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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Centricidad y excentricidad
05 / 02 /2024

Excentricidad. Alvarorduz

El ser humano es simultáneamente céntrico y excéntrico. "Céntrico" significa "tener un mundo como centro", mientras que "excéntrico" quiere decir "estar saliendo de un mundo, en fuga respecto a él". Según esto, el ser humano es un ser errante, asunto que tratamos en otra entrada. Ahora reflexionaremos sobre este par de conceptos, centricidad y excentricidad.

Estamos dentro, es decir, céntricamente, en situaciones concretas cuando éstas nos absorben. La distancia del concienzudo examen o de la reflexión externa se apacigua entonces, como si la autoconciencia disfrutase de una gozosa soñolencia. Puede ocurrir en la praxis inter-personal, como cuando hablamos con amigos de ese modo en que la conversación nos posee y arrastra; puede aparecer en soledad, si es el caso, por ejemplo, de que, en el curso de una lectura, el libro ha trazado un mágico círculo a nuestro alrededor y nos arroja a su interior, en una especie de rapto del que nos desasimos a regañadientes. Puede acontecer en el camino de tareas a las que estamos orientados, cuando estas discurren con inercia propia y, capturándonos, pareciese que arrancaran nuestros movimientos o pensamientos, sin necesidad de que les ofertemos decisiones explícitas a cada paso. Por otro lado, estamos al mismo tiempo fuera, es decir, excéntricamente, en esos momentos en los que la sospecha crítica nos conmina a que observemos, distanciados, el juego de la conversación y la enjuiciemos desde los aledaños. También cuando nuestros fantasmas no cesan en su acoso y, situados en medio de las cosas, de las relaciones con otros, de acciones o tareas, no podemos, paradójicamente, entrar en ellas, perdernos en su vivo movimiento, experimentando de ese modo que asistimos a un espectáculo como convidados de piedra. Una situación puede cerrarse ante nosotros y nos sentimos expulsados, o bien, nos irrita y afrenta y nos experimentamos al margen.

La semántica cotidiana del estar dentro pertenece a la de la condición céntrica del hombre. La del estar fuera a la de la excéntrica. No obstante, son excesivamente reductivas, y hasta cortas de aliento, si no se las empuja más allá del límite al que seduce la lengua. ¿Qué significa estar dentro? No se está en el interior de una conversación, de una lectura o de una tarea como se está dentro de la bañera o de una hondonada. El estar dentro es estar en el mundo que abre una situación, en un ámbito que queda abierto, expuesto o expresado en ella; si semejante mundo posee medidas, éstas no se pueden medir, en el sentido usual del término; si posee límites, contornos, fronteras, es porque no se las puede delimitar en el sentido usual del término: uno se dirige en el diálogo, la lectura o la acción, no hacia un límite consabido y determinable de antemano, sino hacia un horizonte difuso que se modela y remodela sobre la marcha. Por su parte, en el estar fuera se trata siempre de una posición de exterioridad relativa a la pertenencia o participación en un asunto y su contexto situacional, de una ex-centricidad en el seno de la centricidad o respecto a ella. Bien nos situemos ajenos frente a un contexto porque nos lancemos en otro, bien nos sintamos extraños en ése que precisamente nos acoge o envuelve, es el caso que el experimentarse fuera es ineludiblemente un encontrarse en situación.

Existir céntricamente es equivalente a habitar un mundo. Cuando se habita un mundo se sigue oscuramente el hilo de Ariadna de una in-vocación. En el laberinto de un proyecto personal de vida o de una empresa colectiva se ha pre-comprendido siempre de antemano el rumbo. Como una nervadura previa, este precede a las intenciones explícitas y a los actos conscientes. El rumbo es una vocación tácita, inserta en la acción, y pide una dirección, un trazado. Es un silente vector que selecciona lo relevante, lo pertinente, lo importante, lo necesario, lo inevitable. No es necesario que a cada paso la luz de la reflexión decida el curso de los acontecimientos. Se vive incurso en ellos y, en esa medida, se ha concitado desde el principio el movimiento propio de aquello a lo que se pertenece, el flujo inmanente al curso, los requerimientos de la «cosa misma» en la que se pone el empeño. Al actuar, siempre nos hemos empeñado: hemos comprometido la vida y adquirido una deuda.


Ensimismamiento. Adela Casado (2022)
Ahora bien, esta entrega no clausura la praxis. Si el hombre puede interrogarse por el sentido de ser, si puede comprenderse incluso como la forma viviente de esa interrogación, entonces ha interpuesto desde el comienzo una distancia excéntrica respecto al modo concreto en que discurre su ser. ¿Por qué así y no de otro modo? En la entrega se ha instalado, ya siempre, el extrañamiento, como su otra cara, como un inversum discorde. La distancia que este genera no ha sido elaborada por alguna maquinación de la conciencia técnica, ni surge del extravío. Es un distanciamiento pre-reflexivo e inevitable. En cuanto ex-centricidad sub-representativa, pre-lógica, adopta muchos rostros: es, por ejemplo, el generador del espíritu de sospecha que acompaña a toda entrega, el principio de la ironía y de la risa. Si la apelación invoca al hombre a habitar en una estancia, a radicarse en un mundo, el extrañamiento excéntrico le permite romper todo lo estacionario y exponerse en tierra de nadie. La primera lo inserta en la profundidad de la experiencia; el segundo le concede la posibilidad de reírse de sí mismo, de hacer de sí un experimento, una obra de arte.
El bibliotecario, Giuseppe Arcimboldo, c.1566


Podemos verlo desde otra perspectiva. El ser se nos da, lo entendemos siempre de un determinado modo. Pero, al mismo tiempo, se nos oculta, permanece en un misterio nocturno. Pues bien, el ocultamiento del ser abre una morada para el hombre, pues solo hay hogar en medio de la oscuridad. Pero hay que decir que, también y al mismo tiempo, el ocultamiento del ser deja en franquía la falta de morada, pues nos sitúa en una intemperie cuyo fondo se nos hurta. Esta falta es la errancia esencial que penetra la existencia y la desgarra. La donación del mundo acontece en la misma medida en que inspira sospechas. El misterio reclama una escucha y nos incita a existir inmersos; y, al mismo tiempo, encuentra la perplejidad del hombre. La nada del ser es su encubrimiento y su falta de fundamento, pero es simultáneamente lo sorprendente de que ello sea así, de que tenga que ser así. El extrañamiento no es la pérdida de arraigo, es el huésped del arraigo. No hace que la existencia humana discurra en el extravío, la ilusión o el error. Convierte al hombre en un extranjero en su propia casa. Ese extrañamiento es la excentricidad del hombre


Excentricidad de las mujeres. Bharti Dayal
Topamos, en este punto, con un complejo movimiento de la autorreferencialidad: en la auto-afección humana tiene lugar un ex-trañamiento ante su propio en-trañamiento. Una excentricidad prelógica, pre-reflexiva, atraviesa la centricidad del existir y es a una con ella. En el des-entrañamiento vibra una virtus activa que saca al hombre de la propiedad del entregarse y lo confronta con esa contra-propiedad del desembarazarse. La condición errática es el reverso sub-representativo del ser-en-el-mundo. En la erraticidad el hombre se descubre en el mundo, pero también pone en juego una ars inveniendi en virtud de la cual se lanza a la aventura de hacer mundo. La excentricidad está supuesta en todo acto de pensamiento, en la medida en que todo pensar es un interrogar y éste resulta incomprensible si no tiene lugar ya, en el posicionamiento mismo del hombre en ser, la experiencia de la ex-propiación, de la falta de fusión con el suelo que habita.
 


Noche estrellada. Van Gogh (1889)

Al mismo tiempo, resulta insostenible la presuposición de un origen eterno e inmutable de la excentricidad, como si perteneciese a la esfera de un Yo Trascendental y fuese su expresión. Pues si el hombre puede distanciarse de lo que lo envuelve es porque, in actu, se experimenta «envuelto» por aquello de lo que se distancia. ¿Cómo podría ex-trañarse ante algo que no estuviese ya en él, junto a él y, más profundamente, que no lo constituyese ya desde su propia entraña? Extrañamiento es autoextrañamiento o no lo es. Pero en el «auto» de esta autorrefencialidad el hombre no se separa del mundo, no se experimenta «fuera de» o «al margen de» lo real. Más bien, accede, por su medio, a la comprensión de que es-en-el-mundo. Sólo un ser radicado puede quedar perplejo ante lo que lo rodea. «Extrañarse de» y «ser-en» se generan recíprocamente.