Siguiendo
con el fenómeno de la teoría conspiratoria (cada
loco con su obsesión, sí): hay que insistir
en que no es fácil explicarlo. Seguramente, quien tenga
una buena teoría sobre esta propensión actual,
tendrá un punto de mira muy amplio sobre lo que sucede
en general. Lo que cuento no es una teoría, porque
eso necesita más empeño y paciencia. Se trata
de una perplejidad más y ya está. ¿Cómo
es posible que la izquierda política pueda plantear
hipótesis conspiranoicas?
Es comprensible que la derecha ideológica formule teorías
de este tipo. Pues esta ideología, en su estado actual
(el del neoliberalismo de las últimas décadas)
cree, casi con un fervor religioso, en la "libertad individual".
El sentido de ese espacio que llamamos "público"
o "político" es (para la derecha) el de la
colisión entre libertades de individuos, una colisión
o competencia que pone en movimiento a la colectividad hacia
un bien "maximalista" (es decir, un bien para la
mayoría, un bien que, aunque tenga efectos colaterales,
es el "máximamente útil para el conjunto").
Esa fe viene fraguándose desde principios del siglo
XIX. En sus fases iniciales, el liberalismo ponía límites
a la libertad individual: las reglas que provienen del Estado.
Pero conforme avanza va renunciando a esos límites.
En la situación presente, el neoliberal sueña
en una sociedad de oposiciones entre libertades individuales
que, mediante el "laissez faire", y sin ningún
otro límite, conduce al mejor de los mundos posibles.
Esta visión presupone que el rumbo del mundo puede
ser trazado a voluntad. Tal es su principio fundamental, su
arjé. Y ese supuesto explica que, cuando el neoliberal
se da de bruces con un límite (venga de donde venga,
de un virus o de un torrencial de nieve) aplique su teoría
(que es inconsciente) y deduzca que el inoportuno suceso tiene
que provenir, necesariamente, de una voluntad contraria, la
de un oponente que quiere limitar las libertades (es decir,
el poder, el gobierno, conciliábulos rojos, etc.).
Esto es, pues, coherente. Se comprende, no hay más
misterio. El misterio está en cómo puede mantener
el de derechas, el neoliberal radical, esa fe, que es un mito
como la copa de un pino. Pero esto es otro tema.
Ahora bien, desde la izquierda no se entiende. ¿Cómo
pueden sostener teorías conspiratorias aquellos que
tienen una propensión de izquierdas? Es absurdo. La
izquierda, por muchas variantes que tenga, parte de un fondo
marxista. Y lo primero que te dice el marxismo, en cualquiera
de sus figuras y transfiguraciones, es que se olvide usted
de las "intenciones" si es que quiere conocer lo
que sucede. Que se olvide, sí, porque las intenciones,
los propósitos conscientes, los planes explícitos,
son sólo "ideologías", es decir, expresiones
en superficie de algo que está a la base y que no tiene
un carácter intencional. Eso que está a la base
es un dinamismo anónimo, ciego. Es (1) la clase social
y (2) el movimiento objetivo de las fuerzas productivas.
1. La clase social. Lo que mueve a un individuo (para el marxista)
no es su libertad y su intencionalidad, sino el interés
de clase. Y el interés de clase no se crea a voluntad.
Proviene del hecho mismo de las circunstancias productivas.
Una "clase" actúa de una manera determinada
en función de su posición en el proceso de producción.
Y es un "modo tipológico", una "forma
general" que está más allá de las
intenciones concretas. Es decir, que un individuo actúa
como tiene que actuar un "tipo" de ser humano, se
ajusta a ese esquema paradigmático. Puede modularlo,
por supuesto, pero no salirse de él.
2. Pero las clases sociales, para el marxismo, no son libres,
ni siquiera como "tipos" o "formas colectivas".
Porque las relaciones entre clases son lo que constituye,
según ese punto de vista, las "relaciones sociales".
Y las relaciones sociales no son libres, sino que están
determinadas por las "fuerzas productivas".
Y así se llega a lo más hondo: fuerzas. El marxismo,
el psicoanálisis y el vitalismo nietzscheano, al final
del siglo XIX, coincidían en enfrentarse a la Ilustración.
La Ilustración cree en la autonomía y libertad
del sujeto. Y aún así, la "libertad",
para el ilustrado, no es el "libre arbitrio" del
neoliberal; es el ajuste de la voluntad a la Ley de la razón.
Pero esto llevaría lejos. Se objetó: no; el
sujeto (consciente, intencional) está movido por fuerzas
pre-subjetivas.
Para Freud, esas fuerzas son las del "Ello". A ese
inconsciente de fondo lo llamaba así, "Ello",
precisamente para subrayar que no es intencional. No es un
"Él" o "Ella" que un sujeto tiene
"dentro". Es un fondo de fuerzas (pulsiones) sin
rostro, anónimas (Ello dentro de mí,
algo anónimo que no posee lo que Yo poseo:
conciencia, libertad, intencionalidad). Nietzsche: La voluntad
de poder es lo que está debajo de la conciencia (como
voluntad de crecimiento, de expansión, de enriquecimiento
del vivir). Y llegamos al marxismo.
Las fuerzas productivas son el "Ello" social. No
tienen rostro, ni intención, ni conciencia. Son lo
no-individual, lo no-sujeto, lo no-conciencia. ¿Cómo
se mueven, entonces, las fuerzas productivas? Pues se mueven
según su propia lógica (dialéctica, pero
esto se puede dejar, que llevaría muy lejos, como se
sabe). Lo importante reside en que esa lógica no es
"humana" ni mucho menos. Para el marxismo, la humanidad
comienza con la superación del capitalismo. Las otras
etapas (esclavitud antigua, feudalismo medieval y capitalismo
moderno) forman parte de la pre-historia-humana.
Quiere eso decir que durante tales etapas la humanidad no
es ella misma y no se mueve como se movería si tuviese
ella las riendas, la libertad. Se mueve en función
de la inercia y de las leyes in-humanas de las fuerzas productivas.
Eso es lo que aterra al marxista en sus noches de insomnio:
la inhumanidad de aquello que lo esclaviza.
Las fuerzas productivas, según el marxismo, en cualquier
versión que se busque, son una instancia que se ha
separado de la voluntad humana y que, por decirlo así,
"va a su maldita bola". Y, de igual forma que, desde
Freud, el lema era "Donde está el Ello, sea Yo",
el marxismo aspira a algo así como "Donde están
las fuerzas productivas sea la voluntad libre de la colectividad
humana". Ahora bien, eso es un desideratum.
Mientras haya "Ello", el individuo (para Freud)
llegará siempre demasiado tarde. Puede luchar el Yo
contra ese Ello, claro, pero redirigiéndolo, para lo
cual tiene que "negociar con Ello". Y mientras haya
capitalismo, para el marxista, la conciencia y la intención
siempre llegará demasiado tarde, como el búho
de Minerva, para Hegel extiende sus alas al anochecer.
Con las fuerzas productivas del capital, dice el marxismo,
sólo se puede, por así decir, "negociar".
Pero eso no implica que el que negocia (el ser humano) pueda
tomar las riendas. De ningún modo. Por eso, el marxista
siempre dirá que un gobierno, un grupo cualquiera de
seres humanos, es incapaz (por principio) de conducir las
cosas a donde le plazca. Pueden intervenir en el movimiento
anónimo y ciego de las fuerzas productivas y encauzarlas,
según un sesgo o contorsión, más en beneficio
propio, si se cuenta con suficiente poder para lograrlo.
Una metáfora. Sean las fuerzas ciegas que dirigen al
capital un vendaval potentísimo para el cual no hay
ni siquiera tecnología imaginable sustitutiva. "Yo"
no voy jamás a dominar ese "Ello" del vendaval
y sustituirlo por mi libre voluntad. Tengo que contar con
él haga lo que haga. Puedo, entonces, colocarme de
tal forma que sea empujado por la fuerza del vendaval. Entonces,
lo estoy aprovechando. O puedo poner un molino y moler trigo.
Bacon decía que "para dominar a la naturaleza
hay que someterse a ella": por mucha ciencia que el ser
humano pueda desarrollar, ésta sólo podrá
controlar a la naturaleza presuponiendo, paradójicamente,
que es ella la que seguirá mandando de verdad. Y usted
podrá jugar con el vendaval y el molino durante un
tiempo, creyendo, ingenuamente, que ha dominado a la naturaleza.
Si a la naturaleza, no obstante, se le pone que se vaya al
cuerno, adiós molino y adiós ganas de controlar,
que cae usted fulminado. Lo mismo con las fuerzas ciegas del
capital.
Este es el gran drama del presente, que la colectividad humana
ya no tiene las riendas de sí misma y que está
entregada a fuerzas no-humanas. Pensarlo un poco pone la carne
de gallina y permite ver que la realidad de lo que tenemos
supera a toda ficción; nuestra realidad es lo más
sobrecogedor que podamos imaginar.
Esto es un principio básico del marxismo. El marxismo
es el principio básico de la izquierda política.
Y lo asombroso, lo que produce una gigantesca perplejidad,
es que la gente de izquierdas pueda formular una teoría
conspiratoria. Ergo algo está pasando en nuestra
actualidad que no sospechamos todavía.
Algo condujo, por cierto, a Orwell y a Huxley a formular distopías
que presuponen lo que la izquierda no puede aceptar ni harta
de vino. Porque pensar que la humanidad puede ser controlada,
en su totalidad y de modo sólido y permanente (no puntual)
por un conjunto de seres humanos de"arriba" es formular
una distopía conspiranoica. Un marxista sólo
puede tomarse esas historias de Orwell y de Huxley como un
pasatiempo, no como una posibilidad real. De hecho, el stalinismo
y el leninismo fueron, en la historia humana, tan fugaces
como las estrellas que llevan ese nombre. El auge y la reanimación
que este tipo de distopías ha adquirido en las últimas
décadas no es casual, de ningún modo. Es coherente
con el fenómeno creciente de la concepción conspiranoica
del movimiento del mundo. Y esto es enigmático.
Este es el fenómeno que no puede ser tomado a la ligera,
ofreciendo explicaciones simplistas. Está por debajo
de nosotros y su mecanismo es muy, muy difícil de comprender
(el que escribe no tiene ni un dos por ciento de teoría
sobre el asunto, y lleva ya un tiempo obsesionado con el problema).
La teoría conspiranoica es, ella misma, una "fuerza
ciega" de nuestra época, un "Ello" que
escapa a nuestra intención, he aquí la paradoja.
El sujeto conspiranoico no sospecha que es un títere
en manos del Ello, que produce, en superficie, ideas conspiranoicas,
pero que no puede conspirar, porque no tiene ni voluntad ni
libertad. Si el conspiranoico pensase un poco en esto, se
aterrorizaría seriamente y de verdad, hasta el punto
de perder el sueño, porque, al fin, podría dirigir
la sospecha hacia sí mismo, hacia su fondo, para mirar
en él como se mira a un abismo y vislumbrar en lo más
recóndito de éste ruedas dentadas y mecanismos
de relojería que funcionan sin intervención
alguna: un "nadie" en el sótano de su ingenuo
"yo quiero, yo decido". Todas estas cosas podrían
formar parte de la teratología presente.
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