Web Analytics
 
Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

Blog. Inicio

Infirmitas. Espectralidad del mundo
27 / 06 /2024

Abismo (2012). Jénot Jean Marie

Infirmitas, que significa "enfermedad" y "falta de suelo firme" en latín, es el término general que podríamos dar al malestar contemporáneo, siendo este -dicho en su generalidad- una pérdida del fundamento (del mundo, de las cosas). Hemos desarrollado esta idea general, así como también la de que este sentimiento colectivo posee dos direcciones, una hacia lo desfondado, hundimiento en una tierra de cieno; otra hacia lo alto, a través de un espacio etéreo. Ahora bien, ¿qué especificidad posee esta Infirmitas actual respecto a otras de sus manifestaciones históricas?

Es necesario preguntar esto, pues todas las épocas han tenido su peculiar Infirmitas, en la medida en que al ser humano le es imposible concebir la realidad que se le hace presente sin presumir que algo central en ella se despresenta: precisamente su fundamento, su origen esencial. Existimos comprendiendo, en mayor o menor grado, el mundo que nos rodea, pero sobre el entendido de que la fuente original y primera de la que este brota se sustrae inexorablemente a nuestra mirada. Infirmitas es el sentimiento que va unido a esta trágica verdad y, en este sentido, no posee un significado peyorativo. Todo lo que se manifiesta vela el principio del que surge, un principio que no puede quedar abiertamente expuesto, pues es lo que tiene el poder abrir. El animismo no es más que la forma más elemental de sentir este apriori de la realidad, el presentimiento de eso que, estando presente en el bosque, en los ríos y en cada ser, no se deja ver, porque es lo que permite ver. La suposición de lo invisible en lo visible es un factum tras el cual la experiencia humana no puede trascender y que una parte de la comunidad, sin embargo, cree poder superar en cada tiempo a través de sus mezquinas evidencias.

Apolo persiguiendo a Dafne (1606). Theodoor van Thulden
Lo despresente no debería ser confundido con una realidad misteriosa que se esconde tras lo que se ve y se palpa. No es un doble sobrenatural o sub-real de lo presente. En modo alguno constituye una realidad más allá de las apariencias, un sol radiante -por ejemplo- que espera al salir de la caverna. Eso es, más bien, lo absolutamente trascendente. Lo despresente, más bien, está en lo presente, como un punto ciego que se hunde en su propio interior. Por eso, está representado en el mundo griego, no por ese mundo de las Ideas que, según Platón, subsiste tras lo sensible, sino por lo dioses. Los dioses viven con los hombres e, incluso, cruzan su destino con ellos. Grecia inventó estos dioses para nombrar de diversos modos a la Infirmitas, para dar forma a aquello que horada lo finito con el exceso de su infinitud. El mismo texto platónico conserva este sentido de lo despresente cuando en el Teeteto relaciona el filosofar o el teorizar con el thaumazein, con la admiración extrañada. Lo asombroso, según esto, es lo extraño en el seno mismo de lo ordinario. Lo extraño es lo más entraño que rompe toda evidencia desde su propio campo de presencia. De ahí que Teeteto, embriagado por esa visión, confiese que está poseído por una «emoción desbordante», declarando «sentir vértigo» al constatar que el ser es una alteridad desbordante en las cosas, una desproporción o desequilibrio en ellas que saca fuera de sí también al alma que lo piensa.

Heidegger conceptualizó esta unidad entre presencia y ocultamiento del ser a través del concepto de diferencia óntico-ontológica: el ser viene a la presencia en los entes concretos, en un mundo accesible de realidades en cuya proximidad existe el hombre, pero él mismo no puede hacerse presente como una cosa entre las cosas. Wittgenstein enunció el principio de manera magistral: lo que conocemos y representamos es decible, pero todo esto que se puede enunciar y cincunstanciar en la palabra presupone una condición indecible, una posibilitación que no puede ser dicha mediante el lenguaje y que solo se muestra a su través de modo indescifrable, de manera análoga a como el ojo que contempla imágenes deja transparentar al ojo mismo sin poderle dar una imagen objetual. Y hay muchas otras perspectivas filosóficas, culturales, psicoanalíticas o literarias, a través de las cuales esta verdad es descrita de formas muy diversas. Que todo se sustente en una falta, en una sustracción, en lo que no puede ser sustento, no es algo accidental, sino inherente a la comprensión humana del mundo. Infirmitas es el saber pre-teórico de este robo que en todo suelo detrae su firmeza.
Señora Justicia, (2017). E. Rodríguez Calzado


Ahora bien, nuestra época, en la que los dioses se retiran, asiste a una conmoción nueva de la Infirmitas, a una faz suya de todo punto insólita, diferente a todas sus manifestaciones en la historia. Hasta ahora, la ausencia de fondo ha sido vivida como una despresencia en el interior de la presencia que no anula a esta última. El ocultamiento del ser era pensado como necesario para la presencia de las cosas, lo mismo que el élan o impulso vital –diría Bergson- se materializa en las formas concretas de vida que posibilita. Lo mismo, también, que desde la física, la fuerza o la energía se invisibiliza en la materia, que es su envés, a la que potencia desde dentro. Lo intensivo se efectúa en lo extenso, plano en el cual se detrae.

Todas estas figuras, y otras muchas que cabría explorar, continúan reapareciendo hasta, por lo menos, mitad del pasado siglo. Desde entonces, no obstante, comenzó a hacerse dominante otra figura de la relación entre lo ausente y lo presente. La presencia, según este modo actualísimo de vivencia, no “aparece” como contragolpe de la ausencia que yace en su interior. Ocurre, más bien, que ya no llega a presentarse de ninguna forma. Lo que parecería presente, gracias a su despresencia interna, no lo está en realidad, porque lo presente es la ausencia misma.

En filosofía, este giro se da en pensadores como J. Derrida. ¿Qué son, por ejemplo, la amistad o la justicia? ¿Son algo presente? No, porque tan pronto se dan como se defraudan a sí mismas, saltando hacia otro momento y espacio por venir. Van retrasadas siempre respecto a sí, difieren respecto al modo en que cobran presencia y, por ello, son convocadas a surgir en una nueva faz más fina o delicada que también desbordarán. Se convierten en promesas infinitas que, al darse, no se dan, que se despresentan al presentarse, tal y como una huella en la nieve habla del paso de un oso que no está. Todo se hace, pues, huella y signo de lo ausente.

Frente a los petulantes que tachan todo esto de postmodernidad o no se sabe qué cosa, esta idea expresa nuestra actualidad sin que, por ello, sea buena o mala, noble o vil: es una figura de Infirmitas y no una degradación de un cielo inmaculado que se espera y que está en el corazón del que hace una crítica así, sin haber meditado lo suficiente (todos estos apresurados jueces son, en el fondo, teólogos con piel de intelectual serio). Lo que ocurre, en realidad, es que esta figura, la de una presencia que no es tal, sino que se difiere, la de una presencia que es, paradójicamente, presencia de la ausencia misma, acompaña a nuestro momento histórico en otras variantes que sí son sospechosas. Y lo son porque vienen por otros caminos diferentes al del pensamiento: vienen por las sendas del poder social, de los procesos ciegos que nos gobiernan. Quien piense esto a fondo se dará cuenta de que estos críticos tan entusiastas de lo que llaman "postmodernidad" son, con toda certeza, los verdaderos representantes de la postmodernidad que inventan y nombran, y esta no es otra cosa que el estado de temor que genera nuestra nueva Infirmitas. No es lo mismo la Infirmitas que el terror a la Infirmitas. Esta última no es un fenómeno filosófico, que siempre expresa una determinada perspectiva sobre la realidad, sino una reacción emotiva de la colectividad social, que huye de la realidad, debido a que le asusta y no quiere verla.

El gran teatro del mundo (2000). Alberto Ycaza
Para desbordar al presente es preciso mirarlo sin temor. Nuestra Infirmitas, decíamos, tiene una forma nueva. Digámoslo con rigor y sintéticamente. No es ya el punto ciego de una realidad que se nos presenta, sino ausencia-de-presencia. No es la ausencia inherente a lo presente a la vista, al conocimiento y a la representación mental, sino la ausencia como presencia de ella misma. No es el ser que se oculta (Heidegger), sino el ocultamiento si desvelamiento. No es la "falta" que inhiere todo el psiquismo (Lacan), sino la falta como psiquismo. No son los dioses que habitan con los hombres, sino la ausencia de los hombres respecto a sí mismos como la más vulgar y consistente de las presencias. Tal fenómeno se puede "ver" o se puede convertir en algo que aterroriza y de lo que se huye. Y es a esto último a lo que nos referimos con lo más peculiar del presente.

Piensen en un aspecto del más reciente capitalismo, en el que describió G. Debord: se expande a través del espectáculo de sí mismo. Genera un mundo del espectáculo que sustituye a lo real. Piensen en el hipertexto que conforma la red en que se ha convertido la comunicación humana: no muestra lo virtual que hay en todo lo real, sino que consiste en la pretensión de lo virtual de convertirse en realidad total. Piensen en algo más abstracto, pero también más sutil y preciso: que lo que hoy entendemos por “relación” (humana, entre partículas materiales, entre instituciones, entre géneros y sexos...) no es algo a lo que concedamos ya una realidad ulterior respecto a los términos relacionados. Muy al contrario, desde hace unas seis o siete décadas tendemos a afirmar la relación como anterior a aquello que es puesto en relación. No existen, decimos desde la física más actual, las partículas como tales, sino los "campos" que las relacionan. No existen los animales y las plantas propiamente, sino la conexión que poseen en su globalidad. No existen las instituciones, sino el "tejido" que las puentea como "administración", "táctica de poder" o "con-formación". La relación reviste hoy carácter de ser. Y pregúntense qué es una relación. ¿No es una pura nada aunque activa, una distancia, un nexo inobservable? Esa no-cosa, esa ausencia-de-presencia, es lo real para nosotros.

Con suficiente calma se pueden ofrecer muchos más ejemplos. Pero, en todos los casos, por todas partes, la antigua presencia horadada está siendo sustituida por la ausencia-como-presencia, que es toda una paradoja, la nuestra. De ahí que se haya insistido tanto en que estamos en una era en la que retorna el Barroco, para el cual el mundo es sueño y teatro, dicho sin metáfora. Solo que en el siglo XVII eso se debía a que lo Infinito, núcleo de lo finito, se puso en fuga. En nosotros se trata de otra cosa. El miedo a ese ser-en-fuga, a que no haya ya ninguna permanencia, sino devenir, provoca la experiencia de que no hay ser. ¿Por qué creen que nos aferramos tanto a lo puramente presente, aquí y ahora, a lo más concreto e inmediato? Porque la inmediatez y la ausencia de realidad son la misma cosa. Cuando solo existe lo inmediato y concreto, en efecto, es porque se ha esfumado la totalidad, dejando tan solo sus partes desmembradas. ¿Conocen alguna instancia de cierta importancia que actúe y piense como "totalidad"? Europa, en cuanto todo, es decir, como "idea", no ha llegado a cuajar, es un conjunto de unidades que se agotan en la mera suma, es decir, reunión de realidades inmediatas, sin mediación a través de algo universal. Los individuos no se forjan tampoco en nuestras sociedades desde una trans-vivencia que los haga representantes de una idea de humanidad, de un ser más alto que ellos mismos. No se trata, pues, si miramos todos estos fenómenos con la suficiente generalidad, de que el ser se tenga que presentar, necesariamente, como particular, como ser de un individuo, de una institución, de un continente, etc. No se trata de que el ser, que va más allá de lo individual y concreto, se oculte en lo individual o concreto. Ocurre, más bien, que las realidades (individuales y concretas) suplantan al ser, por lo que su reunión no puede adoptar otra forma que la del teatro, la del sueño, la del simulacro. ¿Cómo expresar el sentimiento supuesto en esta transformación a la que está sometida nuestra experiencia del mundo?

 


Elogio del Horizonte (1990). Eduardo Chillida

Una usted todos estos síntomas, querido lector, y se convencerá de que la regla de nuestra nueva ontología es esta: lo que fundamentalmente cobra presencia en el mundo es la despresencia del mundo. Ahora bien, la presencia de lo ausente es lo espectral. El spectrum no es el hueco que anida en lo real. Es la estremecedora aparición de una realidad que no está, la realidad como lo que no puede ser real. Nuestra Infirmitas, digámoslo una vez más, ya no afirma una presencia que esconde una ausencia en su interior (su origen, su fuente última), sino que afirma la ausencia misma como quello que constituye la presencia. Y esta verdad ontológica de nuestra época no es, insistimos, ni buena ni mala: es. Pero infunde pavor.

[El concepto de Infirmitas se desarrolla ampliamente en Tierra y destino (2021)]