COSMÉTICA ROMANA EN HISPANIA: UN ESTADO DE LA CUESTIÓN
ROMAN COSMETICS IN HISPANIA: STATUS OF THE ISSUE
Ana Isabel HEREDIA LÓPEZ *
Resumen
El presente trabajo trata de abordar el estado de la cuestión acerca de la cosmética y la belleza en época romana en la península ibérica, reuniendo y realizando un repaso por las fuentes y bibliografía publicada sobre el tema, de cara a sentar las bases para el estudio de esta área.
Abstract
The present study tackles the status of the issue in relation with cosmetics and beauty in the Iberian Peninsula during the Roman period, gathering the sources and published bibliography related with the subject, in order to establish the bases of the studies in this area.
Palabras clave
Periodo romano, península ibérica, estado de la cuestión, cosmética, arqueología
Keywords
Roman period, Iberian Peninsula, status of the issue, cosmetics, archaeology
INTRODUCCIÓN
Las nuevas tendencias en Arqueología han abierto novedosas vías de estudio que se alejan de lo tradicional para fijar su mirada en otros aspectos hasta ahora olvidados, que implican un espectro mucho más amplio, global y multidisciplinar. Caso es este de los estudios relativos a la belleza y el cuidado personal, que poco a poco se van convirtiendo en un aspecto de marcado interés en el conocimiento de la salud, la ideología, la sociedad y la economía en tiempos pasados. A lo largo de los últimos años se han venido publicando toda una serie de artículos y monográficos que hacen necesario el desarrollo de un estado de la cuestión que siente las bases para el estudio de la temática en el ámbito hispano, hasta ahora desplazado por otras materias. El presente trabajo trata, pues, de abordar esta tarea, recopilando fuentes y trabajos publicados, remarcando además la importancia que esta puede tener en numerosos aspectos de la Antigüedad, desde la economía hasta la religión, pasando por la sociedad e identidades en época romana.
COSMÉTICA, ASEO Y BELLEZA: UN ESTADO DE LA CUESTIÓN
El tema de la consideración de la belleza y el aseo personal en época antigua y, más especialmente, su relación con la situación social y jerárquica de la mujer con respecto al hombre se presenta como una temática ampliamente estudiada y cuyo debate es tan extenso que no vamos a entrar en ello en el presente artículo. Sin embargo, es preciso destacar que estos aspectos son rastreables ya desde la Antigüedad, de tal manera que las propias fuentes clásicas sirven como base para el estudio relativo a esta materia. Son, así, cuatro los grupos que hemos pasado a definir para su estudio: fuentes clásicas, estudios historiográficos, estudios arqueológicos y fuentes visuales y epigráficas.
To kommotikon vs. to kosmetikon. Fuentes clásicas
Como ya se ha dicho, es en época clásica cuando encontramos numerosos escritos que suponen la base de los estudios sobre la cosmética y la perfumería en época antigua, momento en el que ya se definen los términos que hacen referencia a esta materia y de los que deriva la gran mayoría de los vocablos empleados hoy día. El término “cosmético” procede del antiguo griego kosmein cuyo significado se aproxima al de “adornar, decorar” y que, a su vez, deviene de kosmos, la palabra griega para “armonía”. Es así, pues, que la cosmética aparece como una serie de actos destinados al mantenimiento de la armonía y belleza de la mujer (GIORDANO y CASALE 2007).
De esta misma raíz devienen también dos términos que hacen referencia a una distinción que ya fue apuntada por Galeno, entre to kosmêtikon (es decir, el mantenimiento de la belleza) y to kommôtikon (mejora de la belleza de forma artificial), siendo el primero considerado más aceptable que el segundo (OLSON 2008 y 2009) (M. Jiménez Melero –2011, p. 42– emplea los términos ars ornatrix para el primero y ars fucatrix para el se-gundo). Esta consideración viene ya demostrada por autores clásicos, como es el caso de Ovidio (Med. Fem. Fac., 35-43), que advierte de las ventajas de un cuidado natural del rostro y no del uso de subterfugios (hechizos) para el mantenimiento de un rostro joven. Es por ello que el propio poeta aporta en esta obra, lamentablemente incompleta, una serie de recetas naturales que pueden realizarse en casa, para el cuidado del rostro femenino a fin de evitar arrugas, manchas y espinillas, constituyéndose de esta forma en el único autor que proporciona información acerca de las cremas usadas por las mujeres romanas de su tiempo.
Mayor interés pareció revertir el mundo de los aromas y la perfumería en los estudiosos grecolatinos. Dicho término procede del latín per fumum (“para ser quemado”), lo que da noticias acerca de su uso en un primer momento como mezclas aromáticas que eran prendidas y que formaban parte de las actividades religiosas y rituales (VOUDOURI y TESSEROMATIS 2015), entre las que el incienso adquirió un papel preponderante. El primer autor que parece mostrar cierto interés acerca del olor y los sentidos asociados es Teofrasto en De odoribus, quien aborda esta temática desde un punto de vista científico, así como la creación de los perfumes y su composición desde una óptica artística (SQUILLACE 2020: ix-x). En la citada obra, Teofrasto aporta datos importantes acerca de las partes de las plantas empleadas, las características de cada una de ellas con respecto a la volatilidad y persistencia del olor, los tipos de perfumes y sus composiciones y la importancia del aroma en todos los aspectos de la vida romana.
Junto con Teofrasto, Plinio el Viejo se presenta como uno de los autores clásicos que nos proporciona una obra de vital importancia para el estudio de las plantas aromáticas y medicinales y su uso en materia cosmética. Al igual que el autor griego antes mencionado, Plinio también realiza una descripción de la composición de las mezclas aromáticas, la cual no se diferencia mucho de la de Teofrasto. Así, siguiendo la información que ambos autores nos aportan, sabemos de la necesidad de la mezcla de ingredientes secos/sólidos (corpus) y húmedos/líquidos (sucus), a partir de los cuales se pueden realizar tres combinaciones diferentes: húmedo– húmedo, seco–seco, seco–húmedo (Teof., De od., 7). Asimismo, ambos autores coinciden en la necesidad de almacenar estas decocciones en recipientes opacos que impidan la acción de la luz solar y del calor sobre ellos, preferiblemente en vasos de plomo o alabastro (Pl., Hist. Nat., XIII, 19; Teof., De od., 40-41), información esta de gran importancia en nuestro estudio al explicar los motivos por los cuáles se empleaban estos materiales en la elaboración de frascos contenedores de cosméticos. Este autor, junto con Discórides, comenta los ingredientes que conforman los distintos perfumes, aporta precios sobre algunos de ellos e, incluso, proporciona datos sobre cómo diferenciar entre falsificaciones y perfumes originales (idea esta que se enlaza de forma directa con el comercio de estos productos).
La ligazón entre el mundo cosmético y la medicina en época antigua queda atestiguada en la obra de Discórides, De materia medica, que aborda el estudio de las plantas empleadas en la creación de perfumes y ungüentos y las propiedades que cada una de ellas tiene, muchas de las cuales tienen que ver con aspectos relacionados con la mejora del aspecto de la piel, como eliminación de pecas, manchas, acné o arrugas. El propio empleo de la palabra “perfume” para referirse a las decocciones de plantas que son empleadas para aliviar ciertas enfermedades o síntomas refuerzan la asociación arriba citada (ver tabla 1). El propio Teofrasto, en la obra a la que ya hemos hecho mención, vuelve sobre esta misma idea al subrayar las propiedades de los ingredientes que los conforman, y entre las que encontramos su uso como cicatrizantes, antibióticos, astringentes, etcétera (De od., 35-36).
Indirectamente, otras fuentes clásicas de carácter no enciclopédico son igualmente interesantes en esta y otras materias, al hablar de ciertos aspectos socio-culturales que de otra forma se nos escaparían. En este sentido, las sátiras tanto de Marcial como de Juvenal son claros ejemplos de obras en las que la cotidianeidad toma forma y nos ayuda a comprender la manera en la que los hombres y mujeres de su tiempo entendían la belleza y la cosmética, algo necesario si queremos vislumbrar más acerca de cómo estos comportamientos se manifiestan en la cultura material lega.
La cosmética a través de las fuentes clásicas. Un repaso por los estudios contemporáneos
Como anteriormente se ha dicho, la belleza y la cosmética constituyen un aspecto de la sociedad que ha llamado la atención de los autores clásicos, pero también la de los contemporáneos. La presencia de fuentes clásicas que dan recetas o proporcionan información acerca de los componentes de estos preciados productos han llevado a numerosos estudiosos a emplearlas como base para multiplicidad de artículos y publicaciones.
Muchos de los estudios que hemos mencionado se han desarrollado fundamentalmente en el ámbito extranjero, y muchos de ellos resultan difícilmente accesibles desde la península ibérica. Una de las figuras más destacadas con respecto al estudio de la belleza en época clásica es K. Olson, clasicista experta en materia de género en la antigüedad ro-mana. En su artículo Cosmetics in Roman Antiquity: Substance, Remedy, Poison (2009) realiza un viaje a través de las obras clásicas, recordando la importancia de la cosmética como un elemento que va más allá de la propia belleza por su uso diverso. Destaca el uso de productos que ya aparecen mencionados tanto por Plinio como por Ovidio, como es el caso del albayalde, cuya finalidad era la de otorgar una piel pálida y suave, una idea que parece repetirse con asiduidad en la Antigüedad, y que queda bien atestiguada en la policromía de las representaciones de hombres y mujeres, en las que los primeros aparecen con pieles morenas y las segundas, pálidas. Asimismo, Olson repasa el tocador de una mujer romana, examinando la amplia gama de cosméticos de los que disponía: el albayalde propiamente dicho (del que ya se conocía su peligrosidad, debido a la alta probabilidad de envenenamiento por plomo), que se complementaba con otros cosméticos similares, como el melinum (marga blanca procedente de Melos) o creta (polvo de tiza) y el colorete (que podía extraerse del cinabrio, plomo, ocre y tiza rojas u orceína). La presencia de maquillaje continúa con el embellecimiento de párpados y pestañas mediante el delineado con kohl (procedente del antimonio –stibium– y que ya venía siendo usado en Oriente Próximo como maquillaje y para protección de los globos oculares ante potenciales infecciones) y sombra de ojos, frecuentemente extraída de cenizas. K. Olson hace aquí referencia a la materialidad del maquillaje, que es lo que desde el ámbito de la Arqueología más nos interesa, mencionando, aunque más bien de pasada, la existencia de espátulas y bastoncillos aplicadores realizados en madera, vidrio, hueso o marfil.
Las mismas ideas las presenta esta autora, de forma más desarrollada y en relación también al vestido y el peinado, propios asimismo del adorno de la mujer, en su obra previa Dress and the Roman Woman. Self-presentation and Society (2008). No daremos más apuntes aquí sobre su contenido, pues sería reiterar lo ya dicho en el párrafo anterior, ya que en esta obra no se aportan más datos que puedan complementar la información de la que ya disponemos.
Interesantes son los estudios que hacen referencia a la belleza y el cuidado del cuerpo desde un punto de vista social. En este caso, la obra de F. Dupont, Daily Life in Ancient Rome (1992) dedica un capítulo al aseo personal, referido en esta ocasión al género masculino, dejando claro que la preocupación por la apariencia no es un hecho intrínsecamente ligado a la mujer, sino que esto recae también sobre los varones. En este sentido, el cuidado del cabello y de la barba, junto con el aseo personal, formaban parte fundamental del cultus (término este que hace referencia al cuidado del cuerpo), y en estas actividades adquirían importancia herramientas también empleadas por las mujeres, como son los rizadores (calamistrum) o fragancias y aceites para mantener el cabello brillante y perfumado. Tanto esta autora como M. Wyke coinciden en la “peligrosidad” que una atención descuidada o excesiva implicaba en la consideración social de un hombre. La desatención en el cuidado del cuerpo (sólo permitida, por cierto, en caso de duelo) era una vía para considerar a un ciudadano romano como “bárbaro”, mientras que una atención equivocada en su apariencia podría llevarlo a deslizarse peligrosamente hacia lo “afeminado”, considerándolo, por lo tanto, como alguien inferior, pasivo en el ámbito sexual y, por ende, ridiculizado (WYKE 1994: 137; VV.AA. 2015: 53). Asimismo, es preciso destacar que la calvicie en el hombre era motivo de mofa: según Dupont, por ser considerado como una expresión de la lascivia; Giordano y Casale, por su parte, por estar relacionado con una situación alieni iuris que enlaza con la condición del esclavo. Motivo este por el cual hacían uso de pelucas y remedios contra esta condición, un hecho que no es ajeno, tampoco, al mundo de la mujer (GIORDANO y CASALE 2007: 79-80).
Estos autores ya mencionados, C. Giordano y A. Casale, presentan una obra también básica si queremos adentrarnos en el mundo de la perfumería, la cosmética y el peinado en la Antigua Roma. Reiteran ambos nuevamente la asociación del mundo de la cosmética al ámbito femenino, al mundus muliebris, y hacen hincapié en las críticas que diversos autores clásicos hacen del excesivo cuidado de la mujer con relación a su aspecto. Críticas estas que son reiteradamente mencionadas por los distintos investigadores que se han adentrado en esta materia, como la ya mencionada K. Olson (2008), que advierte acerca de los “peligros” del adorno femenino, pues el embellecimiento al que se someten diariamente las mujeres en su tocador lleva al ataque, por parte de diversos autores, a su consideración como frívolas y lascivas, falsas (tengamos en cuenta que, al fin y al cabo, el maquillaje trata de “ocultar” defectos y, por lo tanto “falsea” la realidad), de escaso intelecto. La propia palabra fucare, empleada por algunos autores y que ya hemos mencionado más arriba (ars fucatrix) tiene doble significado: de un lado, “teñir, colorear; dar colorete, acicalar” pero, por otro, también adquiere la significación de “disfrazar; adulterar, falsificar”. Así, pues, podríamos considerar que, según los autores clásicos, el ars fucatrix se entiende no solo como la práctica del maquillaje/adorno, sino también como el acto de “adulterar la realidad”.
Hasta aquí hemos mencionado estudios que relacionan la cosmética con el cuidado corporal y la belleza, pero no todas las veces los productos que generalmente asociamos al tocador de la dama romana se constriñen a ese único uso. Ya hemos hablado de su asociación con la medicina, pero aún no hemos hecho mención a otras aplicaciones que tienen, en este caso, los perfumes (que parecen colocarse en el pódium de los productos de tocador por la versatilidad que pueden llegar a adquirir). Es el caso del uso de las fragancias en el mundo del espectáculo: las sparsiones. J. Day hace un interesante estudio acerca de la importancia de los aromas en los espectáculos en la obra editada por E. Betts (2017) Senses of the Empire. Multisensory Approaches to Roman Culture. Este término latino, sparsiones, hace referencia al agua perfumada que se rociaba, a través de un sistema de tuberías, durante los espectáculos públicos y que ayudaba a refrescar a los espectadores (AUGUET 1972: 55). J. Day diferencia entre dos tipos: el sparsio missilium, que se refiere a la caída de regalos a través de un complejo sistema de cuerdas y las sparsiones líquidas, que son aquí las que más nos interesan, y cuyas características principales son el color y el aroma, dotados, al parecer, a través del azafrán (DAY 2017: 177), planta que aparece de forma reiterada en las fuentes como una de las principales en la elaboración de colorantes, cosméticos y perfumes. Las sparsiones se convierten, según este autor, en un importante elemento sensorial tanto visualmente (por el color dorado que este tuvo que tener atravesado por la luz) como olfativamente, y al mismo tiempo sirven como una clara ostentación de riqueza por parte del patrocinador, pues el precio del azafrán era asequible solo para ciertos individuos bien posicionados económicamente.
La cosmética, además, se extiende más allá del uso por parte de los vivos. V. Hope, autora experta en el mundo funerario en época romana, nos lo transmite. Y es que la preparación del cuerpo antes de su deposición en el lugar último de descanso era importante, y en este proceso sin duda tuvo mucho que ver el mundo cosmético/de aseo personal y, por ende, de la materialidad asociada. Son los pollinctores los encargados de este menester, y entre sus tareas encontramos el vestido y la unción del fallecido, tareas a las que se le une el maquillaje del fenecido a fin de dotarle de color al rostro y evitar así la palidez propia de la muerte. Hope (2009: 98 y 112), además, presume la quema de perfumes (recordemos que esta palabra procede del latín per fumum, “para ser quemado”) tanto antes como durante el proceso de incineración, en parte para prevenir malos olores. La presencia de ungüentarios deformados por la acción del calor en el espectro arqueológico nos hace pensar en esta posibilidad, ya sea con la finalidad propuesta por V. Hope o como ofrecimiento.
La cultura material del mundo de la cosmética: una gran olvidada. Estudios arqueológicos
Como se ha venido remarcando, a pesar de que la belleza en la Antigüedad ha sido un aspecto llamativo que muchos autores han estudiado, estos siempre lo han hecho desde el punto de vista historiográfico, pero escasamente desde una visión arqueológica. La materialidad del mundo de la cosmética no es escasa, y son numerosos los objetos que se pueden hallar en el espectro arqueológico, como son espejos, cajas de maquillaje, alfileres de pelo, pinzas de depilación, aplicadores, removedores de perfume y ungüentarios (siendo estos últimos los más comunes y los que aparecen en una cantidad para nada desdeñable). En su gran mayoría podemos encontrarlos como ajuar, y en este aspecto el trabajo de D. Vaquerizo acerca de las necrópolis de la Bética (2010) supone un pilar base para el rastreo y localización de los objetos que aquí más nos interesan. Realizando un análisis superficial de los hallazgos de estas tumbas, parece clara la asociación de ciertos objetos de tocador tales como espejos, cajas de hueso y pinzas a los ajuares femeninos, y por lo que se intuye, fundamentalmente a mujeres adultas. Los ungüentarios, por el contrario, aparecen de forma indistinta en relación al género y la edad de los difuntos, por lo que pueden tener un carácter ritual/religioso más marcado.
Interesante y pionera en esta materia es la tesis de M. Jiménez Melero (2011) en relación a las evidencias arqueológicas sobre el peinado de la mujer romana en el ámbito de la Bética. Al igual que el maquillaje, el cuidado del cabello se encuentra dentro del mundus muliebris. Su trabajo supone un repaso a través de lo que conocemos, a partir de las fuentes escritas en su mayor parte, de lo que implica el mundo cosmético en época romana, para después de ello realizar un análisis de los peinados de la mujer romana a partir de las fuentes iconográficas de las que disponemos. Queda claro que el peinado supone un adorno más en relación al aspecto físico de la mujer, que puede ser más o menos elaborado y que evoluciona según la moda del momento, empleando tanto pelucas como tintes para adaptarse a los distintos momentos. Junto a ello, analiza también los distintos elementos asociados al adorno femenino, entre los que destacan fundamentalmente los alfileres de pelo o acus crinalis empleados para la sujeción de los peinados, objetos estos que aparecen con profusión en los enterramientos. Se definen morfológicamente por su carácter fusiforme, más o menos alargado y ornamentación variable en la cabeza, que adquiere en algunos casos una complejidad para nada desdeñable (JIMÉNEZ MELERO 2011). Su fabricación puede ser en metal o en hueso, aunque estos últimos parecen ser los más comunes. Esta autora realiza, además, una clasificación tipológica en cinco tipos atendiendo a su morfología y decoración (JIMÉNEZ MELERO 2011: 204). Diferencia estos acus crinalis de los acus discriminalis o discerniculum, más alargados que los primeros y que muchos autores han querido asociar al mundo del hilado. Se unen a estas clasificaciones tipológicas las de otros objetos también asociados al peinado, como son los peines o los espejos, que también adquieren, en ocasiones, gran complejidad en cuanto a decoración se refiere.
Uno de los hallazgos más importantes en esta materia producido en el ámbito peninsular, y más concretamente en la ciudad de Mérida, es el de una píxide malacológica bivalva que contenía en su interior restos cosméticos de color rosado, que los análisis arqueométricos clasificaron como granza (Rubia tinctorum o Rubia peregrina), empleada desde antiguo para la fabricación de tintes y pigmentos (BEJARANO et al., 2019: 188-189). La escasez de hallazgos de este tipo, sobre todo en la península ibérica, convierten a este en un descubrimiento excepcional. Hallazgos similares se han producido en otros ámbitos foráneos, como la cajita cosmética localizada en un templo en Southwark (Londres) que contenía restos de crema (lomentum) y que preservaba aún las marcas de los dedos de su dueña; o el reciente hallazgo en la ciudad de Aizanoi (Turquía, 2023) de restos de maquillaje.
Siguiendo en esta misma línea de caracterización arqueométrica de restos conservados en recipientes, muy recientemente (2023), el hallazgo de un ungüentario de cristal de roca (un material muy lujoso del que poseemos escasos ejemplares en la península) en forma de pequeña anforita y que contenía restos en su interior ha revolucionado los estudios sobre la perfumería en el mundo romano. Las analíticas extraídas mediante GC/MS (Cromatografía de Gases acoplada a Espectrometría de Masas) permitieron reconocer aceites esenciales correspondientes al pachulí (Pogostemon patchouli Pell), resultados estos que fueron comparados con analíticas de aceites esenciales de Pogostemon que actualmente se encuentran en el mercado (COSANO et al., 2023).
El estudio de A. Bejarano Osorio (2015) para el instrumental médico-quirúrgico también en el ámbito de Mérida puede resultar interesante debido a lo que ya ha sido tratado en este trabajo con respecto a la asociación entre cosmética y medicina, ya que parte del instrumental dedicado al embellecimiento de la mujer era empleado también por el personal médico. E. Riha (1986) supone un punto de partida para el estudio de este tipo de instrumental médico-quirúrgico y de aseo personal. El problema surge a la hora de tratar de discernir si existía una tipología específica para cada uso, o bien si este era indistinto de la forma del instrumento, focalizándose más en la funcionalidad del objeto que la propia finalidad del mismo.
Uno de los estudios más novedosos con respecto a la materialidad cosmética es la reciente tesis de T. J. Derrick (2021) para el ámbito de la Britania romana, y que es de los primeros autores que tiene en cuenta el concepto de “identidad” en relación al uso y significado de los ungüentarios no solo en el ámbito funerario, sino también en el doméstico. A partir de ellos y su localización intenta trazar patrones cronológicos y espaciales sobre el uso de estos. Sin embargo, se echa en falta un estudio social mucho más profundo que tenga en cuenta otros aspectos que el propio autor menciona en su trabajo y que no termina de desarrollar, como es su adscripción a un género determinado o no.
La misma idea con respecto a la carencia de estudios relacionados con patrones distributivos y fronteras de género con respecto a los objetos de tocador fue remarcada con anterioridad a Derrick por Berg (2017: 15), quien echa en falta estudios relativos a la presencia y comportamientos femeninos a través del estudio de los objetos de tocador en su contexto, fundamentalmente en el ámbito doméstico. Es este aspecto el que trata en su artículo Toiletries and Taverns. Cosmetics Sets in Small Houses, Hospitia and Lupanaria at Pompeii, un estudio sin duda pionero en esta materia, y que se ha visto extendido en su reciente publicación Il Mundus Muliebris a Pompei. Specchi e oggetti da toletta in contesti domestici (2023). Interesante es el apartado dedicado a la materialidad cosmética en el ámbito de los lupanares, donde sin lugar a duda el arreglo femenino tuvo que tener especial importancia en relación al erotismo y la sexualidad. Justamente esta idea es recalcada por la autora, que a partir de la tradición anticosmética propia de los autores clásicos, considera que la cosmética se encuentra fuertemente ligada a la prostitución (BERG 2017: 28) y, junto con ella y de forma más concreta, los sets de materiales cosméticos más lujosos (BERG 2017: 32).
Por otro lado, son escasos los trabajos que se han realizado para la península ibérica con respecto a los contenedores de ungüentos y perfumes, que por norma general únicamente aparecen enumerados en las distintas memorias de excavación sin que, por lo tanto, se les preste mayor atención. Los pocos trabajos que poseemos se han basado simplemente en el establecimiento de tipologías, fundamentalmente para el caso de los ungüentarios cerámicos que aparecen con mayor profusión en enterramientos púnico-helenísticos –y cuyo uso se extiende durante los primeros años de asentamiento romano en la península– sin que se den pasos más allá a la hora de establecer modas, usos o significaciones.
De entre los estudios que conocemos, destacan los realizados sobre los ungüentarios cerámicos de Ampurias, por el profesor M. Almagro y los de El Cigarralejo, por el profesor E. Cuadrado, a los que se les han unido varios intentos de sistematización que pretenden crear una tabla crono-tipológica útil para la clasificación de los ungüentarios que tan profusamente aparecen en los enterramientos. A. Muñoz Vicente (1986), lo hace para el caso de los ungüentarios helenísticos de Cádiz, en una clasificación muy similar a la que hizo A. Camilli (1996) para un espectro de carácter más amplio (el Mediterráneo), y que puede usarse como base si queremos iniciarnos en los estudios de los objetos de tocador en el mundo antiguo, y sobre todo durante los años previos a la producción vidriera. Esta última destaca por clasificar en función de las características formales, teniendo en cuenta la forma del cuerpo –globulares, fusiformes y piriformes– y de la longitud de cuello y pie (Fig. 1). La extensión cronológica de todos ellos es amplia, desde los primeros asentamientos fenicios y helenísticos hasta finales de la época de Tiberio (s. I d.C.), momento a partir del cual comienza a generalizarse el uso del vidrio, como trataremos más adelante. Otros estudios que hacen referencia a la tipología formal de los ungüentarios cerámicos son aquellos que se desarrollan como manuales, como el caso de M. Vegas (1973) o J. W. Hayes (1997), muchos de los cuales incluyen los ungüentarios como un tipo cerámico por sí mismo.
Fig. 1. Clasificación de ungüentarios cerámicos establecida por A. Camilli (1996).
Respecto a estos objetos, aún más vago resulta el estudio formal de los frascos de vidrio romanos, siguiéndose a día de hoy la clasificación de la doctora C. Isings, realizada hace ya algunos años (finales de la década de los cincuenta del siglo pasado), y que no recoge la totalidad de la producción formal de los ungüentarios, y mucho menos las producciones de carácter local que pudieron producirse en los talleres peninsulares. Muchas veces estas diferencias locales se definen simplemente como “variante local” de una forma específica. Asimismo, es importante el catálogo de J. W. Hayes para el caso de los vidrios del Museo de Ontario, que complementa a los estudiados por Isings. Son estas publicaciones extranjeras que generalmente se aplican a los escasos estudios peninsulares y que se centran únicamente en la catalogación de los ungüentarios de yacimientos y mu-seos concretos, como los casos de M. Bendala Galán (1976) para la Necrópolis de Car-mona o M. P. Caldera de Castro (1982) para el ámbito emeritense.
Cuestión aparte son los ungüentarios fabricados en otros soportes, como es el cristal de roca que, pese a sus características tan llamativas, no ha suscitado el interés necesario como para que se hagan estudios de mayor profundidad. Si bien son escasos los ejempla-res de los que disponemos actualmente en la Península, lo que los hace excepcionales, no ha sido este aspecto suficiente como para dar lugar a estudios que arrojen algo más de luz acerca de su origen, fabricación, comercialización o adscripción social.
Por otro lado, y yendo más allá de las clasificaciones tipológicas que se han venido comentando en los párrafos anteriores, nulos son los estudios en el ámbito luso-español que se han realizado respecto a su asociación –o no– a un ajuar concreto o su disposición dentro de los propios enterramientos, y la gran mayoría de los datos bibliográficos a los que se puede acceder no aportan más información que el volumen de recipientes que aparecen, no llegando, en ocasiones, tan siquiera a especificar el número. Este es el claro ejemplo de los textos publicados en los anuarios de excavaciones arqueológicas.
Fuentes pictóricas y epigráficas
Más allá de los propios objetos, pocos estudios se han realizado teniendo como base las representaciones tanto epigráficas como pictóricas que pueden estar en relación directa con el mundo de la cosmética. Podemos destacar, por ejemplo, el reciente caso de un retrato localizado en al-Fayum, en el que la representada aparece portando lo que parece ser un ungüentario con líquido en su interior tintado de rojo, algo bastante común para dar una visión atractiva a su contenido, a pesar de los riesgos que suponía su aplicación sobre los tejidos. Asimismo, el retrato es llamativo, ya que la representación de la mujer en ella muestra un claro rubor en las mejillas, labios rojos y carnosos y cierto color en los párpados (Fig. 2a). Caso semejante es el de una dama representada, bellamente engalanada, que muestra un ligero color en sus párpados, de color rosáceo igual que el anterior, lo que da pista acerca de los gustos a la hora de maquillarse en época romana (Fig. 2b).
Otros aspectos de la vida cotidiana con respecto al arreglo femenino pueden verse en pinturas como la de la Sala del Triclinio, en la Villa de los Misterios de Pompeya, donde un pequeño erote, sostiene un espejo entre sus manos, mientras una mujer, probablemente una ornatrix, prepara el cabello de una futura novia (Fig. 2c).
Las fuentes epigráficas son, asimismo, un recurso de gran importancia, pues nos permite rastrear oficios y artesanos. Y es que las tareas de embellecimiento y cuidado, no solo de la mujer, sino también del hombre, no solo se hacían de forma autónoma, sino que era también común la presencia de ciertas personas dedicadas a ello, y especializadas muchas veces en tareas muy concretas: son los casos del alipilus, persona especializada en la depilación mediante pinzas (vulsellae) o el dropacista, experto en la depilación mediante cera depilatoria (dropax) (JIMÉNEZ MELERO 2011: 41). Oficios estos que no solo están atestiguados por las fuentes, sino que nos aparecen en las inscripciones epigráficas, como el caso de la CIL 06, 09141 localizada en Roma: M. OCTAVIVS PRIMIGENIVS ALIPILVS o la CIL 12, 03334, en Marguerittes (en la Galia Narbonense): L. FABIVS HERMES DRO[pa]CISTE[s].
Fig. 2. a) Retrato de al-Fayum con ungüentario. Fuente: Egyptian Ministry of Tourism and Antiquities, photo by Mohamed Samah, APNEP; b) Retrato de al-Fayum que claramente representa una mujer con sombra de ojos. Fuente: revistadearte.com; c) Mujer asistiendo a otra en sus labores de belleza. Fuente: descubrirelarte.es
El arreglo masculino de cabello y barba lo realizaba el tonsor (femenino: tonstrix), que, o bien trabajarían en casa o bien en una tonstrina (barbería pública) abierta a ambos sexos. No son pocos los epígrafes que nos hacen alusión a este oficio, que localizamos en todos los rincones del Imperio. Según lo que se puede deducir de los epígrafes, tanto por la mención expresa como por la propia onomástica, este oficio era realizado en mayor parte por libertos, aunque no podemos desdeñar la presencia de esclavos especializados que trabajaran en los hogares de los ciudadanos romanos y que no ejercieran esta profesión de manera más clara. Así pues, estos epígrafes nos dan una idea acerca de la extracción social de estos personajes, un aspecto que no parece haber llamado la atención de los investigadores que han tratado la cosmética y que ya hemos mencionado.
En ocasiones las referencias al oficio de estos individuos vienen además acompañadas de un grabado relacionado con la profesión, como el caso de CIL 12, 04517 (p 847) en el que encontramos la representación de unas tijeras para el corte de pelo.
Lo mismo ocurre con las ornatrices (sing. ornatrix), las mujeres dedicadas al cuidado del aspecto personal de la mujer y expertas en todas estas artes que hemos venido mencionando. Su propio nombre procede también de ornare, adornar (JIMÉNEZ MELERO 2011: 49). Este oficio estaba, además, jerarquizado, encontrando mujeres que actuaban como ayudantes (subornatrices), como el caso del titulus sepulcralis CIL 08, 09428 (p 1984): IULIA MIMESIS SUBORN/ATRI<x=S>. Los tituli que encontramos en las distintas compilaciones epigráficas nos permiten deducir que estas mujeres o bien eran esclavas, o bien libertas. Por la onomástica, muchas de ellas parecen ser de origen griego. Curioso es observar la edad de estas muchachas y mujeres, pues aquellos tituli sepulcralis que hacen mención a la edad muestran que las esclavas se dedicaban muy tempranamente a estas labores, como se aprecia en la siguiente inscripción: PIERIS ORNATRIX / VIXIT AN(NOS) VIIII / HILARA MATER POSUIT (CIL 06, 09731).
Uno de los tituli sepulcralis más bellos que se han localizado, en este caso para Roma, es el de la ornatrix Cyparene (CIL 06, 09727 (p 3895)) (Fig. 3). El campo epigráfico viene flanqueado por un peine de dos filas de dientes (Tipo II de Jiménez Melero) y una aguja (acus), que según Jiménez Melero (2011: fig. 15) es un acus crinalis (alfiler). Esta atribución es errónea, pues la autora consulta no la inscripción original, sino un dibujo localizado en una obra secundaria, cuya interpretación ha sido totalmente arbitraria. En efecto, la aguja que aparece en la estela funeraria es asociada a la tejeduría, pero, al igual que ocurre con otros objetos que se usan en el ámbito del arreglo femenino, puede poseer funcionalidades diversas. Janet Stephens, investigadora que ha dedicado su labor científica a la arqueología experimental, y de forma más concreta, a la recreación de los peinados de las mujeres romanas, habla precisamente de ello en su artículo Ancient ro-man hairdressing: on (hair)pins and needles (2015). Otra interpretación que puede ser dada a la representación de este objeto es la de una espátula, pues tenemos constancia de la existencia de agujas con terminación espatulada en uno de sus lados junto con una acanaladura en su parte central, tratadas por E. Riha (1986: 38) (Fig. 4).
Fig. 3. Tituli sepulcralis de la ornatrix Cyparene. Fuente: EDCS. Epigraphik-Datenbank Clauss/Slaby.
Fig. 4. Comparativa entre espátula en hueso para aplicación de maquillaje (Bautista Ceprián del Castillo. Museo de Cástulo) y una aguja (Inmaculada de la Torre Castellano). Se puede comparar la hendidura representada en el tituli sepulcralis de la Fig. 3 con la de la espátula. Fuente: CER.es (http://ceres.mcu.es/), Ministerio de Cultura y Deporte, España.
El Edicto de Precios Máximos nos da una cierta idea acerca de cuánto podían llegar a cobrar algunos de estos trabajadores para la época de Diocleciano. Un tonsor podía cobrar dos denarios por cliente. Este es el único oficio relacionado con la cosmética y el aseo personal, pero de igual forma es esclarecedor para conocer un poco más acerca de la vida de estos individuos.
Los epígrafes también dan noticias acerca de una profesión específica relacionada con el comercio de materias primas que se incluyen dentro de las empleadas para la elaboración de productos cosméticos. Hablamos del thurarius (pl. thurarii), el vendedor de incienso. No conocemos la situación económica de estos personajes, pero teniendo en cuenta lo lucrativo del comercio del incienso y la mirra, podemos deducir que no debía ser relativamente mala.
Asimismo, se ha hablado de los perfumistas (unguentarii, sing. unguentarius), que también hacen referencia a su profesión en las inscripciones. Muchas de las que hacen alusión a este empleo proceden de las ciudades de Capua y Nápoles, que se habían consagrado como unas de las principales áreas de fabricación de perfumes. Los nombres y fórmulas onomásticas también parecen indicar la extracción social de los perfumistas, muchos de los cuales son, también, libertos. Asimismo, se trataba de una profesión que desarrollaban tanto hombres como mujeres. Ejemplos de mujeres perfumistas los podemos ver en CIL 10, 01965 (p 972): LICINIAE PRIMIGENIAE / VNGVENTARIAE o en CIL 09, *00300 (p 1248): DIS MANIBUS / LUCILLAE UNGUENTARIAE / QUAE VIXIT ANNOS XLVIII / HERIP-HILUS CONIUGI CARISSIMAE / ET B M POSUIT. Ello no solo es interesante desde el punto de vista de la fabricación de cosméticos, sino también desde el ámbito de los estudios de género, que demuestran que la mujer no se encontraba constreñida al espacio doméstico, y que participan también del ámbito económico.
Sabemos, además, por los epígrafes, que estos expertos en la fabricación y elaboración de perfumes, así como los vendedores de incienso, llegaron a agruparse en collegia, como puede observarse en CIL 06, 36819 para el caso de Roma: SALUTI DOMUS A[UGUST(AE)] / COLLEGIUM THURARIOR[UM ET] / UNGUENTARIOR(UM) CURA(M) A[GENTE] / [3] NOVIO SUCCESSO QUAES[TORE].
Caso bastante llamativo es el de la inscripción CIL 10, 03968, que hace referencia a un cognomen, NARDINI, palabra que hace referencia al ungüento o perfume fabricado en nardo.
Conocemos, además, el nombre de un perfumista famoso a partir de los comentarios de Marcial: se trata del conocido Cosmo, al que menciona en varias ocasiones en relación a perfumes, cosméticos y otros “potingues” (Marc., Ep. III, 55; 82; IX, 26; XI, 8; 15; 18; 49; 55; 65, XIV, 59; 110; 146). Junto a él también se menciona a Níceros, otro perfumista de la época, pero con el que el autor satírico no tiene, al parecer, tanta fijación (Marc., Ep. VI, 55; X, 38; XI, 65). Nombres estos, por lo demás, de origen griego y no romano, como viene ocurriendo en la mayor parte de los individuos que se dedican a estos trabajos.
Para el caso de la península ibérica no hemos encontrado en las bases de datos mención expresa de perfumistas para este ámbito geográfico, lo que no quiere decir que no existieran, pues la tradición oleícola peninsular junto a la presencia de plantas aromáticas típicamente mediterráneas de las cuales podían extraerse fragancias permite la elaboración de estos productos.
Junto a los perfumistas, hallamos también fabricantes de ampullae, recipientes destinados a contener esta clase de ungüentos. Es el caso del único ejemplo que conocemos hasta la fecha, localizado en Narbo/Narbona, que hace referencia al ampullarius Cayo Philomuso (CIL 12, 04455 (p 846)).
CONCLUSIONES
Como se ha ido viendo a lo largo de estas páginas, la materialidad del mundo de la cosmética ha sido una gran olvidada por parte de los estudios arqueológicos, que se han centrado en otros objetos de los que hay ya una extensa bibliografía publicada, y de la que aún se sigue publicando. La mayor parte de los trabajos a los que se puede tener acceso para hacerse una idea acerca de la significación de la belleza y sus objetos asocia-dos en el mundo clásico han venido basándose en la lectura y relectura de las fuentes clásicas, produciendo así una bibliografía en una cantidad que, aunque no demasiado ex-tensa, redunda continuamente en los mismos aspectos sin aportar nuevos datos al cono-cimiento científico, que es lo que se espera de este tipo de publicaciones. Muy pocos de ellos se centran en los aspectos arqueológicos de la cosmética, a pesar de que Arqueología e Historia son disciplinas hermanas que se complementan entre sí.
La poca bibliografía a la que podemos acceder en materia arqueológica se centra única y exclusivamente en la creación de catálogos de objetos, sin llegar a aportar más datos acerca de procedencias, contextos o significados. Estos catálogos tan siquiera llegan a englobar todos los objetos de tocador que existen, y se focalizan en los que forman parte de un espectro más general, como puede ser la cerámica o el vidrio: es el caso de Isings, Morin-Jean o Hayes, en cuyos catálogos encontramos ungüentarios en vidrio, pero que insertan dentro de un espectro más amplio, que son los objetos fabricados en este material, sin profundizar más allá. Como es lógico, estos catálogos se centran en los hallazgos en el espacio en el que estos autores trabajan, y por lo tanto no engloban posibles producciones locales que nos permitan identificar procedencias, modas y gustos.
El único estudio pionero y puramente arqueológico realizado en el ámbito peninsular es el de Jiménez Melero que, aunque publicó su tesis allá por el 2011, no ha logrado, sin embargo, que se continúe con esta línea de estudio.
La más reciente tesis de T.J. Derrick, aunque para el caso de la Britania romana, pudo haber supuesto un cambio muy interesante en la forma de comprender el uso y significación de los unguentaria al plantear la idea de “identidad” y su relación con ellos, pero no ha logrado llevar de forma adecuada el tema, a pesar de su amplio potencial, y mucho menos ha logrado instalar esta nueva vía de estudio fuera del ámbito anglosajón. Pese a ello, el que ya existan investigadores que planteen estas nuevas ideas implica la aparición de nuevas formas de concebir los objetos y, más concretamente, los que en este estudio nos interesan.
La interrelación existente entre oficios, producciones, mercados, sociedad y religión en este ámbito de la cosmética hacen de ella una línea de estudio con grandes posibilidades dentro del ámbito científico-arqueológico que permitirá conocer más acerca de la vida diaria en el mundo romano y sus gentes, sobre todo en aspectos de identidad y mentalidades, una tendencia que cada vez va tomando más fuerza en otros ámbitos de estudio, y en los que la cosmética y la belleza encajan a la perfección.
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