Relatos

Algunos de los relatos nominados

Corteza seca

Es en algunos momentos, cuando te encuentres rodeado de oscuridad total, es posible que te deslices sin darte cuenta hacia el bosque en la montaña. No es algo que pueda pasarte con solo cerrar los ojos y apagar la luz, notarás el cuerpo entumecido y que algo va mal. Si no haces nada para evitarlo caerás al vacío. En medio de esta caída a la inexistencia existe el bosque, que te dará otra oportunidad de volver.

Te encontrarás en un suelo lleno de hojas caídas, las cuales pertenecen a todos los árboles que cayeron sin que nadie los escuchara. Al lado tuya tendrás una lámpara de aceite con la cantidad necesaria para volver, ni más, ni menos. Esto será lo único que te dará el bosque durante tu paso por el mismo, nunca te separes de ella.

Levántala y sostenla en la dirección en la que avances, ni muy lejos ni muy cerca de ti ya que, a pesar de que ningún objeto podrá dañarte en este lugar las sombras de estos tratarán de quedarse con tu cuerpo. Sólo tu propia sombra podrá protegerte de aquellas que tengas detrás. Una sombra muy pequeña perecerá en poco tiempo y una muy grande puede caer en la avaricia y tratar de acabar contigo y regresar por su cuenta, con tu cuerpo, al mundo.

Muévete siempre que sea posible cuesta abajo y trata de llegar al río, donde un puente iluminado te devolverá a casa. Sin embargo no te apresures hacia una luz sin haber visto antes el río. Esta puede pertenecer a otro viajero en el mejor de los casos que incluso sin pretenderlo puede iluminar tu sombra y matarte en el acto. También puede proceder de otros seres.

Mientras que sigas estás indicaciones volverás a tu mundo pero:

  • Nunca. Nunca des la espalda a las estatuas si no las ha cubierto antes tu sombra. Sus sombras no se limitarán a matarte.
  • No intentes subir la montaña, te quedarás sin aceite por muy rápido que vayas. Da igual lo cerca que parezca o las voces que te llamen desde arriba.
  • Recuerda. El bosque de la montaña es benévolo con la ignorancia. Sólo aquellos que hayan sido advertidos de su existencia y conozcan sus leyes podrán acabar allí.

Vacío

Percutían el suelo como si nacieran de un grifo averiado, al compás de un ritmo ininterrumpido, exceptuando los golpes sordos de algunas gotas contra su piel. Cálidas, serpenteaban trazando senderos de terciopelo que brillaban bajo la luz del baño. Sin embargo, no era capaz de sentir ni el calor ni la viveza de los colores. Tampoco el dolor del corte, que iba desde su ojo izquierdo hasta la comisura de su boca, deformándola en un rictus entre la angustia y la locura.

La primera noche comenzó a perder el tacto, la segunda sentía los sonidos como si fueran ruidos atenuados; la tercera noche la oscuridad parecía aún más negra. No sentía ni el sueño, ni el hambre ni la sed, ni siquiera podría asegurar que seguía respirando, ya que no notaba que el aire rozara sus labios, de la misma manera que no había sentido el cuchillo. Sufriría por no sentir, pero no podía sufrir porque no sentía.

La ausencia de referencias, de comunicación con el exterior, la mantenían en un estado similar a la levitación, imperturbable, en el que de lo único de lo que se cercioraba de tener el control era de sus conversaciones internas. Aún así, su mente era prisionera del bucle que repetía sus pasos de los últimos días antes del completo vacío, en busca de un porqué. Volvía de la universidad, cocinaba con sus compañeras de piso, y la olla de una de ellas se volcaba vertiendo el agua hirviendo sobre su pie. No se daba cuenta, sus amigas se asustaban pero a las horas ya era anécdota. En los tres próximos días llegaba el vacío, lo perdía todo y se enredaba en el bucle. Volvía de la universidad...

Pasaba el tiempo, seccionado en trozos de 72 horas exactas, pero sin conocer el número de secciones que acumulaba. Cocinaba con sus compañeras de piso...

No debería llevar demasiado tiempo en ese estado, porque seguía existiendo aún sin comer ni beber. Y la olla se volcaba vertiendo el...

Algo le rajó la cara, el suelo chocó contra sus pies y cientos de objetos impactaron contra su cuerpo en el mismo instante. Cuando abrió los ojos, se enfrentó cara a cara con una mujer de postura contorsionada. Estaba envuelta en un olor desagradable, proveniente de su propio cuerpo. Las magulladuras rellenaban los espacios de su piel visibles y una cicatriz iba desde su ojo izquierdo hasta la comisura de su boca. Estaba demasiado asustada como para moverse y huir de ese ser de pesadilla que no dejaba de mirarla con angustia y locura. Intentó dar un paso hacia atrás, pero las piernas le fallaron y cayó, sin llegar a tocar el suelo. Ya no había suelo. Un nuevo bucle se comenzaría a dibujar en su cabeza; se miran, intenta huir pero cae, la mujer parece caer con ella...

En el silencio de un piso abandonado, a las afueras de una ciudad, hay un espejo y un congelador. El espejo era abrazado por una sábana, hasta que fue devorada por unas polillas dejando ver el reflejo de una mujer. Desde entonces esa estancia está cerrada con llave. En el congelador, duermen dos chicas desde hace meses, con brazos donde los pies y cabezas en el vientre, a las que les falta más de la mitad del cuerpo. Una mano en una esquina oxidada se aferra a un cuchillo ensangrentado, resistiéndose a dar por inútil el que fue su último acto de resistencia.

Viva entre los muertos, muerta entre los vivos

Mi respiración entrecortada se cuela entre las grietas del silencio abrumador que me rodea.

Me siento perdida, desorientada.

En la oscuridad cegadora del que nunca ha conocido la luz sueño despierta con el exterior, surco las olas del aburrimiento y la desesperación caminando de lado a lado; dos pasos a la derecha, cuatro a la izquierda, tres hacia delante, seis hacia atrás, mi vida se ha visto resumida en un 2x3.

Encogida en una esquina mis latidos se acompasan con el reloj de cuco que nunca deja de marcar la hora, tic tac, tic tac, tic tac; de repente un ruido ensordecedor proveniente del exterior detiene mi corazón por un instante, tic, pero no así al tedioso reloj, tic tac.

Escucho un grito ahogado por susurros en lo que parece una lejanía inmensa, entrecortadas, logro captar ciertas palabras: “La sujeto...el contador...queda poco”. Tic, tac.

De repente, un miedo atroz se apodera de todos mis sentidos, comienzo a golpear las paredes de mi jaula mortal, no quiero morir, tic tac, no quiero, dejadme salir; todo ello, tanto esfuerzo en forma de desesperación, malgastado para nada, nadie me escucha, nunca lo han hecho, sé que hay gente ahí fuera, sé que me oyen, a veces me planteo incluso si pueden verme, pero ¿cómo se atreverían a mirarme, tic, cuando a mí me han negado el derecho a ver? Tac.

Una vez mi estado de ansiedad se reduce a un sollozo contenido durante demasiado tiempo, decido abandonarme a mis propias lágrimas buscando apoyo en lo único que he conseguido distinguir de las paredes en este 2x3, resbalando hasta el suelo conforme me apoyo en esta superficie ovalada. Es extraño, debe tratarse de algún tipo de cristal o vidrio, puesto que su tacto es frío, aun así, es lo más parecido a una sensación de cobijo que he podido sentir en todo este tiempo. Apoyada contra el inusual objeto, paso las noches, o al menos lo que pienso que lo son, ya que las voces del exterior se ensordecen en ese lapso, relegándose a un par de susurros esporádicos que enmudecen en cuanto intento corresponderlos. Se ha convertido en mi cama, mi hogar, esta esquina con este elemento frío es mi único lugar seguro en esta pesadilla de voces invisibles.

Oigo gritos en el exterior, entes desesperados corriendo de un lado a otro, chillándose entre sí, tic tac.

Me empiezo a angustiar.

Distingo entonces algo claramente: “Ha llegado el momento, tic tac, Erwin”.

Estoy presa del pánico, pero, de alguna manera, no debería estarlo, con la espalda rozando mi zona de confort, la vasija de cristal, ¿por qué habría de estado?

Siento entonces toda la tranquilad de la que fui privada en cuanto me encerraron, fuesen quienes fuesen, en esta cárcel sin luz. Una sensación de alivio se apodera de todo mi cuerpo y me hace sentir en paz conmigo misma. Tic...tac.

En el mar de mi tranquilidad, en el que ahora he hecho mi hogar, escucho un crujido, como cuando un vaso se rompe, viene de detrás de mí, de mi cama. Tic...tac.

Percibo un olor extraño, ácido, que va inundando mis pulmones, con cada calada de aire que tomo, más mía se convierte esa esencia.

Comienzo a perder la noción del yo, me encuentro mareada, los ojos se me cierran, tic.... y no consigo volver a abrirlos nunca más.

Digestión

Grabación holoauditiva...INICIANDO...

... Aquí el tripulante Urdir, médico y último superviviente de la nave colonia TAR-86 con destino Ghalinor. Tras cuatro rotaciones sigo sin recibir ninguna señal. En el exterior, el aire ha ido adquiriendo una solidez asfixiante. Aunque el planeta parece haber entrado en algún tipo de ciclo, dentro de la gruta el proceso parece más lento. A pesar de ello, el fluido invade la cavidad como una densa secreción luminiscente proporcionándome al menos algo de visión.

... El planeta no parece habitado. Este gas es... extrañamente pegajoso al contacto. Parece aumentar el calor corporal, dejando un leve escozor allí donde actúa. No ha debido pasar mucho tiempo, pero el ambiente en el interior refulge de manera incomprensible.

...No puedo dejar de rascarme, estas pústulas se extienden por mis extremidades como lentas arañas hinchadas de pus. Las costras exudan una especie de mucosidad disolvente... tengo demasiado calor. Siento... que estoy condenado al miedo.

... He perdido dos dedos de la mano derecha y no siento los pies, prefiero no mirar. Me temo... que estoy inmovilizado. La piel que solía aferrarse a mis brazos resbala ahora de los huesos y la infección se propaga ávida con dolorosa lentitud. Mis labios se inclinan como grotesca gelatina y la carne se escurre pausada como goterones de cera.

... El tiempo simula fragmentarse a mi alrededor... no recuerdo... cómo he acabado así. La parte inferior de mi cuerpo no es más que un viscoso charco marrón de podredumbre, las burbujas de la superficie encuentran un equilibrio del que carecen mis pensamientos. No puedo evitar realizar una de las inútiles acciones que todavía puedo emprender e inicio con mi lengua un innecesario paseo por mis encías. Algunos de mis dientes yacen a mi alrededor; los pocos que me quedan, se tambalean como diminutos murciélagos despertándose. Lo peor era el olor: aberrante por su inhumanidad.

... Si no pudiera continuar pensando, no sé si podría seguir considerándome humano. Mi corazón decae al percibir próximo el final de esta mutilación forzada... Aquí recostado de perfil sobre la roca... disminuido a mero colgajo de lo que fui... mi rostro (¿mi?) ha comenzado a fundirse sobre la superficie. Ya no puedo

no quiero

decir que sea mi cuerpo. Es un muñón indigesto.

El insoportable frío del vacío termina por aplastar mis pensamientos...

Left behind

Con el sonido de unos tacones pisando diferentes charcos y la respiración agitada, alguien de aspecto imponente, pero a su vez inseguro, se resguardaba de la débil lluvia bajo un oscuro paraguas y un abrigo rojo granate sin abrochar. Cualquiera lo diría, pero parecía tener prisa, más aun moviéndose entre las estrechas paredes de un callejón en mitad de la noche con tan solo la débil luz de la luna.

Nada más voltear la esquina, se paró, movió su mano derecha y sacó del bolsillo una fotografía un tanto peculiar. En ella se apreciaba una puerta desgastada de color rojo iluminada bajo la tenue luz de un pequeño farolillo. Tras dedicarle unos segundos a la imagen, volvió a guardarla y continuó con su viaje, caminando entre pasillos cada vez más oscuros y portando consigo misma un maletín desgastado. Poco tiempo pasó cuando empezó a acelerar su ritmo cardíaco, caminando más deprisa y dejando resbalar una gota de sudor desde su frente hasta la comisura derecha de su boca.

De fondo se escuchaban mil y un relámpagos, que resonaban por toda la ciudad, comenzando a llover de una manera más intensa y privando a la desconocida de la luz lunar. Solo quedaba oscuridad. Nada a la izquierda, nada a la derecha; únicamente el sonido de la descomunal tormenta que cubría la ciudad… Sin embargo, había algo más, algo que no dejaba de escuchar desde que emprendió ese viaje. Sentía consigo mismo la presencia de alguien, o tal vez, de algo…

Continuó caminando hasta que por fin llegó a un recoveco entre varios edificios donde una pequeña luz la acompañaba en la inmensa oscuridad. En ese momento sintió cierto alivio, aunque no podía dejar que esa sensación la invadiera pues el peligro acechaba a la vuelta de la esquina. Por ello, reanudó su marcha, cada vez más rápido, apreciando la imagen varias veces y evitando mirar atrás, con temeridad, pero firmeza, hasta que resbaló.

Cayó, desprendiendo vulgarmente el paraguas y soltando el maletín. Permaneció inmóvil en el suelo, dejando caer su largo y liso cabello rubio, y empapándolo de las impurezas que transportaba el agua; mojándose por completo y habiéndose lastimado el brazo izquierdo, con el cual impactó al caer. Uno de sus tacones se rompió, y el asa del maletín pasó a ser historia. Todo empeoró por un pequeño accidente, de tal manera que, abatida por la frustración, no pudo evitar derramar algunas lágrimas.

Sabía que llevaba demasiado tiempo caminando, pero también sabía que no era momento para llorar ni para arrepentirse de nada, debía seguir su camino; y con un vulgar gesto, aquella valiente mujer se levantó, se quitó los tacones y, tomando el maletín con ambas manos, comenzó a correr. Podría dolerle el brazo, o los pies al presionarlos junto con las imperfecciones del suelo, pero sabía que debía alcanzar aquella puerta roja como fuera, y nadie ni nada podía impedírselo.

Finalmente, acabó frenando al llegar a una pared. No había continuación ni ninguna posible escapatoria, solo un gran muro que no la dejaría pasar. Miró en todas direcciones, buscando alguna forma de escapar, pero no había más que ladrillos a su alrededor. Ya está, ese era el fin, y retroceder no era siquiera una opción. Fue entonces cuando el miedo la invadió, y decidió darse la vuelta. No había nada ni nadie, aunque tampoco desaparecía esa sensación de estar acompañada. Ella misma sabía la razón por la que corría, o más bien, huía. Fue entonces cuando, en mitad de la oscuridad, pudo divisar a alguien acercándose, una silueta casi tan negra como la oscuridad que tanto abundaba.

En un arrebato de pánico, dio la vuelta y comenzó a golpear la pared, asustada y siendo víctima de un terror inimaginable. La presión era mayor en ese momento que en cualquier otra situación que haya vivido anteriormente, así que no tenía apenas tiempo para pensar. Agarró el maletín con todas sus fuerzas y lo arrojó hacia arriba, sobrepasando el muro y cayendo por el otro lado. A continuación, se agarró fieramente a la pared y comenzó a escalarla como buenamente podía, tomando como base los pequeños ladrillos salientes y alguna que otra barra de acero. Sabía que no iba a ser tan fácil pues, de pronto, se le erizó la piel; algo la estaba agarrando del pie derecho, algo blando y pegajoso, algo como… ¿un tentáculo? No lo sabía, ni quería saberlo, y tras sacudir el pie agresivamente, acabó liberándose, consiguiendo así alcanzar lo alto del muro y dejándose caer hacia el otro lado.

La caída fue algo equivalente a unos seis metros, de manera que se fracturó el tobillo izquierdo, además de recibir un fuerte golpe en la frente. Por si fuera poco, impactó contra un suelo embarrado y lleno de piedras, pero aunque la situación siguiese empeorando, la pesadilla estaba llegando a su fin. En frente suya estaba la desdichada puerta, iluminada por ese pequeño farolillo que incluso la hizo sonreír. Esta se levantó, agarró el maletín con ambos brazos y, rebosando de entusiasmo y esperanza, corrió como nunca hacia la puerta. Por fin, después de todo, consiguió llegar.

Pero esta historia no tiene un final feliz.

De nuevo, un tentáculo la agarró del pie herido y la tiró al suelo. Comenzó a ser arrastrada y, aunque intentara agarrarse a lo más mínimo, veía como la puerta se alejaba cada vez más. Entonces, se detuvo. Alguien se agachó, se acercó a ella desde atrás y le susurró al oído mientras le cubría la boca con otro tentáculo “No debiste mirar atrás…”, con una voz ronca y ahogada.

La chica, aterrorizada, fue arrastrada hacia la oscuridad bruscamente, dejando escapar un gran grito ahogado y quedando todo en silencio. Aquel maletín quedó tendido sobre el suelo, mojado y abierto, con una pequeña foto de un niño en él.

La leyenda del Bosque de las Brumas

“Señor del Tiempo, alma de la Muerte, yo alejo todo sueño del que nunca despierte.”

Aquella canción sonaba aquella noche bajo la luna. Aquella joven la cantaba en el Bosque de las Brumas.

Bruma, bruma, bruma, bruma del lejano mar, aquel que te respire, no respirará nada más.

Oscura calígine, letal tu esencia, aquella que la mire no volverá a esta tierra.

Niebla, niebla, niebla, niebla solitaria y fría, solo tienes un deseo, solo pides una melodía.

La joven la canta, petición cumplida. Melodía sagrada y antigua salvará su vida.

Silenciosas entre las ramas, con la canción entre la niebla, persiguen a la joven mil argénteas cadenas

Enredadas en ella ahogaban su canto, ahogaban su voz, y su silencioso llanto.

Las cadenas desaparecen, la joven, muerta. Entre la bruma letal, el demonio viene a verla.

Alma de la muerte, señor del tiempo, el primer amor nacido en el infierno.

La nueva reina dormida en sus manos, la primera joven capaz de enamorarlo.

Nacida de alma pura, solo tuvo un pecado: su dulce belleza, que enamoró al diablo.