Tras
su obra La inteligencia fracasada, dedicada al estudio de la
inteligencia humana, José Antonio
Marina se centra con Las culturas fracasadas en la inteligencia
social,
abordando ‑con su estilo siempre tan cercano y personal‑ temas de
gran interés como la relación individuo-sociedad, el relativismo
cultural, la
lógica de la evaluación intercultural y la posibilidad de una ética
transcultural.
El
ensayo comienza con una sugerente pregunta, "¿Quiere usted ser el
protagonista de este libro?", y la petición del autor, "Por favor,
respóndame al final". Pues, sólo tras la lectura completa se comprender
que el
libro tiene como finalidad la conformación
de un gran proyecto ético, en el que
todos deberíamos participar. Pero, no
adelantemos conclusiones.
La
inteligencia compartida es fruto de una interacción entre inteligencias
individuales ‑aunque
no se puede reducir a la mera suma de las mimas‑, que a la vez recae en
‑por
utilizar la expresión orteguiana‑
mi circunstancia. La inteligencia humana es, por tanto, estructural y
funcionalmente social. Pensamos a partir de la cultura ‑fruto objetivo
de
la inteligencia social‑ y de las creencias implícitas en la misma, las
cuales utilizamos como
criterios a pesar de que, a menudo, desconocemos su origen. De ahí, la
necesidad de saber "cómo se forman las
culturas, si hay una inteligencia colectiva, si es más o menos potente
que la individual, y si podemos
esperar sensatamente un futuro acogedor" (p. 17).
La
inteligencia compartida produce siempre efectos subjetivos ‑ayuda a la
satisfacción de necesidades y metas,
así como a la generación de ocurrencias‑ y objetivos ‑produce
objetividades independientes de los actos físicos y psicológicos de los
que emerge‑. Estos últimos de
especial relevancia pues de la interacción
de inteligencias personales emergen significados y entidades
simbólicas, como el lenguaje, las costumbres, las
instituciones, etc.
Marina
comienza analizando la interacción de
grupos pequeños ‑desde la
conversación, la relación amorosa, la familia y el equipo hasta la
ciudad‑
para, con un progresivo proceso de complejización, pasar al estudio de
la inteligencia social de órdenes extensos. El riesgo en estas
interacciones
siempre es el mismo: la posibilidad de una fractura intelectual,
al no
poder compatibilizar ni articular adecuadamente la inteligencia
individual ‑y
sus intereses, habría que añadir‑ y la inteligencia compartida.
Centrándonos
en el orden más extenso, la sociedad, podemos decir que la inteligencia
social es la inteligencia compartida por grupos extensos y su
creación objetiva es la cultura.
En
el ser humano ‑nos dice Marina‑ existen cuatro deseos
fundamentales: sobrevivir, disfrutar, vincularse socialmente y ampliar
sus
posibilidades vitales. Estos deseos originan una serie de problemas (de
convivencia) universales de los cuales el autor señala nueve: 1) el
valor de la vida, 2) la producción y posesión
de bienes, 3) la participación en el
poder, 4) la relación
individuo-comunidad, 5) la resolución
de conflictos, 6) la sexualidad y la familia, 7) el cuidado de los
débiles, 8) el trato con los extranjeros, y 9) la
relación con el más allá.
A
la luz de este análisis, la cultura
es entendida por el autor como el conjunto de soluciones
comunitarias
a
estos problemas. Estas soluciones se concretan en "instituciones,
códigos
morales, sistemas jurídicos y
educativos, costumbres, creencias sociales, sentimientos culturales,
modas" (p. 77). Y es precisamente aquí donde surge la necesidad de una teoría
crítica de la inteligencia social y de sus creaciones
culturales, ya que seguimos normas de las que desconocemos
su origen y, en ocasiones, su pertinencia y adecuación. El objetivo de
la teoría crítica de la inteligencia
social es el estudio de la génesis
de las diferentes concepciones culturales. Esta teoría debe completarse
con una pedagogía de la inteligencia social que
permita la evaluación del grado de pertinencia y adecuación de dichas
concepciones.
La
sociedad inteligente ‑talentosa, si nos remitimos al subtítulo del
libro‑ es aquella que ofrece buenas
soluciones a estos problemas universales, es decir, ayuda a solventar
obstáculos y a alcanzar las metas propuestas. En
contraposición, serán sociedades estúpidas, fracasadas, aquellas que
crean más problemas de los que resuelven, destruyen el
capital comunitario y limitan las posibilidades vitales de sus
ciudadanos. Nuevamente,
el peligro reside en esa fractura intelectual que se puede
producir
entre la inteligencia individual y la social.
A
través del aprendizaje de la cultura
el ser humano adquiere creencias, sentimientos, motivaciones, identidad
personal y social, y la "voz de la conciencia". Es a estos dos últimos
aspectos a los que el autor presta mayor
atención.
La
configuración de una doble identidad ‑personal,
que responde a la pregunta quién soy yo, y
social, que
responde a la pregunta a qué grupo pertenezco‑
se realiza a través de un proceso de
personalización y socialización. La dificultad estriba en conseguir el
equilibrio adecuado entre ambos procesos e identidades. El fenómeno de
la hipersocialización puede derivar en la conformación de una masa
compuesta por individuos sumisos,
acríticos, irreflexivos e
irresponsables; mientras que una personalización excesiva conduce al
individualismo, la cultura del narcisismo y la
pérdida del sentido moral. El reto de
la cultura es "fomentar un modo de ser sujeto capaz de superar el
concepto de libertad desvinculada, y de encontrar nuevas fuentes de
posibilidad
‑es decir‑ de esperanza en la relación con los demás" (p. 145).
Por
otra parte, las normas morales, los sentimientos y las ideologías
implícitas
en la cultura operan en el individuo a través de la "voz de la
conciencia". Será tarea de la teoría crítica
de la inteligencia social comprobar si pueden ser justificadas
reflexivamente.
Toda
sociedad crea su propia moral, es decir, las normas morales son
establecidas
por la inteligencia social. Siguiendo la propuesta de Fukuyama, Marina
diferencia cuatro tipos de normas morales ‑combinando las coordenadas
espontáneas/ jerárquicas y no racionales/ racionales‑: normas
espontáneas no racionales (por ejemplo,
el incesto), normas espontáneas
racionales (como el comercio o el derecho consuetudinario), normas
jerárquicas no racionales (por ejemplo, aquellas que
emanan de un líder religioso) y
normas jerárquicas racionales (como
las leyes). El objetivo de esta clasificación es comprobar la génesis
de las normas morales, que comúnmente
aceptamos sin cuestionar.
Pero,
para evaluar las normas morales es preciso atender a su lógica interna,
en la que ‑siguiendo a Marina‑
podemos encontrar cuatro constantes: 1) la aparición de movimientos
críticos contra las normas, sus fundamentos y sus celadores, 2) la
modificación de la moral a partir de
cambios en las creencias, 3) la génesis
de problemas morales de difícil
solución por cambios económicos, sociales y /o culturales, y 4) la
puesta en
tela de juicio de la propia moralidad como consecuencia del contacto
con otras
culturas y sus morales.
Atendiendo
a estas, Marina formula su ley del progreso ético de
la sociedad vinculada, ahora, a la inteligencia social: a
partir de la interacción de
individuos liberados de los cinco grandes deformadores sociales ‑a
saber,
la pobreza, la ignorancia, el miedo, el dogmatismo y el odio al
vecino‑,
la inteligencia social evolucionaría
hacia "un sistema normativo que se caracteriza, al menos,
por defender los derechos individuales, el rechazo a las desigualdades
no
justificadas, la participación en el
poder político, las seguridades jurídicas, la racionalidad como modo de
resolver
conflictos, la función social de la
propiedad y las políticas de ayuda" (p. 168).
Es
decir, emerge una ética deseable ‑una
moral transcultural universal, fruto de la inteligencia social de la
humanidad‑,
pues la ética es "la mejor herramienta social para proteger la
riqueza de las naciones, su creatividad, sus peculiaridades, su capital
social" (p. 171).
Y,
ahora sí: ¿quiere ser usted protagonista de este libro?, es decir,
¿quiere formar parte en este proyecto ético, poniendo su inteligencia
individual en
interacción con otras para la conformación de una gran inteligencia
social y el
enriquecimiento de nuestro capital compartido? Para ello José Antonio
Marina solicita la participación de todos aquellos interesados en un
"proyecto wiki" (p. 188) en el que, como en el libro, se abren cinco
líneas de investigación. Sólo debe visitar:
http://www.creacionsocial.es
Eso
sí, debemos advertir ‑para
evitar posibles decepciones‑ que, pese a las buenas intenciones del
autor, se trata de una simple página
web con un formulario para enviar las respuestas a esas
preguntas-líneas de investigación. El "proyecto wiki" sólo tiene de
wiki el nombre: no permite la interacción entre autor-lectores, ni
lectores entre sí; no existe retroalimentación, ni posibilidad de leer
y compartir ideas; y,
como consecuencia, imposibilita la génesis
de nuevas ocurrencias. Es decir, como diría
el profesor Roberto Aparici, nuevas tecnologías para viejas pedagogías.
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