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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo |
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio.
Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar. |
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¿Combatir el nihilismo o radicalizarlo? |
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En
1996, escribía Claudio Magris: "En
este comienzo de milenio muchas cosas dependerán
de cómo resuelva nuestra civilización
este dilema: si combatir el Nihilismo o llevarlo
hasta sus últimas consecuencias" (Cortesía
de Juan José Muñoz Villacián). La
reflexión de Magris, dando en el blanco,
contiene algún error de expresión.
La segunda alternativa es falaz. Al nihilismo
no se lo puede llevar a sus últimas consecuencias,
pues es un destino y nos tiene en sus manos. En
todo caso, se podría formular esa segunda
opción así: "abandonarse a
su destinación y pleno cumplimiento".
Para aclarar esto es necesario reflexionar, siquiera
mínimamente, sobre el sentido de los términos
"nihilismo" y "destino".
Una
opinión habitual sobre el nihilismo lo
vincula con un fenómeno subjetivo y, en
particular, con un sentimiento de indiferencia
hacia el rumbo de las cosas. Esta idea sobre el
fenómeno nihilista no es propiamente filosófica.
Por lo demás, es premeditada y algo banal.
Sobre el nihilismo han pensado Nietzsche, Heidegger,
Adorno, Horkheimer y muchos más en el siglo
XX, refiriéndose a él como un acontecimiento
que empapa y dirige, desde la trastienda, a nuestra
época. Se necesitaría un tratado
entero para hablar con rigor y finura sobre ese
fenómeno. Baste una generalización,
por torpe que sea, aquí.
1. Nihilismo
El nihilismo es un fenómeno
del mundo (humano) y no sólo del sujeto
concreto. Es el acontecimiento por el cual una
cultura es atravesada por la voluntad de negación,
por decirlo así, de su propio substrato:
de la vida (si se quiere, nietzscheanamente hablando),
del ser (si se habla más a la heideggeriana),
de la razón de principios (en un sentido
adorniano o, globalmente, de la Escuela de Frankfurt).
Por
lo anterior se comprenderá que opera una
"nadificación" o "nihilización" (que procede del latín nihil, nada). Si un elegante
y egregio bosque de coníferas pudiese aprehenderse
a sí mismo como nosotros, los seres humanos,
y experimentase arrogantemente como pura inutilidad
o sinsentido a la tierra misma donde hunde las
raíces, al humus que lo sustenta, se podría
decir que es un bosque nihilista. El nihilismo
es un contrasentido ontológico, una autofagia
[1], y siempre contiene una negación de
lo que podría ser llamado, para generalizar,
"mundo de subsuelo", una conversión
de lo que es, por debajo de todo lo concreto y
tangible, en "nihil", en una pura nada
vacía, hueca.
Hoy
acontece esto en Occidente. Convierte a sus veneros,
los caudales que lo alimentan, en una nada, los
humilla y los aplasta hasta ese extremo. Occidente
niega el subsuelo autocreativo de su ser cultural.
Lo convierte en un "nihil" al olvidarlo,
separarse de él y orientarse por mecanismos
autonomizado y ciegos.
2.
Destino
No significa que el proceso nihilista
esté guiado por una fuerza inexorable,
una ley irrevocable o una mano invisible de efecto
incontenible. Cuando decimos coloquialmente "estoy
destinado a esto o a lo otro" no estamos
suponiendo en nosotros una esencia inviolable;
estamos apuntando a una inercia o propensión muy potente. Pues
bien, el nihilismo es un destino en la medida
en que es inercial, no algo inabordable, inasequible
e implacable como una ley de la naturaleza. Lo
más inquietante de esa iniercia es, por
un lado, que rebasa a la suma de individuos concretos
y, por otro, que tiende a ocultarse.
Tiende
a ocultarse. Vivimos en los afanes
y problemas inmediatos; tal posición "céntrica"
es ineludible en el ser humano.
En ese sentido, el acontecer del nihilismo discurre bajo nuestros pies, es la condición de lo que habitamos y pensamos. Siendo un subsuelo, se
nos oculta y no puede ser de otra manera. Ahora
bien, tan inmersos nos situamos en esa centricidad
que esta va adquiriendo la apariencia de
la única posición del hombre en
el mundo, hasta que es tomada por sacrosanta.
Ocurre entonces que el ocultamiento del nihilismo
es, él mismo, ocultado. Podemos hablar
aquí de un "ocultamiento del ocultamiento"
del acontecer nihilista. Dejamos a un lado, entonces,
nuestra vocación "ex-céntrica",
que nos impulsa a salir de la centricidad, a situarnos
en sus márgenes y en última frontera
[2]. Perdemos, así, el sentido de lo que
nos acontece, de lo que nos ocurre.
Si estamos
en una ciudad, por ejemplo, y no la habitamos
cénticamente, no la comprendemos, no estamos
en ella más que maquinalmente. Pero tampoco
la vivimos si no mantenemos erguido el extrañamiento.
Si nos sumergimos en ella hasta fundirnos, a través
de las prisas del trabajo, de las tareas concretas
que nuestra existencia en ella nos depara, etc.,
ocurre que ya estamos fundidos con ella, en su
en-traña; no nos ex-traña y no la
vemos, no la vivimos. El extrañamiento
excéntrico es condición de posibilidad
de que aprehendamos algo. Sólo
ex-céntricamente, en ese empuje de extradición
respecto al mundo concreto en el que estamos céntricamente
situados; sólo por mor de esa potencia
errática que impele al des-habitar y al
mirarse a sí mismo como se mira a un extraño,
a ex-trañarse de la en-traña; sólo
por esa fuerza, pues, podemos mirar como a vuelo
de águila y aprehender el substrato nihilista.
Había mencionado una segunda opción.
Se trata de aquella en la que realmente estamos hoy. El nihilismo no es, dicho
con rigor, una opción, tal y como lo plantea
Magris. Porque somos tozudamente céntricos
y manifiestamente cobardes con la ex-centricidad.
De ese modo, nos situamos respecto al nihilismo
en el "abandonarse a su destinación
y pleno cumplimiento". Lo
que se le opone a este abandono es, sí, y como dice
Magris, combatir el nihilismo. Ahora bien, ¿qué
significa combatirlo?
Para hacer frente al nihilismo es necesario
que nos situemos céntrica y excéntricamente,
a un tiempo, en nuestro mundo presente, atreviéndonos
en nuestros diagnósticos (no sólo
teóricos, sino de experiencia
interior viva) a la extradición que proporciona el "auto-extrañamiento
ex-céntrico". En
nuestra problematización del presente predomina
la atención a lo "casero". Atreverse
a la excentricidad consiste, en el plano político
y social, a vivir lo céntricamente problemático desde
la distancia y la mirada de águila que
proporciona la ex-centricidaed: colocarse en la
frontera de lo que sucede y aprehender, siquiera
en esbozo, el movimiento en su totalidad. A ese
momento no hemos llegado aún. No se afirma
aquí que no haya excepciones. Se afirma
que la corriente más dominante y más
influyente de pensamiento o análisis es
la meramente céntrica.
La ex-centricidad
es tomada hoy en su sentido peyorativo, como la
posición teórica de excéntricos que "están en las nubes" y no
tocan suelo firme. Craso error que puede traer
consecuencias de magnitud considerable. El sociologismo
y el politicismo (no la sociología y el
análisis político) son expresión,
hoy, de esa tozuda centricidad. Sociologismo y
politicismo constituyen la tendencia a aclarar
todo lo que nos ocurre desde el punto de vista
de nuestra conformación social y de nuestras
estructuras políticas. Más profundamente,
lo socio-político se posa sobre la textura
entera del modo de ser de una civilización
(de su cultura, como modo de vida y visión
del mundo). El reduccionismo socio-politicista
se extiende hoy por doquier y anula esta óptica
dirigida hacia lo civilizacional en profundidad.
"Combatir el nihilismo"
implicaría que -situados ya en el quicio
céntrico-excéntrico, en ese entre que en otro lugar he vinculado con el "ser
errático" de lo humano [3]-, pudiésemos
hacer experiencia del fenómeno del nihilismo.
En este sentido reformularía la segunda
opción que ofrece Magris. No se trata,
como he dicho, de conducir el nihilismo a su extremo.
Eso, además de no poderse "hacer" (porque no es algo "construible") es
justamente lo que ya estamos haciendo sin proponérnoslo.
Se trata de llevar a su extremo, en la auto-experiencia,
la aprehensión del nihilismo, pues ahora
ni lo oteamos. Pero
imaginemos que llega el momento en que esto ocurre.
Tendría lugar una experiencia que, sí,
comienza en individuos concretos, pero que cobraría
forma cabal cuando ya fuese de la comunidad entera
-más allá de la suma de sus singularidades-.
Coincidiría, entonces, con una auto-experiencia de
la comunidad respecto a sí misma. ¡Esto
es lo que falta y "hace falta"!
¿Se
puede provocar esto que "hace falta"? No
se puede construir con discursos o con buena voluntad.
Pero tampoco es algo respecto a lo cual no podamos hacer
nada. No me puedo enamorar a voluntad. No podemos
hacer, a voluntad, que acontezca la experiencia
común del nihilismo. Puedo, sin embargo,
preparar con valentía y coraje las condiciones
para que "me ocurra" que me enamore:
no tenerle miedo al compromiso que eso implica,
a la salida de sí que representa, ser capaz
de estar abierto, de escuchar... Se puede preparar,
con coraje y valentía esa autoexperiencia
de la comunidad respecto a sí misma, haciendo acopio, cada uno, de la seriedad del
problema del nihilismo, en el fuero interno, sin
miedo y poniéndose a salvo, al mismo tiempo,
de milenarismos y catastrofismos. Refinando interiormente esa experiencia
y conduciéndola a su extremo, lo cual no significa anularse en la pura nada. Significa "ver". Y, como
eso que se "ve" está ocurriendo
y no ha llegado a pleno cumplimiento, conducir tal vivencia
a su extremo lleva aparejada una auto-anticipación,
un colocarse virtualmente en ese pleno cumplimiento.
Experiencias así producen una conmoción
en el cuerpo y en el alma (que son la misma cosa).
Pero esto no basta. Es necesario que el número
de individuos que hacen esa experiencia aumente
hasta el punto de que el contagio tome ya rumbo
propio, escape a todos y cada uno de los individuos
y conforme una experiencia comunitaria en su recto
sentido.
[1] "Autofagia". He llamado
así (en El ocaso de Occidente,
Barcelona, Herder, 2015) al agente patógeno
fundamental de nuestra cultura (como modo de ser
y visión del mundo), es decir, de nuestra civilización
occidental en el presente. La cultura se genera
a sí misma, es auto-poiética, auto-organización
creativa y tendente a la expansión en riqueza
y potencia. Una génesis autófaga
es aquella en la que, en su dinamismo inmanente,
devora paradójicamente sus potencias. Tal
es el significado. Esta no es producida por anomalías
respecto a un estado supuesto de salud o normalidad.
La enfermedad es el proceso aporético por
el cual la vida, por mor de su propio movimiento,
desfallece y se vuelve contra sí misma.
Es autófaga y no autoinmune, pues no tiene
su causa en la revuelta de sus defensas contra
sí misma (la cultura no tiene un exterior
y no se defiende de ningún agente patógeno),
como algunos hoy sostienen. Su causa reside en
una vuelta contra-genética de sus propias
fuerzas dinamizadoras. Siendo la génesis
autófaga el agente de la enfermedad occidental,
da lugar a multitud de patologías de civilización
en superficie, es decir, a procesos, también
autófagos, por los cuales la comunidad
occidental, en su dimensión socio-política
y considerada de modo supra-individual (como un
conjunto mayor que la suma de sus partes), ciega
su crecimiento cualitativo en el mismo acto en
que lo propulsa. La enfermedad de Occidente, así
considerada, tiene como condición su crisis,
que comprendemos como agenesia, incapacidad para
engendrar o crear. Más información,
si lo desea, querido lector, aquí
[2] He caracterizado (en Ser errático.
Una ontología crítica de la sociedad,
Madrid, Trotta, 2009/2012) la condición
humana como una tensión entre "centricidad"
y "excentricidad". El ser humano, siendo
un ser con esas dos caras, lo llamo "ser
errático". Tesis central: el ser humano
es una “unidad discorde” entre dos
dimensiones o acontecimientos heterogéneos
entre sí, pero inseparables y en relación
tensional. La primera dimensión es la pertenencia
cétrica al mundo (en un sentido próximo
al heideggeriano). La segunda dimensión
(con Heidegger contra Heidegger) parte de la idea
de que, por otra parte, el hombre no puede “habitar
mundo” sin la experiencia del “extrañamiento”,
de la perplejidad ante la pertenencia misma a
un mundo de sentido. Dicha experiencia inexorable
genera una distancia pre-reflexiva del hombre
respecto a cualquier forma de existencia concreta
y constituye su condición ex-céntrica.
Reunidos estos dos modos de ser cooriginarios
de la condición humana y comprendidos en
forma tensional, “ser errático”
significa que el hombre pertenece a un mundo sólo
en la medida en que, al mismo tiempo, se experimenta
extraditándose o saliendo de él.
Lo habita en la justa medida en que se experimenta
extranjero en él. En él está
“enraizado” y, al unísono,
“expulsado”, in-curso y ex-curso,
entrañado y ex-trañado, entregado
y separado. El ser humano existe, por tanto, como
“entre” o “intersticio”
entre un mundo al cual pertenece y del que se
sustrae y escapa, por un lado, y otro al que se
dirige y que todavía no es, por otro. El
hombre es, por así decirlo, un intersticio
entre dos formas de un nihil productivo. Si desea
más información, querido lector,
le remito a un resumen del libro:
[3] Sáez Rueda, L., Ser
errático. Una ontología crítica
de la sociedad, op. cit. “Ser errático”
posee un sentido latino peyorativo y otro positivo.
En el primer sentido, significa “andar sin
rumbo” o “a la deriva”. En el
segundo sentido significa, según mi estudio,
que se hace a sí mismo mediante un proceso
al que podríamos llamar “caosmos”:
un proceso tensional (propulsado por su mixta
condición céntrico-excéntrica)
que no posee fundamento ni telos, sino que genera
su regla en el devenir mismo e in status nascendi.
En la inter-relación de la comunidad se
producen encuentros caóticos que terminan
dando lugar a una red o rizoma en la que del caos
surge un orden espontáneo y siempre renovado.
Este último sentido no peyorativo sirve
para caracterizar al hombre en cuanto tal. El
primer sentido sirve para calificar al hombre
actual en la medida en que está hundido
en una profunda crisis de carácter ontológico
y con expresiones socio-culturales diversas. |
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