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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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La sociedad estacionaria
18 / 03 /2024

Círculos (1926). Kandinsky

Que el ser humano sea céntrico y excéntrico al mismo tiempo es una contradicción inevitable que lo hace errante, inserto siempre en un mundo y, al unísono, desterrado de él, extraditado, en fuga continua. Pero hay que distinguir entre la erraticidad propia y la impropia: la primera es condición humana, mientras que la segunda consiste en una erraticidad apariencial, en una inmovilidad dentro de la agitación. Tal estado pertenece a la sociedad actual, sociedad estacionaria.

La situación a la que se ve empujado el hombre de nuestro tiempo es precisamente la de una clausura de su ser abierto, la de una compulsiva saturación de su indeterminación natural; consiste en una depotenciación de su excentricidad y, en suma, en la parálisis de esa vocación suya que le pide modelarse a sí mismo. El hombre, hoy, ni se rebaja ni se levanta, porque se conduce a espaldas de aquella condición de posibilidad de la vileza y de la altura que es el empeño por hacerse y autotrascenderse. No retrocede ni avanza. Le ocurre lo que negaba Galileo respecto al planeta Tierra, que parece que se mueve pero está fijo. Cierto es que está en continua actividad, hasta el punto de que sus condiciones de vida actuales parecen no concederle respiro ni reposo. Pero en su actividad desaforada, en su torbellino de movimiento, no afirma novedad cualitativa alguna de suficiente importancia como para transformar el tablero y las reglas de juego sobre las que las jugadas se multiplican vertiginosamente.

Torbellino. Bronce de Aston Smit (2019)
Su agitación expande cuantitativamente el conjunto de acciones que una determinada situación de fondo permite, sin que ésta resulte alterada en su textura interna fundamental. En semejante estado, ni crea una imagen del mundo diferente, ni abre para sí un modo de vida distinto, sino que aumenta el número de variables y la velocidad de los desplazamientos en torno a un centro que no cesa de repetirse en todos sus modos de expresión. Su actividad ya no encuentra meta más allá de sí misma, es actividad que encuentra sentido en incrementar la actividad, bullicio ardoroso que se tiene a sí mismo como horizonte y en el que, al cabo, todo lo sólido se desvanece. Permaneciendo en una ajetreada inmovilad, no es extraño que se reconozca cada vez con mayor frecuencia e intensidad en el desasosiego: se desazona por el carácter insípido de tan prolífica obstinación. Febrilmente activo, lo angustia el vacío, ya que de realmente nuevo en lo que hace no hay nada. Y cuanto más le acucia el rumor de esa nihilidad, más se afana en acallarlo emprendiendo incesantes itinerarios de compensación, permaneciendo así en una especie de atareada organización del vacío. Es un ser estacionario, porque pertenece a una sociedad estacionaria.




LLuvia, vapor y velocidad (1844). J. M. W. Turner

 

  • "Este análisis adopta un tono apocalíptico. Estamos ya hartos de semejante actitud y de su estéril lenguaje. ¡Oh! ¡Qué descolorida humanidad! ¿A dónde ha ido a parar el hombre? ¡Qué trágico vacío! De toda esa verbosidad extrema hace alarde hoy el nihilista, empeñado en diluir todo lo que ocurre en la noche de la nada. No teníamos ya bastante con los integrados, esos optimistas ingenuos que creen vivir una magnífica era. No, ahora tenemos que soportar a los apocalípticos. Cada uno invocando a su héroe. Por el lado de estos últimos, Superman, henchido de poderes extraordinarios pero incapaz de aparcar en doble fila y, por supuesto, de revolucionar alguna cosa en el orden establecido. Por el otro lado, Prometeo, que viene a salvar al mortal, de una vez por todas, de su paupérrima situación, al hombre —pobrecito— carente de lo primordial, del fuego, pero que luego se va altanero y no se ocupa de los problemas concretos. Los dos distanciándose de lo pequeño y concreto y embebidos de majestuosidad. Uno demasiado terrenal, pues representa sólo al gigante dispuesto a defender las consignas del pequeño. Otro demasiado celestial, invocando al superhombre «dissenter» mientras goza del consuelo de ser un alma noble.
  • ¡Qué razonable es usted! ¡Qué ecuánime! La moderación y el valor del punto medio le mueven siempre, a los que son como usted, a aconsejar una posición alejada de extremos grandilocuentes, capaz de distinguir lo positivo de lo negativo. Ahora bien, si extendemos el distingo haciéndolo universal verá que es mediocre y conformista. Se basa en el principio manido de que cualquier cosa tiene su lado bueno y su lado malo. Dígale usted eso a los desheredados. Dígales que el mundo tiene un lado bueno y otro malo. Dígale usted, por ponerle un ejemplo menos dramático, al hombre reflexivo, cada vez más expulsado de una cultura centrada en la rentabilidad, obligado a ocupar espacios insulares o a vagabundear en soledad, que esto tiene su lado «bueno». No hay que confundir el par «apocalíptico-integrado» con el par «radical-mediano». La apocalipsis es el fin del mundo. La radicalidad es la voluntad de atreverse con lo central y lo grave. No hay filosofía si no es radical, y no por ello ha de ceder al terror y el espanto de lo apocalíptico. Si se trata con ese rasero umbertiano a la filosofía del siglo XX no queda en pie ningún gran pensador. Puede que sólo quedara Umberto Eco. Y Tampoco. Pues la distinción misma entre «apocalípticos» e «integrados» o procede de un pensamiento radical o no dice nada.

    Luis Sáez Rueda, Ser errático. Una ontología crítica de la sociedad, Madrid, Trotta, 2009.