamortizaciones, junto a las épocas de sequía especialmente intensas en el Levante peninsular, generaron en nuestras comarcas una fuerte inmigración. "Los jornaleros se concentraban en las afueras de los núcleos urbanos, sin que hubiera ni tiempo, ni dinero para edificar casas, imponiéndose la cueva como solución" (González 1981: 2). Aunque existe mano de obra especializada, los maestros de pico, generalmente era la misma familia que después ocuparía la cueva, la que realizaba el trabajo. Hay que tener en cuenta que el picador va trabajando prácticamente a ciegas, pues no sabe lo que se va a encontrar detrás del paramento que está picando. Para guiarse y no aparecer dentro de otra cueva, va fijándose en el sonido que produce con su pico al hincarlo en la tierra. Su excavación no resulta penosa, pues "la arcilla se deja cortar con facilidad, pero después se endurece por la acción del aire" (Asenjo 1983). Dicho material también reduce la existencia de humedades, debido a su impermeabilidad. La primera labor era realizar un pequeño desmonte en la cara del cerro, produciendo un corte vertical que será la fachada (6); aplanándose delante de ésta el terreno para formar una placeta o era y contribuir así a allanar el terreno de estas paredes acantiladas donde usualmente se construían las cuevas. A continuación se excava un gran túnel en profundidad, aprovechando los niveles litológicos más coherentes como techo, al cual, se le daba forma cimbreada, abovedada o arqueada buscando un mejor comportamiento estructural y así evitar posibles derrumbamientos, e incluso se reforzaba con viguetas de madera empotradas en el terreno o en los muros (7). En ocasiones, el techo de la cueva inferior es usado como terraza por la que se encuentra en el nivel superior (Ascaso 1991: 166). En el centro de la fachada se trazaba la puerta de entrada y en uno de los laterales un pequeño hueco o vano. Por tanto, los huecos son pocos y de pequeñas dimensiones. Es característica también la chimenea, raras veces ausente, construida en piedra, de forma troncocónica y encalada, integrándose perfectamente en el paisaje. En el rellano que antecedía a la entrada se solían instalar tinaos de esparto, aleros de ramas o tejas, que preservaran la fachada de las inclemencias meteorológicas. La fachada solía encalarse (8), al igual que las paredes del interior, las cuales, presentan una textura tosca y rugosa procedente tanto del modo de ejecución como de la propia estructura del terreno, aunque las sucesivas manos de cal las disimulan en parte; al mismo tiempo este encalado genera una acción desinfectante. La cueva era una construcción nunca terminada, susceptible de ampliación mediante la excavación de nuevas habitaciones, si las necesidades familiares lo requerían. Por otra
parte, la elaboración de la vivienda troglodita
no dispone de un plano previo, ya que, entre
otras razones, está obligada a adaptarse a las características
geológicas del terreno. Aún así, se puede
establecer con carácter genérico un esquema de distribución de la
cueva. Hay que señalar la placeta
como el primer espacio que se encuentra en una cueva, y como primordial
para entender la vida
familiar cotidiana en las cuevas. "La placeta es soporte de vida
doméstica, exterior, por tanto una
extensión de la vivienda o la vivienda misma" que provoca la mezcla y
la unión de "lo privado con lo
público o cuando menos desfigurándose sus fronteras" (Alcón 1989: 24).
"En algunas cuevas, también
aparece un porche cubierto con teja o uralita, y en otros casos con
ramas y barro" (Lasaosa et al. 1989,
II: 202). El primer compartimento interior, es también primordial,
utilizado tanto de cocina, como lugar
donde la familia hace la vida en común. Cuando la habitación de entrada
no corresponde a la cocina,
ésta se sitúa en uno de los laterales. Junto a la cocina suele estar la
despensa. El resto de las
habitaciones, la mayoría de las cuevas disponen de cuatro a seis, según
las posibilidades que
proporcione el cerro, funcionan como dormitorios, dispuestos unos a
continuación de otros, de forma
radial, correspondiéndose, por tanto, con los espacios mas
resguardados, tanto de la luz como de la
temperatura exterior, y por esto, los mas utilizados para el descanso.
Las habitaciones son cada vez más
pequeñas conforme nos adentramos en el interior de la cueva, existiendo
también nichos o enreos que
son usados como armarios. El paso de una habitación a otra se hace por
medio de huecos rematados
por arcos de medio punto excavados en los muros de carga.
Además de la vivienda existen otros usos tan llamativos como lugar religioso o ermita (9), habitáculo para nichos, jaraíz o bodegas para el vino (10), majadas o refugios de pastor, o incluso palacete de la burguesía local. El trogloditismo es un fenómeno íntegramente ligado a los pobladores locales, a la cultura y etnografía propia.
Actualmente muchas de ellas se rehabilitan para uso turístico o de segunda residencia, adaptándolas a las necesidades de comodidad de la sociedad contemporánea, pero la mayoría se abandonan por no responder a las exigencias mínimas de higiene y confort (electricidad, agua potable, alcantarillado, tráfico rodado, etcétera). Las viviendas de origen morisco en el Marquesado del Zenete, Sierra de Baza, valle del río Alhama, pueblos de Zújar y Castril, y ciudades de Guadix y Baza Este tipo de arquitectura popular es el resultado de la síntesis de técnicas constructivas nazaríes y moriscas, por un lado, y de elementos castellanos por otro. La mayor pluviosidad y el extremado frío invernal explicaría la ausencia en estas viviendas de patio, que perdería toda su funcionalidad, y que si está presente en las casas del norte de África o de otras ciudades andalusíes de la Baja Andalucía. La excepción serían las viviendas moriscas de las ciudades de Guadix y Baza, medios urbanos que poseían viviendas de personas acomodadas, del siglo XVI, en el Barrio de la Magdalena, para la primera, y las en torno a las antiguas Carnicerías, para la segunda, que sí se organizan en torno a un pequeño patio central, con galería encima, sostenida por columnas de madera con zapatas. El patio suele tener un pozo para el servicio doméstico. Y en la planta superior poseen balcones, enmarcados en un alfiz rectangular, de madera incluido el barandal. También, en los pueblos del Marquesado de Zenete, y en los pueblos de Zújar y Castril, perviven aún hoy día viviendas que conservan la estructura y materiales originales del siglo XVI, ahora bien, en ellos la ausencia de patios es la regla general. Son viviendas de reducidas dimensiones. El zaguán se convierte en zona de paso obligada hacia cualquier dependencia. A la cocina-comedor se le asignan variadas funciones como reuniones familiares y vecinales, la elaboración de queso, conservas, dulces, costura, etcétera. Los dormitorios suelen disponerse en la segunda planta, mientras que los sobraos o tinaos ocupan la planta superior de la vivienda, o de dos viviendas, y se utilizaban para almacenar los alimentos, para realizar trabajos relacionados con la industria sedera, como hilar o tejer, o tomar el sol en los periodos de frío intenso que se suelen soportar en los periodos de invierno. Los tinaos "suelen ser habitaciones de grandes ventanales de madera con orientación sur y que ocupan solo parte de la cubierta del tejado, al menos esta es la definición de tinao que se encuentra en las poblaciones de Ferreira y Dólar, mientras que en otras poblaciones también denominan con este término a las terrazas de las viviendas que en su parte inferior dejan una especie de porche" (López y López 2000: 4). Por su parte, el saledizo es un "balcón de gran dimensión en voladizo, cuyo objeto es el de aumentar el reducido espacio de las viviendas, llegando casi a unirse en la parte alta de las estrechas callejas" (Cano 1973: 30). Los huecos son escasos y pequeños, "las casas medievales, tanto de cristianos, como de musulmanes, tenían muy pocas ventanas y la mayoría de ellas se hallaban situadas en las plantas superiores" (Argente 1994: 148); afirmación explicada tanto por los rigores del clima, por la pobreza de los sistemas constructivos empleados, como por la propia herencia histórica medieval musulmana que favorecía la intimidad. Como principales materiales de construcción, hay que señalar la pizarra, empleada en muros (11), ocupando el nivel inferior de éstos como parte de una cimentación corrida en todo el perímetro, en la cubierta donde grandes lajas forman aleros, incluso en toda la cubierta que aparece entramada con escamas de este material (12), o en la solería mediante grandes losas; la launa se utiliza para la capa más superficial de la cubierta, aprovechando su poder impermeabilizante (13), asemejándose a las existentes en la vecina comarca de Las Alpujarras, sustituida algunas veces por teja árabe; la cal prima tanto en las paredes exteriores como en las interiores; y por último, con madera (14) se realizan los forjados de piso y de cubierta en forma de vigas, rollizos que se apoyan en muros de carga y proporcionan la base de sostén de cañizos o tablazón, y también en otra serie de elementos decorativos de escaleras, puertas, ventanas, balcones, aleros y barandillas.
El cortijo Básicamente, corresponde a un sistema de explotación latifundista traído por los castellanos repobladores y reforzado por las desamortizaciones decimonónicas, localizándose sobretodo en la zona de los Montes, donde agrupan a varias edificaciones, llegando a conformar cortijadas; en el llano del Marquesado, y en los altiplanos de La Sagra (15). Se asientan sobre explotaciones cerealistas y ganaderas, exceptuando las "huertas" de regadío de las hoyas de Guadix y Baza, y los cortijos serranos del municipio de La Peza y la Sierra de Baza. Sus construcciones responden básicamente a una serie de necesidades funcionales y a los sistemas y materiales de construcción autóctonos. "Dependencias de habitación, de almacenamiento, de transformación y de ganado han sido dimensionadas y construidas atendiendo siempre a la mejor respuesta posible a unas determinadas necesidades funcionales. (...). La arquitectura agrícola tradicional empleó sistemas constructivos propios del lugar donde se emplazaba, tanto en cuanto a los materiales empleados como a los sistemas portantes y soluciones formales que se adoptaban (Torices y Zurita 2003: 66-67). Sus edificaciones se ubican en un montículo o en uno de los bordes del terreno a explotar. Detrás del cortijo se sitúa el corral, el cual, surge de la adición de varias edificaciones (graneros, cuadras, pajares...). Delante se encuentra la era. El edificio principal, resalta por su mayor volumen y tratamiento formal, y posee doble crujía, paralela a la línea de fachada, con cubierta a dos aguas; en su interior, en la planta baja en torno al zaguán se disponen cocina y salones, y en la planta superior, dormitorios y cámaras. En la actualidad es generalizado el abandono de estos cortijos y cortijadas, a excepción de unos pocos para fines ligados al turismo rural y a la hostelería. Ahora bien, en esta recuperación de determinados edificios priman únicamente criterios económicos, de mercado, de oportunismo, y accesibilidad, frente a otros criterios de interés arquitectónico o etnográfico que se debieran considerar también. El caserón burgués decimonónico Situados en las principales vías de los pueblos, estas construcciones se remontan a la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, consecuencia de la desamortización de Mendizábal y el acopio de tierras por una nueva clase burguesa. La ocupación en doble o triple crujía, tiende a colmatar toda la parcela. La edificación se desarrolla en dos o tres plantas de altura, con cubierta a dos aguas, siendo la última planta de menor altura en fachada, constituyendo el altillo. Con respecto a los materiales empleados, destacan la piedra (caliza, piedras de cantera, fragmentos rodados, etcétera) y el yeso, estando los muros cubiertos de cal, excepto un pequeño zócalo. Presentan disposición formal de huecos y gradación de tamaños según alturas, diferenciándose el tipo de huecos según la planta, siendo representativos los grandes y numerosos balcones en la planta primera. Empleo abundante de madera en la carpintería interior: puertas, barandas de escaleras, lacenas, etcétera. Los huecos llevan cerramientos de forja como elemento decorativo. Se utilizaba teja árabe con tablazón y vigas de madera en tejado y techos.
Ventas y posadas La ubicación de ambas comarcas en un pasillo natural, el surco intrabético, ha permitido que a lo largo de la historia sea vía de comunicaciones, sobretodo entre el Levante y el Sudoeste peninsular. Por ello es frecuente encontrar numerosas ventas situadas a lo largo de su entramado viario. En algunos casos, estas ventas complementaban su función con la explotación de terrenos de labor, principalmente cereal, y en otros, junto a ellas se disponían unidades de explotación con entidad propia. Por su parte, las posadas se ubicaban en calles anchas o en plazas importantes del pueblo, destacando en su fisonomía sobre el resto de construcciones que las rodeaban. Contaban con un mínimo de dos plantas, a las que se les unía en ocasiones el secadero superior. Se accedía a ellas a través de dos entradas, una para personas y otra de mayores dimensiones para las bestias y carros. El establo aumentaba su tamaño para poder dar cabida a los animales que acompañaban a los arrieros; además, contaban con una leñera, marraneras y corral. En la planta baja se encontraba una gran habitación junto a la cocina que hacía las veces de salón-comedor, y en la planta superior se disponían una buen número de dormitorios a lo largo de un estrecho pasillo. Construcciones ligadas a la cultura del agua Debido a la desarrollada cultura del agua propia de la civilización musulmana, "elemento que llegó a ser tanto el principal factor de producción como el eje de la organización social, conformando auténticas "sociedades hidráulicas" (Muñoz 1992: 258), y cuya importancia "pervive hasta hoy día en los sistemas de riego" (Arias 1984: 203), se encuentran, tanto en el espacio agrario como en el espacio urbano, numerosas construcciones derivadas de ella, como son acequias, albercas, fuentes, aljibes, pozos, molinos de agua, lavaderos, ..., las cuales daban lugar en época medieval a auténticos vergeles. Las acequias eran la base de la articulación territorial de estas localidades. Eran "caminos del agua, pero también de los hombres. El líquido se pega al terreno de tal manera que forma parte del paisaje como un elemento integrado. (...) Los partidores, las pequeñas derivaciones, las sendas y la vegetación en torno a las acequias llegan a formar un todo" (Malpica 1995: 22). Incluso tras la conquista castellana, la administración de los sistemas de regadío se tuvo como fuente para delimitar la estructura municipal. Sus funciones eran el riego de campos y el abastecimiento poblacional de los diferentes asentamientos, en los cuales penetraban aprovechando el viario, tal y como se apreciaba en las ciudades de Guadix y Baza, o en las villas de Gor y Orce. Existían de varios tipos: en lajas de caliza y pizarra; en terrenos impermeables (acequias de tierra); o excavadas en la roca madre, como ocurría en Zújar. Por su
parte, las albercas se
pueden considerar como presas artificiales, de tal importancia, que su
uso
se vio regulado para evitar conflictos entre los propios vecinos de una
población o de éstos con otras
comunidades vecinas; estando situadas en torno a las corrientes
esporádicas de las ramblas que no
alcanzan el llano, perfectamente integradas en el paisaje. Se
ejecutaban con mampostería de pizarra
revestida con un revoco arcilloso o de launa. Ejemplos de estas balsas
se encuentran en todo el
territorio, pudiéndose señalar como ejemplos las de Albuñán, Lopera,
Orce o Valcabra (Caniles).
Asimismo,
las fuentes o caños,
la mayoría ya existentes en época medieval, se ubicaban junto a las
mezquitas, después iglesias, en las plazas y en las entradas de los
pueblos, empleándose tanto por los
vecinos como por el ganado. Funcionaban como el elemento aglutinador o
de reunión en el pueblo o en
el barrio. Así, por ejemplo, en Zújar cada barrio poseía su caño para
el aprovisionamiento de agua de
los vecinos. Se diferencian dos tipologías de fuentes; las situadas en
medio de la plaza, vertiendo el
agua por un surtidor central o varias caños, a una pileta circular que
la recoge, y las fuentes adosadas a
un muro, que vierten el agua a través de varios caños a un pilón
rectangular.
Los aljibes, construidos para almacenar agua, disponen de planta rectangular, bóveda de cañón, y emplean pizarra o cantos rodados; estando embutidos hasta el comienzo de la bóveda en el terreno, por lo que están perfectamente integrados en el paisaje. Dichos aljibes funcionaban como punto de abrevadero del ganado y de los habitantes. Mientras que los aljibes eran comunes en el Marquesado, Gorafe y Freila, los pozos lo eran en la zona de los Montes; funcionando ambos como lugar de abastecimiento de agua para los habitantes del barrio, y para el ganado. Los aljibes de Gorafe aprovechan la gruesa capa de caliza superior permeable, como cubierta de un recipiente en el que la base está formada en parte por otra capa impermeable de material arcilloso (Sorroche 2004: 121). Los molinos de agua, actualmente están la mayoría arruinados o destinados a otros usos más precarios, localizándose en espacios serranos, en las proximidades de cursos naturales o en los alrededores de acequias, para usar la energía del agua para mover sus pesadas piedras. Poseían tres tipos de cubierta: planas de launa, inclinadas de teja árabe, y de grandes hojas de pizarra. Los muros pueden ser de mampuestos, de picas más planas de pizarra, o de otro tipo de rocas (Salort et al. 1997). El espacio reservado para moler el grano presenta una planta rectangular sin ningún tipo de división interior, y a ella se van anexionando almacenes y ámbitos adecentados para la vida doméstica del molinero y su familia. Estas dependencias se desarrollan en sentido longitudinal, ya que en el transversal es por donde se produce la entrada y salida del agua. Dicho elemento líquido entra en el molino por la parte posterior, por medio de un acueducto de piedra o de madera que crea un salto artificial a través de un pozo de elevada altura. Debajo del nivel del suelo está la boca del setillo, por donde el agua cae sobre el rodezno que transmite su giro a una pieza vertical llamada parahierro, que tiene dos salientes que enganchan en la labija, que encaja a su vez en la piedra. El grano se molía entre dos piedras, una fija situada en la parte inferior llamada solera y otra móvil en la parte superior llamada corredera. Mediante una tolva se vertía el cereal sobre la solera y una vez molido se recogía en esteras de pleita o en bandejas de madera (Reyes 2000: 18).
Y de los lavaderos,
se conserva un
reducido número de ellos (16);
situados en el paso de una acequia, la
mayoría están cubiertos, siendo en otra época lugares de reunión
frecuentados tanto por mujeres como
por hombres.
Arquitectura de producción Se encuentran otro tipo de construcciones ligadas a la actividad productiva tradicional como eras, graneros, pajares, palomares, bancales... Las eras surgían de la necesidad de cribar cereales y legumbres; con objeto de estar expuestas a los vientos dominantes, se ubicaban en lugares altos, en las afueras del pueblo. Podían ser de dos tipos: de piedra, a base de maestras radiadas o paralelas, con cantos rodados o pedazos de piedra de pizarra, diferenciándose las maestras claramente ya que estaban formadas por piedras de color más oscuro que el resto y de mayor tamaño (17); o de tierra, localizadas en las hoyas de Guadix y Baza, donde la piedra escaseaba, aprovechando, en ocasiones, las placetas allanadas delante de las cuevas. Además de las específicas funciones de trilla y aventado, también se utilizaban en actividades lúdicas y sociales, constituyéndose como espacios de reunión.
Por su parte, los graneros y pajares se construían de mampostería de pizarra o de caliza sobre planta rectangular, con una o dos alturas, sin divisiones interiores, y con pequeños y escasos vanos. No presentaban divisiones interiores.
Asimismo,
los palomares, de los
que se obtenía la palomina o guano utilizado tradicionalmente como
abono, se encuentran en su mayoría arruinados.
Podían ser de tres tipos: situados en el último piso de
las viviendas o en los entabacados; excavados en la arcilla en cuevas,
en forma de casilleros en hileras
superpuestas, a los que se denomina boticas de moros;
o los elaborados mediante nichos o celdillas
hechos mediante pequeñas lajas de piedra, habituales en la Sierra de
Baza.
En la
construcción de bancales y paratas se
empleaban los cantos rodados y la piedra de pizarra para la
confección de los balates, los cuales, junto con la intensa
arboricultura morisca, que propiciaba la
existencia de árboles tanto en las márgenes como en el interior del
bancal, permitían el camuflaje
visual en el paisaje y el freno de los procesos de erosión fluvial. Son
abundantes en la zona del
Marquesado del Zenete, Lugros, La Peza, Zújar y Castril.
Las cercas, de origen medieval, y realizadas con muretes de mampostería, predominan en las huertas de Baza y Guadix, las cuales separan unos huertos de otros y contienen el terreno en las zonas de avenidas de agua de las ramblas. Por otra parte, los muretes, predominantes en la zona de los Montes, separan unas parcelas de otras, impidiendo el paso del ganado. Los pozos de nieve, son construcciones ligadas al aprovechamiento tradicional de los neveros de alta montaña para obtención de hielo, de los que permanece como ejemplo el situado en los Prados del Rey. Y por último, la cal, que se emplea para blanquear los edificios de los pueblos de este territorio, se realizaba en las caleras, de las que se han encontrado aún en pie en La Calahorra, Cortijo de la Torre de Guájar y en Hernán Valle. Se trata de hornos donde se elaboraba la cal grasa. Estos hornos se construían junto a la cantera, presentando forma tronco-cónica, realizados con grandes bloques de piedra, con una chimenea y una entrada.
A modo de conclusión. Hacia la creación de sistemas y paisajes construidos culturales Los elementos arquitectónicos comentados constituyen el reflejo de los diferentes períodos históricos y de las condiciones sociales, culturales y económicas representativas de cada uno de ellos. Correspondientes al período medieval-musulmán destacan las construcciones ligadas a la cultura del agua (caños, baños, aljibes, acequias y albercas), el hábitat troglodita (covarrones) y una tipología específica de vivienda, la casa morisca. Posteriormente, en la etapa moderna, en la que se produce una mayor diferenciación social, aparece la casa del campesino, ocupada por el nuevo repoblador, la vivienda troglodita con la tipología característica actual, y otros ligados a la arquitectura productiva como eras y pajares. A partir del siglo XIX aparece el ensanche urbano, con proliferación del caserón burgués. Es decir, todas estas construcciones dan lugar a un mosaico de huellas de los diferentes componentes etnográficos, históricos, culturales, económicos y sociales, creando unos valiosos sistemas construidos. Asimismo, se trata de construcciones con una serie de valores ambientales, históricos y etnográficos. Su valor ambiental se fundamenta en tratarse de una arquitectura integrada en el medio ambiente, el empleo de materiales del terreno y la adaptación a sus condiciones físicas. Su valoración histórica radica en que se encuentra testimonio de este patrimonio arquitectónico desde la Edad Media, sin haber experimentado apenas modificaciones. Y se valora etnográficamente, porque se corresponde con elementos construidos, a los que se han asignado usos estrechamente ligados a la cultura tradicional, agraria y rural. Desde el comienzo hasta su final, pasando por las actividades cotidianas del campo, la vida humana de los habitantes giraba en torno al patrimonio arquitectónico que se presenta. El resultado son diferentes paisajes culturales, en los que la cultura es el agente y lo natural, el medio. Por tanto, "el propio territorio se convierte en museo en el que la historia, el arte, el patrimonio etnológico y popular, la naturaleza (...) se unen para crear un producto de turismo cultural apoyado en una red de infraestructuras museísticas o se contempla como un museo vivo en el que la comunidad rural reconoce y expone su historia y la de su territorio" (Cañizares 2009: 95). Todos los elementos arquitectónicos, desde los elementos medievales (covarrones, construcciones ligadas al agua, ...), pasando por la arquitectura tradicional (viviendas-cueva, cortijos, ...), hasta los productivos (eras, graneros, bodegas, ...), son suficientemente relevantes como para generar una necesaria valoración social, para evitar su destrucción, para fomentar su reutilización y el desarrollo en torno a ellos, generando empleo, y un desarrollo alternativo, teniendo como base la cultura, mediante actividades ligadas al turismo, al ocio y a la interpretación. Notas 1. Al contrario de lo que ocurre en otras zonas geográficas como la Baja Andalucía o el Norte de África, donde el patio sí desempeña una función predominante. 2. Al menos cuantitativamente, ya que esta vivienda troglodita es muy común en la arquitectura popular andaluza; "la horadación de la tierra, nos recuerda la importancia que el agujereamiento, como operación arquitectónica, tiene en la arquitectura popular andaluza" (Sierra 1980: 369); y en la de otras regiones peninsulares. La Hoya de Guadix, la cuenca baja del río Alhama, la confluencia de los ríos Fardes y Guadiana Menor, y la Hoya de Baza son los espacios donde se presenta con mayor densidad este tipo de vivienda. 3. Como sucede en los casos de Beas de Guadix, Benalúa, Benamaurel, Cortes de Guadix, Fonelas, Graena y Marchal. 4. Como ocurre en las ciudades de Baza y Guadix, o en los núcleos de Alcudia, Exfiliana, Galera, Orce o Zújar, entre otros. 5. En los municipios de Beas de Guadix, Benalúa, Benamaurel, Cortes y Graena, Fonelas, Marchal y Purullena. 6. En algunas cuevas antiguas se reforzaba la fachada con mampostería o con contrafuertes, con lo que también se conseguía proteger la fachada de la erosión. 7. En la aldea de Belerda y en el pueblo de Galera, las cuevas presentan la peculiaridad de poseer el techo plano, al aprovechar el sustrato duro, y ser por tanto innecesaria la excavación de la bóveda. 8. Mezclándose la cal en la zona de Baza con tierra. 9. Como las ermitas de Belerda, Los Baños y la Ermita Nueva del barrio troglodita de Guadix. 10. Disponen de un largo pasillo y cubículos laterales, en los que se colocaban las tinajas, cuyos ejemplos aún se pueden encontrar en los pueblos de Alcudia de Guadix, Benamaurel (Cueva del Tío Tinajas), Caniles y Galera. 11. El ladrillo únicamente aparece empleado en las viviendas de Guadix, Baza y Zújar, aunque para determinadas funciones estructurales. 12. Como se puede apreciar en la población de Huéneja y en algunas zonas de la Sierra de Baza. 13. Ejemplos de estas cubiertas se launa se encuentran en la mayor parte de los pueblos del Marquesado de Zenete, y en la Sierra de Baza, en la aldea de Charches. Actualmente gran parte de éstas son trasdosadas con materiales de construcción prefabricados, como placas de fibrocemento o de uralita, solución desafortunada desde el punto de vista estético, hasta el punto de borrar la imagen primitiva. 14. De roble, boj, pino o álamo. 15. En esta zona, los cortijos existentes presentan mayores similitudes con respecto a la casa murciana, en cuanto a materiales, funciones, y soluciones constructivas, que respecto al tradicional cortijo andaluz (Moreno 1971: 333). 16. En Beas de Guadix, Belerda, Lopera, Alcudia, Charches y Hernán Valle. 17. Son muy representativas de esta tipología las existentes en la parte alta del núcleo urbano de Charches. Bibliografía Alcón, F. Argente del Castillo, Carmen Arias Abellán, Jesús Ascaso, Luis Asenjo Sedano, Carlos Asociación Proyecto Sierra de
Baza Barrios Aguilera, Manuel Bertrand, Maryelle Bosque Maurel, Joaquín (y Amparo
Ferrer Rodríguez) Cano García, Gabriel Cañizares, M. Castellano, M.( et al.) Collado J. (et al.) González Barberán, Vicente Innaurato, E. Lasaosa, M. (et al.) Lois, R. (y H. Capellá) (coord.) López, J. (y J. López) López-Burgos, M. Malpica Cuello, Antonio Martínez, X. (y P, Sánchez) Moreno, J. Muñoz, A. Ortega, J. Reyes Mesa, J. Salort, J. (et al.) Sierra, J. Sorroche Cuerva, Miguel Ángel Torices, N. (y E. Zurita) Troitiño, M. Urdiales Viedma, María Eugenia |
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