Está claro que por el camino que llevamos vamos a destruir
la tierra entera. Y es magnífico levantarse contra esto,
pero ¿con qué armas? Hace ya mucho tiempo que los
dioses poblaban la tierra. Ellos fueron los que primero la protegieron.
Contra el Caos, en guerra con él, había que salvar
un orden. Gea surge del caos y vence sobre él. Las ciudades
tenían a sus dioses lares y un propósito de inmortalidad.
El logos primigenio es ese orden contra el caos. No es
sólo lo que estudia la ciencia, que también. Es,
además, un refugio frente a la amenaza de la disolución
y la muerte. Contra lo informe, lo que está conformado.
Contra lo que no tiene figura, lo configurado. Y hasta aquí,
bien. Pero lo que vino después no tiene nombre. Cuanto
más orden mejor. Menos mito y más progreso, pronuncia
el hombre moderno. Y pestañea. Y así se transformó
el antiguo Kosmos, regido por las fuerzas divinas, en el moderno,
árido e inhóspito ordenamiento de las causas y los
efectos, de la lógica, de la Mathesis Universalis (ciencia del orden y medida, según Descartes.
Resulta que al naufragio de la Tierra hay que responder con la
técnica: ella puede, se supone, reconducir los efectos,
restituir las causas naturales. Cuando ha sido ella la que eliminó,
precisamente, a la naturaleza al sustituirla por otros medios.
Vivir diez décadas más, aumentar la memoria propia
con la cibernética, ponderar todas las cosas para asegurar
la supervivencia. ¿Y de qué vale sobrevivir si ya
no hay una Atenea desafiando al caos y protegiendo a la polis
en la que voy a pasear mañana? ¿Para qué
prolongar lo inhóspito? La guerra contra el caos es la
creación de un ámbito de congruencia, no de un paisaje
ordenable mediante la lógica y el algoritmo.
Ulises se enfrenta a las fuerzas de la disolución. Tiene
en mente lo que protege y recoge frente a semejante amenaza de
lo caótico: una Ítaca, una morada.
El mero lugar espacial no es lo mismo que el espacio habitable.
Al generar un espacio contra el caos, el buen logos convirtio
todo lugar en una morada. Hoy se lucha por lo
"natural": ¿qué es lo natural, el lugar
o la morada? Con tan solo nombrar a esta última, el espíritu
racionalizador se revuelve entre las sábanas. Todo le suena
a romanticismo añejo. Y a mito. Y a lejana sacralidad.
Huída
de los dioses. ¿Cómo no? ¿Es que les
cabe otra opción? La Tierra entera se convierte, a cada
paso de razón, en una naturaleza desencantada.
Frente
al desencanto de la Tierra, mitificación de los territorios.
Países o continentes, da igual. Se trata de tomar en propiedad
lo que no puede tener propietario. Ahora bien, una morada no se
posee. Se habita.
¿Hacia dónde va todo este mito del orden resplandeciente,
es decir, del cosmos objetivable, de la observación distanciada
y empírica, de la ley de los grandes números y de
la Inteligencia Artificial?
Vaya lío que hay con salvar a la naturaleza. Se la sepultó
con el mundo artificial y se la quiere salvar con las mismas herramientas
del verdugo.
No creo en las luces del progreso. Si creo en la ciencia no es
por la explicación que proporciona, sino por su curiosidad
insaciable. No creo en la técnica, sino en los artificios
de niño, construyendo una casa de ladrillo donde había
sólo un campo huérfano. Todo este progreso, tan
veloz y tenaz, que huye del mito se interna en una mitologización
mucho más grande e irracional.
Ante la naturaleza dominada, que es sólo un conjunto de hábitats, sólo un medio, un "medio
ambiente", no puede uno caer de rodillas y temblar de admiración.
Porque el hábitat, por muy sano y salvo que esté,
no tendrá un centímetro de morada habitable
mientras se lo trate con tanta objetividad científica y
con tanta lógica analítica. Esa naturaleza que se
la queden ellos, los que no tienen alma más que para contar
y medir y buscar posibilidades de seguir, simplemente, viviendo.
Se espera una vida más alta, a la altura de ese Kosmos
que vence al caos y se recorta sobre él.
Un niño cierra los ojos en su cuarto oscuro. Tiene tanto
miedo que, rompiendo el silencio, silba una repetitiva y simple
melodía. Es un ritual, un ritmo frente al caos. Crea en
la noche una infantil morada. Ya se ocuparán los mayores
de enseñarle matemáticas.
Un lugar natural no es, por sí mismo, una morada. Hace
falta más. |