Venimos defendiendo la tesis según la cual en el presente se trenzan tres poderes sociales, tres fuerzas autonomizadas que despliegan, más allá de las voluntades humanas, una inercia casi fatal e irresistible:
el fetichismo del capital, la racionalización procedimental y el espíritu de cálculo o Mathesis Universalis. Sostenemos, además, que tales poderes conforman, trenzadamente, un estilo unitario y sistemático, un estilo que constituye el paradigma actual del dominio sobre la Tierra, el paradigma agenésico y gestionario.
Este modelo prototípico se opone frontalmente a la gesta en la que consiste la vida, tanto en su sentido más amplio como en el estrictamente humano. Con el término "gesta" hemos designado al devenir auto-organizador del mundo socio-cultural humano: la colectividad humana se gesta a sí misma de un modo autocreativo a través de la cultura y de la organización institucional. "Gesta" significa, al mismo tiempo, lucha contra el destino, es decir, lucha contra los procesos autonomizados y ciegos que, atravesando a dicho mundo social y cultural, se oponen a su auto-organización, tendiendo, así, a introducir a la colectividad en un movimiento tan rígido, ajeno e indisponible como era el destino en la tragedia clásica griega. La comunidad humana, en su profundidad, es una gesta en este doble sentido.
Un proceso agenésico es un devenir meramente horizontal y cuantitativo, sin transformación vertical y cualitativa. «Agenesia» significa «incapacidad para engendrar». Lo agenésico simplemente gestiona o administra.
El famoso cuento de Kafka La madriguera , inacabado y escrito entre 1923 y 1924, proporciona, desde cierto punto de vista, una alegoría muy interesante para aclarar el significado que otorgo a la expresión «gestión agenésica» o «a-gestión» (acumulación, agregación). En él se narran, en primera persona, las peripecias obsesivas y paranoides de un topo (o un animal parecido) que, asustado por sonidos variables, comienza a protegerse en su madriguera. En la oscuridad de esta se ve llevado a un ajetreado movimiento en el laberinto de galerías donde se refugia: excava una en una dirección, se retracta y comienza otra, de la que parten ramificadamente más, vuelve al punto de partida, recomienza de nuevo, derruye lo ya construido, lo vuelve a elaborar con matices distintos y así sucesivamente. El pequeño animal, se podría decir, administra su madriguera, le ofrece formas, la ordena, pero lo administrado no evoluciona. Permanece en un mismo enclave, sin desarrollar nunca algo a lo que se le pueda llamar «elaboración creativa» o «producción que avanza». Es un dar vueltas y revueltas que no produce nada. Además, esta actividad del animal en su madriguera posee una dimensión paranoide, pues en todo el proceso está animada por el temor a peligros que imagina al escuchar sonidos cuya procedencia desconoce.
Esta es la forma que adopta la actividad agenésica, la de una administración o gestión que no desarrolla nada, que no avanza ni retrocede, o que realiza ambas cosas al mismo tiempo, siempre en vinculación con el miedo. La oposición entre gesta y gestión agenésica se devela radical. La primera es autotransformadora, la segunda repetitivamente improductiva. Pues bien, el paradigma agenésico actual proviene de la unidad o trenzado de las tres fuerzas ciegas del presente y se expresa en multitud de instancias y procesos. Señalaré solo algunos.
Partamos del capitalismo, una de las tres fuerzas ciegas: tiene a su base un mito o actitud reverencialmente religiosa, el fetichismo de la mercancía , que ha pasado de articular un modelo económico a conformar un modo de vida capaz de invadir el inconsciente colectivo y gestante y de someterlo. Desde la profundidad de tal inconsciente, el fetichismo de la mercancía, como si de un parásito que modifica la conducta entera de su huésped se tratase, sustituye los deseos dirigidos a la gesta vital por la compulsiva ingesta de novedades fugaces, desechables en el instante mismo en el que aparecen. El orden auto-creador de la gesta vital es deglutido, así, por el ajuste de la vida a reglas externas de la acumulación incesante, es decir, por una agesta siempre insatisfecha que adiciona adquisiciones volátiles y segmentos lineales de tiempo en un encadenamiento infinito. Tal es la forma en que se entiende hoy el progreso . Hay que añadir ahora que, al menos desde la última década del pasado siglo, se adapta a la sociedad de la comunicación globalizada y a la nueva flexibilidad y plasticidad que esta introduce en el tejido social. Rompe con la rígida distribución jerárquica de la empresa y se descentraliza . Adopta una disposición reticular, concediendo autonomía a cada uno de sus nódulos y ramificaciones. Cada uno de ellos parece adquirir una libertad antes imposible, pues tiene, no órdenes que cumplir, sino «proyectos» que llevar a cabo de forma aparentemente creativa. En esa retícula de filiales y extensiones laberínticas, la empresa otorga autonomía a los núcleos diversos de trabajo: los trata como «operadores» que se «autoorganizan» en «equipos» y que se hacen responsables del proceso productivo. La nueva forma del capital nos convierte a todos en «directores» de nuestras propias aventuras, en las que podemos actuar como «animadores de equipo», «catalizadores», «inspiradores». Se produce por este camino, sin embargo, una mera ilusión de libertad, pues con ello el capital sustituye el control directivo por un autocontrol y una autoadministración que alcanzan ahora a la intimidad de la vida. El principio de la mercantilización permanece soterrado bajo semejante ilusión y sojuzga la gesta humana, vaciándola y desplazándola por una fingida autoorganización que, en el fondo, no es más que auto-esclavización. Por lo demás, se extiende del cuerpo al alma de individuos y colectividades, convirtiendo en mercancía a la actividad anímica mediante lo que se viene llamando trabajo inmaterial , el que está relacionado con la producción de cultura y conocimiento, de bienestar y satisfacción emocional.
En la sociedad de la comunicación, además, el capital parece reforzar recientemente su flexibilidad por medio de las nuevas tecnologías.
Esta maleabilidad del capital no solo es realizada en el tejido material de la sociedad; hace proliferar su atractivo a través del mundo virtual de la red global y se prolonga en él. La expansión de las inercias del capital se inclina, tal vez, hacia un modelo cibernético. Una auto-organización cibernética es, en general, un sistema relacional que vincula diferentes procesos logrando que se auto-regulen entre sí tal y como, por ejemplo, se conectan el funcionamiento de un aparato de aire acondicionado, por un lado, y la temperatura ambiental de una habitación a través de un termostato. Para ello, la inter-relación cibernética establece una retroalimentación entre las informaciones que proceden de las instancias relacionadas —en el ejemplo, información térmica del aire e información electrónica del aparato de ventilación—. Entre tales informaciones es establecida una retroalimentación que ya no necesita de la intervención humana. En lo que respecta al capital es posible que haya iniciado la pendiente hacia una auto-regulación de este tipo entre los múltiples flujos —unos de demanda, otros de satisfacción productiva de la demanda— que circulan en la red. Y esta auto-regulación es anónima, ciega, tendente a escapar a las voluntades humanas, sean de individuos, sean de instituciones.
A partir de la auto-regulación del capital, eso sí, pueden operar a voluntad ciertas técnicas concretas de ese tipo de reglamentación al que he denominado gestotecnia . Es esta una propensión actual a desarrollar prácticas cuyo sentido consiste en una construcción de lo que no puede ser construido: ingeniería de lo salvaje. Las gestotécnicas se materializan en actividades organizadas que, con conciencia o sin ella, promueven la reglamentación del ser-salvaje humano, es decir, de la capacidad humana para generar conductas regladas de modo irreglable y creativo. Argumenté que la dirección de este propósito es absurda: quiere lo imposible, ofrecer un método para aquello que no procede metódicamente, proporcionar una ley a lo que carece de ley por principio.
En el poder agenésico se basa el capitalismo en su forma más reciente. Pero hay que decir que el capitalismo no es el generador de tal poder. Más bien lo presupone y se hace parasitario de él. No se debe confundir el movimiento del capital en su conformación agenésica con el propio poder agenésico. El primero es un efecto en superficie, el segundo un dinamismo paradigmático y más amplio en el mundo presente. Y es en este marco más profundo en el que cabe afirmar la hipótesis cibernética de un modo más realista. Las fuerzas inerciales del capital —que consisten en la producción de producción, en el crecimiento continuo de mercancías de todo tipo— se extienden a través de procesos cibernéticos, es decir, a través de auto-regulaciones por parte de flujos de información en el mundo virtual que proporcionan las nuevas tecnologías. El funcionamiento cibernético no puede, sin embargo, hacerse realidad. No es un tipo de poder que pueda modelar la libertad y reconducirla según sus fines. Solo puede abatirla, sofocarla, eliminarla. Lo que ocurre es que, coherentemente con lo que hace cualquier gesto-técnica, domestica a la sociedad ficcionalmente. Solo seducidos por la ficción de que son libres pueden los seres humanos del presente dejarse llevar por la inercia cibernética que se propaga en la red global virtual. El capitalismo actual vive de esta ficción colectiva y opera, por lo tanto, como un enorme imaginario de libertad y espontaneidad. Un imaginario que, penetrando en el inconsciente colectivo, no se limita a permanecer —por decirlo de una forma quizás grotesca pero ilustrativa— en las cabezas de los individuos, porque es una ficción que trabaja, que produce conductas. Se trata, pues, de un capitalismo agenésico. Administra la vida colectiva en el sentido de una «gestión agenésica». Organiza conductas que, como las del topo del cuento de Kafka, tienen la apariencia de una gesta, pero que no lo son: no crean nada nuevo, sino que producen un movimiento muy ajetreado y completamente infecundo a un tiempo.
Si esta vida colapsada promovida por el paradigma agenésico actúa y se mueve es organizando la propia auto-negación que ella es y, así, administrando su evaporación, su ausencia o, cabalmente, su vacío. El topo kafkiano construye galerías de un lado a otro, las deconstruye y las inicia constantemente y el resultado de tan vertiginosa acción es el inmovilismo. En realidad, permanece inmóvil en su intenso movimiento. Haciendo mucho, no hace nada. Aplicada esta imagen a la sociedad agenésica descubrimos en ella un vacío, una nada. Hemos procurado justificar, a propósito del mito del progreso, que los seres humanos del presente nos vemos conducidos a un activismo permanente del que no surge un hacerse a sí mismo, una gesta: del que no surge nada. Pero esta paradoja se puede comprender desde otra perspectiva: no ocurre tan solo que de la ingente cantidad de movimientos no surja nada. Retroactivamente, también ocurre que la nada misma se convierte en motor de movimiento. La acción agenésica de la vida colapsada es el dinamismo operante que expele el vacío mismo. En esto consiste, precisamente, el nihilismo actual según la interpretación que hemos realizado de él .
La gestión agenésica es una producción de vacío de forma administrada, es decir, a través de acciones regladas, comportamientos, procesos de trabajo, etc. Tiene el carácter de una organización del vacío. Eso es lo que hace, propiamente, el topo del cuento en su madriguera. Semejante producción nihilista de nada-de-ser (vacío) y administración del mismo es el núcleo ontológico del paradigma agenésico actual. Y esta situación inane da lugar a mucho sufrimiento, a un malestar sin objeto al que vengo haciendo diferentes alusiones. Ocasiona una gran frustración colectiva, porque inconscientemente los individuos intentan una y otra vez extraerse a sí mismos de la oquedad tirando de ella hacia arriba mediante la propia oquedad, de un modo análogo a como el célebre Barón de Münchhausen intentaba salir de una ciénaga tirándose de su propia trenza hacia arriba . He aquí la tragedia presente y su comedia irrisoria. Este movimiento es una organización del colapso, un movimiento en vano, una administración de la nada, es decir, la forja de una comedia que no es tal, porque expresa una oculta tragedia: la tragedia de la muerte de la tragedia. En ella se disuelve la tragedia creadora, la tensión entre padecimiento y dignidad.
El poder agenésico constituye también el fondo subterráneo de las otras dos fuerzas, la de la racionalización funcional y la del espíritu de cálculo. La primera procedimentaliza la vida y, por tanto, la deja exangüe. Es un modo más de gestotecnia, en la medida en que pretende disolver los fines, metas y valores en los procedimientos que, se supone, estos utilizarían a su servicio. Ocurre lo contrario, que los medios procedimentales tienden a ocupar el lugar de lo que pretenden y a convertirse, ellos mismos, en fines. Pero este dinamismo, que agita también al modo de vida presente, no genera nada. El espíritu de cálculo está imbricado siempre en los devenires del capital y de la racionalización procedimental, pues la gestión agenésica que provocan implica, además, un activismo cuantitativo que no cambia nada cualitativamente pero que necesita constantemente de un aumento en cantidad —de mercancías y de organigramas racionalizadores— tendente a maximizar su eficacia. Es esto último lo que corre a cargo del espíritu de cálculo, que se pone al servicio también de la agenesia.
En el mundo globalizado han sido desatadas inercias autófagas que amenazan al tejido civilizacional entero. El conjunto de problemas que estas plantean genera un malestar sin objeto que se hace notar en el psiquismo trans-subjetivo. Es una vaga Infirmitas, falta de firmeza de la cultura en la naturaleza externa y en su indomesticable naturaleza interna, fuente irreglable de autogeneración creativa. Es obvio que la situación reclama una política conjunta. Pero esta ya no puede limitarse a proyectar reformas concertadas susceptibles de cuantificación y medida. Lo que indecisamente está en juego implica una transformación cualitativa. Tal vez sea necesaria, entonces, una política que desborde la mera atención a las estructuras sociales, a las formas de gobierno o a los procedimientos institucionales de organización. Aunque esta es necesaria, resulta ya insuficiente, pues lo que más urge es pensar en común el sentido mismo de los dinamismos que otorgan una dirección a tales estructuras, formaciones de gobernanza e instituciones.
[Extracto de Sáez Rueda, L., Tierra y destino, Barcelona, Herder, 2021, coda, 3.1] |