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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo |
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio.
Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar. |
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El falso "pensamiento crítico": "judicialización de la vida" |
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No
sé si tengo una impresión exagerada, pero
estoy convencido de que, con las armas de la reivindicación
(que son absolutamente necesarias) se está infiltrando,
al mismo tiempo, un espíritu resentido al que se
podría denominar "judicialización de
la vida". Describiría
el fenómeno como una perversión teologizante del
"juicio crítico". Este último hace frente
a la injusticia o a la incorrección de algo. La judicialización
hace algo más. Añade un pathos de análisis
exacerbado, un pathos de inspección de todo lo
que ocurre o ha ocurrido en una vida, es decir, añade la
necesidad de indagar en todos los recovecos de un alma (de esa
que, tal vez, ha cometido algo incorrecto o injusto) para juzgarla
en toda su amplitud y profundidad. Esta actitud no se siente satisfecha
luchando contra la injusticia. Quiere más. Quiere tomar
algo injusto o criticable como "síntoma" de la
corrupción de un alma. Actos criticables se convierten
en signos de la corruptio cordis, de la corrupción
del corazón.
Convirtiendo
a un acto reprobable en un "síntoma" -o en un
"signo"- de la corruptio cordis, añade
al "juicio crítico" una "inspección
moral integral". No toma al acto por sí mismo. Lo
toma como un índice de otra cosa, una vida, que debe ser
respetada como algo tan sagrado que pide ser protegida si fuese
necesario por la persona misma que realiza un "juicio crítico".
Este
espíritu de judicialización conduce a un "poder
pastoral", el poder del pastor que conoce a todas las ovejas
que pastorea y las llama o las amonesta dirigiéndose a
la "singularidad" integral de cada una. Este poder pastoral,
muy ligado a ciertas épocas de la Iglesia, se renueva hoy
a través de una religión civil que pide cuentas
a cada vida humana, a ella entera, para que, a propósito
de algún acto criticable, confiese y se exponga (esta vida)
de par en par ante los ojos de todos. El poder pastoral busca
la confesión de una vida para que esa vida sea expuesta
a la vista de todos y, así, apercibida y recriminada "en
cuanto tal" y "en sí misma". Es esencialista.
Busca, no los pecados mismos, sino el acto de confesión
del pecador, porque este acto de confesión es el de un
alma descarriada. Persigue,
no la corrección de una conducta, sino la conversión
de un alma.
Hay
un paso, entonces, del juicio crítico a la judicialización
de la vida. Un paso enorme. Y cada uno debe ser analizado
según su propia modalidad. El juicio crítico está
interesado en la "generalidad de un acto", es decir,
por aquello que convierte a un acto en caso de una regla general
más amplia bajo la cual caen muchos otros casos y de otros
seres humanos. Busca el juicio la "universalidad que hay
en lo singular". La "judicialización de una vida"
procede de modo inverso: busca lo "singular de un error universal".
Parte de algo reprochable universalmente y desciende al alma singular
para juzgarla a ella.
Tal
y como en el conocido escrito de Kafka (Ante la ley),
en el cual aparece una Ley destinada para cada uno, la judicialización
persigue poner una Ley ante cada reo, para él en particular.
El
espíritu crítico va, ante todo, a las estructuras
que fundamentan lo criticado. La judicialización no va
a las estructuras. Va al ser humano concreto, que suple a tales
estructuras y es tomado por fundamento completo del "síntoma". El
espíritu crítico se mueve en lo político,
en lo sociológico y en lo filosófico. La judicialización
se mueve en el nexo entre lo psicológico, lo judicial y
la moralina. |
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