Publicado por vez primera en: lista lssi@elistas.net, 13 Octubre


LSSI: un año perdido
Arturo Quirantes Sierra





No falla. Cada vez que quiero echarme a dormir el sueño de los inocentes tengo que tener mis deberes hechos. No importa lo que sea, si creo que es importante más me vale levantarme de la cama y ponerme a la tarea. Hoy mi fantasma particular me ha visitado cuando eran las dos de la madrugada. Le he dicho que los párpados se me cierran, pero que si quieres arroz, Catalina. De todos modos tenía que escribir esto que ahora lees, lector, así que mejor ahora que mañana.

Claro que ahora ya es mañana. Hoy es 13 de Octubre del año dos mil tres, y hace un año y un día que la Ley de Servicios de la Sociedad de la Información (LSSI) existe. Desde hace un año, una parte del alma de muchos internautas lleva luto por una ley que no pedimos, que no nos gusta y que no nos conviene. Por si no se han enterado, no me gusta la LSSI.

Pero no voy a contarles por qué. Ya gasté ríos de tinta -vale, bits- en explicar mis razones por activa y por pasiva. Hoy toca hacer balance del primer año de la LSSI. Parece que fue ayer cuando, tras una épica lucha, doña Anna Birulés y su adlátere Borja Adsuara abandonaron el Ministerio de Ciencia y Tecnología; o les abandonaron a ellos, no lo tengo muy claro. Sus sucesores me recuerdan aquello del "alguien vendrá que bueno te hará". No es que lo hagan peor -lo hacen mal, sencillamente-, pero resulta triste ver este desfiles de ministros, secretarios y directores generales que van y vienen. El último, el señor Piqué, apenas tuvo unos meses para hacerse las fotos de rigor antes de largarse a hacer las Cataluñas; y si algo le importa la Ciencia y la Tecnología, será para hacerse la foto, sea con el AVE, sea con el ITER.

Y mientras, la casa por barrer. Hace un año se decía que la LSSI iba a traer confianza y seguridad en la red. Hoy se dice que la ley sobre Firma Digital traerá confianza y seguridad en la red. El año que viene será el DNI electrónico, o el ADN recombinante, pero el caso es que seguirán creyendo en soluciones mágicas. Seguirán legislando, pensando haber creado la pieza legal más perfecta desde el Código de Hammurabi, sin darse cuenta de que sus legislados no están de acuerdo con ellos.

Porque vamos a ver, se suponía que la LSSI iba a hacer despegar el comercio electrónico, crear muchos puestos de trabajo y permitirnos sustituir a Alemania como locomotora económica. Un año después, parece que el poco dinero que el Estado saque de la red será mediante las tarifas de los dominios .es. La Internet comercial sigue estancada, la gente sigue sin confiar en el comercio electrónico -o sin necesitarlo-, y mientras tanto hemos perdido un año.

Algo que no podremos decir es que nos hayamos aburrido. En estos doce meses ha pasado de todo. Para empezar, nos encontramos con que Telefónica instaló un proveedor proxy-caché transparente, lo que significa que todos sus usuarios de Internet pasaban a ésta por medio de un ordenador que controlaban ellos, sin avisar a nadie y sin pedir consentimiento. Centenares de páginas se auto-censuraron o se dieron de baja, asustados por las responsabilidades en que pudieran incurrir por hablar mal de alguien, ofrecer software gratis o tan sólo enlazar con otras páginas web.

Ha habido más planes digitales de esos que quedan tan bonitos en el telediario. Algunos son del tipo internet-para-loquesea, que funcionarán o no dependiendo de si se lo toman en serio o se quedan al final sin presupuesto ni medios. Otros son del tipo "acabemos de una vez con las líneas TRAC", con los que prometen que Internet llegará a todo el medio rural, y que suele consistir de las siguientes fases: 1) Se anuncia que las TRAC morirán antes de seis meses, 2) se difunde un estudio según el cual, en realidad, tardarán un poquito más, tres meses a lo sumo, 3) se decide sacar el tema a concurso, es decir, subcontratarlo a otras empresas, 4) las teleco se ponen a la labor de pedir ayudas y subvenciones antes de tender un solo cable, 5) se deja el asunto para el próximo año, cuando arrecien las críticas. Y así seguimos. También hay planes positivos, como los de fomentar el software libre en algunas administraciones autonómicas, pero eso no suele salir en el informativo de las tres.

Y mientras Telefónica se frota las manos con la cantidad de líneas ADSL que va a negociar, absorbe su filial Terra y se consigue el control de una gran empresa de Internet pagando cuatro duros. Dentro de poco tendrán el control total, y qué casualidad, justo entonces Terra será una gran inversión y dará dinero a espuertas.

De la batalla por el control de la música, mejor ni hablar. El canon a los CD impuesto por la SGAE les ha envalentonado, y ya hablan de implantar otro similar a las conexiones de banda ancha. El bufete de Xavier Ribas (que, a este paso, va a ganar todos los premios BBA-Spain este año) amenaza a casi cien mil usuario de sistemas p2p, y Donkeymania ya ha sido cerrada por orden judicial. Y, cuando alguien como Olvido Lara (a.k.a. Alaska) se atreve a sugerir que quizá la solución policial no es la adecuada contra la piratería informática, casualmente sus discos son retirados de las tiendas por las distribuidoras. En cuanto a los programas de ordenador, sólo el canto de un duro -y la presión de los internautas europeos- ha evitado que el Parlamento Europeo aprobase una dura Directiva sobre patentes de software.

En fin, ¿por dónde quieren que siga? ¿Por el fracaso del Plan Info XXI, reconocido por el propio exministro Piqué? ¿Por el intento del INE de vender nuestros datos del censo bajo el eufemismo de "censo promocional"? ¿Por Iberia y las otras compañías que entregan nuestros datos al Tío Sam porque prefieren vender a sus usuarios a cabrear al inventor del ataque preventivo? ¿Por el Metro de Madrid, que denuncia a un cantante por usar un aviso del tipo "próxima estación, Atocha" en una canción? ¿Por el mismo Metro que presume de que más de mil cámaras velan por tu seguridad? ¿Por la Unión Europea, emperrada en obligar a todos a que guarden nuestros datos de tráfico, por si dentro de seis años descubren que no nos hemos portado bien?

No me agradecerían que siguiese comentándoles todos los casos que han "generado confianza y seguridad", porque les obligaría a pasarse tres días seguidos leyendo ... aparte que yo no estoy por la labor de escribir la enciclopedia del disparate digital, versión 2003. Últimamente me siento cansado. Intento llevar a cabo proyectos interesantes, escribo un libro en ratos libres, me intento dedicar a mis asuntos. Pero con toda la batería de leyes que nos echan encima, cada vez está peor la cosa.

La LSSI es un ejemplo. ¿Dónde están la seguridad y confianza? ¿Dónde está el millón de nuevos internautas, aparte de en algún informe fantasioso del Ministerio? ¿Dónde se esconden las miríadas de consumidores que iban a tomar la Red por asalto tarjeta en ristre al grito de "a la compra"? Yo, la verdad, no veo las ventajas de esta ley.

De hecho, no parece hacer más que molestar a todos. En el juicio contra www.ajoderse.com, el juez absolvió a los acusados porque no se les había comunicado en forma correcta la ilegalidad -presunta, por otro lado- de su acción. Kriptópolis ha anunciado recientemente que la LSSI se está aplicando con fuertes sanciones -a veces, injustificadas-, a pesar de que no hay siquiera un desarrollo reglamentario. Y dos de las mayores quejas de los internautas -el spam y el trapicheo de datos personales- siguen sin resolverse. Tampoco se ha arreglado el todavía excesivo precio del ADSL, ni el hecho de que todavía no hay una tarifa plana asequible para telefonía convencional, ni las abusivas condiciones de los ISP; escriba usted su queja, lector, y espere sentado si quiere que se solucione.

Lamento no escribir un artículo mejor. Quería estar más inspirado, pero estoy llegando a la hora bruja de las tres de la madrugada (esa hora a la que despiertan siempre a la gente en las películas), y entre el sueño y el grillo que me está cantando la Traviata en el hueco del ascensor, no estoy para tirar cohetes.

Además, estoy cansado, como les dije antes. No cansancio del que se va con unas horas de sueño. Estoy cansado de este acoso y derribo al que nos tienen sometidos los internautas. Cansado de que nos pinten como los malos de todas las películas, sea la del hacking o el top manta. Cansado de que solamente piensen en nosotros para legislarnos, controlarnos y procurar que seamos buenos. Pero algo bueno tenemos, y es que a pesar de nuestro cansancio seguimos en pie. Como el ama de casa que tiene que sacar tiempo para llevar la casa limpia, los niños al cole y la declaración de la renta al banco, nos reponemos ante la adversidad
y seguimos adelante.

Y, para que conste con mi humilde esfuerzo, me voy a negar unos minutos más de sueño para regalaros una pequeña historia de mi invención, que espero os hará más fácil comprender algunas cosas en el mundo digital. Me servirá como regalo de cumpleaños, para celebrar el primer año de la LSSI y desear que en años futuros demuestre ser tan ineficaz y tan impopular. Es la historia de Pepe, el hacker de las motos.

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Érase una vez un españolito medio -digamos, comercial en una compañía de seguros- llamado Pepe. Era el típico hombre de la calle que se dedicaba a sus asuntos. Veía Operación Triunfo, se compraba el dominical con el DVD de regalo, regaba el césped los domingos y se desesperaba con la birria de delanteros que este año tiene su equipo favorito de fútbol.

Un día, a la cochera de Pepe llega una moto. Quizá se la compró él mismo, o tal vez fue un regalo del banco por depositar la herencia de su tío. Eso no importa. El caso es que Pepe, al principio, no le hace caso a la moto. Pero la ve allí, en su cochera, todos los días, acumulando polvo. Es una tontería desperdiciarla, total, ya que la tengo ... así que un día la coge para ir al trabajo. Y luego otro día. Y otro.

Al cabo de una temporada, Pepe ya se ha habituado a usar su moto. No se complica la vida, se limita a ir del punto A al punto B y vuelta. Pero un día, un compañero del trabajo le comenta que le ha puesto un cuentakilómetros digital a la suya. Otro día, el vecino comparte con él sus experiencias con un nuevo compuesto de gasolina enriquecida que mejora el rendimiento y la velocidad.

Poco a poco, Pepe cae encandilado por el espíritu motero. Poca cosa al principio: leer alguna revista de motos, ponerle unos cromados, cambiarle el tubo de escape. Pepe va descubriendo que montar en moto es divertido y, si me apuras, hasta creativo. Aprende sobre la marcha algo de mecánica, se reúne los domingos en el bar del centro comercial con otros aficionados a las motos. Y descubre que Gran Hermano puede tener sus cosas, pero donde se ponga la sensación del aire cortando tu cara que se quite la televisión.

El motor, poco a poco, le desvela sus secretos, y hace con la máquina de su moto lo que quiere. Aprovechando una paga extra, se compra su traje de motero, cuero negro del guapo. Cuelga un poster de una Harley Davidson en su taller de herramientas, soñando con el día en que se vea montado en una de verdad. Soñar no cuesta nada. Pepe comienza, sin darse cuenta, a entrar en la hermandad de los moteros. Pepe se ha convertido en un hacker de las motos.

Pero, para su desgracia, su afición no es compartida por todos. Sus vecinos recelan de él, no en vano han visto demasiadas películas de Ángeles del Infierno. Su esposa le pide que lo deje, que eso no le da buenas vibraciones. Y los medios de comunicación comienzan sutilmente a recordar el lado oscuro de las motos. No es que sean malos, no, pero recuerden aquella batalla entre bandas de moteros en Phoenix. Cada vez que un criminal usa una moto para escapar del lugar del crimen, el telediario señala el hecho una y otra vez -cosa que no hacen cuando el malo escapa a pie o en autobús-. Los motoristas, dicen, consumen más alcohol que la media. Visten como chorizos, llevan una vida que califican de rebelde e inconformista (qué curioso, los mismos argumentos que usan en los anuncios para vendernos cosas). Y será casualidad, pero el asesino de Dolores tenía un poster de Easy Rider en su habitación.

Pronto comienzan las restricciones. Carné de conducir motos, cursillos de capacitación obligatorios, seguros de responsabilidad penal, matrículas. Al cabo del tiempo, algunos ya adelantan - -globosondean, más bien- la posibilidad de poner transmisores GPS en todas las motos y tomar las huellas de sus neumáticos. Todo por nuestra seguridad, seguro, se dice Pepe. ¿Por qué no nos dejan en paz? ¿Acaso nos metemos con alguien? Sí, vale, hay criminales moteros, pero también hay criminales fruteros.

Poco a poco, salir con la moto le resulta cada vez más penoso a Pepe. La libertad de cortar el viento se atempera, se controla, se regula. Cada vez hay más controles, pero de quitar los guardabarreras asesinos no se preocupan.

Hasta que llega lo inevitable: la ley a medida. Un día, Pepe se entera de la aprobación de la Ley de Servicios de la Sociedad Motera. No se resuelven los problemas de la gasolina a precio de caviar, ni de las zonas de reposo en autovías, ni de los abusos por parte de los talleres de reparación, pero bien se preocupan en amargarle la existencia.

Desde ese momento, Pepe deja de ser un motero para convertirse en Prestador de Servicios Biciclísticos Motorizados. Deberá guardar un registro de todos los lugares donde ha estado con su moto, entregar a la Guarcia Civil una fotocopia de su DNI y carné de conducir, repostar sólo en gasolineras autorizadas, inscribirse en un Registro de Usuarios de Motocicletas, dejar su moto a requerimientos de cualquier guardia urbano - -haya hecho algo malo o no-, abstenerse de llevar pasajeros no autorizados de paquete ... y si se niega, le podrán confiscar la moto e imponerle una fuerte multa en tanto se aclara el asunto en los tribunales. Todo con la excusa de la Unión Europea, y con el objeto de crear confianza y seguridad en las carreteras.

No puedo sino imaginarme el desencanto de Pepe al comprobar cómo su afición favorita ha pasado de ser un ejercicio de libertad a constituir una actuación reprobada por los medios de comunicación, sospechosa para las fuerzas del orden y reprobada por la sociedad. Como un padre que ve a su hijo consumirse por la cocaína, se pregunta a sí mismo una y otra vez: ¿en qué nos hemos equivocado? ¿Qué hemos hecho para que nos traten de esta manera?

Hoy es Domingo, y los amigos de Pepe se reúnen una vez más en su cafetería del centro comercial. Dos de ellos ya han dicho que dejan la moto: uno de ellos teme las multas, el otro ya no lo ve divertido. Los demás están divididos: algunos dicen que no aceptarán esta ley injusta, mientras que otros hacen gala del tradicional espíritu de resignación propio de esta parte del mundo. Seguirán con sus movidas, sus reuniones de moteros y sus sueños, pero ya no será lo mismo. No importa que acepten la ley o no. Lo que les duele es que les han criminalizado. Han convertido su afición en una actividad sospechosa.

En cuanto a Pepe, seguirá soñando con un mundo lleno de Harleys, y pensando cómo será ese mundo cuando la nueva ley se imponga. De momento, la Guardia Civil no aplica mucho la LSSM. Un amigo que tiene un cuñado trabajando en Tráfico se lo ha confirmado. Pero Pepe sabe que las cosas pueden cambiar. Es entonces cuando abre su Solo Moto, con la esperanza de hallar una solución. En otros tiempos hubiera tragado y callado, pero ahora no. El hacking motero le ha descubierto un mundo más allá del tubo catódico y el dominical. No volveré atrás, se jura Pepe. ¿Pero cómo encontraremos una solución? Y en el momento en que se jura a sí mismo "encontraremos", se pregunta si el plural inherente a su pregunta no llevaba implícita una especie de respuesta...

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El próximo capítulo, dentro de doce meses. O puede que nunca. El final sigue abierto.

Ahora me voy a dormir.

Felices sueños.



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