|
|
Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo |
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio.
Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar. |
|
|
|
|
|
La tragicomedia del desarrollismo |
|
|
|
Si hay algo realmente global que hoy está generando una frustración común a todos los pueblos, si hay una servidumbre realmente mundial, puede ser llamada "desarrollismo". Este fenómeno posee dos caras, dos rostros. En una vertiente, es la condición de posibilidad del capitalismo, que se sostiene solo si revoluciona constantemente sus medios y modos de producción. En este punto Marx tenía razón. El capital es el sepulturero de sí mismo, porque semejante desarrollo, de tendencia infinita, es incompatible con la finitud de los recursos, ante todo humanos. Pero esto es únicamente una faz del asunto. El desarrollismo es, por su otra vertiente, un fenómeno ontológico, es decir, un fenómeno que afecta al ser mismo, a la experiencia humana de su ser y del ser del mundo. Su origen no es económico, sino espiritual. Se remonta al comienzo de la modernidad, en la que el mundo es infinitizado en el cálculo diferencial y el progreso elevado a divinidad. Late ahí la experiencia de que el salvaje devenir no tiene plenos derechos sobre la vida, porque ha de ser un devenir mancillado por la regla de un incremento paulatino e interminable. Incremento cuantitativo en todo lo que afecte a la existencia. Procede, sí, por acumulación continua de expectativas, añade una a su predecesora y prepara otra ulterior, mostrándose como una fabricación maquinal y administradora de esperas y de un alma en eterna expectación. El desarrollismo es la conjunción de estas dos caras heterogéneas, una economicista y neoliberal, otra existencial y ontológica. Ninguna es más relevante que la otra. Se refuerzan recíprocamente, se necesitan entre sí.
El espíritu trágico es el verdugo más feroz del desarrollismo. En sus momentos de esplendor ha anhelado siempre lo imposible-necesario, no el incremento continuo. Entre lo imposible-necesario y lo real se yergue una tensión insoluble que reespiritualiza al ser humano por la imposibilidad misma de su superación. Lo trágico no quiere ser superado, porque encuentra en la tensión entre lo real-inadmisible y lo ideal, lo imposible necesario, el mayor resorte vital para habitar la tierra. Los devenires de lo trágico son flechas, siempre flechas, porque son lanzados por un tenso arco de la vida. Pero hoy ha muerto el espíritu trágico. Empezó a declinar cuando el desarrollismo comenzó a imponer su paradigma.
Y lo que ocurre cuando el ser humano ya no está a la altura del heroísmo trágico es que se desvanece en la comedia. Nuestra comedia, la del desarrollismo, es la que quedó inmortalizada en Esperando a Godot, de Beckett. Los personajes que esperan a Godot no son de ningún modo ennoblecidos por lo que ocurre. Y es que no les sucede nada. Se internan en un desesperante desatino, deambulando de aquí para allá, entregándose a divagaciones sin orden ni concierto, merodeando en torno a sucesos insignificantes. Bromean, incluso, de manera harto jocosa sobre el suicidio y se hunden en un hastío que los conduce a realizar y decir las cosas más peregrinas. La espera se convierte, vista desde esta perspectiva, en comedia. Becket no deja caer lo trágico en lo meramente dramático, pero sí lo atraviesa con su opuesto, lo cómico. La contemplación de unos individuos que ante la tardanza de lo que ha de llegar sólo extraen de sí peregrinas distracciones produce el impacto de lo hilarante. Nos hacen reír, no sabemos si por diversión o por pena. Entre las pocas ocurrencias con cierta sobriedad y sentido que aparecen en semejante situación, hay una que se mueve justo en el filo entre la tragedia y la comedia. Irrumpe Estragon, uno de los personajes, y dice: «¡No ocurre nada, nada viene, nadie se va. Es terrible!». Emerge así la delgada línea que une y separa dos miradas. La espera es, de un lado, trágica. En su envés, sin embargo, se muestra ridículamente cómica.
Nuestro momento histórico está animado por muchas contradicciones, pero una fundamental es la tragicomedia del desarrollismo. Trágicamente, nos obliga a permanecer en una "Espera Infinita" cuyo Godot no saciará jamás. Todo lo que hacemos, sí, tiene ese sabor amargo de una espera que se renueva constantemente, una y otra vez, hasta que la desesperación, la hermana terrible de la espera, horada el alma y le extrae las palabras de Estragon. Cómicamente, sin embargo, nos convierte en seres ridículos que posponen siempre el vivir y el cuidado de lo importante de un modo harto vergonzoso.
En los movimientos de protesta del presente y de los próximos años (que los habrá con una intensidad que no hemos conocido hasta ahora es ya un destino), siempre se partirá de un "motivo de superficie", que servirá de detonador: una injusticia delimitable, precisa, con contornos bien definidos. Y a través de ella explotará el volcán de fondo que es el hastío hacia nuestro modo de vida, impregnado de desarrollismo, un volcán sin forma definida, sin rostro, porque es el principio naturans (potencia informe que emerge de un fondo abisal) que cobra forma en mil concreciones naturatas (precisas, con rostro). Si en otras revoluciones históricas el móvil ha tenido un faz precisa, la del presente se hunde en lo innombrable. La lucha contra la injusticia designable y nombrable será ya una emulsión desde lo injusto en cuanto tal: de una existencia que ya no es humana. Del fondo surge un grito y en la superficie se rodea de palabras y de ideología. Del fondo emerge un ilimitado sentimiento de nadificación, de conversión de la vida en una nada hueca, y en la superficie se recubre de motivos políticos concretos. Todo está empezando a transformarse, porque el rumor del padecimiento se ha convertido en una Physis, en una potencia inconcebible que se individualiza en malestares concisos.
Tomarse todo esto como una comedia es como hermanarse con los que esperan a Godot. Es Edipo, o Antígona, los que piden entrar ahora en la escena del mundo, a pesar de los seres humanos del presente. Y lo harán. Porque es un destino. Porque ningún ser humano es dueño de su corazón, y menos una comunidad a la deriva.
|
|
|
|
|