Si el tiempo cualitativo, el de la duración (Bergson) es objetivo, hay una espacialidad subjetiva, fenomenológica, en la que hacemos nuestra vida. Podríamos decir, partiendo de M. Merleau-Ponty, que vivimos en "paisajes experienciales" más que en el espacio geométrico.
La ciudad por la que camino posee, como el paisaje, una multitud de "zonas" que se pliegan entre sí. Hay una a la que no quiero aproximarme, porque expresa la miseria y la injusticia, dado que ahí se aglomeran muchos parias de la sociedad. La experimento lúgubre, cargada de olores a recintos desvencijados, envuelta en una tonalidad oscura y nebulosa, como si allí siempre habitase el riesgo de tormenta. Hay otras zonas, como esa por la que el río Genil se extiende al penetrar entre calles y parajes urbanos. Es luminosa y contundente; posee un amplitud en la que el alma se remansa; porta un gesto rotundo, como expresando la abrupta irrupción de la naturaleza salvaje en la curtida civilización, la llegada de un ser-bruto que vive agazapado en la sierra montañosa. Hay zonas, en fin, que son estrechas como túneles amargos; las hay elevadas o peraltadas, en las que el alma parece volar; o encantadas, transitadas por un misterio que invita al silencio.
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La ciudad, por supuesto, está dispuesta según una cierta geometría y no otra. Pero ese espacio objetivo y cuantitativo es envuelto por la espacialidad cualitativa, de forma que esta última lo transforma en un verdadero paisaje.
F.J. Romero Maldonado
Paisaje mental (2007) |
Hay también un paisaje mental. A nadie se le ocurrirá, cuando quiere darse a conocer a otra persona, presentarle listados de "contenidos" simbólicos: pensamiento 1, pensamiento 2, 3, 4... creencias a, b, c... Propósitos x, y, z... No. Porque los contenidos simbólicos están dispuestos de una forma peculiar que es dinámica; y esta disposición móvil ya no es un "contenido", sino un circuito, una con-figuración, una distribución viviente. Todo lo mental se desplaza en un espacio plástico que pertenece a la vitalidad, de modo que en él hay "acontecimientos", en vez de "cosas mentales": no "pensamientos", sino el pensar; no "sentimientos", sino el sentir; no "deseos", sino el desear. |
Tenemos, en cada momento de la vida, un paisaje mental. Ciertos cursos del pensar y modos de valorar están en primer plano, porque son los que sirven de travesía en vistas al mundo o de avanzadilla hacia él. Otros permanecen en un plano segudo, o tercero, cuarto.... Y cada movimiento es rodeado, al nivel de su importancia relativa, por otros que lo circundan y que constituyen en torno a él una orquesta. Todo es orquestado en la pendiente hacia fuera.
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Hay zonas del paisaje mental que no queremos revelar a los otros, y entonces se sitúan en una penumbra que solo nosotros podemos iluminar; aun así, lo que guardan y protegen actúa, actúa a hurtadillas, lo dejamos que forme parte del espectáculo, pero entre bambalinas o desde la distancia velada del proscenio. Cuando alguien argumenta no "presenta" al otro una sucesión cualquiera de razones, sino que las sitúa tensionalmente entre sí, como dibujando una estructura flexible: esta razón será la primera; esta otra, más audaz, esperará su momento, agazapada; pero aquella, la más osada y definitiva, surgirá de improviso mientras todo esto sucede y, dejando a las demás en retaguardia, avanzará en el momento oportuno, ocupará la escena crucial y dará un zarpazo. |
Nadie se enamora de tus pensamientos o de tus ideas. Eso es falso. Si alguien se enamora de tí es porque llega a amar tu paisaje, ese en el que los pensamientos e ideas se derraman y ordenan, unos en umbría, otros situándose como en la cúspide brumosa de un bosque, algunos en coro y como en un valle remansado.
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Van Gogh
Autorretrato con sombrero de fieltro gris (1887) |
Pensar es, antes de nada, configurar un paisaje mental que, a menudo, adopta el aspecto de una encrucijada, de manera que los caminos diversos que allí se cruzan sirvan a los contenidos mentales para evolucionar, discurrir, precipitarse, ascender, dejarse caer... Nuestra especie se caracteriza por habitar espacialmente la Tierra, aprehendiéndola como un conjunto de parajes cambiantes y heterogéneos entre sí. La Tierra en la que vivimos no es, por tanto, la puramente material, sino esta otra que resulta intangible e invisible. El comportamiento inteligente ha sublimado los paisajes de la Tierra hasta convertirlos en una capacidad paisajística en la mente. |
René Magritte The age of enlightenment (1967) |
Hay personas que saben mucho y que, sin embargo, poseen un paisaje mental tan magro y estrecho que se ven obligadas a apilar sus conocimientos, convirtiéndose, al cabo del tiempo, en meros cúmulos sin rostro. Hay personas, por el contrario, que cuidan una o dos ideas fundamentales y las ponen en movimiento a través de un panorama magnífico. Pensar, querer, amar, desear, perseguir, proyectar, etc. equivalen siempre a gestar una tierra repleta de panorámicas y a moverse en ella, a través de sus senderos, elevaciones, vaguadas o derrumbaderos. Si el término "alma" posee un significado, tiene que estar conformado como un paisaje. |
Si afirmamos que la vida en la Tierra está en peligro, ¿qué queremos decir? Hay quien piensa que el peligro reside en que estamos destruyendo las condiciones materiales para que las especies biológicas pervivan, de manera que la supervivencia misma de nuestra especie ha sido puesta también en grave riesgo. Y esto es cierto. Ahora bien, en ese caso, estamos refiriéndonos a la Tierra físico-química, al planeta que lleva ese nombre. Y al hacerlo, hemos obviado a la Tierra más sutil y significativa, la cualitativa, la que se explicita en paisajes experienciales. Pero, cuando el ser humano se limita a sobrevivir, no puede evitar reducir la naturaleza a mero instrumento. Todo lo que es, para nosotros, mero "objeto" se convierte en aquello que existe "para un sujeto".
La ecología que así procede se ve invadida sigilosamente por una contradicción: defiende una Tierra que es, por principio, aquella que se convertirá en territorio destinado a ser colonizado y, a la postre, destruido. Podemos llamar a esta actitud "ecologismo de supervivencia". Y es que ha sido la exclusividad con la que el ser humano ha tomado su supervivencia -como único y supremo fin- lo que ha conducido hasta la situación de grave crisis ecológica. El "ecologismo de supervivencia" es aporético: afirma salvaguardar aquello mismo que condena.
Defender la Tierra cualitativa es otra cosa. Significa defender esa Tierra que es vida, no meramente biológica, sino espiritual, porque se dispone en zonas experienciales entretejidas o plegadas. Es la Tierra a la que podríamos llamar espacio telúrico. En él es donde el ser humano vive, sea consciente de ello o no, porque es ahí donde realiza sus rituales, absolutamente necesarios para la existencia: rituales de paso, de muerte, de amor o de constitución de la ciudad. El espacio telúrico no es una trastienda mística que se oculte tras la materia. No cabe confundirlo con una hipótesis metafísica o religiosa. Es la espacialidad en cuanto vivida, el suelo sobre el cual se comprende a sí misma la existencia humana. Y este espacio es también, como decimos, el que ha sido sublimado para incorporarse mentalmente en la forma de paisajes del alma, sin los cuales no hay ni pensamiento, ni volición, ni deseo, es decir, mundo humano. Lo externo y lo interno están vinculados, así, en una relación de dependencia. Lo exterior paisajístico se pliega en lo paisajístico interior; y la experiencia de esta Tierra envuelve a todo cuanto de material hay en ella: tal es para el peculiar y asombroso caso de la especie humana.
Josef Forster Man without Gravity (ca. 1916-1921) |
Infirmitas es la palabra latina para designar "enfermedad". Al mismo tiempo, el término constituye por sí mismo una matización: especifica que la enfermedad es siempre una falta de firmeza, un desmoronamiento. La Infirmitas objetiva (de la Tierra material) lleva en sí una Infirmitas subjetiva, una enfermedad colectiva consistente en la falta de ese "firme" que es el espacio telúrico. Con ella, la humanidad se desliza hacia una existencia sin paisaje mental. El desarraigo, es decir, la imposibilidad para habitar, se expresa -como señaló Ludwig Binswanger ("El caso Ellenwest". 1958)- mediante la escisión de la experiencia en dos mundos separados: por un lado, el de una realidad desfondada e inhóspita ("mundo de cieno"); por otro, el de un "mundo etéreo", imaginativamente sutil y virtualizado, al que se recurre para para huir del primero. Pero esto mismo era el nihilismo para Nietzsche, una fuga de la tierra que, para completarse, necesita inventar un mundo ficticio, situado en un más allá idealizado.
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Podríamos llamar a la posición que tiene en cuenta todas estas cosas "eología gestante". El espacio experimentable y cualitativo, el telúrico, es ese en el que el ser humano se hace un alma, es decir, donde llega a gestarse, a nacer como ser espiritual. "Gestante" significa, visto desde esa perspectiva, autopoiesis humana, auto-gestación artística de sí. Pero lo gestante es el espacio, también, en el que las acciones humanas pueden cobrar grandeza al enfrentarse a peligros, es decir, donde pueden ser llevadas a cabo las acciones humanas como gestas.
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Ecología gestante significa: salvar la Tierra como la base última de la experiencia espacial humana, en la cual el hombre se gesta a sí mismo autonómamente y puede llevar a cabo acciones más allá de aquellas que sirven a la mera supervivencia biológica, a saber, acciones en las que es perseguida una meta, unos ideales, un horizonte de valor, ex-poniéndose y poniendo en peligro, si es necesario, la propia superviviencia. Estas acciones son las gestas, sin las cuales vivir se degrada en sobrevivir. |
En Tierra y destino (Barcelona, Herder, 2021) hemos intentado desenvolver y precisar este tipo de problemas. |