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Fiebre y sed
La primera experiencia sinestésica que recuerdo durante mi infancia fue la que experimenté a los siete u ocho años, cuando mi maestra de lengua nos llamó a unas compañeras y a mí a que saliéramos a la pizarra a leer un texto. Cada una leía un párrafo y después explicaba lo que había entendido. Cuando me tocó a mí, yo no había comprendido nada semánticamente, la profesora me insistió y yo respondí: ...naranja, rojo, blanco, verde, rojo, negro, azul,... Todos mis compañeros comenzaron a reir, y la maestra me regañó por mi falta de respeto hacia ella. Pasó mucho tiempo hasta que pude entender el significado de las palabras que leía. Claro que si entonces yo hubiera conocido la existencia de este fenómeno, hubiera sufrido menos, pero ¿cómo podría saber yo cómo percibían las cosas mis demás compañeros? Yo creía que ellos eran más inteligentes y eran capaces de ignorar el color de las palabras, y yo no.
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