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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo |
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio.
Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar. |
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Necesidad de una política excéntrica |
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El tipo de política imperante opera por abstracción. Abstrae lo que concierne al mundo en toda su extensión y concentra la atención en el espacio inmediato de la vida. La abstracción tiene un cauce de progresivo estrechamiento: mundo, país, comunidad o región, lugar de residencia. Ahora bien, si ese acto abstractivo tiene su sentido, es incompleto; centra dejando atrás lo que no tiene centro. Le falta el movimiento inverso, no céntrico, sino excéntrico. En la época de la mundialización, lo micrológico depende de lo macrológico. No se pueden solucionar los problemas de una región sin tener en cuenta el dinamismo del país; pero, igualmente, los problemas de este último no se pueden solucionar sin tener en cuenta al continente y, en definitiva, al mundo como totalidad intercivilizatoria.
Nuestra política está acostumbrada a considerar el marco de lo internacional global como un asunto "adicional". También los medios de comunicación. Pero esto es incorrecto. Afrontar, por ejemplo, el deterioro de la Tierra en su aspecto ecológico no es algo adicional, sino condición de posibilidad para el afrontamiento de los problemas caseros. El capitalismo -otro ejemplo- no se puede vencer en una región o en un país (esto último es lo que creía Stalin y así le salió la cosa). La transformación del capitalismo a nivel mundial es una condición de posibilidad sin la cual no se puede combatir en lugar concreto alguno. La igualdad a nivel máximamente global, que implica el logro de equilibrios entre países pobres y otros "avanzados" (en el hiperdesarrollo) es condición de posibilidad de la igualdad situada en ámbitos más limitados. Y es que el hiperdesarrollismo mismo sea revisado como fundamento de la vida en este planeta, que sea sometido a una ralentización, es condición de posibilidad para afrontar el vértigo productivista de un modo concreto, aquí y ahora. Por lo mismo, lo que ocurre en Palestina y en Colombia, por señalar dos actuales focos de injusticia, es una problemática cuya solución internacional es condición de posibilidad de las guerras micrológicas en la propia escena política.
Hay, pues, dos movimientos simultáneos en la política. Uno es el céntrico, otro es el excéntrico. El primero hace vibrar la política en el espacio que se habita y al cual se pertenece, que es siempre limitado. El segundo descubre que en todo ámbito limitado ruge, desde la profundidad, una vocación de univesalidad que descentra y conduce del individuo al Ser Humano en cuanto tal.
Pero esto tiene un sentido no solo político, sino ontológico, existencial. El ser humano es errático, pero no porque ande a la deriva, sino porque es un ser del intersticio. Céntricamente, habita un mundo preciso. Excéntricamente y, en el mismo acto, sólo puede habitar si se "extraña" de sí y se aprehende como tal centricidad. Y este extrañamiento es una extradición. No hay extrañamiento sin destierro. Habito porque, al mismo tiempo, des-habito, porque en el proceso de pertenencia se esconde, al unísono, una experiencia de no pertenecer ni a este ni a ningún mundo en particular. Desde la centricidad de lo limitado estoy expulsado, por la fuerza de la vida y de su exceso interno, a lo ilimitado. Soy ese trance entre centricidad y excentricidad, entre un mundo al que pertenezco y del que estoy saliendo, por un lado, y otro al que me excedo y en el que me desbordo, estando aún por hacer. Soy ese intersticio.
¿Dónde reside la miseria más elemental de la derecha rancia y la ultraderecha? En que procede solo céntricamente: le importa una región, o un país y punto. Le importa "una vida", no "la vida" como perpetuo auto-desbordamiento. Sin la excentricidad que rompe toda concreción de mundo y conduce al mundo infinito de lo humano no hay realización de lo universal en lo concreto, no hay "universalidad concreta", por decirlo con una expresión de Hegel. El universal concreto es la tensión entre centricidad y excentricidad: vivir en la frontera, en el intersticio o "entre" de lo que se es actualmente y de lo que se tiende a ser virtualmente, entre el Yo y el "Se" impersonal de "lo" humano, cuya amplitud es inabarcable.
Un ciudadano concreto puede colaborar en movimientos de amplio horizonte sólo mediante ayudas que siempre estarán huérfanas si lo político no está movilizado ya hacia el Otro, hacia lo mundial, hacia lo excéntrico ilimitado. Un ciudadano concreto puede involucrarse hasta la médula, interviniendo en protestas, realizando donaciones personales a organismos internaciones de cuidado. Pero, aunque eso sea necesario, por pura dignidad, el ciudadano concreto siempre quedará frustrado y con sentimiento de impotencia si no hay ya un proceso tectónico de la política internacional intentando abordar el problema de que se trate.
El que escribe desprecia profundamente lo que podría llamarse "vida centrípeta" y, por extensión, "política centrípeta", siempre obsesivamente entregada a la circunstancia precisa del preciso lugar. Es necesario exigir una estirpe nueva y diferente de políticos, la de los que se hunden en la centricidad justamente en el mismo acto por el que ascienden a lo excéntrico mundial. Es pernicioso que quienes han deseado ocupar puestos de responsabilidad gubernamental solo se ocupen de lo pequeño, porque lo pequeño es tal cuando descubre en su propio interior la grandeza de lo universal. Porque ninguna tierra es la Tierra. El descenso a lo pequeño solo encuentra su verdadera dignidad si, en su envés, constituye un ascenso a lo tectónico y, en su extremo, eterno.
Necesitamos ciudadanos responsables. Sí. Por ahí se empieza. Pero gran parte de la responsabilidad de los ciudadanos consiste hoy en desafiar a la factopolítica, en obligar a la política a incluir, en sus lances con lo fáctico, un proyecto contra-fáctico dirigido al ser humano y a la totalidad de la Tierra. Este movimiento excéntrico no tiene garantías de realización, pero sin su concurso no hay ni cerveza, ni asunto casero, ni problema limitado. Estamos gobernados por el cerril despotismo de lo ordinario. En todo lo ordinario hay un pulmón que respira lo extraordinario.
¿Qué hacer? Involucrarse, sí, en el problema de Palestina; y en el de Colombia; y en cualquier otro. Pero este "involucrarse" se hace, con el tiempo, hipócrita si no está acompañado de un dinamismo global, pues solo ofrece un meta-plano sobre la espesura de la vida: el de hablar sobre lo que pasa, el de criticar lo que ocurre, el de manifestar pena e indignación sobre lo que acontece. Y eso no es que esté mal. Es que, tomado céntricamente, se evapora en la intención y es devorado por el espectáculo, que es el plano fundamental de inmanencia del presente. Pero si tomamos conciencia, todos y cada uno, de la necesidad de una política excéntrica (en el sentido indicado) sí hay algo que hacer. Se trata de estar en el ágora, pero forjando una visión de lo universal en lo particular, de lo mundial en lo hogareño, de lo infinito en lo finito. Porque somos los ciudadanos a los que tienen que recurrir los políticos y hay que hacerles saber que ya no basta con su desvelo estúpido por lo atómico y perimetrado, que deben pensar, como podemos nosotros en la vida de ciudadanos, en que sin un campo de juego máximamente desbordante (la comunidad de los otros, la comunidad de esta tierra, la comunidad de lo humano) no solo se extirpan algunas "jugadas" pertinentes, sino el campo de juego entero.
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