'EL ESCÉPTICO' Y SUS
EXCEPCIONES
Hace unos días se presentó en el Parque de
las Ciencias de Granada la revista El Escéptico, editada por la Sociedad
para el Avance del Pensamiento Crítico y dirigida por Luis Alfonso Gámez. Casi
todos los asistentes, entre los que se encontraban ilustres representantes de
la prensa local, coincidieron en que los objetivos de la nueva publicación no
pueden ser más encomiables: fomentar la reflexión, la duda, la razón y la
ciencia mediante el combate de la superstición y la irracionalidad. Así, por
ejemplo, son objeto de sus ataques la astrología, la homeopatía, el
curanderismo, la parapsicología, el espiritismo y la ufología. Asimismo,
arremeten contra los gurús de todas esas fes, y les recuerdan que afirmaciones extraordinarias
requieren pruebas también extraordinarias; que no es a los no creyentes a
quienes hay que pedir pruebas: el peso de la prueba recae sobre aquél que
propugna la realidad de algo. Por último, advierten de los peligros de la
extensísima difusión mediática de tanta tontería. Magnífico. Saludable.
Necesario.
Sin
embargo, como bien recoge el resumen que Ideal hizo de la presentación
de la revista, El Escéptico no entra en el debate entre razón y fe, y se
muestra muy respetuoso con las creencias religiosas. Esto significa que El
Escéptico se pone unos límites, hace unas excepciones, en su tarea desenmascaradora: las posibles irracionalidades y
supersticiones de las creencias y prácticas religiosas, incluyendo, por
supuesto (yo diría que sobre todo), las católicas.
¿Es
racional esa discriminación entre irracionalidades? A mi
entender, cubrir bajo el escudo de creencia religiosa unas aseveraciones
o unas prácticas no debería protegerlas del escrutinio crítico a que El
Escéptico somete todos los demás ámbitos: ¿merecen mayor respeto unas
creencias que otras sólo por el hecho de ser etiquetadas de religiosas o no?
Veamos brevemente algunos ejemplos de las incongruencias en que así cae la
nueva revista.
El
Escéptico
combate vigorosamente la popular creencia de que en muchos ovnis nos visitan
seres extraterrestres, y la de que en las prácticas espiritistas hay
comunicación con seres de ultratumba. En cambio, respeta la creencia en los
ángeles y en los propios espíritus, y en la comunicación, mediante la oración,
los rituales o las experiencias místicas, con algunos de estos seres del más
allá. ¿No hay tantas pruebas de unas cosas como de las otras?
El
Escéptico
califica de supersticiones o falsedades los fenómenos inexplicables para la
ciencia en que confían los creyentes de la parapsicología, del curanderismo, o
del poder mágico de las piedras. Sin embargo, respeta la creencia en los
milagros. Este es un punto especialmente "sensible", pues la
religiosidad popular se asienta en la fe en que algunos seres del más allá, y,
en ocasiones, también algunas personas vivas, pueden responder a las plegarias
y obrar milagros (aunque la capacidad "real" de hacerlos la tendría
exclusivamente Dios). Ese poder se adjudica también a representaciones
plásticas, generalmente locales, de esos seres, y a otros materiales, como el
agua bendita de lugares privilegiados. El conflicto entre la ciencia y la fe
aquí es radical e inevitable -¡pero cómo se evita!-, pues los milagros se
caracterizan, precisamente, ¡por ser hechos absolutamente irreductibles a toda
explicación natural!
Finalmente,
El Escéptico reprueba duramente, sobre todo, la gran difusión que en
prensa, radio y televisión tienen las creencias (no religiosas) infundadas o
fundadas en falsedades, dado el potencial peligro que para los individuos
concretos y para el conjunto de la sociedad supone la suspensión del espíritu
crítico: sólo el pensamiento crítico hace ciudadanos realmente libres. El
Escéptico se asigna una labor eminentemente educativa, de ahí que
destaque que "el principal activo
de toda sociedad es la juventud y es vital apartarla de la droga de lo paranormal,
de los traficantes de misterios". Sin embargo, El Escéptico respeta
no sólo la abundante presencia de manifestaciones religiosas en esos mismos
medios, sino incluso la impartición de la Religión
-con sus creencias indemostradas y sus milagros- como
una asignatura en la escuela. Sobre esto último no tendría nada más que decir
si no tuviera otras consecuencias negativas, que sólo puedo señalar aquí muy
brevemente: la sumisión de la razón a la fe y la pérdida de autonomía moral,
con el consiguiente aumento del riesgo de intolerancia. Si bajamos al terreno
concreto de los contenidos morales, se verá hasta qué punto puede ser
discutible la instrucción religiosa. Basten estos ejemplos: la religión
católica condena radicalmente la homosexualidad (y, por tanto, a un buen
porcentaje de los propios niños... y maestros) y los anticonceptivos (aunque
ello suponga, a escala planetaria, innumerables nacimientos más: incontables
muertes, inenarrable dolor).
En
definitiva, al señalar que no tiene una justificación racional El Escéptico
exceptivo, no quiero restarle fuerza (¡suscríbase, amigo lector!), sino
animarlo a ejercer su crítica sin excepciones, sin tabúes.
Por
mi parte, quiero evitar malentendidos dejando claro que aunque procuro criticar
racionalmente bastantes creencias (religiosas o no) y muchas actividades
proselitistas, lo hago con todo el respeto a los creyentes, y esperando ver
criticadas racionalmente mis propias ideas (con el mismo respeto hacia mí,
claro). Defiendo la libertad de creer en lo que se quiera, y de expresarse y
actuar en consecuencia -siempre que no se dañe a otros-... pero también la
libertad de criticar creencias y actitudes sin que eso se considere una
agresión inadmisible.
Fdo.: Juan Antonio Aguilera
Mochón
Profesor Titular de Bioquímica y Biología
Molecular de la Universidad de Granada
(Publicado en IDEAL el 18 de noviembre de
1998.)