A menudo se encuentra uno con una perspectiva
excesivamente simplista en la crítica política.
Se analizan los sucesos o acontecimientos sociales sólo
desde una óptica exógena, alejada de esa
comprensión endógena que podría
ofrecer una comprensión de la textura interna
de lo que ocurre. Tales análisis suelen vincular
lo que acaece, directa y horizontalmente, con Causas
(con mayúscula) objetivables, que coinciden con
Entidades (con mayúscula) del Poder (también
con mayúscula). Se echa de menos el estudio de
un vínculo vertical entre lo que ocurre y su génesis en el subsuelo cultural (siendo
éste visión del mundo, modus operandi y modus vivendi de un pueblo (con minúscula).
1. La diferencia entre "causa" y "génesis"
La causalidad y la génesis son cosas distintas.
La primera enlaza una causa englobante A con un efecto
englobante B. Por ejemplo, el Poder Eclesiástico
y la Semana Santa (se emplea aquí este
ejemplo sin intención alguna de carácter
religioso, sino por azar, por la sencilla razón
de que hace poco tiempo transcurrió en este lugar
sureño de Andalucía el conocido ritual
de las "procesiones", dentro de esa última
semana de la cuaresma que la iglesia católica
dedica a recordar la pasión, muerte y resurrección
de Jesús). Se trata ahí, en ese tipo de
análisis, de reducir el fenómeno al que
se llama "Semana Santa", en su totalidad,
a la condición de un efecto, causado por el Poder
de la Iglesia en el ámbito público. En
este plano de análisis las opiniones son fácilmente
derivables (e incluso previsibles). El creyente estará
conforme con esa ley causal y, probablemente, se limite
a matizar que tal "Poder" (el de la Iglesia)
no es constrictivo, arguyendo que, en realidad, se trata
de un "influjo positivo" que viene "demandado"
previamente por la "fe", una fe que, a su
juicio, anida en el pueblo mismo. El propenso a una
ácida crítica de esta tradición
estará conforme también con el diagnóstico
de esa ley causal y calificará a tal "Poder"
en términos de "derecha"/"izquierda"
y de "arriba"/"abajo". Dirá,
probablemente, que la "Semana Santa" es una
tradición que se sostiene aún debido al
imperio de la "derecha", aliada de la Iglesia
y actuante desde una "altura" (la de la gobernanza)
hacia "abajo", es decir, hacia el pueblo,
engatusándolo y controlándolo mediante
la sujeción a una tradición. El que escribe
no tiene especial predilección por esta tradición.
Pero considera que es un buen ejemplo para ilustrar
la diferencia entre macro y micro-política, habida
cuenta de la polémica que ha causado en España
(opiniones enfrentadas, pero nunca de visión
estereoscópica, de unidad micro y macro).
Pues
bien, tal análisis parece simplista, venga de
un lado, venga del opuesto. Evita tal análisis,
en efecto, el estudio de la génesis, que es otra
cosa. Preguntar por la génesis de un fenómeno,
como decimos, no es interrogar sobre las Causas. Consiste
en dirigirse a investigar el modo en que algo "llega
a ser" desde sí mismo, desde su fondo. Tomando
como referencia el ejemplo, consiste en interrogarse,
más o menos, de este modo: ¿Cómo
llega un pueblo, el andaluz en este caso, a "reconocerse"
a sí mismo en los rituales de Semana Santa?
¿Cuál es el proceso por el que se "ajusta"
a esos rituales? Pues ocurre que el pueblo no es sólo
agente pasivo (como si sólo obedeciera prescripciones
externas, sino también agente activo, en la medida
en que posee, desde sí, motivaciones que generan
su actitud, aunque tal actitud fuese la de la obediencia).
Pues bien, podríamos decir que el estudio de
las causas es un estudio macrológico o macro-político,
mientras que el de la génesis es micrológico
o micropolítico.
La
necesidad de realizar un análisis simultáneamente
macro y micrológico del mundo social ha sido
reivindicada por M. Foucault. G. Deleuze continúa
esta senda de un modo deslumbrante. Esta doble mirada o mirada estereoscópica exigida a la
crítica socio-política posee una potencia
que hoy no es aprovechada lo suficiente (y decir esto
no implica comprometerse con la totalidad del pensamiento
deleuzeano). Se hará aquí, querido lector,
un resumen muy sintético de esta doble mirada y, a continuación, una aplicación, seguiendo
el ejemplo de estudio al que se ha hecho alusión.
El que escribe no enjuicia este fenómeno (el
de la Semana Santa). Simplemente, insistimos,
se lo toma como un ejemplo que nos parece muy apropiado
para esclarecer el nexo entre micro y macro-política.
2. La diferencia entre macro y micropolítica (recurriendo a G. Deleuze)
El
problema aparece, sobre todo, en Mil Mesetas.
Gesticule.
Mueva un brazo. En ese movimiento hay dos dimensiones
imbricadas. Macrológicamente, se trata del movimiento
que se puede observar, medir, dibujar o describir geométricamente.
Micrológicamente, se trata del conjunto de "intensidades"
o "fuerzas" que dinamizan invisiblemente el
movimiento: si es realizado, por ejemplo, para llamar
la atención de un amigo al que no se ha visto
desde hace mucho tiempo y que está alejado, envuelto
en una multitud, es un enmarañado conjunto de
relaciones intensivas, como las de "deseo de encuentro",
"ansiedad por si el otro no recibe la llamada en
forma de gesto", "incomodidad por no poder
acercarse al amigo más rápidamente, debido
a que media un grupo muy apiñado de personas",
"expectativa de recordar viejos tiempos",
etc... ¡Una ingente cantidad de intensidades relacionadas
entre sí! Bien, basta ahora percatarse de que
la dimensión micrológica no es "externa"
respecto a la macrológica: es inmanente a ella,
pues todas esas intensidades están realmente
incorporadas al movimiento del brazo, otorgándole
una forma determinada, un estilo concreto y preciso.
Traslademos
esto al conjunto de lo que llamamos "sociedad".
La dimensión micrológica (invisible pero
activa) es un conjunto de intensidades que surgen de
los individuos y que se cruzan o enlazan entre sí:
deseos, expectativas, filias, fobias, valoraciones o
estimaciones en curso, propensiones, hábitos...
Esta dimensión micrológica es llamada
por Deleuze "dimensión molecular".
Y es pre-individual. Esto es importante. En efecto,
aunque haya "sujetos con intencionalidad",
lo que surge de ellos, este conjunto de intensidades,
constituye un haz de relaciones recíprocamente
afectantes; y resulta que tal conjunto es mayor que
la suma de sus partes, pues cada uno puede afectar a
conciencia e intencionadamente, pero nadie puede controlar
los efectos lejanos de esa afección. La dimensión
molecular, pues, escapa, tomada como un todo, a la suma
de voluntades individuales. Posee su propio dinamismo,
que es, entonces, pre-subjetivo. La dimensión
macrológica, por su parte, es el modo en que
la anterior, la micrológica, adopta una forma
visible y tangible: instituciones, agrupaciones, poderes
diversos, legislaciones, normas de convivencia (explícitas
o implícitas), etc. A esta dimensión la
llama Deleuze "dimensión molar".
Ambas
dimensiones son inseparables. Son haz y envés,
o bien dos caras heterogéneas de una misma moneda.
La molecular in-siste o sub-siste como un entramado
intensivo de afecciones recíprocas. La molar
es la encarnación representable de la molecular.
Es central, en este punto, destacar que, siendo caras
de una misma moneda, entran en contradicción
o litigio. Y ello por la siguiente razón. La
dimensión molecular posee un carácter
DIFERENCIAL. Las intensidades se relacionan por su diferencia.
Es más, es la diferencia entre ellas la que conecta
y lleva a cabo la relación. Este tipo de relación
tiene la forma de una "síntesis disyuntiva".
El conjunto es un entramado de síntesis disyuntivas.
Tal entramado es un "rizoma" y el modo en
que un rizoma se auto-organiza es de carácter
caosmótico. Hemos intentado aclarar, en este
mismo blog, estos conceptos.
En cambio, la dimensión molar posee un carácter
OPOSICIONAL. En ella la diferencia es disuelta y se
sustituye por la oposición rígida entre
puntos de vista que son, a priori, contrarios entre
sí. Si, siguiendo el ejemplo anterior, levanto
un brazo para llamar la atención de un amigo
que contemplo en la lejanía, los mil impulsos
invisibles del mundo molecular se tejen y destejen,
entran en relaciones y hacen en ellas un complejo enjambre.
Pero hacia fuera el movimiento es, ineludiblemente,
contemplado en términos binarios: o consigue
llamar la atención del amigo, o no lo consigue.
Lo oposicional-binario pertenece al ámbito de
lo representable. En lo representable social o político
lo justo y lo injusto, lo conforme y lo impertinente...
todas estas parejas oposicionales se reparten el espectáculo
de lo que sucede. Pero en profundidad no ocurre así.
En la profundidad invisible se mueve un enmarañado
caosmos de tendencias vinculadas y en movimiento.
3. Ejemplo. Perspectiva sobre la Semana Santa andaluza en Rafael Cansinos Assens
La tradición de la Semana Santa andaluza es ancestral.
Todo el mundo posee el imaginario habitual en su cabeza:
imágenes de Jesucristo y de la Virgen María
llevadas a hombros por aguerridos devotos y una colectividad
que sigue a ese "paseo" extraño por
la ciudad.
En el nivel molar, en el nivel macro-político,
se han manifestado este año dos posiciones polares
(A y no A de modo exacto, siendo cada una la inversión
de la otra). No nos detendremos en explicitarlas en
sus casos particulares. Baste decir que tienen la forma
siguiente:
A: La Semana Santa es signo del dominio de la Iglesia
en una sociedad que es laica. Constituye un "opio
para el pueblo". Debe ser extirpada.
No A: La Semana Santa es una tradición y debe
ser conservada. Expresa la religiosidad de un pueblo.
A y No A son OPUESTOS. No hay en esa oposición
ningún tipo de consideración a la dimensión
micro-política. Quiere decir esto que no están
hablando más que de una "imagen externa",
exógena, respecto a lo que juzgan. Como hemos
dicho, el que escribe no desea posicionarse de ningún
modo. Sólo quiere mostrar que tales posiciones
son abstractas y que podrían convertirse en posiciones
más atinadas, más finas y delicadas, si
echaran un vistazo a la dimensión molecular o
micro-política. Esta otra dimensión es
interpretable, no es "objetiva", necesita
siempre un estudio hermenéutico. En cualquier
caso, si se realizase conjuntamente, A y No A se verían
obligados a perfilar mejor sus opiniones. A y No A seguirían
siendo opuestas tras esta otra mirada. Y ello es ineludible.
Ahora bien, resulta que serían empujadas a darse
a sí mismas una forma más inteligente.
No vamos a realizar un análisis desde nosotros
mismos de la dimensión molecular. Simplemente
ofrecemos al lector un ejemplo. Rafael
Cansinos Assens, un escritor español que
no se distinguía precisamente por ser "de
derechas", interpreta este fenómeno en La
copla andaluza (Granada, 1985). He aquí,
literalmente, algunas de sus magníficas calas en el asunto:
"¿Habremos de creer que el alma popular
de Andalucía es ya de por sí tan refinada
que nada nuevo puede añadirle la aristocracia
del arte, tan ligera y sutil que el arte la grava con
una carga que la agobia? ¿O será fuerza
creer que esa poesía andaluza es una herencia
de razas extinguidas o sofocadas -de árabes,
de judíos...- cuya voz, contenida por una cultura
extraña y por un miedo y un pudor, sólo
encuentra su timbre en los momentos de la inconsciencia
pasional, cuando se eleva con un paradójico deseo
-puesto que grita- y la ilusión de no ser escuchada,
pronta a callarse en cuanto logra un auditorio? (...)
¿Qué misterio de desencanto y de desconfianza
altiva hay en esta esquivez andaluza? (...) ¿Qué
drama de todo un pueblo se expresa en esta cuita de
amor, qué drama de todo el pueblo que sólo
salvó la guitarra del desastre en que perdió
el salterio y el salmo, las aras y los dioses?"
(pp. 48-49).
"La experiencia histórica parece haberse
convertido en la experiencia individual de estas gentes,
que, según ha dicho un poeta de la tierra, Manuel
Machado, 'Todo lo ganaron y todo lo perdieron'; gentes
que fueron sucesivamente fenicias, griegas, hebreas,
árabes, hispanas, y que ahora llevan el nombre
de sus invasores, los vándalos; de estas gentes
que adoraron tantos dioses distintos, y vieron sucederse
tantos imperios efímeros, y que, finalmente,
han quedado, a fuerza de persecuciones y violencias,
unidas en el culto exterior de la Cruz, pero con nostalgias
de ídolos y de medias lunas. El andaluz está
hecho a perder; pero conserva, sin embargo, el gusto
a perder, la pasión de la pérdida, como
un jugador de buena ley" (p. 54).
"El drama de la mujer caída es el drama
andaluz por excelencia, al lado de ese otro drama del
hombre delincuente, aunque mejor sería decir
sencillamente el drama del amor, pues para el amor vive
Andalucía y de él se derivan todas sus
fatalidades (...) El hombre malo hace caer a la mujer
buena en los burdeles; la mujer mala empuja al hombre
a la prisión y al patíbulo. Entonces ambos
lloran sus cuitas en la compañía aborrecible
o en la soledad, y se absuelven, culpándose uno
a otro o invocando el destino. Víctimas del amor,
siéntense inocentes y piden la canonización
en el arte" (p. 68).
"De igual modo que la mujer caída es una
Magdalena, el hombre caído es un Buen Ladrón
del Evangelio, y podría ser un santo por la fuerza
de la contrición. El hampa andaluza está
llena de sentido místico porque está llena
de sentido trágico, y admite en su estilización
literaria el paralelismo con la alegoría religiosa.
El hombre andaluz es un hombre lanzado a los caminos
por un impulso pasional (...) despojando a los ricos
para socorrer a los pobres. En ocasiones viene a ser
una suerte de Redentor delictuoso, un hombre de corazón,
que suplanta por el león al cordero en la heráldica
evangélica y que se inmola a su modo por los
oprimidos, desafiando a la Ley soberana; en todo caso,
un hombre de fatalidad" (p. 69).
"En los cuadros de Romero de Torres, la mujer caída,
la Magdalena andaluza, tiene la enérgica belleza
de un Cristo dispuesto a aguantar todas las lanzadas
y los azotes, las profanaciones todas de los sayones
del amor, más aquella suprema que no sufrió
el Hijo del Hombre. El artista trata a estas tristezas
de la carne con una reverencia de pinceles que les confiere
dignidades de imágenes sacras" (78)
"Los sentimientos difusos e individuales del alma
andaluza han hallado una expresión colectiva
en ese credo católico que tanto trabajo le costó
al principio aceptar; ese credo, importado a golpe de
espada por los conquistadores, ha sido al fin el suyo,
y en la teología católica ha llegado a
ver expresados el pueblo andaluz sus más caros
misterios. Del Nazareno y la Dolorosa ha hecho las personificaciones
visibles de su propia tragedia, y en ellos ha visto
su propio dolor enaltecido en apoteosis. (...) El pueblo
andaluz irrumpe en esos tesoros místicos y se
los apropia para sus fines. Hace de ese drama el drama
de la Mujer y el Hombre y les da a esos símbolos
un sentido profano y vital. La mujer no es la Madre
divina del Evangelio, ni el hombre el Nazareno divino:
son el hombre y la muer que aman y pecan y sufren pasión
por las pasiones (p. 62). Y ellos parecen decir al Nazareno
que la hermosura, el valor, el amor mismo son incompatibles
con la santidad, y que es preciso aguardar a los otoños
de la vida para que florezcan los lirios morados de
la contrición. Ese pueblo andaluz, tan vivo,
tan sensible, tan penetrante, no concibe la santidad
sino como una deficiencia y una atonía. Refuerza
el sentido a la parábola de las vírgenes
locas, y exalta, no a las que mantienen encendida la
lámpara hasta la llegada del esposo, sino a las
que, impacientes y ávidas, se lanzan con ella
a los caminos. Esos hombres y esas mujeres no quieren
salvarse por los méritos de la pasión
de Cristo y de su Madre, sino por los de su propia pasión.
Quieren ser santos por el martirio de su carne y de
su alma. Y [en los rituales de Semana Santa] surgen
las Magdalenas y los bandidos buenos, esas formas de
las santidades pecadoras" (pp. 63-64).
|
Lo importante no está en si el que observa e
interpreta conductas de su pueblo, Rafael Cansinos, lleva o no
razón. Lo importante no radica en si ha interpretado
adecuadamente. Lo importante reside en que se ha situado
en el orden pre-representativo, pre-fáctico.
Se hunde en lo invisible y, con ello, ofrece una visión
que puede ser utilizada para una micro-política.
Independientemente de que se esté de acuerdo
con él o no, obliga a la macro-política
a hacerse más inteligente, menos burda en sus
opiniones.
El encierro en la cápsula de lo macro-político
olvida y arruina la riqueza de lo micropolítico.
Hace proliferar opiniones banales y faltas de sentido,
absurdas por abstractas. Micro y macro-política
deberían ser dos caras de una misma moneda, siendo
puestas siempre una junto a la otra.
|