Amistad, en griego, se dice filía. El fundamento
de la política, para Aristóteles -cuya visión
nos desborda por su grandeza- está en la filía.
"Todo es obra de la amistad, pues la elección de la
vida en común la supone" (Política,
1281 a). Y la amistad implica la virtud, en cada uno y en su relación
de filía con los demás. Así, pues,
la política presupone la ética. Ahora bien, la ética
implica, por su parte, la relación con el ser: es un modo
de "ser". Pues la virtud no es un mero ajuste del comportamiento
a ciertas pautas de "corrección"; es "el
modo de ser por el cual el hombre se hace bueno y por el cual
realiza bien su función propia" (Ética
a Nicómaco, 1106 a 20).
La
política no es el mero asunto de la ley, de las reglamentaciones,
de los derechos, de las fórmulas, de las reglas. Tiene
como fondo a la ética y al ejercicio de una excelencia
en el modo de ser. Todo eso reunido es el fundamento último
de lo político: filía, amistad. Y es lo
que nos falta, no sólo en la práctica, sino también
en la teoría.
Una
sociedad cuyo modo de "ser" se fragua, como en la nuestra,
en el desprecio recíproco, no es una comunidad política.
Y esta comunidad, que no es verdaderamente política, quiere
solucionar sus problemas recurriendo a la exigencia "política"
de ajuste a la ley. Los que se desprecian recíprocamente
enarbolan constantemente la bandera del derecho. Esto es incomprensible.
Es un círculo cuadrado.
Nuestros
problemas fundamentales no radican en el plano "politológico"
tan reducido, tan escuálido, al que hemos llegado y tal
y como lo comprendemos. La ausencia de fundamento en la amistad
es la "nada" de nuestra supuesta comunidad política:
su nihilismo. El mayor revulsivo, el arma más potente contra
las calamidades que nos rodean, tiene este nombre: filía.
Hacen
falta, se da uno cuenta de inmediato, algunas aclaraciones respecto
a lo anterior.
1.
Filía no implica necesariamente la relación
personal. Es una promesa infinita
¿Amistad
como base de la política? ¿Quiere decir Aristóteles
que seamos todos amigos, todos los ciudadanos? No se trata de
ser amigo de todo el mundo, si por amistad entendemos esa relación
que mantenemos con unos pocos y de forma personal. Esa relación
con unos pocos pertenece al mundo privado. Yo tengo los amigos
que me da la gana y usted los suyos. Ahora bien, la filía
no es una relación eminentemente privada, sino que conduce,
en su sentido más profundo, a lo público. Ahí
no tengo los amigos que me da la gana, mire usted. Ahí
todos han de ser, en otro sentido, amigos. En su magnífico
libro sobre la amistad, Derrida nos aclara el reto que esto implica.
La amistad, este suelo profundo de la política, es aporética.
La amistad tiene este sentido aporético o paradójico
conducida a lo público: por un lado, en efecto, la amistad
se realizaría (de hecho) en un número reducido de
relaciones; por otro lado, la amistad pide desbordar esa limitación.
¿Por qué no, por ejemplo, el inmigrante? ¿Por
qué es mi amigo este o aquel, a quienes conozco, y no el
extraño que viene y al que no conozco personalmente en
el terreno privado? ¿No lo merece? Lo merece. Tendría
que integrar, pues, al inmigrante. Y en general, a todo el mundo,
por el sentido mismo inherente a la amistad. Pero esto, esta aporía
entre su ineludible limitación y su necesario carácter
ilimitado, es lo que hace de la amistad un motor social y público.
Es una exigencia infinita que siempre excederá
a las relaciones finitas. Lo importante es ese infinito.
La amistad es una promesa infinita. Nunca se colmará.
Nunca se hará presente. Pero esa infinitud de lo imposible
es lo que mueve lo posible. Es su invisible anhelo [Derrida, J.,
Políticas de la amistad, Trotta, Madrid, 1998]
2.
Filía no es fusión que allana, sino diferencia
articulada. La admiración
La
filía griega subraya la heterogeneidad, la diferencia
insalvable. El litigio (muy lejos de esto de la competición)
es, para el griego, potencia creativa. Un litigio es algo distinto
de una competición y un enfrentamiento. No se basa en una
lógica oposicional, sino en una lógica
diferencial. Es una disyunción constituida por la
relación libre entre diferentes. Y eso que hace encontrarse
a los que están en relación de amistad, por sus
virtudes diferentes y sus modos de ser heterogéneos, es,
a mi juicio, la admiración. Sin admiración recíproca
no es posible la amistad. Ni la amistad ni ninguna relación
humana elevada, rica, digna.
3.
Filía frente a desprecio recíproco
Se
ha dicho en lo anterior que nuestras sociedades actuales se basan
en todo lo contrario de la filía. Se basan en
el desprecio recíproco. Esto no necesitaría más
comentario, pues apela a una experiencia compartida. Sabemos que
es así, experimentamos que es así. Comprobamos día
a día que es así. Sufrimos, cada uno, su forma de
desprecio por parte del otro. El desprecio, como forma predominante
de relación en nuestras sociedades, tiene una causa económico-capitalista
y neoliberal, pues bajo estos dos supuestos, todo es guerra de
unos contra otros. Ahora bien, el desprecio se funda en un suelo
más hondo que el socio-económico. El desprecio es
también, como la filía, un modo de
ser. Constituye un modo de estar el ser humano en el mundo
y ante el otro. Es existencia y no sólo transacción
economicista y neoliberal. Es un error reducirlo al capitalismo
y al neoliberalismo. El desprecio es el modo de existencia, para
decirlo con Nietzsche, del resentimiento. El resentimiento
se expresa psíquicamente, pero no se funda en la psicología
o la psiquiatría. Es ontológico (hace relación
con el ser). Un ser humano vive en el resentimiento cuando
funda su ser en la negación de un otro. La ley del desprecio
en nuestras sociedades, y frente a la filía, es
precísamente esa negatividad radical en el acto de ser.