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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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El arte de permanecer, en extinción
26 / 01 /2024

Hojas que caen (1888). Van Gogh

Sócrates le pide a sus contertulios, cuando los invita a pensar y argumentar, ciertas condiciones. Nos interesa hoy una de ellas. Pide, ante todo, que "permanezcan" en el problema. Les pide a los otros que, cuando escuchen y hablen, "permanezcan" en la "cosa" de la que se habla, porque solo así pueden encontrarse entre y recorrer un mismo hilo de Ariadna. El permanecer es inherente al argumentar, al decir, al pensar, al vivir en cuanto tal. Pero no consiste simplemente en hacer más lento aquello en lo que se está. No es parsimonia, comedimiento, templanza o cachaza. Es una cualidad, más bien, de la concentración, de manera que podría ser definido como una concentranción intensiva. Lo intensivo se opone a lo cuantitivo; así, la intensidad de un estado concentrado no posee medida numérica, un más y un menos de ese tipo que vinculamos al peso de algo, a la expansión espacial o a la velocidad de movimiento. El más y el menos es aquí, por el contrario, siempre metafórico, porque es como una medida sin medición. Se nos da con una mayor o menor densidad cualitativa. Al permanecer en un lugar, por ejemplo, la experiencia se espesa, se hace más voluminosa y grávida. Al permanecer en una pregunta, esta cobra fondo y pregnancia. Y un olor -también un sabor- adquieren matiz y existencia más real cuando en ellos permanecemos. El más y el menos de la permanencia es existencial, se refiere a una intensidad de vida o de realidad.

Ensimismamiento. Adela Casado (2022)

El permanecer está fuera del tiempo cronológico, de ese que mide el reloj. Habita un tiempo distinto, un tiempo de "duración". Cuando permanecemos en un problema, la atención de la mente "dura" en el tratamiento del mismo. Si el tiempo del reloj (Chronos) se puede representar en una línea horizontal de momentos, el de duración (Aión) se desplaza en una línea vertical de "intensidad". Comprender algo es siempre un "comprender por encima" o un "comprender más a fondo". Y entre ambos extremos hay tendido un infinito. Puede uno permanecer en un problema toda la vida, sin necesidad de conducirlo a una "solución", convirtiéndolo en una parturienta de ideas y brillantes visiones. El dinamismo de lo que se tiene en mente o se verbaliza, desde este punto de vista, no reside en su retardamiento o en su celeridad, sino en su "amplitud", una amplitud no espacial, sino experiencial.

Mujeres tomando el té, Albert Lynch (1851-1912)


Ahora bien, aunque todos estos rasgos parecen depender enteramente de la subjetividad interior que proyecta el individuo, la permanencia duradera no es un fenómeno meramente psíquico, una experiencia íntima que se separa del curso objetivo de las cosas. Pertenece a los procesos de la realidad exterior, en los que incrustamos nuestra vida. Bergson se refería, con un ejemplo, al modo en que transcurre la disolución de un azucarillo en agua. Científicamente, hay una fórmula del dinamismo químico que en esa mezcla se produce, una fórmula que no incluye la duración, porque describe un devenir instantáneo. Según ella, la miscelánea da lugar, sin más, a un estado químico. Sin embargo, para que se disuelva el azucarillo hemos de esperar. El Big Bang, ese acontecimiento iniciático del cosmos, es, pensado desde la perspectiva cronológica, algo que ocurrió, un acontecimiento que decayó en una sima y desapareció. Fué, ya no es. Pero esto es falso. Bien pensado, el Big Bang dura desde entonces, se expande a partir de su nacimiento hasta el momento presente, al que alcanza en su interior. Solo así se puede concebir lo actual como un efecto de aquel suceso primerizo.

Jackson Pollock - Convergence - 1952
Nos interesa, en particular, la permanencia en un problema. Permanecer en el mismo problema no es "repetirlo". La repetición se da en el tiempo del reloj, de manera que lo que se dice en un momento de la línea horizontal aparece de nuevo, sin transformación, en otros momentos ulteriores. Desplazarse en la línea vertical, permaneciendo, no es repetir, sino sondar, pulsar, tensionar. Este es el sentido del verter luz. Consiste en llevar lo que se oculta en lo oscuro, progresivamente, a un claro. Queremos avanzar entre los árboles y llegar, por así decir, a un "claro" del bosque. A través de todas sus errancias, el ser humano no puede dejar de buscar ese "claro" de su vida problemática, porque parte de no comprender bien nada de lo que lo rodea y anhela "ver" mejor. Aun así, lo oscuro permanecerá siempre en el fondo, pero como una sombra que acompaña a la luz, como una opacidad que colabora en el hecho de que lo claro sea posible y tenga un perfil.
 
Desolación. Óscar Botero (2022)


El arte de permanecer está francamente en extinción. Se dice "una cosa" y, para caracterizarla, no se permanece en ella, sino que se la rodea de una pléyade de otras, cuyo carácter vibrátil las hace revolotear en torno, como los electrones rodean a un núcleo que no llegan a tocar. Cada una de estas otras "cosas" necesitaría, a su vez, "permanecer", de modo que empezaran a clarear. La cosa, entonces, la cosa misma, eso en lo que se está, se convierte en fugaz: tan pronto aparece, es disuelta en un torrente abrumador. Tal fugacidad sí va acompañada de la repetición, porque los satélites de los que se rodea la cosa se disuelven para que puedan ocupar su lugar otros astros lingüísticos una y otra vez.

Lo mismo ocurre con la elección, que es necesaria para vivir. Nuestro mundo está constituido como una red de "posibilidades" innumerables. El sujeto, al ir a actuar o pensar, se encuentra con que no puede decidirse por un camino, porque los cauces se ramifican desbordantemente. Determinarse por una posibilidad, por un camino, es decir, "permanecer" en una senda, le parece horroroso a muchos individuos del presente, porque lleva consigo renunciar a otras posibilidades o sendas, cada una de las cuales atrae irresistiblemente el deseo. El sujeto, de este modo, se fragmenta y ya no puede hacerse cargo de sí unitariamente, como un "sí mismo". Al unísono, permanece inmóvil, pues lo que hace, en realidad, se resume en el esfuerzo constante por dejar abiertas e inmaculadas las posibilidades.



La última cena, Leonardo (1495-1498): simulación sin figuras

No extraña que aumente el malestar, que esa temible dama de la negra melancolía reaparezca con nuevos bríos en nuestras sociedades occidentales, pero no la melancolía vivaz, la quijotesca, sino la que los medievales llamaron adusta, esa que quema y hace declinar hacia la depresión.

Uno tiene la sensación dolorosa de que hace muchos años que no ha estado con otros "permaneciendo" en algo. Solo en raras ocasiones emerge este acontecimiento tan singular. Esos momentos mágicos, sin embargo, son engullidos al poco tiempo en el vértigo del no-permanecer, que se levanta en armas como si quisiese vengarse.

La soledad es la consecuencia necesaria de esta impermanencia de la época. Una profunda soledad acosa a los individuos de nuestro mundo. Es asombroso cómo nos quedamos absolutamente solos en medio de una multitud cada vez más ancha. Por eso nos convertimos en repeticiones. Una mónada aislada solo puede tener la sensación de permanecer afirmándose a sí misma una y otra vez.