|
|||||||
|
|||||||
1. La tradición disciplinar de la antropología y los nuevos objetos de estudio En los momentos fundacionales de la Antropología institucionalizada y de las primeras descripciones académicas de la diversidad cultural, ésta era percibida desde la óptica de la curiosidad colonialista por el conocimiento y control de la sustantiva diferencia, a menudo construida y sistemáticamente atribuida a lo "exótico" o "primitivo". Partiendo de esa visión etnocéntrica, limitada desde la satisfecha atalaya occidental a lo "remoto", con su aureola de radical alteridad, la ciencia de la cultura ha tenido que irse adaptando a los acelerados cambios de la modernidad mediante la renovación o reorientación de sus campos de interés. Así, desde la decimonónica fascinación distante por los otros, se pasa hoy día a reconocer -citando la ironía de Paul Bohannan- que "para raros, nosotros". En ese desplazamiento de la Antropología hacia nuevos objetos de atención más cercanos, se dibuja la tendencia a ocuparse preferentemente por aspectos o sectores de la cultura -subconjuntos del sistema sociocultural-, antes que por la tradicional y casi prometeica cobertura holística de "culturas completas", en todos los lugares y en todas las épocas. Uno de los efectos más visibles de este reciclaje adaptativo, al enfrentarse con los vertiginosos procesos de homogeneización económica y cultural que -desde mediados del XX- impulsa el capitalismo a escala planetaria, consiste, precisamente, en delimitar temas parciales o enfoques específicos, vinculados con nuevas dimensiones o problemáticas de la vida social y cultural. Lo que ha desembocado en la construcción de un nuevo paisaje temático y una renovación metodológica para la Antropología. Se tiende ahora al abandono del objeto fundacional -y por ende colonial- de investigación antropológica: el "hombre primitivo"; y se pasa al campesino, al habitante del "tercer mundo", al "urbanita", al "marginal", al migrante o al turista. Como señala Agustín Santana en referencia al reciente interés de la disciplina por uno de esos nuevos objetos, el turismo de masas: "Cuando nos referimos a los estudios antropológicos del turismo (…) los 'otros', el objeto tradicional de la antropología, se complejiza y, en parte, retoma la vieja visión de lo exótico en su aplicación al turismo (…) para obtener un 'otro' acotado, limitado a nuestro campo de estudio, que puede recibir el nombre de 'turista', 'anfitrión', 'indígena' o 'huésped', pero en último término no ha variado tanto respecto al 'hombre primitivo' que estudiaron los antropólogos de ayer" (Santana 1997: 3). Así pues, esta nueva especialidad de la práctica antropológica concuerda con la tendencia actual a sustituir el ambicioso estudio global de culturas, por la investigación en profundidad de aspectos parciales o problemáticas concretas. Es en ese contexto donde surge el reciente interés antropológico por el turismo, y el consiguiente desarrollo de una todavía incipiente tradición teórica e investigadora, que puede denominarse, y comienza a conocerse ya como Antropología del turismo.
2. La antropología en el estudio de los procesos de cambio cultural generados por el turismo La importancia económica y sociocultural del turismo hace tiempo que crece a escala planetaria, constituyendo cada vez más una fracción sustancial de los recursos de numerosos países en todos los continentes. Esa espectacular relevancia económica del fenómeno turístico se ve acompañada por la densa y compleja trama de influencias, cambios e impactos, que inducen sus actividades e infraestructuras sobre las culturas y entornos receptores de su presencia. El turismo se presenta, así, como una realidad que interesa y cruza a múltiples disciplinas: historia, geografía, demografía, economía, ecología, politología, sociología, psicología y antropología. Por consiguiente, el estudio de esta temática puede y debería verse abocado a la interdisciplinaridad, desde una perspectiva cooperativa, coordinada y no jerárquica de las ciencias citadas. Parece claro que el acervo teórico, metodológico y ético propio de la mejor tradición antropológica, ofrece una despensa de recursos virtualmente útiles para el estudio y comprensión del turismo. En particular: el trabajo de campo intensivo -la etnografía-, y algunos de los modelos teóricos e interpretativos que esta ciencia ha ido construyendo acerca del cambio social y de los procesos contemporáneos de aculturación, transición cultural y modernización. El colosal crecimiento de los flujos estacionales de población que canaliza el sistema turístico en las últimas décadas (1), provoca nuevas formas y grados de encuentros, interacciones y conflictos intra e interculturales, específicos de la actividad turística. Los componentes, procesos y efectos de estos fenómenos conectan muy directamente con problemáticas y modelos de análisis ampliamente desarrollados por la antropología: contacto y choque cultural, aculturación y difusión, etnicidad e identidad, modernización y globalización, cambio social y cultural, procesos de transición, etc. Todas ellas, cuestiones características de la praxis antropológica desde hace tiempo. Por tanto, conviene comenzar con una selección apropiada de ese rico bagaje teórico y metodológico, para contribuir a una tarea necesariamente interdisciplinar: describir y explicar la actividad turística con sus tipos y modos de operar, así como los procesos que impulsa y los efectos que produce. En primer lugar, rescatemos la noción de aculturación, acuñada en el seno de la corriente antropológica culturalista norteamericana, a partir de los años treinta del pasado siglo; si bien, su desarrollo teórico y práctico se afianzó durante la década de los cincuenta. Una definición reciente es la que formula J.-F. Baré: "El término aculturación designa los procesos complejos de contacto cultural por medio de los cuales, sociedades o grupos sociales asimilan o reciben como imposición rasgos o conjuntos de rasgos que provienen de otras sociedades" (Baré 1996: 13 a 15). No obstante, nada demasiado nuevo se añade aquí a las aproximaciones originarias al concepto, que elaboraron los clásicos culturalistas de aquella primera generación como Redfield, Linton, Herskovits y Foster. Por su parte, Ralph Linton centró su atención en las formas que podía adoptar el cambio cultural inducido, a través del concepto de "difusión"; así como de las formas de aceptación o resistencia que le acompañan. Con todo, el estudio de la aculturación -o "transculturación", como luego propuso rebautizar Herskovits a esta noción- se aplicaba casi exclusivamente, y en un sentido limitado, a las situaciones de contacto con predominio de sociedades occidentales, lo que al poco le granjeó una legítima crítica de etnocentrismo. La creciente sutileza del aparato analítico sobre los procesos de aculturación desembocó en la producción de nuevos conceptos y redefiniciones de los anteriores, como el de "biculturación", que podría ser útilmente adoptado para el estudio de la relación turistas / anfitriones: "Cuando los individuos, en situaciones de contacto que estimulaban la sustitución [de rasgos culturales], no se atenían a un tipo único de respuesta. Como en el caso del bilingüismo, un individuo podía adoptar dos o más formas de comportamiento y practicarlas adecuadamente en diferentes circunstancias" (Spicer 1977: 36). Todo ello resulta en un refinamiento del campo de aplicación y del instrumental analítico que lleva aparejado el concepto de aculturación, inscrito a partir de entonces en el marco más amplio de los estudios sobre el cambio social y cultural: "La relación entre los cambios en pequeña y gran escala y entre los cambios a corto y largo plazo, son dos ejemplos de las múltiples complejidades analíticas y fácticas que encierra [la noción de aculturación]" (Moore 1977: 130). De este modo los estudios de aculturación se abrieron, por fin, al análisis de las persistencias de las estructuras tradicionales, en el nuevo contexto de las teorías sobre la modernización y la globalización. Estas coordenadas teóricas se sitúan en un campo de estudio antropológico que es el del cambio cultural; y, en éste ámbito, se articulan dos conceptos y procesos estrechamente imbricados: la transculturación (2) propiamente dicha, y la difusión. Podemos recuperar una clara distinción de esas nociones, siguiendo a Herskovits: "La transculturación debe distinguirse del cambio cultural, del cual no es más que un aspecto (...). Tiene asimismo que ser distinguida de la palabra difusión (...) la difusión, en estos términos, es el estudio de la transmisión cultural conseguida; en tanto que la transculturación es el estudio de la transmisión cultural en marcha" (Herskovits 1981: 571). Se trata, pues, de restituirles a las "culturas blanco" -o en nuestro caso, receptoras y "anfitrionas" de los flujos turísticos-, habitualmente subordinadas en lo político, su específica plasticidad creativa ante los procesos de cambio cultural impuesto o inducido. Un paso más en este desarrollo teórico lo constituye el descubrimiento del "principio de selección", que opera en casi todas las ocasiones de contacto entre culturas. Esta fecunda herramienta analítica se relaciona con el fenómeno de la difusión cultural y sus implicaciones, resultando particularmente adecuada -como veremos luego- para la investigación sobre los efectos socioculturales del turismo. A partir de aquí se derivan otras ideas, como el controvertido concepto de las "supervivencias marginales", afectado de cierto mecanicismo unilateral en su manera de concebir el contacto cultural y sus efectos. Ya el propio concepto de supervivencia, como reliquia obsoleta de una cultura en trance de desarticulación, es a su vez residuo de los enfoques unilineales del evolucionismo decimonónico. Más interesante resulta, en el marco del estudio etnográfico del turismo, la argumentación sobre los mecanismos que operan en los fenómenos de resistencia o afirmación identitaria. Linton discierne así tres momentos encadenados en los procesos de difusión cultural: la "presentación", la "aceptación" y la "integración" del elemento o conjunto de rasgos culturales que se ofrecen o transmiten de un grupo a otro. Obviamente, tanto la aceptación como la integración se presentan en este esquema como grados en un continuo; lo que da entrada a los fenómenos de rechazo, aceptación parcial o selectiva, y transformación o reinterpretación de esos elementos importados o inducidos, por parte de la cultura receptora. Este argumento se formula así: "Cuando (...) una sociedad tiene contacto exclusivamente con grupos selectos de individuos de otra sociedad, el grupo receptor nunca estará expuesto a la totalidad de la cultura del grupo donador, situación que efectivamente se da en aquellas regiones donde los blancos llegan como comerciantes o administradores, pero nunca como artesanos o trabajadores" (Linton 1985: 320). Sí sustituimos aquí "blancos" por "cuellos blancos", o por turistas y agentes del dispositivo turístico, el planteamiento resulta prometedor para fines analíticos referidos al sistema del turismo y sus efectos sobre las regiones de destino. En este sentido, la teoría de Linton ofrece una articulación entre la imposición cultural, acompañada del uso de la fuerza, y la consiguiente reacción identitaria que puede generar; además de las estrategias de camuflaje y uso circunstancial -tácticamente orientado- de los elementos impuestos en los contextos de recepción: "Un grupo (...) puede mantener sus propios ideales y valores intactos durante generaciones, modificando y reinterpretando los elementos superficiales de la cultura que le han sido impuestos, de tal modo que no estorben a los ideales y valores propios" (Linton 1985: 328-29). Pero, como avanzábamos antes, el núcleo más fecundo de este modelo teórico para su recuperación en el estudio del turismo contemporáneo, estriba en su formulación de las condiciones que orientan el principio de selectividad, cuando se trata de explicar los fenómenos de aceptación o de resistencia en los procesos de contacto cultural que implica el turismo. En cuanto al primero, los dos requisitos básicos de la aceptación de nuevos rasgos externos serían: su utilidad y su compatibilidad, desde la perspectiva de la cultura receptora. Un enfoque como éste debe matizarse, a nuestro entender, con una visión dinámica de las culturas en contacto, para no incurrir en un ingenuo modelo funcionalista de ajuste e integración perfecta, del que suelen derivarse figuras estereotipadas de las comunidades anfitrionas como pasivas, homeostáticas y refractarias a los cambios. Por otra parte, y junto a las motivaciones y elementos "internos" de la cultura receptora, no hay que subestimar la eventual importancia de la aceptación diferencial -por determinados individuos o subgrupos- de ciertos rasgos o elementos "penetrantes". Y ello, en virtud de múltiples motivos, como a menudo es el caso del prestigio asociado a la cultura "fuente" o a sus mediadores: el denominado "efecto demostración"; o bien, el deseo de una movilidad social ascendente a través de la emulación de los elementos foráneos mejor situados.
3. Para una aproximación antropológica al turismo de masas: el enfoque etnohistórico Para situar correctamente los procesos de cambio sociocultural -en los que interviene el turismo de modo cada vez más intenso-, conviene presentar una breve aproximación a las tendencias macropolíticas que se manifiestan como modernización, en el marco general de los procesos expansivos de transición al capitalismo como "economía-mundo" (3). En este sentido, el importante trabajo de Eric Wolf (4) -muy próximo, por cierto, al enfoque etnohistórico- responde a un oportuno reencuadre de la atención antropológica hacia fenómenos relacionados con las resistencias y alternativas a la expansión capitalista en todos los ámbitos. En correspondencia con la concepción del contacto cultural como intercambio biunívoco, Wolf destaca que los pueblos, clases y sociedades subordinadas, no sólo han sido víctimas pasivas de la dominación política y económica, sino que ellos mismos han contribuido a modelar la forma y la intensidad de esos cambios, a través de múltiples estrategias de creación, adaptación y resistencia. Reparemos asimismo en la importancia de resistencias estructurales inherentes a ciertas formas de organización del trabajo, pues son centrales en la configuración cultural de las sociedades campesinas, cada día más abocadas a constituirse en anfitrionas del expansivo sistema turístico planetario, a través de esa modalidad llamada "turismo rural". Además, como demuestran Wolf y otros muchos antropólogos, las comunidades campesinas no son reliquias o supervivencias pintorescas, sometidas a la cuenta atrás de su definitiva liquidación demográfica y absoluta transformación económica; sino antes bien culturas creativas, que se enfrentan activamente al devenir histórico. Un proceso muy complejo, con presencia de tres elementos: emigración, industrialización y mercantilización. La creciente difusión de la actividad turística en las zonas rurales, abordada en este contexto general, y con la contribución de una investigación etnohistórica concordante, puede resultar más comprensible en toda su complejidad. En su primera acepción, el concepto de "etnohistoria" se fundaba en un criterio restrictivo y arbitrario, más o menos explícito según los autores: la etnohistoria sería la historia de las sociedades ágrafas, que al carecer de escritura y por ende de documentos, conservaban su pasado exclusivamente a través de la tradición oral y de la cultura material. El replanteamiento de esta perspectiva, tras una serie de avatares y refinamientos progresivos (5), se consolidará con la fundación, en 1954, de la influyente revista Ethnohistory, destinada en sus inicios a servir de instrumento de análisis e investigación sobre los pueblos indios de Norteamérica, cuyas reclamaciones territoriales y culturales habían experimentado un notable incremento por aquellos años. Este es el punto de inflexión de una refundación de los usos de la etnohistoria, con la ampliación de su campo de competencias, aplicándose también, a partir de entonces, a las sociedades contemporáneas de Europa. Es en este sentido en el que parece apropiado examinar y ensayar su potencial heurístico para el estudio del turismo de masas contemporáneo. Esta reciente concepción amplia del método etnohistórico se podría formular en los siguientes términos: "Es etnohistoria el conjunto de los procedimientos de puesta en relación del presente con el pasado en el interior de una sociedad o grupo, en su lenguaje y refiriéndose a sus valores y posturas propias" (Izard y Wachtel 1996: 348-351). Se configura, pues, como una combinación de las técnicas de etnólogos e historiadores, aproximándose en su perspectiva subyacente a la "historia regresiva" o retrospectiva, tal como la propuso Marc Bloch (6). Un programa particularmente adecuado a la investigación de los procesos de cambio sociocultural inducidos por la industria del turismo masivo. Toda definición implica un cierto grado de convención y cierre, a lo que no escapa el logro de una que resulte ampliamente consensuada (7) del turista; por ejemplo: aquella persona que realiza desplazamientos libremente elegidos y de más de 24 horas, fuera de su domicilio -excluidos por consiguiente los movimientos cotidianos al lugar de trabajo-, impulsados o canalizados por patrones de consumo colectivo. Desde mediados del XIX hemos asistido al tránsito paulatino desde un ethos romántico e ilustrado, aventurero y elitista del turismo, entendido como una actividad vinculada al colonialismo exotizante -del que el "orientalismo" explorador o viajero de un Flaubert o incluso de un Burton, analizados crítica y exhaustivamente por Edward Said (8), constituyen un ejemplo palmario-, hasta una visión contemporánea, presidida por su masificación y mercantilización expansiva. En este nuevo contexto se presenta como una importante forma de ocupación del ocio, conquistado por las clases populares de los países desarrollados. Los prerrequisitos para esta nueva disposición de la actividad turística -visible ya en Europa y USA durante la última década del XIX- surgen del acelerado crecimiento del liberalismo capitalista, y se traducen en dos cruciales recursos que detentará el nuevo turista: el ocio y el ahorro. La aristocracia viajera y su séquito de advenedizos presencian entonces la aparición de una nueva "clase" turística: las capas más dinámicas de las nuevas burguesías urbanas europeas. En el curso de esta lenta maduración, puede advertirse que ya en la década de los 50 del XX, con el acceso de las clases populares a un cierto despegue de la "conquista del ocio", se incorporan al proceso otras variables que consolidan, potencian y luego transforman al turismo en algo así como una nueva "industria", a la par que en un rentable negocio. Es en estos momentos cuando aparece el denominado "turismo de masas", surgido con creciente pujanza de los escombros de la II Guerra Mundial, e impulsado por el espectacular crecimiento económico de Estados Unidos y Europa, al calor de la reconstrucción posbélica y la Guerra Fría. Para
avanzar
en
una aproximación antropológica al turismo, resulta indispensable
identificar y
estudiar no sólo los elementos que componen el sistema turístico, sino
los
tipos y modos de interacción que se establecen entre esas dimensiones o
componentes. Pero también, y sobre todo, los efectos que se generan y
las
formas e intensidades de retroalimentación y cambio sociocultural que
movilizan
tales efectos y relaciones. En suma: desde la antropología podemos
aspirar a
una definición sistémica y dinámica, a la vez que históricamente
contextualizada, de la actividad turística. En este sentido, la
necesaria alternativa
a las definiciones reduccionistas o sesgadas del turismo como un mero
sector
-del amplio campo de los servicios-, o una peculiar industria -del
ocio-, sería
construir esa perspectiva sistémica y pragmática, que entendería el
turismo
como un conjunto de prácticas, relaciones y disposiciones asociadas a
las
mismas. En esa línea retomemos una definición ampliamente abarcadora,
presente
en el trabajo ya clásico de Mathieson y Wall: "El turismo es el
movimiento de
personas o grupos hacia destinos fuera de su domicilio y de su habitual
espacio
de trabajo; así como las relaciones establecidas y las actividades
realizadas
durante su permanencia en esos lugares; junto a los servicios creados
para
atender a sus necesidades y los diversos efectos que se producen sobre
el
entorno físico, económico y sociocultural de sus anfitriones"
(Mathieson y Wall
1990: 1). Se contienen aquí los principales elementos que vamos a
desglosar. 4.
El turismo
de masas contemporáneo y sus componentes En un primer análisis de los principales elementos que integran el turismo como sistema abierto de actividades, podemos discernir los siguientes: 1) Las
áreas
emisoras de potenciales turistas y el turista mismo. En cuanto al primer componente: el turista, muestra una notable complejidad y heterogeneidad si atendemos a sus expectativas, motivaciones y formas diversas de afrontar, organizar y practicar la actividad turística sobre el terreno. De ello se han derivado, como es lógico, múltiples tipologías que responden a la necesidad de clasificar a los distintos tipos de turistas. Entre las muchas tentativas que se pueden hallar en la literatura científica especializada, una perspectiva antropológica y sistémica como la que proponemos aquí, se hallará más próxima a aquellas que se ocupan prioritariamente de las formas de relación e interacción entre los turistas y los residentes; con preferencia a esas otras que enfatizan de un modo un tanto unilateral o estático los elementos espaciales del destino, o bien las complejas y difícilmente objetivables expectativas y motivaciones previas de los turistas potenciales. Pues con todo y ser una variable pertinente para la investigación sistémica del turismo, el criterio motivacional adolece de una carencia importante: su falta de relación con las prácticas sustantivas que constituyen el campo decisivo de la actividad turística: el encuentro de dos colectivos de actores, y la efectiva interacción entre sus condiciones, situaciones y culturas. Nos detendremos, sobre todo, en los criterios que impliquen algún atributo o efecto conectado con la dimensión relacional: la que estudia en profundidad las interacciones y cambios en los lugares de destino. En esta línea podemos elaborar una primera distinción acerca de los contactos que se producirán: los turistas controlados o dirigidos, y los no-dirigidos. Entre los segundos cabría destacar a los "caminantes" -asimilados al "turismo de mochila"-, que evitan sistemáticamente -a menudo como una opción ético-política consciente- los circuitos y atracciones promovidos desde el mercado turístico y sus medios de gestión del ocio consumista de masas. Son, además, turistas que devienen casi imperceptibles para el control y registro estadístico de los flujos del sistema. Por otra parte, sus efectos sobre los lugares de destino suelen ser mínimos, en virtud de su escaso número y, sobre todo, de su ética no intrusiva en las formas de relación social y en el aprovechamiento de los recursos en los destinos o escalas de su viaje. También aspiran con frecuencia a establecer una relación empática, como estilo de aproximación discreta e integración parcial en la vida cotidiana de sus anfitriones. Otro tipo no dirigido es el de los "exploradores", que se plantean su viaje de modo análogo, pero sin ese grado de acercamiento participante que caracterizaría a los "caminantes"; antes bien, manteniendo una respetuosa distancia de observadores. En cuanto al bloque de los "dirigidos" o "institucionalizados", se caracterizan por su canalización a través de los dispositivos organizativos y gestores de los desplazamientos y de las estancias: agencias, tour-operators, ofertas y packs integrales cerrados y a bajo precio, etc. Se trata del turismo de consumo de masas propiamente dicho. A partir de esta tipología muy general, pero reconocible en las prácticas turísticas, es necesario profundizar en la dimensión relacional de lo que sucede en los lugares de destino, pues allí se entablan juegos estratégicos cruciales para negociar el encuentro, intercambio o/y choque cultural que implica la llegada del turismo. En lo que se refiere al "intruso", al visitante y, sobre todo, al turista, su instalación en la población local acarrea una serie de cambios -casi siempre transitorios- en su propia imagen, en sus expectativas de partida, y en su conducta cotidiana, que pueden manifestarse de muy distintos modos. En cualquier caso, el turista configura un territorio simbólico particularmente ambiguo, oscilante y fronterizo entre sus rasgos y patrones culturales de origen y la cultura local. Se trata de un peculiar proceso de desterritorialización (9), que esboza así una difusa subcultura intersticial. En este intervalo, la indefinición e incertidumbre en cuanto a valores y comportamientos, resulta en una relación asimétrica de los turistas con las comunidades anfitrionas. Interacción favorable a aquéllos, en su tolerada incompetencia e incluso cómica "torpeza" a la hora de conocer y practicar las normas o actitudes válidas y aceptadas en la región de destino. De
modo que
la
cultura local no se practica por los turistas -y en ocasiones, ni
siquiera se
respeta-, con la coartada de la ignorancia cultural y la evasión
vacacional.
Mientras tanto, la cultura de procedencia parece devenir un mero eco o
residuo,
que se está legitimado para olvidar o transgredir también durante ese
juguetón
paréntesis ocioso. Esto genera la construcción -deliberada o no- de un
redundante y reforzado perfil de "extranjería" que, a la vez que
satisface los
deseos de ambigüedad cultural de los turistas, concuerda con las
expectativas
estereotípicas de sus anfitriones. 5. Dimensiones y efectos de la expansión turística Para establecer un marco teórico global, los citados Mathieson y Wall distinguen tres subsistemas básicos para situar las formas de interacción turística: el dinámico, el estático y el consecuencial. El subsistema dinámico vendría dado por los turistas potenciales y las condiciones de sus sociedades de partida. El estático integra a su vez la organización empresarial establecida en las zonas receptoras, y, sobre todo, las actividades y relaciones que se generan entre los turistas y los residentes. El tercer subsistema, el consecuencial -sobre el que nos centraremos ahora-, se compone del conjunto articulado de impactos e influencias que induce el dispositivo anterior sobre las áreas de destino turístico. La trama de relaciones que se genera en esos lugares constituye, pues, el vínculo dinámico entre el subconjunto móvil de la actividad turística y el de las consecuencias de ésta. A menudo resulta difícil discernir entre los efectos producidos o impulsados por causa de la propia actividad turística, y aquellos otros que hallan su origen en procesos causales ajenos -o cuando menos distintos- del turismo como tal. Asimismo, cabe distinguir los impactos nítidos y visibles a corto plazo, de los que crecen o se manifiestan lenta o inadvertidamente: camuflados en su expresión, o tan dilatados en el tiempo que resultan difíciles de observar. Dada la complejidad del tema y su crucial importancia en el análisis antropológico, es necesario establecer, de partida, el contexto general en cuyo interior agrupar y clasificar los principales tipos de impacto. Se pueden discernir tres dimensiones básicas para el estudio de los efectos: 1) El
impacto
económico. Nos concentraremos aquí en la dimensión cultural, por su específica relevancia antropológica. En el caso del turismo, las consecuencias que produce sobre las áreas receptoras son a menudo particularmente drásticas y aceleradas, por lo que puede hablarse propiamente de "impactos disfuncionales" para los pueblos anfitriones. Aquí es donde los tradicionales conceptos analíticos de transculturación y difusión -sumariamente desarrollados más arriba-, adquieren una especial utilidad para la comprensión de los cambios inducidos por la actividad turística. Según Fernández Fuster el efecto del turismo -que él denomina explícitamente "aculturación turística"-, incluye los cambios a medio y largo plazo en la cultura material, los patrones de comportamiento, y -sobre todo- los valores y normas sociales de la comunidad afectada. También debe contemplarse el efecto difusor sobre áreas próximas de los efectos y cambios que se producen en una localidad o zona restringida, en virtud del contacto directo con el sistema turístico. En cualquier caso, el contacto sobre el terreno genera procesos de transculturación biunívoca donde, como señala Santana: "Surge así una cultura del encuentro (…), resultante de las formas adaptadas de visitantes y residentes, que la hacen diferenciarse de las dos [o más] culturas matrices y donde cada una de ellas 'presta' parte de sus conceptos, valores y actitudes de manera asimétrica, constituyendo en sí misma una 'combinación cultural' única" (Santana 1997: 62). Hay que abordar esa asimetría también en su dimensión política, por las relaciones de poder que moviliza entre los turistas-visitantes y los residentes-anfitriones. La potencialidad enriquecedora que, para ambas partes, supone el encuentro entre culturas locales favorecido por el desarrollo del turismo, rara vez logra evitar efectos nocivos que -a medio y largo plazo- predominan en múltiples casos. Como
diagnóstico
de esa dinámica entrópica movilizada por el turismo masivo
contemporáneo, Cardín
advertía, con un tono añorante de otras épocas pobladas por peregrinos
y
exploradores: "El mundo culturalmente entropizado que nos ha tocado
vivir,
donde todos los restos culturales se confunden en su actual estado de
detritus,
hace que la diferencia entre el turismo con riesgo
(por zonas de
guerra), el trekking más trabajoso por la jungla de
Indonesia y el alpinismo
casero no tengan apenas diferencia. El Rally París-Dakar es la mejor
prueba de
esta indiferencia cultural del turismo actual, que parece conformarse
más a la
idea de récord que a la de experiencia o transformación interior. Las
diferencias perceptibles semejan ser sobre todo las geológicas, y sólo
los kilómetros
y paisajes que se recorren, medidos por los precios de agencia, parecen
tener
relevancia" (Cardín 1990: 151). Una reivindicación del turismo como
experiencia
interior que conviene considerar. 6. Algunas ideas o tentativas para concluir Hasta aquí hemos recorrido un paisaje hasta cierto punto alarmante, que no agota la múltiple casuística observable, ni tampoco debiera contribuir a denigrar el turismo de modo maniqueo y reduccionista, como un mero espejismo de prosperidad que encubriese una forma nueva de poscolonialismo; pero que sí muestra los peligros más evidentes que deberá sortear un enfoque crítico y transformador del sistema turístico, ante sus complejos y contradictorios efectos. Esa tendencia de los destinos turísticos más rentables –aunque también de tantos otros- a devenir un mero escenario rediseñado para disfrute de un estereotípico forastero, desemboca casi siempre en el abandono de las singulares texturas y ricas rugosidades de la vida cotidiana tradicional –aunque cambiante, como sabemos- y del paisaje cultural de los anfitriones. Un proceso que Jesús Ibáñez situaría en el contexto de la entropía política y ecológica actuales con estas palabras: "La sociedad tecnológica reduce el ecosistema a un extremo, en vez de construir variedad, la destruye; en vez de trabajar para la vida (flecha histórica), trabaja para la muerte (flecha termodinámica). A todos los niveles, en todos los reinos, se reduce la variedad. Todos son pulimentados" (Ibáñez 1997: 471). Entre el desarrollo acumulativo del beneficio turístico por un lado, con sus efectos insostenibles ecológica y culturalmente, y la autogestión y crecimiento dinámico y creativo de las culturas locales por el otro, oscilan y surgen múltiples posibilidades que solo ahora comenzamos a vislumbrar. El sistema turístico constituye un proliferante fenómeno que convendría situar en el marco de "las tres ecologías" propuestas por Félix Guattari, recogiendo elementos del último Bateson y de la Escuela de Santiago: la ecología natural, o del medio ambiente; la ecología social, de las formaciones y grupos humanos; y la ecología mental, o de las subjetividades. Como escribía el propio Guattari: "En lugar de mantenerse eternamente en la eficacia embaucadora de los 'trofeos' económicos, se trata de reapropiarse de los universos de valor en cuyo seno podrán volver a encontrar consistencia procesos de singularización. Nuevas prácticas sociales, nuevas prácticas estéticas, nuevas prácticas de sí mismo en la relación con el otro, con el extranjero, con el extraño: ¡todo un programa que parecerá bien alejado de las urgencias del momento!" (Guattari 1996: 78). Para terminar, es muy dudoso que pueda sustentarse un programa de turismo sostenible, en el marco de un sistema globalizado e infiltrado por el voraz mercantilismo neoliberal. Se sostendría mejor, y sería preferible, impulsar la invención -simultáneamente global y local- de nuevas y eficientes formas de conexión e intercambio horizontales, y la activación de redes de multiplicidades locales creativas. Un rizoma que no sabemos aún cómo podría organizarse, pero que podría resistir, positivamente, ante la evidencia de unos costes crecientes que todavía no se intentan amortiguar ni revertir decididamente. Tareas para las que resultaría oportuna la contribución de una perspectiva antropológica y crítica. La Antropología aplicada -hasta ahora demasiado limitada por los insoslayables designios financieros de sus patrocinadores: modernizadores a ultranza, tecnócratas o desarrollistas-, cuenta aquí con un estimulante desafío ético a la par que científico; así como con una enriquecedora oportunidad de ejercicio profesional creativo, en resonancia con los ritmos de transformación y conservación asumidos y decididos, en cada caso, por las comunidades afectadas.
Notas 1. A partir de datos de la Unión Internacional de los Organismos Oficiales de Turismo, en 1985 tuvieron lugar 250 millones de desplazamientos turísticos, que se duplicaron en 1993, según la UNESCO 2. Respecto del cambio del término "aculturación" por "transculturación", se debe al propio Herskovits, que lo justifica así: "Soy de la opinión de que la palabra transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso de la transición de una cultura a otra, a causa de que esto no consiste meramente en la adquisición de otra cultura, que es lo que implica realmente la palabra inglesa acculturation, sino que este proceso comprende también necesariamente la pérdida o el arrancar de raíz una previa cultura, la cual sería definida como 'deculturación'" (Herskovits 1981: 571). 3. Según terminología acuñada por Immanuel Wallerstein (1988). 4. Una obra de Eric Wolf especialmente interesante sobre el tema es Europa y la gente sin historia. También es destacable: Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. México, FCE, 1993. 5. Acerca del enfoque etnohistórico véase la caracterización que del mismo se realiza en B. S. Cohn: "Etnohistoria", en Sills 1977: 418-424. Y también una sumaria revisión teórica en Fernando A. Ros, "El concepto de cultura en la historia de la etnohistoria", en Joan Baptista Llinares y Nicolás Sánchez Durá (eds.), Filosofía de la cultura. 6. La obra clásica de Marc Bloch donde se presenta esta concepción es Les caractères originaux de l'histoire rurale française. París, Colin, 1952-1956 (original 1931). 7. Según acepción homologada por la Organización Mundial del Turismo. 8. Véase la influyente y controvertida obra de Edward W. Said, Orientalismo. Barcelona, Debolsillo, 2003. Entre las críticas antropológicas mejor informadas a la obra de Said habría que destacar a James Clifford, "Sobre Orientalismo", en Dilemas de la cultura. Barcelona, 2003: 303-326. En otros textos también alude Clifford a los más recientes avatares de ese "turismo sofisticado" que recupera los aromas del viaje y la exploración decimonónicos: Bruce Chatwin, Paul Theroux, Jan Morris, etc. 9. Véanse las argumentaciones de Gilles Deleuze sobre nomadismo y desterritorialización en el capitalismo posindustrial. Estas ideas, próximas a la antropología política, se hallarán en dos obras escritas con Félix Guattari: El antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia I. Barcelona, Seix-Barral, 1973; sobre todo la parte "Salvajes, bárbaros y civilizados". Y también Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia II, 2003; en especial, el capítulo "Tratado de nomadología".
Bibliografía Ascher, F. Augé, Marc Baré, J.-F. Bonte, Pierre
(y
Michel Izard) (dirs.) Bote Gómez, V. Cardín,
Alberto Cater, E. (y
G.
Lowman) (eds.) Cohn, B. S. De Kadt, E.
(comp.) Deleuze,
Gilles
(y Felix Guattari) Deschamps,
Hubert Fernández
Fuster, L. Guattari,
Félix Herskovits,
Melville Ibáñez, Jesús Izard, M. (y
N.
Wachtel) Linton, Ralph Mathieson, A.
(y
G. Wall) Montaner, J. Moore, W. E. Nash, D. Reguero, M.
del Ros, Fernando
A. Said, Edward
W. Santana
Talavera, Agustín Sevilla
Guzmán,
Eduardo (y Manuel González de Molina) Sills, D.
(dir.) Smith, V. L.
(ed.) Spicer, E. H. Todorov,
Tzvetan
(y otros) UNESCO Urbain, J.-D. Wachtel, N. Wallerstein,
Immanuel Wolf, Eric |
|||||||
|