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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo |
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio.
Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar. |
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La gente que se manifiesta y emplea la violencia (a raíz de la encarcelación del rapero Pablo Hasél) no lo hace por la libertad de expresión. La libertad de expresión no es el problema, no preocupa a nadie, ni al cautivo, ni al carcelero, ni a la cohorte de pretendidos rebeldes. Al resto tampoco nos importa. Nuestro mundo no adolece de falta de libertad de expresión, sino de todo lo contrario, de un exceso enorme de expresión, de una hiper-expresión gigantesca. Pero ese exceso de expresión no conduce a nada nuevo, a nada insólito, a nada que se parezca a un acontecimiento. Expresa un vacío general.
Ocurre que el mundo se cierra sobre sí en un eterno retorno de lo mismo, una y otra vez. Todo lo que ocurre en nuestro entorno es una apariencia de devenir y cambio en la más completa inmovilidad. El cambio vertiginoso en la inmovilidad tiene un nombre: organización del vacío. La gente se manifiesta porque está simplemente hastiada, ahíta de nada. Supuesto esto, cualquier excusa sirve para encender la mecha.
Trabajamos constantemente, estamos encadenados a un ejercicio productivo sin cese. Cuando parece que va a declinar o terminar definitivamente, se inicia de nuevo, de manera que experimentamos que hacemos cosas y nos activamos sin meta alguna. No hay meta, sino sólo un infinito estar en deuda con el tiempo, con la rentabilidad y con el consumo impenitente de información y cultura a la carta. Es un círculo, no un camino que se prolongue hacia un horizonte. La falta de meta es el tema mismo de la actividad, una actividad de vorágine que nos consume. Y no puede cesar, porque si lo hiciese quedaría al descubierto esta ausencia de meta y de horizonte, una oscura verdad a la que tenemos horror.
Nuestro mundo no crea, sino que fabrica; no genera, sino que cumple procedimientos; no transforma, sino que da lugar a variantes de lo mismo. La situación de pandemia está sacando a flote este fenómeno de profundo trasfondo y materializándolo. Lo hace a través de un ritmo monótono en virtud del cual lo único que sucede es que no sucede nada. Se nos dijo que el nihilismo estaba creciendo y creíamos que era una exageración. Pero el nihilismo avanza con patas de paloma, sin hacer ruido, hasta que empieza a hacerse algo visible tras la cortina de humo de nuestras pretendidas actividades. No viajamos en un proceloso mar mirando hacia Ítaca. Estamos dando vueltas en círculo entre Escila y Caribdis.
Intento justificar por qué nuestro presente se angosta de este modo en varios lugares, querido lector. Si desea conocer las razones filosóficas de lo que aquí está en juego (según mi humilde opinión), me sentiría honrado si consultase alguna gavilla del siguiente puñado de páginas:
Sáez Rueda, Luis, Ser errático. Una ontología crítica de la sociedad, Madrid, Trotta, 2009, pp. 31-32 [donde se habla de la organización del vacío en la sociedad estacionaria] y pp. 146-151 [donde se relaciona la organización del vacío con la ficcionalización del mundo], así como:
Sáez Rueda, Luis, El ocaso de Occidente, Barcelona, Herder, 2015, pp. 242-257 [donde se intenta aclarar que la organización del vacío es el síntoma de la enfermedad crucial de Occidente en la actualidad, la agenesia]
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