Una Cultura de Paz compleja y conflictiva. La búsqueda de equilibrios dinámicos.
Resumen: La idea de Cultura de Paz se apoya en la necesidad de una cultura con capacidad de orientar e implementar un mundo más pacífico. Al mismo tiempo es promovida como un medio de gestión de la conflictividad, y particularmente como antídoto de la violencia. Este trabajo profundiza en los significados de la Cultura de Paz, entendida como todas aquellas acciones que promocionen los mayores equilibrios posibles. Nos detenemos, en primer lugar, en los aspectos más destacables de la Declaración de Naciones Unidas sobre Cultura de Paz para, a continuación, relacionarla con los enfoques de la complejidad, la conflictividad y el equilibrio dinámico. Finalmente relacionamos la Cultura de Paz con todas aquellas acciones que favorecen la gestión pacífica de los conflictos, haciendo crecer su presencia pública y política.
Palabras clave: Cultura de paz, conflictos, equilibrios dinámicos, complejidad.
Résumé: L'idée de Culture de la Paix est fondée sur la nécessité d'une culture capable d'orienter et de mettre en marche un monde plus pacifique. Elle est, en même temps, promue comme un moyen por gérer la conflictivité et, surtout, comme un antidote de la violence. Ce travail constitue un approfondissement dans les signifiés de la Culture de la Paix en tant qu'ensemble d'actions visant à promouvoir le maximum d'équilibres. On s'occupe, d'abord, des aspects les plus remarquables de la Déclaration des Nations Unies à propos de la Culture de la Paix; ensuite, on la met en rapport avec la complexité, la conflictivité et l'équilibre dynamique; finalement, on essaie d'analyser les rapports que la Culture de la Paix entretient avec toutes les actions qui envisagent la résolution pacifique des conflits et qui sont de plus en plus présents dans les domaines publics et politiques.
1. Introducción
Cultura de Paz es una idea que puede ser entendida con cierta facilidad gracias a los imaginarios colectivos en los que se apoya y la necesidad de una cultura con capacidad de orientar e implementar un mundo más pacífico. Creemos que ello es así porque gran parte de los seres humanos practican y se hallan inmersos en dinámicas sociales con amplios contenidos de paz. Es más, creemos que la mayor parte de la historia de la humanidad ha sido dirigida por la Paz, por la Cultura de Paz. Igualmente, al ser promovida como un medio de gestión de la conflictividad, y particularmente como antídoto de la violencia, la Cultura de Paz es rápidamente aceptada, lo que se convierte en una gran ventaja. Sin embargo, si queremos ser más precisos, también eficaces, es necesario profundizar en sus significados. Para ello nos vamos a detener inicialmente en los contenidos dados por la Unesco para después hacerlo desde nuestro particular punto de vista, que no es otro que aceptar la complejidad en que estamos insertos y pensar que Cultura de Paz son todas aquellas acciones que promocionen los mayores equilibrios posibles.
La Declaración de Naciones Unidas es ante todo una declaración de intenciones que no tenía pretensión, lógicamente, de construir un modelo antropológico u ontológico de los seres humanos, ni sobre los conflictos, la paz, la violencia, las mediaciones o sobre el poder de la cultura de la paz ni, por supuesto, un análisis de la coyuntura internacional. Aunque, obviamente, si llevara implícito un posicionamiento de todos estos asuntos. En este trabajo nos detendremos en primer lugar en los aspectos más destacables de la Declaración de Naciones Unidas sobre Cultura de Paz para a continuación relacionarla con los enfoques de la complejidad, la conflictividad y el equilibrio dinámico. Finalmente relacionaremos la Cultura de Paz con todas aquellas acciones que favorecen la gestión pacífica de los conflictos, haciendo crecer su presencia pública y política, en definitiva, favoreciendo el empoderamiento pacifista.
1. La Cultura de Paz para las Naciones Unidas
La Paz y la Cultura de Paz está ineludiblemente ligada a los seres humanos, sin embargo no siempre ha sido reconocida pública y políticamente como un instrumento de gestión de los conflictos humanos. Quizás haya sido en el siglo XX, después de la firma de las paces que pusieron fin a las guerras mundiales, cuando se comenzó a tomar conciencia de la importancia de que fuese reconocida con todo su potencial como un instrumento de gestión y transformación de las entidades humanas, y fue a partir de estos momentos cuando, en cierto sentido, se comenzó a hablar de una Cultura de Paz (Muñoz, 2007; Guzmán, 2008).
Esta idea fue difundida por la Unesco a partir de 1989, aunque sus presupuestos estaban presentes desde su fundación en 1945-1946 y asimismo había sido utilizada por otros autores (Adams, 2003)[1]. Efectivamente, en la declaración de su constitución se manifestaba: «Que la amplia difusión de la cultura y la educación de la humanidad para la justicia, la libertad y la paz son indispensables a la dignidad del hombre y constituyen un deber sagrado que todas las naciones han de cumplir con un espíritu de responsabilidad y de ayuda mutua; que una paz fundada exclusivamente en acuerdos políticos y económicos entre gobiernos no podría obtener el apoyo unánime, sincero y perdurable de los pueblos, y que, por consiguiente, esa paz debe basarse en la solidaridad intelectual y moral de la humanidad. ... En consecuencia, crean por la presente la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, con el fin de alcanzar gradualmente, mediante la cooperación de las naciones del mundo en las esferas de la educación, de la ciencia y de la cultura, los objetivos de paz internacional y de bienestar general de la humanidad, para el logro de los cuales se han establecido las Naciones Unidas, como proclama su Carta».
Años más tarde, en la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz (A/RES/53/243, 6 de octubre de 1999) se aclara más explícitamente que se entiende por Cultura de Paz un conjunto de «valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida, que llevan implícitos el respeto a la vida, el fin de la violencia y la promoción y la práctica de la no violencia por medio de la educación, el diálogo y la cooperación; El respeto pleno de los principios de soberanía, integridad territorial e independencia política de los Estados y de no injerencia en los asuntos que son esencialmente jurisdicción interna de los Estados, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional; El respeto pleno y la promoción de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales; El compromiso con el arreglo pacífico de los conflictos; Los esfuerzos para satisfacer las necesidades de desarrollo y protección del medio ambiente de las generaciones presente y futuras; El respeto y la promoción del derecho al desarrollo; El respeto y el fomento de la igualdad de derechos y oportunidades de mujeres y hombres; El respeto y el fomento del derecho de todas las personas a la libertad de expresión, opinión e información; La adhesión a los principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad, cooperación, pluralismo, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los niveles de la sociedad y entre las naciones»[2].
Así mismo, a lo largo de los años numerosas reuniones, declaraciones y publicaciones han velado reiteradamente por el cumplimiento de sus objetivos, marcando el año 1997 un punto de inflexión por la coincidencia de tres iniciativas: 2.000. Año internacional de Cultura de Paz, la Declaración y Programa de Acción de la Cultura de Paz (Naciones Unidas, 1999b) y la promovida por los premios nobel de paz Decenio Internacional de una cultura de paz y no violencia para los niños del mundo (2001-2010) (Naciones Unidas, 1999a). Como se puede comprobar, en definitiva un panorama de posibilidades muy abierto (Unesco, 2000; De Rivera, 2004; Boulding, 1999; Fisas, 1998).
Evidentemente la idea de Cultura de Paz ha ido cambiando conforme se redimensionaba el concepto de Cultura y el de Paz, e incluso conforme se han ido redescubriendo las dimensiones de la paz frente a la violencia, lo que ha permitido pasar de un visión en la que la Violencia se apreciaba como dominante, a otra en la que se confía en las posibilidades de la Cultura de la Paz. Cabe resaltar que cultura etimológicamente procede del latín cultus y éste de colere que significa cuidado del campo o del ganado, y partir del siglo XVI comenzará a usarse en relación con el desarrollo de cualidades o facultades humanas. En torno al concepto se articulan muchas de las explicaciones de las disciplinas que estudian la sociedad (antropología, sociología, historia, filología....). En síntesis, sin ánimo de dar un concepto preciso, podríamos decir que cultura es todo aquello, material o inmaterial (creencias, valores, comportamientos y objetos concretos) que identifica a un determinado grupo de personas, y que surge de sus vivencias en relación con su mundo. Dicho de otro modo, cultura es la manera como los seres humanos desarrollamos nuestra vida y construimos el mundo o la parte de él donde habitamos. Para muchos la cultura es una trama de significados, de códigos simbólicos, aprendidos en función de la cual los seres humanos interpretan su existencia y experiencia, y conducen sus acciones con el (los) grupo(s) de pertenencia. Es todo un sistema integrado, donde cada una de las partes está interrelacionada con las otras partes. Tiene una gran capacidad de adaptabilidad: está siempre cambiando y dispuesta a acometer nuevos cambios (Geertz, 1989).
Para hablar de Cultura de Paz nosotros vamos a utilizar un concepto de Paz que procede asimismo del la palabra latina pax y tiene una amplia polisemia que se reconoce en la lengua original, en las lenguas romances y otras lenguas y culturas. En lo que sigue hacemos un balance desde la perspectiva de lo que han sido nuestros debates en los últimos años en el Instituto de Paz y Conflictos de la Universidad de Granada. Nos aproximamos a la Paz desde lo que hemos llamado giro epistemológico, que se traduce en el reconocimiento de nuestra gran preocupación por la violencia pero bajo la premisa de pensar la paz desde la paz, implementarla desde ella misma. En este sentido incorporamos una mirada desde la complejidad, la conflictividad, la imperfección y una ontología realista y optimista (Muñoz, 2003; Muñoz, Herrera, Molina y Sánchez, 2005; Muñoz y Molina, 2009).
2. Los seres humanos en un medio complejo y conflictivo.
Como acabamos de comprobar, la definición de Cultura de Paz utilizada por la Naciones Unidas puede ser vista también como demasiado amplia y en cierto sentido difusa, la causa no es otra que su necesidad compulsiva de intervenir en los diversos escenarios conflictivos emergentes en todo el mundo. En nuestra opinión, tal como queremos desarrollar en este escrito, esta conflictividad es fruto de la multiplicidad de circunstancias que rodean la actividad humana, de la complejidad en la que ésta se halla sumergida. Las acciones y la supervivencia de los seres humanos, desde su aparición hasta nuestros días, depende completamente de la adaptación a este contexto complejo en el que están incluidos, con el resto de los seres vivos, en la naturaleza, la tierra y el universo. Efectivamente, la complejidad resultante de la transformación y evolución del universo, del planeta tierra, de la vida, deja un legado de elecciones en la gestión de la información o de la energía, de organización o formas de vida con las que cohabitan los humanos. Esta herencia facilita la vida alcanzando un equilibrio relativamente inestable y dinámico que los seres vivos asumen y gestionan. En consecuencia, la vida, el bienestar, la paz, tratan de conseguir la máxima estabilidad posible para su existencia y conservación. Desde esta perspectiva podemos contextualizar y entender mejor que sean necesarias las recomendaciones realizadas por el programa Cultura de Paz de las Naciones Unidas, que no hace sino tomar conciencia de estas amplias circunstancias. Detengámonos en algunos de estos aspectos.
Los seres humanos somos dependientes de nosotros mismos, como especie, y del medio en que vivimos. De este último absorben energía, información y organización, para mantener sus cualidades e intentar sustentar su equilibrio, para lograr mantenerse vivos como individuos, grupo y especie. Tenemos una absoluta dependencia de un entorno del que, en cierto sentido, somos parasitarios para garantizar que nuestras constantes biológicas, y por extensión sociales y culturales. Nuestra existencia sólo es posible porque hemos heredado y aprendido a controlar de manera automatizada gran parte de las condiciones y variables de las relaciones que establecemos con el medio. Mecanismos filogenéticos, instintivos, emocionales toman parte de las decisiones vitales y están comprendidos dentro del proceso evolutivo, a los que se unen la libertad y el libre albedrío. La propia racionalidad está anclada en muchas cualidades anteriores que la hacen posible, pero que también la condicionan. Estas son las razones por las que podríamos decir que los seres humanos viven una cierta tensión esquizofrénica -agónica- entre las diferentes propuestas vitales que les dicta su corporeidad, los instintos, las emociones y la razón, ya que los dispositivos diseñados para resolver automáticamente los problemas básicos de la vida pueden plantear ciertas contradicciones entre si mismos (Damasio, 2005; Martínez, 2007). Efectivamente, el ser humano es a la vez especie, grupo e individuo, naturaleza y cultura, una red de escenarios sub, inter, intra y supra personales, en los que confluyen una serie de estratos o instancias: animalidad, subconsciente, inconsciente, conciencia, grupalidad, comunidad, nación o estado. Por ello, la vida personal y social comporta conflictos surgidos de las demandas de cada nivel.
La racionalidad nace con la intención de controlar solamente aquello que era necesario para poder adaptarse lo mejor posible a los desafíos del medio. De este modo la racionalidad pasa ineludiblemente, como desarrollaremos más adelante, a formar parte de la complejidad, de la cual participa. Una racionalidad prodigiosa pero inacabada, incapaz de comprender toda la complejidad porque no ha sido preparada para ello. Sabemos que no existen suficientes conocimientos científicos sobre la complejidad y, en consecuencia, pensar desde ella nos obliga a ser humildes -como seres inacabados e imperfectos-, ecológicos -con una relación ineludible con el entorno-, animales -por compartir filogenia, evolución, instintos o emociones- holísticos -por el anclaje en la naturaleza y el universo- y cooperativos -por la dependencia intraespecífica de especie-. Todo ello tiene consecuencias, no sólo en la manera de afrontar la práctica vital, sino que también condiciona las aproximaciones en los aspectos metodológicos, epistémicos y en los modelos antropológicos y ontológicos que se adopten para analizarlos e investigarlos[3] (Rapoport, 1995).
Desde la complejidad podemos tener un marco superior de comprensión e interpretación de la conflictividad, de los conflictos, pero con ello también abrimos cualitativamente su presencia y significado. Podríamos decir que la conflictividad es permanente aunque pueda ser invisible o silenciosa, ya que una infinidad de conflictos son resueltos rutinariamente mediante mecanismos filogenéticos, las emociones o las normas culturales[4]. Nuestra propia condición humana, con una amplia gama de capacidades y desarrollo de potencialidades, un número elevado de entidades humanas implicadas, unos recursos limitados y la dependencia de la complejidad, abastece a esta conflictividad. Aunque el éxito de nuestra especie, desde su aparición, depende justamente de que, a pesar de los altos niveles de complejidad, incertidumbre y riesgo y la creciente violencia, la inmensa mayoría de los conflictos se regulan pacíficamente.
Obviamente un aspecto de la problemática actual, relacionada de una u otra forma con la globalización, viene motivado por la aceleración de los cambios y por la complejidad de las interrelaciones existentes, lo que dificulta la capacidad de comprensión de lo que acontece. Esta dificultad para comprender la realidad compleja está fomentada, entre otros factores, por la excesiva tendencia a fragmentar el conocimiento -reduccionismo- y por una mala orientación de los esfuerzos en investigación. Frente a ello es necesario, por un lado, buscar nuevas estrategias de pensamiento, epistemológicas, que superen la fragmentación referida y, por otro, establecer nuevas prioridades en la asignación de recursos para investigación y desarrollo. Sobre esto insistiremos al final de este escrito.
Aspirar a gestionar la complejidad de la Cultura de Paz no es tarea fácil, son necesarios esfuerzos individuales e institucionales, académicos y científicos, solidarios y cooperativos. Existe la ventaja de contar con innumerables aportaciones interesantes y útiles, pero la dificultad reside tanto en la dispersión de sus objetos de estudio, como en las metodologías empleadas. Es preciso vencer -humilde y cooperativamente- la idea de que la complejidad es inabordable o que sólo encontraremos el caos en cualquier intento de aproximación a una realidad compleja. Para ello es necesario identificar lo más claramente posible el campo sobre el que se trabaja y establecer mecanismos científicos, académicos e institucionales de relación inter y transculturales y disciplinares. Aunque cualquier intento tendrá una dosis de simplificación por nuestras propias limitaciones comprensivas, epistemológicas y culturales, sin embargo, debemos de hacer propuestas para avanzar paulatinamente en esta tarea de confluencia. Es evidente que la Investigación para la Paz, como campo transdisciplinar, tiene que hacer un esfuerzo por dotarse de espacios que aspiren a comprender, explicar, dar alternativas, y considerar las relaciones entre los diversos fenómenos desde una perspectiva transcultural, plurimetodológica y transdisciplinar. Contamos con grandes ventajas –un camino recorrido, encuentros diversos para poder avanzar en esta vía- que debemos reconocer y potenciar, pero también tenemos obstáculos que hay que desconstruir y desactivar (Cano, Molina y Muñoz, 2004).
Son tantas las preocupaciones asociadas a la Paz, tantas las escalas, las variables culturales, las propuestas teóricas, que a veces podríamos sentirnos turbados e incluso desanimados ante tan inmenso campo. Pero este sentimiento puede atemperarse adoptando otro enfoque: en primer lugar comprender que esto ocurre por la propia complejidad de la especie humana, en cualquiera de sus manifestaciones; en segundo lugar que esto es fruto de la propia riqueza cultural humana en la que las normas y comportamientos propiciatorios de la paz son mayoría; y, en tercer lugar, que estas situaciones sólo pueden ser abordadas desde métodos cooperativos que sean capaces de confluir en espacios culturales y científicos donde cada aportación particular adquiera mayor sentido.
3. Una Cultura de Paz compleja, conflictiva e imperfecta[5]
En consonancia con todo lo anterior, podríamos decir que la Cultura de paz es una respuesta de los humanos a los desafíos del medio en el que habitan y las consecuentes relaciones que se establecen dentro de la especie. Es una respuesta que busca mayor grado de organización, de equilibrio y armonía en el conjunto de la especie y con su medio, ya que una y otro se retroalimentan. Podríamos afirmar que la paz significa alcanzar el máximo de equilibrio interno y, en esa medida, el menor grado de entropía, de desorden de la energía, de los recursos -sobre esto abundaremos más adelante-. Contradictoriamente sabemos que un mayor desorden interior, asimilable a la violencia, puede ser compensado con una reorganización interior o, en caso de que fuera posible, con el uso de mayores recursos energéticos del exterior. Pero también hemos aprendido que el caos exterior terminará por influir en el interior. La eficacia de la Cultura de la Paz dependerá directamente, por tanto, de que sean tenidas en cuenta las múltiples variables, las propias de los seres humanos y las de su entorno. Además, como ya hemos visto, muchas de estas circunstancias son compartidas entre ambos -seres humanos y naturaleza-. En esa medida la paz, y la cultura que la sostiene, es una respuesta a la complejidad en la que están involucrados los seres humanos.
Si concebimos la cultura como una serie de resortes simbólicos para controlar la conducta, como una serie de fuentes extrasomáticas de información; llegar a ser humano es llegar a ser simultáneamente individuo, grupo y especie, guiados por dispositivos con los que ordenamos y sustentamos nuestras vidas. En consecuencia, la Cultura de Paz se apoya en mecanismos reales y simbólicos tan variados como la homeostasis, la autopoiesis, el amor, la cooperación, el altruismo, la solidaridad, el diálogo, la negociación o la diplomacia. Es por esto por lo que puede ser descrita desde muchos puntos de vista. Pensamos que los múltiples significados de la Paz se corresponden con las múltiples funciones adaptativas que los seres humanos desarrollamos frente a la complejidad (Geertz, 1989; Varela y Maturana, 2004)[6].
Por tanto, hablaríamos de paz refiriéndonos a todas aquellas situaciones en la que gestionamos o regulamos, de acuerdo con nuestras normas y valores, lo más óptimamente posible los recursos disponibles en la unidad humana de referencia. Para ello nos valemos de las habilidades que hemos adquirido a lo largo de nuestra evolución, gracias a esto la especie humana sobrevive a pesar de las dificultades que les pueda plantear el medio y sus propias conductas deletéreas, porque ha aprendido a optimizar sus recursos a través de los valores, las ideas, la actitudes y las conductas favorecedoras de colaboración y cooperación, altruistas y solidarias. La paz, como práctica, es una realidad ligada a los homínidos desde sus inicios, es propiamente una invención de ellos, ya que comporta decisiones y valoraciones normativas y sociales que les son propias. Su origen puede estar asociado al propio origen de la humanidad, su evolución y su historia. La paz nos permite sobrevivir, reconocernos como congéneres y establecer vínculos de afecto, apoyo mutuo y ser cooperativos entre nosotros, y la Paz, con mayúscula, representa todas las acciones humanas encaminadas a preservar el más alto grado de bienestar de las entidades humanas, personas, grupos y especie (Muñoz, Herrera, Molina y Sánchez, 2005; Muñoz y Molina, 2009).
La Cultura de Paz, la gestión pacífica de los conflictos, es una realidad primigenia que nos hace movilizarnos por el bienestar, la satisfacción de necesidades y, secundariamente, temer, huir, definir e identificar la violencia. Esta afirmación tiene un gran significado práctico y epistemológico ya que, dependiendo de las opciones que apoyemos, se pueden movilizar nuestras conciencias y nuestras praxis en un sentido u otro. Pensamos que la socialización, el aprendizaje, la colectivización, la acción de compartir, la asociación, todas las actitudes filantrópicas, son factores que están en el origen de la especie y deben ser reconocidas en cuanto tales. Además, son determinantes en el nacimiento y éxito de los homínidos y posteriormente de los actuales humanos (Martínez y Jiménez, 2005; Muñoz y López, 2000; Muñoz y Molina, 1998).
En el mundo contemporáneo la complejidad de la Paz es apreciable en las múltiples publicaciones al respecto, reuniones científicas, en los items propuestos por la Declaración de las Naciones Unidas, de los que ya hemos resaltado su amplitud, o en los indicadores utilizados para medir el grado de desarrollo de los países y comunidades. El Índice de Desarrollo Humano (Índice de Desarrollo de Género, etc.), por ejemplo, utilizado por el PNUD es un indicador social estadístico que se basa en tres parámetros mensurables: vida larga y saludable (medida según la esperanza de vida al nacer), educación (medida por la tasa de alfabetización de adultos y la tasa bruta combinada de matriculación en educación primaria, secundaria y terciaria), nivel de vida digno (medido por el PIB per cápita en USD); pero los propios informes reconocen que son muchos otros los factores que inciden pero que por el momento no existen cuantificaciones globales fiables para poderlos utilizar. En el mismo sentido hay significativos debates, presentes en diversas disciplinas humanas y sociales, sobre las cualidades de los humanos, sobre los modelos antropológicos y ontológicos, que nos aconsejarían utilizar unos u otros parámetros[7].
Hemos optado por ligar las experiencias de la Cultura de Paz con la complejidad, con los conflictos y el equilibrio dinámico, lo cual creemos que nos da un marco más amplio de comprensión y de análisis. Así podemos ver cómo la Paz florece en múltiples escenarios y es recreada por distintos actores y con diversos significados. Una Cultura de Paz es, por tanto, perenne pero dinámica y quizás por ello siempre inconclusa y que denominamos imperfecta, relacionada con unas realidades humanas activas, sujetas permanentemente a cambios y conflictos. En este sentido hacemos uso del concepto de paz imperfecta para definir aquellas instancias en las que se pueden detectar acciones que crean paz y las interacciones entre ellas, a pesar de que estén en contextos en los que existen los conflictos y la violencia y, por lo tanto, convivan con ellos[8].
En realidad tendríamos que hablar de una paz imperfecta estructural porque está asentada en las estructuras y en los sistemas y, lo que es más importante, porque unas y otras instancias de paz pueden interaccionarse y potenciarse. Además, es justamente esta relación entre unas y otras paces la que nos permite verla como institucional o estructural. Estas interacciones son una cualidad de los conflictos ya que, por la base y el origen de los mismos (actores, escenarios, tiempos, intereses, necesidades, potencialidades o sentimientos), sus diversas circunstancias y escalas se interaccionan continuamente. Pensemos que esto es posible porque en muchas ocasiones son los mismos actores -personas, asociaciones, instituciones o especie- los que actúan con criterios similares en diferentes escalas. Todo lo cual nos podría permitir hablar, si queremos, de una Cultura de Paz imperfecta estructural (Rapoport, 1995).
Desde este punto de vista deberemos considerar esta posible «complementariedad» entre los conflictos, las paces y, en su caso, las violencias. En consecuencia, una parte considerable de las realidades históricas y sociales de los conflictos se podrían explicar a partir de las distintas interrelaciones (diacrónicas y sincrónicas, etc.) entre los conflictos, las mediaciones. De este modo podríamos hablar de una Cultura de la Paz Imperfecta (y estructural, porque existen interacciones entre unos y otros ámbitos donde se produce, y está presente en los sistemas y en las estructuras) y una Cultura de la Violencia estructural (imperfecta, por idénticas razones que la Cultura de Paz). Recordemos que la imperfección de la Cultura de Paz está determinada por la complejidad y los equilibrios dinámicos que dentro de ella son posibles. Detengámonos ahora en estos últimos.
4. La búsqueda de equilibrios dinámicos.
Para seguir adelante tenemos que detenernos en lo que aparentemente es una paradoja: gran parte de los sistemas naturales, biológicos y humanos están determinados por sistemas dinámicos y en equilibrio. La visión de un equilibrio estable no tiene repuesta para explicar los comportamientos de los sistemas complejos -continuamente perturbados por los cambios de sus elementos-. La estabilidad de los ecosistemas representa la habilidad para retornar al estado de equilibrio después de los cambios o perturbaciones temporales, según factores externos e internos que, en muchas ocasiones, son además impredecibles. La rapidez en el retorno a la situación de equilibrio será una connotación de estabilidad del sistema (Kay, 1991; Holling, 1973; Kammerbauer, 1991). Obviamente, un sistema humano, un sistema social, no es un sistema en equilibrio estático, por el contrario, constantemente se producen perturbaciones, desviaciones que fuerzan a una constante reorganización y ajuste. En este sentido, orden y desorden se interaccionan para la organización del sistema y ambos son dependientes en una relación dialéctica[9].
Según se desprende de las teorías que estamos siguiendo, sobreviven o prosperan los sistemas que desde sus equilibrios dinámicos tienen la flexibilidad para adaptarse a los cambios, aquellos que se mantienen lejos del equilibrio y en una inestabilidad limitada. Este es el estado paradójico de lo que denominamos caos, en el que los sistemas son inherentemente cambiantes y, por lo tanto, con posibilidades abiertas de innovación constante (Parker y Stacey, 1994).
Las sociedades humanas no son sistemas lineales en los que una causa puede tener diversos efectos, lo que significa que puedan existir posibilidades de variación y elección. Tampoco son sistemas convencionales en los que sus cualidades vengan dadas por la suma de las partes, sino que tienen cualidades emergentes. En consecuencia, es imposible entenderlos plenamente por el simple análisis de los componentes reconocidos o identificados, es muy difícil prever los resultados potenciales. Los actores sociales deben ser conscientes de que el equilibrio es un equilibrio dinámico, de flujos de información, energía y materia. Sólo de esta manera habrá algunas opciones de controlar los procesos -gestionar los conflictos- en sus respectivos contextos, en sus procesos históricos[10].
La sostenibilidad -el desarrollo sostenible- conceptual y estratégicamente, puede ser entendida mejor como procesos de cambio, adaptación, auto-organización y equilibrios permanentes, que intentan ajustar las relaciones de los sistemas ecológicos, económicos y sociales en sus interacciones y a su vez como pertenecientes a un sistema global y único. En los sistemas naturales y sociales su sostenibilidad se entiende como la capacidad de adaptarse a los cambios a través de equilibrios dinámicos, para sobreponerse a las fluctuaciones. Por tanto, la sostenibilidad del desarrollo se relaciona mayormente con la habilidad de los sistemas para seguir funcionando sin disminuir o agotar irreversiblemente los recursos claves disponibles. El desarrollo sólo será sostenible si se logra el equilibrio entre los distintos factores que influyen en la calidad de vida del sistema. A medida que aumenta el grado de incertidumbre y de ambigüedad, los actores sociales deben de estar dotados de una forma de pensamiento y acción doble: de un lado aquellas situaciones que se mantienen en un equilibrio dinámico estable y de otro aquellas situaciones que tienden a una inestabilidad incontrolable. Cuando estos sistemas están lejos de una situación de equilibrio, automáticamente aplican coacciones internas para mantener la inestabilidad dentro de ciertos límites. En el límite entre la estabilidad y la inestabilidad, el sistema puede producir un flujo continuo de formas nuevas y creativas. Así, desde un punto de vista práctico, Afganistán, Sudán, Palestina o Kosovo, las migraciones o la crisis económica actual, podrían ser ejemplos de estos procesos de incertidumbre (Jiménez, 2002)[11].
No obstante, creemos que en el marco de este trabajo y en la búsqueda de marcos conceptuales que superen dicotomías clásicas simplistas -esto es la contraposición entre teorías del consenso y teorías del conflicto (entendido en este caso como conflicto negativo fundamentalmente)- la utilización del concepto de equilibrio remite más a la idea de «proceso respecto de su punto de equilibrio», hablando así de sistemas «cerca del equilibrio» y de «sistemas alejados del equilibrio». Ningún sistema complejo -y las sociedades humanas lo son- es estructuralmente estable, de ahí sus continuas fluctuaciones y búsquedas del equilibrio. De esta manera podemos comprender también que los equilibrios dinámicos son siempre imperfectos, porque están ligados al cambio y a la incertidumbre (Prigogine, 1997).
En consecuencia, el equilibrio dinámico es un mecanismo central para que los seres humanos podamos mantener las condiciones de nuestra existencia, lo que incluye las relaciones con el entorno y a su vez, las interconexiones de éstas con las relaciones entre los propios seres humanos. Podemos resaltar, como un ejemplo importante, el papel que juega la homeostasis, ya citada anteriormente, como una cualidad autorregulativa compartida con el resto de los seres vivos, que busca el equilibrio y que, en cierto sentido, podría tener sus correspondencias con la cooperación y la búsqueda de la armonía. De otro lado, la racionalidad, como ya apuntábamos más arriba, es una peculiaridad propiamente humana que intenta optimizar las condiciones de la supervivencia, la adaptación al medio, gestionar conflictos de distinto alcance, la relación de nuestros cuerpos con el entorno, la relación de unos con otros, la articulación de la cultura, y la optimización de las respuestas individuales y grupales. La racionalidad tiene, por tanto, la misión fundamental de hacer que las fuerzas que afectan a los seres humanos se compensen entre sí, que el equilibrio sea el máximo posible. Es un factor de equilibrio, a pesar de que en coyunturas particulares, quizás debido a la soberbia humana, pueda no haberlo parecido.
Desde la antigüedad las sociedades han estado preocupadas por la búsqueda de la armonía. Por ejemplo, en el pensamiento griego se la creía encontrar en el universo y debía de guiar las actuaciones en el transcurso de su vida. La palabra griega άρμονία está incluida dentro de un campo conceptual amplio que significa unión, acuerdo o concordia. Representa el máximo de equilibrio, el mínimo desequilibrio posible, -la más baja entropía- en cada momento. Su definición gira en torno a una relación entre los componentes de un sistema que supone una buena adecuación interna entre ellos, la mejor relación posible. Igualmente el concepto latino harmonia, que proviene de armós -juntar hombros-, significa juntar una cosa con otra en un orden placentero, por ejemplo juntar notas musicales, o gente de la misma opinión. En ambos casos podríamos usar estos conceptos como paz en el sentido de que se consigue el máximo equilibrio dinámico de acuerdo con las variables de partida.
Podríamos también establecer una relación de la armonía con la sostenibilidad, el desarrollo sostenible. Lo que, conceptual y estratégicamente, no es otra cosa que tener en cuenta los permanentes cambios, adaptaciones y auto-organizaciones, para lograr equilibrios, para ajustar las relaciones entre los sistemas biológicos, ecológicos y sociales. Igualmente la paz, entendida como regulación pacífica de los conflictos, como el desarrollo máximo de las capacidades, de los proyectos de los diversos actores, es la búsqueda de la armonía. Finalmente, podríamos afirmar que las dinámicas humanas que llevan implícitas incertidumbres, desequilibrios y conflictos son condición sine qua non para los equilibrios dinámicos, la armonía y la paz.
5. Los equilibrios dinámicos como poder de una Cultura de Paz
El desafío de una Cultura de Paz es alcanzar equilibrios dinámicos que supongan el máximo bienestar posible para los actores de cada realidad y de cada momento, e intentar que este equilibrio sea igualmente sostenible. Para ello tendrá que gestionar la incertidumbre del medio en el que vive, las nuevas formas, o emergencia, de conflictos en los tiempos contemporáneos, y la conflictividad resultante (cambio climático, globalización, discriminaciones en el acceso a los recursos, migraciones, desarrollo sostenible, ...). Esta gestión presenta grandes dificultades, pero también tenemos que reconocer que la especie humana, desde su origen, ha estado inmersa en problemáticas similares y una Historia de la Cultura de Paz nos demuestra que en cierto sentido ha sabido gestionar con relativo éxito muchos de estos desafíos. En este sentido podríamos hablar del poder de la Cultura de Paz, por su capacidad de incidencia y transformación de la realidad.
5.1. La Cultura de Paz como búsqueda del equilibrio dinámico
La cultura, la racionalidad, la conciencia, todas las invenciones humanas, son nuevas características del proceso evolutivo que intentan alcanzar las mejores adaptaciones, los mejores equilibrios. La eficacia de estas cualidades humanas emergentes sólo son posibles al sustentarse en las soluciones más óptimas de sus antepasados filogenéticos.
Volviendo a la Declaración de la Naciones Unidas sobre Cultura de Paz, ahora podríamos reafirmarnos en entenderla como un conjunto de «valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida» que intentan alcanzar equilibrios dinámicos en la conflictividad que pretende gestionar. Efectivamente, si nos detenemos en sus enunciados (respeto a la vida, fin de la violencia, diálogo, cooperación, integridad territorial e independencia política de los Estados, respeto pleno y promoción de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales, compromiso con el arreglo pacífico de los conflictos, satisfacer las necesidades de desarrollo y protección del medio ambiente de las generaciones presente y futuras, el respeto y el fomento de la igualdad de derechos y oportunidades de mujeres y hombres, el respeto y el fomento del derecho de todas las personas a la libertad de expresión, opinión e información, adhesión a los principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad, cooperación, pluralismo, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los niveles de la sociedad y entre las naciones, etc.) se puede entender esta tendencia. Aunque este listado no es, ni pretende serlo, exhaustivo, porque las posibilidades humanas de acción son mucho más amplias.
Al considerar los equilibrios dinámicos en los que participan las entidades humanas habrá que tener en cuenta los propios límites de su actuación. Frente a algunas concepciones modernas que apuntaban a la posibilidad de control casi absoluto de todas sus condiciones de existencia, los nuevos paradigmas postmodernos o transmodernos emergentes, también relacionados, en muchos sentidos, con las teorías del caos y la complejidad, consideran las limitaciones de la racionalidad y de las capacidades de los humanos para gestionar todo el medio en el que están insertos y del que forman parte.
La existencia de la especie humana, con sus extraordinarias capacidades y sus manifiestas limitaciones, ha estado desde su inicio condicionado por el mantenimiento de equilibrios con todo su entorno y con ella misma, un equilibrio que tiene sus dificultades por los cambios ambientales que se han producido (geológicos, climáticos, geográficos o biológicos), por causas antropogénicas (producidas por la propia especie) y por las interacciones entre ellas. Aunque, como sabemos, hoy en día los seres humanos en nuestra interacción continua con el medio nos hemos convertido en un problema para la sostenibilidad del mismo, para mantener los equilibrios dinámicos preexistentes. Esta necesidad de sostenibilidad del medio, de mantener los equilibrios, es reconocida en la Declaración sobre Cultura de Paz de las Naciones Unidas en el artículo 1, e: «Los esfuerzos para satisfacer las necesidades de desarrollo y protección del medio ambiente de las generaciones presente y futuras» y en el Programa de Acción sobre una Cultura de Paz, 10, i: «Incluir medidas de creación de capacidad en las estrategias y proyectos de desarrollo dedicados a la sostenibilidad del medio ambiente, incluidas la conservación y la regeneración de la base de recursos naturales».
La Cultura de Paz tiene el desafío de garantizar el desarrollo máximo de las potencialidades humanas y este objetivo está ineludiblemente ligado con el respecto al medio ambiente y toda la problemática contemporánea para la sostenibilidad del planeta. El logro de equilibrios dinámicos es imprescindible para esta tarea.
5.2. El poder de la Cultura de la Paz
La eficacia de una Cultura de la Paz, como hemos desarrollado a lo largo de este escrito, está basada en las características biológicas y culturales evolucionadas de los seres humanos. Su necesario poder dependerá de la capacidad de adaptación a las nuevas realidades de nuestro siglo XXI, de la planificación y el alcance de sus objetivos. La Cultura de la Paz deberá por tanto retomar su amplia experiencia, acumulada a lo largo de toda la Historia de la Humanidad, y actualizarla para gestionar la conflictividad del mundo contemporáneo. Algunas de sus fórmulas pueden ser de éxito pero otras sólo se limitan a ser conservadoras y reaccionarias, por tanto ineficaces. El poder de gestión, de transformación, dependerá de la capacidad de adaptación y renovación de sus principios de acuerdo con los cambios que se estén produciendo.
La cooperación -citada en la declaración de la Naciones Unidas en varias ocasiones- es una de las características esenciales de los seres humanos, indispensable para supervivir como especie, una característica que se imbrica con la comunicación, el lenguaje, la socialización, la creatividad, la cultura y la racionalidad. Una herramienta esencial para dar respuesta a las variaciones endógenas y exógenas, para conservar un equilibrio dinámico, para mantener el bienestar y buscar la armonía. La cooperación, puede ser entendida como una actividad de interacción entre dos o más agentes que obran juntos y producen un mismo objetivo, o como ayuda, auxilio o socorro que se presta para el logro de alguna cosa. En este sentido, nuestra cultura encierra la experiencia de cientos de miles de individuos y grupos que han aportado, a lo largo de cientos de siglos, sus vivencias en sus relaciones con sus congéneres, los ecosistemas y su medio ambiente. Esta socialización cooperativa es uno de los principales rasgos definitorios de la especie, que han asegurado su éxito y supervivencia. El género humano desde tiempos remotos ha profundizado en los procesos de socialización como alternativa de poder colectiva para la potenciación de sus capacidades y la satisfacción de sus necesidades individuales y grupales. El lenguaje aparece como una estructura compleja interaccionada con la selección natural con el propósito de facilitar estas relaciones sociales y dotarlas de un mayor poder de comunicación, de incidencia y de transformación (Muñoz y López, 2000).
Los seres humanos han desarrollado, volvemos a insistir en ello, sus capacidades a través de la interacción recíproca, la existencia de objetivos, valores y actividades compartidas, la estabilidad y duración de las mismas, la conciencia de grupo y la identificación social. La socialización, la cooperación y otros comportamientos y actitudes, tales como la filantropía, el altruismo, la solidaridad o la afectividad, han intervenido en la transformación de las condiciones de existencia y, en esta medida, pueden ser interpretados como mecanismos e instrumentos de poder, ya que mejoran y movilizan las relaciones entre individuos y grupos. Efectivamente, todos los elementos que conforman la Cultura de Paz tienen, y pretende tenerlo, poder para transformar las instancias personales, públicas y políticas. La Cultura de Paz forma parte directa del proceso de empoderamiento pacifista.
La propia Declaración de la Naciones Unidas se hace eco de esta necesidad en los puntos 5. «Los gobiernos tienen una función primordial en la promoción y el fortalecimiento de una cultura de paz» y 6. «La sociedad civil ha de comprometerse plenamente en el desarrollo total de una cultura de paz». El poder de la Cultura de Paz reside en las prácticas de Paz, en sus preceptos, y en sus prácticas personales, grupales e internacionales, públicas y políticas, pero asimismo reside en la creatividad para responder a las nuevas situaciones, para renovar los mejores equilibrios dinámicos.
5.3. La Cultura de la Paz y el futuro
Estamos percibiendo cómo en el mundo contemporáneo la violencia ha crecido discriminando negativamente a gran parte de la población en el acceso a los recursos. A pesar de que, contradictoriamente, gran parte de la conflicitividad se regula pacíficamente, se ha creado un gran desequilibrio que ni la propia especie, ni los ecosistemas son capaces de soportar. Es necesario «reequilibrar» estos sistemas, avanzar en nuevos modelos de desarrollo inclusivos para toda la población mundial. No todos los satisfactores de las potencialidades humanas, y las necesidades que de ellas se derivan, dependen de bienes materiales, sino que en gran medida se relacionan con aspectos sociales y organizativos. Está claro que el ocio, la comprensión, la libertad, la afectividad o la identidad están más relacionados con circunstancias sociales que con otras materiales. Además, el desarrollo integral de las potencialidades (capacidades) humanas es posible por la interacción y retroalimentación entre ellas, lo que debe ser tenido en cuenta por las políticas que se elaboren al respecto. Tal como hemos apuntado desde el comienzo, el desarrollo humano está inmerso en, y condicionado por, la complejidad y los equilibrios dinámicos que se puedan gestionar en este contexto (Max- Neef, 1998; Jiménez, 2002; Sánchez, Muñoz, Rodríguez y Jiménez, 1994).
El desarrollo, sostenible, de los seres humanos y su medio, está sujeto a los cambios y contingencias de su medio biológico y natural y las interacciones con éste, por lo que planificar el futuro conlleva alcanzar los consensos mínimos sobre lo que a largo plazo se desea. Es necesario acordar algunas secuencias de acciones con vistas a hacer avanzar la Cultura de Paz, revisar los resultados de las acciones, confirmar vías de acción y hacer las correcciones necesarias. El futuro es incierto pero lo es más si se pierde el enlace entre las acciones y su resultado a largo plazo. Los actores sociales deberán de estar dispuestos a la creatividad como procesos de aprendizaje y de organización -también auto-organización en relación con lo impredecible de los procesos complejos y no lineales-.
El mundo en que vivimos está en un equilibrio dinámico con muchos de sus elementos en movimiento conflictivo, cuando no en crisis (cambio climático, desarrollo no sostenible, conflictos violentos anquilosados, migraciones, crisis económica....), lo que hace difícil prever las tendencias de comportamiento de todo el sistema. Según los expertos, si no es posible conocer el futuro con certeza, menos lo es aún planificarlo en detalle. El futuro emerge, en gran medida, a través de la auto-organización espontánea y, por lo tanto, no se puede establecer cómo se moverá necesariamente el sistema antes de hacer un cambio en la política. Para descubrir hacia dónde va, a medida que progresa hacia su meta, la única alternativa es hacer los cambios oportunos y ver su incidencia. Sin embargo, el futuro a corto plazo de los sistemas caóticos, como es en el que nos encontramos, es más predecible, porque el sistema necesita tiempo para amplificar los pequeños cambios hasta transformarlos en modificaciones importantes en los patrones de comportamiento. En consecuencia, es perfectamente posible que se planifiquen las acciones próximas[12].
Como hemos apuntado más arriba, la Cultura de Paz tiene que preocuparse por el futuro. La prospectiva del futuro, a pesar de nuestras limitaciones, es absolutamente necesaria. La despreocupación por la planificación conduce a una crisis ineludible en los actores sociales, en las organizaciones y en las instituciones, cuando no al fatalismo, por el desorden que se manifiesta. Las visiones e inercias tácticas y estratégicas conservadoras nos llevan al fatal descontrol y aumento de la incertidumbre. La falta de comprensión, por parte de los actores sociales, de las dinámicas de los cambios hace que la adaptación o adecuación a la nueva situación hasta alcanzar, en su caso, un nuevo equilibrio, sea más difícil y más crítica. En consecuencia, el cuestionamiento de las creencias fundamentales compartidas puede poner en peligro los estatus alcanzados, por lo que el conflicto se hace inevitable. Cuando una crisis -como la crisis económica actual- ocasiona una pugna acerca de los objetivos, las metas, o los medios para alcanzarlos, se producen irremediablemente tensiones y conflictos, pudiendo degenerar algunos de ellos en la violencia[13].
Cuando los miembros de una organización –por ejemplo, un partido político, un estado o una institución internacional- experimentan un cierto grado de incertidumbre, de ambigüedad, se enfrentan con resultados imprevistos o se ven inmersos en la conflictividad del momento, también pueden sentir ansiedad y temor al fracaso. La reacción frente a este desconcierto puede ser la reafirmación de las normas preestablecidas, de políticas ya establecidas, del status quo, negando las visiones dialécticas, abiertas o la regulación pacífica de los conflictos como alternativas válidas. En consecuencia, las dinámicas de cambio de una realidad social terminan implicando, de una u otra manera, a todos los actores sociales, ya que les alcanza la estabilidad e inestabilidad, la regularidad e irregularidad, haciéndoles participes, asimismo, de la complejidad, de las retroalimentaciones positivas y negativas y de las nuevas formas de organización o autoorganización. Ante la incertidumbre de los futuros no cabe el darse por no enterado o las huidas hacia atrás o hacia adelante[14].
La Cultura de Paz debe dar lugar al florecimiento de la tensión creativa, a pesar de que la creatividad represente ciertas apariencias destructivas por el abandono de antiguas formas. Sin la negación de lo previamente establecido, sin deconstrucción, sin destrucción, no hay creación. Desde nuestra perspectiva la creatividad está ligada a los procesos auto-organizados, el desarrollo de la creatividad requiere una inestabilidad limitada que conduce a la desaparición de los vínculos previos. Las propuestas de la Cultura de Paz deben ser innovadoras, imaginativas, no solamente preceptivas. Es necesario, pues, examinar una y otra vez las normas y los paradigmas que determinan las acciones, tener agilidad mental, flexibilidad organizativa y espacios que estimulen la generación y difusión de la información, los análisis y los debates. Por tanto, las sociedades necesitan espacios organizativos y/o institucionales, una Cultura de la Paz con capacidad de cambio, de auto-transformación. Aunque pueda parece paradójico, la investigación en las ciencias naturales demuestra que para que un sistema pueda ser innovador, debe operar en el límite del caos, es decir con capacidad para decidir ante la incertidumbre y la complejidad.
Las propuestas de Paz más capaces de alcanzar el éxito son aquellas que están abiertas a los cambios que permitan óptimos en los equilibrios dinámicos y, al mismo tiempo, puedan gestionar la conflictividad resultante y emergente. Para lograr esta tensión creativa, este orden dentro del desorden, hacen falta instituciones y normas de conducta que promuevan la adaptabilidad y no creen nuevos conflictos en la resistencia frente al cambio.
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Notas
[1] Aunque la idea fue acuñada en Lima por el padre jesuita Felipe Mac Gregor en 1986.
[2] En los artículos 2-8 se especifica aún más sus contenidos.
[3] En cierto sentido la complejidad significa una autocrítica «postmoderna» (a la simplicidad cartesiana) que admite nuestra incapacidad para comprender racionalmente todo lo que ocurre. Se define por la información almacenada en el sistema, lo que le permite ser menos entrópico (más ordenado). Cuanto más orden (enlaces, interrelaciones entre las diferentes partes del sistema vivo siguiendo algún tipo de jerarquía y estructura definidas) más información es necesaria.
[4] En un sentido estricto convendría distinguir entre los «conflictos» de la naturaleza, del resto de las especies, del conflicto (con cursiva) humano, cuando entran en juego cualidades de nuestra especie. Cf. (Bolaños, 2009)
[5] Como se puede comprobar, el encabezamiento de este epígrafe emula al artículo «Una paz compleja, conflictiva en imperfecta». Optamos por mantener el calificativo, el concepto, de una «paz imperfecta» porque en torno a él se han articulado muchos debates que queremos seguir manteniendo.
[6] El concepto de autoorganización se basa en el reconocimiento de la red como patrón general de la vida que Maturana y Varela denominaron autopoiesis. La autopoiesis se basa en la idea de que existe una serie de relaciones entre componentes que deben regenerarse continuamente para mantener su organización y mantener un equilibrio dinámico.
[7] Mantenemos un punto cercano a los presupuestos de Manfred Max-Neef, que propone una matriz de potencialidades (necesidades) con criterios axiológicos y ontológicos, a los que es posible aproximarse por los diversos índices y por investigaciones cualitativas. Cf. (Max-Neef, 1998)
[8] La regulación pacífica de los conflictos depende directamente de las experiencias previas y del aprendizaje que de ellas se tengan. Experiencias que pueden haber tenido lugar en escalas o ámbitos distintos o entre actores diferentes. La regulación pacífica de un conflicto supone la elección de una vía de éxito, a pesar de que la realidad sea compleja o conflictiva y esté contaminada por la violencia. Cf. (Muñoz, Francisco A., 2001).
[9] Para explicar estas situaciones se habla de una termodinámica del no equilibrio en la que los sistemas vivos se mantienen vivos gestionando flujos energéticos y materiales, gracias a su organización y el uso de energía de alta calidad del exterior y procesándola para producir un estado interno más organizado. En cierto sentido lo hemos visto más arriba al hablar de la autopoiesis.
[10] Se ha utilizado el concepto de «resiliencia» como una propiedad de los ecosistemas para guardar persistentemente sus relaciones, como una capacidad de estos sistemas de absorber los cambios y persistir en el tiempo. De otro lado, el sociólogo Talcott Parsons a lo largo de su obra propone, no exento de polémica, un «equilibrio dinámico» en el interior de las sociedades.
[11] La lucha generalizada de los seres animados por la existencia no es una lucha por las materias primas (que para los organismos son el aire, el agua y el suelo, todo ello disponible en abundancia) ni por la energía, que cualquier cuerpo contiene de sobra en forma de calor (no transformable, por desgracia), sino una lucha por la entropía -por la energía de calidad-.
Cabe recordar las teorías funcionalistas que consideran a la sociedad como una totalidad marcada por el equilibrio, las sociedades disponen de mecanismos propios capaces de regular los conflictos y las irregularidades; así, las normas que determinan el código de conducta de los individuos variarán en función de los medios existentes y esto es lo que rige el equilibrio social. Cf. (Parker y Stacey, 1994)
[12] La crisis económica en la que ahora mismo nos hallamos sumergidos es una buena muestra de todo esto. Cf. (Parker y Stacey, 1994).
[13] «En épocas de confusión, la administración puede tornarse incoherente e incapaz de hacer frente a lo que está sucediendo. Es posible que las antiguas jerarquías sean pospuestas o eliminadas y que haga falta incorporar nuevos administradores para sanear la organización. Pueden surgir equipos de trabajo o sistemas informales que reemplacen efectivamente los procedimientos formales de toma de decisiones que ya no son efectivos. Por lo tanto, la actividad política abierta deja de ser un simple proceso de negociación o una coerción ejercida de arriba hacia abajo para seleccionar acciones experimentales particulares y se convierte esencialmente en una actividad desestabilizadora. Los que proponen perspectivas, creencias y modelos mentales nuevos tratan de organizar coaliciones que sustenten las transformaciones fundamentales, y esto incluye a veces cambios en el liderazgo. Como los individuos utilizan esta actividad política para amplificar los nuevos cambios y perspectivas de modo que abarquen la organización entera, asumen la forma de una retroacción positiva. Esto puede dar resultados no intencionales e inesperados» Cf. (Parker y Stacey, 1994)
[14] A veces el temor a fracasar dentro de la organización, como consecuencia inevitable de un alto grado de incertidumbre y ambigüedad, puede tener efectos más profundos que las conductas defensivas y conservadoras por la contaminación de todos sus miembros y el retroceso a modelos acríticos, jerárquicos, cuando no autoritarios. Cf. (Parker y Stacey, 1994).
Francisco A. Muñoz: Profesor de Historia e Investigador de la Paz del Instituto de la Paz y los Confl ictos de la Universidad de Granada del que ha sido director. Ha tenido estancias en diferentes universidades europeas, latinoamericanas; ha dirigido proyecto de investigación y publicado numerosos trabajos sobre Historia e Inves- tigación de la Paz, entre los que quizás merezca la pena resaltar La paz imperfecta, Historia de la Paz y Cosmovisiones de Paz en el Mediterráneo, Experiencias de Paz en el Mediterráneo o Una paz compleja y conflictiva. fmunoz@ugr.es
Beatriz Molina Rueda: Investigadora del Instituto de la Paz y los Confl ictos de la Universidad de Granada, del que actualmente es directora, y profesora titular del Departamento de Estudios Semíticos de la misma universidad. Ha realizado numerosos trabajos sobre Investigación de la Paz y sobre la paz en las culturas mediterráneas, con especial atención al mundo árabe islámico. Ha participado en diversos proyectos de investigación, así como en numerosos encuentros y reuniones científi cas sobre estas temáticas. Algunas de sus publicaciones son: Cosmovisiones de paz en el Mediterráneo; Manual de Paz y Conflictos; Investigación de la Paz y los Derechos Humanos desde Andalucía; Propuestas de paz desde el mundo árabe islámico mediterráneo. bmolina@ugr.es
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