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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo |
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio.
Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar. |
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El concepto de "ideología" y sus usos incorrectos |
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¿Qué
es una "ideología"? Uno de los mitos
del flamante siglo XXI consiste en interpretar todo
lo que sucede como expresión de un posicionamiento
"ideológico". Es una propensión
que se palpa en el tipo de libros que más se
venden, en artículos de opinión, en los
juicios que se realizan en la red... Cualquier fenómeno,
cualquier suceso, es convertido en "efecto"
de una "causa ideológica" por esta
inercia que se extiende. Algo ocurre y acto seguido
es enjuiciado como si fuese esencialmente "progresista"
o "conservador", "patriarcal" o
"feminista", "opresivo" o "liberador",
"colonialista" o "decolonial", etc.
El problema ahí camuflado es sutil. En un mundo
que muestra cada vez más intensamente sus rostros
amenazantes es lógico -¡y deseable!- que
emerja una actitud crítica capaz de poner a prueba
las pretendidas bondades de lo que se nos presenta.
De hecho, la cantidad de textos que ponen en jaque a
nuestro modelo de existencia social, comunitaria o civilizatoria
y que podemos encontrar en las librerías, así
como la densidad de los flujos desenmascaradores que
discurren por las redes, expresan una actitud crítica
que, a todas luces, es necesaria y que merece no sólo
respeto sino también admiración. Lo problemático,
entonces, no reside en la crítica en cuanto tal.
Reside en un supuesto de su proceder que se va incrementando,
a saber, la auto-posición crítica como
"ontología", como un modo de comprender
el "ser" de lo que sucede. Que un suceso o
una forma de praxis estén impregnados de connotaciones
"conservadoras", "colonialistas",
"machistas", etc. (habría muchos más
ejemplos) no implica que estos rasgos pertenezcan a
la "naturaleza intrínseca" de dicho
suceso o de dicha forma de praxis y tampoco que su aparición
esté determinada por ellos. Para generalizar:
que X pueda ser calificado como "ideológicamente
Y" no implica que Y sea la naturaleza de X o su
causa.
Catedral de Notre Dame, París
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Un ejemplo. El 16 de abril del año en curso un
lamentable incendio dañó gravemente, como
se sabe, Notre Dame. Aunque al principio del
suceso se extendió un sentimiento de pesadumbre,
aflicción y tristeza, pasado ya el impacto afectivo
comenzaron a surgir en la red una multitud de comentarios
que incitaban a restarle importancia a lo sucedido -dado
que se trataría de un símbolo del catolicismo,
que no merece tanto respeto-, alusiones al exceso de
celo de los que lamentaban el incendio -aduciendo que
este exceso se debía a una conciencia aun no
lo suficientemente "decolonial"- y hasta opiniones
que hacían de lo acontecido algo digno de alegría
porque Notre Dame fue obra del patriarcado.
Ante tales "juicios desenmascaradores" uno
se queda atónito. ¿En qué se está
convirtiendo el espíritu crítico? Todo
se somete al rasero de la política. La política
se cree hoy ciencia mater, clave de bóveda del
edificio del porvenir. Que el ser humano sea un "animal
político" (Aristóteles) significa
que todo, en el ser humano, pertenece a su "ser
comunitario", no que todo haga relación
a la "ideología". El "ser comunitario"
es mucho más hondo y denso que el "ser en
la ideología". ¡Qué estrechamiento
de lo político si comparamos la comprensión
griega originaria sobre su sentido con la que empieza
a dominar en la modernidad y termina prevaleciendo en
nuestros días! Notre Dame es un símbolo
de nuestra existencia en común, más allá
de nuestros duelos ideológicos. No se limita
a ser expresión de "clase" o de "dominio".
Es, por mucho que lo ideológico pueda connotarlo,
expresión de disposiciones humanas que desbordan
lo ideológico: es, por ejemplo, expresión
de la conciencia humana de su finitud y de su relación
con lo trascendente infinito (y esto es anterior a toda
determinación político--ideológica).
Y es arte, ante todo arte, obra de una actividad, la
artística, que jamás podrá ser
apropiada por las categorías de la gobernanza.
Es como decir que el tipo de moral pensado por Inmanuel
Kant es expresión fundamental del "patriarcado"
¿Es el "imperativo categórico"
que ordena cumplir las promesas expresión de
un mundo dominado por el varón?
En todos estos casos cobra forma el error mencionado:
lo ideológico se toma no sólo como rasgo de un suceso o de una práctica, sino, más
allá, como su causa o razón
suficiente. Es necesario poner en tela de juicio
este mito. ¿Qué decimos cuando le adjudicamos
a algo una "causa" ideológica como
la razón de su existencia? Cuando lo hacemos
estamos, sin saberlo, asumiendo la noción de
"ideología" del marxismo clásico.
Esta noción es la que subrepticiamente rige la
falacia que aquí se comenta. Y es que ha sido
la interpretación marxista de "ideología"
la que ha triunfado en el presente. Al poner en tela
de juicio esta concepción no se desprecia (¡de
ningún modo!) al marxismo en su totalidad, pues
esta corriente posee muchas caras o rostros, muchos
de los cuales pueden ser asumidos abandonando, al mismo
tiempo, otros. Analicemos sucintamente la noción
de "ideología" en el marxismo.
Antes de nada habría que decir que el término
"ideología" ha tenido diferentes significados
hasta ahora. La entrada
correspondiente en el Diccionario de Filosofía
de Ferrater Mora nos proporciona un compendio
bastante nutrido de esos significados. El artículo
siguiente es también, nos parece, un buen recurso
para recorrer la historia de este concepto: Estenssoro,
Fernando, "El concepto de ideología", Revista de Filosofía, nº 15 (2006),
pp. 97-111.
Podríamos
distinguir en ese conjunto de significados, a nuestro
juicio, dos grupos. En primer lugar, aquellos que tienen
que ver, no directamente con lo político, sino
con la teoría del conocimiento, es decir, con
la teoría filosófica que se ocupa de indagar
cómo conocemos, qué facultades intervienen
en el conocimiento y qué límites posee
éste. En segundo lugar, los que se aplican directamente
a lo político.
Al primer grupo pertenece, precisamente,
la línea de pensamiento en la que se utilizó
por primera vez el término. Se trata de los "ideólogos"
franceses del siglo XVIII. El iniciador de esta corriente
y el creador de la palabra fue Destutt de Tracy. En
su Élements d'ideologie entendió
por "ideología" la ciencia de las ideas,
una ciencia que daría cuenta del modo en que
se generan los conocimientos. Este punto de partida
estuvo muy influido por el sensualista Condillac, que,
a su vez, se basó en el pensamiento de Locke,
bebiendo de la tradición empírica y racionalista.
En Ensayo sobre el origen del conocimiento humano (1746). Condillac defendía que el origen
de las ideas son las sensaciones. De un modo general,
la "ideología", tal y como la toma
esta escuela o línea de pensamiento, en tanto
ciencia de las ideas, tiene por objeto el origen de
las ideas y sus combinaciones, y por método el
rigurosamente analítico. Ahora bien, a este objeto
y método de la ideología se añadía
la convicción de que esta ciencia, al ocuparse
de las ideas, esclarece, finalmente, la manera en que
el hombre piensa y, consecuentemente, la forma
en que es posible el progreso en las ciencias, así
como en el mundo de lo social, lo político y
lo moral. Esta consecuencia es la que liga, por vez
primera, a la ideología, en cuanto ciencia,
con la política. De ahí que los ideólogos no fueran meros intelectuales, sino miembros activos
de la agitada revolución francesa, convencidos
de poder erigirse en líderes del progreso social
y económico de la nación. Tal actitud
es la que propicia el traspaso del concepto de ideología
del ámbito filosófico al político.
De hecho, las posiciones políticas de los ideólogos
franceses suscitó una recriminación
por parte de Bonaparte según la cual la escuela
se dedicaba a cuestiones abstractas, a teorizar por
teorizar sobre la sociedad, la política y la
economía, intentando dirigir arbitrariamente
al pueblo basándose en vanos fundamentos racionales.
Marx en 1875
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El segundo grupo de significados de ideología toma como punto de partida este supuesto implícito
y lo conduce a consecuencias más complejas, ligando
el sentido de lo ideológico a lo político
de forma directa. Como hemos señalado, la teoría
marxista, en este contexto, ha sido la que ha triunfado.
A continuación resumo tal teoría sobre
la idología, para lo cual es necesario introducir,
siquiera someramente, algunos principios generales de
su compromiso filosófico.
Noción marxista de idología
y supuestos teóricos
La
noción marxista clásica de ideología se comprenderá mejor en el contexto de los
supuestos filosóficos del marxismo clásico
más básicos y generales. Son los siguientes:
a) Concepción del ser humano: realización
a través del trabajo y el trabajo enajenado
[Texto aconsejado. Marx. K., Manuscritos.
Escritos en 1844, no publicados en vida (1818-1883).
Inéditos hasta casi 50 años después
de su muerte. Primer
manuscrito. Parte “El trabajo enajenado”]
Se
puede decir que, para el marxismo, el ser humano es,
fundamentalmente, un hacer-se. Su ser se
hace en la relación transformadora que mantiene
con su medio a través del trabajo. El sujeto
se realiza a través de su obra, de aquello
que produce transformando su medio.
A lo largo de la historia, sin embargo, el trabajo no
realiza al ser humano, sino que lo enajena (o aliena),
debido a que la sociedad se organiza en dos clases,
la de aquellos que son dueños de los medios de
producción y los productores. La historia es
la escena en la que se pone en movimiento el dominio
de una clase sobre la otra. La distinción de
clases adopta tres rostros: entre señor y esclavo (sociedades arcaicas, esclavistas),
entre señor feudal y vasallo (feudalismo) y entre burgués y proletario (capitalismo).
La enajenación (de la clase sometida) es la imposibilidad
de realización objetivadora, pues el
objeto del trabajo es arrebatado por la clase dominante
(pérdida del objeto); a ello se une
la consecuente pérdida de sí mismo (desrealización) y la supresión del ser genérico (es decir, de la expresión
de un sentido genérico en la realización
de la obra, pues ésta no es meramente singular,
no es esta cosa, sino su modelo o tipo, que
resulta comprensible, además, por el ser humano
en su universalidad.
b)
Estructura dialéctica de la historia
Es una tesis fundamental del marxismo aquella según
la cual el paso de una sociedad a otra no es arbitrario
o casual, sino que se rige por leyes dialécticas.
En este punto, el marxismo aplica la comprensión
hegeliana de la racionalidad histórica, pero
invirtiendo su idealismo en un materialismo. Una ley dialéctica está constituida
por tres momentos necesarios:
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1. Afirmación. Se trata de un equilibrio entre
las fuerzas productivas, por un lado, y las relaciones sociales derivadas
de ellas, por otro.
2. Negación. Ruptura del equilibrio anterior.
Las fuerzas productivas se desarrollan,
avanzan, dejando finalmente obsoletas a las relaciones
sociales. La contradicción entre ambas
conduce a una situación insostenible, hasta
que las relaciones sociales anteriores son sustituidas
por unas nuevas.
3. Superación. Establecimiento de una nueva
sociedad en la que se han impuesto las nuevas
fuerzas productivas y las relaciones sociales
que se han hecho necesarias.
En el Manifiesto Comunista Marx y Engels
expresan esta dinámica legal dialéctica
a propósito del paso de la sociedad feudal
a la capitalista (Marx, K./ Engels, F., Manifiesto
Comunista, Centro de Estudios Socialistas K. Marx, México,
2011, pp. 31-33).
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c) Superestructura e ideología
Supuesto todo lo anterior, puede ahora ser esclarecido el significado marxista de "ideología". Todo depende aquí de la correlación entre la infraestructura (las fuerzas productivas y sus relaciones sociales vinculadas) y la superestructura ideológica. En esta última se expresa la primera (el substrato material de una sociedad) en el medio de las ideas. Éstas conforman, en general, la «conciencia», tanto acerca de sí misma como de la realidad, que es articulada por el mundo simbólico de una sociedad. Tal conciencia manifiesta los intereses de la clase social dominante, es un reflejo de las condiciones materiales, que constituyen el motor de la historia. La ideología, esta conciencia social interesada y dependiente de la organización del trabajo de acuerdo con las fuerzas productivas y las relaciones sociales que las acompañan, se corporeiza en formas jurídicas, en una organización política, en el proceso social e intelectual, etc.
Es fundamental, en este punto, subrayar el orden de determinación que va desde las fuerzas productivas a las relaciones sociales y de ambas a la ideología:
"En la producción social de su existencia -dice Marx- los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio jurídico y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina [bedingen] el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia" (Contribución a la crítica..., pp. 4-5. Puede resultar de interés al respecto todo el prólogo). Pero la ideología no se limita a conformar todo el mundo simbólico, jurídico, etc., sino que da lugar a una forma de proceder y de interpretar lo que nos envuelve: Forja, así, un "modo de vida", un modo de vida fraudulento, enajenante, alienante, pues estamos, bien mirado, ante una "falsa conciencia" en la que todo aparece al revés: el orden burgués opresor es presentado como justo. Por lo demás, la ideología, que es derivada respecto a las condiciones materiales, es tomada como objetiva y como fuente de todo lo que acontece en la sociedad: se sustantiviza. En la ideología "los hombres y sus relaciones aparecen invertidos y la conciencia se sustantiviza" (V., en relación a todo esto, La ideología alemana, pp. 19-20 y pp. 25 y ss.)
Volviendo a nuestro problema inicial, podemos comprobar ahora cómo el uso del término ideología en la actualidad, en el seno de muy diferentes movimientos de reivindicación o de protesta, se compromete, sin saberlo la mayor parte de las veces, con postulados de la herencia marxista que, de conocerlos, tal vez serían rechazados. Cuando decimos, como se va haciendo habitual, que Notre Dame bien podría desaparecer en las llamas porque es expresión de una ideología opresora (religosa, patriarcal, etc.) estamos dando por sentado que ese producto cultural, esa catedral, esa obra de arte, es enteramente un resultado de la falsa conciencia, de los modos de pensar y de la forma de vida generados a partir de condiciones materiales del trabajo (fuerzas productivas y relaciones sociales determinadas por ellas). Decimos, entonces, que Notre Dame no posee un "ser" más allá del que le confiere su génesis económica. Decimos que su "ser" se agota en la materialización de una imagen ilusoria del mundo surgida a partir de un modo de producción. Pero la ideología es, al mismo tiempo, lo que gobierna ese hacer del ser humano a lo que llamamos política. Tomamos, así, a la ideología, no meramente como un influjo que, proveniente del poder, haya co-determinado su significado, su sentido. Decimos que es la causa primera de esa realidad a la cual llamamos Notre Dame. Pero, en ese caso, admitimos solapadamente que Notre Dame no tiene un origen en la tendencia humana a dar forma a sus sentimientos estéticos (arte), en sus anhelos (profanos) de lo infinito (símbolo del cual sería su construcción) o de su tendencia al sentimiento religioso. En suma: damos por supuesto que todos los productos culturales humanos, el arte, la religión, la filosofía, el derecho, etc. son expresiones lejanas de intereses de clase y, más profundamente, de modos de producción económica. Este reductivismo, que hace depender todo producto humano al interés ideológico del poder, convierte a la cultura humana -entendida como el conjunto de propensiones, anhelos, interpretaciones, valoraciones, etc. que constituyen un modo de vida y un modus operandi- en un fuego fatuo. La cultura, de este modo, sería tan sólo la expresión de un poder y de una política (reductivismo politicista). Y lo mismo hacemos si afirmamos que la historia humana es la historia del patriarcado o la historia del colonialismo: no concedemos sólo que el patriarcado o el colonialismo han empapado la historia de la humanidad, sino que presuponemos que la historia de la humanidad, en cuanto tal, tiene por causa al patriarcado o al colonialismo y, en general, que es enteramente un constructo ideológico germinado desde la relación económica con el medio.
No es este el espacio para justificar nuestra tesis, a saber, que la civilización humana posee dos caras, la cultural y la socio-política, siendo la primera el último substrato de lo humano, constituido por propensiones relacionadas en forma de problemas vivientes y en curso, y la segunda la materialización de esta problematicidad invisible cultural en respuestas sociales y políticas. El lector interesado puede rastrear nuestra tesis en El ocaso de Occidente, Herder, Barcelona, 2015, Parte I. Baste señalar que quien opina con el estilo anteriormente señalado se compromete con una visión de la sociedad que convierte a todo lo simbólico en ideología. Con eso, sí, bastaría. Pues señalar que, además, el que así opina se compromete con una comprensión dialéctica de la historia, podría parecer demasiado arbitrario siendo, por el contrario, completamente correcto.
El marxismo no es, por sí mismo, una concepción de lo humano y de la realidad que haya que tirar por la borda. Nos ha proporcionado un legado del cual podemos extraer preciosas y potentes armas para la crítica. Ahora bien, quien lucha contra desigualdad, contra el poder de clase, contra la opresión en nuestro modo de trabajo, tiene dos opciones: o aceptar los presupuestos del marxismo en su totalidad o tomar del marxismo aquellos ingredientes que considere oportunos e injertarlos en otra concepción. Lo que significa optar por el politicismo y el economicismo (¡y el ideologicismo, podríamos concluir!) o por una creatividad que recoge frutos del marxismo y los integra en un orden de pensamiento propio.
BIBLIOGRAFÍA
Marx, K., Manuscritos. Economía y filosofía, Madrid, Alianza, 1993 [original: 1844]. Primer manuscrito.
Marx, K./Engels, F., La ideología alemana, Barcelona, Grijalbo, 1970 [escrita entre 1845 y 1846]. Capítulo I.A (pp. 16-27).
Marx, K./Engels, F., Manifiesto comunista, Madrid, Akal, 1997 [Original: 1847]
Marx, K., Contribución a la crítica de la economía política, Madrid/México, Siglo XXI, 2008 [original: 1859]. Prólogo.
Marx, K., El capital, México, F. C. E., 1946, vol. I, pp. 36 y ss.
Concluimos la reflexión partiendo de la hipótesis que defendemos, ya indicada. Si la cultura no es un mero constructo ideológico, si es fondo telúrico generador de vida humana en colectividad, entonces, por "ideología" se podría entender (desde esta otra perspectiva) lo siguiente: generación de una pseudo-cultura a partir de ingredientes puramente políticos.
He aquí dos ejemplos de ideología en este sentido:
1. Caracterización de la "enfermedad mental" como manifestación del "pecado". Terapia católica del "desorden mental". La influyente Guía de Nerviosos y de Escrupulosos, del Padre Raymond, a principios del siglo pasado. Traducido al español en 1913.
2. La interpretación del "destino" de España como "segundo pueblo elegido", después del judío. El destino de España en la Historia Universal, de 1940, escrito por Zacarías García Villada y asumido, en la dictadura de Franco, como acervo importante de la Real Academia de Historia en aquel tiempo.
[Entrada relacionada: ¿Qué es el marxismo? Algunas incongruencias actuales sobre este concepto] |
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