EVOLUCIÓN DEL POBLAMIENTO IBÉRICO EN LA CUENCA DEL RÍO GUADIEL (SS. VI–I A.C.): UN ANÁLISIS DIACRÓNICO DE UN PROCESO HISTÓRICO

EVOLUTION OF THE IBERIAN SETTLEMENT IN THE GUADIEL RIVER BASIN (VI-I CENTURY B.C.): A DIACHRONIC ANALYSIS OF A HISTORICAL PROCESS

Juan José LÓPEZ MARTÍNEZ*
Luis ARBOLEDAS MARTÍNEZ*
José Carlos ORTEGA DIEZ*
Juan Jesús PADILLA FERNÁNDEZ**

Resumen
El artículo analiza la evolución del poblamiento ibérico en la cuenca del río Guadiel entre los siglos VI y I a.C. A través de un enfoque diacrónico, se estudian las transformaciones sociales, económicas y territoriales que definieron este proceso histórico. Se destacan aspectos como la organización del espacio, la interacción entre comunidades locales y la influencia de factores externos, como el impacto entre estas y los imperios mediterráneos, especialmente el romano. El trabajo combina análisis arqueológicos y fuentes históricas para reconstruir dinámicas de asentamiento, patrones de ocupación y cambios en el paisaje cultural, ofreciendo una visión integral de la región y su relevancia dentro del contexto ibérico.

Palabras clave
Alta Andalucía, Alto Guadalquivir, Depresión Linares-Bailén, Poblamiento, Protohistoria.

Abstract
This article employs a diachronic approach to analyse the evolution of Iberian settlement in the Guadiel river basin between the 6th and 1st centuries BC. It examines the social, economic and territorial transformations that defined this historical process, highlighting aspects such as the organisation of space, the interaction between local communities and the influence of external factors, including the impact of Mediterranean powers, especially the Romans. The article combines archaeological analysis and historical sources to reconstruct settlement dynamics, occupation patterns and changes in the cultural landscape, offering a comprehensive view of the region and its relevance within the Iberian context.

Key words
Upper Andalusia, Upper Guadalquivir, Linares-Bailén hollow, Settlement, Protohistory.

INTRODUCCIÓN

El Guadiel es un pequeño río situado en el noroeste de la provincia de Jaén. Nace de la confluencia de diferentes arroyos procedentes de la vertiente meridional del piedemonte de Sierra Morena oriental, en el entorno de las aldeas de La Mesa y El Acebuchar (Carboneros). Durante 38 km, discurre en dirección sur hasta verter sus aguas al río Guadalquivir en el paraje de Las Matanzas (Jabalquinto) (Fig. 1). Su cuenca hidrográfica, de 368,573 km2, abarca diferentes municipios entre los que se incluyen: La Carolina, Carboneros, Guarromán, Baños de la Encina, Bailén, Linares y Jabalquinto. Sus características paisajísticas están profundamente marcadas por su naturaleza geológica. El zócalo paleozoico, formado por rocas metamórficas como pizarras y metaareniscas del Carbonífero Inferior, y magmáticas como los granitos asociados a la franja ígnea Pedroches-Linares, presenta

Fig. 1. Contextualización espacial de la cuenca del río Guadiel. Elaboración propia.

un relieve abrupto y accidentado, destacándose los filones mineros de cobre y plomo/plata que emergen en la región (Fig. 2a). En estas rocas, vinculadas a la orogenia varisca y al batolito granítico de Los Pedroches, se encuentran filones mineralizados con cobre y sulfuros de plomo, explotados desde la Prehistoria Reciente (CONTRERAS CORTÉS 2000). Por otro lado, la cubierta mesozoica posherciniana, compuesta por materiales triásicos como areniscas, limos y arcillas de origen continental, configura un relieve más suave con ondulaciones que raramente superan los 400 m s. n. m. Esta última se caracteriza por su fertilidad y potencialidad agrícola, ofreciendo condiciones ideales para el cultivo y la ganadería gracias a sus pendientes moderadas y suelos ricos en nutrientes (Fig. 2b) (IGME 1977).

La investigación histórico-arqueológica de la cuenca del Guadiel ha partido de trabajos de campo insertos en áreas regionales más amplias, como las efectuadas por el Proyecto Peñalosa en el conjunto de la depresión Linares-Bailén (LIZCANO PRESTEL et al., 1992; PÉREZ BAREAS et al., 1992). Las prospecciones superficiales, aunque ceñidas a las márgenes de los ríos y obviando las zonas de interior, fueron fundamentales para establecer una base de conocimiento sólida sobre la ocupación humana y el uso del territorio en diversas épocas. Su análisis permitió identificar la distribución de asentamientos y patrones de poblamiento concretos, evidenciando una economía y organización social estructuradas en torno a los recursos hídricos, agrícolas y mineros (GARCÍA SOLANO 2004). Sin embargo, el interés por el poblamiento en torno al Guadiel ha quedado opacado por las actuaciones arqueológicas de las que ha sido objeto la vecina cuenca del río Rumblar. Las intervenciones en yacimientos como Peñalosa (CONTRERAS CORTÉS 2000), el Castillo de Burgalimar (ARBOLEDAS MARTÍNEZ et al., 2014b) o el estudio de algunas minas prehistóricas, como la de José Martín Palacios-Doña Eva (ARBOLEDAS MARTÍNEZ et al., 2015), han concentrado gran parte de la atención académica, relegando a su entorno, con independencia del periodo, a un espacio secundario destinado al acopio de materias primas y recursos. Como veremos a continuación, el ámbito del río Guadiel no actuó solo como entorno de aprovisionamiento, concentrando también en sus márgenes un conjunto de núcleos destacados por su ubicación estratégica que permiten reconstruir desde una perspectiva diacrónica y sincrónica prolongadas dinámicas de ocupación.

Fig. 2. A) Paisajes mineros en el curso alto del río Guadiel (Cerro de Atalayones, Bailén); B) El río Guadiel y la depresión Linares-Bailén desde el Castillo de las Huelgas (Jabalquinto). Elaboración propia.

POBLAMIENTO IBERO EN LA CUENCA DEL GUADIEL: UN ANÁLISIS DIACRÓNICO

Una de las causas que ha motivado la no realización de estudios intensos en la cuenca del Guadiel ha sido la asunción tradicional de que en época ibérica estuvo escasamente poblada. Esta idea, ampliamente aceptada y plasmada en los modelos de organización territorial del alto Guadalquivir (p. ej. RUIZ RODRÍGUEZ et al., 2013: 206: Fig. 3; RUIZ RODRÍGUEZ y RUEDA GALÁN 2014: 142: Fig. 14; RUIZ RODRÍGUEZ 2021), ha sido en gran medida influenciada por la falta de grandes yacimientos que respondieran a las características convencionales de asentamientos tipo oppida. No obstante, investigaciones más recientes llevadas a cabo en la región, como la Carta Arqueológica de Bailén (LÓPEZ MARTÍNEZ 2018) o el proyecto de investigación financiado por la Diputación Provincial de Jaén “Paisajes coloniales de la vieja Iberia... (IEG2023-1), han demostrado que este supuesto vacío no es tal, revelando evidencias de ocupación y asentamientos dispersos, que sugieren una realidad mucho más rica y compleja.

Poblamiento durante el periodo ibérico Antiguo (Ss. VI – V a.C.)

El origen de la denominada cultura ibera, establecido entre los siglos VII-VI a.C., es el resultado de una compleja concatenación de transformaciones sociales que se inicia desde finales de la Edad del Bronce. Dicho proceso se hizo patente materialmente a través de la aparición de novedosas estructuras de asentamiento y bienes de prestigio vinculados con un afianzamiento de las jerarquías sociales y la incorporación de prácticas culturales y materiales fruto de las fuertes interacciones con el mediterráneo oriental (DORADO ALEJOS 2017).

A nivel suprarregional, en el Alto Guadalquivir, núcleos como Los Villares de Andújar (RUIZ MONTES y PEINADO ESPINOSA 2013: 19-20), el Castillo de Burgalimar (Baños de la Encina) (ARBOLEDAS MARTÍNEZ et al., 2014b: 188), Plaza de Armas de Sevilleja (Espeluy-Bailén) (PACHÓN ROMERO et al., 1980: 14; CONTRERAS CORTÉS et al., 1987) y, sobre todo, Kastilo/Castulo (Linares) (VALIENTE MALLA y BLÁZQUEZ MARTÍNEZ 1986), ocupados desde el Bronce Final y principios de la Edad del Hierro, incrementarían paulatinamente su extensión en las centurias venideras hasta alcanzar unos modelos más complejos de organización sociopolítica en torno al siglo VI a.C.

La cuenca del Guadiel no parece contar, sensu stricto, con un oppidum entre sus márgenes para este lapso temporal. No obstante, Plaza de Armas de Sevilleja puede incluirse en su ámbito de influencia, dado que se halla a escasos 800 m de la desembocadura del río, aunque ya en aguas del Guadalquivir. Fue excavado en el año 1985 y, a pesar de que la secuencia protohistórica fue escasamente tomada en consideración, reducida al término “iberorromana” (CONTRERAS CORTÉS et al., 1987), recientemente se han profundizado en el análisis de los contextos culturales y cronológicos del yacimiento. Estos estudios han permitido identificar fases de ocupación que abarcan desde la I Edad del Hierro hasta época romana, evidenciando continuidades y transformaciones significativas en las dinámicas sociales y económicas de las comunidades asentada en este espacio (CASADO MILLÁN 2001: 244-253; PADILLA FERNÁNDEZ et al., 2019: 360).

Hasta la fecha, se han documentado cuatro asentamientos: Piedras del Cardado (J-BA-017), El Regajo del Cura (J-BA-137) y Cerro Lechuga (J-BA-154), en Bailén, y Cerro Garzón (J-L-035), en Linares (Figs. 3 y 4).

Fig. 3. Distribución de asentamientos durante el Ibérico Antiguo (Ss. VI – V a.C.). Elaboración propia.

Fig. 4. Material cerámico Ibérico Antiguo: 1) Plaza de Armas de Sevilleja; 2-3) El Regajo del Cura; 4-5) Cerro Garzón;
6-7) Piedras del Cardado.

Estos enclaves se localizan, grosso modo, en cerros de amplia prominencia visual, interconectados entre sí, con pendientes moderadas, salvo en el caso de Piedras del Cardado, y siempre próximos a cursos fluviales. Su disposición parece responder a criterios estratégicos, combinando el control visual del territorio con el acceso a recursos esenciales y a vías de tránsito históricas. La proximidad de estos sitios a pasos estratégicos, como la Cañada Baeza y la Cañada Real del Guadiel al Rumblar, refuerza su papel clave en la movilidad y el intercambio regional de la época (CORCHADO SORIANO 1969).

La atribución funcional de estos sitios no es fácil, debido a la fuerte incidencia de procesos de transformación antrópicos. En el caso de El Regajo del Cura, la explotación intensiva de una cantera de arcilla en sus proximidades ha provocado su casi total desaparición, restringiendo la posibilidad de realizar análisis más detallados. No obstante, pudo ser un asentamiento de cierta relevancia, dado que el abundante material recuperado a media ladera aparece disperso a más de 150 m del testigo del cerro, lo que sugiere una extensión considerable.

Piedras del Cardado, el cual será tratado con más detenimiento en las líneas que siguen, es el único de los yacimientos excavados pero presenta considerables alteraciones en sus niveles antiguos debido a depósitos posteriores en época Ibérica Plena y Final y, sobre todo, romana, distorsionando la comprensión de estos niveles. El material recuperado, al contrario que sucede con El Regajo del Cura, aparece concentrado en uno de los sondeos, el Corte 1C, en el que se ha documentado un conjunto de estructuras murarias vinculado con una posible cueva-santuario situada en el Corte 1B, aún en fase de estudio.

El Cerro Garzón, también llamado V-JA-ML-120, fue documentado durante el seguimiento arqueológico para la instalación de una línea de gaseoducto en Linares (MORENO ROSA y MUÑOZ JIMÉNEZ 2001: 283). En dicha publicación, se le atribuyó una cronología del Bronce Final e ibérica sin determinar. La revisión de la que ha sido objeto, sin descartar una posible ocupación previa, nos permite afinar dicha periodización y fijarla durante el Ibérico Antiguo, a raíz de las formas cerámicas recogidas, mayoritariamente bordes de urnas pintadas realizadas con pastas calcáreas, acompañadas en menor medida de cerámica gris, bruñida y sin bruñir, y algún fragmento aislado de cerámica a mano.

Por último, el Cerro Lechuga, muy próximo al Guadalquivir, desde donde se vislumbra su valle, cuenta con una proporción de material reducida. Sus muestras se reducen a un asa de ánfora con orejetas, varios fragmentos de ánfora engobados, una tapadera y un borde de un gran contenedor decorado con pintura, que se adscriben al periodo referido.

Esta realidad permite descartar con relativa certeza la condición de oppida de dichos yacimientos, ya que carecen de las características esenciales de estos centros. Por el contrario, parecen responder a dinámicas diferentes que requieren una reinterpretación más detallada para comprender su rol en la red de asentamientos adscritos al periodo ibero. Si siguiésemos la adscripción tipológica establecida por Ruiz Rodríguez y Molinos Molinos (1989: 128), podríamos asociarlos al tipo “torre”, una escala de hábitat tributaria de los oppida, creada para fortalecer su posición en el valle del Guadalquivir y controlar a una serie de enclaves en llano dispersos por su cuenca, configurando una frontera territorial (RUIZ RODRÍGUEZ 1999: 99). Alternativamente, también podría interpretarse como una reacción interna de los oppida, orientada a replicar el modelo de poblamiento disperso del llano en zonas de altura (RUIZ RODRÍGUEZ y MOLINOS MOLINOS 2007: 143-144).

Pero la hipótesis anterior se sitúa en un contexto geográfico específico: las Campiñas Bajas del área occidental de la provincia de Jaén, con patrones similares a los del territorio limítrofe de Córdoba. A medida que nos acercamos a la zona de estudio, su presencia disminuye considerablemente, al igual que el hábitat disperso que pudo haber dado lugar a su aparición. En una reciente publicación del piedemonte de la Sierra de Cazorla (LÓPEZ MARTÍNEZ et al., 2023), se identificó una problemática similar: la existencia de «Torres» sin el hábitat aldeano asociado. Además, aspectos como su carácter agrícola, previamente descartado por su ubicación, llevaron a definir estos asentamientos como “multivocales”. Por ello, para explicar el funcionamiento de las comunidades iberas en el periodo Antiguo empleamos el modelo heterárquico para describir la interacción compleja y flexible entre los asentamientos ibéricos, combinando elementos jerárquicos y redes más horizontales. Este modelo refleja una sociedad adaptativa, donde las relaciones territoriales y sociales eran multidimensionales, respondiendo a contextos específicos en lugar de depender exclusivamente de un poder centralizado.

Con toda seguridad, la presencia de Plaza de Armas de Sevilleja, junto al Castillo de Burgalimar, al norte, y Kastilo/Castulo, al este, influyó decisivamente en la creación de estos asentamientos distribuidos en un eje estratégico, articulador de un sistema supralocal basado en la interacción entre oppida y áreas antaño consideradas “salvajes”, que desde este momento son percibidas con una nueva significación. Estos enclaves no solo aseguraban el control de las vías de comunicación, sino que también facilitaban la integración de los recursos en un esquema superior de intercambio y redistribución, además de configurar un paisaje simbólico, en el cual la acción humana y natural dialogaban con la percepción y la memoria colectiva. Este modelo refleja una planificación adaptada a las necesidades de la época, consolidando un espacio geopolítico que vertebraba y, a su vez, organizaba las relaciones humanas, fortalecía identidades comunitarias y cohesionaba el sentido de pertenencia a un territorio cargado de significado cultural y fenomenológico.

En este contexto, aunque aún se requieren estudios más detallados que abarquen una mayor extensión espacial, las evidencias de interacciones flexibles y redes interconectadas entre oppida, asentamientos en altura y otros hitos del paisaje indican que la heterarquía podría ser una hipótesis válida para entender el orden social, económico y político de esta región a principios del primer milenio a.C. Este enfoque ayuda a comprender cómo los asentamientos menores, lejos de actuar como simples subordinados, desempeñaban roles estratégicos y económicos que complementaban las funciones de los grandes centros urbanos, manifestando una complejidad adaptativa al territorio.

Poblamiento durante el periodo Ibérico Pleno (Ss. IV a.C.–mediados III a.C.)

En el tránsito hacia el siglo IV a.C., buena parte de esa red de asentamientos sufrió una fragmentación significativa, caracterizada por el abandono de ciertos núcleos, tanto principales como secundarios, frente al aumento del poder e influencia de otros. En este contexto, a partir de un “modelo Polinuclear”, el oppidum se estableció como la unidad básica de hábitat y eje de la expresión política de una sociedad principesca afianzada (RUIZ RODRÍGUEZ y MOLINOS MOLINOS 2007: 152-156). Kastilo/Castulo se consolidó como el principal oppidum de la región, tras un proceso fraguado en los siglos precedentes (BLÁZQUEZ MARTÍNEZ 1975), encabezando una expansión territorial basada en un sistema definido como “pagus”, que implicaba la creación de asentamientos secundarios en puntos muy concretos de su hinterland y la integración de territorios circundantes bajo su ámbito de influencia, siguiendo un esquema que integra oppida-santuarios-redes hídricas-vías de comunicación (RUIZ RODRÍGUEZ et al., 2001: 14). Tal colonización se produciría hacia el norte, siguiendo principalmente el curso del río Guadalén, a partir de la fundación de los santuarios del Collado de los Jardines (Santa Elena), los Altos del Sotillo (Castellar) y el oppidum de Giribaile (Vilches). Este proceso se sustentó en el aprovechamiento de los cursos fluviales, configurando un territorio organizado y articulado desde el oppidum matriz, cuya estructura se dilataría, a priori, hasta después de la Segunda Guerra Púnica (RUIZ RODRÍGUEZ y MOLINOS MOLINOS 2007: 19-25) (Fig. 5).

Plaza de Armas de Sevilleja permanecería ocupado de manera continuada en este periodo. Sitios como El Regajo del Cura, Cerro Garzón y Cerro Lechuga fueron abandonados. Piedras del Cardado muestra indicios materiales que podrían corresponder a estos siglos, lo que sugiere cierta ocupación, aunque con problemas de continuidad o intensidad antrópica. Esta actividad parece consolidarse hacia finales del siglo III a.C., posiblemente vinculada al auge del conflicto romano-cartaginés y al aumento de la influencia púnica en la región. En el entorno cercano, se establecería el enclave de Cuatro Vientos (Villanueva de la Reina), situado en la margen derecha del Guadalquivir que, aunque poco estudiado, tuvo una gran importancia estratégica como punto de conexión entre la vega y las campiñas.

Fig. 5. Distribución de asentamientos durante el Ibérico Pleno (Ss. IV – Final III a.C.). Elaboración propia.

El abandono de los asentamientos referidos no supuso la desocupación de la cuenca del Guadiel, todo lo contrario, fue reorganizado en función de los nuevos intereses político-territoriales de la zona, lo que propició la creación de Casa de la Duquesa (J-BA-063) (Bailén). Se localiza sobre una elevación (330 m s. n. m.), parcialmente destruida por la rotonda que enlaza diversos tramos de autovía (A-44 y A-32) a su paso por Bailén y las labores agrícolas con maquinaria pesada que han contribuido al aplanamiento y la retirada de capas de tierra. A pesar de ello, durante los trabajos de campo fue posible inventariar un pequeño oppidum cuyo material se extiende por más de 4 ha, en el que se identificó una ocupación desde la Prehistoria reciente hasta la Tardoantigüedad (Fig. 6). Su ubicación estratégica, en la intersección geológica que caracteriza los suelos de la cuenca del Guadiel, quizás explique su prolongada ocupación antrópica. Al noreste, se hallan los suelos que albergan los filones mineros de cobre y plomo, mientras que el resto del territorio está caracterizado por relieves miocénicos, particularmente aptos para actividades agrícolas. Además, los aluviones cuaternarios del río Guadiel y el arroyo de la Muela de Baños circundan el asentamiento, proporcionando importantes recursos hídricos.

Fig. 6. Material cerámico Ibérico Pleno procedente de los yacimientos de Casa de la Duquesa y Carablanca. Elaboración propia.

Ahora bien, uno de los elementos que configurarían el pagus en este periodo sería la existencia de un santuario. En este sentido, el yacimiento de Las Piedras del Cardado se postula como candidato. Como señalábamos, existen indicios de actividad en el siglo IV a.C., pero como sucede en los niveles previos, fueron arrasados por edificaciones posteriores. A grandes rasgos, las evidencias se asocian con una pequeña oquedad natural en un banco de calcarenitas (Fig. 7a), de la que emana una surgencia de agua que cae dentro de una estructura rectangular a modo de “brocal de pozo” (con diferentes fases constructivas) (Fig. 7c). A la cavidad, situada en una pequeña terraza por debajo de la cima del asentamiento, se accedería desde el valle del río Guadiel por su ladera este a través de un pasillo en zigzag aprovechando una diaclasa natural en los bancos de calcarenitas (Fig. 7b). Además de los restos de cerámica asociados a este espacio un factor clave para considerar su definición como cueva-santuario es la modificación antrópica de su parte superior, donde se añadió un dintel de piedra y se construyeron varios muros, al menos en el lateral oeste, otorgando al espacio un carácter monumental.

Fig. 7. Posible cueva santuario de Piedras del Cardado y material cerámico procedente de la misma: A) Imagen general de la oquedad; B) Rampa de acceso; C) Brocal; D) Muro adyacente de sillares rellenos por ripios de escaso tamaño. Elaboración propia.

 

En el transcurso de las dos campañas de excavación de las que ha sido objeto Piedras del Cardado no se ha recuperado ningún exvoto de bronce, un elemento material muy característico de los santuarios de Sierra Morena. Más allá de las referencias orales de labradores de la zona y el hallazgo de una pequeña cabeza ya publicada (PADILLA FERNÁNDEZ et al., 2019: 370: Fig.7), no podemos corroborar su presencia. Aun así, la ofrenda de exvotos no sería la única muestra de religiosidad constatada entre los iberos del alto Guadalquivir. El santuario heroico de El Pajarillo (Huelma) es un claro ejemplo de la complejidad dentro del rito ibero que, en este caso, se manifiesta a través de una “arquitectura estratégica” monumental, combinada con la incorporación de esculturas y relieves que representan creencias míticas y el culto a héroes, considerados intermediarios entre humanos y divinidades (MOLINOS MOLINOS et al., 1998).

No es nuestra intención sugerir que las evidencias arqueológicas de Piedras del Cardado sean un reflejo de las evidenciadas en el santuario de El Pajarillo. Solo se pretende subrayar que ambos yacimientos representan diferentes expresiones de un fenómeno cultural mucho más complejo y diverso. A pesar de sus notables diferencias, existen similitudes a nivel constructivo entre Piedras del Cardado y El Pajarillo. Estas semejanzas incluyen una arquitectura adaptada a las características topográficas y una intencionalidad simbólica en la organización espacial, así como el uso de una edilicia común: un tipo de fábrica realizada con sillares bien trabajados, cuyos huecos son rellenos por ripios de escaso tamaño (Fig. 7d) (RUIZ RODRÍGUEZ et al., 2010: 69-70).

En el yacimiento de Casa de la Duquesa, destacamos el hallazgo de importantes concentraciones de material vinculada con la etapa plena en lomas cercanas, como Hazas Largas (J-B-094), Carablanca (J-BA-135) y Rotonda A-44 (J-BA-138). Aunque preliminarmente podrían interpretarse como posibles necrópolis, esta hipótesis requiere confirmación a través de futuras intervenciones que permitan precisar tanto su propósito como su datación. Desde una perspectiva paisajística, estos emplazamientos se sitúan sobre promontorios cercanos, a menos de 1 km de Casa de la Duquesa, lo que favorece una conexión visual directa entre ellos y refuerza su relación con el asentamiento principal.

Carablanca, en particular, presenta características singulares y diferentes al resto de yacimientos asociados con Casa de la Duquesa. En primer lugar, destaca por sus casi 8 ha de dispersión de material, concentrados en dos elevaciones separadas por una pequeña vaguada. Su cronología, similar a la del asentamiento principal, se extendería desde el siglo IV a.C. hasta los primeros años del cambio de era, al encontrar a nivel superficial varios cuyos últimos indicios están representados por varios fragmentos de Terra Sigillata Itálica y Terra Sigillata Hispánica procedente de Tricio (La Rioja). El material ibérico, el más numeroso, incluye fragmentos de cerámica estampillada, urnas, vasos, platos-cuencos, cerámica común y de cocina, etc. (Fig. 6). También se han registrado numerosas escorias de plomo y hierro, lo que sugiere una actividad metalúrgica significativa en la zona.

El Chorrillo (J-BA-091) es otro de los yacimientos que presenta restos de cultura material plena. Se localiza en una loma próxima al arroyo Matadero (332 m s. n. m.), Como sucede con buena parte de los asentamientos referidos en el municipio bailenense, una cantera de arcilla ha afectado parcialmente al mismo, alterando su conservación y cercenando el registro arqueológico. A pesar de ello, se ha recuperado una notable cantidad de materiales en superficie, en un área cercana a las 5 ha, que aportan información significativa sobre su ocupación, especialmente durante la época ibérica. Estos hallazgos incluyen fragmentos de cerámica ática, así como numerosas formas pintadas de urnas y kalathoi (PADILLA FERNÁNDEZ et al., 2019).

Por último, el Cerro de Atalayones (J-BA-018) se presenta como un asentamiento paradigmático por ser hasta la fecha uno de los escasos ejemplos constatados de minería en época ibérica. El yacimiento se asienta en la cima de un cerro amesetado que se alza en la orilla occidental del río Guadiel, muy próxima a la mina industrial de La Esmeralda. La superficie del cerro presenta restos de estructuras construidas con bloques de granito y asperón, visibles tanto en la cima como en sus rebordes. Los hallazgos arqueológicos en la zona, datados entre la Edad del Bronce y época medieval, incluyen abundantes fragmentos de cerámica a mano, común, de cocina y, en especial, grandes recipientes anfóricos, alguno de ellos de filiación púnica (ARBOLEDAS MARTÍNEZ et al., 2019).

Las labores mineras se concentraban principalmente en la ladera este, siguiendo un filón mineralizado que se extiende en dirección noreste-suroeste (J-BA-072). Estas labores estuvieron orientadas a la extracción de minerales de cobre en las zonas más superficiales del filón, mientras que, a mayor profundidad, se explotaría galena argentífera. De especial interés es la cerámica encontrada, cuya asociación sugiere que este filón fue explotado durante los periodos ibérico y púnico. Esto convierte al Cerro de Atalayones en un enclave excepcional dentro del distrito minero Linares-La Carolina, al ser la única mina hasta la fecha con vestigios de cultura material relacionados con el periodo previo a la irrupción romana.

Poblamiento durante el periodo Ibérico Pleno/Final (finales s. III a.C.)

Las últimas décadas del siglo III a.C. vendrían marcadas por profundas transformaciones y coyunturas políticas en el seno de las sociedades iberas del alto Guadalquivir, particularmente afectadas por la intromisión cartaginesa y romana. La interacción con las potencias mediterráneas desempeñó un papel crucial como catalizador para un mosaico de comunidades imbuidas en un horizonte imperialista. Así, se consolidaron dinámicas generales como la creciente explotación de recursos económicos y humanos, la expansión de las áreas de control, la redefinición de fronteras y retaguardias, un proceso de sinecismo, la tributación o la militarización, entre otros (SÁNCHEZ MORENO 2011: 101).

Recientes publicaciones señalan como el desarrollo sociopolítico de las comunidades oretanas experimentó un punto de inflexión respecto al modelo precedente, mediante la sustitución del pagus político por un sistema jerárquico de oppida fundamentado en relaciones clientelares o vasallaje (RUIZ RODRÍGUEZ 2021). A través de una estructura monárquica, ya sugerida por BLÁZQUEZ MARTÍNEZ (1965: 126), Kastilo/Castulo promovería una red fundamentada en vínculos de dependencia entre élites aristocráticas, organizando un sistema litúrgico en torno a una red de santuarios, como Haza del Rayo (RUEDA GALÁN et al., 2021), y nuevos asentamientos, como los descubiertos en el término de Espeluy, donde los exvotos de bronce documentados se han asociado con la delimitación territorial del territorio de Kastilo/Castulo (RUIZ RODRÍGUEZ y RUEDA GALÁN 2014: 134).

De cronología similar, pero de distinta funcionalidad, Bailén cuenta con varios asentamientos relacionados con el desarrollo de la Segunda Guerra Púnica en el alto Guadalquivir. El primero de ellos es el Cerro de la Harina (J-BA-100), situado sobre un montículo (407 m s. n. m.) que destaca por ser, junto a La Toscana, el punto más elevado del entorno, confiriéndole una condición paisajística particular al tener bajo su dominio visual una vasta porción del territorio circundante. En el año 2024, se llevó a cabo una intervención que combinó sondeos estratigráficos y prospección sistemática con detector de metales. Los resultados no evidenciaron presencia alguna de edificaciones en todo el yacimiento, más allá de una pequeña fosa de escasa profundidad, aunque se registró una notable cantidad de material cerámico en varios sondeos y una concentración de objetos militares en la ladera oriental del cerro. La interpretación (aún en fase preliminar), se orienta hacia la presencia de un puesto militar construido con materiales perecederos, que sería atacado y destruido.

Fig. 8. Distribución de asentamientos durante el Ibérico Pleno-Final (Final s. III a.C.). Elaboración propia.

Hacia el sur, en una distancia inferior a 2 km, se hallan la Loma de Medina (J-BA-170) y La Serrana-Loma de Medina II (J-BA-211). Al igual que el Cerro de la Harina, fueron inventariados durante la realización de la Carta arqueológica de Bailén (PADILLA FERNÁNDEZ et al., 2019). En ellos, se recuperaron importantes cantidades de cerámica ibérica, sobre todo, en el primero de ellos, cuya dispersión superaba las 16 ha. La incorporación de detectores de metales a la intervención, que a la firma de este artículo viene realizándose, abre una nueva dimensión al conocimiento de estos parajes que hace posible corroborar la existencia de vestigios relacionados con el conflicto romano-púnico.

Considerando la localización de los emplazamientos y sus características topográficas, formando un eje norte-sur, que incluye las primeras estribaciones serranas y el valle del Guadalquivir, es plausible atribuir una función como hitos defensivos relacionados con la supervisión de estos corredores, asegurando su control y evitando incursiones enemigas. El caso de Loma de Medina es especialmente llamativo al ocupar una de las últimas elevaciones que anteceden al valle del Guadalquivir, controlando el río a su paso y entrando en contacto visual con los oppida del Cerro de la Muela (Mengíbar), Cuatro Vientos (Villanueva de la Reina), Plaza de Armas de Sevilleja (Espeluy-Bailén) o la necrópolis de La Carada (Espeluy).

Estos hallazgos no dejan de corroborar la importancia adquirida por la región en este conflicto, no solo como escenario de enfrentamientos bélicos, sino también como un espacio estratégico para la logística militar y el control territorial. Más allá de las grandes batallas relatadas por Polibio (X, 38-40) o Tito Livio (Ab. Ur. Con. XXVIII, 19-20), el alto Guadalquivir se erigió como un nodo clave en las redes de comunicación y abastecimiento, vital para las campañas de romanos y cartagineses. Las rutas que atravesaban la región, facilitadas por el curso del río Guadalquivir y un paisaje “afable”, permitirían el rápido movimiento de tropas y suministros, mientras que las elevaciones topográficas ofrecerían puntos privilegiados para la vigilancia y defensa.

Fig. 9. Material cerámico y metálico procedente del: A) Cerro de la Harina; B) Loma de Medina; C) La Serrana-Loma de Medina II. Elaboración propia.

Poblamiento durante el periodo Ibérico Final – Romano Tardorrepublicano (ss. II – I a.C.)

Hasta ahora, el lector habrá podido comprobar como la totalidad de los yacimientos a los que hemos aludido se concentraron en la cuenca media-baja del río Guadiel, principalmente entre los municipios de Bailén y Linares, coincidiendo con la localización de tierras más aptas para la explotación agrícola, base de la economía ibera (Montes Moya, 2021: 93). Sin embargo, hubo que esperar a la llegada de Roma para que la colonización del interior de los valles de los ríos se hiciera efectiva. A partir de este momento, el interés romano se orientaría hacia la explotación de los filones minero-metalúrgicos del distrito Linares-La Carolina, alcanzando unos niveles de extracción solo superados en época industrial.

A partir del siglo II a.C., el territorio fue objeto de notables variaciones territoriales, no tan evidente en la creación de grandes centros urbanos como sí en la aparición de asentamientos secundarios. Tanto los autores clásicos como las intervenciones arqueológicas nos revelan lo traumático que debió ser este periodo desde el punto de vista indígena, no solo por las numerosas revueltas constatadas (Tito Livio, Ab. Ur. Con., XXXIII, 21), sino también por el abandono o destrucción de un alto contingente de oppida, como Giribaile (Vilches) (GUTIÉRREZ SOLER 2010: 26) o Iliturgi (Mengíbar) (BELLÓN RUIZ et al., 2021), entre otros. Durante esta centuria y la siguiente, las estructuras políticas locales experimentaron un desmantelamiento gradual. No obstante, las aristocracias conservaron cierto grado de poder, ejerciéndolo desde los oppida (FORNELL MUÑOZ 2023) como ocurrió en Kastilo/Castulo, Isturgi, Plaza de Armas de Sevilleja o, seguramente, Casa de la Duquesa.

Fig. 10. Distribución de asentamientos durante el Ibérico Final – Romano Republicano (Ss. II - I a.C.). Elaboración propia.

En este contexto de transformación social y política, emergieron nuevas formas de organización territorial adaptadas a las necesidades económicas de la época. Durante la tardía República romana, la cuenca del Guadiel y, en particular, Sierra Morena oriental se definieron por un tipo de asentamiento destinado a la explotación de los filones mineralizados del subsuelo. Estas ocupaciones transformaron el paisaje, adaptándolo a las demandas económicas y estratégicas de la época mediante una intensa explotación de los recursos minerales. A grandes rasgos, estaríamos ante un tipo de hábitat heterogéneo basado en la existencia de: poblados mineros-metalúrgicos fortificados o castilletes, fundiciones y fortines.

Los poblados minero-metalúrgicos fortificados se ubicaron estratégicamente en áreas apartadas de los grandes centros urbanos, dentro de campos mineralizados, y ofrecieron un amplio control visual sobre el territorio y las rutas secundarias que conectaban las explotaciones con los oppida. Estos estarían delimitados por murallas y en su interior albergaban estructuras hidráulicas de almacenamiento de agua, cuya magnitud sugiere una relación con los procesos de concentración del mineral y su transformación en metal. Entre los más importantes, destacaríamos Los Palazuelos (J-CA-007) (Carboneros), a caballo entre las cuencas del Guadiel y Guarrizas; San Bartolomé (Linares) (J-L-036) o el Cerro de Atalayones (J-BA-018) (Bailén). Las fundiciones, por su parte, no presentarían diferencias espaciales significativas en comparación con los asentamientos minero-metalúrgicos debido a su cercanía. Estos poblados se han vinculado con la explotación, control y gestión de las minas, además de la vigilancia y control de las vías de comunicación (p.ej. J-GU-010; J-L-008; J-L-037) (ARBOLEDAS MARTÍNEZ 2010: 95-99).

En relación con estos asentamientos, se establecieron pequeños fortines defensivos, como el Tentadero (J-BA-013), que refuerza la idea de que Roma buscó establecer al inicio de la conquista un control significativo sobre las vías de comunicación y la gestión de recursos mediante un sistema defensivo en puntos estratégicos y de fácil protección (PADILLA FERNÁNDEZ et al., 2017). Esta forma de estructurar el territorio respondería a la necesidad de controlar de manera directa las explotaciones mineras desde el inicio de la conquista, como una muestra de autoridad ante el anhelo de tener bajo su custodia un área prolífica económicamente que era dada a los levantamientos y actos vandálicos (Cicerón, Ad fam. X, 31, 1). Por ello, este dispositivo no solo actuaria ante estas acciones, sino que a modo coercitivo se haría palpable ante las comunidades locales como la plasmación material en el espacio habitado de una nueva realidad política.

El espacio geológico correspondiente a la depresión Linares-Bailén exteriorizaría una realidad ocupacional diferente, aunque relacionada con la anterior. Ante la ausencia de filones mineros y un espacio de suaves lomas, el hábitat se orientó hacia el aprovechamiento agrícola y ganadero, consolidando un modelo más disperso, pero próximo a los principales núcleos. La influencia de la minería y la importancia de Kastilo/Castulo en las fuentes clásicas ha opacado significativamente al resto de actividades económicas, relegándolas a un plano secundario (PÉREZ BAREAS et al., 1992: 93). A medida que el entramado poblacional se conoce con más claridad, se evidencia un modelo heterogéneo, adaptado tanto al paisaje como a los recursos disponibles, donde la minería coexistía y se complementaba con otros procesos productivos, generando una interacción más equilibrada entre los diferentes sectores de la región.

Este tipo de hábitat está vinculado con una serie de pequeños recintos en altura, por lo general, inferiores a 0,5 ha, situado en posiciones estratégicas, jalonando los principales hitos paisajísticos, como las vías de comunicación o el propio río Guadiel (J-BA-019; J-BA-021; J-BA-050; J-BA-150; J-BA-151; J-BA-152; J-BA-215; J-BA-220; J-BE-040; J-JB-026; J-JB-027). En este sentido, conviene reseñar, a modo de aclaración, que existe la posibilidad de que muchos de estos recintos se fundasen en el ocaso del siglo III a.C., en el contexto de las Guerras Púnicas. A nivel cerámico, las formas observadas corresponden a tipos característicos de la época, propias del alto Guadalquivir, cuya principal diferencia radica en la aparición de muchos de estos lugares de cerámicas importadas, aunque escasas, como ánforas grecoitálicas, ánforas Dressel 1 o barnices negros itálicos (LÓPEZ MARTÍNEZ 2018).

En torno al siglo I a.C., quizá en la antesala del cambio de era, una vez finalizadas las guerras civiles, el patrón de asentamiento sufriría un nuevo cambio, en esta ocasión orientado hacia la creación de núcleos en zonas llanas, más accesibles y con mayores facilidades para el desarrollo agrícola intensivo, favorecidas por su proximidad a ríos y arroyos (J-BA-055; J-BA-095; J-BA-145; J-BE-022; J-JB-030). Este nuevo modelo reflejaría un giro en las dinámicas económicas y sociales, consolidándose muchas de ellas a lo largo del siglo I d.C. como las principales villae en la región, actuando como unidades productivas esenciales. El grueso de estos asentamientos se integraría en la órbita de los municipios, pero no necesariamente en sus cercanías, funcionando como extensiones rurales que aseguraban el suministro de recursos y reforzaban la conectividad territorial dentro del entramado urbano-rural romano.

Las comunidades indígenas se encontraban en una fase irrevocable de inserción en los engranajes y estructuras del Imperio romano. Si bien, el registro arqueológico aún certifica la presencia de todo un conjunto de esquemas generativos a modo de habitus en las manifestaciones culturales, económicas y sociales entre las comunidades indígenas. La interacción cotidiana entre colonos y colonizados transformaría lentamente estas disposiciones, integrando elementos foráneos sin perder del todo su esencia indígena, configurando un mosaico cultural característico de la periferia del Imperio.

SOBRE LA MINERÍA EN ÉPOCA IBÉRICA

La presencia de ricos yacimientos minerales de cobre y plomo/plata desempeñó un papel crucial en la intensa ocupación de esta región del alto Guadalquivir durante tres grandes periodos cronoculturales: la Edad del Bronce, la época romana y la contemporánea (CONTRERAS CORTÉS y DUEÑAS MOLINA 2010). Sin embargo, desde finales de la Edad del Bronce hasta la etapa ibero-púnica, se produjo un abandono generalizado. A partir de entonces, las referencias de escritores greco-latinos como Diodoro (B.H., V, 36.1; V, 38.2-3) y Plinio (N.H., XXXIII, 96-97) destacan la relevancia de la minería en el sur peninsular durante época ibérica, con una explotación especialmente intensa tras la llegada de los cartagineses, en particular de la familia Barca. Probablemente, la necesidad de conseguir abundante plata para costear la lucha contra Roma durante la II Guerra Púnica fue una de las principales causas por la que se intensificaría la explotación de las minas de plata del sur y sureste de la península y se acuñaran las primeras monedas con leyenda local y bajo el patrón púnico en la zona (GARCÍA BELLIDO 1982: 140-142).

Pese a estas informaciones, en Sierra Morena oriental apenas existen evidencias arqueológicas que prueben que las minas de esta región fueran beneficiadas en momentos anteriores al s. II a.C., al igual que tampoco se han hallado restos de hábitat de esta época asociados a dichas minas. Los únicos vestigios documentados son restos de actividad metalúrgica en los yacimientos de Los Villares de Andújar y Kastilo/Cástulo, fechados en torno al s. VII a.C. (SOTOMAYOR MURO et al., 1982), y en la mina de cobre del Peñón del Águila (Andújar) (ARBOLEDAS MARTÍNEZ et al., 2014a). Por su parte, los únicos restos de poblamiento protohistórico en esta área minera son los niveles datados en el Ibérico Pleno documentados en la excavación del patio del Castillo de Burgalimar (ARBOLEDAS MARTÍNEZ et al., 2014b). Por tanto, el conocimiento de la minería y metalurgia ibera se ha limitado, en la mayoría de los casos, al hallazgo aislado y estudio de colecciones de piezas metálicas (hierro, bronce, plata etc.) procedentes de oppida, necrópolis y santuarios ibéricos.

El panorama en el resto de la península ibérica es muy similar al constatado en la región jiennense. Uno de los factores que pudo contribuir a esta escasez de indicios es la continua explotación de las minas en periodos posteriores, que habría borrado y ocultado las huellas de actividades más antiguas. Aun así, han ido produciéndose paulatinos hallazgos relacionados con la actividad minero-metalúrgica de época ibérico-púnica e ibero-romana como, por ejemplo, en Sierra Menera (Teruel) (FABRE et al., 2012) o en la Sierra Minera de Cartagena (ANTOLINOS MARÍN 2019).

Los restos de cultura material fechados entre los ss. IV a.C. y II a.C. hallados en el Cerro de Atalayones son las primeras evidencias arqueológicas en Sierra Morena oriental relacionadas directamente con la ocupación y explotación de las minas de esta región durante época ibero-púnica, confirmando así la información vertida por los autores clásicos. Estos descubrimientos coinciden con la hipótesis propuesta en estudios previos (ARBOLEDAS MARTÍNEZ 2010), según la cual, durante el periodo ibero-púnico, se habrían explotado preferentemente las minas situadas en las proximidades de los oppida de la región, en este Kastilo/Castulo.

Las labores mineras documentadas en la cuenca del río Guadiel y adscritas a época antigua son explotaciones a cielo abierto en forma de trincheras, producto del laboreo superficial del filón en toda su longitud. Este sistema de explotación consistía en aprovechar los crestones visibles en superficie de los filones, muy ricos en minerales de cobre. Los mineros antiguos evitaron, siempre que pudieron, explotar los yacimientos mineros a través de pozos y galerías, un método mucho más costoso que necesitaba una planificación previa y conllevaba más esfuerzo en términos de recursos y mano de obra.

Tras la conquista romana de la zona se inició la explotación de estas minas y la ocupación ordenada de este territorio, alcanzando cotas tan sólo superadas en época industrial. La implantación romana en Sierra Morena oriental llegó con la puesta en marcha de una explotación económica centrada, directa o indirectamente, en la actividad minero-metalúrgica a partir del s. II a.C., eje principal a partir del cual se articularía gran parte del poblamiento de estas cuencas mineras y toda una red viaria regional que uniría el interior del área minera con las principales ciudades del valle del Guadalquivir.

Como se ha señalado, el poblamiento en estas áreas mineras se caracterizó por su dispersión, más denso alrededor de los grandes campos filonianos, como Salas de Galiarda (Villanueva de la Reina), El Centenillo (Baños de la Encina) o La Carolina. La actividad extractiva intensiva y la producción de metales en instalaciones específicas, desarrolló aquí un tipo de poblamiento basado en poblados mineros y centros metalúrgicos situados en torno a las minas de plomo-plata y cobre, formando el trinomio poblado minero-mina-fundición, como por ejemplo la fundición Fuente del Sapo y las labores de los Filones Cobre y Matacabras y Cerro de Atalayones.

En definitiva, la explotación de las minas y la transformación del mineral en metal conllevó durante el ibérico final y la etapa romana republicana la creación de un poblamiento especifico que supuso una importante transformación del paisaje. Este patrón de asentamiento se mantuvo hasta el declive de la actividad minera a finales del s. I d.C., coincidiendo con el despegue de la explotación agropecuaria de las zonas de interior y la aparición de numerosos asentamientos rurales y villae.

ALGUNAS REFLEXIONES... A MODO DE CONCLUSIÓN

La conclusión inicial que se extrae del presente trabajo reside en la confirmación de un sólido sustrato ibérico en la cuenca del río Guadiel y, por tanto, la depresión Linares-Bailén. Tal afirmación, aunque pareciese baladí, no lo es. Y es que, como hemos advertido al comienzo del texto, las narrativas académicas asumidas durante décadas han obviado la presencia de la sociedad ibera en la región, invisibilizando su papel en las dinámicas que caracterizaron el alto Guadalquivir durante el I milenio a.C. Esta omisión no solo ha limitado la comprensión de los procesos históricos locales y regionales, sino que también ha perpetuado una visión sesgada que privilegia otros contextos más estudiados.

Este artículo intenta revertir esta realidad al incorporar una serie de evidencias arqueológicas que certifican y ayudan a reconstruir la acción de unas comunidades que orbitaron en un área ocupada por grandes oppida, en especial, Kastilo/Castulo. Se subraya la importancia de considerarlas como agentes dinámicos, cuya relación con estos emplazamientos y su entorno permitió la consolidación de un sistema espacial complejo, estrechamente vinculado a los flujos de intercambio y a los procesos de “apropiación territorial” que definieron el periodo ibérico, así como la posterior adaptación a nuevas coyunturas y estructuras de poder, particularmente tras la llegada de Roma.

No obstante, lejos de ser definitiva, la investigación sugiere la necesidad de continuar con la realización de estudios sistemáticos que aborden con mayor detalle aspectos internos, las interacciones con otras regiones y la evolución de las redes de intercambio a lo largo del tiempo. En definitiva, este enfoque abre nuevas perspectivas que demuestran la complejidad histórica del alto Guadalquivir en el marco de la Protohistoria peninsular.

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* Universidad de Granada, Departamento de Prehistoria y Arqueología, lopezmartinez@ugr.es, https://orcid.org/0000-0003-1448-1303; arboledas@ugr.es, https://orcid.org/0000-0002-6176-2717; jcarlosortegadiez@gmail.com https://orcid.org/0009-0001-8580-2904.

** Universidad de Salamanca, Dpto. de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología, juanjpad@usal.es, https://orcid.org/0000-0001-5107-4390.