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La teoría del proceso oponente

En los mamíferos superiores existen reacciones de tipo emocional muy complejas: el amor, el odio, la alegría, la frustración… tan complejas que la simple repetición de las mismas no da lugar a una sencilla habituación. Y hay que tener en cuenta que este contacto prolongado con estímulos desencadenantes de reacciones emocionales suele ser habitual, especialmente en los casos en los que la emoción es placentera o, adictiva.

Aunque, debido a su complejidad, parezca difícil someter a estudio experimental este tipo de reacciones, Solomon y sus colaboradores, especialmente Corbit, postularon en los años 70 una teoría basada en estudios con animales. Esta teoría, llamada teoría del proceso oponente, puede aplicarse también, como no podía ser de otra manera, a nuestra especie; y su nombre es muy adecuado, porque entenderlo supone entender la esencia de la teoría. La idea central de Solomon es familiar para la Psicología y la Filosofía: los organismos tienden a reaccionar cuando se produce un desequilibrio en alguna de sus funciones básicas. Para Piaget por ejemplo, las acciones del bebé (y del adulto) van encaminadas a lograr un equilibrio: el bebé llora, si tiene hambre, porque necesita equilibrar sus nutrientes, si es porque tiene miedo quiere aumentar su sentimiento de protección, y así en cada uno de los comportamientos: es la necesidad de recuperar algún equilibrio lo que nos mueve a la acción. De acuerdo con este principio, para Solomon, todo estímulo que desencadene una fuerte reacción emocional en el organismo, acarrea con ello un fuerte desequilibrio. Y para compensarlo, para restablecer el estado emocional que existía antes de la perturbación, el organismo despliega entonces el proceso oponente.

Pensemos en la ansiedad que produce para algunas personas el tener que hablar, o simplemente presentarse, en público. En este caso, el público constituye un estímulo complejo, de tipo social, que desencadena una reacción que incluye desde temblores hasta sudor, pasando por una aceleración en la tasa cardíaca. En la mayor parte de los casos esa reacción alcanza su pico en el momento en que el estímulo es percibido en toda su intensidad, es decir, cuando llegamos a la reunión o cuando decimos las primeras palabras. Entonces, aunque el estímulo siga presente, la ansiedad desciende hasta alcanzar un nivel más tolerable, menos dramático, y permanece en este nivel hasta que desaparece el estímulo. El freno a la ansiedad y su posterior descenso son el efecto del proceso oponente. Y en consecuencia, cuando el estímulo que desencadenó la emoción inicial desaparece, la emoción propia del proceso oponente resulta más intensa. En ese momento, tras finalizar la charla o la reunión, nuestro suspiro de alivio se sigue por una sensación que es casi de tristeza: de una enorme excitación, pasamos casi a la depresión; no es que estemos cansados, que también, sino que realmente parece que estemos vacíos.

El caso de los “adictos” a la adrenalina (paracaidismo, especialistas de cine, “jumping”, etc.) servirá para explicar lo que ocurre cuando nos habituamos, porque realmente “a todo se acostumbra uno”, a este tipo de emociones. En estos casos suele ocurrir que, con las sucesivas presentaciones, la excitación que produce el estímulo disminuye en intensidad (habituación), y cuando el estímulo desaparece (el paracaidista toca tierra por ejemplo), los efectos del proceso oponente son tan fuertes que resultan incluso molestos. En muchos casos ésta es la razón por la que se demanda una nueva exposición al estímulo más intensa que la anterior. Finalmente, en algunos casos, la idea ya no es experimentar la emoción inicial sino eliminar la sensación de vacío que aparece tras la finalización del estímulo. En cierta ocasión un especialista de cine realizaba una exhibición en la que tenía que pasar por un túnel de fuego, y cuando llegó al otro lado, inexplicablemente, giró sobre sí mismo para cruzar de nuevo el túnel en sentido inverso. Dijo después que “la ida” le había sabido a poco. De igual forma, los adictos a la cocaína o la heroína por ejemplo, terminan por suministrarse su dosis con el fin, ya no de experimentar los efectos iniciales de euforia o satisfacción, sino para alcanzar un estado normal que anule los efectos del proceso oponente.

Keywords: etología, psicología comparada, proceso oponente, emociones