En favor del capital, de su creciente presión, hay otras
dos fuerzas opresivas que, a lo largo de la modernidad, han ido
creciendo junto a él y que se entrecruzan con sus logros
en las sociedades contemporáneas, convirtiéndose
en gigantescas inercias que lo refuerzan. Una de ellas es la del funcionalismo operativo o procedimental, la fuerza ciega que impulsa
a funcionalizar operativamente todo el ámbito de la existencia
o de la vida. Otra de ellas es la del espíritu de cálculo,
que está ligada al proyecto moderno de la Mathesis
Universalis (un proyecto que propende a convertir a todo
lo cualitativo en cantidad computable). Me refiero aquí
sólo al funcionalismo. Relacionarlo con la Mathesis implica otro análisis específico que desborda esta
reflexión.
Capital
y funcionalismo operativo se hibridan y se presuponen reciprocamente,
aunque son dinamismos bien distintos con diferente origen. El
capital, en su conformación contemporánea, necesita
de los rendimientos del funcionalismo para extenderse a todo el tejido institucional de la sociedad, del mismo modo que
este último encuentra en el primero un medio para su generalización
y para la intensificación de su capacidad de gobernanza.
De ahí que ambas fuerzas se hayan hecho prácticamente
indistinguibles, siendo obcecado el análisis de cada una
por separado, sin el cual pueden pasar desapercibidos, precisamente,
los aspectos esenciales de su entrecruzamiento.
El funcionalismo operativo es (1) una conversión de los
medios en fines; (2) un proceso de racionalización de la
vida; y (3) un espíritu religioso secularizado. Describiré
brevemente estos tres aspectos e intentaré mostrar, al
final, dos de sus expresiones actuales: la creación de
un espíritu profesional sin alma y sumiso, del cual el
dominio cada vez mayor de la cultura de los expertos es fiel testimonio (4) y la perversión de las instituciones
del saber, de la educación y, en general, de la cultura
mediante el triunfo paulatino da la funcionalización operacional
(5).
1. Conversión de los medios en fines
El funcionalismo operacional ha sido estudiado por muchos pensadores
Durkheim creyó verlo en el fondo de la organización
colectiva, es decir, como un dinamismo inherente a cualquier sociedad.
En Las
reglas del método sociológico consideró
que lo social se explica por sus procesos internos de "función",
es decir (expresado de forma muy sintética), por las reglas
procedimentales que lo hacen funcionar maximizando
la utilidad de lo que se hace, de la praxis en todos
sus órdenes y variedades. Con estas prerrogativas, el utilitarismo
y el darwinismo social pasan a primer plano en la concepción
del progreso: una sociedad, desde este punto de vista, es tanto
más desarrollada cuanto más rentabiliza las acciones
mediante procedimientos eficaces. M.
Weber -en La ética protestante y el espíritu
del capitalismo- ha proporcionado uno de los estudios más
lúcidos al respecto, atribuyendo al procedimentalismo fucional
el efecto histórico consistente en una progresiva racionalización
del mundo de la vida (acompañada de un proceso
de desencantamiento). En
la segunda mitad del siglo XX, la inmensa mayoría de las
corrientes filosóficas ha identificado el espíritu
del funcionalismo y lo ha puesto en cuestión. Así,
en el seno de la nueva lustración, J. Habermas -en su monumental Teoría de la acción comunicativa- puso
en tela de juicio esta óptica, considerando que las sociedades
tienden (y han de tender) a su auto-organización autónoma en virtud de principios y no, meramente, a su supervivencia
material por mor de reglas de provechamiento, de utilidad
y de estrategia [el lector dispone, en este enlace, de un resumen
de su planteamiento].
De
un modo muy sencillo, se puede decir que el funcionalismo operacional
actúa del modo siguiente. Sea A una acción valiosa
que se tiene por incondicional, es decir, una acción capaz
de ser tomada como un fin, y B el conjunto de los medios que el mundo social existente y triunfante proporciona para la
realización de A. Pues bien, esta fuerza inercial tiende,
en general, a convertir a B (el conjunto de los medios para conseguir
A) en un fin en sí mismo. Sea, por ejemplo, A = educación
(el fin de la educación como un valor primordial en la
vida colectiva) y B = procedimientos de aprendizaje (los procedimietos
por medio de los cuales se lleva a cabo el fin de la educación,
los métodos docentes, las reglas de instrucción,
estudio, etc.). El funcionalismo operacional, en este ejemplo,
es la tendencia a implantar institucionalmente un conjunto de
reglamentos procedimentales para la docencia y el aprendizaje
que sustituyen progresivamente a la meta consistente en "educar".
Esta meta es, tácitamente, confundida con los procesos
instrumentales que tendrían que servirle en su ejecución.
El método docente, que es un medio procedimental de la
educación, se convierte, así, en un objetivo que
se instala en la institucion educativa y permea su desarrollo.
Esta procedimentalización se está produciendo, por
cierto, efectivamente en nuestros días.
2. Proceso de racionalización de la
vida
La procedimentalización operacional no sólo sustituye
los fines por los medios. Racionaliza, como he indicado, el mundo
de la vida. Para todo lo que que puede hacer el ser humano
debe haber una operación formal que la tipifica y la traduce
en un proceso reglado: este parece ser el imperativo oculto
de la racionalización operacional. Todas las acciones humanas
caen, de este modo, bajo sospecha, como si su devenir espontáneo
y creativo fuese a sembrar el caos. Frente a la oscura experiencia
de tal disolución de la acción en el desorden caótico,
surge la necesidad, entonces, de someter a regla todo lo irreglable. Tengo
para mí que esta paradoja se funda en un extenso movimiento
que, desde la modernidad, arrecia sin cese y que consiste en la
propensión creciente a construir lo no construible:
el acontecimiento. En nuestra lengua, el término
«eficacia» proviene del latín efficacitas:
virtud, energía, fuerza, poder para obrar. En el origen
lingüístico, la acción se entiende como fuerza
operante en un sentido «vertical», es decir, como
acontecimiento irreductible a sus producciones en superficie y
a cualquier cálculo o medida de dichas producciones. Sin
embargo, en la modernidad la comprensión del actuar que
ha triunfado no ha sido esta, sino la que arranca de la revolución
científica de los siglos XVI-XVII. Según esa línea,
el operar de los fenómenos y acciones está entrelazado
por una regla fija, coincidente con una relación entre
cantidades, es decir, por lo que se llama función.
Hoy se hace patente en muchas esferas del saber, entre las que
se pueden mencionar el proyecto cientificista de formalización
del lenguaje natural y el intento de reducir la intencionalidad
mental a las reglas conexionistas de una computacionalidad general
basada en algoritmos. Lo importante en este punto, en cualquier
caso, es tomar nota de que hoy se expande, a todos los niveles,
el intento de reducir toda dimensión «vertical»
de acto, acción, acontecimiento, a la dimensión
«horizontal» de una operacionalización que
puede adoptar diversos procedimientos. Es ésta, sin duda,
una ficcionalización del mundo, pues finge capturar
la riqueza viva de lo real, que es siempre un «tener lugar»,
un «estar aconteciendo», en la mordaza de una forma
supuestamente construible. Sus expresiones son cada vez más
numerosas.
3. Una fe, un credo, un espíritu religioso secularizado
Como la funcionalización operacional supone un temor constructivista
contra el supuesto caos de la acción espontánea,
libre de reglamentación, ocupa, además, el lugar
tácito de una salvación. La racionalización se convierte en un sutil credo religioso o en una fe práctica.
Ya había ligado Weber el «espíritu del capitalismo»
y el sentimiento religioso —protestante y calvinista—
que hace del éxito pragmático una confirmación
de la salvación del alma. Las ganancias en este mundo no
serían, de acuerdo con esta experiencia, esenciales, pero
sí la actividad útil en cuanto tal. Los logros de
la actividad diligente serían una prueba de que se goza
del favor divino y de que se está predestinado a la vida
eterna. Producen la certitudo salutatis, la certeza de
la salvación. El individuo se siente «salvado»
en la vida, si bien no por los tesoros que encuentra en ella,
sí por el atesorar en cuanto tal. Hoy contemplamos, en
esta misma dirección alumbrada por Weber, cómo se
expande una ética del éxito. Es la ética
de un sujeto que, tácitamente, quiere salvarse del malestar
civilizacional, ocultándolo bajo el sentimiento de una
gloria personal ganada a pulso. Es la ética de
un héroe que no cuestiona las reglas socialmente establecidas
para triunfar y que se adapta a ellas para medrar a su través.
En su fuero interno se hace un crítico implacable de quien
no las tolera, presentándose a sí mismo como un
justo jugador que respeta las reglas de juego. De ahí que
necesite siempre de un enemigo, del que pone en cuestión
tales normas. A éste lo trata como a un ser incompleto,
carente de las habilidades necesarias para la vida en común.
Y es que él es un devoto de las habilidades: éstas
son su religiosa certitudo salutatis.
4.
Generación funcionalista de un espíritu profesional
sin alma
Una expresión del procedimentalismo operacionalista tiene
lugar en el ámbito del trabajo, en la concepción
de la "vida profesional". La racionalización
del mundo de la vida produce una escisión de la acción
en dos esferas. La primera es la del trabajo o profesión,
en la que el individuo se amolda con frialdad de témpano
a las reglas inmanentes de un proceder operativo. La otra es la
esfera de la vida fuera del trabajo, la del mundo cotidiano. Es
en esta última en la que se refugian los juicios de valor
y, como en este suelo habitan en la selva de lo irreglable, terminan
siendo asociados con el arbitrio subjetivo. El hombre queda escindido
en dos: un homo laborans, por un lado, que es sólo
administrador y administrado; un homo ludens, por otro
lado, que goza inercialmente y cuyas creaciones valorativas no
tienen esperanza de incidir en los asuntos de trascendencia pública.
En términos de Weber, los hombres son impelidos hoy a convertirse
en «especialistas sin espíritu y hedonistas sin corazón».
Todo este complejo destinal de occidente constituye, evidentemente
un potente generador de vacío, pues la racionalización
deja exangüe al mundo de la vida, bien sometiéndola
a mecanismos funcionales ciegos, bien disolviéndola en
una proliferación de credos subjetivos, indiferentes entre
sí y a salvo del agonismo creativo capaz de transformar
lo real. No extraña que Weber se expresase como si se estuviese
refiriendo al fenómeno de un huero nihilismo: «estas
nulidades se imaginan haber ascendido a una nueva fase de la humanidad
jamás alcanzada anteriormente» (La ética
protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona,
Península, 1969, p. 260).
Una de las manifestaciones de la generación funcionalista
de un espíritu profesional sin alma es la invasión
de la cultura de los expertos en el ámbito de
la cultura en general, la identificación entre
cultura y especialización técnico-operativa. Si
la profesión, allí donde esté, tiende a ser
convertida en un frío seguimiento de reglas operacionales,
ocurre, de modo creciente, que este espíritu de seguimiento
de reglas operacionales es convertido en paradigma de resolución
de los problemas vitales de la sociedad. El especialista, el experto,
se convierte, en consecuencia, en el nuevo chamán o director
espiritual de la comunidad. No es un especialista cualquiera:
es el especialista en "operacionalización",
es decir, el técnico cuyo saber es el metasaber consistente en convertir en procedimiento toda praxis humana.
A menudo coincide con el científico, que es llamado por
el poder como el nuevo filósofo de la dirección
política. Y en las instituciones concretas, es el gestor,
una figura que crece en el presente: no el que sabe o conoce la
materia propia de la institución que organiza, sino el
que gestiona los procedimientos formales de funcionamiento de
dicha institución. El técnico que dispone de un
saber científico-técnico y el gestor se convierten
hoy en el nuevo sabio que orienta a la comunidad. J. Habermas
(al que he mencionado más arriba) ha realizado un vigoroso
análisis de esta imposición de la cultura de los
expertos en nuestro tiempo. Remito al lector interesado al resumen
mencionado de este análisis habermasiano)
5. Invasión funcional-operacionalista
de las instituciones del saber y de la cultura
La
racionalización operacionalista no puede ser considerada
producto del capitalismo, sino aliada suya. Tiene, como se ve,
un arraigo diferente. Ahora bien, mercancía y operacionalización hacen una buena yuxtaposición.
Como he sugerido, para el capitalismo la alianza con esta otra
fuerza ciega es esencial. La necesita para rebasar el ámbito
de la produccion material y penetrar en las instituciones que
están a cargo del mundo simbólico: la educación,
la investigación, el saber; la cultura, en definitiva,
en su más amplio sentido. El problema para el capital ante
la cultura es este: ¿cómo introducirse en estas
insitituciones, que son, por sí mismas, reacias al valor
"dinero", pues su sentido inherente choca con todo tipo
de mercado? La solución la ofrece la racionalización
operacionalista, con la que entabla una alianza: ésta disuelve
los fines de la educación, de la investigación,
del saber, de la cultura, en medios prágmáticos
y en reglas funcionales. Al hacerlo, deja el campo despejado para
que el "dinero", el espíritu mercantil, penetre
sigilosamente. Un espacio institucional completamente operacionalizado
no es, por sí mismo, un espacio mercantilizado, pero sí
se convierte en espacio de producción de un espíritu
connivente con el capital y adaptable a sus exigencias.
El ajuste a meros procedimientos genera, finalmente, una ficción
moral. Por muy vacuo que sea, produce en los individuos una
gozosa ilusión: la de estar sirviendo a un Orden Colectivo.
En realidad, con ello, sirven sólo a un Ordenamiento Ciego,
que es otra cosa bien distinta, a un ordenamiento ciego que se
independiza de la voluntad humana y que conduce oscuramente a
la comunidad, sometiéndola a su dinamismo. Los valores,
para los individuos que son atrapados en el proceso procedimental,
son exclusivamente la diligencia del trabajo y el cumplimiento
de reglas. Se unen aquí servilismo, vacío y ficción.
Bajo esta fuerza ciega los seres humanos imaginan estar contribuyendo
a la "riqueza colectiva" cuando, en realidad, se hunden
en el nihilismo, en el desierto.