El niño sin deficiencia
auditiva, empieza a escuchar en el vientre de su madre. Tras su nacimiento, su
contacto con la realidad lo realiza a
través del oído y del la visión; aunque, este campo, sea bastante reducido. El
recién nacido sordo sólo tiene contacto con la realidad a través de las
relaciones táctiles y visuales. No tiene previsibilidad a través del ruido; por
lo cual, los sucesos le llegan de forma abrupta, a menudo, por el contacto con
su cuerpo.
Al niño sordo sólo le llegan
restos del lenguaje oral. Con ellos, debe construir un sistema, la Lengua, de
la que no posee la forma completa. En consecuencia, la comprensión y producción
del léxico es lenta, reducida e inestable. Todas las carencias anteriores,
dificultan la creación del lenguaje interior.
El niño sordo
tiene problemas emocionales que provienen de situaciones de miedo, angustia e
incomodidad; para él, su realidad es sólo la que está en su campo visual. Por
eso, el sujeto sordo se vuelve desconfiado, inseguro, egocéntrico, arisco e
incluso puede convertirse en un pequeño tirano, porque no entiende el porqué de
las sucesiones de las cosas. No puede tomar fácilmente una conversación grupal
o frena el ritmo de ésta.
El sordo no establece más
relaciones (sonido – hecho) de las que ve. Esto impide la formación del
desarrollo de la capacidad intelectual del sujeto. La realidad, la adquiere a
través de las informaciones visuales que pueden ser incompletas o deficitarias
y accede con mucha dificultad a lo abstracto y a los conceptos intelectuales.
De ahí, la importancia de poner un sistema de comunicación alternativo a su
alcance.