DIACRONÍA BRONCE FINAL-HIERRO ANTIGUO EN JÓDAR, JAÉN: UNA HIPÓTESIS PARA EL FINAL DE LA PREHISTORIA Y SU PROYECCIÓN HACIA EL IBÉRICO ANTIGUO

BRONZE FINAL-ANCIENT IRON DIACHRONY IN JÓDAR, JAÉN: A HYPOTHESIS FOR THE END OF THE PREHISTORY AND ITS PROJECTION TOWARDS THE ANCIENT IBERIAN

Miguel YANES PUGA*

Resumen

Mediante el presente trabajo se presentan los asentamientos de Cerro Andares y El Fontanar, ambos en Jódar (Jaén) y habitados durante el Bronce Final del Sureste-Hierro Antiguo, analizándose la evolución diacrónica del poblamiento en esta zona del Alto Guadalquivir, desde el Bronce Final al Ibérico Antiguo. Además, se presenta el betilo reconocido en El Fontanar y se discute su posible relevancia durante el final de la Prehistoria local así como su proyección posterior en la Protohistoria.

Palabras Clave

Bronce Final del Sureste, Hierro Antiguo, Ibérico Antiguo, betilo, Jódar.

Summary

Through the actual work, the settlements of Cerro Andares and El Fontanar, which are placed in Jódar (Jaén) and inhabited during the Final Bronze of the Southeast-Ancient Iron, are introduced. Furthermore, the diachronic evolution of the settlement in this area of the Upper Guadalquivir will be analyzed from the Final Bronze to the Ancient Iberian. Moreover, the betyl recognized in El Fontanar is presented and its possible relevance during the end of local Prehistory is discussed, as well as its later projection in Protohistory.

Key Words

Final Southeast Bronze, Ancient Iron, Ancient Iberian, betyl, Jódar.

INTRODUCCIÓN

El presente trabajo se sustenta en el proyecto “Actividad arqueológica preventiva mediante prospección arqueológica de la Prehistoria Reciente en el término municipal de Jódar”, promovido por el Ayuntamiento de esta localidad bajo la dirección del Dr. A. Dorado Alejos. Hasta el presente, los yacimientos arqueológicos conocidos para el medio rural en el actual t.m. de Jódar se limitaban, en su práctica totalidad, al curso de los ríos Jandulilla y Guadalquivir, las únicas zonas que habían sido objeto de prospección previa (CRESPO GARCÍA y LÓPEZ 1989; LAGUNAS NAVIDAD et al., 1991; QUESADA QUESADA y MOTOS 1993; MOLINOS MOLINOS et al., 1998). Y en su inmediata vecindad se conocía también la existencia de estaciones “clásicas” del final de la Prehistoria y la Protohistoria, como Cerro de Cabezuelos o Úbeda La Vieja.

El interés del Ayuntamiento por la actual prospección responde tanto a la voluntad de promover un mejor conocimiento y uso público de su Patrimonio, como a su protección mediante el planeamiento urbanístico municipal. Y en esta línea confluye con el del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada, que ya había trabajado en este ámbito sobre lugares de la Edad del Bronce.

Bronce Final del Sureste

Cerro de Cabezuelos es uno de los primeros poblados monofásicos del Bronce Final del Sureste que fue premeditadamente objeto de excavación arqueológica, por parte de la Universidad de Granada (MOLINA GONZÁLEZ et al., 1978; CONTRERAS CORTÉS 1982; DORADO ALEJOS et al., 2015). Se encuentra en Úbeda, si bien muy próximo al límite del actual t.m. de Jódar. Este lugar sirvió precisamente, junto a otros poblados de cabañas similares, para identificar y reconocer formalmente este horizonte cultural del final de la Prehistoria (MOLINA GONZÁLEZ 1978), que da comienzo en torno al 1.300 a.C y persiste hasta el contacto con el mundo colonial fenicio (JOVER MAESTRE et al., 2016).

Cuatro décadas después de la excavación de Cabezuelos y con motivo de la prospección en Jódar, se han reconocido dos nuevos poblados de importantes dimensiones, con abundancia de materiales en superficie correspondientes al Bronce Final y al Hierro Antiguo. Se trata de los denominados como Cerro Andares y El Fontanar, que se abordarán más adelante. El primero comienza en el Bronce Final, mientras que el segundo fue antes fundación argárica (YANES PUGA et al., 2020). Además, en las proximidades se conocen otros dos poblados del Bronce Final, que no alcanzan al Hierro Antiguo. Se trata de Cerro Román, Baeza (SÁNCHEZ RUIZ 1984: 178-179) y Cerro Fique, Bedmar, éste último recientemente localizado de forma casual.

Al Bronce Final corresponden también hallazgos relativamente próximos, procedentes de sondeos arqueológicos y/o expolio, concretamente en los yacimientos de Eras del Alcázar, Úbeda (SÁNCHEZ RUIZ 1984: 193-198; HORNOS MATA et al. 1987), Cerro Alcalá, Torres y Jimena (CARRASCO RUS et al., 1980a) y Haza de Trillo, Peal de Becerro (MERGUELINA Y LUNA 1943-1944). También pertenece a este periodo un único vaso cerámico con origen en expolio, en principio correspondiente a Úbeda La Vieja, Úbeda (CARRASCO RUS et al., 1980b: 82; PACHÓN ROMERO et al. 1980: 14), que fue asignado al lugar por referencias orales de terceros. La estación de Úbeda La Vieja resulta de especial interés al presente trabajo, como se verá posteriormente, y su pasado argárico se ha documentado estratigráficamente (MOLINA GONZÁLEZ et al., 1978), pero no así el Bronce Final, para el que tampoco se han publicado evidencias en superficie. Salvo la urna arriba mencionada, que arrastra el componente de incertidumbre inherente al origen de todo material expoliado, lo cierto es que realmente no parece existir una sólida constancia arqueológica de que el lugar mantuviera poblamiento estable durante el Bronce Final, aunque no puede descartarse totalmente.

En cualquier caso, con la existencia de los poblados de Cabezuelos, Cerro Román, Cerro Andares, El Fontanar y Cerro Fique, el entorno geográfico del presente trabajo muestra una notable densidad de poblados del Bronce Final del Sureste.

Hierro Antiguo

Las comunidades humanas del final del Bronce Final del Sureste constituyen el sustrato indígena que, en este ámbito geográfico, recibe contacto con todo el influjo colonial fenicio. Son los grupos humanos que asisten, inopinadamente, al final de la Prehistoria. Con la influencia oriental o la propia presencia física fenicia, se inicia un proceso que acabaría generando el mundo ibero. Pero durante este tiempo, aquí entre algún momento del siglo VII y hasta mediados del VI a.C., la Prehistoria Reciente se diluye culturalmente -en una relación asimétrica- en el Hierro Antiguo, periodo en el que todavía perviven materiales y formas de organización prehistórica en convivencia con las novedosas tecnologías y patrones urbanísticos que llegan con el influjo colonial.

En Andalucía oriental el proceso de penetración del Hierro Antiguo, desde las factorías fenicias en la costa hacia el interior, parece bastante rápido, más de lo que se pudo pensar en momentos anteriores (DORADO ALEJOS 2017). Y el referente por excelencia para la presencia fenicia en la provincia de Jaén es Cástulo, especialmente su área de La Muela (BLÁZQUEZ MARTÍNEZ y VALIENTE 1982). Situado en la ribera del río Guadalimar, importante afluente del Guadalquivir, Cástulo dispuso de puerto fluvial (p.e. QUÍLEZ OCHOA 2018), quedando de esta manera en potencial conexión con el golfo del Guadalquivir y con toda la costa atlántica y mediterránea. Probablemente en relación con tal circunstancia, para Cástulo se han reconocido cerámicas fenicias muy tempranas, datadas en torno al 800 cal a.C. (ZAFRA DE LA TORRE 2006: 222) y coetáneas a la expansión de las factorías costeras (AUBERT 1985; COLLADO HINAREJOS 2017).

Artefactos orientalizantes, exóticos, valiosos y generalmente asociados a las élites locales, en Jaén se conocen también de excavación en Cerrillo Blanco, Porcuna (TORRECILLAS GONZÁLEZ 1985) y, descontextualizados, para el Cortijo de las Torres, Mengíbar (CARRASCO RUS et al., 1986) y los Villares de Andújar (BLANCO FREJEIRO 1959a; CONTRERAS DE LA PAZ 1960), en la zona más occidental de la actual provincia de Jaén. E igualmente constan para aldeas del Bronce Final en el Cerro del Salto, Vilches (NOCETE CALVO et al., 1986), y Puente Tablas, Jaén capital (MOLINOS MOLINOS Y RUIZ 2015), en ambos lugares como resultado de su excavación arqueológica.

En la comarca de Mágina, se han descrito cerámicas orientalizantes en el anteriormente citado Cerro Alcalá (PACHÓN ROMERO et al., 2008), yacimiento donde tan solo se han realizado algunos pequeños sondeos puntuales pero en el que aparenta existir una continuidad desde el Bronce Final (CARRASCO RUS et al., 1980a) al Ibérico Antiguo (LOZANO OCAÑA Y GUTIÉRREZ 2006). Ahora bien, para todo lo que es la mitad oriental de la actual provincia de Jaén las evidencias publicadas de esta interfase Bronce Final-Hierro Antiguo se reducen básicamente a los contextos funerarios de Castellones de Ceal, en Hinojares (BLANCO FREJEIRO 1959b; CHAPA BRUNET et al., 1998).

Según los resultados del presente trabajo, en este ámbito geográfico es necesario retrotraerse a la montaña, hacia las béticas, para encontrar poblamientos en contacto con el mundo colonial fenicio. En tal emplazamiento se han localizado los inéditos poblados de El Fontanar y Cerro Andares, ambos aquí presentados y lugares de un nítido Hierro Antiguo. Los dos ofrecen en superficie materiales previos, del Bronce Final, pero el primero de ellos muestra continuidad posterior en el mundo ibero mientras que el segundo colapsa en el Siglo VI a.C.

NUEVOS ASENTAMIENTOS

Cerro Andares y El Fontanar constituyen sendos poblados elevados en altura, dispuestos en las estribaciones montañosas más septentrionales del frente bético que se levanta al sur del valle del Guadalquivir y distando poco menos de seis km entre sí (Fig. 1). Muestran un emplazamiento muy alejado del “modelo Cástulo”, en un entorno de inferior potencialidad agronómica, sin cercanía a filones mineros de importancia y relativamente distante de los cauces fluviales.

Fig. 1. Vista general de las elevaciones donde se encuentran los yacimientos del Bronce Final-Hierro Antiguo
de Cerro Andares (izqda.) y El Fontanar (dcha).

Cerro Andares es un gran asentamiento fortificado, situado en el extremo septentrional de la Serrezuela de Bedmar-Jódar. En el lugar se distinguen en superficie las ruinas de aproximadamente 1.200 m lineales de muralla, de tipología constructiva del Bronce Final (DORADO ALEJOS et al., 2020), aparentemente de escasa altura, que engloba en su interior una superficie próxima a las 12 ha. Se reconoce igualmente un acceso al recinto, flanqueado de sendos bastiones, así como un aljibe y la cantera que abasteció de la piedra necesaria para esta ingente labor constructiva, la cual, en consonancia con su tamaño, debió ocupar a una gran cantidad de mano obra indígena (Dorado Alejos et al. 2020). En la Fig. 2 se muestra un modelo digital LiDAR (CRUTCHLEY 2010; ROSALES LEÓN y RODRIGO 2012) para Cerro Andares, con indicación de estas estructuras.

Fig. 2. Modelo digital LiDAR para el yacimiento de Cerro Andares, según LiDAR-PNOA con densidad de 0,5 puntos/m2. Se observa el recinto amurallado, un acceso con bastiones, un aljibe y la cantera que debió abastecer de roca estas construcciones. [Fuente: Proyecto LiDAR-PNOA, Centro Nacional de Información Geográfica, vuelo 2014].

Previamente se había identificado en el lugar un pequeño castillo rural de época emiral (LÓPEZ CORDERO y ESCOBEDO 2012: 211-216), pero realmente la mayoría de materiales en superficie de Cerro Andares responden a tipologías propias del Bronce Final del Sureste y Hierro Antiguo, encontrándose cerámicas confeccionadas a mano (Fig. 3) y torno. Parte de estas piezas tienen una evidente correspondencia con las de Cerro de Cabezuelos (DORADO ALEJOS et al., 2015) y otras responden al mundo fenicio, caso de los cuencos trípode -muy característicos del siglo VII a.C. (Fig. 4; PACHÓN ROMERO y CARRASCO 2011-12)-, pithoi con asas geminadas y ánforas de tipología arcaica (T-10.1.2.1 de RAMÓN TORRES, 1995). Además, entre los materiales en superficie también se ha localizado un resorte en bronce de fíbula de doble resorte, ajustado a este momento cronológico entre el final del Bronce final y el Hierro Antiguo (GONZÁLEZ PRATS 1983: 174; ARGENTE OLIVER 1986-1987: 142; GONZÁLEZ HERNÁNDEZ 2017: 245-246), así como un fragmento de ónix o calcedonia azul, que por su carácter alóctono, belleza y singularidad solo puede ser entendida como bien de prestigio en manos de la élite local.

Fig. 3. Muestra de vasijas a mano en Cerro Andares, correspondientes al Bronce Final.

Fig. 4. Distintos tipos de apoyo de cuencos trípodes, del Hierro Antiguo, correspondientes a El Fontanar (a) y Cerro Andares (b y c).

Con motivo de una previa intervención de urgencia, hace unos años se había localizado próximo al casco histórico de Jódar y a Cerro Andares, un hogar con lecho refractario de cerámicas (unidad estratigráfica 5053 de BRAO GONZÁLEZ et al., 2014), sin más contexto estratigráfico y que fue adscrito al Bronce Final por su excavador, estructura que debe ahora entenderse como emplazada en territorio de Cerro Andares y probablemente vinculada al aprovechamiento agrícola.

En el sureste ibérico, Cerro Andares tiene únicamente dos paralelos claros: La Mesa de Fornes, en esta localidad granadina (PACHÓN ROMERO y CARRASCO 2009), y Peña Negra, en Crevillente, Alicante (GONZÁLEZ PRATS 1977-78 y 1989). Todos colapsan hacia mediados del siglo VI a.C. y con el segundo coincide también en el aterrazamiento de sus laderas, ocupadas por viviendas de tipo cuadrangular (GONZÁLEZ PRATS 1993). El tamaño de Cerro Andares resulta intermedio entre los dos citados y su emplazamiento es, entre ellos, el más alejado de las factorías fenicias del litoral mediterráneo. El Fontanar es el otro yacimiento localizado en t.m. de Jódar en el que se reconocen materiales del Bronce Final-Hierro Antiguo. Se encuentra en la elevación homónima, un gran cerro olistolítico emplazado entre los valles del Jandulilla y del propio Guadalquivir, justo por encima de Cerro de Cabezuelos. Más pequeño que Cerro Andares, la superficie máxima habitada de El Fontanar parece estar en torno a las 3 ha aunque, a diferencia de aquel, tal extremo es difícil de determinar debido a la profusa ocupación posterior del lugar. El Fontanar fue arquetípica fundación argárica (YANES PUGA et al., 2020), por lo que los materiales más antiguos corresponden al Bronce Pleno, existiendo una fase posterior del Bronce Final del Sureste. A juzgar por los vestigios localizados en superficie, el contacto de los pobladores indígenas con el mundo fenicio se produce también en el siglo VII a.C. Posteriormente, aquí hubo continuidad hacia el mundo ibero, desarrollándose un oppidum organizado en terrazas ya ediliciamente íberas, las cuales desdibujan en superficie el urbanismo anterior.

Fig. 5. Cerámica a mano del Bronce Final en El Fontanar: a) Fuente con hombro; b) vaso de perfil en s;
c) cazuela con hombro marcado; d) ollita con mamelón vertical, de orejeta.

En la Fig. 5 se presenta una muestra de materiales del Bronce Final de El Fontanar, los cuales resultan en general menos abundantes que en Cerro Andares. Entre los artefactos del Hierro Antiguo destacan las ánforas del tipo T-10.1.2.1 de RAMÓN TORRES (1995) (Fig. 6), amén de trípodes (Fig. 4), pithoi, platos y otras vasijas con distintos tipos de decoración. Pero entre el elenco cerámico de El Fontanar destaca especialmente un fragmento de cazuela de carena alta en pasta gris con decoración de retícula bruñida (Fig. 7), típica del ámbito occidental andaluz, siendo este yacimiento uno de los dos únicos de la provincia de Jaén -el otro es una sepultura en La Guardia (RUIZ RODRÍGUEZ y MOLINOS 1993: 209; PEREIRA SIESO et al., 2001: 255)- en los que se ha localizado cerámica con esta decoración, característica del Bajo Guadalquivir (GONZÁLEZ FERNÁNDEZ y DEL REGUERO 2018). No obstante, esta pieza está aparentemente confeccionada a torno, lo que indicaría una cronología final para este estilo y su llegada al lugar junto al cuerpo de materiales de influencia oriental.

Fig. 6. Muestra de ánforas arcaicas (tipo T-10.1.2.1 de RAMÓN TORRES, 1995), del Hierro Antiguo en El Fontanar.

Fig. 7. Borde de vaso cerámico con retícula bruñida, correspondiente a El Fontanar.

DIACRONÍA EN EL TERRITORIO

Desde un punto de vista arqueológico y en lo relativo a la primera mitad del primer milenio a.C., el ámbito geográfico que coincide, a grandes rasgos, con el actual t.m. de Jódar ha formado parte de dos aproximaciones territoriales previas.

La primera es simplemente un esbozo, realizado para el Bronce Final del Sureste en su momento anterior al contacto con el mundo colonial fenicio. Se sustanció en la temprana excavación del Cerro de Cabezuelos (MOLINA GONZÁLEZ et al., 1978; CONTRERAS CORTÉS 1982), en su puesta en relación con otros yacimientos de este horizonte cultural que se estaba definiendo por entonces (MOLINA GONZÁLEZ 1978) y, más recientemente, en el estudio en profundidad de sus materiales (DORADO ALEJOS et al. 2015; DORADO ALEJOS 2019 y 2020). Cabezuelos aparece en este escenario como un poblado de cabañas, de corta ocupación y monofásico del Bronce Final Pleno. El lugar ha sido objeto de una datación absoluta, tomada sobre un molar de équido (Equus sp.) y que, una vez calibrada con InCal13, lo sitúa entre 980-904 cal a.C. a un sigma y 0,98 de significancia (DORADO ALEJOS 2019: 141). A pesar de su pequeño tamaño, estaba dotado de una muralla que protegía los flancos más vulnerables del cerro, denotando un escenario de cierta conflictividad. Además, se ha demostrado mediante el análisis arqueométrico de materiales que su población mantuvo interrelación con otros espacios geográficos a media y larga distancia, lo que se traducía en circulación de artefactos y materias primas (DORADO ALEJOS et al., 2015: 299).

El segundo modelo, más ambicioso, se desarrolló para explicar la evolución local del mundo ibero y la colonización del valle del Jandulilla, concediendo un papel nuclear a Úbeda La Vieja, lugar identificado ya en 1867 por Manuel de Góngora como la colonia romana Salaria (BAENA DEL ALCÁZAR y BERLANGA 2005) y, muy posteriormente, con la previa Iltiraka ibera (MOZAS MORENO 2006: 275-278). Este yacimiento, emplazado en la ribera septentrional del Guadalquivir, justo frente a la desembocadura del río Jandulilla y a menos de 1.500 m del actual t.m. de Jódar, fue un temprano oppidum ibero con datación relativa desde finales del siglo VI a.C, en un entorno favorable para el desarrollo agrícola y muy bien comunicado a efectos comerciales. Se ha interpretado como poblamiento nuclear del pagus del Jandulilla (RUIZ RODRÍGUEZ y MOLINOS 2007: 119; RUIZ RODRÍGUEZ et al., 2013: 206-207) y “metrópoli” colonizadora de un territorio entendido como silvático y deshabitado, que alcanzaría la cabecera de este río fundando allí el importante -y cronológicamente posterior- santuario ibero de El Pajarillo (MOLINOS MOLINOS et al., 1998).

Es decir, historiográficamente el tramo bajo del río Jandulilla constituía hasta ahora, por un lado, el contexto geográfico y vital de un poblado del Bronce Final que se abandona y, por otro, el de un oppidum del Ibérico Antiguo que se funda sobre un lugar de pasado argárico pero sin poblamiento definido para el Bronce Final (MOLINA GONZÁLEZ et al., 1978). Entre ambos escenarios queda -o quedaba- un hiatus de 400 años, el tiempo transcurrido entre la datación calibrada de Cabezuelos y los primeros artefactos del Ibérico Antiguo de Úbeda La Vieja. Pero faltaba, precisamente, documentar el poblamiento durante el intervalo temporal en que finaliza la Prehistoria.

A rellenar este hueco contribuye modesta y preliminarmente el presente trabajo, desarrollado únicamente en base a prospección superficial y en total ausencia de nueva información estratigráfica. Pero lo cubre, ciertamente, al menos en el sentido de emplazar en Jódar dos lugares inéditos para la transición Bronce Final-Hierro Antiguo.

El Fontanar debió ser probablemente el lugar matriz del Cerro de Cabezuelos, del que dependería este durante su corta vida y al que se integraron definitivamente sus pobladores tras el abandono del lugar, en el marco de un proceso de agregación poblacional que aquí parece comenzar a producirse ya en el Bronce Final Pleno, y que se conoce para otros ámbitos del sureste ibérico si bien en momentos ligeramente posteriores, casos p.e. de Puente Tablas en Jaén capital (MOLINOS MOLINOS y RUIZ 2015), Acinipo en Ronda, Málaga (AGUAYO DE HOYOS et al., 1989) o Peña Negra en Crevillente, Alicante (GONZÁLEZ PRATS 1993). Esta agregación parece estar dirigida hacia lugares de mejor defensa y, sin duda, debió realizarse bajo el gobierno de las élites locales.

El otro es Cerro Andares, aparentemente uno de los lugares más grandes del Bronce Final-Hierro Antiguo en la provincia de Jaén, que debió constituirse igualmente como núcleo receptor de población hacia el final de la Prehistoria. Su tamaño apunta a un gran contingente de población indígena. Por proximidad, posiblemente aquí pudo acabar agregada la población de los anteriormente referidos poblados de Cerro Román y Cerro Fique.

En cualquier caso, las nuevas evidencias certifican un número relevante de lugares del Bronce Final del Sureste entre el cauce del río Jandulilla, la fachada nororiental de Mágina y el río Guadalquivir. Una densidad de población indígena aparentemente alta en un contexto general en el que no puede hablarse de una mayor población que en épocas precedentes (p.e. LORRIO ALVARADO 2009-2010: 120). Población repartida localmente por el territorio -usándolo- en un conjunto de núcleos que, a tenor de tales evidencias, parecen evolucionar reduciéndose en número e incrementando su tamaño en la diacronía entre el Bronce Final y el Hierro Antiguo, para posteriormente generar desde El Fontanar otros nuevos poblados ya durante el Ibérico Antiguo (Fig. 8).

Fig. 8. Evolución diacrónica del poblamiento desde el Bronce Final al Ibérico Antiguo, para el territorio comprendido entre Sierra Mágina y los ríos Guadalquivir, Guadiana Menor y Bedmar (el trazo continuo corresponde al actual t.m. de Jódar): a) Bronce Final; b) Hierro Antiguo; c) Ibérico Antiguo.

UN BETILO PARA EL FINAL DE LA PREHISTORIA

Durante el Hierro Antiguo los dos únicos poblados que, con certeza, coexistieron aquí son El Fontanar y Cerro Andares. Pero la prospección arqueológica en superficie, esencial sustento del presente trabajo, no permite una aproximación adecuada al conocimiento de detalle sobre el tipo de interacción que mantuvieron ambos lugares durante su coexistencia. En cualquier caso, El Fontanar es el poblado que muestra continuidad y, según las evidencias, parece hacerlo en detrimento de Cerro Andares, un lugar potencialmente más notable si ha de atenderse a su tamaño y población. Pero ¿por qué?, ¿qué contingencias lo hicieron posible frente?, ¿qué hizo de El Fontanar aquel lugar primus inter pares?

Pues bien, aunque pudiesen confluir otros factores, lo cierto es que en El Fontanar existe un hito que muy posiblemente interviniera en su prevalencia y que, en cualquier caso, confiere al lugar un extraordinario interés. Se trata de una roca peculiar, una calcarenita de morfología apuntada y aproximadamente 5 m de altura. Pero su emplazamiento es el original, en disposición natural, una calcarenita más entre el afloramiento que conforma la roca madre del lugar. Con independencia de que estudios traceológicos pudieran revelar en un futuro la existencia de alguna labor de talla en su superficie, este hito estaba en el lugar con anterioridad al poblamiento y está unido a otro bloque rocoso inmediatamente inferior, mediante lavado y redeposición de carbonatos. Pero esta roca parece jugar un papel central en la distribución del urbanismo posterior –oppidum ibero- de El Fontanar y sobre ella se ha identificado, crucialmente, una circunstancia que pudo haber dotado de gran potencia ideológica al lugar.

Si un observador se sitúa en la acanaladura existente en la pared rocosa que se levanta justo detrás de la roca y que cierra al oeste todo el conjunto, se constata que en el momento del orto del solsticio de invierno el sol aparece en el horizonte justo a la altura del ápice de la roca (Fig. 9). Aunque sería muy deseable la realización de un estudio arqueoastronómico en profundidad, lo cierto es que la impresión visual es que el sol, al surgir en el horizonte, se posa sobre el extremo apical de la roca, cubriéndola. Pero es que, además, esta poderosa imagen se produce justo en el instante de inicio del ciclo anual solar, a partir del cual la duración de los días comienza a aumentar. Ello supone una evidente utilidad como marcador solar. Un elemento adecuado para establecer un calendario solar, de utilidad organizativa -y trascendencia económica- a lo largo de todo el ciclo anual. E incluso, lo que resulta aún más atractivo, tal circunstancia pudo ser interpretada como una manifestación divina sobre elementos preexistentes, sol y roca, en su posición relativa original, llegando a sugerir una cópula divina, una hierogamia.

Fig. 9. Orto del solsticio de invierno en el betilo de El Fontanar e iconografía fenicio-púnica sobre distintos tipos de orfebrería, tomados de CD anexo a SECO SERRA (2010). En todas las piezas, el símbolo del dios solar (masculino) está posado sobre el divino betilo (femenino), bien directamente o bien sobre otros símbolos que parten de aquel y tienen estrecha vinculación con la divinidad femenina.

La roca de El Fontanar se puede entender como un betilo, en el más estricto sentido etimológico del término. La mayoría de autores coinciden en que tal palabra procede del área semítica, donde determinadas rocas eran conocidas como beit-el, la morada del dios (SECO SERRA 2010: 36). En la Biblia existen varias referencias a estos elementos pétreos, siendo la primera el pasaje del Génesis (28, 16-22), en el que se relata como Jacob, una vez que Yavé se le apareciera en sueños, tomó la piedra que había tenido como cabecera y la alzó en su memoria, reconociendo en ella la casa de Dios. Acerca de este pasaje y en palabras de Irene Seco Serra, quien dedicó su tesis doctoral al estudio de estas rocas sagradas (SECO SERRA 2010: 37) “…el betilo no es solo una representación anicónica; es el lugar donde se ha producido una manifestación de la divinidad… es el lugar en el que la divinidad vive, o tiene a bien manifestarse… El betilo es pues eje de comunicación.”

Muy probablemente en el betilo es donde residió y debe buscarse el poder principal de El Fontanar, ya incluso durante cronologías estrictamente prehistóricas y por encima de sus dimensiones o del número de sus pobladores. Ahora bien, aunque este betilo puede aparentar paralelismo morfológico con algunos menhires conocidos, lo cierto es que las cronologías de El Fontanar no coinciden con el fenómeno megalítico, pues no se ha detectado en superficie ni una sola evidencia artefactual del Neolítico o Calcolítico. Como se ha referido anteriormente, El Fontanar comienza su larga secuencia como hábitat al modo de fundación argárica, en los albores del segundo milenio a.C. Se trata, por tanto, de una roca epistemológicamente ajena al mundo megalítico. Aunque lo cierto es que tampoco parecen existir precedentes betílicos en la bibliografía de la Edad del Bronce en el sur peninsular; tan solo unos cuantos elementos líticos de pequeño tamaño, hallados en sepulturas argáricas (SIRET y SIRET 1890) y para los que sus excavadores utilizaron la denominación de betilo.

Bien al contrario, el fenómeno betílico tiene una amplísima representación entre los pueblos semitas, en el extremo oriental del Mediterráneo y parte de Oriente próximo, existiendo abundante bibliografía al respecto. Así y por citar solo casos de algunas de las poblaciones más relevantes, se conocen los betilos de la necrópolis de Tiro (AUBET et al., 1999) -metrópoli de las colonias fenicias en Andalucía (p.e. AUBET 2017)-, o los también fenicios del templo de Biblos (PILET 1927). En el ámbito púnico un caso emblemático sería, por ejemplo, el tofet de Cartago (KHUM DE PROROK 1923). Y como ejemplo de gran ciudad correspondiente a otros pueblos semitas, destaca la nabatea Petra con sus betilos-obeliscos (ZAYADINE 1999).

En el caso del betilo de El Fontanar, las correspondencias con iconografía semítica resultan más que notables, ya desde la cronología de las colonias fenicias y, posteriormente, a lo largo de la pervivencia del mundo púnico. En la Fig. 9 se muestran algunos ejemplos a este respecto, con un trasfondo egipcio y en distintas variantes formales y cronológicas de lo mismo: un betilo divino -aparentemente vestido- sobre el que se posa el divino sol. Y todo ello adornado de una diversidad simbólica, pero nítidamente homóloga, entre la que destaca el masculino halcón solar que se posa directamente en el femenino betilo y/o sobre los uraei o flores de loto, que surgen del betilo como expresión exterior de esa entidad divina que lo habita.

Ante este escenario, resulta difícil no formularse la pregunta de qué habría deseado el fenicio que, llevando en el pecho un colgante como los de la Fig. 9, recibiera razón de que en un remoto poblado indígena del Alto Guadalquivir, se estaba haciendo física su realidad mística. Los canales de comunicación e intercambio que lo hicieran factible existían desde siglos antes, como demuestran en inmediatísimo ejemplo los materiales de Cerro de Cabezuelos (DORADO ALEJOS et al., 2015). Y a tal pregunta resulta aún más difícil no responder que ese fenicio habría venido, y además, mostrando simultáneamente su bagaje cultural y tecnológico, lo que reforzaría el poder de la élite local, en una relación siempre asimétrica en favor del oriental, como en el resto del hinterland, pero en este caso condicionada por un hallazgo de índole ideológico-religiosa de muy presumible interés para el fenicio y a cuya custodia debía estar, precisamente, aquella élite local.

La religión fenicia distaba de ser unitaria, pero si algo tuvo en común entre ciudades y a lo largo de su devenir cronológico, era su estrecha imbricación con el comercio y la actividad económica (p.e. COLLADO HINAREJOS 2017: 43). De ser cierta la hipótesis pincelada en el párrafo anterior, el efecto “constituyente” de tal contacto pudo ser espectacular, primero en cuanto establecedor de primacía -si no la tenía antes- con respecto a otros poblamientos prehistóricos próximos, caso de Cerro Andares. Pero después y fundamentalmente, generando alrededor de aquella roca un importante conjunto de novedades tanto en lo ideológico como en lo social y comercial, que acaba entroncando con las fases iniciales del mundo ibero en este ámbito geográfico.

Este mundo ibero es otra y de otros historia, que excede el objeto del presente trabajo pero que se entiende debe ser necesariamente traída aquí, siquiera sucintamente, en tanto confiere continuidad y solidez argumental al hecho de que alrededor de la élite de El Fontanar, de su interacción aparentemente privilegiada con el mundo oriental, surgiera la voluntad de fortalecer vínculos y abrir circuitos comerciales. Una relación que, a su vez, no habría hecho sino acrecentar el prestigio de la élite original indígena de El Fontanar a lo largo del Hierro Antiguo.

Existe un cierto consenso en que las primeras fases del mundo ya distinguiblemente ibero (a partir de la segunda mitad del siglo VI a.C), se estructuran bajo monarquías o principados de tipo sacro, las cuales evolucionan posteriormente (siglo V a.C.) hacia un modelo de referencia de tipo heroico, para acabar derivando (a partir del siglo IV a.C. y hasta la romanización) en una mayor isonomía (p.e. ALMAGRO-GORBEA 1993-94; RUIZ RODRÍGUEZ et al., 2007: 117).

Pues bien, para el oppidum del Ibérico Antiguo más próximo a El Fontanar, Iltiraka (Úbeda la Vieja), hasta la fecha no se ha podido confirmar arqueológicamente la existencia de poblado durante el Bronce Final o el Hierro Antiguo. De las inmediaciones de otro oppidum del Ibérico Antiguo, Tugia (Peal de Becerro), con gran relevancia posterior y también relativamente cercano, se conoce una inhumación múltiple correspondiente al Bronce Final (MERGUELINA Y LUNA 1943-1944), aunque también sin poblado conocido. Desde la cronología de aquella inhumación no se publican materiales hasta ya el Ibérico Antiguo, o al menos no los conoce el autor de estas líneas. Hasta el presente, por tanto, no parecen existir evidencias que sustenten allí un contacto directo entre poblado prehistórico e influjo semita. Aunque, ya se ha escrito, para ambas estaciones sí se documenta el Ibérico Antiguo (PEREIRA SIESO y RISQUEZ 2006; CHAPA BRUNET et al. 2011:242-243), como también para el pequeño poblado de San José de los Propios, monofásico de esta cronología (MAYORAL HERRERA 2004: 240), ribereño del Guadiana Menor, equidistante con El Fontanar y Tugia, y emplazado justo en el camino natural entre estos dos lugares. Y finalmente también en otro pequeño lugar inédito, Barranco Píñar, a siete km al occidente de El Fontanar, igualmente monofásico del Ibérico Antiguo y detectado también en Jódar durante la reciente prospección.

En estas condiciones, el binomio El Fontanar-Cerro Andares aparece como el poblamiento indígena para el que se ha determinado el contacto más temprano con el mundo fenicio en este ámbito geográfico. Y a partir de algún momento de la primera mitad del siglo VI a.C. solo persiste El Fontanar, que consolida así su prevalencia. El antiguo emplazamiento argárico de Úbeda la Vieja surge entonces como el mejor lugar para fundar desde El Fontanar, probablemente poco después, una versátil estación desde la que desarrollar circuitos comerciales. Quedando a la vista e inmediatamente por debajo de El Fontanar, aguas abajo del río Jandullilla y justo en su desembocadura en el Guadalquivir, se encajaría así en las antiguas vías de comunicación del valle andaluz por antonomasia (RUIZ RODRÍGUEZ y MOLINOS 2007: 123-130). Entre sus materiales más antiguos se encuentran unos arreos de caballo en bronce, datados en el siglo VI a.C (JIMÉNEZ ÁVILA 2002: 212 y 2018: 63) y otros de carro en el mismo metal, adscritos a un rango cronológico amplio y que podían ser incluso algo anteriores (FERRER ALBELDA y MANCEBO 1991: 138), si bien unos y otros son fruto de actividades ilícitas y, por tanto, vuelven a tener el gran componente de incertidumbre que siempre arrastran tales prácticas en cuanto a su localización. En cualquier caso, a partir del Ibérico Antiguo, el relato enlaza con el construido para uno de los territorios iberos más y mejor estudiados en la Península Ibérica (MOLINOS MOLINOS et al., 1998; RUIZ RODRÍGUEZ y MOLINOS 2007: 111-130; RUIZ RODRÍGUEZ et al., 2013: 206-207).

Pero además, en este horizonte cronológico se funda otro oppidum aún más importante, Tugia. Algo más distante, aunque también en total intervisibilidad con El Fontanar y emplazado en las inmediaciones de la otra gran vía de comunicación en este ámbito durante la Prehistoria Reciente y Protohistoria: el río Guadiana Menor (CHAPA BRUNET et al. 2011). Pues bien, con el comienzo del actual siglo se descubrió casualmente y fue objeto de excavación el Hipogeo del Cerrillo de la Compañía, una notable estructura funeraria que albergaba exclusivamente las cenizas de un hombre y una mujer jóvenes que fueron cremados simultáneamente (MOLINOS MOLINOS y RUIZ 2007a). Este hipogeo, de una cronología relativa correspondiente a la segunda mitad del siglo VI a.C. (MOLINOS MOLINOS y RUIZ 2007b: 53), ha sido interpretado por sus investigadores como el lugar de depósito funerario de una pareja aristocrática vinculada al oppidum de Tugia en sus momentos fundacionales.

En el exterior del hipogeo y junto a su entrada (unidades estratigráficas 79/80/81 de MOLINOS MOLINOS et al. 2007a: 28), se encontró una roca caliza de algo más de un metro de altura, anicónica y dotada de una morfología apuntada hacia su extremo superior. En definitiva… un betilo, en palabras de sus propios excavadores. Había sido dispuesto verticalmente delante del acceso a la cámara (MOLINOS MOLINOS et al., 2007b: 109-111), orientado al oeste -en la dirección y a la vista de El Fontanar-, signando desde el exterior y protegiendo el hipogeo de la pareja fundadora (Fig. 10).

Fig. 10. a) Betilo del hipogeo del Cerrillo de la Compañía, en el momento de su levantamiento en excavación; b) recreación del hipogeo, con indicación del betilo en su acceso (según MOLINOS MOLINOS et al. 2007a: 111); c) betilo natural de El Fontanar, a la vista del vecino emplazamiento del Cerrillo de la Compañía y oppidum de Tugia.

Curiosamente, la aparición de un betilo ocurre en este lugar fundacional y muy cercano a El Fontanar. Y quizá también en otro lugar constituyente de la Bastetania, si se entiende por homólogo el falso pilar de adobe -afuncional estructuralmente- emplazado en el centro de la cámara de la sepultura 20 de la necrópolis de Tútugi (Galera, Granada), también interpretada como lugar principal y tumba fundadora de aquella necrópolis (RODRÍGUEZ-ARIZA 2014: 70-71). La cronología de esta sepultura es más tardía, correspondiendo a mediados del siglo V a.C. (RODRÍGUEZ-ARIZA 2014: 60), si bien en ella se encontró tesaurizada una diosa Astarté de alabastro, plenamente icónica y datada en el siglo VIII a.C. (ALMAGRO-GORBEA 2009), que probablemente era colocada sobre el pilar coincidiendo con la entrada del sol en la cámara mortuoria (RODRÍGUEZ-ARIZA 2014: 66), durante determinados momentos del ciclo solar (PÉREZ GUTIÉRREZ y RODRÍGUEZ-ARIZA 2014: 418-419). Esta disposición de la diosa la llevaría a habitar el pilar durante los días cruciales de su encuentro con el sol, confiriendo a aquel unas connotaciones betílicas epistemológicamente muy próximas a El Fontanar.

El betilo del Cerrillo de la Compañía se encontraba tan cerca como a la vista y a escasos nueve km del prístino betilo de El Fontanar (Fig. 10). La necrópolis de Tútugi está mucho más distante aunque, al fin y al cabo, se encuentra en la misma cuenca y vial del río Guadiana Menor. Un vial que parece haber tenido gran importancia durante el Ibérico Antiguo (CHAPA BRUNET et al., 2011), a lo que apunta la existencia de algunos pequeños poblados de esta cronología emplazados junto al río. Es el caso del citado San José de los Propios, en t.m. de Úbeda (MAYORAL HERRERA 2004: 240), pero también los granadinos de Barranco del Moro, Zújar (ADROHER AUROUX y LÓPEZ 2001-2002) y Canto Tortoso, Gorafe, existente desde el Bronce Final (LÓPEZ MARCOS et al. 1995). Todos ellos no alcanzan el siglo V a.C. (CHAPA BRUNET et al., 2011), momento en que el vial del Guadiana Menor parece coyunturalmente perder importancia. Pero su existencia ha dejado evidencia del interés de las primeras élites iberas por controlar esta ruta, que debió contribuir a articular las fases iniciales de la Bastetania ibera. Algo similar cabría pensar de la ruta del río Jandulilla, donde también se localizó un pequeño lugar del Ibérico Antiguo, el Recinto de Bélmez, situado en el límite entre este t.m. y el de Huelma (MOLINOS MOLINOS et al., 1998).

En cualquier caso, regresando al principal ámbito geográfico-temporal de este trabajo y con voluntad de síntesis, resaltar que: i) El Fontanar recibió contacto con el mundo colonial, al menos en el siglo VII a.C., lo que ha quedado demostrado mediante prospección superficial, ii) este influjo llegó intensamente a un sitio atípico para tan temprana densidad artefactual: en la ladera de una sierra, alejado de cauce fluvial principal, más aún de cualquier filón metalífero de interés y sobre un territorio sin particular potencialidad agronómica ni ganadera, iii) la existencia del betilo de El Fontanar surge como razonable explicación a las dos contingencias anteriores, y iv) los indicios apuntan a que El Fontanar debió jugar un papel nuclear, fundador, tanto en la asimilación del Hierro Antiguo a nivel local como en su posterior proyección hacia las primeras fases del mundo ibero bastetano.

Todo ello conforma una sugerente hipótesis para explicar el final de la Prehistoria en el ámbito del presente trabajo, sustentada en las evidencias obtenidas mediante prospección en superficie. Se trata de un “relato” alrededor de El Fontanar y su betilo, desde una óptica diacrónica y territorial. Pero, en definitiva, la importancia del betilo en el final más o menos local de la Prehistoria es únicamente una hipótesis, formulada desde el proceder necesariamente inductivo derivado de la prospección en Jódar. Ahora bien, de ella son deducibles contingencias -depósitos votivos, estructuras sacras, etc.-, que, de encontrase en una excavación planteada para el contraste de tal hipótesis desde el método hipotético-deductivo, previsiblemente la avalen desde este enfoque científicamente más robusto. Ojalá estas humildes líneas puedan servir de acicate a dicha excavación…

AGRADECIMIENTOS

Al Ayuntamiento de Jódar, que ha promovido y sufragado la reciente prospección arqueológica de su término municipal. E igualmente, a los académicos de los que uno ha podido aprender lo poco que sabe de Arqueología, muy especialmente a Alberto Dorado, Paco Contreras, Andrés Adroher, Pedro Aguayo y Arturo Ruiz.

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