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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Ni los hunos ni los hotros. Sobre el conflicto catalán
20 / 10 / 2019


Dejando a un lado los detalles cinematográficos, creo que la última escena de la película de Amenábar sobre Unamuno, Mientras dure la guerra, puede ser muy instructiva en el presente, tanto español como global. Lo importante de la narración que ahí culmina reside en esa actitud que el filósofo español alguna vez emblematizó en la expresión "Ni los hunos ni los hotros". El fondo de esa actitud es admirable, porque se pone en obra a lo largo de una vida en la que los hunos o los hotros han querido protagonizar el espacio político y raptarlo, sometiendo su complejidad a una lógica perversa. Creo que esa unamuniana regla de inteligencia se puede aplicar al conflicto al que asistimos a propósito de las protestas en Cataluña. Pero, al aplicar esta actitud o regla, es necesario ir precisando algunos aspectos fundamentales de su sentido, pues puede ser malinterpretada.

1) Contra la lógica oposicional resentida y camuflada

La regla de inteligencia "Ni los hunos ni los hotros" se aplica a una situación socio-política que ha disuelto la diferencia en oposición. En la diferencia entran en litigio posiciones heterogéneas, de manera tal que es supuesta siempre la admiración recíproca frente al recíproco desprecio, tal y como deseaba Aristóteles al defender, como expresé en otro lugar, que la base última de la política reside en la pública filía (amistad pública). En la lógica oposicional, por el contrario, la heterogeneidad es eliminada en favor de un tipo de lucha en la que cada uno se hace a sí mismo —es decir, logra su identidad— partiendo exclusivamente de la negación de un otro. Su base es el resentimiento y es nihilista, pues reduce el ser de los que están en pugna a una nada huera, a la "nada de sí" que es el "contra todo lo demás".

Es importante, pues, señalar que los hunos no son los unos, del mismo modo que los hotros no son los otros. Los hunos son los unos vaciados de ideas que alcanzan su unidad y le dan importancia a su unidad sólo cuando están contra los hotros. Los hotros, inversamente, son los otros que crean el significado de su otreidad por el camino indirecto de la negación de los hunos, envileciendo la otreidad con la hotreidad. [Esta lógica oposicional resentida, por cierto, había propuesto analizarla hace un tiempo en los términos de esa figura miserable del espíritu a la que Hegel dio el nombre de Infatuación de la conciencia]

Y bien, ¿cómo se expresa esta cuestión en el caso del conflicto catalán? Se expresa convirtiendo el complejo problema de la articulación entre Constitución, por un lado, y poder constituyente del pueblo, por otro, en un encuentro de negaciones. Mientras unos pocos piensan cómo reconfigurar la pluralidad de España (tal vez del modo federal), los hunos se refugian en que la ley es invulnerable; y no es así, pues la ley, en una democracia, no es un órgano puro e intocable. Puede y debe ser transformada en virtud de los cambios sociales que lo exijan. Los hotros, por su parte, no ofrecen un contenido a lo que defienden, no ofrecen una idea de su diferencia en términos de valores y cualidades que les son propios y que, supuestamente, merecerían la independencia (o una relación distinta) para sostenerse; basan su identidad, desde hace años, en el simple y exclusivo fenómeno mismo de actuar contra: contra una supuesta opresión o dominio por parte de los unos. Con ello, los hunos y los hotros han secuestrado la política española desde hace años, marcando la jerarquía de los problemas y la dirección de los pactos entre partidos.

A ello, además, contribuyen los intelectuales (así se llaman a sí mismos y eso anhelan) que los defienden. En particular, lo que defienden las protestas en Cataluña hacen el ridículo al presuponer que toda protesta del pueblo, o de una parte del pueblo, es "justa" y "digna" por el hecho de ser una protesta. No. Esa posición es fruto de un romanticismo huero y anormativo. Porque, en tal caso, carecemos de criterio. La gente también se puede manifestar y encolerizarse por estupidez.


2. Contra el sincretismo y la actitud equidistante: apelar a una cambio cualitatativo de la sociedad en su profundidad


"Ni los hunos ni los hotros" no coincide con la posición de un sincretismo. El sincretismo consiste en tomar de unos y otros sólo lo que gusta o interesa, con total independencia de si son compatibles y con la intención de construir un huno atractivo contra un hotro (o a la inversa). Es una posición oportunista y falseadora. Pero es eficaz. Es muy útil para lo que piden los tiempos: estar en todas partes y en ninguna, aprovechando todo lo que "suene bien". Se hace desde que el 15 M fue absorbido y secuestrado por la ideología: se trata de tomar un poquito de aquí y otro de allá más algunas cosillas de acullá, si es que así, con ese refrito, se logra la expectativa de alcanzar mayor ranking en el mundo del espectáculo. Por mucho que el partido político Podemos, por ejemplo, me haya podido entusiasmar en sus inicios, me ha defraudado fundamentalmente por su ramplón sincretismo, que he criticado alguna vez. En general, el sincretismo es peligroso, pues es una hierba que se alimenta de todas las hierbas posibles y las agota. Curiosamente, incurre en él menos la persona "a pie de calle" que el que pone todo su ánimo en quedar como "intelectual del pueblo". Tal tipo de intelectual es contra el que protege el dictum unamuniano "Ni los hunos ni los hotros". Pues lo que quería decir Unamuno es, también, que el pensamiento no puede ser capturado por la política; que el pensamiento debe comprometerse políticamente manteniendo su diferencia con la política. Este tipo de intelectual, el "intelectual del pueblo" o "revolucionario profesional", que ahora disfruta de tantos púlpitos, aspira inconscientemente a la posición platónica del rey-filósofo. No piensa-con-los-otros, sino que, aparentando hacerlo, piensa que él es el que piensa por y para los demás. Para ello, desdeña al pensamiento que trasciende lo político y, situado sólo en el campo político, quiere liderar el conflicto entre los hunos y los hotros. Incurre en un politicismo que se hace a sí mismo invulnerable a toda crítica: es un dogmatismo reductivista, encubierto de "compromiso social", que suele apelar a la filosofía cuando, en realidad, la está condenando: margina cualquier diagnóstico filosófico de la crisis del presente que intente ir más allá del análisis (necesario pero insuficiente) del capitalismo neoliberal, bajo el cual no habría más fondo civilizacional. Es un ideologicismo que se extiende por doquier, según el cual sólo hay, en la sociedad, "ideologías": un politicismo ideologicista. Situado ahí, en este reductivismo, el supuesto pensador echa mano del sincretismo para destellar entre la gente y manipular sus opiniones. Así, invoca simultáneamente, por ejemplo, a Marx, a Nietzsche, a Gramsci, a Lyotard, a Zizek.... o a la filosofía de quien sea, según convenga, según quede más bonita la cuestión. Que se trate de posiciones incompatibles entre sí da igual. Este pensador no quiere abrir un espacio nuevo. Interviene constantemente en la arena política en ausencia de un planteamiento de fuste, coherente internamente, en ausencia de un marco pensado en silencio, más allá del trasiego de las posiciones inmediatas y ocasionales. Y eso es lo que Unamuno también critica. Lo que siempre pretendió Unamuno fue pensar contra la crisis de espíritu que estaba, en su época, por debajo de la oposición entre los hunos y los hotros, ofreciendo así ideas para pensar lo humano de otra manera.

Pues bien, ¿qué aportan las posiciones en disputa respecto a esto otro, respecto a lo humano en cuanto tal, hoy en riesgo? Desde hace mucho tiempo, la poltica española (junto con la europea) nada tiene que aportar. Tampoco en el caso de las reclamaciones por parte de los independentistas catalanes.

Las sociedades occidentales tienen un grave problema en la actualidad. Hemos alcanzado un "modo de vida", un modo de "existir en colectividad", para el cual han desaparecido las preguntas fundamentales. De mayor a menor. ¿Qué tipo de "humanidad" es la que está siendo pisoteada en general, en este mundo globalizado? Está siendo pisoteada una humanidad libre de diferencias en riqueza, una humanidad libre del poder de los mercados, libre de la xenofobia, libre de la racionalidad instrumental que convierte a todo en una "cosa". En particular, ¿qué es Europa más allá de la lucha competitiva por las mercancías? ¿Qué tipo de valores están por encima de los intereses particulares y pueden dirigir a Europa en cuanto valores cualitativos? Más en particular, ¿qué puede hacer el Sur, esta forma de vida y de visión del mundo del Mediterráneo, al que pertenecen todas las comunidades españolas y que tiene un vínculo de fondo con el mundo latinoamericano, qué puede hacer este Sur para enriquecer la idea de "lo humano" desde su propia especificidad, desde su propia creatividad, desde su propia cultura, su arte, su pensamiento, su literatura, sus formas de proceder y de "habérselas con las cosas"? Más en particular, ¿Qué puede hacer Andalucía, el País Vasco, Cataluña y cualquier comunidad española, para enriquecer la idea de lo humano desde su forma de vida, sus creaciones, su arte, su literatura, su filosofía, su pensamiento, su cultura, en suma?

Es la idea de lo humano lo que está en cuestión hoy. Es eso fundamentalmente y lo demás es huida o ceguera. Lo humano equivale hoy por doquier a simple "cosa", a simple mercancía, a simple interés individualista, a simple herramienta productiva, a simple... Lo humano, en cuanto tal, está vaciado de sentido. Esta nada de lo humano necesita una colectividad capaz de levantarse contra los poderes existentes y aportar ideas con contenido que puedan ofrecer un sentido "cualitativo" a lo humano en cuanto tal, que es realmente lo que está en juego hoy, en la comunidad de los seres humanos y valgan las redundancias.

En tal contexto global, esta lucha por la identidad de una colectividad precisa que contemplamos se me presenta como una forma de huida respecto a los verdaderos problemas que he mencionado. Todas estas revueltas en Cataluña son triviales, carecen de significación para los problemas reales. Y que sí, que se puede cuestionar la forma de pertenencia a España e incluso pedir la independencia. Que sí. Que eso es una lucha legítima, si todo un pueblo catalán o su mayoría así lo experimenta. Pero que no intenten confundir. En esa lucha -¡que, como digo! (pues luego vienen los malentendidos)- puede ser legítima si la mayoría del pueblo catalán así lo experimenta, no veo ningún propósito que tenga que ver con los grandes problemas ante los que hoy estamos enfrentados. No veo un interés revolucionario por cambiar la idea de lo humano, que hoy está pisoteada, maltratada, vilipendiada.


"Ni los hunos ni los hotros" es un rechazo lanzado al modo en que los grandes problemas de la colectividad actual son ignorados, lanzados al vertedero de la indiferencia, mientras se simula atenderlos a través de una oposición huera entre hunos y hotros.

No se trata tampoco de un situarse "equidistante". Tampoco es una retirada del juego político so pretexto de que hunos y hotros son igualmente reprochables. Al contrario, la reprobación contra ambos se hace pública, fehaciente, y afirma la independencia de juicio respecto al presente, la autonomía del ciudadano respecto a la lógica oposicional de dos combatientes resentidos. Es una toma de posición, pero una toma de posición expresa y valiente a favor de una idea que pide el presente, de una idea de comunidad que "no está presente" ni en un lugar ni en otro y que, sin embargo, se hace notar precisamente porque falta, porque está ausente y porque esa ausencia duele de verdad: la idea de una ausencia mucho más presente que todas las presencias, una presencia de lo despresente en el presente contra el presente.

Más acá del sincretismo, más allá de la equidistancia y a resguardo de la tentación del descompromiso, el unamuniano "ni los hunos ni los hotros" expresa la falsedad del litigio mismo entre dos pretendientes igualmente despreciables, denuncia que ese litigio ocupe el lugar central en el presente, que se instale como motor del devenir social y segregue los verdaderos problemas, los problemas que trascienden la oposición omnipresente de los que se disputan el mundo público. "Ni los hunos ni los hotros" tiene la fuerza de apelar a una comunidad distinta, a una comunidad no regida por la lógica oposicional que invade el espacio de lo público; invoca una comunidad-otra, una comunidad de interpelación recíproca, en la que se trata de convencer más que de vencer. Frente a las mitologías que suelen crecer al abrigo de las emociones inmediatas, este gesto pide un sólo tribunal divinizado: el de la inteligencia, la única instancia que merece un "templo".