Dejando a un lado los detalles cinematográficos, creo que
la última escena de la película de Amenábar sobre Unamuno, Mientras dure la guerra, puede ser muy instructiva en
el presente, tanto español como global. Lo importante de
la narración que ahí culmina reside en esa actitud
que el filósofo español alguna vez emblematizó
en la expresión "Ni los hunos ni los hotros".
El fondo de esa actitud es admirable, porque se pone en obra a
lo largo de una vida en la que los hunos o los hotros han querido protagonizar el espacio político
y raptarlo, sometiendo su complejidad a una lógica perversa.
Creo que esa unamuniana regla de inteligencia se puede
aplicar al conflicto al que asistimos a propósito de las
protestas en Cataluña. Pero, al aplicar esta actitud o
regla, es necesario ir precisando algunos aspectos fundamentales
de su sentido, pues puede ser malinterpretada.
1) Contra la lógica oposicional resentida y camuflada
La
regla de inteligencia "Ni los hunos ni los hotros"
se aplica a una situación socio-política que ha
disuelto la diferencia en oposición.
En la diferencia entran en litigio posiciones heterogéneas,
de manera tal que es supuesta siempre la admiración
recíproca frente al recíproco desprecio,
tal y como deseaba Aristóteles al defender, como expresé
en otro lugar, que la base última de la política
reside en la pública filía (amistad pública). En la lógica
oposicional, por el contrario, la heterogeneidad es eliminada
en favor de un tipo de lucha en la que cada uno se hace a sí
mismo —es decir, logra su identidad— partiendo
exclusivamente de la negación de un otro. Su base es el
resentimiento y es nihilista, pues reduce el ser de los que están
en pugna a una nada huera, a la "nada de sí"
que es el "contra todo lo demás".
Es importante, pues, señalar que los hunos no
son los unos, del mismo modo que los hotros no son los otros. Los hunos son los unos vaciados de ideas que alcanzan su unidad y le dan importancia
a su unidad sólo cuando están contra los hotros. Los hotros, inversamente, son los otros que crean el significado de su otreidad por el camino
indirecto de la negación de los hunos, envileciendo
la otreidad con la hotreidad. [Esta
lógica oposicional resentida,
por cierto, había propuesto analizarla hace un tiempo en
los términos de esa figura miserable del espíritu
a la que Hegel dio el nombre de Infatuación
de la conciencia]
Y bien, ¿cómo se expresa esta cuestión en
el caso del conflicto catalán? Se expresa convirtiendo
el complejo problema de la articulación entre Constitución,
por un lado, y poder constituyente del pueblo, por otro, en un
encuentro de negaciones. Mientras unos pocos piensan
cómo reconfigurar la pluralidad de España (tal vez
del modo federal), los hunos se refugian en que la ley
es invulnerable; y no es así, pues la ley, en una democracia,
no es un órgano puro e intocable. Puede y debe ser transformada
en virtud de los cambios sociales que lo exijan. Los hotros, por su parte, no ofrecen un contenido a lo
que defienden, no ofrecen una idea de su diferencia en
términos de valores y cualidades que les son propios y
que, supuestamente, merecerían la independencia (o una
relación distinta) para sostenerse; basan su identidad,
desde hace años, en el simple y exclusivo fenómeno
mismo de actuar contra: contra una supuesta opresión
o dominio por parte de los unos. Con ello, los hunos y los hotros han secuestrado la política española
desde hace años, marcando la jerarquía de los problemas
y la dirección de los pactos entre partidos.
A ello, además, contribuyen los intelectuales (así
se llaman a sí mismos y eso anhelan) que los defienden.
En particular, lo que defienden las protestas en Cataluña
hacen el ridículo al presuponer que toda protesta del pueblo,
o de una parte del pueblo, es "justa" y "digna"
por el hecho de ser una protesta. No. Esa posición es fruto
de un romanticismo huero y anormativo. Porque, en tal caso, carecemos
de criterio. La gente también se puede manifestar y encolerizarse
por estupidez.
2. Contra el sincretismo y la actitud equidistante: apelar a
una cambio cualitatativo de la sociedad en su profundidad
"Ni
los hunos ni los hotros" no coincide con
la posición de un sincretismo. El sincretismo
consiste en tomar de unos y otros sólo
lo que gusta o interesa, con total independencia de si son compatibles
y con la intención de construir un huno atractivo
contra un hotro (o a la inversa). Es una posición
oportunista y falseadora. Pero es eficaz. Es muy útil para
lo que piden los tiempos: estar en todas partes y en ninguna,
aprovechando todo lo que "suene bien". Se hace desde
que el 15 M fue absorbido y secuestrado por la ideología:
se trata de tomar un poquito de aquí y otro de allá
más algunas cosillas de acullá, si es que así,
con ese refrito, se logra la expectativa de alcanzar mayor ranking
en el mundo del espectáculo. Por mucho que el partido político
Podemos, por ejemplo, me haya podido entusiasmar en sus inicios,
me ha defraudado fundamentalmente por su ramplón sincretismo,
que he criticado alguna vez. En general, el sincretismo es
peligroso, pues es una hierba que se alimenta de todas las hierbas
posibles y las agota. Curiosamente, incurre en él menos
la persona "a pie de calle" que el que pone todo su
ánimo en quedar como "intelectual del pueblo".
Tal tipo de intelectual es contra el que protege el dictum unamuniano "Ni los hunos ni los hotros".
Pues lo que quería decir Unamuno es, también, que
el pensamiento no puede ser capturado por la política;
que el pensamiento debe comprometerse políticamente manteniendo
su diferencia con la política. Este tipo de intelectual,
el "intelectual del pueblo" o "revolucionario profesional",
que ahora disfruta de tantos púlpitos, aspira inconscientemente
a la posición platónica del rey-filósofo.
No piensa-con-los-otros, sino que, aparentando hacerlo, piensa
que él es el que piensa por y para los demás. Para ello, desdeña al pensamiento que trasciende lo
político y, situado sólo en el campo político,
quiere liderar el conflicto entre los hunos y los hotros.
Incurre en un politicismo que se hace a sí mismo
invulnerable a toda crítica: es un dogmatismo reductivista,
encubierto de "compromiso social", que suele apelar
a la filosofía cuando, en realidad, la está condenando:
margina cualquier diagnóstico filosófico de la crisis
del presente que intente ir más allá del análisis
(necesario pero insuficiente) del capitalismo
neoliberal, bajo el cual no habría más fondo civilizacional. Es un ideologicismo que se extiende por doquier, según
el cual sólo hay, en la sociedad, "ideologías":
un politicismo
ideologicista. Situado ahí, en este reductivismo, el
supuesto pensador echa mano del sincretismo para destellar entre la gente y manipular sus opiniones. Así, invoca
simultáneamente, por ejemplo, a Marx, a Nietzsche, a Gramsci,
a Lyotard, a Zizek.... o a la filosofía de quien sea, según
convenga, según quede más bonita la cuestión.
Que se trate de posiciones incompatibles entre sí da igual.
Este pensador no quiere abrir un espacio nuevo. Interviene constantemente
en la arena política en ausencia de un planteamiento de
fuste, coherente internamente, en ausencia de un marco pensado
en silencio, más allá del trasiego de las posiciones
inmediatas y ocasionales. Y eso es lo que Unamuno también
critica. Lo que siempre pretendió Unamuno fue pensar contra
la crisis de espíritu que estaba, en su época,
por debajo de la oposición entre los hunos y los hotros, ofreciendo así ideas para pensar lo
humano de otra manera.
Pues bien, ¿qué aportan las posiciones en disputa
respecto a esto otro, respecto a lo humano en cuanto
tal, hoy en riesgo? Desde hace mucho tiempo, la poltica española
(junto con la europea) nada tiene que aportar. Tampoco en el caso
de las reclamaciones por parte de los independentistas catalanes.
Las sociedades occidentales tienen un grave problema en la actualidad.
Hemos alcanzado un "modo de vida", un modo de "existir
en colectividad", para el cual han desaparecido las preguntas
fundamentales. De mayor a menor. ¿Qué tipo de "humanidad"
es la que está siendo pisoteada en general, en este mundo
globalizado? Está siendo pisoteada una humanidad libre
de diferencias en riqueza, una humanidad libre del poder de los
mercados, libre de la xenofobia, libre de la racionalidad instrumental
que convierte a todo en una "cosa". En particular, ¿qué
es Europa más allá de la lucha competitiva por las
mercancías? ¿Qué tipo de valores están
por encima de los intereses particulares y pueden dirigir a Europa
en cuanto valores cualitativos? Más en particular, ¿qué
puede hacer el Sur, esta forma de vida y de visión del
mundo del Mediterráneo, al que pertenecen todas las comunidades
españolas y que tiene un vínculo de fondo con el
mundo latinoamericano, qué puede hacer este Sur para enriquecer
la idea de "lo humano" desde su propia especificidad,
desde su propia creatividad, desde su propia cultura, su arte,
su pensamiento, su literatura, sus formas de proceder y de "habérselas
con las cosas"? Más en particular, ¿Qué
puede hacer Andalucía, el País Vasco, Cataluña
y cualquier comunidad española, para enriquecer la idea
de lo humano desde su forma de vida, sus creaciones, su arte,
su literatura, su filosofía, su pensamiento, su cultura,
en suma?
Es
la idea de lo humano lo que está en cuestión hoy.
Es eso fundamentalmente y lo demás es huida o ceguera.
Lo humano equivale hoy por doquier a simple "cosa",
a simple mercancía, a simple interés individualista,
a simple herramienta productiva, a simple... Lo humano, en cuanto
tal, está vaciado de sentido. Esta nada de lo
humano necesita una colectividad capaz de levantarse contra los
poderes existentes y aportar ideas con contenido que
puedan ofrecer un sentido "cualitativo" a lo humano
en cuanto tal, que es realmente lo que está en juego hoy,
en la comunidad de los seres humanos y valgan las redundancias.
En
tal contexto global, esta
lucha por la identidad de una colectividad precisa que contemplamos
se me presenta como una forma de huida respecto a los verdaderos
problemas que he mencionado. Todas estas revueltas en Cataluña
son triviales, carecen de significación para los problemas
reales. Y que sí, que se puede cuestionar la forma de pertenencia
a España e incluso pedir la independencia. Que sí.
Que eso es una lucha legítima, si todo un pueblo catalán
o su mayoría así lo experimenta. Pero que no intenten
confundir. En esa lucha -¡que, como digo! (pues luego vienen
los malentendidos)- puede ser legítima si la mayoría
del pueblo catalán así lo experimenta, no veo ningún
propósito que tenga que ver con los grandes problemas ante
los que hoy estamos enfrentados. No veo un interés revolucionario
por cambiar la idea de lo humano, que hoy está pisoteada,
maltratada, vilipendiada.
"Ni los hunos ni los hotros" es un
rechazo lanzado al modo en que los grandes problemas de la colectividad
actual son ignorados, lanzados al vertedero de la indiferencia,
mientras se simula atenderlos a través de una oposición
huera entre hunos y hotros.
No se trata tampoco de un situarse "equidistante". Tampoco
es una retirada del juego político so pretexto de que hunos y hotros son igualmente reprochables. Al contrario, la
reprobación contra ambos se hace pública, fehaciente,
y afirma la independencia de juicio respecto al presente, la autonomía
del ciudadano respecto a la lógica oposicional de dos combatientes
resentidos. Es una toma de posición, pero una toma de posición
expresa y valiente a favor de una idea que pide el presente, de
una idea de comunidad que "no está presente"
ni en un lugar ni en otro y que, sin embargo, se hace notar precisamente
porque falta, porque está ausente y porque esa ausencia
duele de verdad: la idea de una ausencia mucho más presente
que todas las presencias, una presencia de lo despresente
en el presente contra el presente.
Más
acá del sincretismo, más allá de la equidistancia
y a resguardo de la tentación del descompromiso, el unamuniano
"ni los hunos ni los hotros" expresa
la falsedad del litigio mismo entre dos pretendientes igualmente
despreciables, denuncia que ese litigio ocupe el lugar central
en el presente, que se instale como motor del devenir social y
segregue los verdaderos problemas, los problemas que trascienden
la oposición omnipresente de los que se disputan el mundo
público. "Ni los hunos ni los hotros"
tiene la fuerza de apelar a una comunidad distinta, a una comunidad
no regida por la lógica oposicional que invade el espacio
de lo público; invoca una comunidad-otra, una comunidad
de interpelación recíproca, en la que se trata de convencer más que de vencer. Frente a las mitologías
que suelen crecer al abrigo de las emociones inmediatas, este
gesto pide un sólo tribunal divinizado: el de la inteligencia,
la única instancia que merece un "templo".
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