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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo |
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio.
Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar. |
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Los que recordamos cómo, bien jovencitos, teníamos que cantar el cara al sol antes de entrar a clase en el colegio, formar en el patio en fila militar, guardar respeto al director como a un dios en la tierra -que nos preguntaba todos los lunes (y ponía nota o suspendía) el contenido de la homilía del domingo... Los que no hemos vivido personalmente la violencia fratricida, pero escuchábamos sobrecogidos las narraciones del abuelo y de la abuela, todas macabras, como si hubieran salido de una película de terror... Los que llevamos tantas décadas en esta vida como para asombrarnos de cómo se pasa de las entusiastas utopías de los 70 y los 80 al cierre del mundo simbólico en el que estamos (obsesivamente centrado en el presente y sin claros sueños de futuro)... Los que, por edad, hemos ido pasando de desengaño a desengaño hasta solo querer que, antes de la última partida, veamos algo con un sentido plenamente humano y colectivo... Los que tenemos añoranza de advenir y estamos hastiados de escuchar hipocresías y discursos artificiales en la política, discursos que no conocen el riesgo real y que viven en un teatro semejante al que los escritores del siglo de oro caracterizaban como esencia del mundo... Los que ya tenemos hijos que son ciudadanos conscientes de una sociedad a la que le cuesta soñar lo imposible, y el acontecimiento que espera... Los que hemos ido comprobando la caída del valor sagrado que han de tener las instituciones, de su valor más alto que cualquier objetivo ideológico, o pragmático, o utilitario... Los que también contemplamos afligidos las nuevas formas por las que la verdad es construida por artefactos comunicativos, la volatilidad de las querencias y su constante metamorfosis en volutas, la ingravidez de las opiniones, la inmunización de los egos ante la crítica y su sordera ante las demandas de las cosas-de-veras... Los que, habiendo leído a Homero, a Sófocles, a Eurípides, hemos viajado en naves de ensueño por los dominios de Poseidón, asistido entre brumas a la melancolía de Aquiles (más que a su fiereza), al viaje infinito de Ulises hacia la lejana Ítaca... Los que un día acompañamos a Edipo y a Antígona y admiramos la casi divina dignidad con la que enfrentaban las desgracias del destino... Los que ya no vemos hoy entre los que gobiernan ni la sombra de un Príamo o de un Pericles... Los que estamos, en fin, más cerca del Aqueronte y su barquero que de las mieles de la juventud y quisiéramos... ¿Cómo decir lo que se espera y anhela, cómo terminar esta frase prolongada, cómo concretar este deseo tan denso y profundo?
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