Revista de Paz y Conflictos
ISSN: 1988-7221

Ekkehart Krippendorff, investigador para la Paz. Una biografía intelectual

Francesco Pistolato. Instituto de la Paz y los Conflictos (Universidad de Granada)

Fecha de recepción: 5 de octubre de 2010
Fecha de aceptación: 20 de mayo de 2011

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Resumen

Ekkehart Krippendorff, nacido en 1934, es un ilustre investigador para la paz alemán, prácticamente ignoto en el mundo hispano-hablante por falta de estudios sobre él y de traducción de sus obras más importantes. Educado en el nazismo y en la Alemania del Oeste de la posguerra, profundiza su formación en Ciencias Políticas en los EEUU a comienzos de los años Sesenta. Regresado a Alemania, en 1966 publica la antología Political Science, una introducción al estudio de las Ciencias Políticas estadounidenses, en aquella época desconocidas en Alemania.

A pesar de su admiración a la democracia estadounidense, Krippendorff critica la política imperialista de los EEUU con el ensayo “Amerikanische Politik in Asien” de 1963 y con Die amerikanische Strategie de 1970. Su posición anticonformista impide su ingreso en la Universidad de Berlín hasta finales de los años Setenta, después de varias experiencias de docencia en los EEUU y en Italia.

En los años Ochenta se compromete en el movimiento contra la instalación de los misiles de medio alcance en Alemania. Su obra teórica principal, Staat und Krieg (El Estado y la guerra) de 1985 se convierte en un clásico del pacifismo en los países de idioma alemán. En ésta explica que el Estado moderno nació para reglamentar a las tropas mercenarias y garantizar a los poderosos la fuerza necesaria no sólo para defenderse de los ataques externos y para conquistar nuevos territorios, sino para controlar a los ciudadanos de su mismo país. Además de proporcionar varios ejemplos históricos para fundamentar su tesis, la obra demuestra la insensatez de las políticas de potencia con citas de literatos, filósofos y otros estudiosos de ciencias humanas. Un excursus dedicado al Tolstoi pacifista concluye esta obra riquísima e inclasificable, quizás ante todo un tratado sobre la necesidad de desconfiar de los políticos y de participar activamente en la política nacional.

En los últimos veinte años Krippendorff desarrolla una estética pacifista muy original, en la búsqueda de modelos de política ética. Con este objetivo dedica seis libros a Goethe, dos a Shakespeare, uno a San Francisco, además de varios ensayos de filosofía, literatura, música. Su testamento espiritual es Die Kunst, nicht regiert zu werden. Ethische Politik von Sokrates bis Mozart (El arte de no ser gobernados. Política ética desde Sócrates hasta Mozart). El contenido de esta obra muestra diferentes ejemplos de una política ética para la libertad. Según el autor, ésta se puede lograr a través de la práctica de un anarquismo culto. Sócrates, Platón, Lao Tse, Confucio, Wagner, Mozart, Gandhi, Arendt son las referencias, entre otras, de un camino de toma de conciencia a la cual el autor nos invita. Un desafío complejo y elitista, pero fascinante, para una cultura de paz de altísimo nivel.

Palabras clave: Estado, guerra, anarquismo, política ética, libertad.

Riassunto

Ekkehart Krippendorff, nato nel 1934, è un illustre ricercatore nel campo degli studi di pace tedesco, praticamente ignoto nel mondo di lingua spagnola, a causa della mancanza di studi su di lui e di traduzioni delle sue opere più importanti. Educato sotto il nazismo e nella Germania Occidentale del dopoguerra, approfondì la sua formazione in Scienze Politiche negli Stati Uniti all’inizio degli anni Sessanta. Rientrato in Germania, nel 1966 pubblica l’antologia Political Science, un’introduzione alle Scienze Politiche secondo il modello statunitense, all’epoca sconosciuto in Germania.
Nonostante la sua ammirazione per la democrazia statunitense, egli critica la política imperialista degli USA nel saggio “Amerikanische Politik in Asien” del 1963 e in Die amerikanische Strategie del 1970. Le sue posizioni anticonformiste gli impediscono l’accesso all’Università di Berlino fino alla fine degli anni Settanta, dopo varie esperienze di docenza negli USA e in Italia.

Negli anni Ottanta si impegna nel movimento contro la installazione dei missili a medio raggio in Germania. La sua opera teorica principale, Staat und Krieg (Lo Stato e la guerra) del 1985 diventa un classico del pacifismo nei paesi di lingua tedesca. In quest’opera egli spiega che lo Stato moderno nacque per regolamentare le truppe mercenarie e garantire ai potenti la forza necessaria non solo per difendersi dagli attacchi esterni e conquistare nuovi territori, ma anche per controllare i cittadini del proprio paese. Oltre a fornire vari esempi storici per dimostrare la sua tesi, l’opera dimostra l’insensatezza delle politiche di potenza attraverso citazioni di letterati, filosofi e altri studiosi di scienze dell’uomo. Un excursus dedicato al Tolstoj pacifista conclude quest’opera ricchissima e difficile da classificare, da considerarsi probabilmente soprattutto come un trattato sulla necessità di diffidare dei politici e di partecipare attivamente alla politica nazionale.
Negli ultimi venti anni Krippendorff sviluppa un’estetica pacifista molto originale, alla ricerca di modelli di politica etica. A tal fine egli dedica sei libri a Goethe, due a Shakespeare, uno a San Francesco, oltre a scrivere vari saggi di filosofia, letteratura, musica. IL suo testamento spirituale è Die Kunst, nicht regiert zu werden. Ethische Politik von Sokrates bis Mozart (L’arte di non essere governati. Política etica da Socrate a Mozart). Il contenuto di quest’opera sono esempi diversi di una politica ética per la libertà. Secondo l’autore, questa si può attuare con la pratica di un anarchismo colto. Socrate, Platone, Lao Tse, Confucio, Wagner, Mozart, Gandhi, Arendt, tra gli altri, sono i punti di riferimento di un cammino di presa di coscienza cui l’autore ci invita. Una sfida complessa e elitaria, ma anche affascinante, per una cultura di pace di altissimo livello.

Keywords: Stato, guerra, anarchismo, politica etica, libertà.

1. Introducción

La motivación de escribir este ensayo es presentar la biografía de un investigador para la paz de gran envergadura, pero desconocido en el mundo hispanohablante debido a la ausencia casi total de traducciones de sus obras.[1] He elegido la biografía intelectual como modalidad de presentación, porque ello permite comprender el desarrollo de su pensamiento y de su postura existencial en el marco de un país: Alemania, que en tan sólo una generación ha pasado de ser la nación más belicosa a la más pacifista de Europa. De esta generación, la de los nacidos bajo el nacionalsocialismo, Ekkehart Krippendorff es uno de los pensadores más influyentes en el movimiento por la paz. Además, su enfoque es absolutamente original y asombrosamente culto, lo que, junto a un estilo elegante e incisivo, confiere un atractivo peculiar a sus escritos. Según su concepto de la cultura de paz, la estética se une a la ética para fomentar la libertad y el desarrollo individual y colectivo.
La presente biografía consta de cinco apartados. Los primeros tres describen la formación y la primera fase de la actividad científica del autor, centrada en la política internacional, sobre todo con referencia a los EEUU. Los últimos dos tratan principalmente de dos libros de la madurez: Staat und Krieg (El Estado y la guerra) de 1985 y Die Kunst, nicht regiert zu werden. Ethische Politik von Sokrates bis Mozart (El arte de no ser gobernados. La política ética desde Sócrates hasta Mozart) de 1999, los cuales muestran dos facetas de la contribución de Krippendorff a la cultura de paz, a saber, la crítica (Staat und Krieg) y la constructiva (Die Kunst…), como partes complementarias de su compromiso para con una moderna Ilustración.

2. La formación

Ekkehart Krippendorff nació el 22 de marzo de 1934 en Eisenach, la ciudad de Martin Lutero y de Bach. El nazismo había llegado al poder en 1933, un año antes de su nacimiento. Su educación inicial fue esencialmente nazi y, en consecuencia, compartió el espíritu bélico de toda la nación.
Acabada la guerra, los alemanes estaban cansados de todo cuanto tuviera que ver con los conflictos armados. Cuando en 1956 el canciller Adenauer, el Zorro, consiguió reconstituir el ejército con una astuta maniobra en contra de la voluntad de la mayoría de los alemanes y de las protestas de la SPD, el partido socialdemócrata de la oposición, Ekkehart Krippendorff todavía no había desarrollado una conciencia suficiente del rol del ejército como para involucrarse personalmente en las protestas contra el rearme alemán. Sin embargo, su postura política estaba ya en vías de maduración. Para alejarse de casa, decidió estudiar en el Friburgo alemán. Fue allí que, como estudiante entusiasta de Germanística, descubrió las ciencias políticas con Arnold Bergstraesser (1896-1964). Se trataba de una disciplina nueva en Alemania, que el cultísimo docente presentaba desde una óptica a la vez filosófica y literaria, característica que se encontrará de forma magistral en el Krippendorff de la madurez. En los dos años que vivió en Friburgo (1954-56) estudió con gran entusiasmo,[2] motivado por la calidad de la enseñanza y las perspectivas que en aquella época de posguerra se abrían para todos y, particularmente, para los jóvenes talentos. El hecho de que muchos profesores de aquella época fuesen ex nazis o ex Mitläufer, oportunistas que se habían alineadoal régimen, no preocupaba a los estudiantes, quienes ni siquiera se interrogaban sobre el pasado de sus docentes.
Después de Friburgo y aconsejado por Bergstraesser, quien había sentenciado: “Usted va a estudiar ciencia política”, Krippendorff se trasladó a Tubinga, en la histórica región de Suabia, para estudiar un enfoque diferente de la disciplina, el de Theodor Eschenburg (1904-1999). Alejado del vuelo pindárico, Eschenburg tenía una visión pragmática de la política, con preguntas del tipo: “¿Quién ha decidido qué vendedor de pescado puede estar en la sombra del mercado, mientras que otro tiene que quedarse bajo el sol?” (Krippendorff, 2007: 88). Para Ekkehart Krippendorff el cambio significó una ducha fría y muy saludable: pensamiento sofisticado, visión elevada por un lado, enfoque concreto por el otro, en un equilibrio que habrá de enriquecer su espíritu radical.
En Tubinga, donde en 1959 obtuvo su doctorado, Krippendorff tuvo su primer contacto con el marxismo, que en aquel tiempo era muy estudiado en Alemania del Oeste con el propósito de alejar a los jóvenes de la tentación de caer en él. En el caso de Ekkehart Krippendorff, la estrategia no funcionó: la visión crítica del socialismo no le impidió inspirarse en las ideas marxistas de justicia social. En verdad, Krippendorff desarrollará a lo largo de los años un interés particular por la figura, al mismo tiempo relevante intelectualmente y muy humana, de Rosa Luxemburg, quien, en contraposición a Lenin y a Trotsky, estaba convencida de que el socialismo tenía que ser construido poco a poco y no impuesto por la fuerza (Krippendorff, 1985: 13).
En aquellos años, el debate político en la Republica Federal Alemana estaba dominado por la división de Alemania, considerada la clave para comprender las relaciones internacionales, visión que Krippendorff reconocerá como provinciana después de llegar a los los EEUU con una beca en 1960.

3. Entre los EEUU y Alemania - La década de los sesenta

En los EEUU, donde pasó dos años intensos, Ekkehart Krippendorff encontró una tradición en el campo de la ciencia política que faltaba en Alemania, y ello lo impulsó a publicar un texto que podía contribuir a dar definitiva dignidad académica a esta disciplina en su país: la antología Political Science (Krippendorff, 1966), publicada en 1966, que se compone de varios ensayos de diferentes autores americanos. En la introducción,Krippendorff nos recuerda que los padres de la political science estadounidense, tales como Jefferson, Franklin, Madison y Hamilton, estaban convencidos de que la unión de la teoría y la práctica era el mejor método para fundar un Estado: la ciencia política como una necesidad y no como un lujo.
Sin embargo, Krippendorff empezará muy pronto a tener fama de antiestadounidense, a pesar del propósito divulgativo de Political Science. En los años sesenta, cuando empezaba a escribir sus ensayos sobre la política exterior de los EEUU, Seymour Martin Lipset acababa de publicar Political Man (Lipset, 1960), libro que presenta a dicha nación como la civilización más avanzada, la mejor democracia, el modelo político para el mundo. Esta visión no se podía discutir: era (y es, para demasiada gente) un dogma intangible. Los análisis de Krippendorff proponen y documentan otra verdad.[3]
En el ensayo “Amerikanische Politik in Asien” (Krippendorff, 1963), nuestro autor explica que el motivo inspirador de la política estadounidense era el miedo a la competencia del comunismo chino, y a la posibilidad de que inspirara regímenes similares en el sudeste de Asia. Desafortunadamente, en la década de los cincuenta, los EEUU “apostaron por los caballos equivocados… se enemistaron con los influyentes y apoyaron a los incapaces” (Krippendorff, 1963: 253). Los servicios secretos, la CIA, extremadamente anticomunistas, dañaban la política oficial, ya de por sí desastrosa. En el caso de Laos, Krippendorff cita el informe de 1959 de la comisión gubernamental competente de los EEUU: “El programa de ayuda no ha contribuido a detener la difusión del comunismo en Laos. Por el contrario, la victoria electoral de los comunistas, con sus eslóganes de “corrupción del gobierno” e “indiferencia del gobierno”… deja pensar… que el pueblo… abriga muchas dudas sobre el valor de la amistad americana” (Krippendorff, 1963: 254). Con respecto a la guerra de Vietnam, Krippendorff recuerda la carta abierta de abril de 1962 dirigida al Presidente Kennedy por 16 intelectuales estadounidenses, en la que denunciaron la intrusión estadounidense como “una violación del derecho internacional, de los principios de la ONU y sobre todo de los más altos ideales americanos” (Krippendorff, 1963: 259).
En otoño de 1963, Krippendorff acepta una propuesta de la Freie Universität (FU) de Berlín y regresa a Alemania para trabajar en el John F. Kennedy Institut y posteriormente en el Otto-Suhr-Institut de la misma universidad. La experiencia americana había acentuado su actitud anticonformista y anárquica. Joven asistente, se une a los estudiantes y a la APO (Ausserparlamentarische Opposition – Oposición Extraparlamentaria) en las protestas contra el sistema autoritario de la universidad y contra la guerra de Vietnam. Su fama de izquierdista se extiende a nivel nacional cuando en 1965, en el periódico “Spandauer Volksblatt”, acusa a Herbert Lüers, rector de la FU, de impedir a Karl Jaspers presentar una ponencia por las ideas contrarias a la guerra nuclear del ilustre filósofo. El rector decide vengarse no confirmando su contrato de asistente. El asunto se convierte en “el caso Krippendorff”, ya que cerca de 12 mil estudiantes se manifiestan a favor del joven asistente. El senado académico interviene de forma oficial, los periódicos nacionales comentan el suceso y los profesores se pelean (Krippendorff, 2007: 106). La cuestión acaba con un compromiso: el rector concede a Krippendorff una beca de investigación, que él acepta para seguir, desde el punto de vista conservador, peor que antes. Se une a la contestación estudiantil y escribe su mayor obra sobre la política exterior de los EEUU, Die amerikanische Strategie (Krippendorff, 1970).
En este nuevo trabajo, Krippendorff explica cómo un Estado -creado para ser un modelo de democracia y libertad- se ha convertido en una potencia imperialista, y con qué medios y estructuras cuenta. La Revolución Americana había tenido como fin la separación de Inglaterra y no se basaba a priori en una actitud de rebelión contra todo poder opresivo. Ello se notó en la Revolución Francesa, que no provocó ningún entusiasmo en los padres de la República Americana.[4] Por otro lado, los EEUU, ya en 1794 con el Tratado de Jay, habían concluido la fase de hostilidad hacia Inglaterra para aprovechar los capitales ingleses y desarrollar sus propios comercios. En 1801, en su discurso inaugural como Presidente, Jefferson definía con estas palabras su programa de política exterior: “Paz, comercio y amistad sincera con todas las naciones, alianzas vinculantes con ninguna”. Esto significaba y significa todavía hoy: nuestra política exterior se basa en la promoción y defensa de nuestros comercios para garantizar nuestro bienestar. Todo el resto es retórica o buenas intenciones, como las de Wilson y a lo mejor las de Kennedy antes de llegar al poder, o tal vez táctica, pero nunca estrategia de largo plazo.
Según Krippendorff nunca hubo – ni tampoco hay - diferencias sustanciales en el desarrollo de la política exterior: existe una línea de predeterminación simbiótica entre lo militar y lo político que empieza ya con la conquista de Florida en 1818, prosigue con las expediciones de la mitad del siglo XIX en el Pacífico y en Asia, con las dos guerras mundiales y con las guerras del sudeste asiático. La misma Segunda Guerra Mundial, presentada y recordada como la lucha contra las dictaduras, fue para los estadounidenses principalmente una guerra contra Japón, y no sólo como venganza por Pearl Harbor. La tesis de Krippendorff es la siguiente: a los EEUU, poniendo en primer lugar sus intereses comerciales, la paz les permite cuidarlos más fácilmente, en principio. En este marco, en 1900 se inauguró la política de “puerta abierta” hacia China, como sinónimo de libre comercio universal, para constituir lo que Franklin Delano Roosevelt llamará “One World”. Cada obstáculo al libre comercio, cada impedimento a la creación del “mundo único” justifica una reacción, desde las sanciones económicas hasta la intervención militar.
En 1970, año de la publicación de Die amerikanische Strategie, los EEUU ya habían combatido en 160 guerras y sin embargo creían haber participado sólo en 5 y, además, obligados por el enemigo. Un caso llamativo de conciencia retorcida.
Como siempre, el trabajo de Ekkehart Krippendorff es científicamente inatacable: los datos son ciertos, las deducciones rigurosas. El libro Die amerikanische Strategie se basa por completo en documentos oficiales estadounidenses que desmienten toda una mitología de propaganda de libertad y respeto a los derechos humanos.
La historia de los últimos 40 años - basta pensar en la presidencia de Bush Jr. y en el increíble número de bases militares de los EEUU hoy presentes en el mundo - ha confirmado las afirmaciones sobre la política estadounidense de los primeros trabajos de Krippendorff. Queda en ridículo, entre otros, el comentario de dos invitados del Ministro de Cultura del Baden-Württemberg-Hahn, para impedir el nombramiento del pensador  como docente en la universidad de Constanza en 1971: según los expertos, al Die amerikanische Strategie le faltaba rigor científico (Krippendorff, 2007: 111). A lo largo de toda la década de los sesenta y hasta el comienzo de la década de los setenta, los escritos y el compromiso de Krippendorff como activista político le granjean ataques académicos y políticos de todo tipo, de los cuales el episodio de Constanza no es más que un ejemplo.
Los problemas de Ekkehart Krippendorff con el establishment [5] se ponen de manifiesto en la paranoia política de los países occidentales en la segunda posguerra, pero no afectan el rigor de su producción científica. En el periodo comprendido entre el final de la década de los sesenta y el comienzo de la década de los setenta destacan dos publicaciones: la antología Friedensforschung (Investigación para la paz) (Krippendorff, 1968) [6] y el ya nombrado “Zum Imperialismus-Begriff” (Krippendorff, 1972: 177-203) de 1970, publicado en 1972. Presentando su antología Friedensforschung, Krippendorff no va más allá del concepto de paz como ausencia de guerra (Krippendorff, 1968: 13-23) [7] y básicamente considera la investigación para alcanzar la paz a nivel macro, según su propia formación intelectual de especialista en relaciones internacionales. En esa época, su más llamativa contribución a los nuevos estudios interdisciplinarios de paz consiste en su actitud rigurosamente científica, anticonformista y crítica en cuanto experto de política internacional.
El ensayo “Zum Imperialismus-Begriff” es justamente un ejemplo de análisis del imperialismo, que hoy en día se puede leer como una descripción, desde el punto de vista histórico, de la relación norte-sur del mundo, con inclusión de la explotación de los recursos naturales del planeta y de la globalización. Krippendorff reflexiona sobre la génesis del imperialismo y concuerda con la tesis de un estudioso liberal (¡no marxista!), John A. Hobson. En Imperialism (Hobson, 1902), Hobson argumenta que, en los países occidentales, el excedente de capital iba a provocar su exportación e inversión en nuevos territorios. Éstos, si ya no lo estaban, debían ser sometidos, para que aceptaran transformar su economía. La tradicional política de potencia se convirtió así en imperialismo, con la consecuente pérdida del trabajo por parte los trabajadores de los países capitalistas, entre otras consecuencias.. Krippendorff, que siempre toma en cuenta los aspectos históricos, integra a Hobson y recuerda que el imperialismo sucede al colonialismo. La diferencia entre los dos es que los países coloniales, como España y Portugal, se habían limitado a explotar las riquezas de las tierras conquistadas sin invertir en producción; mientras que los países imperialistas, como Inglaterra y Holanda, tuvieron el cuidado de estabilizar la situación política de los territorios sometidos para aprovechar sus recursos y producir en occidente, reexportando después a los países dominados. La estabilización política consistía en la creación de una estructura semifeudal, con dueños locales fieles y protegidos por las tropas imperialistas. Al mismo tiempo, como en el caso de la India, se impedía el desarrollo de la economía local: la exportación de algodón cayó de 1,25 millones de unidades en 1814 a cerca de 60 mil en 1844. Por ello, era totalmente falsa la afirmación de que los países occidentales habían encontrado economías ya pobres y que intentaron modernizarlas sin éxito por la incapacidad de la población local. La verdad es todo lo contrario: lo que ocurrió fue la destrucción de economías tradicionales que en su origen funcionaban, y el impedimento sistemático de su desarrollo de acuerdo al modelo occidental. La misma pauta del primer imperialismo será aplicada en el siglo XX por los EEUU, en Sudamérica y Asia, con la ya descrita política de “puerta abierta” y la llamada “diplomacia del dólar”, préstamos que nunca se logran reembolsar y que permiten la posterior explotación y sumisión de los países colonizados económicamente.

4. Italia – La década de los setenta

Es evidente que argumentaciones tan sólidas y claras contra el modelo económico estadounidense y occidental suscitaban la hostilidad de los medios conservadores, y en la Republica Federal Alemana, también la desconfianza de los socialdemócratas, que no querían molestar al amigo americano. Para alejarse de un contexto universitario hostil y abrirse a una nueva experiencia profesional, Ekkehart Krippendorff decide aceptar una invitación de la Johns Hopkins University, institución progresista estadounidense situada en Bolonia, la ciudad más “roja” de Italia. Bolonia era en aquella época un modelo de administración para toda Europa. Krippendorff trabaja allí como docente de Relaciones Internacionales y, durante dos años, enseña también Historia de la Filosofía, en Urbino. Aquellos fueron años maravillosos e irrepetibles, no sólo porque el pasado no vuelve, sino porque en la década de los setenta se materializó en Bolonia y en toda Italia, conforme a la triste profecía de Pasolini, el proceso que convirtió un país proletario, con respetables valores tradicionales y sencillos, en una amorfa masa consumista. [8] En Bolonia, en particular, la época de la buena administración llegó fatalmente a su fin con el atentado del 2 de agosto de 1980 en la estación del ferrocarril, donde murieron 85 personas y hubo más de 200 heridos. Nunca se supo quién lo perpetró, pero parece probable, como en otros casos, que fuera un “atentado de Estado” por parte de los servicios secretos.
Ya antes del atentado, cuando un estudiante fue asesinado por la policía durante una manifestación en Bolonia, Krippendorff, que en el pasado había justificado la violencia como medio para la política, había cambiado su posición. En su período italiano se dedica al estudio y a la enseñanza de las Relaciones Internacionales y, frente a la Historia, tan presente en la arquitectura urbana de Bolonia, se pregunta por qué no habían sido poderosas ciudades italianas tales como Génova y Venecia, las conquistadoras de América y de Asia. Ellas tenían el capital y la competencia, pero fueron otros los primeros en llegar a los nuevos territorios y conquistarlos. Diez años después de la publicación de Political Science, Krippendorff empieza a darse cuenta de los límites del enfoque estadounidense, que no considera el rol de la Historia en la Política. Sus reflexiones se compendian en Internationales System als Geschichte [9] (Krippendorff, 1975). Según Krippendorff, no se puede comprender el sistema internacional sin tener en cuenta la Historia. Éste sólo es concebible como producto de la revolución capitalista, por medio de los viajes de exploración, el colonialismo y el imperialismo. Antes, la gente vivía del trabajo del campo, sin vender ni comprar casi nada, y las crisis dependían de catástrofes naturales, mientras que las crisis modernas dependen del exceso de producción, de la falta de mercado. Además hay fenómenos sociales que se desarrollaron por primera vez con el capitalismo:

El desempleo, la falta de seguridad en el lugar de trabajo, el surgimiento mismo del “empleo”, la elección de una profesión, que se supone plenamente libre; por ende, la necesidad de alcanzar cierta posición social y hallar aprobación; la movilidad social, el ascenso y el descenso de las capas sociales: todos estos fenómenos son absolutamente modernos, son el producto directo de modificaciones fundamentales de la relación entre el hombre y la naturaleza y de la estructura de la producción y reproducción… También es posible describir las consecuencias de esa revolución como el fin de una clase especial de autonomía o autarquía: en la actualidad, nadie podría subsistir – alimentarse, vestirse, etc. a sí mismo – de manera autónoma, o sea, mediante el trabajo de sus propias manos, ni siquiera por pocos días, mientras que, hasta hace cerca de 200 años, era así que vivía la mayor parte de la población (Krippendorff, 1993: 26).

Esta situación generada por el capitalismo provoca inseguridad: en el trabajo, por no poder permitirse los bienes necesarios y superfluos, y por no poder alcanzar y conservar un rol social, etc. Por eso, toda política debe ser política económica y cumplir la promesa de que siempre habrá mercancías abundantes y la posibilidad de obtenerlas.

Las implicaciones de esos vínculos en cuanto al análisis del sistema internacional deben ser obvias…: el proceso de ampliación constante de la producción y reproducción, y la fabricación industrial de las mercancías no sólo requieren de mercados internos y externos, sino que exigen sobre todo la expansión de los mercados de aquellos productos y capitales de cuya venta y aprovechamiento lucrativo dependen, directa e indirectamente, partes siempre crecientes de la población… Por eso el aseguramiento de esos mercados externos, fuentes de materia prima y posibilidades de inversión de parte de la economía interna, se ha convertido en una de las tareas principales de las élites políticas (Krippendorff, 1993: 27).

En Italia, en los albores del capitalismo, durante los siglos XII y XIII, surgió una burguesía de comerciantes en las distintas repúblicas, que competían entre ellas. Para mantenerse y defenderse, las ciudades empezaron a diseñar armas, que después serían también mercancía. Con la caída de Constantinopla (1453) y la amenaza otomana en el Mediterráneo empezó la decadencia de las repúblicas marineras italianas, que además carecían de competencia tecnológica para construir barcos transatlánticos. El capitalismo necesitaba nuevos territorios y fueron países atlánticos los que realizaron la expansión.
Krippendorff analiza con detalles históricos el colonialismo y el imperialismo hasta los años de la segunda posguerra, añadiendo reflexiones y datos a su tesis de Die amerikanische Strategie, que, con referencia al capitalismo y a la guerra, no cambia:

En el sentido histórico, el capital aparece como un factor competitivo, origen de los antagonismos y los conflictos que en política se transforman en rivalidades y guerras (Krippendorff, 1993: 43).

Acabado el contrato con la Johns Hopkins University, en 1978 Ekkehart Krippendorff regresa a la República Federal Alemana, con una cátedra en la Freie Universität de Berlín.

5. Los años ochenta

El 12 de diciembre de 1979, la OTAN propone al Pacto de Varsovia la limitación de los misiles atómicos de medio alcance soviéticos y estadounidenses. En caso contrario, la OTAN instalaría misiles de última generación (Pershing II y Cruise) en la Europa del Oeste. Dos semanas después, la URSS invade Afganistán. En muchos países, incluso en el este, hay manifestaciones pacifistas. Frente a la posibilidad de una guerra nuclear en territorio alemán, el movimiento pacifista en los años ochenta [10] organiza grandes manifestaciones (10.10.81, 10.6.82, 22.10.83, 11.10.86), recoge (1980-83) cuatro millones de firmas para pedir al gobierno que no acepte la instalación de los misiles y protesta durante años con sentadas permanentes en Mutlangen, donde a pesar de las manifestaciones y de esta petición se habían instalado los misiles. El movimiento se desarrollaba en un país en el que, desde 1971, la investigación para la paz estaba financiada con fondos públicos. Por ello, existía un contexto idóneo donde los temas de actualidad podían ser debatidos y de hecho lo eran, en muchas publicaciones, artículos y ponencias. Ekkehart Krippendorff era, y todavía es, uno de los investigadores más representativos y radicales.
Quizás el tema central del debate sea el desarme unilateral. Krippendorff elabora sus reflexiones respecto a ello en su ensayo “Für einseitige Abrüstung” (En favor del desarme unilateral) (Krippendorff, 1993a: 159-180). “Lo fácil, que es difícil hacer”: Krippendorff, citando a Bertolt Brecht, se refiere a “una Realpolitik necesaria y factible”, una terapia radical para una enfermedad social: los armamentos. Éstos y la estructura sobre la que descansan: el ejército, están interconectados con el Estado, como explica en su obra Staat und Krieg (El Estado y la guerra) (Krippendorff, 1985).[11] Como ya se ha demostrado, no sólo la preparación de la guerra no ayuda a la paz, sino que la existencia de alianzas entre países aumenta la probabilidad de la guerra. Los armamentos significan preparación para la guerra; otra argumentación es hipócrita. En el origen de la carrera armamentística hay una paranoia: nuestros vecinos están preparando una invasión. Para demostrar esa locura, Krippendorff la compara con el caso de cualquier político (en un país occidental en paz) que, frente a la posibilidad abstracta de ser asesinado por algún adversario, siempre vive con miedo y toma medidas para defenderse constantemente. Además, el hecho de que haya una tradición armamentística cada vez más sofisticada no implica que no se pueda acabar con ellos. Y sobre todo:

El aparato militar es como una bomba a punto de estallar, y por ello tiene que ser desactivada lo más pronto posible. ¿Es esto una utopía? Más utópica (y al mismo tiempo nada amable) es la hipótesis de que se pueda… impedir la guerra preparándola de forma cada vez más intensa. Utópico y desmentido por toda la historia moderna es también el hecho de que las guerras se impiden con la carrera armamentística. A lo mejor… se retrasan… Nuestra competencia histórica es la de acabar con esta historia: atacar de raíz el peligro de la guerra. La raíz de la guerra es el aparato militar… (Krippendorff, 1993a: 167).

Lo que los ciudadanos tienen que comprender es que evitar la guerra no es el fin prioritario de los gobiernos, como queda patente en el conflicto armado de las islas Malvinas/Falklands, iniciado por un principio -más que discutible- de soberanía territorial.[12]

Para el Estado, la clase política… hay valores más altos que la tutela de los ciudadanos. Este Estado (otra vez, encarnado en los armamentos y en el aparato militar) se defiende sólo a sí mismo y está sometido a una lógica política de potencial destrucción de sus ciudadanos (Krippendorff, 1993a: 169).

En el caso de Alemania, el asunto es particularmente evidente: como el alcance de los misiles atómicos que se plantean instalar en la República Federal no va más allá de la DDR, se trata evidentemente de un plan de autodestrucción que se vende como medida de seguridad.
Entonces, ¿qué hacer? La propuesta de Krippendorff no es la abolición de toda clase de armas, sino de los grandes armamentos y, sobre todo, de las armas atómicas. El primer resultado de esta iniciativa sería la eliminación del falso dilema de la seguridad, que como queda demostrado no es tal en el caso de los misiles. Además, esta iniciativa, para que sea efectiva, tiene que ser unilateral: condicionarla a priori a la reciprocidad significa no tomarla en serio, sino hacer propaganda. La gran excusa para la carrera armamentística se basa en el hecho de que la otra parte se está rearmando. Si una parte acaba de hacerlo y empieza el proceso contrario, la otra no puede continuar basándose en esta justificación. Y no sólo ello: los expertos militares están de acuerdo en que la defensa del territorio de la Republica Federal Alemana, por su posición geográfica y por las características de la guerra moderna, equivale a su autodestrucción. Está claro que no se puede excluir que el Pacto de Varsovia tenga la intención de invadir la República Federal Alemana, pero también se puede decir al revés: los países del bloque soviético pueden pensar lo mismo, ya que la mayoría de las armas de la RFA, sobre todo de la aviación, son ofensivas. Todo el rearme en el oeste y en el este está justificado por la misma razón. Y es hipócrita, o por lo menos contradictorio, decir por un lado, que no se tienen intenciones agresivas y, al mismo tiempo, alcanzar diálogos para un desarme recíproco, reconociendo que el miedo de la otra parte está justificado. De hecho, por un lado, se atribuye siempre a los demás malos propósitos y, por el otro, indirectamente se admite que nosotros también los tenemos. ¿Qué lógica es ésta?
Todo el tema del rearme, del equilibrio del terror no tiene sentido, es enormemente peligroso y la probabilidad de que tarde o temprano estas armas terribles puedan ser utilizadas, con la destrucción del territorio de la RFA, es suficientemente alta como para justificar su eliminación. Y el rearme además está en contra de la Ley Fundamental.[13] La verdadera causa de toda esta insania es la competitividad entre los Estados, que les obliga a dejar que los demás den el primer paso y suponer que el otro tiene malas intenciones. Es una actitud mental perversa, y la perversidad tiene otras caras. Así lo demuestra la declaración de Apel, el Ministro de Defensa, quien en febrero de 1981 dijo: “si la RFA se retira de la Historia, los demás harán historia sin nosotros y decidirán sobre nosotros”. Se trata de una confesión, la de “hacer historia”, que implica decidir y mandar sobre los demás aun a riesgo de las terribles consecuencias que ello puede entrañar. Y si se trata de competir con los demás, ¿por qué la RFA no lo hace en el sentido inverso, siendo la primera en tomar una dirección diferente? En conclusión: el verdadero problema es la estructura de las sociedades en Estados, la capitalista y la socialista en particular. Los Estados siempre están vinculados a los ejércitos y los ejércitos significan guerras. Entonces, el camino que se debe empezar debe ir hacia una organización social más autónoma, más socialista, en un sentido que aún se desconoce. Como éste es un camino largo, es posible que provoque cambios imprevisibles tanto en el campo del Pacto de Varsovia, como a nivel político.[14]

El antimilitarismo del autor sigue articulándose en la década de los ochenta de forma siempre muy incisiva, con la intención de contribuir a una mayor conciencia en el movimiento por la paz. En “Die Friedensbewegung kann nicht Friedensbewegung bleiben – oder sie ist auch das nicht mehr” (El movimiento por la paz no puede permanecer como movimiento para la paz, de lo contrario desaparece) (Krippendorff, 1983). Krippendorff intenta explicar que los poderosos tienen intereses diferentes de los de los ciudadanos. Mientras que éstos quieren vivir en paz y disfrutar de su propia vida, para los gobernantes de un Estado lo más importante es ser parte del juego en la política internacional, que además es lo único que les permite entrar en la Historia. Y por ello necesitan guerras, como demuestra la experiencia a lo largo del tiempo. Bismarck, Federico II de Prusia, Thatcher, Reagan y demás políticos, todos ellos saben dónde se cosechan los laureles. Por eso la política exterior y la militar son parte de los arcana imperii, algo en lo cual los ciudadanos no pueden entrometerse. Si los políticos se lo permitieran, si acogieran la petición del movimiento por la paz, sería el final para ellos. Mostrar debilidad, mostrar que tal vez las personas comunes saben algo más que ellos, sería terrible. Así, los políticos hablan de realismo frente a las visiones utópicas de los pacifistas. El movimiento por la paz de los años ochenta cree concentrarse en un aspecto importante: la instalación de los misiles y, en consecuencia, cree pedir lo justo y lo razonable, pero el instinto de supervivencia advierte a los políticos de que en dicho movimiento hay un potencial subversivo de la lógica del poder. Y esto es verdad, porque: 1) el pacifismo reclama participar en el tema de la “seguridad”, algo que siempre se ha presentado como “técnico”, como para “expertos”, es decir, para los militares; 2) la experiencia histórica muestra que para ser tomado en serio a escala internacional se debe ser militarmente poderoso: un Estado “no existe” si no es fuerte y no puede amenazar con intervenciones bélicas; por ello 3) el aparato militar no es una institución del Estado, es el Estado; en consecuencia 4) criticar al militar significa criticar al Estado y 5) el pacifismo activo es enemigo del Estado porque lo ataca en su raíz.
Pero el movimiento pacifista moderno no es activo, es reactivo: reacciona a una decisión e intenta curar el síntoma, no el mal, se opone a los misiles, no al aparato militar y al Estado. Si el movimiento no comprende que el mal es el militar y no se convierte en antimilitarista, no tiene futuro.
Krippendorff no sólo se dirige al movimiento pacifista, sino al ecologista, aunque los dos no estén verdaderamente separados. En “Das Problem der Rüstung ist viel zu wichtig, um den Experten überlassen zu bleiben” (“El problema de los armamentos es demasiado importante para que sea dejado a los expertos”) (Krippendorff, 1980: 21-26) argumenta que, mientras que la relación entre producción y destrucción del medio ambiente ha sido subrayada por el movimiento ecologista, no ha pasado lo mismo en la relación entre producción y armamentos. Sin embargo, son dos caras de la misma moneda, como ya había demostrado Werner Sombart en su Krieg und Kapitalismus (La guerra y el capitalismo) (Sombart, 1913): el capitalismo se desarrolló impulsado por los armamentos. Y el Estado moderno es el producto de las guerras. No se debe olvidar el nexo entre la subdivisión (capitalista) del trabajo y el Estado y el aparato militar, como ya reconoció Max Weber. Los movimientos por la paz y el ecologismo no deben limitarse a pedir que la RFA se libre de los armamentos atómicos, o del armamento nuclear para fines civiles, sino del aparato militar, su abolición debe ser el objetivo.[15]

La relación indisoluble entre el Estado y el aparado militar es analizada de forma extensa y muy bien sustentada en la ya mencionada obra Staat und Krieg (El Estado y la guerra) publicada en 1985.
La obra está estructurada en diez capítulos. Los primeros cuatro explican la idea de la patología de la razón de Estado y del mismo Estado como institución fatal para alcanzar la paz. Del capítulo cinco al capítulo diez, el autor recorre la Historia occidental desde nuestros días hasta la Roma antigua. Algunos capítulos terminan con un excursus que permite al autor profundizar en el tema desde una perspectiva cultural no sólo histórica o política, sino también antropológica, sociológica, filosófica o literaria. Un epílogo dedicado al Tolstoi pacifista concluye la obra y confirma la conclusión anarquista de Staat und Krieg, que es provisional, como nos dice el prefacio a la edición alemana de 1985.[16]
Sin embargo, el rol de la economía – la guerra en Irak sería impensable sin el petróleo - no debe distraernos de otras consideraciones que caracterizan la originalidad de Staat und Krieg: el subtítulo de la obra, Die historische Logik politischer Unvernunft puede traducirse como “La insensatez de las políticas de potencia a través de la historia”.
La obra comienza, tomando como ejemplo de catastrófica insensatez, la I Guerra Mundial, una verdadera fuente de locura humana y demostración de la cara perversa del Estado, que el mismo Freud ya había descrito en sus Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte en 1915 (Krippendorff, 1985: 17):

Los pueblos son representados hasta cierto punto por los estados que constituyen, y estos estados, a su vez, por los Gobiernos que los rigen. El ciudadano, como ser individual, comprueba con espanto en esta guerra algo que ya vislumbró en la paz; comprueba que el estado ha prohibido al individuo la injusticia, no porque quisiera abolirla, sino porque pretendía monopolizarla, como el tabaco y la sal. El combatiente se permite todas la injusticias y todas las violencias, las mismas que deshonran al individuo. No utiliza tan sólo contra el enemigo lo permisible (ruses de guerre), sino también la mentira a sabiendas y el engaño consciente y a medida que parece superar lo usual en guerras anteriores. El estado exige a sus ciudadanos un máximo de obediencia y de abnegación, pero los incapacita con un exceso de ocultación de la verdad, y una censura de la intercomunicación y de la libre expresión de sus opiniones, que dejan indefenso el ánimo de los individuos, sometidos intelectualmente, frente a toda situación desfavorable y todo rumor desastroso. Se desliga de todas las garantías y todos los convenios que habían concertado con otros estados y confiesa abiertamente su codicia y su ansia de poder, a las que el individuo tiene que dar, por patriotismo, su visto bueno (Freud, 2006: 2104).

¿Cómo se explica esto? ¿Cómo llega el Estado a volverse en un nuevo Cronos que devora a sus hijos? Ello ocurre por la razón de Estado, que el gran historiador alemán Friedrich Meinecke justifica reflexionando sobre la I Guerra Mundial, con palabras que Krippendorff (Krippendorff, 1985: 19) considera reveladoras:

Se sirve a una causa superior que sobrepasa con mucho la vida individual, no se sirve sólo a uno mismo; éste es el punto decisivo en que comienza la cristalización hacia formas más nobles en las que, lo que al principio sólo se consideraba como necesario y útil, comienza también a sentirse como bello y bueno, hasta que, al final, el Estado aparece como organismo ético para el fomento de los más altos bienes vitales, hasta que la voluntad instintiva hacia la vida y el poder en una nación se transforma en la idea nacional entendida éticamente, que ve en la nación el símbolo de un valor eterno (Meinecke, 1983).

Por esta razón casi metafísica el Estado “tiene que pecar” (Meinecke, 1983, cit. en Krippendorff, 1985: 19), hacer la guerra para defender sus valores; en realidad, para defenderse a sí mismo y conservarse. Es este salto lógico el que Krippendorff quiere subrayar: una institución, hecha por y para los seres humanos, que se convierte en algo superior, más importante y que puede hacer lo que prohíbe a sus ciudadanos y que les puede pedir hasta el sacrificio de su propia vida para seguir existiendo él.[17] El Estado como Dios, pero un Dios que peca.
La posibilidad concreta de someter al ciudadano tiene sus raíces en el hecho de que la modernidad se estructuró con la subdivisión del trabajo: cada ser humano se convierte en algo mecánico, se encaja en un rol y es más fácil controlarlo y llevarlo a compartir los razonamientos del poder. La lógica de los gobernantes está llena de lugares comunes y funciona en categorías abstractas: “equilibrio”, “confines naturales”, “disuasión”. Los poderosos se encuentran, toman un mapa de un país que quizás nunca antes hayan visto y dibujan sus límites. A estas abstracciones que deciden sobre la vida de millones de personas las llaman Gran Política. Las universidades, las escuelas, los medios de comunicación se encargan de difundir este modelo de política, y la conclusión es que todo aparece como normal: los Estados han existido siempre, el aparato militar es necesario, las guerras son parte de la naturaleza humana, etc. Henry Kissinger, un representante moderno de la razón de Estado, compara a los EEUU y a la URSS como dos ciegos encerrados en una habitación: cada ciego está convencido de que el otro tiene una vista perfecta y malas intenciones, y por eso pega con toda su fuerza y hace daño al otro y a la habitación (Kissinger, 1979, cit. en Krippendorff, 1985: 30).
La institución militar y la guerra como medio legítimo de la política son la expresión de la insensatez del Estado. ¿Quién toma la decisión de empezar la guerra y, sobre todo, de qué manera? Krippendorff ilustra con varios ejemplos. El más eficaz de ellos es el relato del historiador AJP Taylor en su obra La Guerra planeada: así empezó la primera guerra mundial (Taylor, 1970), que merece la pena resumir:
La chispa que hizo estallar la guerra fue el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando y de su mujer morganática Sofía perpetrado por el estudiante de Bosnia, Gavrilo Princip, el 28 de junio de 1914. Todos sabían más o menos que no se trató de un complot, que el asesinato fue una iniciativa individual que se utilizó como pretexto para iniciar la guerra. Pero la crónica de Taylor nos permite ver la locura detrás de esta decisión, que conllevará millones de muertos además de la destrucción de gran parte de Europa. El 28 de junio era el día de san Vitus, patrón de Serbia, que no era parte del imperio austrohúngaro, y fiesta nacional en Bosnia. No era el mejor día para la visita del heredero al trono a un país en el que había tensiones anti-imperiales, pero era una buena ocasión para hacer un regalo a Sofía por su aniversario de boda. Sofía era una aristócrata bohemia pero sin clase para ingresar en la familia de los Habsburgo, y en las ceremonias de la Corte tenía que situarse detrás de las jóvenes archiduquesas. La visita de Francisco Fernando a Bosnia tenía carácter sólo militar y correspondía a su función de inspector general de las maniobras de verano del ejército austrohúngaro en el país. Por eso, era una ocasión ideal para permitir a su esposa estar a su lado en público. Gavrilo Princip pertenecía a un grupo nacionalista juvenil llamado Joven Bosnia. Cuando se enteró de la visita del archiduque pensó que era el momento que esperaba y planeó el atentado con cinco compañeros: cada uno debería intentarlo por su cuenta. El fatal día llegó, pero el atentado estuvo a punto de fracasar: el primer joven imaginó que tenía un policía detrás de sí y no sacó la bomba; el segundo sintió compasión por Sofía; y un tercero lanzó la bomba que cayó tras el coche del archiduque e hirió a una docena de personas. Al oír la explosión, Princip dejó su puesto y vio cómo su compañero era detenido. Entonces, se sentó en un café y empezó a pensar en suicidarse. El quinto joven era miope y no vio al archiduque. El sexto no supo si debía seguir las primeras instrucciones y abandonó el intento. La visita continuó; luego, el archiduque decidió visitar a los heridos y, por un error del conductor del coche, pasó por delante del bar donde estaba Princip. Este vio al archiduque y sacó el revólver y disparó dos veces, matando al archiduque y a Sofía.
Aquel atentado, en sí muy grave, no debió tener consecuencias tan enormes, ya que, a pesar de las acusaciones contra Serbia, era evidente que no se trataba de un complot internacional. Pero un imperio debe hacer algo cuando es asesinado su heredero. Esto estaba claro en toda Europa. Con respecto a Austria, era una buena ocasión para reconquistar su prestigio. No había pruebas contra Serbia, pero ello era secundario. Atacar a Serbia comportaba dos problemas: la posible reacción de Rusia y, aunque suene raro, los horarios de los trenes que deberían transportar a los soldados, ya que no se podían cambiar si no era para una movilización general. Se decidió consultar al emperador alemán, Guillermo II. Éste inmediatamente prometió que Alemania estaría al lado del imperio austrohúngaro en caso de que Rusia reaccionara. En realidad, se trataba, por parte de los alemanes, del juego del gallina, en la convicción de que Rusia no atacaría y de que los austrohúngaros no querían hacer la guerra realmente. Luego, Guillermo II se fue de vacaciones, sin preocuparse demasiado de lo que podría pasar. Para Viena la disposición alemana fue más un problema que una ayuda, ya que, aunque no quería empezar la guerra, tampoco podía rechazar la ayuda de los aliados. Las demás potencias europeas habrían tolerado una reacción inmediata ante el atentado, pero Viena continuó buscando pruebas para justificarse. Como no las encontró, se decidió a redactar un ultimátum tan duro que los serbios seguramente lo rechazarían. El 14 de julio estuvo listo. Pero había un problema: la visita a San Petersburgo de Poincaré, presidente de Francia, daría la oportunidad a franceses y rusos de discutir cara a cara sobre el ultimátum. Entonces, se decidió retrasar la comunicación de éste hasta que Poincaré abandonase Rusia. Pasó un mes. Las otras potencias no podían decidir qué política seguir hasta que Austria-Hungría no hiciera algo y seguían esperando. Al final, los austriacos entregaron el ultimátum, que fue casi completamente aceptado por los serbios, como un compromiso para no enfadar a sus nacionalistas y al mismo tiempo evitar la guerra. En Berlín algunos reaccionaron con alivio, otros – los que querían la guerra - con decepción. El 28 de julio, Francisco José decidió la movilización, siempre con la esperanza de no empezar la guerra, pero recibió la información (falsa) de que las tropas serbias habían abierto fuego contra los austriacos, y entonces declaró la guerra, sin atacar aún. Los rusos empezaron a movilizarse, también sin intención de combatir, sólo para cuidar su imagen. El zar ordenó en primer lugar la movilización total; después, parcial; luego, otra vez total, todo en dos días, debatido entre el miedo a la guerra y la intención de mostrar su valentía. El 31 de julio llegó un ultimátum de Alemania a Rusia, para que retirara la movilización. Al día siguiente Alemania declaró la guerra a Rusia, intentando al mismo tiempo evitar que Francia se uniera a Rusia. Al general von Moltke se le ordenó bloquear la movilización en la frontera francesa, pero éste contestó que si la bloqueaba, debido a los complicados horarios de los trenes, no podría volver a movilizarla antes de seis meses. Los alemanes “no pudieron” parar su movilización y entraron a Bélgica, declarando la guerra a Francia el 3 de agosto. El 4 de agosto Inglaterra, como aliada de Francia, declaró a su vez la guerra a Alemania: estallaba la Primera Guerra Mundial.
Este relato es un ejemplo de cómo una guerra puede depender de hechos casuales, del orgullo de algunas personas o de mecanismos de planificación, más allá de la intención de combatir.[18] La política internacional es un juego peligroso de unos pocos,[19] para satisfacer deseos y pulsiones personales.[20] Lo que es verdaderamente importante para los políticos, es ser parte del juego, no ser excluido y, al mismo tiempo, que todo sea considerado normal por el pueblo, hecho en el que intervienen los “pequeños”: la prensa, los historiadores conformistas, que impiden que la gente se dé cuenta de que no hay nada necesario, nada en el interés de la nación, que todo es básicamente un juego fatal.
Krippendorff no se limita al ejemplo de la Primera Guerra Mundial para explicar la estupidez del poder y analiza una guerra más reciente, la de Vietnam: 1,6 millones de muertos, 360 mil mutilados, 10 millones de expatriados y un país destruido. ¿Para qué? Para nada. La guerra, que duró 20 años, fue iniciada oficialmente por el peligro que la pérdida de Vietnam supondría para la seguridad política, económica y militar de los EEUU, una justificación de la cual nadie hablará más después de la derrota.[21]
La unión del Estado con el ejército es una constante en la Historia. Krippendorff recuerda que los EEUU, después de la Guerra de la Independencia, no tenían ejército. Es así que, a finales del siglo XVIII, ante la preocupación de una posible anarquía interna, se aprobó una pequeña guarnición con 840 soldados y 46 oficiales. Para el gobierno, tal guarnición no era suficiente y así lo demostró propiciando una derrota ante los indios, con el propósito de convencer al Congreso de que eran necesarias tropas más numerosas. Al mismo tiempo se fundó la marina de guerra. En la URSS, la revolución había tenido objetivos de justicia social, pero Lenin y Trotsky consideraban muy importante la unión entre Estado y ejército para construir una nueva república. Pensaban que sin ejército no era posible gobernar; es decir, también en la URSS la primera función del aparato militar era controlar a los ciudadanos.
Un proceso análogo se repitió en Sudamérica, África y Asia. Antes del colonialismo, no había Estados, sólo pueblos y etnias. Los Estados son una herencia de los occidentales, por supuesto con sus ejércitos coloniales compuestos por soldados locales bajo el mando de la potencia colonial. Una vez independientes, los Estados coloniales mantuvieron la estructura jerárquica heredada, la única que les parecía concebible, con el aparato militar como elemento imprescindible. A menudo, la independencia fue concedida a condición del mantenimiento del ejército y de una estructura estatal. Como el Estado es el único actor reconocido a escala internacional, las potencias coloniales no estaban dispuestas a renunciar a interlocutores fiables en el futuro. Además, el país que había sido colonial estaba listo para intervenir a favor del Estado local, cada vez que había problemas contrarios a sus intereses.[22] Pero estas intervenciones directas son sólo son la punta del iceberg. El centro del problema es la exportación de armas: los occidentales producen armas y las venden a los gobiernos corruptos en las antiguas colonias. Se mantiene y perpetúa así el parasitismo del ejército y la pobreza de estos países, donde las armas no sólo se compran, sino que se utilizan. Además, se suceden los golpes de Estado organizados por militares y represiones del ejército, una lista larguísima en todo el mundo ex colonial. Para los “Grandes” esto plantea sólo un problema de geopolítica, de “equilibrios” y, sin duda, de negocios. El fatal enlace entre el Estado y lo militar hace posible todo ello.
La organización militar depende de la estructura social. La antigua Roma privilegiaba a la infantería porque era más manejable, aunque suponía un Estado organizado. Con la Decadencia, la infantería -más costosa- fue progresivamente substituida por la caballería, ya que los caballeros -normalmente ricos- podían organizarse ellos mismos. Desafortunadamente eran menos eficaces y no pudieron vencer a los bárbaros. Tras la caída del Imperio Romano, no hubo una institución sólida capaz de organizar un ejército durante siglos, es decir, de pagar a los soldados cuando no había guerras, a fin de que no se dedicaran a robar o a venderse al enemigo más poderoso.
Para describir cómo eran los hombres en la transición de la organización social y política de la Edad Media a la formación de los Estados modernos, Krippendorff (Krippendorff, 1985: 239-40) se apoya en Norbert Elias:

La gran mayoría de la clase alta secular de la Edad Media se dedicaba al bandolerismo (…) No es solamente que al guerrero (…) le gustara el combate, es que vivía de él; pasaba su juventud preparándose para la lucha y, cuando se encontraba listo, se le armaba caballero y pasaba tanto tiempo de su vida combatiendo, como se lo permitieran sus fuerzas hasta bien entrada la vejez. Su vida no tenía ninguna otra función (Elias, 1993: 233-4).

Así eran los hombres que formaron nuestros “Estados”. Tiempo después se refinarían un poco, disimularían su arrogancia y corregirían su lenguaje para ser aceptados en la sociedad de la Corte que se iba formando. Esta nueva nobleza, germen de los Estados modernos, mantiene su lógica de la violencia desarrollada a lo largo del Medioevo. La misma lógica se incorpora al Estado y se convierte en la razón de Estado. Así tenemos, por ejemplo, a Margareth Thatcher y sus consejeros que, por la razón de Estado, deciden una guerra absurda en el otro hemisferio – la guerra de las Malvinas - para castigar a los argentinos “como deber hacia nuestro pueblo y a todo el mundo civilizado” (Krippendorff, 1985: 242). La forma se mejora, sin embargo, la esencia es la misma que en la Edad Media.
Volvamos nuevamente a la época feudal. La guerra era la manera más fácil de enriquecerse (Krippendorff, 1985: 245):

La guerra era, posiblemente, el modo más racional y más rápido de que disponía cualquier clase dominante en el feudalismo para expandir la extracción de excedente. Es cierto que ni la productividad agrícola ni el volumen del comercio quedaron estancados durante la Edad Media. Para los señores, sin embargo, crecían muy lentamente en comparación con las repentinas y masivas «cosechas» que producían las conquistas territoriales (…). Era lógico, pues, que la definición social de la clase dominante feudal fuese militar. (…) El objeto categorial de la dominación nobiliaria era el territorio, independientemente de la comunidad que lo habitase (Anderson, 1979: 26).

Pero la adquisición de la tierra y su defensa costaban mucho a la sociedad agraria. La sociedad feudal se organizó progresivamente para poder mantener a los soldados,[23] que garantizaban las posesiones y permitían ampliarlas. La legitimación del poder por medio del derecho, la formación de dinastías para la transmisión de las tierras y la tasación, todo ello tenía como razón última la necesidad de pagar a los militares. Éstos no sólo servían como medio de defensa y de conquista, sino también para controlar las rebeliones internas, tal como lo demuestra la represión de las jacqueries en Francia, donde por cada noble muerto se mataron 700 personas, entre ellas muchos inocentes. Este proceso de integración de lo militar en la estructura política llevó el monopolio de la fuerza a los señores feudales, separando a los ejecutores de la violencia de los titulares del derecho a utilizarla. En la época del Renacimiento, antes de llegar a la constitución de los Estados y de los ejércitos regulares, la típica figura del militar era el “condottiero”, un organizador de tropas mercenarias. Wallenstein, uno de los últimos condottieri, se hizo muy rico durante la primera mitad de la guerra de los 30 años (1618-1648), pero al final (1631) fue derrotado por Gustavo II Adolfo de Suecia. Gustavo Adolfo murió en la batalla, pero el Estado sueco sobrevivió junto a su ejército, que fue el primer ejército moderno con soldados en quintas. Al año siguiente Wallenstein fue asesinado; sus propiedades, confiscadas y sus tropas, dispersadas.

La paz de Westfalia de 1648 ratificó la sociedad internacional como un sistema de Estados. A esta altura, la nobleza había comprendido que sin un ejército propio y estable, ningún poder podía durar.[24] Para mantenerse, estos ejércitos necesitaban una estructura capaz de recaudar impuestos y un número suficiente de ciudadanos educados en el servicio de la defensa de la comunidad, con unas leyes y una burocracia en función. A todo ello se le llama Estado. En toda Europa, con historias y dinámicas diferentes, el Estado tiene como germen al ejército. La antigua nobleza feudal aprende, poco a poco, a ejercer el poder desde el interior de una estructura diferente.[25] Sus valores son los mismos: honor, grandeza, fidelidad al príncipe; su visión jerárquica tampoco cambia. La paz de Westfalia significa además la legitimación de la guerra como medio de la política; es una paz provisional. En aquella época, empezó a establecerse el principio del equilibrio de la fuerza entre los Estados, que siempre tenía que ser mantenido o restablecido con la guerra. En todo el siglo XVIII, el primero en el que se establece el Estado, sólo hubo 7 años de paz.[26] Bajo el Rey Sol, Luis XIV (1638-1715), Francia hizo estallar 29 guerras que arruinaron al Estado y que cobraron 9 millones de vidas. Lo mismo sucedió con Federico II de Prusia (al que todavía se le llama “el Grande”): en 1740, en una carta a su amigo Jordan (Krippendorff, 1985: 290), confesaba que la verdadera razón de sus guerras era su deseo de pasar a la Historia. Después de la guerra de los Siete Años (1756-1763), las arcas del Estado estaban vacías como las del Rey Sol; solamente Federico tuvo el tiempo de trabajar por su país en condiciones de paz. La unión de Estado y ejército facilitó entonces hacer estallar guerras cada vez más grandes, impulsadas por la patología del poder.
El Estado no fue una “necesitad” histórica: otras formas de organización habrían sido posibles y estuvieron a punto de concretarse. Krippendorff, citando a la historiadora Hedwig Hintze (Krippendorff, 1985: 302-3), recuerda que en la primera etapa (1789-91) de la Revolución Francesa, los revolucionarios estaban de acuerdo en la eliminación del Estado central y militar y en la substitución de éste con una federación de pueblos, en el nombre de la “liberté, égalité, fraternité”.[27] El hecho de que la Revolución se desplegara de forma violenta (después vino Napoleón y la Restauración) no significa que una alternativa pacífica no fuese posible. Krippendorff considera Historia también lo que pudo haber sido y no fue; para él, una posibilidad no realizada no corresponde a una imposibilidad absoluta. Napoleón impuso una pauta de Estado militarizado. Otra forma de organización política era y es aún posible.
Después de analizar en los dos últimos capítulos la formación de los Estados nacionales en el siglo XIX y la constitución del Estado en la Roma antigua, Krippendorff concluye Staat und Krieg, dándole la palabra al Tolstoi pacifista: deberían abolirse los gobiernos, que son las organizaciones que más violencia producen. Si esto ocurre, nada malo puede pasar, la violencia sólo puede ser menor, ya que faltaría la organización más peligrosa, la que causa las guerras internacionales y lleva a cabo represiones internas.
En otro texto, encontramos palabras de Tolstoi que sintetizan la respuesta de Ekkehart Krippendorff a la pregunta: ¿Cómo sustituir al Estado?

La gente dice: “¿Quién nos va a garantizar la seguridad cuando se suprima el orden establecido actual? ¿Cuáles van a ser y en qué van a consistir las nuevas costumbres que sustituirán a las actuales? Hasta que no sepamos cómo será nuestra vida, no avanzaremos ni nos moveremos del lugar”.
Esta exigencia es la misma que comportaría, por ejemplo, el requerimiento de informes detallados de un país desconocido por parte de un explorador que se dispusiera a explorarlo.
Si un individuo que pasa de una edad a otra conociera perfectamente la vida que le espera, no tendría motivos para seguir viviendo. Lo mismo ocurre con la vida de la humanidad: si ésta tuviera un programa detallado de lo que le espera en su nuevo estadio, sería el indicio más evidente de que no vive ni avanza, sino que permanece en un mismo lugar.
No podemos conocer las condiciones del nuevo orden de la vida, ya que somos nosotros mismos los que las tendremos que crear. En ello consiste precisamente la vida: en experimentar lo desconocido y conformar nuestras acciones a este nuevo conocimiento.

En ello consiste, pues, la vida de cada individuo, la de las sociedades y la de la humanidad (Tolstoi, 2010: 301-2).

6. La madurez: 1990-2010

Después de la caída del muro de Berlín (1989) y tras la reunificación (1990), la investigación para la paz en Alemania pierde fuerza,[28] como si la verdadera razón de ésta hubiera sido la condición de un país amenazado por su posición estratégica. Por otro lado, el país empieza a participar en las así llamadas “misiones de paz”: en Afganistán (desde 2001) pero no en Irak (1991 y desde 2003), porque la opinión pública sigue estando en contra de la guerra, postura que los políticos -en parte- tienen en cuenta.[29]
En los años noventa y en la primera década del siglo XXI, Krippendorff continúa con su análisis del aparato militar como peligroso y parásito, pero sobre todo se concentra en la búsqueda de modelos positivos de política ética. Después de demostrar la locura de la razón de Estado, y el daño inevitable que provoca el aparato militar junto a un Estado que se tutela a sí mismo en detrimento de los ciudadanos, Krippendorff decide dejar de lado la crítica directa a la política. Desde lo alto de su asombrosa cultura mira a la historia de la filosofía, de la literatura, de la música, incluso de la religión, y estudia otros modelos posibles de política. El fruto de esta investigación es una gran cantidad de obras[30] y de escritos menores. Entre todos, la obra que mejor resume sus ideas en la madurez es Die Kunst, nicht regiert zu werden. Ethische Politik von Sokrates bis Mozart (El arte de no ser gobernados. Política ética desde Sócrates hasta Mozart) (Krippendorff, 1999), un trabajo que él mismo considera su testamento espiritual.
El contenido de Die Kunst… presenta diferentes ejemplos de una política ética para la libertad. Según el autor, ésta se puede lograr a través de la práctica de un anarquismo de alto nivel. Die Kunst… es en consecuencia un libro para todos y para nadie, como Nietzsche definía su Zaratustra. Para todos, porque la invitación a abrir la propia jaula mental y superar las propias limitaciones se dirige a todos; para nadie, porque llegar a ello es tarea de una vida entera, y los seres humanos parecen tener otras prioridades que la búsqueda de la libertad espiritual y práctica. Die Kunst… es también un libro de estética pacifista: el arte como medio para la libertad en un sentido que recuerda a Schopenhauer.[31]
El subtítulo Política ética desde Sócrates hasta Mozart describe el recorrido amplísimo del libro: desde la filosofía hasta la música, con etapas intermedias en otros ámbitos de la cultura, particularmente el teatro y la literatura; especialmente Goethe y la ciencia. Die Kunst… es sobre todo una obra de ilustración en el sentido de Kant: “¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!” (Kant, 2004). Quien se sirve de su inteligencia es libre.
La política nació en la Grecia antigua. En la trilogía de Esquilo, la Orestíada, la presencia de los dioses es una advertencia para controlar la hybris, respetando el orden ontológico, que sigue un criterio intrínseco de mesura de consideración a los demás para alcanzar la convivencia armónica: política ética en forma de representación teatral, lo opuesto al teatro político actual, que es mera representación, alejada de cualquier ética.
En el siglo V a.C., Sócrates introduce una forma racional de búsqueda de la mejor política. El método socrático, el preguntar incesantemente y públicamente, es un ejemplo de cómo el ciudadano tiene que comportarse para que el poder sea verdaderamente suyo: ha de elaborar su propia opinión, preguntar e investigar, no con fines destructivos, sino para el conocimiento de sí mismo. El bien común se produce sólo si el ciudadano y el político se preguntan si están sirviendo a la causa pública o, por el contrario, a sí mismos, en detrimento de la polis. Platón, en su República, expresa el mismo concepto cuando afirma (Platón 1990: 473) que los gobernantes, para ser justos, deberían ser filósofos. Esta idea de Platón, tradicionalmente considerada reaccionaria, para Krippendorff es en realidad la afirmación de la necesidad socrática del autoconocimiento para gobernar bien, éticamente, en el interés de todos. Platón era consciente de que su idea podía parecer ridícula: de hecho todavía hoy está considerada como un punto débil del pensamiento platónico, algo impracticable, utópico y que por eso debe ser desechado. Más de 2 mil años después, Kant expresó básicamente la misma idea: antes de actuar en política es necesario honrar la ética (Krippendorff, 1999: 147). Toda la vida de Gandhi, a quien Krippendorff dedica un capítulo entero, se basa en la práctica concreta del mismo principio, que Gandhi expresa en la imagen de que “los frutos no pueden ser diferentes a la semilla”: desde el mal (la violencia) no puede surgir el bien. La política debe ser intrínsecamente ética; los medios determinan los fines.
Volviendo a Platón: su república ideal gobernada por los filósofos debe ser de tamaño limitado. Krippendorff comenta: “La democracia se puede practicar sólo en comunidades que admitan el control y la crítica del poder. El poder autoritario vive de la distancia que permite ocultar la gestión real de la res publica. Su tendencia a alejarse de los ciudadanos y a encerrarse en abstracciones impide la comprensión de los sucesos y permite cualquier iniciativa contraria a los intereses públicos. Frente al discurso político abstracto, el arte del diálogo es el arte de la democracia.”
Hannah Arendt, refiriéndose al proyecto de Jefferson sobre la organización de los EEUU en distritos, nos indica (Krippendorff, 1999, pp. 123‑4) un modelo de participación democrática verdadera y explica por qué es importante que cada ciudadano se dé cuenta de

que se es partícipe en los asuntos del gobierno no simplemente a través de una elección celebrada una vez al año, sino todos los días; cuando no hay nadie en el Estado que no sea miembro de alguno de estos consejos, grandes o pequeños, es preferible que se le arranque el corazón antes de que le sea arrebatado su poder por un César o un Bonaparte.
El postulado básico del sistema de distritos era que nadie podía ser feliz si no participaba en la felicidad pública, que nadie podía ser libre si no experimentaba la libertad pública, que nadie, finalmente, podía ser feliz o libre si no participaba y tenía parte en el poder público (Arendt, 2004).

Otras culturas han reflexionado sobre la política justa. En Lao-Tse (siglo VI a. C.) leemos:

Cuando el gobernante es indulgente
el pueblo se halla en la abundancia.
Cuanto más severo es un gobernante
más se encuentra el pueblo en la indigencia. (Lao Tse, 1972: 58)[32]

En la problemática e incierta traducción de un texto, que además en su origen era de tradición oral, “indulgente” y “severo” pueden ser interpretados[33] respectivamente como “moderado y discreto” y “malicioso e inconveniente”. Menos problemático es interpretar lo siguiente:

El pueblo sufre hambruna
porque el rey cobra impuestos en demasía.
Por eso hay hambruna.
El pueblo es difícil de gobernar
porque el rey actúa
en beneficio de sus propios intereses.
(Lao Tse, 1972: 75, cit. en Krippendorff, 1999: 137)[34]

Y, en el tema de la guerra y de la paz (Krippendorff, 1999: 137):

Instrumentos de desgracia son las armas,
no son instrumentos para el príncipe;
sólo si está obligado las maneja,
para él, la paz está antes que todo.
Por lo tanto, si vence no celebra su victoria.
Aquel que celebra la victoria
es el que se regocija con la matanza.
Éste jamás debe gobernar sobre la tierra. (Lao Tse, 1972: 31)

Y además (Krippendorff, 1999: 160):

El que está en el camino del Tao
no refuerza el imperio con las armas.
Toda acción provoca reacciones.
En el lugar donde acampó el ejército,
sólo nacieron zarzas y espinos.
Después de los grandes ejércitos
siempre siguieron años de hambruna.
El buen general vence y allí se queda,
no se atreve a abusar de su poder.
Vence y no se sobrestima.
Vence y no se jacta.
Vence y no se enorgullece.
Vence porque ese es su oficio.
Vence pero no busca fama. (Lao Tse, 1972: 30)

Con palabras sólo parcialmente diferentes de las de Lao Tsé, también Confucio (551‑479 a.C.) invita a los gobernantes a ser moderados y un buen ejemplo para los ciudadanos sobre todo evitando la violencia. El rey Aśoka (304-232 a.C.), considerado el fundador de la India, renuncia a las guerras de conquista para conquistarse a sí mismo. “El rey considera el honor y la fama de poco valor, con la excepción de la obediencia al Dharma.[35] En este sentido el rey persigue el honor y la fama” (Krippendorff, 1999: 149).
La ciencia no es políticamente neutral. Los físicos que desarrollaron la bomba atómica eligieron conscientemente una posibilidad de muerte, en el caso extremo, la destrucción del planeta entero. Oppenheimer, antes de la explosión de Hiroshima, contemplaba tres posibilidades: además de lo que ocurrió (200 mil muertos, algunos tras años de sufrimiento), que no sucediera nada o que todo el planeta fuera destruido.
La escuela más sutil de libertad, sin embargo, no es la Filosofía, sino el Arte. El verdadero arte siempre critica al poder y sobrevive a éste. Aunque necesitamos otro enfoque de la Historia – estudiar más a Gandhi y menos a Napoleón – no son los poderosos quienes sobreviven a la Historia, sino los artistas. ¿Quién visita o se interesa en Italia para conocer a Garibaldi y a los ridículos reyes de Savoia, anteponiéndolos a Miguel Ángel o Leonardo? El poder esconde sus intenciones y se expresa con monólogos; el arte es naturalmente público y de diálogo. De todas las artes, la música sigue un programa de educación política. Ello se observa por ejemplo en Wagner y en Verdi: en el primero, aunque no en el sentido que el nazismo le dio a su obra, sino en el de la inspiración de una polis nueva, a través de la obra de arte total, el Gesamtkunstwerk;[36] en el segundo, menos manifiestamente, pero de forma eficaz, como se aprecia en el Nabucco, el haber sido el motor de los sentimientos independentistas de Italia. En el caso de Beethoven, se observa una doble cara: el coro de su Novena Sinfonía habla de fraternidad, pero su potencia expresiva puede incitar a la agresividad.[37] Mozart sólo puede ser interpretado en el sentido de la libertad e igualdad: el Così fan tutte es también un “Così fan tutti”, los hombres no son mejores que las mujeres, el Figaro es antimilitarista y democrático.

Ekkehart Krippendorff se jubiló en 1999 de la Freie Universität de Berlín. Desde entonces se dedica a escribir libros y a dar conferencias. En junio de 2010 fue director del Festival de la Paz de Udine (Italia). En él pudo concretar su idea de estética pacifista. Además de debates, el festival ofreció la visión de películas, representaciones musicales (Haydn, Mozart), una ponencia sobre el tema de la Novena Sinfonía de Beethoven y una lectura de Goethe. Un experimento interesante y de calidad, en gran medida ignorado por el público, no preparado para este tipo de oferta cultural.
¿Cuál es entonces la herencia de Krippendorff? Nuestro autor lamenta no haber conseguido fundar una escuela.[38] Sin embargo, ello no significa que una obra tan rica y un compromiso personal tan honesto y coherente no sean en sí mismos un mensaje bastante fructífero como para proporcionar inspiración intelectual y existencial a los investigadores para la paz. Para apreciar su verdadero aporte, es evidente que Krippendorff debe ser estudiado a fondo, volviendo a recorrer sus fuentes políticas y culturales desde el punto de vista que propone, a menudo diferente de lo convencional. Leer a Goethe, a Shakespeare, escuchar a Mozart, volver a estudiar críticamente la filosofía política, la teoría del Estado, la política internacional como él lo ha hecho, verificar sus hipótesis, valorar sus argumentaciones, todo eso es un trabajo imponente. Sin embargo, se trata de un trabajo sin ninguna duda prometedor.
Lo que se presume haber presentado en esta biografía intelectual es el perfil de un hombre muy bien arraigado en varias disciplinas de la tradición cultural de occidente, con horizontes abiertos al descubrimiento de otras culturas y con una fuerte motivación ético-social. En otras palabras, alguien que cree en la potencialidad transformativa de la cultura y del libre pensamiento. Por él, cultura de paz es sinónimo de cultura en el sentido más amplio, de ética y de libertad.

Seguramente Krippendorff no se ha dedicado a la elaboración de técnicas de resolución o transformación de conflictos, ni de formas de defensa sustitutivas del ejército. En este sentido hay que recurrir a otros autores, para intentar responder a algunas preguntas básicas que plantea una parte de sus escritos. La contribución de Krippendorff se coloca mucho más a nivel de la conciencia, para que la ciudadanía comprenda cuál es su papel político. Asimismo, Ekkehart Krippendorff se puede considerar como un representante de una moderna Ilustración, comprometido en el despertar y orientar a quienes buscan una sociedad y un mundo más humanos. Fines esos que, nos dice Krippendorff, son completamente posibles, pero dependen de nuestra capacitad de imaginarlos, para después llegar a realizarlos.

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Notas

[01] Las únicas excepciones son: Krippendorff, 1985ª y 1993.

[02] Los informes oficiales al respecto, por ejemplo del PNUMA, también tienden a identificar conflicto ambiental con conflicto armado originado por condiciones ambientales. Sin embargo desde el campo de estudios de la Investigación para la Paz se está ampliando la visión sobre los mismos, como demuestran las agendas de los principales centros de investigación, como el International Peace Research Institute (PRIO) de Oslo, Noruega; el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI); o en España el Centro de Investigación para la Paz de Madrid (CIP), que ha cambiado su denominación a CIP Ecosocial, remarcando así sus nuevas prioridades de investigación.

[03] En la cual se consideraba que el crecimiento económico y la estabilidad política generaría un cambio de valores en las sociedades materialistas progresando hacia ideales inmateriales y valores sociales y por ende con una consideración mayor hacia el medio ambiente (Inglehart, 1977).

[04] Hacen referencia a conflictos ambientales como casos actuales de conflicto social donde los actores son reticentes a llamarse a sí mismo ecologistas, y distributivos por la desigual distribución entre los costes y beneficios generados. (Martínez Alier, 2005/ Guha, 1994).

[05] Aun en los ejemplos más radicales de la ecología profunda siempre subyacen los intereses de esos defensores de la «naturaleza pura», ya sean estético-contemplativos o una simple convicción moral (Martínez Alier, 2007).

[06] En esta etapa, los conflictos mineros son un ejemplo paradigmático como se expone en Martínez Alier (2001).

[07] El informe original, con el título ¿Es la energía atómica sostenible? Fue preparado para laComisión de Naciones Unidas para el desarrollo sostenible de 2001, y discutido de nuevo durante la continuación en Bonn en julio del mismo año. El informe concluyó básicamente que la energía atómica no es sostenible, y desde entonces se ha citado repetidamentepor detractores de la opción nuclear. El texto está disponible con sus distintas revisiones en http://www.stormsmith.nl/. Una revisión exhaustiva del mismo realizada por la Universidad de Sidney  y denominada Life-Cycle Energy Balance and Greenhouse Gas Emissions of Nuclear Energy in Australia de 2006, se puede encontrar en http://www.dpmc.gov.au/publications/umpner/docs/commissioned/ISA_report.pdf

[08] La WNA es la organización internacional que promueve el uso de la energía atómica y apoya a las empresas involucradas en el desarrollo de la industria nuclear. http://www.world-nuclear.org/about.html

[09] El informe concluye que « las emisiones de la energía nuclear se sitúan en algún punto entre las de la biomasa y las del gas natural» pero remarca que conforme disminuye el grado de las menas disponibles, aumentan las emisiones de dióxido de carbono (Barnaby y James, 2006).

[10] Sólo hace falta echar un vistazo a la web de la WNA o la de cualquier asociación industrial nuclear, como Foratom a nivel europeo, o el Foro Nuclear Español. En ellas se destaca  de forma visible la no emisión de CO2 por las centrales nucleares. Ver también Sánchez Vázquez (2010).
En realidad no se puede destacar como un fenómeno exclusivo de las empresas nucleares, aunque estas fueran de las pioneras y con un mensaje claro y más directo. Se enmarca en una corriente más amplia extendida en el mundo empresarial y conocida como greenwashing, un término que describe el uso engañoso de marketing verde para promover una percepción errónea de que las políticas o los productos de una compañía son adecuados desde el punto de vista medioambiental. http://www.greenwashingindex.com

[11] Dicha evolución ha transcurrido a través del análisis de la obra de grandes pensadores y científicos como Linneo, Darwin o Thoreau, y de «ecologistas clave» del siglo XX como Rachel Carson, la autora del emblemático libro Silent Spring; Frederic Clements, autoridad en la descripción y clasificación científica de los vegetales; Aldo Leopold, considerado el padre de la gestión de la vida salvaje en los Estados Unidos; James Lovelock, prestigioso científico famoso por la hipótesis Gaia; y Eugene Odum, uno de los más importantes promotores de la ecología contemporánea. Worster (1994).

[12] La matanza de los manifestantes a cargo del ejército el 4 de febrero de 1888, como se detalla en Martínez Alier (2007).

[13] Entre los diversos y heterogéneos incidentes, se pueden destacar la contaminación radiactiva del buque atunero Mitsu en Japón en 1954; los vertidos contaminantes de explotaciones petrolíferas en California o el incremento del uso de pesticidas a principios de la década de los sesenta en Estados Unidos; así como los problemas de contaminación atmósférica de Londres que derivaron en la promulgación de la una nueva ley por la limpieza del aire en 1956 o diversas protestas contra la construcción de infraestructuras en el resto de Europa (McNeill, 2003: 15).

[14] La ecologización o greening de las ciencias sociales en el contexto académico coincidió con la adopción de nociones ambientalistas en el discurso político y también con un proceso de nueva  construcción social del medio ambiente y de los riesgos ambientales, que a su vez estaba relacionado con cambios degradatorios en las condiciones ambientales a nivel mundial  (Lemkow, 2002: 12)

[15] En concreto Is there a peaceful atom? Wadebridge, julio 1970 y Nuclear Power, Wadebridge, julio 1973 citadosen Costa (1976): 73-74.

[16] Geenpeace, la organización no gubernamental de más trascendencia mediática en la actualidad, sigue manteniendo entre sus pilares de actuación la supresión de los programas nucleares: «Nuestro objetivo es proteger y defender el medio ambiente y la paz, interviniendo en diferentes puntos del Planeta donde se cometen atentados contra la Naturaleza. Greenpeace lleva a cabo campañas para detener el cambio climático, proteger la biodiversidad, acabar con el uso de las energía nuclear y de las armas y fomentar la paz». Ver Greenpeace (2010) http://www.greenpeace.org/espana/about

[17] El uranio se puede encontrar en unas 150 variedades minerales distintas como, por ejemplo, la uranita o la petchblenda. Dentro de las formas minerales que lo contienen, el uranio natural se encuentra en la forma de óxido de uranio (U3O8).

[18] Por ejemplo, se ha constatado la contaminación de aguas subterráneas y superficiales con radionucleidos (como el plomo-210, el polonio-210 y el radio-226), metales pesados (arsénico, manganeso y níquel) y otros contaminantes en las inmediaciones de minas de uranio canadienses. Winfield (2006): 32-33.

[19] La literatura específica sobre esta problemática en otros países es mucho menos extensa si se compara con el caso estadounidense. En el contexto europeo los principales estudios se centran en la situación de los trabajadores de las minas en Francia y la República Checa, los dos países con mayor tasa de producción. Ver Rogel et al. (2002) y Tomasek (2002).
Sorprendentemente, no se han encontrado estudios de este tipo para el caso español. Sí existen trabajos sobre la mortalidad en las áreas colindantes a plantas de tratamiento del uranio y centrales nucleares (López-Abente, Aragonés y Pollás, 2001), o el conocido estudio sobre la mortalidad entre antiguos trabajadores de la Junta de Energía Nuclear, coordinado por Rodríguez Artalejo (1997).

[20] Sobre la incidencia de los impactos de la minería en grupos vulnerables ver Maxwell (2004).

[21] El enriquecimiento de uranio en EEUU se realiza por difusión y parte de sus requerimientos energéticos son cubiertos por plantas de producción eléctrica basadas en el carbón obteniendo una contribución a la emisión de gases invernaderos  de cerca de  40kg/MWh, según la WNA (2010). Por el contrario, la misma WNA puntualiza que en Francia, que tiene la mayor planta de enriquecimiento por difusión, la energía necesaria es suministrada por una central nuclear anexa, por lo que la contribución de gases invernaderos de los reactores que usan el uranio enriquecido francés es de  menos de 20 kg/MWh en total.

[22] Para profundizar en esta cuestión es destacable el capítulo «Guerra ‟high tech”, desastre humanitario y ecológico»  en Bernard et al.(1999). Véase también Vucksanovic et al. (2001): 222-229.

[23] Uno de los accidentes más comunes es la rotura de un elemento combustible, que conlleva un problema grave de contaminación sobre todo si el circuito primario del sistema del reactor queda afectado. Sin embargo, la rotura de la conducción primaria es la avería de mayor gravedad previsible en un reactor nuclear. Si esta avería tuviese lugar, la mezcla de vapor y agua saldría del recipiente de presión del reactor, y en caso de no funcionar la refrigeración de emergencia, el núcleo quedaría destruido por fusión y se liberarían los productos radiactivos de fisión, algo similar a lo ocurrido en el accidente de Chernóbil o en el reciente episodio de Fukushima.

[24] Mientras la mayoría de los reactores en el mundo producen una media cercana a los 800 Megavatios netos por unidad, estos reactores de menor capacidad producen alrededor de los 200 Megavatios netos. Las razones de la tendencia a construir este tipo de reactores no están claras, ya que en principio el diversificar costes de construcción no contribuye a abaratar los proyectos. Probablemente se debe a políticas de desarrollo industrial y planificación energética de los países implicados, como el caso de la India. Ver http://www.world-nuclear.org/info/inf53.html

[25] Veáse el magnífico estudio etnográfico con trabajadores de diversas instalaciones nucleares estadounidenses llevado a cabo por Perin (2005). Ver también Parr (2006): 821.

[26] El plutonio extraído del reprocesado del combustible gastado en los reactores sería usado como combustible en una nueva generación de reactores, llamados de alimentación rápida o Fast Breeder Reactors (FBR). Se esperaba que resultara un proceso de alta eficiencia energética si lograba ser controlado a nivel tecnológico, por lo que muchos países buscaron acceso al plutonio para poder participar en el desarrollo de los FBR. Walker (2006).

[27] Power (1979): 215.

[28] Walker (2006): 746.

[29] Ver Costa (1976) o Gaviria, M.; Naredo, J.M., y Serna, J. (1978).

[30]   Bien es cierto que hay varias formulaciones del principio de precaución, cada una con diferentes consecuencias, y existe la polémica acerca de cómo entender el principio. Para una clasificación de las formulaciones del mismo, consultar “Ciencia precautoria y la fabricación de incertidumbre”, de José Luis Luján y Oliver Todt (2008).

[31] Krippendorff no nombra explícitamente a Schopenhauer (1788-1860), que a su vez estaba influenciado por la estética romántica, a la que, sin embargo, Krippendorff sí se refiere. Schopenhauer, en su obra El mundo como voluntad y representación, ve el mundo como dominado por una voluntad tiránica. La única forma de liberarse de ésta, es la práctica y la contemplación del arte.

[32] Krippendorff cita, en la página 136 de Die Kunst…, la traducción en alemán de R. Wilhelm, Tao Te King (1910), München 1978.

[33] Aquí se expone el enfrentamiento entre la traducción en español y en alemán.

[34] De hecho “actúa en beneficio de sus propios intereses” parece ser una legítima pero restrictiva interpretación de una frase que en el origen suena “actúa demasiado”, es decir, alejándose del recto principio de moderación que es la vía del Tao..

[35] Dharma es una palabra sánscrita con varios significados: básicamente la necesidad de armonizar tu propia conducta con el orden universal y los preceptos del Buda.

[36] Para fundamentar esta tesis compleja y atrevida, Krippendorff cita la obra de Udo Bernach Der Wahn des Gesamtkunstwerks. Wagners politisch-ästetische Utopie (El delirio de la obra de arte total. La utopía político-estética de Wagner), Frankfurt/M., 1994, pp. 146-167 (Krippendorff, 1999: 412-3).

[37] Esto se aprecia claramente en la película La naranja mecánica de S. Kubrick.

[38] Conversación privada, Berlín, junio de 2010.

 

Francesco Pistolato: Alumno del Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos del Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada en el año 2009-2010. Nacido en 1952 en Roma, licenciado en Derecho (1975) y en Idiomas Extranjeros (1983) en la Universidad La Sapienza de Roma, Diploma de la Universidad de Klagenfurt: Curso de Educación para la Paz “Eured” 2004-2006, profesor de Alemán en la escuela secundaria en Italia, cofundador en 2007 del Centro de Investigación para la Paz IRENE de la Universidad de Udine (Italia). Principales publicaciones de Cultura de Paz: Como editor: (2006) Per un’idea di pace, Padova, CLEUP; (2007) Die verborgene Tugend. Unbekannte Helden und Diktatur in Österreich 1938-1945 / La virtù nascosta. Eroi sconosciuti e dittatura in Austria 1938-1945. Treviso, Europrint Edizioni; (2009) Le rose sbocciano in autunno. Pisa, Gandhi Edizioni. Como traductor: (2008) Krippendorff, Ekkehart. Lo Stato e la guerra, Pisa, Gandhi Edizioni. Email: fpistolato@yahoo.it

 

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