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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Violencia excedentaria
15 / 06 /2024

Soledad (1950). Antonio Berni

Hay, al menos, tres tipos de violencia, la extraordinaria, la ordinaria y la excedentaria. Las dos primeras son más ostensibles que la última, que es la que nos interesa ahora destacar.

Es de necios negar que hay violencias de densidad inhumana, extraordinarias: la barbarie nazi, el terrorismo sanguinario, la matanza sin piedad. Ante ellas experimentamos la falta de concepto, algo así como lo sublime, pero invertido: lo espantoso. Así fue percibido el 11 de septiembre de 2001, el de marzo de 2004, o el actual atentado oficial de Israel: como un major event, como un acontecimiento mayor, un acontecimiento en hipérbole, que hace época y para el cual no existen palabras adecuadas, porque rebasa el límite de lo conceptualizable.

Campesino (1905-1906). Paul Cézanne
La misma razón que se escandaliza ante esta violencia extraordinaria se inhibe ante la ordinaria. He ahí la continua tragedia de la inmigración o de la pobreza. Sustituyendo a la peste medieval, las especies de esta forma contemporánea de stultifera navis se han convertido en acontecimientos tan cotidianamente repetidos y consabidos que, de hecho, son tolerados por la razón de los Estados como un problema estructural o simplemente ignorados. La inteligencia estratégica, buscadora de justificaciones, le ha encontrado ya su razón de ser a estas otras injusticias mientras persigue al bandolero insigne, y se ha eximido de toda responsabilidad: se trata —dictamina— de las consecuencias imprevistas de la economía, del mercado, que nadie en particular se atreve a reconocer como de su propiedad; se trata del desinterés de ciertos estados, de la abulia o de conflictos internos a pueblos de los que «nosotros» no formamos parte.

Tanto la violencia extraordinaria como la ordinaria son formas de segregación o de expulsión. Se dirigen desde un dentro (el interior de una ideología, de una cultura, de una etnia o un estado) hacia un afuera, hacia lo que es diferente o extraño, para mantenerlo a raya en esa exterioridad o para destruirlo. Es lo mismo si se trata de un arriba y un abajo: en este caso, también se trata de una relación de dominio ejercido por un mundo sobre otro que, ostensiblemente, queda separado de él.
Marginado (2009). Santiago Malfaz


Hay otro tipo de violencia, extremadamente sutil, que opera de modo peculiar. En vez de rechazar hacia afuera, integra, pero expulsando hacia dentro, recluyendo al agredido en un exterior del interior. Todas las sociedades la emplean. Se trata siempre de encerrar en plena intemperie, de oscurecer a plena luz del día. Se dirige a quien ha nacido en la misma cultura del agresor, en su mismo hábitat, y al que no se puede hacer funcionar según la ley general de la comunidad. No se lo puede incluir en los procesos productivos sin que distorsione su rendimiento y eficacia, sean estos procesosos los que permiten la reproducción material del colectivo, sean los que dan lugar a un modo de vida y a una forma de cultura comunes, de lo más comunes. Los individuos así son experimentados como un excedente que la vida social ha producido y que no es útil. Se puede llamar a esta violencia excedentaria, pues trabaja con este excedente que el grupo ha producido dentro de sí y que, sin embargo, no puede fagocitar en su funcionamiento.



Soledad (1950). Antonio Berni
La violencia excedentaria se aplica a ese tipo de individuo que constituye un exceso, un desbordamiento del caudal habitual. No se lo puede matar, no se lo puede deportar, porque estas soluciones extremas llamarían excesivamente la atención y pondrían en evidencia la malicia de lo común. Se le aplica entonces una dulce excomunión: se lo integra a condición de aislarlo. Se le prodiga una ayuda a la medida del propio punto de vista, al mismo tiempo que se cierran oídos a su peculiar experiencia vital, potencialmente crítica. Se le busca acomodo en un lugar apartado dentro de la misma estancia. Es una violencia, en todo caso, contra la excentricidad. Al ex-cedente, al ex-ceso, al ex-céntrico, se le aplica una condescendencia expelente y supresiva. Se lo tolera, pero no se cuenta con él en nada. No se le tiene en mientes ni a la hora de la conversación, ni en el momento de las decisiones fundamentales; y se ignoran sus propios proyectos. Se lo culpa, tácitamente, de ser un reboso del vaso común, una excentricidad respecto al centro gravitatorio. Y esta culpa sutil que se le crea tiene como fin sembrar en él un sumiso silencio, así como la precaución de mantenerse en una cautelosa y solitaria lejanía. El colectivo puede llegar, incluso, a tener compasión de este excluido por inclusión, compasión por el desasosiego que ve en él y que inquieta a todos cuando se aproxima. La horda, de este modo, se convierte en una máquina de cuidar y apartar.