
¿Tienen razón los científicos en confiar en su juicio estético para elaborar y valorar las teorías? No siempre… nos responde el filósofo británico de la ciencia James McAllister, que ha estudiado las relaciones entre la belleza y la verdad en ciencia, pues los cánones estéticos no sobreviven a las revoluciones científicas.
Su visión de las ciencias es la de un racionalista, pese a lo cual su obra, Beauty and Revolution in Science, está enteramente dedicada al papel que desempeña en el desarrollo de la ciencia factores aparentemente poco racionales como los factores estéticos. ¿No es paradójico?
James McAllister: ¡Sólo a primera vista! Es verdad que para un racionalista tradicional los juicios estéticos son subjetivos: dos científicos podrán apreciar de modo distinto la belleza de una teoría. Ahora bien, la ciencia se caracteriza precisamente por la existencia de criterios intersubjetivos de elección de teorías, por lo que los criterios estéticos no deberían intervenir. Existe sin embargo un notable acuerdo dentro de la comunidad científica en un determinado período histórico acerca de lo que constituye la belleza de un enunciado. Estos cánones, claro está, pueden variar con el tiempo. A pesar de todo, pienso que esta evolución no es irracional y creo haber llegado en mi libro a identificar un mecanismo, o modelo, que da cuenta de ella.
Antes de exponer su modelo, ¿podría decirnos si estos criterios han desempeñado siempre un papel en el desarrollo de la ciencia?
En el caso de las ciencias empíricas, está bastante claro que sí, siendo esta influencia más manifiesta en las ciencias físicas y en astronomía, donde los ejemplos son legión. Las leyes de los movimientos planetarios de Kepler fueron mal acogidas ante todo por razones estéticas, pues las elipses eran consideradas imperfectas, menos bellas que las circunferencias. Más cerca de nosotros, la hostilidad del físico británico Paul Dirac hacia la joven electrodinámica cuántica derivaba de su poco aprecio por las operaciones matemáticas no estándar que ésta utilizaba. Inversamente, su adhesión a la teoría de la relatividad general no se fundaba sólo en el acuerdo de las predicciones de ésta con las observaciones, sino sobre todo en su belleza. Dirac solía decir que era más importante tener una ecuación bella que una ecuación concorde con la experiencia…
¿Cómo explica esta confianza en su juicio estético de científicos como Dirac?
Creo que la mayoría de nosotros estamos profundamente convencidos de que la belleza y la verdad están íntimamente relacionadas. Se puede ver ahí una variante epistemológica de la viejísima doctrina de la unidad de las virtudes que los griegos resumían con el término kalos kagathos (que se puede traducir a la vez por «bello para la vista» y «bueno por sus acciones») y que más tarde se expresaría en el Renacimiento por medio de la divisa Pulchritudo splendor veritatis («La belleza es el esplendor de la verdad»). Actualmente, no todos los científicos emplearán el término verdad, pero muchos dirán al menos que la belleza de una teoría es un indicio de su corrección o adecuación a la realidad. Físicos como Steven Weinberg y Roger Penrose se han expresado a menudo en este sentido: para ellos, el atractivo estético de una teoría es una guía muy segura en su búsqueda de las leyes fundamentales de la naturaleza. Pero se trata de una creencia que no resiste un examen.
¿Por qué?
Considerar que una propiedad estética de una teoría es indicio de su veracidad equivale a conceder a esta propiedad un papel fundamental. Dicha propiedad nos dice algo acerca del mundo igual que una constante física fundamental lo constituye. Lo cual supone que dicha propiedad se encuentra de un modo u otro en el fenómeno natural descrito por la teoría. Sean dos propiedades estéticas como la simetría y la simplicidad. ¿Por qué la mayoría de los científicos les confieren un valor de verdad? Porque las atribuyen al propio mundo. Por tanto, al reproducir estas propiedades «naturales», una teoría tendría una mayor probabilidad de acercarse a la verdad.
Este punto de vista me parece eminentemente discutible en más de un aspecto. En primer lugar, no es ni necesario ni suficiente que una teoría, para ser correcta, exhiba los rasgos estéticos del fenómeno que describe. Una teoría complicada de un fenómeno simple puede ser tan correcta como una teoría más simple. Además, este punto de vista parece presuponer que sabemos qué son las propiedades estéticas de un fenómeno independientemente de su teoría. Esto puede ser así en el caso de un objeto macroscópico, como un copo de nieve, por ejemplo, pero es mucho más problemático en el caso de una onda electromagnética. Por lo demás, se suele presentar el carácter simétrico de las ecuaciones de Maxwell como una garantía de su corrección. Pero esta justificación es circular: ¿qué sabemos de los fenómenos electromagnéticos independientemente de los que nos dicen de ellos las ecuaciones de Maxwell? Que yo sepa no tenemos ningún acceso secreto y directo al fenómeno que nos permita conocer sus propiedades.
En tal caso, ¿en qué se basan las preferencias estéticas de los científicos? ¿Hay que renunciar a todo vínculo entre verdad y belleza?
No, pero en vez de abordar la cuestión de una manera intuitiva o a priori hay que hacerlo de una manera empírica. Dicho de otro modo, hay que plantearla en la forma siguiente: ¿qué hace que una propiedad estética de una teoría sea considerada como un signo de su veracidad en un determinado período? Como es sabido, la inducción juega un papel capital en ciencia. De la observación de casos particulares los científicos extraen constantemente conclusiones más generales. Pues bien, también es por un proceso inductivo por lo que otorgan a ciertas propiedades estéticas un valor de verdad.
¿Cómo?
El mecanismo es el siguiente: cuando una teoría resulta estar de acuerdo con la experiencia, entonces sus propiedades estéticas quedan revestidas de valor de verdad. Los científicos están constantemente comprometidos, a menudo inconscientemente, en un proceso inductivo de búsqueda de estas propiedades correlacionándolas con las capacidades empíricas de la teoría. Una teoría acorde con la experiencia verá así sus propiedades erigidas en cánones estéticos. Éstos guiarán entonces a los científicos en la elaboración de una nueva teoría. Pero lo que hay que destacar aquí es que estos cánones sólo pueden desempeñar este papel porque han demostrado su validez empíricamente.
¿Se sigue de ahí que ya que los cánones estéticos cambian, las verdades también…?
Diría más bien que una correlación entre una propiedad estética y una verdad, en el sentido de adecuación con la experiencia, nunca es definitiva. En la mecánica del siglo XVIII, por ejemplo, una teoría era considerada tanto más bella cuanto más abstracta era. En el siglo siguiente, por el contrario, físicos como Lord Kelvin y Ludwig Boltzmann consideraban bellas teorías que permitían visualizar fenómenos o proponer modelos mecanicistas.
En mi opinión, esta búsqueda inductiva probablemente nunca desembocará en el descubrimiento de cánones estéticos ligados de un modo fundamental con la verdad, cualquiera que sea el sentido que los científicos den a este término. La historia de la ciencia revela más bien una especie de nomadismo en el paisaje estético: los científicos nunca se detendrán en un lugar preciso; siempre les convendrá más modificar sus preferencias estéticas para adentrarse en otros estilos de teorías.
No está claro cómo su modelo se aplica a las matemáticas, donde sin embargo la noción de belleza de un teorema o una demostración está muy presente.
Tengo que reconocer que intervienen otros mecanismos en la adopción de cánones estéticos, ya que éstos, por supuesto, no pueden tener base empírica. No obstante, se puede pensar que si un estilo de demostración resulta fructífero, entonces adquiere un valor estético. Nos encontramos aquí también, por tanto, con una forma de proceso inductivo.
También estamos tentados de objetarle que su modelo es muy internalista con respecto a las ciencias. Parece usted ignorar los factores externos, sociológicos, culturales, etc., en la adopción de cánones estéticos. ¿Cómo justifica este enfoque?
Es una pregunta que me han planteado a menudo los sociólogos de la ciencia. Éstos me reprochan que ignoro el contexto social de la adopción de un canon estético por una comunidad científica. Les respondo lo siguiente: no es verdad que por una parte haya algo intrínseco a las ciencias y por otro un contexto social que influye sobre ellas. Creo que en realidad no hay distinción entre factores sociales e intelectuales. Los factores que intervienen en mi modelo de inducción estética son de los dos tipos a la vez. Son intelectuales, pues una preferencia estética es, por supuesto, de naturaleza intelectual; son también sociales porque dependen de una práctica comunitaria. Cada individuo forma su juicio estético de acuerdo con la comunidad científica a la que pertenece. Mi enfoque, por tanto, introduce en cierto modo lo social en lo intelectual, un campo éste último que los sociólogos de la ciencia tienden a ignorar.
Su modelo hace aparecer a los científicos como una especie muy conformista…
Es verdad que supone que una comunidad se pone de acuerdo, en un determinado período, sobre los valores estéticos. Hay, claro está, individuos que no adoptan estos valores. Mi modelo sólo pretende capturar los rasgos fundamentales de la evolución de los cánones estéticos, brindar una especie de aproximación de primer grado al proceso inductivo que la subtiende. Superimpuestos a estos rasgos, hay siempre efectos singulares, de tal modo que la imagen neta que da mi modelo se enturbia en la realidad histórica. ¿Pero cabe esperar otra cosa de un modelo?
¿Cómo influye este proceso inductivo en el desarrollo de la ciencia?
Como todo proceso inductivo, es conservador por naturaleza. La inducción remite a la idea que el futuro será como el pasado. Y ello conduce naturalmente a un comportamiento conservador. Si algo ha funcionado bien en el pasado, entonces podemos apostar que lo seguirá haciendo en el futuro. En ciencia, el proceso inductivo equivale a dar peso a formas, a estilos de teorías, que se han revelado empíricamente fructíferas en el pasado. No es una mala cosa en sí misma. El problema surge cuando estos modos se fosilizan en tradición, es decir, cuando duran más tiempo de lo que la experiencia justifica.
¿Puede dar un ejemplo?
La física newtoniana es un buen ejemplo de estilo de teoría de notable longevidad. Tres rasgos principales la caracterizan: su naturaleza determinista, su carácter continuo y la posibilidad de visualizar sus mecanismos y sus objetos. Por ejemplo, las partículas subatómicas se consideran como versiones miniaturizadas de objetos macroscópicos. Durante doscientos cincuenta años, juzgar la elegancia de una teoría sobre la base de estos criterios ha demostrado ser muy fructífero. Debemos a este estilo de física avances tan importantes en el siglo XIX como el electromagnetismo de Maxwell y la mecánica estadística de Boltzmann. Todo cambió con la llegada de la mecánica cuántica. La acogida de esta nueva teoría por parte de una cierta generación de físicos educados en la escuela de la física clásica ilustra bastante bien mi tesis. Está, por ejemplo, el caso de Albert Einstein. Por supuesto, tomó nota de los éxitos empíricos de la mecánica cuántica de los años 1920, pero éstos no bastaban para hacer de ella una teoría aceptable: al no ser determinista, era demasiado fea para Einstein. Asimismo, a Erwin Schrödinger le disgustaba profundamente la imposibilidad de visualizar los fenómenos cuánticos. Esta carencia significaba para él que se estaba probablemente en el mal camino. Tenemos aquí un caso notable de criterios estéticos que estuvieron demasiado tiempo vigentes.
Pero difícilmente se puede afirmar que Einstein era prisionero de un estilo newtoniano… ¿No constituyó su teoría de la relatividad restringida de 1905 la primera gran ruptura?
A riesgo de adoptar una postura bastante minoritaria, diría por el contrario que la relatividad restringida puede verse como una culminación de la física clásica, a la que libera de ciertas imperfecciones estéticas. Recordemos las motivaciones de Einstein. Su objetivo no consistía en elaborar una teoría empíricamente más potente sino en eliminar las asimetrías que aparecían cuando se aplicaba en el marco de la dinámica newtoniana las ecuaciones de Maxwell a cuerpos en movimiento.
De acuerdo en lo tocante a la motivación, pero cuando se atiende a los resultados se ve que Einstein renuncia además al carácter absoluto del espacio y del tiempo sobre el que se basaba la mecánica newtoniana. ¿No es algo que va más allá de un simple asunto de gusto?
El abandono de unas instituciones tan fundamentales demuestra sin duda una extraordinaria valentía intelectual. Pero a pesar de todo el resultado es una teoría cuya simetría queda fortalecida, por lo que desde este punto de vista es más atractiva según los cánones de la física clásica, aunque sea contraintuitiva en sus aplicaciones.
¿Cómo da cuenta su modelo de las revoluciones científicas?
Sea la situación siguiente. Surge una nueva teoría que explica mejor los fenómenos pero cuyas propiedades chocan con los cánones estéticos vigentes. Hasta entonces, el proceso de inducción estética aseguraba el acuerdo entre criterios empíricos y estéticos en la elección de una teoría, pero para esta nueva teoría los dos tipos de criterios entran en conflicto. El resultado es una inevitable escisión dentro de la comunidad científica. Algunos darán preferencia a los criterios estéticos y otros a los criterios empíricos. Pero lo que hay que observar es que en ambos casos estas preferencias, para sus defensores, están racionalmente justificadas. Las primeras, por la correlación establecida desde hace tiempo entre propiedades estéticas y eficacia empírica; las segundas, simplemente porque es racional adoptar una teoría atendiendo a sus éxitos experimentales. En tal caso, los factores empíricos darán origen a la revolución científica, mientras que los factores estéticos desempeñarán un papel contrarrevolucionario.
¡Es exactamente lo contrario de la visión propuesta por Thomas Kuhn de una revolución científica!
Efectivamente. Para Kuhn son las motivaciones de orden estético las que impelen a los científicos a cambiar de paradigma y no una teoría más adecuada a las observaciones. La causa, según él, es que los éxitos empíricos de una nueva teoría serán siempre inferiores a los de una teoría bien establecida. Por ejemplo, el sistema heliocéntrico de Copérnico «no salva mejor los fenómenos» que el sistema geocéntrico de Ptolomeo y fue por consideraciones estéticas, sin fundamento racional, por lo que finalmente se impuso. Kuhn ve en ello una revolución. No es mi opinión. El atractivo estético de la teoría de Copérnico se basa, por el contrario, en su carácter conservador: al eliminar una determinada construcción geométrica, los puntos ecuantes considerados tan desafortunados en el sistema de Ptolomeo, responde mucho más que este último a los cánones estéticos de la cosmología aristotélica, entonces todavía dominantes. En cambio, estoy por supuesto de acuerdo con Kuhn en ver una auténtica revolución en el nacimiento de la mecánica cuántica. Pero como hemos dicho ya, son factores empíricos y no estéticos los que dieron origen y, sobre todo, este cambio de paradigma nada tiene de inaccesible a la razón.
....................................................................................................
JAMES W. McALLISTER enseña filosofía de la ciencia en la Universidad de Leiden, en los Países Bajos, después de haber estudiado en Cambridge y Toronto. Residió en 1997 como investigador invitado en el Institute for Advanced Studies de Princeton, Estados Unidos. Es autor de Beauty and Revolution in Science, Cornell University Press, 1996, y coeditor de The Question of Style in Philosophy and the Arts, Cambridge University Press, 1995.
....................................................................................................
Para contactarse con el profesor James W. McAllister, escribe a su correo electrónico j.w.mcallister@let.leidenuniv.nl









Mi campo es la ontología y no la filosofía de las ciencias, por lo que este artículo me sorprende de sobremanera, la estétcia unida a las ciencias... la belleza de una teoría, había escuchado ese tipo de cuestionamientos entre los epistemólogos... Yo me preguntaría más bien acerca de la verdad de la belleza que sobre la belleza de la verdad, que muchas veces no es bella. No sé si quiera extraviarme en una senda semejante por ahora, pero bien podría constituir un diálogo interesante.
ResponderBorrarEn este momento, sin embargo, más que extraviarme en sendas perdidas he iniciado el apostolado sin esperanzas de devolver el sentido a la cotidianidad desde la filosofía, o más bien como diría Heidegger desde el Pensar.
Gracias por este enfoque, es bueno descubrir la irracionalidad en las ciencias... reconfortante e inquietante a lavez.
He firmado con mi cuenta goger bloger, pero creo que es más adecuado mi otro blog, el lado a de mi pensamiento
http://wwwarturoruiz.wordpress.com/
en el Lado B hay más bien emociones...
Por favor permite open ID para wordpress ¿que importa si hacen comentarios anónimos?